Índice
Dr. WALTHER BUHLER
El cuerpo instrumento del alma
I .- El organismo humano triple y uno
LA SEDE DEL ALMA
El hombre se destaca de los demás reinos de la naturaleza más que por la perfección de su forma corpórea, por su constitución interna anímico-espiritual, su conciencia y su intelecto. Gracias a estas facultades evoluciona de una manera propia, característica de su ser, aspira al conocimiento de la naturaleza y de sí mismo para convertirse en artífice de su destino. Sin embargo, las facultades anímico-espirituales cuya culminación es la autoconciencia, se hallan tan íntimamente vinculadas con el organismo, que tal destino depende en sumo grado de su normal funcionamiento, o sea, de su salud o enfermedad.
Aquí se insinúa la cuestión que desde remotos tiempos ha preocupado a la humanidad cual poderoso y acuciante enigma. ¿Dónde se asienta el alma, en qué órgano? y también. ¿Cómo se adapta o armoniza con el cuerpo?, ¿De qué manera vive en él?
Vamos a tratar de establecer, desde el punto de vista médico, algunas ideas sólidamente establecidas sobre esta pregunta. Tengamos presente que la imagen que tenemos de nosotros mismos, determina decisivamente el modo en que cuidamos la salud, el modo en que conducimos la existencia y actuamos dentro del ámbito de la familia, de los amigos y del mundo en general.
Las teorías concernientes a la relaciones entre el cuerpo y el alma se han modificado mucho con el correr del tiempo, la anatomía, la fisiología, la ciencia médica toda, se inclina cada vez más a considerar el cerebro como asiento del alma. Es un hecho que la conciencia se eclipsa a incluso se ofusca completamente cuando fallan, o se paralizan ciertas funciones cerebrales.
Si a una insuficiente irrigación sanguínea del cerebro por falta de presión, por ejemplo, se añade la permanencia en un recinto con aire viciado, puede producirse el desvanecimiento aunque los demás órganos prosigan funcionando normalmente, el asfixiado yace en un estado como de somnolencia o profundo sopor invencible por medios ordinarios: Toda la actividad del alma queda suspendida: Pensamiento sentimiento y voluntad. Comentemos otro fenómeno patológico similar: hacia la vejez el cerebro afectado de esclerosis no se nutre bien de sangre y oxígeno, de manera que la respiración interna se entorpece, y esto acarrea el opacamiento de la conciencia y la disminución de la atención y de la memoria. El organismo puede sobrevivir una decena de años si se mantienen sanos los otros órganos, pero el cerebro calcificado impide al alma expresarse y conducir la vida de manera normal y razonable. Múltiples observaciones del mismo género, minuciosos exámenes del sistema nervioso central, generaron la convicción de que la vida del alma depende del cerebro. Llegándose incluso a pensar, bajo la influencia del materialismo, que los procesos cerebrales físico químicos constituyen en última instancia su único y auténtico origen y sostén. Así como la flor brinda su perfume al expandirse. El cerebro exhalaría de algún modo el alma, y lo mismo que es efímera y accesoria la existencia del perfume, pues se desvanece cuando la flor se marchita, así también el alma seguiría al inexorable destino del cuerpo, es decir, el de su desintegración y anonadamiento.
Cuanto más se reflexione sobre este problema, mejor se advertirá la enorme repercusión que su solución en uno u otro sentido tiene sobre la conducta humana, tomada en el más amplio concepto. ¿Cuál es el significado de la vida?, ¿Trasciende la conciencia los límites de la muerte, aunque experimente alguna metamorfosis, o a su advenimiento termina absolutamente todo? Estos interrogantes y su respuesta que cobran singular vigor en el fuero íntimo de todo hombre, no permanecen confinados, como fácilmente podría creerse, dentro de la esfera individual, sino que reaccionan sobre la comunidad humana y la estructura social.
Vamos a tratar de enfocar el problema desde un ángulo completamente nuevo. Si nos concentramos en la observación exterior, se nos presenta una diversidad de objetos, sucesos y seres susceptibles de distintos agrupamientos a causa de la heterogeneidad de su naturaleza y comportamiento intrínsecos; de manera análoga, la observación interior nos revela que la vida anímica se presta a muchas posibilidades y formas. Cuando evocamos imágenes de sucesos pretéritos, ponemos en juego la memoria, y al relacionarlas entre sí, nos entregamos al pensamiento.
Ahora bien, determinadas imágenes nos llenan de placer, alegría o simpatía; otras de antipatía, pavor o cualquier otro estado de ánimo. