martes, 29 de noviembre de 2022

El cuerpo instrumento del alma - II El corazón, órgano de la cordialidad

 

Índice

Dr. WALTHER  BUHLER

El cuerpo instrumento del alma


II  .-  El corazón, órgano de la cordialidad

LA TEORÍA DE LA BOMBA HIDRÁULICA
Ocupemos ahora del órgano que debe considerarse el centro vital humano: el corazón. en torno a él se han realizado muchas investigaciones, pero hasta hace poco no nos hemos dado cuenta cabal de su importante función y del lugar que ocupa en la circulación sanguínea. En los albores de los tiempos modernos, un inglés descubrió que la sangre no va a la deriva por las arterias, sino que se desplaza en movimiento circular, y esto indujo por primera vez, a pensar en una relación entre este movimiento y el corazón. Ya era sabido de antes que la sangre va del corazón a los pulmones, y que de ahí regresa nuevamente al corazón, a este fenómeno fisiológico aún hoy se le conoce como "pequeña circulación". A ella se añadió la "gran circulación". La sangre se difunde por las arterias hacia todos los órganos, hasta los lugares más recónditos del organismo, y regresa seguidamente por las venas cuya coloración azulada a menudo deja traslucir la piel. La sangre llega pues, desde dos lados al corazón y allí se reúne la que proviene de las venas cavas superior e inferior. Sabemos también que el corazón es un músculo hueco dividido en cavidades secundarias: las dos aurículas y los dos ventrículos, (ver dibujo). Entre aurícula y ventrículo de ambas partes del corazón existe una abertura: En ella encontramos, como en cualquier otra parte donde el ventrículo comunica con un vaso sanguíneo, ya sea arteria pulmonar o las grandes arterias del cuerpo, algo muy peculiar: las válvulas. Su peculiar estructura obliga a la sangre a circular en un único sentido, y con razón se admite que, hasta cierto punto desempeña una función equivalente a la de las bombas donde los líquidos o gases sometidos a presión se desplazan en determinada dirección, (bombas de agua, neumáticos de vehículos, infladores de bicicletas), etc.

Indudablemente las válvulas de la bomba de agua se diferencian grandemente de las cardiacas, pero bajo el mismo principio físico cumplen idéntico objetivo: la sangre circula de la aurícula al ventrículo no pudiendo retroceder, pues en este caso, el caos destruiría el organismo. Ese peligro que existe cuando el ventrículo impide a la sangre viciada a un nuevo impulso, lo conjura la válvula al cerrarse y obligar así a la sangre a seguir en la misma dirección. Hay cuatro válvulas, una entre cada aurícula y su correspondiente ventrículo y las restantes a la salida de cada ventrículo. En el siglo XVII la conciencia humana alcanzó un nivel evolutivo que le permitió comprender cosas de este género, es decir, exactas y mecánicas. Para un griego o un egipcio hubiera resultado todo ello incomprensible, aunque ya físicamente pudieran estudiar el corazón de un animal. Poco a poco fue convirtiéndose en patrimonio común el tipo de conocimiento ya en plena vigencia en la actualidad. Se han ido descubriendo las leyes físicas del corazón, el sistema circulatorio, comprender qué provoca el aumento de la presión sanguínea en el corazón, etcétera. Finalmente se pudo comparar el corazón a una bomba cuya función como cualquier otra bomba es actuar sobre un líquido que provenga del exterior y al comprimirlo hace que fluya en dirección precisa, neutralizando así la ley de la gravedad, a semejanza del agua que sometida a presión, puede elevarse. El gran misterio es éste: en nosotros el líquido sanguíneo fluye en todas las direcciones, por ejemplo, se eleva hacia la cabeza; pero si nos ponemos con la cabeza hacia abajo y los pies para arriba, el curso de la sangre no se alterará: ésta subirá igualmente hacia los pies, a lo sumo se congestionará el rostro debido a un ligero aumento de la sangre que se acumula en la cabeza.
Cuando permanecemos erguidos la sangre, cuando regresa al corazón, sube por las piernas hasta más de un metro de altura, aunque en este caso con propensión a estancarse más fácilmente. Este fenómeno es bien conocido por las personas que padecen varices ya que existe el peligro de que cediendo a la gravedad se formen depósitos. Sabemos que las enfermedades cardíacas se caracterizan por fallas en la circulación. La gravedad hace que aumente la presión. La sangre escapa de los vasos y se produce la hidropesía, el edema. Al depositarse cantidades anormales de líquido en los tejidos, se provocan grandes desórdenes. 
La idea de comparar el corazón a una bomba no es única en su especie, al hígado se le ha comparado a su vez, a un laboratorio químico y también el estómago, donde ciertos ácidos y otras sustancias descomponen los alimentos químicamente mientras las paredes estomacales los trituran. Bajo un contexto materialista, las funciones orgánicas del cuerpo se consideran en última instancia, como efecto de la interacción de leyes físico-químicas y mecánicas. Bajo este punto de vista, al pulmón se le compara con una especie de fuelle y centro de transformación del aire, que en él, experimenta una compresión alternada con dilatación, medibles por el cambio de volumen de la caja torácica; el músculo es un motor provisto de palancas y así todo el organismo humano queda reducido a un conjunto de aparatos ciertamente muy complejos, pero cuyo mecanismo es perfectamente explicable.
Únicamente la cabeza presentaba ciertas dificultades. Como ya hemos dicho anteriormente, se la consideraba como la sede única del alma, en virtud de que ella desempeña innegablemente cierto papel en nuestra vida consciente y en nuestra facultad representativa. Aunque se haya creído saberlo todo acerca del ojo, al compararlo a una máquina fotográfica, bajo este enfoque materialista, quedaban sin explicación los nervios y el cerebro que desempeña indiscutiblemente un papel básico en la vida de las representaciones, se les consideraba el asiento del alma. Sin embargo, a finales del siglo XIX esta idea sucumbió a la teoría mecanicista y progresivamente médicos fisiólogos y psiquiatras opinaban que el cerebro segrega los pensamientos, al igual que el hígado segrega la hiel. La consecuencia de este criterio era que la vida anímica y espiritual, carecía de independencia; pues ellos constituían simplemente el producto de ciertos fenómenos químicos que tenían lugar en el cerebro y cuya existencia era, por lo tanto igual de efímera que ellos. Parecía inminente el hallazgo de una fórmula química que explicase, a partir de agrupamientos moleculares, el origen de ideas tales como " Libertad", "divinidad" o "inmortalidad" en una determinada circunvolución cerebral; el hombre se convirtió enteramente en un maravilloso laboratorio de química y en una máquina. En la primera mitad del siglo XVIII el francés La Mettrie ya había escrito un libro intitulado el hombre máquina.
He aquí que el estudio del corazón nos conduce al punto crucial donde se enfrentan dos concepciones esencialmente distintas y diametralmente opuestas acerca del ser humano. ¿Debemos considerarle como una máquina o más específicamente como una bomba?. No es fácil la respuesta, pues es evidente que existe el derecho de evocar las nociones de bomba, válvula y las leyes que rigen la presión de los líquidos y su circulación, y sin embargo, tanto el sentimiento espontáneo como la sana razón se resisten a concebir el órgano central de la vida, como un simple mecanismo.
El cuerpo humano desde la cabeza hasta los pies es, en su triple constitución, la expresión de la vida anímica que se manifiesta a través de tres funciones esenciales: la de las representaciones o el pensar, la del sentir y la de la voluntad.
La cabeza con sus órganos sensorios, sus nervios y su cerebro permite formar imágenes que uno lleva a su conciencia y qué se pueden recordar, asociar o volver a pensar. Los órganos sensoriales y el cerebro desempeña, entonces únicamente la función de espejos.
Cuando queremos objetivar una imagen mediante un acto, o sea mediante la voluntad, necesitamos nuestras extremidades. Es en ellas donde se despliegan la voluntad y las energías volitivas y donde aparte de los huesos de los tendones y de las articulaciones, encontramos como lo más importante, el músculo, órgano ejecutor indispensable de la voluntad humana. Recordemos asimismo que en el metabolismo, en el estómago y en el intestino, donde también hay músculos, intervienen procesos voluntarios, aunque al margen de la conciencia. En efecto nuestro metabolismo elabora, inconscientemente las sustancias, análogamente a cómo la función de nuestras manos, las elaboran conscientemente en el mundo exterior.
Finalmente cuando buscamos qué funciones u órganos sirven de base o vehículo al sentir, es decir, a nuestras vivencias de alegría y enfado, simpatía y antipatía, encontramos a "medio camino" entre la cabeza y el sistema motor, las funciones rítmicas que se manifiestan principalmente, en la respiración, la circulación sanguínea y el latido del corazón. Dichas funciones rítmicas, repetición dinámica de contracciones y dilataciones, movimientos de vaivén, constituyen la base para aquello que en el alma humana oscila entre el placer y el dolor, la simpatía y la antipatía, el amor y el odio, o cualquiera que sea el nombre que se les dé.
He considerado oportuno volver sobre esta imagen del ser humano en su triple organización anatómica y fisiológica, pues solo partiendo de semejante fondo, esto es, dotados de una visión global del organismo humano, podemos arriesgarnos a hacer un intento de comprender una de sus partes: el corazón. Goethe decía muy bien que en todo organismo la parte siempre contiene el todo y que para comprender el estudio de la parte, hemos de apoyarnos en la idea de ese todo. Goethe destacaba esto a propósito de los entes vegetales que dan nacimiento a toda una planta partiendo de un pequeño fragmento foliáceo. Esto nos permite formular el ideal para el presente estudio: así como el hombre global genera el corazón, nuestra observación certera del corazón habrá de conducirnos a "generar" al hombre global, y viceversa. Intentémoslo.

EL CORAZÓN COMO ÓRGANO SENSORIO
Sabemos que el corazón es un músculo constituido casi totalmente de carne y como cualquier otro se contrae o dilata se endurece o afloja, facultad motriz que advertimos en el pulso. ¿Qué significado tiene este hecho? Allá donde un órgano despliega actividad o sea, donde la materia dentro del cuerpo, modifica o transforma, se alla en juego la actividad volitiva. Hemos mostrado ya que la actividad volitiva persiste, por ejemplo, incluso después de haber sido tragado un bocado de alimento. Todos tenemos la sensación de ejercitar nuestra voluntad cuando, digamos, masticamos o mordemos una nuez, pero después de tragarla termina la intervención de la voluntad consciente; todo "pasa por si solo". En realidad no hay nada en el mundo que pase "por si solo". El propio esófago tiene que hacer un esfuerzo para conducir el bolo alimenticio hacia el estómago. Esto implica que no desciende por mera fuerza de gravedad, pues incluso poniéndonos de cabeza, la actividad muscular del esófago empujaría el alimento hacia el estómago. De la misma manera realizan su trabajo activo el estómago y los otros órganos, ya que el alma inmersa en ellos despliega voluntariamente una actividad, aunque esté al margen de la conciencia. He ahí el punto que requiere una correcta comprensión, existen actividades anímicas inconscientes. Cuando el alma actúa sobre la vida orgánica no se manifiesta como vida anímica consciente. Este concepto del inconsciente desempeña un papel muy importante en la psicología moderna.
Ahora bien, con el corazón sucede lo mismo que con los demás órganos: efectúa un trabajo sin que nosotros le apliquemos nuestra voluntad consciente. De manera que el corazón posee una voluntad llena de dinamismo que lo impulsa a mantenerse activo, diligente, como músculo, pertenece al sistema de fuerzas volitivas que se expresan a través del sistema metabólico-motor.
