Capítulo I
FUNDAMENTOS
DE UNA NUEVA TEORÍA DEL MOVIMIENTO
Dr. Guenther Wachsmuth año de 1926
¡Oh,
cuan maravillosa rectitud la del Autor primigenio de todo movimiento!
"
LEONARDO DA VINCI.
Para formarse un concepto claro de la naturaleza esencial del éter cósmico, es necesario, en primer lugar, llegar a una nueva concepción de la naturaleza del movimiento, al que se reducen en definitiva todos los fenómenos de la Naturaleza por la investigación científica de los últimos siglos. Porque en lo que respecta a la naturaleza del éter y su relación con el "movimiento", las opiniones de los investigadores más recientes están totalmente en desacuerdo incluso en las cuestiones más elementales y básicas. Mientras que Lenard, el distinguido investigador en este campo, rechaza la teoría de un "éter continuo a través del espacio y movido como un continuo" y lo sustituiría por un "éter movido no como un continuo en el espacio", sin embargo, por otro lado, la inmovilidad es justo la única característica mecánica que H. A. Lorentz seguiría atribuyendo al éter; y, finalmente, según Einstein, "todo el cambio en la concepción del éter que la teoría de la relatividad trajo consigo, consistió en quitarle su última cualidad mecánica, a saber, su inmovilidad." En contraposición a éstos, Lenard concibe ahora, según un informe, dos éteres : uno en reposo, un éter primordial que llena todo el cosmos, y otro éter arrastrado por los cuerpos celestes como la atmósfera. Así vemos que en lo que respecta a la cuestión fundamental, si el éter, ese algo último que se encuentra en la base de todos los Fenómenos, se mueve o no se mueve, las opiniones de los investigadores más notables están muy distantes.
Por
lo tanto, primero debemos tratar de establecer clara y
fundamentalmente la verdadera naturaleza del movimiento en el mundo
natural. Para tomar como punto de partida algo real, que puede formar
parte de la experiencia cotidiana de toda persona -siempre el mejor
punto de vista para abordar un problema de este tipo-, consideremos
un fenómeno de movimiento del propio cuerpo del ser humano y
originado por él mismo: por ejemplo, el levantamiento de mi brazo.
Aquí, en primer lugar, tres elementos se prestan a la
observación.
1. Un yo; es decir, algo que posee un ser
espiritual y que quiere levantar el brazo.
2. Un medio, que
conduce el impulso de la voluntad a lo que ha de moverse: el brazo.
Que esto debe estar presente, y no es idéntico a la voluntad, o al
yo o al posible portador del yo, puede demostrarse estimulando el
centro nervioso apropiado, mediante una influencia introducida desde
el exterior, con lo cual el resultado será, igualmente, el
movimiento del brazo.
3. Lo que se mueve: el brazo. Esto es lo
único que puedo percibir con los sentidos físicos.
Quien se
adhiera a la concepción cuantitativa-mecánica moderna del mundo
dirá, sin embargo, en este punto: El primer elemento pertenece al
campo de la metafísica, y no me concierne; el segundo es
-presuntamente- una fuerza eléctrica (o etérica); el tercero es un
"cuerpo material", que experimenta un cambio de lugar, un
movimiento, que puede ser determinado
cuantitativamente-mecánicamente.
Ahora bien, ¿Qué concepción o
comprensión de esta entidad indivisible, el movimiento de mi brazo,
posee el observador que se limita a lo cuantitativo-mecánico y
perceptible a los sentidos? Realmente sólo un tercio, por así
decirlo, de la totalidad de los hechos que, sin embargo, sólo cuando
se combinan todos juntos comprenden en conjunto la realidad "el
movimiento del brazo". Y este tercio es el cambio de lugar por
parte de un cuerpo previamente inmóvil. Aunque, de hecho, puedo
captar este tercio, hasta cierto punto, de manera
cuantitativa-mecánica, sin embargo, mi pensamiento se vuelve falso y
arbitrario en el momento en que me comprometo a captar de esta manera
el segundo y el primer tercio de la entidad observada, es decir,
cuando traslado mi concepción del movimiento, un cambio de lugar por
parte de un cuerpo, al resto de este fenómeno, que no es perceptible
por los sentidos, y lo entendería también como un único cambio de
lugar, explicable cuantitativo-mecánicamente, es decir, como
movimiento. Dado que el proceso físicamente perceptible de tiempo y
espacio de cambio de lugar por parte del brazo puede ser entendido
cuantitativo-mecánico, la ciencia moderna busca ahora explicar
también de manera cuantitativa-mecánica el proceso fundamental
eléctrico-etérico subyacente.
Y esto nos lleva a la importante cuestión que el Dr. Rudolf Steiner ha expresado así: "¿No hay en la base de los diversos fenómenos naturales, luz, calor, electricidad, etc., una misma forma de movimiento en el éter? Hertz ya había demostrado que la misma ley rige la propagación en el espacio de la acción de la electricidad y la de la luz. De ello se deduce que las ondas portadoras de la luz están también en la base de la electricidad. En efecto, ya se había supuesto que en el espectro de la luz solar sólo está activo un tipo de movimiento ondulatorio, que producirá los efectos del calor, de la luz o de la acción química, según incida en los reactivos sensibles al calor, a la luz o a la acción química. Pero esto está claro a priori: cuando tratamos de descubrir lo que sucede en lo que se extiende en el espacio mientras las entidades consideradas se transmiten en él, debemos concluir que se trata siempre de un movimiento uniforme. Pues un medio en el que sólo es posible el movimiento debe reaccionar a todo por medio del movimiento. Y todos los tipos de transmisión que debe realizar se llevarán a cabo por medio del movimiento. Por lo tanto, busco descubrir las formas de este movimiento, entonces no aprenderé qué es la cosa que se transmite, sino sólo de qué manera se me transmite. Es una tontería decir que el calor y la luz son movimiento. El movimiento no es más que la reacción de la materia capaz de moverse a la acción del calor y la luz.
Todo
lo que aprendemos cuando llevamos el método mecánico cuantitativo
de observación al campo de los fenómenos eléctrico-etéricos es
siempre simplemente la reacción de la sustancia capaz de movimiento
a la acción del calor, la luz, el tono, etc. La verdadera naturaleza
de estas entidades, que consiste, no sólo en el movimiento, sino
también en otras cualidades no perceptibles a los sentidos físicos,
no puede ser aprendida aplicando a estas entidades concepciones
mecánico-matemáticas.
El físico dirá, por supuesto: "Mis
mediciones y observaciones me muestran que la parte medible y
calculable del fenómeno del movimiento en la propagación del sonido
puede ser representada por medio de ciertas ecuaciones matemáticas.
El estado de movimiento en el medio que transmite el sonido -en este
caso, esencialmente el aire- está determinado por ciertos valores
numéricos bastante definidos de las constantes que se encuentran en
las ecuaciones, y de tal manera, en efecto, que una cualidad bastante
definida del tono transmitido es coordinada y de hecho idéntica en
significado con cada valor de estas constantes. No cabe duda de que
la física contemporánea, en el sentido de su ideal aquí expresado,
considera que la naturaleza esencial del tono es calculable, porque
cree que ha logrado, en el caso de una parte de las cualidades del
tono, calcular y medir las relaciones matemáticas y los valores
numéricos de las constantes. Pero la suposición de que la totalidad
del fenómeno tonal debe ser calculable no es más que una suposición
basada en el deseo de poder calcular todo en cualquier parte del
mundo y luego leer mecánicamente, a partir del esquema así
alcanzado, lo que está ocurriendo. El fruto de esta acústica es el
gramófono. No se llega a la verdadera naturaleza del tono calculando
el estado de movimiento del medio que lo transporta, como no se llega
a la naturaleza de un hombre cuando se sabe el número de pasos que
da en un día o cuántos kilogramos de alimento asimila. Estos
números son útiles y necesarios de conocer para ciertos fines, sólo
que es falaz considerar que todo es calculable. Además, quien conoce
la forma de estos cálculos sabe que están lejos de ser ciertos y
claros. Sólo el profano se inclina por lo que lee en los periódicos
y revistas populares sobre cálculos matemáticos a sacar la
conclusión de que todos los sucesos son calculables. El verdadero
investigador estaba -al menos, en una época anterior- lejos de la
ilusión de que incluso una parte esencial del acontecer mundial es
calculable.
Sólo
debido al justificable entusiasmo -por los indudables resultados en
aquellos campos en los que las matemáticas se aplican realmente a
los fenómenos- se ha llegado a la apresurada conclusión de que todo
debe ser calculable. Cuando, por el contrario, el físico o cualquier
otro científico analítico dice que sólo lo que puede calcular y lo
que es susceptible de ser calculado pertenece a la ciencia; que todo
lo demás puede ser interesante, pero no ofrece ninguna certeza, y
que sólo donde hay certeza por medio de los cálculos hay ciencia, a
este punto de vista podemos responder que tal científico se niega a
abordar la mayor parte del contenido del mundo, y que simplemente
ignora esta parte del contenido del mundo por su afirmación de que
no puede ser abordado científicamente.
Para aclarar más
completamente esta cuestión, debemos considerar más a fondo la
capacidad de fijación", la concepción del cuerpo "inerte",
es decir, lo opuesto al movimiento. Steiner dice que esto se define
generalmente en la física como sigue: Un cuerpo no puede alterar su
estado de movimiento existente si no es por una causa externa".
Esta definición da la impresión de que el concepto de cuerpo en sí
mismo inerte ha sido extraído del mundo fenoménico; y Mill, que no
entra en absoluto en la cuestión, sino que le da la vuelta a todo en
aras de una teoría forzada, no duda ni un momento en explicar el
asunto de esta manera. Sin embargo, todo esto es muy falso. El
concepto de cuerpo inerte es una construcción puramente conceptual.
En efecto, si llamo "cuerpo" a lo que se extiende en el
espacio, puedo concebir dos clases de cuerpos: aquellos en los que
los cambios son provocados por influencias exteriores, y aquellos en
los que los cambios se producen por imitación de los propios
cuerpos. Si, ahora, encuentro en el mundo exterior algo que
corresponde al concepto que he formado - "un cuerpo que no puede
alterarse salvo por un impulso que venga de fuera"-, entonces
llamo a esta cosa inerte, o sujeta a la ley de la propiedad de la
fijeza. Así, mis conceptos no se toman arbitrariamente del mundo de
los sentidos, sino que se forman libremente como ideas, y sólo con
su ayuda me encuentro correctamente ajustado al mundo de los
sentidos. La definición anterior sólo puede decir: Un cuerpo que no
puede por sí mismo alterar su estado de movimiento se llama inerte
".
Debo,
por tanto, distinguir entre los cuerpos que pueden por sí mismos
alterar su estado de movimiento, y los que no pueden hacerlo por sí
mismos. Y esto nos lleva a una de las distinciones más esenciales de
la Naturaleza: la que existe entre lo orgánico y lo
inorgánico.
Mientras que la naturaleza inorgánica no puede por
sí misma alterar su estado de movimiento, la naturaleza orgánica,
por el contrario, en razón de sus posibilidades inherentes, es capaz
de hacerlo por sí misma; por mucho que esta capacidad varíe en los
grados más separados desde los hombres a las plantas, sin embargo,
en realidad reside siempre en lo que es orgánico. Ahora bien, lo que
hace que un clavel, por ejemplo, crezca siempre y absolutamente a
partir de la semilla de un clavel, y nunca de cualquier otra planta,
lo que induce este movimiento de crecimiento, no es algo que yo
introduzca desde fuera en la semilla, sino algo que reside en ella
por su propia naturaleza. Se puede objetar que la semilla debe estar
enterrada en la tierra para convertirse en un clavel y, por tanto,
requiere un empuje desde fuera. Tal pensamiento, sin embargo, sería
falso, pues "no puedo decir que esta influencia del exterior
produzca este efecto, sino sólo que a esta influencia definida del
exterior el Principio activo interior responde de esta manera
definida. Sea cual sea el carácter del estímulo externo, el
principio activo interno en la semilla de un clavel, si funciona,
responderá siempre con un clavel. Cuando Haeckel escribió en
referencia a un proceso similar en los órdenes inferiores del reino
animal : "En el caso de más de cuatro mil especies de
radiolarios que he descrito, cada especie se distingue -por una forma
especial de esqueleto; La producción de este esqueleto específico,
a menudo de una forma muy evolucionada, por medio de una célula de
forma extremadamente simple (generalmente globular) sólo es
inteligible cuando atribuimos al plasma formativo la capacidad de
formar un concepto", en tal afirmación Haeckel puede estar
yendo, tal vez, más allá de los límites adecuados debido al apego
a su propia teoría, sin embargo, se vio obligado a suponer en la
célula globular primitiva un principio activo interno de su ser que
se manifiesta por primera vez en el animal completamente desarrollado
y que, en la medida en que se expresa en el movimiento de
crecimiento, pertenece en esa medida a la categoría de fenómenos de
movimiento, como cualquier otro tipo de movimiento. En el caso de
todos estos fenómenos, nos encontramos cada vez con un conjunto de
hechos completamente objetivos, que, cuando los comprendemos como
fenómenos de movimiento meramente cuantitativos y mecánicos, no
logramos captar en la esencia más íntima de su ser.
Si asumo un poder formativo en la semilla o en la célula germinal primitiva, entonces también debo concebir este poder como unido a la "idea", a la "voluntad" de convertirse en un clavel -o de convertirse en el animal en cuestión- al igual que con la capacidad de movimiento y de cambio de movimiento. La primera no puede ser separada de la segunda por ninguna arbitrariedad del pensar. Este es el caso de todos los procesos orgánicos, es decir, de todos los lugares en los que hay "vida"; y si la ciencia moderna continúa imponiéndose la restricción de comprender la naturaleza sólo mecánica y cuantitativamente, entonces debe limitarse a la investigación de lo sin vida, de lo mineral. Para esto se supone que basta con tal concepción del mundo, pero incluso para esto no basta realmente, como mostraremos más adelante. De modo que incluso Lenard, aunque sostiene que la concepción atómica y mecánica del mundo es indispensable para las ciencias naturales modernas, se ve obligado a confesar: "Sin embargo, cuando decenas de miles y cientos de miles de átomos forman una molécula, de modo que ésta es un pequeño mundo muy complejo en sí mismo, como debe serlo, por ejemplo, en una molécula de protoplasma, las moléculas pueden entonces encerrar en sí mismas lo que llamamos espíritu. Entonces se convierten en portadoras de los maravillosos fenómenos de la vida, que el científico de nuestros días, con sus concepciones que en otros aspectos le sirven tan maravillosamente, es totalmente incapaz de explicar."
Pero
la limitación de nuestra concepción del mundo a lo que es
mecánico-cuantitativo y perceptible por los sentidos, ¿no implica
también limitarse al agnosticismo, a la ignorancia, para siempre?
Y
después de todo, ¿Hay en algún lugar de la naturaleza fenómenos
de movimiento que, cuando se explican de manera consistente sobre la
base de la visión cuantitativa-mecánica, pueden ser plenamente
comprendidos? "Dado que, sin la existencia de fuerzas, las
partes de la materia hipotética nunca comenzarían a moverse, los
científicos naturales modernos asumen la fuerza también como uno de
los elementos por medio de los cuales explican el mundo, y Du Bois
Reymond dice : La comprensión de la Naturaleza consiste en reducir
los cambios del mundo corpóreo a los movimientos de los átomos,
provocados por sus fuerzas centrales independientes del tiempo : o,
en otras palabras, la resolución de los fenómenos de la Naturaleza
en la mecánica de los átomos". Mediante la introducción del
concepto de fuerza, las matemáticas pasan a la mecánica".
En
todo movimiento, por tanto, según esta concepción, hay una
expresión de una fuerza. Pero, en ese caso, todo fenómeno de
movimiento tiene también dos aspectos. En la medida en que es
perceptible para mis sentidos, puedo concebirlo cuantitativamente
hasta cierto punto; pero, en la medida en que es la operación de la
fuerza, no puedo percibirlo a través de los sentidos físicos ni
determinarlo plenamente a través de la medición cuantitativa, ya
que nunca puedo medir la fuerza en sí misma, sino siempre sólo en
sus efectos físicos. Pero, entonces, ¿la fuerza y el movimiento
sólo se relacionan entre sí como causa y efecto?
