La Navidad como celebración del nacimiento de un nuevo impulso Crístico.
RUDOLF STEINER
La festividad de la Noche Buena, -Weihenacht-, ha sido durante siglos una gran fiesta de conmemoración en toda la cristiandad. Y cuando pensamos en ello como tal, debemos ser conscientes de todo lo que esta fiesta lleva asociado con en los sentimientos y corazones de los hombres. Hay que recordar que la festividad del 25 de diciembre no se convirtió en una institución en el cristianismo hasta el siglo IV d.C. Fue en el siglo IV, por primera vez en el año 354, en Roma, cuando la fiesta del nacimiento de Jesús fue presentada al mundo cristiano como una gran y memorable contribución a los tiempos. Fue a partir de los instintos más profundos de la evolución cristiana, en el siglo IV de nuestra era, cuando se hizo tal contribución a los tiempos.
Los pueblos del norte se dirigían en tropel hacia el sur de Europa. Muchas costumbres paganas seguían estando muy extendidas en las regiones meridionales de Europa, en las provincias romanas y en Grecia; Las costumbres paganas también estaban muy extendidas en el norte de África, en Asia Menor, en resumen, dondequiera que el pensar y el sentir cristianos comenzaban a difundirse gradualmente. Pero, por su propia naturaleza, el cristianismo no pretendía ser una enseñanza sectaria, destinada a tal o cual círculo de seres humanos. A pesar de que muchos factores, tanto internos como externos, han mitigado su propósito original, el cristianismo estaba, como cosa natural, destinado a nutrir las almas y los corazones de todos los hombres sobre la tierra.
En la conciencia religiosa de la antigüedad, los Poderes Divinos estaban asociados con las estrellas, y el Poder más poderoso de todos con el sol. Esta conciencia estaba todavía viva en los pueblos paganos, tanto del norte como del sur de Europa, y dentro de esta mente pagana vivía el pensamiento de que durante el periodo en que la tierra tiene sus días más oscuros, en el solsticio de invierno, es también el tiempo en que el poder victorioso del sol, obrando en toda la fertilidad terrenal, comienza a desarrollarse de nuevo.
La sensación de que en esta estación la tierra descansa en su propio ser, aislada de los Poderes Divinos del cosmos y viviendo en soledad dentro del universo, era reemplazada en el período del solsticio de invierno, por el sentimiento de esperanza de que nuevamente los rayos de luz y amor del reino del sol vienen a despertar la tierra a la fecundidad. Y la comprensión de la naturaleza del propio ser anímico del hombre estaba íntimamente asociada con este otro sentimiento.
En la vida de las antiguas religiones paganas, el hombre se sentía interiormente parte de la tierra, un miembro de la tierra. Era como si la vida misma de la tierra tuviera continuidad en su propio cuerpo. Y así, en los días de verano, cuando la tierra recibe las fuerzas más fuertes de calor y luz de la esfera celeste del sol, el hombre sentía que su propio ser también estaba entregado a ese mundo desde donde los rayos radiantes y cálidos del sol brillan sobre la tierra. Durante el solsticio de verano, sentía como si todo su ser estuviera entregado a los amplios espacios cósmicos. En el período del solsticio de invierno, el hombre se sentía en íntima conexión con la tierra y con todas las fuerzas preservadas en la tierra del calor y el resplandor del verano. Junto con la tierra, se sentía viviendo en soledad dentro del cosmos. Y el regreso de las fuerzas del cosmos Divino-Espiritual a la tierra en este período del solsticio de invierno era una experiencia profunda y real en él.
Así que el hombre había incorporado a la idea de esta fiesta lo que en sus sentimientos, en toda su alma y vida espiritual, le había unido más íntimamente a la universalidad del cosmos. Y puesto que con esta fiesta del solsticio de invierno el cristianismo se encontró con algo muy preciado, no podía ser de otro modo que el cristianismo mismo diera su elemento más preciado en esta fiesta del solsticio de invierno a los pueblos que se «encontraron» con él. Esta cosa más querida era, después de todo, en el sentido del cambio que había tenido lugar entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, esta cosa más importante para el cristianismo se había convertido en el recuerdo del nacimiento de Jesús.