Sin estudiar en detalle la estructura muscular del corazón, diremos no obstante, que lo de esencial de la actividad voluntaria se localiza en los dos ventrículos, más activo el izquierdo que es donde el músculo cardiaco alcanza su mayor grosor. Los ventrículos tienen igual capacidad que las aurículas, pues a todos ellos les entra igual cantidad de sangre, pero los primeros son de musculatura más gruesa y vigorosa. Hay pues una parte del corazón donde el músculo y su actividad adquieren singular importancia, donde el corazón es especialmente órgano de la voluntad.
Asimismo el corazón participa en todo lo que hace la cabeza. Ésta tiene la función de observar el mundo, y al propio ser humano; observa el mundo por medio de sus órganos sensoriales de los cuales nos ocuparemos más adelante. Sus percepciones se transmiten al alma mediante un guía, es decir, el nervio que partiendo desde cada órgano sensorio llega al cerebro donde todos juntos constituyen una verdadera central nerviosa, origen de la conciencia.
Así pues, nuestra cabeza toma conciencia de lo que pasa en el mundo, en el propio cuerpo y en nuestra alma al proporcionarnos sus imágenes, cumple con su tarea específica.
El corazón también posee esta facultad de formar imágenes, tal como lo demuestra la presencia de un sistema nervioso que podríamos considerar "peculiar". Ahí se porta como si fuera la cabeza, sacrificando parte de su tejido muscular para transformarlo en nervio. En esa área los tejidos del corazón se coagulan o anquilosan de modo parecido a como lo hace el órgano cefálico. Significativamente la formación de este sistema nervioso "peculiar" parte del la aurícula derecha, o sea, de la cavidad cardíaca, lugar por donde la sangre que regresa del cuerpo penetra en primer lugar. ¿Cómo podemos interpretar esto?. Sencillamente que el corazón quiere formarse la imagen de esa sangre, percibirla antes de admitirla, y para ello ha de dotarse de algo semejante a una pequeña parte de cerebro. Existen varios de estos centros nerviosos en el corazón; uno de estos "nódulos cervicales" se denomina de Aschoff-Tawara, en homenaje a los célebres patólogos que lo descubrieron. 
A estos filamentos nerviosos se les unen otros nervios procedentes del resto del organismo, éstos recorren el corazón en todos sentidos. Ahora bien, dondequiera que haya nervios existen también terminaciones nerviosas, dotadas de sensibilidad, sienten, palpan, saborean, etcétera. (Aquí partimos del principio fundamental establecido por el doctor Rudolf Steiner, según el cual los nervios, erróneamente denominados motores, están dotados de sensibilidad y sirven para la percepción interna del intercambio de sustancias, que es el fundamento de la voluntad).
Por consiguiente, hemos de representarnos el corazón no sólo como órgano activo, en incesante movimiento, sino además capaz de registrar todo lo que acontece. El corazón es un órgano provisto de una delicada facultad de percepción para todo lo concerniente a su función, bajo este aspecto es un órgano sensorial. Cuando tomamos un puñado de arena, lo palpamos y dejamos que se escurra, percibimos su peso, sequedad, grosor, temperatura, etcétera. De igual modo, el corazón al recibir la sangre, la percibe, aprecia su cualidad interna, de la cual depende su velocidad. Este reconocimiento reviste enorme importancia para el corazón, pues la sangre ha pasado por los más recónditos recovecos del cuerpo, de la cabeza, de las extremidades, de los riñones, del hígado, etcétera., y por su aspecto, constitución y estado, el corazón se informa del estado anormal o normal de esos órganos y de inmediato procede en consecuencia; sin apelar a termómetro alguno, percibe que la sangre que le llega de la mitad inferior del cuerpo, a través de la vena cava inferior del hígado, es más caliente que la procedente de la cabeza. Ésta es más tibia. Al medir esas diferencias de temperatura se obtiene información que hasta entonces, sólo el corazón poseía. 