No es así. En todo fenómeno de movimiento, nos enfrentamos a la siguiente totalidad indivisible: Aquello que se mueve, que percibimos en el mundo fenoménico; a través de esto nos damos cuenta, al mismo tiempo, de algo no perceptible para nuestros sentidos -una fuerza-, que se expresa o se manifiesta en aquello que se mueve. Todo el fenómeno -en el caso, por ejemplo, de un hombre que mueve su brazo- está claramente ligado a los fenómenos de conciencia. Ahora bien, como el hombre es una entidad única e indivisible, no aprendo nada esencial respecto al movimiento de un brazo si sólo establezco cuantitativamente el cambio de lugar por parte del brazo "material"; lo que aprendo así sólo tiene que ver con la naturaleza del movimiento de un brazo sin vida, que, sin embargo, ¡no habría realizado por sí mismo este movimiento! Por lo tanto, sólo puedo comprender la naturaleza de este fenómeno de movimiento en su conjunto cuando considero lo que se mueve y la acción de la fuerza allí manifestada -vinculada a los fenómenos de conciencia- como una unidad, y no los separo arbitrariamente. Si divido esta unidad considerando sólo el proceso cuantitativo y perceptible a los sentidos, no sólo separo la causa y el efecto, sino que separo el Ser real y el fenómeno. Puesto que el fenómeno no es más que una exteriorización, en una forma perceptible por los sentidos físicos, de la entidad espiritual que allí se expresa, del Ser real, es decir, de una realidad individual, y no debe separarse de este Ser, cuando considero únicamente el proceso cuantitativo y mensurable, estoy tratando con una irrealidad en el sentido más completo del término.
¿Es
lo contrario en el caso de los animales, las plantas y los
minerales?
Podemos adoptar fácilmente la actitud correcta ante
esta cuestión si en este punto dividimos en las siguientes
categorías la totalidad de los fenómenos de movimiento que se
producen en el mundo.
1. Los movimientos en los que se manifiesta
claramente la acción de un ser consciente de sí mismo, portador de
una voluntad (por ejemplo, un hombre que quiere mover su brazo y
lleva a cabo esta voluntad).
2. Movimientos cuya causa inductora
última es aún desconocida para las ciencias de nuestro tiempo :
movimientos que no son producidos por un hombre o que no están
sujetos a su voluntad ;
(a) en el mundo orgánico,
(b) en el
mundo inorgánico.
Podemos, por lo tanto, dividir la totalidad de
los fenómenos de movimiento del cosmos en aquellos en los que
podemos conocer directamente a través de la percepción de nuestros
sentidos físicos el ser de cuya "voluntad" han tomado su
origen (por ejemplo, el hombre) : y aquellos fenómenos de movimiento
en el caso de que el estímulo primario del movimiento se escapa a
nuestra vista; es decir, aquellos en el caso de que no conocemos el
ser de cuya voluntad el movimiento tomó su origen.
Si concebimos la vida -es decir, las expresiones de la vida en el mundo orgánico- como una totalidad de fenómenos-movimiento que se metamorfosean por sí mismos (movimiento de crecimiento, movimiento de metabolismo...), entonces quien se empeña a toda costa en comprender el mundo mecánicamente, asume la tarea, ya demostrada como imposible, de comprender los fenómenos de la vida como meramente mecánicos. O bien debe resignarse y renunciar a toda comprensión, o bien debe decirse a sí mismo que en el principio activo interior que siempre hace que la semilla de un clavel se convierta en un clavel se expresa una "voluntad de convertirse en clavel", -una voluntad que simplemente no puedo medir, pesar o definir por otros medios mecánicos.
Pero esta "voluntad de convertirse en clavel", que lleva el ser del clavel al mundo fenoménico, está inseparablemente unida como atributo al principio activo interior, ese complejo de fuerzas, por el que la semilla del clavel se convierte en clavel, que, por tanto, causa y determina todo el movimiento-fenómeno, tanto cuantitativa como cualitativamente. Como ya hemos dicho, las fuerzas del suelo circundante son ciertamente auxiliares en este proceso, pero el impulso individual, el de convertirse en clavel, es algo que sólo reside dentro de la semilla del clavel, y -a menos que creamos en la absurda e ingenua teoría de la preformación- sólo debe entenderse cuando vemos el complejo de fuerzas que reside en todas las semillas de los claveles (complejo de fuerzas etéricas, como veremos) junto con la "voluntad de convertirse en clavel" como atributo espiritual inseparablemente unido a la semilla. (Este proceso lo abordaremos de manera concreta en relación con nuestra discusión sobre el mendelismo, etc., capítulo XI).
Sin embargo, una diferencia esencial distingue este tipo de movimiento, por supuesto, de los considerados en relación con el hombre. La voluntad individual de mi propio yo provoca el movimiento de mi brazo, produciendo el movimiento por medio del cuerpo material, el brazo, a través del medio de las fuerzas eléctrico-etéricas que residen en mi organismo. En el caso de las plantas, sin embargo, una voluntad de grupo controla, una voluntad que induce en una multitud, un grupo, de cuerpos de una clase similar un movimiento-fenómeno similar: el movimiento de crecer en claveles, y esto igualmente a través del medio de fuerzas (etéricas). Como veremos más adelante (capítulos III y XI), este acto de voluntad no es libre, como en el caso del hombre, sino que la actividad del organismo terrestre está ligada a él de manera causal; sin embargo, no está determinado en su individualidad, en el carácter de su ser, por el organismo terrestre -de lo contrario todas las plantas serían iguales-, sino que está influido en su propia acción sólo en cuanto a las modificaciones locales, y en cuanto al punto de tiempo, etc. Observaremos esta acción en detalle en relación con una discusión de los fenómenos de las corrientes de fuerza de la tierra y la atmósfera. El enigma del ascenso del agua en las plantas durante la primavera podrá entonces interpretarse sobre la base de este juego recíproco de las fuerzas etéricas en las plantas y el organismo terrestre.
Hemos
visto, pues, en el caso del hombre, la voluntad individual como causa
y fenómeno acompañante de la acción de la fuerza
eléctrica-etérica, y por lo tanto como causa inductora de un
fenómeno de movimiento en la sustancia (el brazo); pero en el caso
de la planta, hemos visto la voluntad grupal como causa inductora
uniforme de un fenómeno de movimiento, igualmente operado a través
de fuerzas etéricas, es decir, del movimiento de crecimiento.