¿Qué significaba para el creyente del Antiguo Testamento cuando expresaba todo el misterio de la vida humana y su conexión con la muerte humana diciendo: Cuando el alma atraviesa la puerta de la muerte, emprende el camino por el que se reunirá con los padres. - El anhelo de ir a los padres era un sentimiento muy querido según los puntos de vista del Antiguo Testamento. Y en el transcurso de los cuatro primeros siglos del cristianismo, esta mirada hacia la comunión con los padres se transformó en mirada hacia el nacimiento de la entidad que mantiene unida a la cristiandad. El sentimiento del Antiguo Testamento se transformó en una mirada hacia Nazaret o Belén, hacia el nacimiento del niño Jesús.
Así, en cierto sentido, el cristianismo, al establecer la Navidad en el siglo IV d.C., había rendido tributo a la unión de los hombres en la tierra, y había conectado un sentimiento muy precioso con la Navidad. Y si miramos más allá de cómo se celebra esta Navidad a través de los siglos, vemos en todas partes , a medida que se acerca esta fiesta, cómo se combina una verdadera penetración de las almas humanas dentro de la cristiandad con una devoción amorosa al Niño Jesús. En esta devoción amorosa vemos algo muy especial revelado en el curso de los siglos cristianos que siguieron al IV d.C. Realmente tenemos que mirar con profunda comprensión esta fijación de la Navidad el 25 de diciembre, alrededor del solsticio de invierno. Todavía en el año 353, incluso en Roma, la Navidad no se celebraba el 25 de diciembre ni tampoco como cumpleaños de Jesús de Nazaret o Belén, sino que era costumbre celebrar la fiesta del 6 de enero. Esta fiesta debía ser la fiesta de conmemoración del bautismo de Juan en el Jordán, la fiesta en memoria de Cristo. Y el recuerdo estaba asociado a la idea de que a través del bautismo de Juan en el Jordán, desde mundos extraterrenales, desde mundos celestiales, el ser extraterreno de Cristo se había unido con el ser humano de Jesús de Nazaret.
No es que se celebrase este nacimiento ordinario, sino este descenso del ser Crístico para la nueva fecundación de la existencia terrenal. En este día de la aparición de Cristo, la gente quería tomar conciencia del misterio de que un ser celestial se había unido a la tierra, de que la humanidad había recibido un nuevo impulso para su desarrollo a través de este impacto celestial. Este misterio del descenso de un ser celestial sobrenatural a la existencia terrenal, todavía se comprendía en el momento en que tuvo lugar el Misterio del Gólgota y durante algún tiempo después. En aquella época aún quedaban restos de la antigua sabiduría primigenia que se habían elevado al nivel de comprensión de un hecho que sólo podía reconocerse en lo suprasensible. El antiguo conocimiento instintivo, la sabiduría primigenia que la humanidad había recibido como regalo de los dioses cuando surgió en la tierra, esta sabiduría primigenia se fue perdiendo poco a poco para la humanidad. A lo largo de los siglos fue disminuyendo. Pero para el tiempo del Misterio del Gólgota quedaba lo suficiente de ella para darse
Así se comprendía el misterio del Gólgota en los primeros siglos, con sabiduría. Esta sabiduría se había evaporado casi por completo en el siglo IV de nuestra era. La gente tenía que tener en cuenta otras cosas, lo que los paganos les decían por todas partes, y ya no podían comprender el profundo misterio de la unión del Cristo con el hombre Jesús. Hasta cierto punto, el misterio mismo del Gólgota ya no era comprensible para el alma humana. Y así permaneció durante los siglos siguientes. La sabiduría primigenia se perdió para la humanidad. Tuvo que perderse porque el hombre nunca habría podido alcanzar su libertad, su autoconfianza, a partir de esta sabiduría primigenia. Hasta cierto punto, el hombre tuvo que entrar en las tinieblas durante un tiempo para conseguir, a partir de aquella oscuridad, su propia autoconfianza. Pero el instinto cristiano sustituyó aquella sabiduría con la que se había acogido el Misterio del Gólgota dentro del mundo cristiano, sabiduría con la que se hablaba, en cierto modo, del Misterio del Gólgota hasta que más tarde ya no se comprendió, el instinto cristiano sustituyó aquella sabiduría por otra cosa.
El cristianismo actual apenas comprende aquellas profundas discusiones que tuvieron lugar en los primeros siglos cristianos entre los sabios padres del cristianismo: el modo en que las dos naturalezas, la divina y la humana, estaban unidas en la personalidad de Jesús de Nazaret. Esto era algo que, en los primeros siglos cristianos, hablaba de una sabiduría viva, que luego se convertiría en vacías abstracciones. Y de aquel santo fervor con el que se pretendía comprender cómo se unían lo divino y lo humano en el Misterio del Gólgota, de ese santo fervor poco ha quedado en el cristianismo de Occidente. Pero el impulso cristiano es poderoso, el impulso cristiano es inmenso. Y así fue como el amor ocupó el lugar de la sabiduría con la que se acogió el Misterio del Gólgota cuando brilló sobre la tierra. Y es maravillosa la abundancia de amor que se ha ido acumulando a lo largo de los siglos de desarrollo cristiano en relación con el niño Jesús acostado en el pesebre. Es maravilloso cómo este amor sigue surtiendo efecto en las representaciones navideñas, que nos llegan de forma tan maravillosa desde los primeros siglos cristianos.
Quien deje que todo esto afecte a su alma se dará cuenta de hasta qué punto la Navidad era una fiesta del recuerdo. Quien permita que todo esto cale en su alma se dará cuenta de que así como el pueblo del Antiguo Testamento quería reunirse en la sabiduría con los padres, así el pueblo de los primeros siglos cristianos quería reunirse en la vida terrenal con la devoción de lo mejor de sí, con la devoción de su amor al niño inocente en torno al pesebre para la Noche Buena. Pero, ¿Quién podría negar que este amor, que ha brotado de tantos corazones hasta el origen del cristianismo, se ha convertido poco a poco más o menos en una costumbre hasta nuestros días? ¡Quién negaría que vivimos en una época en la que la Navidad ya no tiene la vitalidad de antaño! Incluso en los tiempos más recientes, ha surgido algo importante del amor que se dedicaba a la Navidad. El pueblo del Antiguo Testamento quería volver a sus orígenes diciendo que quería reunirse con sus padres. El cristiano quiere mirar hacia el ser humano original mirando hacia la fiesta del nacimiento de Jesús. Desde este instinto cristiano, la fiesta de Navidad se asoció con el origen de la humanidad en la tierra, y el 24 de diciembre se permitió que el Día de Adán y Eva precediera al cumpleaños real de Jesús. Y finalmente, por un instinto profundo, el árbol del paraíso se asoció a la Navidad como símbolo.
Miramos primero hacia el establo de Belén, hacia el niño, entre los animales, delante de la madre bendita. Miramos hacia este signo celestial del origen de la humanidad. Y la humanidad se vio obligada por sus propios sentimientos a mirar hacia el origen terrenal del hombre, el árbol del paraíso, y relacionó el pesebre con el árbol del paraíso. Así como la leyenda sagrada ya conectó el origen del hombre en la tierra con el Misterio del Gólgota, esa leyenda que dice que la madera del Árbol del Paraíso se transmitió de forma maravillosa de generación en generación hasta la época del Misterio del Gólgota, y que la cruz en el calvario del Gólgota, en la que colgó Cristo Jesús, estaba hecha de la misma madera que el Árbol del Paraíso. Así vemos cómo la leyenda combina el origen celestial del hombre con el origen terrenal del hombre.
Pero todo esto ha vuelto a desdibujar, en otro sentido, el sentimiento cristiano básico real. ¿Y quién puede negar la constatación de que vemos poco sentimiento en la humanidad contemporánea de cómo, por un lado, la Divinidad es adorada como algo paternal, pero cómo, por otro lado, la Divinidad puede ser considerada como el principio del Hijo? La percepción separada del Dios Padre y del Dios Hijo se ha perdido más o menos para la humanidad, se ha perdido hasta la teología moderna ilustrada. Y debido a que esta percepción separada se ha perdido, vemos entre teólogos respetados de los últimos tiempos la opinión de que el Hijo no pertenece realmente a los Evangelios en absoluto, sino sólo el Padre, y que Jesús de Nazaret era sólo el gran maestro, el heraldo de Dios Padre. El hombre de hoy habla de Cristo, y todavía tiene algunas reminiscencias de todo lo relacionado con la historia sagrada de Cristo; pero ya no
Cuando el Misterio del Gólgota irrumpió en la evolución terrenal, este sentimiento era verdaderamente vívido. Allá en Asia, en un lugar que entonces interesaba poco a Roma, surgió en Jesús de Nazaret, según la opinión de los primeros cristianos, el Cristo, el ser divino que vivificaba a un ser humano de un modo que no había sucedido antes en la tierra y que no volvería a suceder después en la tierra. De modo que este único acontecimiento del Gólgota, esta "yuxtaposición" única de un ser humano con un ser divino, con el Cristo, da sentido por si sólo a todo el desarrollo terrenal, y que hay que imaginar que todo el desarrollo terrenal precedente es la espera de este acontecimiento del Gólgota, todo lo que sigue es el cumplimiento de lo que debe derivarse del Misterio del Gólgota.
Eso tenía lugar allá en Asia. En tanto que en Roma se sentaba César Augusto. La humanidad moderna ya no es consciente de lo que significaba César Augusto en el trono romano: él se sentaba allí como la deidad encarnada. El César romano era él mismo un dios en forma humana. Un Dios diferentemente concebido en el trono romano, un Dios diferentemente concebido allí en el monte calvario del Gólgota - ¡un tremendo contraste! ¿Qué contraste? Observemos a César Augusto, este Dios encarnado en hombre según la opinión de sus súbditos, según el mandamiento del estado romano. Descendió a la tierra como un ser divino. Los poderes divinos se han unido con los poderes del nacimiento, con la sangre, y en la sangre vive, ondea y surge el poder divino que ha descendido a lo terrenal. A grandes rasgos, así es como se imaginaba la morada de lo divino en la tierra en todo el mundo, aunque en diferentes formas. Sólo entre el pueblo judío no era así, ya que percibían que su Dios permanecía en el más allá. Los otros sentían al Dios conectado con las fuerzas de la sangre en todas partes. Sentían al Dios de tal manera que podían expresar esta divinidad con las palabras: Ex deo nascimur. El ser humano, sin embargo, se sentía relacionado, aunque viviera en lo bajo, con aquello que vivía en los pináculos de la humanidad en una personalidad tal como en César Augusto. Pero todo lo que allí se adoraba era un principio paterno-divino, pues vivía en la sangre que se da al hombre al nacer al mundo.
En el Misterio del Gólgota, el ser divino Cristo se une con el hombre Jesús de Nazaret, pero ahora no con la sangre, sino con las mejores fuerzas del alma humana que aspiran a lo más alto. Ahora un Dios se une a un ser humano de tal manera que la humanidad es arrebatada de la esclavitud de los meros poderes materiales terrenales.
El Dios Padre vive en la sangre. El Dios Hijo vive en lo anímico-espiritual del hombre. El Dios Padre introduce al hombre en la vida material: Ex deo nascimur. A su vez, el Dios Hijo conduce al hombre fuera de la vida material. El Dios Padre conduce al hombre de lo suprasensible a lo sensible, el Dios Hijo conduce al hombre de lo sensible a lo suprasensible: In Christo morimur. -Había dos sensaciones fuertemente diferenciadas. La percepción del Dios Hijo se añadía a la percepción del Dios Padre. Sin embargo, a lo largo del desarrollo de la humanidad, esta diferenciación entre Dios Padre y Dios Hijo se perdió por otros motivos. Y estos fundamentos han permanecido ligados a la humanidad, incluido el cristianismo, hasta nuestros días. Si nos fijamos en la sabiduría primordial humana, vemos por todas partes que los hombres, en la medida en que se introducen en lo que ofrece esta sabiduría primordial, están convencidos de que han descendido de las alturas divino-espirituales al mundo físico-sensual. La vida preexistente parecía segura para el hombre. A través del nacimiento o la concepción la gente miraba hacia arriba, hacia los mundos divino-espirituales, de los cuales el alma desciende al entrar en la existencia físico-sensual a través del nacimiento.
En nuestra lengua ya sólo nos queda la palabra «inmortalidad». Para el otro lado de la eternidad hemos perdido una palabra en nuestra lengua. No tenemos la palabra «nonato» en nuestra lengua. Pero si la eternidad es completa, entonces la palabra «no nacido» debe estar ahí al igual que la palabra «inmortalidad». En efecto, lo que puede haber en la palabra nonato es aún más significativo para el hombre que lo que puede haber en la palabra inmortalidad. Tan cierto como es que el hombre pasa a través de la puerta de la muerte a una vida en el mundo espiritual, también es cierto que hoy en día esta vida en el mundo espiritual después de la muerte se proclama a menudo a la gente de una manera extraordinariamente egoísta. La gente vive aquí en la tierra. Anhelan la inmortalidad. No quieren hundirse en la nada después de la muerte. Así que basta con apelar a los instintos egoístas de la gente hablándoles de la inmortalidad.