Mostramos esto con otro ejemplo; al subir una escalera, respiramos más profundamente y se acelera el ritmo cardiaco. ¿Por qué? He ahí la causa: los músculos de las piernas sometidos a mayor esfuerzo, necesitan más oxígeno, para suministrarlo la sangre debe circular con mayor rapidez, de lo cual se encargan el corazón y los pulmones en la forma anteriormente citada. El corazón se dice: "si no envío. más oxígeno a las piernas éstas sufrirán de asfixia; necesito pues, recabar la ayuda de los pulmones, acelerando mi ritmo". Acto seguido, estimula ambas funciones, conjurando así todo el peligro, de no hacerlo así las piernas dolerían insoportablemente al efectuar la acción de subir. Hay enfermedades que producen el estrechamiento de los vasos sanguíneos y el enfermo durante una marcha debe detenerse para que se regularice el aporte de oxígeno a través del flujo sanguíneo, y así evitar el dolor. Este cuadro patológico que se debe a una alteración del sistema vascular en las piernas, se conoce con el nombre de "cojera intermitente".
El hecho de que se aceleren los latidos del corazón cuando se hace algún ejercicio físico, muestra que el corazón ha estado vigilante y que se ajusta a cualquier nueva modalidad de intervención que el alma requiera en el funcionamiento del cuerpo. Por el contrario, si permanecemos sentados en el escritorio el corazón se mantiene calmado, porque la actividad voluntaria se reduce a ligeros movimientos como los de sostener el lápiz o sobre el papel, el corazón es pues un órgano que percibe la circulación de la sangre. (nota del traductor: Con gran facilidad sucumbimos a la tentación de creer que los fenómenos fisiológicos descritos se efectúan automáticamente, "como por sí solos", cuando en realidad el corazón percibe por medio de la sangre, el estado de los órganos o extremidades corporales y obra en consecuencia mediante la voluntad. La aceleración de un ritmo al realizar algún ejercicio físico y la restauración del ritmo normal cuando cesa, demuestra a cualquier observador que lo mire con imparcialidad, su condición de alerta e incansable vigía, siempre presta a asegurar la correcta vinculación, cuerpo-alma.)

LAS CUATRO PAUSAS DE LA CIRCULACIÓN
La lentitud del movimiento de un objeto facilita su buena observación. Basta recordar cuán difícil es leer la matrícula de un auto lanzado a gran velocidad, saber cuántos son sus pasajeros, si el conductor fuma, etcétera, en cambio, no ofrece ninguna dificultad si está inmóvil, este hecho está relacionado con un misterio.
Conviene recordar que hemos descrito los órganos sensoriales y el cerebro como espejos, o sea, como verdaderos aparatos que reflejan el mundo y nos reflejan a nosotros mismos, pero un espejo cumple su función, tanto mejor, cuanto más lisa e inmóvil es su superficie. Poco podríamos esperar de la superficie encrespada de un lago, por esa razón les dije, que comprenderíamos la relación del alma con el cerebro, si nos representáramos a un nadador fuera del agua, y erguido en la orilla se observase reflejado en ella.  La quietud, es la "conditio sine quanon" del sistema neuro-sensorial, el estado indispensable para que se convierta en espejo y así posibilitar la aparición de la conciencia.
Hemos visto que el cerebro rechaza los fenómenos vitales; los rechaza porque la actividad regenerativa y con mayor razón la reproductiva, son lo más ajeno a su naturaleza intrínseca. Sus circunvoluciones son inmóviles, y el movimiento orgánico-vital, es reemplazado por una inercia absoluta dentro del área cefálica pura. Sin embargo, en otro ámbito completamente diferente del ser humano, que ya se ha visto, despliega suma actividad y el corazón la imita cuando mediante la sangre crea una imagen de lo que ocurre en el conjunto del cuerpo, como por ejemplo, la sensación de frío.