Al
considerar los fenómenos de movimiento en el conjunto inorgánico,
que parecen más fácilmente comprensibles a la observación
superficial, debemos, sin embargo, por medio de una investigación
más exacta, profundizar lo más posible en la causa última de tales
movimientos. En efecto, mientras que el movimiento realizado o
inducido por la voluntad de un hombre pone directamente ante nuestros
ojos la causa inductora de este movimiento en el individuo humano, y
mientras que, en el caso de la Naturaleza orgánica, podemos observar
-aunque principalmente en casos individuales de su efecto en el mundo
fenomenal- ese principio interno de acción que se expresa en el
crecimiento, etc, llegamos, en el caso de los movimientos inorgánicos
-los que no son inducidos por la voluntad humana- a ese "regressus
ad infinitum", que encuentra su expresión en el segundo de los
siete enigmas del mundo enumerados por el distinguido científico
naturalista Du Bois Reymond en bis "Grenzen der
Naturerkenntnis": ¡La cuestión de la causa primordial de todo
movimiento!
Pues,
si ya hemos distinguido entre los cuerpos que pueden alterar por sí
mismos su estado de movimiento (los orgánicos) y los que no pueden
hacerlo (los inorgánicos), entonces, en el caso de estos últimos,
si queremos descubrir la causa primera última de un movimiento,
debemos simplemente seguir el regressus ad infinitum " hasta el
mismo principio del mundo. Pues el agua que fluye en un arroyo, una
piedra que rueda cuesta abajo, que tiende hacia el punto central de
la tierra, el viento que mueve las hojas, etc., etc., todo ello no es
más que una expresión parcial de los fenómenos de la atmósfera,
de la electricidad atmosférica, de la meteorología, del magnetismo
terrestre, etc., y estos fenómenos no son a su vez más que
movimientos parciales en la totalidad del proceso vital del organismo
terrestre. Pero también este proceso vital, en todos sus fenómenos
de vida -es decir, en todo lo que es vida y movimiento, no muerte e
inmovilidad- es inducido aquí por el sol, como lo demuestra la
ciencia de nuestros días. Si uno continúa lógicamente y se
pregunta entonces por la causa inductora de los movimientos del sol,
llega de inmediato a la cuestión del origen primario del movimiento,
y en cuanto a esto explicaremos brevemente nuestro punto de vista.
La
ciencia natural moderna sitúa erróneamente en el principio de todo
lo que ocurre en el cosmos la nebulosa primitiva, según la teoría
modificada de Kant-Laplace; y al final, la muerte por calor de todo
el cosmos, ese vasto cementerio, en el que el científico, pensando
su ley de la entropía valiente y lógicamente hasta el final, deja
que el mundo se hunda. Entre la nebulosa primigenia y la muerte por
calor, según la visión de la ciencia moderna, se encuentra todo ese
Juego que comporta el devenir y el Pasaje del universo, de la tierra
y del hombre.
El
gran físico y descubridor, el profesor W. Nernst, dice en su obra
"Das Weltgebäude im Lichte der neueren Forschung" (El
mundo a la luz de la nueva investigación), pág. 13: "Ni Kant
ni Laplace pudieron darse cuenta de que sus teorías sobre la
formación del mundo presuponían necesariamente una duración
limitada de todos los acontecimientos; de lo contrario, ellos mismos
habrían negado ciertamente la aplicabilidad universal de sus
opiniones. Quedó para la evolución de la teoría del calor, con esa
especie de seguridad que aplica al universo en general una conclusión
extraída del laboratorio, sacar la conclusión mencionada
anteriormente, ciertamente desagradable en el más alto grado. Fue el
célebre físico inglés Lord Kelvin quien señaló por primera vez
que, según la teoría del calor establecida por Carnot y Clausius,
todo el depósito de fuerza del mundo se metamorfosearía gradual
pero seguramente en calor, y que con la misma certeza todo el calor
existente llegaría a la misma temperatura. Pero el mundo está así
condenado al descanso eterno. La aplicación de la teoría del calor
-la más universal y fiable de todas las teorías que poseemos- a las
ideas de Kant-Laplace hace que aparezca en el fondo de nuestras
mentes el espantoso pensamiento de que el mundo se esfuerza por
llevarse a sí mismo al estado de un cementerio eterno. Esto se
expresa generalmente diciendo que el universo está inevitablemente
condenado a una muerte por calor". Y todos los que posean un
sentimiento religioso y busquen un sentido a la vida humana
simpatizarán con el profesor Nernst cuando relata cómo reaccionó,
siendo estudiante, a la introducción de esta terrible deducción de
la ciencia moderna por parte de un profesor de la Academia de Viena
en su conferencia inaugural. "Entre otras cosas, comentó que
todos los esfuerzos por salvar el universo de la muerte por calor
habían sido inútiles, y que él tampoco haría tal esfuerzo. Este
pasaje, que leí cuando era estudiante, me causó la más profunda
impresión, y desde entonces mi atención se ha dirigido al asunto,
para descubrir si no podría aparecer alguna forma de escapar".