Escuchen con atención cómo en innumerables discursos desde el púlpito se especula sobre los instintos egoístas de las personas con el fin de presentar la inmortalidad ante el alma humana. Al hablar de inmortalidad, no se puede especular así sobre los impulsos egoístas de las personas. Porque las personas no exigen tan egoístamente haber estado en el mundo espiritual antes de su nacimiento, antes de su concepción, como exigen estar en el mundo espiritual después de la muerte. Ellos están allí, están satisfechos con eso. ¿Por qué habría de importarles de dónde vinieron? Por su egoísmo se preocupan a donde van. Cuando lleguemos de nuevo a una sabiduría no egoísta, la falta de nacimiento será tan importante para el hombre como la inmortalidad lo es para el hombre de hoy.
Pero la conexión entre uno y otro punto de vista se estableció en la antigüedad. Allí se vivía en mundos divino-espirituales, allí se descendía a través del nacimiento, se combinaba lo que se tenía en mundos divino-espirituales en un ambiente puramente espiritual con la sangre humana, y se vivía esto aún más en la sangre humana. Esto se ha convertido en la idea: Ex deo nascimur. El Dios que vive en la sangre, el Dios que el hombre representa aquí en la carne, es el Dios paternal.
El otro polo de la vida, la muerte, exige un impulso distinto de la vida del alma. Debe haber algo en el hombre que no se agote con la muerte. Sólo le corresponde una concepción de lo divino, a través de la cual lo terrenal-físico pasa a lo suprasensorial- suprafísico. Pero esto está contenido en el Misterio del Gólgota. El principio del Dios Padre fue siempre la transición de lo suprasensible a lo sensible, el principio del Dios Hijo la transición de lo sensible a lo suprasensible: por lo tanto la idea de resurrección está necesariamente conectada con el Misterio del Gólgota. Y el dicho paulino de que Cristo llegó a ser lo que llegó a ser para la humanidad sólo porque es el Resucitado pertenece al cristianismo.
A lo largo de los siglos, los hombres han ido perdiendo cada vez más la comprensión del Resucitado, el Vencedor de la Muerte, y la teología ilustrada de los tiempos más recientes se ha centrado únicamente en el hombre Jesús de Nazaret. Este hombre Jesús de Nazaret no puede ser el segundo al principio del Padre. Podía proclamar al Padre, pero no podía colocarse junto al Padre en el sentido de las discusiones del cristianismo originario. Pero el Dios Padre, que realiza la transición de lo suprasensible a lo sensible, tiene el mismo valor: Ex deo nascimur, y el Dios Hijo, que realiza la transición de lo sensible a lo suprasensible: In Christo morimur. Y por encima de ambos, por encima de nacer y morir, hay un tercer principio que emana de ambos, que a su vez está igualmente conectado con ambos, con el Dios Padre y el Dios Hijo: el Espíritu, el Espíritu Santo. De modo que en el hombre puede reconocerse la transición de lo suprasensible a lo sensible: Ex deo nascimur, el paso de lo sensible a lo suprasensible: In Christo morimur, y la unión de ambos, la unión con aquello en lo que ni el nacimiento ni la muerte tienen ya esencia, la resurrección por el Espíritu: Per spiritum sanctum reviviscimus.
A lo largo de los siglos, la Navidad ha sido una fiesta del recuerdo. Hasta qué punto se ha perdido este recuerdo lo demuestra el hecho de que, sobre todo para la teología ilustrada, todo lo que queda de Cristo Jesús es Jesús de Nazaret. Pero esto también nos indica hoy que la Navidad debe transformarse de una mera fiesta del recuerdo en una fiesta de invitación a un nuevo ser. Un nuevo ser debe nacer. El cristianismo necesita renovarse, porque al perder su plena comprensión del Cristo en Jesús de Nazaret, ha perdido realmente su sentido. Pero este sentido debe encontrarse de nuevo. La humanidad debe reconocer de nuevo que el misterio del Gólgota sólo puede ser comprendido a través de la comprensión suprasensible.