Para poder concentrar su atención y erigirse en observador a pesar de su permanente movilidad, el corazón necesita un elemento estático capaz de detener la corriente sanguínea, normalmente la sangre no debe de tenerse en ninguna parte fuera del corazón, he aquí porque se le ha provisto de algo, esencialmente opuesto a la incesante movilidad muscular, las válvulas, verdaderas barreras que frenan el impetuoso avance del torrente sanguíneo. La sangre procedente de la parte superior e inferior del cuerpo, al llegar a la aurícula derecha, nota con sorpresa, que se le intercepta el curso, es por un brevísimo, pero decisivo instante que por primera vez queda detenida. 
Este fenómeno es comparable a la entrada de alguien a un país extranjero, control aduanero, disminución de la velocidad, parada, todo lo cual inevitablemente acarrea pérdida de tiempo, es como si el país, supongamos Suiza, hubiese dotado a sus fronteras de órganos sensorios para conocer la calidad y condición de la gente que penetra en su territorio. Con ese propósito inmoviliza momentáneamente al inmigrante o viajero, lo que es imprescindible para observarle y luego le deja pasar. Exactamente así procede el corazón y por si la sangre intentara introducir clandestinamente algo pernicioso, el incansable y alerta observador, la detiene cuatro veces valiéndose de cuatro válvulas.
La propia estructura de estas válvulas, muestra su función de intermediarias entre el nervio y la sangre, inervadas de manera regular, son duras, carecen de sangre y músculos en su constitución, y en ciertos animales alcanza dureza ósea la placa de tejido fibroso dónde se hallan incrustadas. La naturaleza desvela aquí otro de sus misterios, el corazón se osifica hasta cierto punto compartiendo, en pequeña escala, el fenómeno de osificación tan excepcionalmente desarrollado en la cabeza. Es preciso apreciar sinópticamente ambos hechos: que el corazón posee por una parte un sistema nervioso y por la otra, esas válvulas, órganos desprovistos de sangre y dotados de suma sensibilidad. Es posible representárselo simbólicamente indicándolo con una cruz, donde se vería la expresión de las energías que aquí intervienen y que imparten al corazón cierta resistencia, cierta dureza, pero también cierto poder de detección y de rechazo. Cuando en la "pequeña circulación", la sangre de los pulmones pasa la aurícula izquierda, el corazón la detiene y observa nuevamente su aspecto: ¿Es bueno su color?, ¿Se ha renovado?, ¿Es saludable el aire que respira el pulmón?, y en el ventrículo izquierdo, aún hace otra retención mas, antes de que se vierta en la gran arteria aorta, para que al expandirse por todo el organismo lo revivifique y reanime.
LA FUERZA ANÍMICA DEL CORAZÓN
Hemos estudiado el corazón como órgano sensorial, remarcando su parentesco con el sistema nervioso, por su facultad de formar una imagen del movimiento y de la composición sanguínea, los dos polos de la naturaleza humana el sistema cefálico y el metabólico-motor, están integrados en su estructura y organización, pero si nos preguntamos cuál es su actividad fundamental, hemos de respondernos, el ritmo, o sea, la posibilidad de mantener el equilibrio entre el polo superior e inferior, mediante la contracción y la expansión, a semejanza de los pulmones que en rítmica alternancia expulsan el aire al contraerse y lo reciben al expandirse, imitando en el primer caso, la conducta cefálica y en el segundo. la metabólico-motora. De ese modo, el corazón alterna rítmicamente entre los polos opuestos. Entre la inercia y la movilidad que esencialmente caracterizan los polos opuestos, así como a la vez mantiene también el justo medio entre la oferta y la demanda de sangre: Cuando aumenta la demanda, envía al cuerpo mayor cantidad de sangre renovada, acelerando la circulación y si disminuye procede a la inversa. Como sea que la sangre a causa de su peso tiende a estancarse, recibe del corazón un nuevo e indispensable empuje, impulso cuya intensidad guarda precisa relación con la fuerza de gravedad ambiental.