Por lo tanto, también preguntamos: ¿Dónde está el punto débil de
esta estructura de la teoría? El Dr. Rudolf Steiner responde a esta
pregunta en la siguiente imagen representativa :
Cuando
el profesor quiere explicar a los escolares el origen del sistema del
mundo y de sus movimientos, según la teoría del mundo de
Kant-Laplace, lo hace por medio de una gota de aceite que flota en el
agua y que, al ponerse en rotación, desprende pequeñas partículas
de aceite que, girando a su vez, giran alrededor de la gota central
de aceite. Pero en relación con este pequeño sistema del mundo se
olvida siempre de mencionar lo esencial de todo el proceso, y el
hecho de no mencionarlo es el punto débil de la idea mecánica del
mundo a gran escala. Es decir, se olvida de llamar la atención de
los niños sobre el hecho de que él -el maestro- ha estado todo el
tiempo, por su propia voluntad, haciendo girar la gota de aceite
central. Si no lo hubiera hecho, su pequeño sistema mundial no
habría llegado nunca a existir o bien habría llegado a un estado de
reposo. Además, aunque continúe haciendo girar la gota de aceite
central, las otras gotas de aceite no continúan durante ese tiempo
en movimiento. Y así generalmente se olvida de sí mismo, el factor
más importante en todo el proceso. Ha puesto en movimiento la gota
de aceite central, la mantiene en movimiento, y, si desea mantener su
pequeño sistema mundial como un todo en movimiento continuo, no sólo
debe continuar el movimiento giratorio de la gota central, sino que
debe multiplicarse a sí mismo de tal manera que haya conectado con
cada una de las gotas de aceite separadas uno "que gire":
es decir, que las mantenga en movimiento constante.
Pero
tal error lo cometemos en la idea mecánica del mundo que pertenece a
la ciencia natural moderna. A menudo no se trata no sólo de un
cierto olvido, sino también de una indolencia encubierta. Pues la
idea mecánica del mundo se complica infinitamente si se me exige que
demuestre no sólo que algo se mueve y cómo se mueve (esto no es
nunca el problema principal de la ciencia, sino sólo sus
instrumentos de trabajo), sino que al tratar un fenómeno de
movimiento -es decir, si he de entenderlo, no sólo fragmentariamente
y de forma falsa, sino correctamente y como un todo- debo responder
también a esta pregunta: ¿Por medio de qué principio operativo se
induce este movimiento? ¿Qué voluntad ha dado el empuje inicial que
da lugar a este movimiento, y con qué fenómenos de conciencia está
unido este acto de voluntad?
Si se trata, por ejemplo, del hecho
de la puesta en movimiento de la nebulosa primitiva, de la que se
supone que nuestro cosmos ha surgido, y si no hacemos el papel de
avestruz, sino que admitimos con pensamiento lógicamente exacto el
hecho de que en la base de este primer movimiento debe haber habido
un imþulso de la voluntad, o una multitud de tales impulsos, y que
estas expresiones de la voluntad estaban también indudablemente
ligadas a los fenómenos de la conciencia, en los que no podemos, por
supuesto, pensar nosotros mismos con nuestra actual conciencia
objetiva normal, entonces se nos impone una doble cuestión :
1. ¿Con qué Fenómenos de la conciencia están aún vinculadas esas operaciones de fuerza en el cosmos y los fenómenos de movimiento inducidos por ellas que no reciben su impulso inicial de un yo humano?
2. ¿Existen métodos científicamente exactos para la investigación de otros estados de conciencia que el de la conciencia humana objetiva normal de nuestro siglo?
La
respuesta a la primera pregunta conduce a una revolución completa en
el estudio mecánico de la Naturaleza característico de nuestro
tiempo, un método que se deriva de la teoría de "la limitación
del conocimiento de la Naturaleza", es decir, nos lleva a una
ciencia de la Naturaleza que considera no sólo el mundo fenomenal
con sus fenómenos de movimiento, que, como tal, no se puede
comprender en absoluto, sino que también incluye en el ámbito de su
investigación el ser real de las cosas que se expresan de forma viva
en el mundo fenomenal, una ciencia de la Naturaleza que se esfuerza
por conocer y comprender lo espiritual, lo real, lo que se expresa de
forma viva y activa en el mundo de las fuerzas que funciona y se
teje.
Para tal investigación del mundo, la mejor guía y el
medio más seguro de conocimiento es el éter del mundo, lo
etérico.
Para esta investigación, el "espíritu"
no es algo que pueda ser "encarcelado" dentro de una
molécula de protoplasma, o -como supone el materialismo científico
moderno- algo que haya surgido primero del mundo de la sustancia. Por
el contrario, para esta investigación, el espíritu es primario, y
la sustancia móvil que se metamorfosea es secundaria, creada,
mantenida, modelada y evolucionada por el espíritu, como una de sus
manifestaciones, su forma fenoménica, que puede y volverá a
disolverse, cuando el espíritu, como principio activo que trabaja en
la sustancia, la haya llevado de lo imperfecto a lo perfecto.
Lo
espiritual, lo real, es también constantemente ahora la causa última
de todo movimiento : es decir, de toda la vida en el cosmos.
Para
esta investigación del mundo, no hay una creación abstracta de una
nebulosa primitiva puesta en movimiento de una manera imposible de
concebir, sino, por el contrario, la involución y la evolución de
una actividad espiritual en el mundo de la sustancia; algo
espiritual, real, sin embargo, que estaba presente antes de que
existiera la sustancia, y que persistirá después del fin de la
sustancia.
La segunda cuestión expuesta anteriormente, relativa
al desarrollo de la capacidad humana de percibir este mundo, ha sido
contestada en los numerosos escritos del Dr. Rudolf Steiner, en los
que se muestra el camino por el que, mediante los métodos más
exactos, la investigación humana relativa al mundo físicamente
perceptible, y como tal ininteligible, de la sustancia, puede
extenderse más allá hasta una visión suprasensible directa,
claramente consciente, de las fuerzas que actúan en este mundo, las
fuerzas de lo etérico, y de lo espiritual unido a ellas.
Pero
debemos insistir una vez más en el hecho de que incluso quien no
esté dispuesto a seguir este camino puede, no obstante, probar
aplicando al mundo de la experiencia lo que sigue con respecto a la
naturaleza del éter, al menos como una "hipótesis"
legítima en el sentido explicado anteriormente, de hecho, más
legítima que las de la visión mecánica del mundo; y que encontrará
la teoría no sólo confirmada, sino también haciendo posible la
aclaración de muchos fenómenos hasta ahora ininteligibles.
Volvamos una vez más a la consideración de lo real y lo fenomenal en los fenómenos de movimiento de los diversos reinos de la Naturaleza. Aquello que tiene una expresión viva en el brazo humano puesto en movimiento es una "voluntad", algo real, espiritual, por lo tanto, que llega a una expresión viva en el mundo de los fenómenos; en este caso, en el movimiento del brazo. Pero también otros fenómenos naturales -el polen de las flores que vuela, la piedra que cae- son siempre manifestaciones de un mundo invisible de fuerzas, cuyo primer impulso último no conocemos en la actualidad, un impulso suprasensible, espiritual, ideal, que opera en estos singulares acontecimientos del mundo fenomenal. Platón hablaba en este sentido, a partir de una sabiduría de los misterios oriental primigenia, de un mundo de ideas. Lo espiritual, pues, la idea, "no sólo está presente y activa, allá donde se la conoce conscientemente, en el hombre, sino también en otra forma en el reino de la Naturaleza. No sólo está presente en el sujeto, sino que es el principio del mundo objetivo " Eduard von Hartmann concibe la idea, lo espiritual, lo real, por un lado, y la voluntad, por otro, como dos principios constitutivos del mundo que se encuentran uno al lado del otro; y considera que la idea está en reposo y requiere, para entrar en actividad, el impulso de la voluntad. Steiner muestra, en contraste con Hartmann, que estos dos principios no pueden ser separados: "La voluntad sin la idea no sería nada. No se puede decir lo mismo de la idea, pues la actividad es un elemento de la idea, mientras que la idea es un ser autosuficiente".
El
mundo en interminable movimiento, tal como lo perciben nuestros
sentidos, es, pues, una manifestación del mundo ideal que está en
incesante acción, del mundo real del espíritu.
Steiner formula
así la percepción fundamental: "La voluntad es la idea misma
concebida como fuerza". Entonces no sólo debemos desear conocer
la acción de las fuerzas en el mundo fenoménico en su aspecto
cuantitativo y mecánico, sino que debemos tratar de comprender las
fuerzas que actúan en la Naturaleza como vinculadas a los atributos
cualitativos de las entidades espirituales que actúan a través de
ellas. La distinción aquí entre el hombre y el resto del reino de
la Naturaleza es ésta: Que en el hombre lo espiritual, la voluntad,
cuando llega a la expresión viva como causa inductora de la fuerza
de las manifestaciones en el mundo fenomenal, está ligada a los
fenómenos de conciencia a los que nosotros mismos estamos
acostumbrados, ya que, no sólo lo espiritual como principio
universal activo objetivo se manifiesta en el hombre, sino que el
hombre mismo es una parte separada de este principio universal activo
objetivo. La "libertad", por lo tanto, le pertenece sólo a
él, en contraste con el resto de los reinos de la Naturaleza dados a
nuestra percepción, ya que el resto de la Naturaleza es sólo un
objeto de esta actividad espiritual.
Sin embargo, en todos los
fenómenos de la Naturaleza rige un principio espiritual,
suprasensible: en la voluntad del hombre que mueve su brazo, en el
principio activo controlador de la semilla como "voluntad de
convertirse en clavel", en la piedra que cae como "voluntad
de llevarla al centro de la tierra"; en el contenido de todas
estas percepciones lo real llega a expresarse vivamente en lo
fenoménico.
En oposición a los que han proclamado con prematura satisfacción la idea puramente mecánica del mundo, algunos grandes investigadores han señalado de vez en cuando, de manera preventiva, el punto débil de esta idea mecánica del mundo tan dogmáticamente afirmada. En este sentido, el célebre físico Nernst, en su esfuerzo por explicar el proceso de los cambios químicos en las sustancias a partir de las fuerzas físicas que actúan en ellas, se ha visto obligado a resignarse con esta declaración*: "El objetivo final de la doctrina de la afinidad debe ser atribuir las causas de los cambios materiales a fenómenos físicos bien investigados. La cuestión de la naturaleza de las fuerzas que intervienen en la unión o descomposición química de las sustancias se discutió mucho antes de que existiera una química científica. Los propios filósofos griegos hablaban del "amor y el odio" de los átomos como las causas de los cambios de la materia; y nuestro conocimiento de la naturaleza de las fuerzas químicas no había avanzado mucho hasta hace muy poco. Conservamos puntos de vista antropomórficos como los antiguos, cambiando sólo los nombres, y buscando la causa de los cambios químicos en la afinidad cambiante de los átomos."