Sin embargo, hay otro aspecto de esta incomprensión del misterio del Gólgota. Podemos mirar al pesebre con amor, pero ya no con una comprensión plena y llena de sabiduría de la unión del Cristo con el hombre Jesús de Nazaret. Pero tampoco podemos mirar ya a las alturas del cielo con el mismo sentimiento con el que aún miraban aquellos tiempos en los que se produjo el Misterio del Gólgota. En aquel entonces mirábamos a los mundos de las estrellas, veíamos en las órbitas de las estrellas, en las constelaciones de las estrellas algo así como la expresión fisiognómica del alma divina y del espíritu del cosmos. En el sol veían algo así como el corazón de esta actividad divino-espiritual, cósmica. Entonces se podía ver en el Cristo lo espiritual para esto exteriormente sensual, que se veía en el maravilloso mundo de las estrellas. Para el hombre más nuevo, el mundo de las estrellas, todo lo que se ve fuera en el espacio, se ha convertido más o menos en el resultado de un cálculo, de un mecanismo del mundo. El mundo se ha vaciado de dioses, vacío de Dios. El Cristo no podría ciertamente descender de este mundo sin Dios, que hoy analizamos a través de nuestra astronomía y astrofísica. Pero para la sabiduría humana primigenia este mundo era otra cosa. Este mundo era el cuerpo del espíritu del mundo divino y del alma del mundo divino. Y desde este cosmos espiritualizado el Cristo pudo descender a la tierra y unirse con un ser humano en Jesús de Nazaret.
Esto se expresa de manera profunda en el desarrollo de la propia humanidad. A lo largo de toda la antigüedad, antes del Misterio del Gólgota, ha habido misterios por toda la tierra, lugares santos que eran también las escuelas más elevadas, escuelas en las que se cultivaba al mismo tiempo la vida religiosa. En estos misterios se hacía referencia en todas partes a lo que estaba por venir. En todas partes se mostraba que el hombre lleva en sí mismo un poder victorioso sobre la muerte. Esta victoria sobre la muerte era vivida en poderosas experiencias por los iniciados en los Misterios. Quien quería convertirse en iniciado debía desarrollar en sí mismo esa experiencia profunda que le enseñaba la convicción que había experimentado: Sí, has despertado en ti aquello que es victorioso sobre la muerte. Los iniciados en los Misterios experimentaban en imágenes lo que en realidad sólo iba a tener lugar en el futuro, ante todo el plan de la historia del mundo. Por todas partes entre los pueblos se proclamaba el secreto sagrado en los Misterios: el hombre puede vencer a la muerte. Pero al mismo tiempo se señalaba que todo lo que sólo podía representarse en imágenes en los Misterios, un día se presentaría ante la historia del mundo como un acontecimiento único. El Misterio del Gólgota también fue profetizado de antemano a través de los misterios paganos de la antigüedad. Era el cumplimiento de lo que se había profetizado de antemano en los lugares santos de todas partes.
Cuando la persona que iba a ser iniciada había pasado primero por los preparativos en los Misterios y luego por aquellos ejercicios más difíciles a través de los cuales se llegaba a la iniciación en los tiempos antiguos, cuando había desprendido su alma del cuerpo de tal modo que esta alma en su
A lo largo del desarrollo histórico, el hombre ha conservado sentimientos instintivos de lo más sagrado y lo más elevado. Algunos se han debilitado en el transcurso del tiempo, pero para aquellos que quieren ser imparciales, el antiguo significado sigue siendo perceptible. Y así leemos hoy del hecho de que en la noche santa a partir del 24. Y así, del hecho de que en la noche de consagración del 24 al 25 de diciembre a medianoche deba decirse en todas las iglesias cristianas la misa de medianoche, -y la misa no es otra cosa que un cierto resumen de los ritos mistéricos que llevaban a ver el sol a medianoche-, en esta puesta en escena de la misa de medianoche leemos el eco de aquella antigua consagración, que permitía al iniciado ver el sol en el lado opuesto de la tierra a medianoche, que le permitía percibir el universo como espiritual, y al mismo tiempo, resonando a través del cosmos, oír el verbo cósmico, que hablaba desde las órbitas de las estrellas, desde las constelaciones, el ser cósmico.