El corazón concilia constantemente sus dos distintas mitades, pues en realidad son dos los corazones, uno el de la derecha, completamente autónomo, se relaciona con la circulación de las venas y envía la sangre al pulmón, el otro, el de la izquierda podría en verdad separarse del primero y situarse a la mitad izquierda del pecho donde igualmente funcionaría. Ambos trabajan sin cesar cooperando en una unidad superior manteniendo así constantemente el equilibrio entre derecha e izquierda. 
Mediante la gran circulación, el corazón se relaciona con todos los órganos internos, mientras que mediante la pequeña que se encarga de reunir la sangre y de enviarla a los pulmones, se relaciona con el mundo externo, específicamente el aéreo.
Aquí, como por doquiera, el corazón debe mantenerse en el centro entre izquierda y derecha, arriba y abajo, lo externo y lo interno, ha de asegurar permanentemente la armonía. Esto lo logra porque es músico innato, la "conditio sine qua non"; ha de estar dotado de una sutil sensibilidad, como la que se requiere en el arte de la música, y en verdad la tercera energía anímica que lo mueve, inconscientemente, es la del sentir.
Cuando dirigimos la atención hacia algo con interés, con amor, nos encontramos en cierto estado de ánimo, estado del cual podemos prescindir, para el puro conocimiento intelectual, nos basta la fría razón. Más para captar algo plenamente hay que llegar a lo más profundo del ser, el corazón ha de intervenir en el proceso cognitivo, participar internamente en esta posibilidad de abrirse que nos torna receptivos. Esta actitud anímica predispone a este órgano, a recibir la sangre con una especie de confianza íntima, así como de una valentía que aporta en exceso para cumplir sus diversas tareas. Cabe preguntarse. ¿Cómo sabemos que cumple con valentía y entusiasmo su labor?
Así como la manera de concebir algunas ideas sobre la luz solar, consiste en esperar a que se oculte el sol, asimismo sabemos algo del corazón cuando éste se halla enfermo: su deficiente funcionamiento suele acarrear desesperantes estados de angustia. Los casos graves de angina de pecho, aparejan sufrimientos extraordinarios, y provocan un terror mortal frente al cual el alma se siente impotente, siendo del todo ineficaces los argumentos lógicos y las palabras de sosiego que se dirigen al enfermo. Solamente una inyección sedante puede directamente ayudar al corazón. Quienes hayan sufrido esa tremenda angustia, la comparan con la de quien se halla ante la inminente caída en un insondable abismo: el corazón, mejor dicho, la propia persona tiene conciencia de la crisis que sufre ante la muerte inminente, si el estado se prolonga más allá de cierto límite. Lo descrito es un estado excepcional, ya que el valor es la actitud normal del corazón, aunque mantenida en la inconsciencia; En la Edad Media ya se sabía todo esto cuando al Bravo caballero Ricardo se le daba el sobrenombre de corazón de León.
Así pues, en alternancia, el corazón se entrega al exterior, y se vuelve a replegar sobre si valientemente para suministrar la actividad vital, en el corazón subyace un ser humano completo, con predominio del aspecto emotivo, debido a su constitución muscular, (base de la voluntad), pertenece al sistema metabólico-motor; por el hecho de detener la circulación de la sangre para observarla mediante funciones nerviosas, pertenece al sistema cefálico o neuro-sensorial, (base del pensar y de la percepción sensorial), finalmente por la supeditación de ambos sistemas a lo rítmico cuya función es restablecer siempre el mutuo equilibrio, tiende primordialmente al sistema anímico portador del sentir.
He ahí el por qué, resulta inaceptable comparar el corazón con una bomba, este órgano viviente impregnado de poderosas armonías, constituye un órgano enteramente impregnado de alma, y así como las cuerdas del piano suenan si a su vera vibra la voz humana, el corazón late al compás del alma: salta de alegría, palpita más deprisa en ansiosa espera o se paraliza henchido de terror. Nuestra alma sensible tiene su tabla de resonancia en el corazón, es decir, en los ritmos circulatorio y respiratorio.