Hasta aquí llega el físico y descubridor Nernst. En cuanto a la ciencia de lo orgánico, el investigador de los organismos, Oskar Hertwig, en su extenso libro "Das Werden der Organismen" esboza el siguiente cuadro: "Laplace imaginó una mente capaz de analizar todo el proceso del mundo en los movimientos de masas que se atraen y repelen mutuamente, de expresar este análisis en una estupenda fórmula matemática y de calcular el pasado y el futuro del proceso del mundo. De la misma manera, imaginemos un espíritu cuyo poder de visión sobrepasa tanto el de nosotros, los hombres ordinarios, que podría percibir las unidades más pequeñas de la sustancia, los átomos o los elementos, y podría seguir sus movimientos. Dotado de tal poder divino de visión, sería capaz de ver realmente la formación de toda clase de moléculas a partir de los átomos agrupados de diversas maneras, tal como el químico trata de exponerlos simbólicamente en sus fórmulas estructurales, aunque viendo el proceso, tal vez, como algo diferente de lo que el químico supone. Para un espíritu con tal poder de visión, la química se habría convertido en realidad en una ciencia morfológica; sus ojos, por así decirlo, analizan o diseccionan las moléculas en sus elementos últimos y obtienen una visión directa de la morfología atómica de las sustancias. Un morfólogo así ha alcanzado realmente la meta de la escuela mecanicista. Para él, la célula ya no es el organismo vivo elemental dotado de estructura, sino que se ha convertido en un maravilloso microcosmos de innumerables moléculas. Del mismo modo que en el espacio cósmico los cuerpos celestes, unidos en sistemas solares, se mueven en órbitas bien definidas, vería las moléculas del microcosmos de la célula unidas, según sus afinidades, en grupos más pequeños o más grandes; percibiría, finalmente, cómo agrupaciones aún más extensas dan lugar a las formas de sustancia perceptibles a la visión humana ordinaria, que llamamos hilos protoplásmicos, gránulos, centrosomas, trofoplastos, cromosomas, fibras fusiformes, nucléolos. Aunque esta imagen de una morfología futura, que incluiría también la química contemporánea -convirtiéndose así en una ciencia de la sustancia que lo abarque todo-, no es más que una vana fantasía, en cualquier caso el objetivo último del conocimiento nunca se alcanzaría por esta vía. Porque, según las teorías físicas, incluso el átomo tendría que ser concebido a su vez como un mundo de corpúsculos alfa. Y también la química que pretendiera sustituir, mediante el conocimiento químico, lo que hemos aprendido de la organización del mundo de los cuerpos vivos, se encontraría en la misma situación. "
Así,
tanto para lo inorgánico como para lo orgánico, distinguidos
expertos de la ciencia moderna han señalado a su vez los estrechos
límites de nuestra investigación actual de la Naturaleza. Cuando
Hertwig dice que un morfólogo que, por medio de una visión que se
supone suya, ve a través del juego de fuerzas en el mundo ha
"alcanzado la meta de la escuela mecanicista", podría
replicarle -y estaría de acuerdo-: Pero tal morfólogo ya no
pertenecería a la escuela mecanicista, porque en la acción de las
fuerzas formativas en el mundo de la sustancia experimentaría los
impulsos de las entidades espirituales, y porque el mundo se le
presentaría, no como un aparato mecánico de la sustancia, sino como
un organismo vivo, guiado continuamente por lo espiritual, y
esforzándose a través de todos sus fenómenos de movimiento hacia
la meta.
Del mismo modo que un hombre -incluso el cuerpo humano
meramente físico- no puede entenderse estudiando un cadáver,
tampoco puede entenderse ningún fenómeno de movimiento
perteneciente al mundo fenoménico al margen de las entidades
espirituales que lo impulsan. Y, así como el mundo de los fenómenos
-esto ha sido demostrado por las investigaciones más recientes, no
sólo en el reino de los vivos, sino también en otros lugares-
puede, o bien no ser comprendido en absoluto, por medio del método
cuantitativo-mecánico, o bien ser comprendido sólo en una pequeña
sección, arbitrariamente seleccionada y de ninguna manera la más
esencial, así también, cuando entremos en el mundo de las fuerzas,
de lo etérico, no sólo no podremos comprender nada por medio del
método cuantitativo-mecánico abstraído del mundo fenomenal, sino
que haremos que la confusión en nuestras concepciones de estas
entidades sea aún mayor.
También el éter de la teoría general
de la relatividad, que, como dice Einstein, es un "medio vacío
de todas las cualidades mecánicas y cinemáticas, pero que ayuda a
determinar los acontecimientos mecánicos (y electromagnéticos),"
y que "no puede ser considerado como dotado de la cualidad
característica de los medios ponderables, como constituido por
partes que pueden ser rastreadas a través del tiempo" a las que
"no se puede aplicar la idea de movimiento", y que, sin
embargo, debe tener la capacidad de determinar las "posibilidades
configurativas de los cuerpos sólidos así como el campo
gravitatorio", etc. - Este éter tiene, sin duda, la ventaja de
estar despojado de muchos atributos falsos del éter mecanicista, y
sin embargo no da una imagen completa de la realidad.
El éter -o,
más correctamente, las fuerzas primarias etéricas, las fuerzas
formativas-, tal como están en la base de lo que sigue, y tal como
se corresponden con la realidad, no pertenecen, como tales,
inmediatamente al mundo de los fenómenos, y son, por tanto, como
todas las fuerzas, imperceptibles para los sentidos físicos;
pertenecen a un conjunto suprasensible de hechos. Pero, entonces,
como tales, sólo deben ser comprendidas cuando tenemos en cuenta
conscientemente -en nuestra investigación sobre ellas- que algo
real, los seres mismos de las cosas, viene con estas fuerzas a
expresarse vivamente en el mundo fenomenal. El éter -o las fuerzas
primarias etéricas, pues hay varias, como se verá en las páginas
siguientes- no deben, pues, entenderse ni de forma meramente mecánica
-como Lenard y otros- ni simplemente por la negación de todas las
características mecánicas, como Einstein.
Pero cuando, como principios activos suprasensibles, se expresan en el mundo fenoménico, provocan, en este mundo perceptible por los sentidos, fenómenos de movimiento, etc., que pueden, entonces, sólo parcialmente y hasta cierto punto, ser considerados mecánicamente. Sin embargo, las fuerzas formativas etéricas están, en sí mismas, inseparablemente ligadas a las características espirituales y, por lo tanto, cualitativas; en efecto, en última instancia, a lo que es individualmente espiritual. Es decir, debemos atribuirles no sólo características como la velocidad, la masa, la longitud, el volumen, etc., que son medibles y calculables, sino también características cuyas leyes, en último término, pueden agotarse mediante estimaciones numéricas como las características de un hombre vivo pueden agotarse mediante una tabla de constantes y una suma de fórmulas matemáticas. Por lo tanto, sólo podremos formarnos una idea de ellas cuando las observemos e investiguemos como tales entidades.
traducido por J.Luelmo dic.2021