La sangre divide a las personas. La sangre une lo que desciende de las alturas del cielo como humanidad a lo material-terrenal. Los hombres, sobre todo en nuestro siglo, han pecado mucho contra el principio cristiano al volverse hacia el principio de la sangre. Pero deben encontrar el camino de vuelta a Cristo Jesús, que no habla a la sangre, que ha derramado su sangre y la ha unido con la tierra, sino que habla al alma y al espíritu y une a todos los hombres y no los separa. Así, en la comprensión de la Palabra del mundo, que se ha logrado con su ayuda, se establecerá en la tierra «la paz entre los hombres».
Por lo tanto, para una nueva comprensión de la Navidad, puede ocurrir de nuevo que a través del conocimiento suprasensible el universo material se transforme en espíritu ante la mirada del alma. El sol puede volver a ser visible a medianoche, es decir, puede ser reconocido en su espiritualidad. De este modo se puede comprender al ser sobrenatural Cristo, el ser solar, que se unió con el hombre Jesús de Nazaret. Y de este modo también se puede alcanzar de nuevo una comprensión para aquello que ha de vivir sobre los pueblos de la tierra en la actitud pacífica que verdaderamente los une: «Los seres divinos se revelan en las alturas, y la paz resuena a través de estas revelaciones desde los corazones de los hombres de buena voluntad.»
Esta es la frase de Navidad, la armonía de la paz en la tierra con la luz divina que brilla en la tierra. No sólo necesitamos el recuerdo del cumpleaños de Jesús. Necesitamos comprender que tiene que venir una nueva Navidad, que tiene que nacer algo, que tiene que producirse un nacimiento desde el presente hacia el futuro próximo, que tiene que nacer un nuevo impulso Crístico, que el Cristo tiene que ser reconocido de nuevo a través de este nuevo impulso Crístico. De nuevo necesitamos comprender que los mundos celestiales divino-espirituales y el mundo terrenal físico-sensual están unidos y que el Misterio del Gólgota es la expresión más significativa de esta unión.
Debemos comprender una vez más por qué, en la medianoche de la noche buena, se nos recuerda, por así decirlo, que debemos pensar en el origen divino-espiritual de la humanidad, por qué en esta época se nos recuerda que debemos pensar en la revelación del cielo como algo relacionado con la paz en la tierra. Sólo podremos hacerlo si hacemos de la noche buena cósmica nuestra convicción, si no nos tranquilizamos a la antigua y habitual manera haciendo regalos en Navidad, porque esto se ha convertido en costumbre después de que se hayan perdido los cálidos sentimientos que inspiraron al cristianismo durante siglos. Pero necesitamos una nueva Nochebuena, una Nochebuena que no sólo conmemore el nacimiento de Jesús de Nazaret, sino que traiga también un nuevo nacimiento: el nacimiento de un nuevo impulso Crístico.
Tenemos que volver a aprender a comprender, desde la plena conciencia, que en el Misterio del Gólgota se expresa lo suprasensible para llegar a la revelación en lo sensorial de la tierra, tenemos que volver a comprender con plena conciencia lo que sonaba en los antiguos misterios. Allí sonaba instintivamente; recibámoslo con plena conciencia. De nuevo queremos aprender a comprender que el hombre puede percibir el sol de medianoche, que el hombre puede sentir la maravillosa armonía de medianoche de las esferas, la revelación del cielo y la paz en la tierra, cuando la noche de la nochebuena se convierte en algo real para él.
En este sentido están escritas las palabras que se han de dedicar a la noche de nochebuena precisamente desde este trasfondo. En ellas se resumen lo que he querido llevar a vuestras almas, a vuestros corazones en esta hora. Pretenden expresar, desde la conciencia de la comprensión antroposófica de Cristo, cómo podemos volver a lo que una vez fue la sabiduría humana primigenia, pero instintiva, lo que todavía estaba tan presente residualmente en el tiempo del Misterio del Gólgota que se podía celebrar la aparición de Cristo.
Pues deseamos recuperar esta comprensión de Cristo como un ser cósmico que se unió a la tierra. El momento propicio para que esto se recupere, para una gran parte de los habitantes de la tierra, es la
A la hora de medianoche
Construir con piedras
En el suelo sin vida
Para encontrar en el declinar
Y en la noche de la muerte
El nuevo comienzo de la creación
La fuerza renovada de la mañana
La palabra eterna de los dioses
Que las profundidades preserven
El remanso de paz
Viviendo en la oscuridad
Que se cree un sol
Tejiendo en la materia
Reconocer la dicha espiritual.
Traducido por J.Luelmo ene,2025