ENFERMEDADES DEL CORAZÓN Y VIDA ANÍMICA
La fuerza anímica del corazón es un elemento esencial de nuestra vida interior. Siempre es interesante observar en mi prójimo el desarrollo de la vida anímica, predomina la cabeza en quienes se inclinan a reflejar el mundo de manera fría y seca, predomina el corazón, en quienes lo hacen con entusiasmo y renovado interés. Fácilmente se puede deducir quién posee corazón cerrado o abierto es decir, si en él. influye la acción inhibidora que frena la sangre o la expansiva que lo estimula a recibirla y a volverla a enviar generosamente al cuerpo. Frente a cualquiera de estos casos extremos se yergue el ejemplo del corazón sano que siempre encuentra el justo medio; corresponde a quien en post de la estabilidad emotiva se pregunta. ¿ Permanezco indiferente a todo o me entusiasmo con demasiada facilidad?, ¿Soy excesivamente blando o excesivamente duro?, ¿Me domina la piedad o la crueldad?, Situación armónica que constituye el ideal hacia el que debemos encaminarnos. Un alma equilibrada evita tanto el auto encierro en sí misma, como la ilimitada fusión: holla el áureo sendero que equidista entre los pares de opuestos.
Dentro de este campo de tensión en que transcurre la vida, La enfermedad siempre acecha al corazón, no a causa de su naturaleza, sino del continuo hostigamiento al que se ve sometido por la cabeza entregada a impresiones sensoriales exánimes, o a las extremidades en frenética actividad física y unilateral, o la propia sangre vehículo de deseos y pasiones impuras.
Con todo mucho más nefastos que todo eso, son los arranques violentos del alma; monta en cólera o queda transida de pavor, pues esto obliga al corazón a participar de la intensidad emotiva, habiendo de "pagar los platos rotos", ya que debe latir rápida o lentamente según el movimiento de la sangre.
Por otra parte, su fuerza inconsciente a la larga se atrofia, si no encuentra eco en el alma ya sea por su insensibilidad hacia el amor piadoso o hacia los ideales sublimes, como consecuencia de la vida inarmónica o desordenada a que conduce la civilización actual, o las condiciones de su trabajo o profesión. Cualquier estado de frialdad anímica endurece a la larga el corazón, encogiendo sus vasos y precipitando su calificación, palidece como si dijéramos.
Otra fuente de perturbaciones cardíacas surge de los órganos del sistema metabólico motor, por ejemplo del hígado si se come o bebe en demasía. Estos excesos producen el reblandecimiento y dilatación del corazón que se torna incapaz de conservar su forma, y a la inversa de los casos anteriormente citados, en lugar de petrificarse amenaza con estallar y dar origen a enfermedades de naturaleza inflamatoria.
Cuando bajo la influencia de una u otra de estas dos tendencias., se enfrenta el corazón con la inminente ruptura de su equilibrio funcional, es preciso recurrir a la sabia naturaleza que generosamente nos ofrece los dones del cosmos, la pureza del mundo vegetal; en sus inagotables depósitos de energía, constituidas por el ritmo cósmico, descubriremos las apropiadas para su curación, consolidantes o vivificantes según la enfermedad. Incumbe pues al médico la aplicación del remedio adecuado, quien sólo alcanzará el máximo de eficacia curativa si él, al igual que las personas que lo elaboraron, aprendieron a contemplar la naturaleza con creciente interés amoroso, con total entrega. Presidiendo este ánimo el ejercicio de la medicina y la preparación de los medicamentos, podemos compararnos a un inmenso corazón que asegura el vínculo entre el enfermo y la naturaleza que lo cura. Confiemos que en el porvenir sea nuestra colaboración siempre más cordial .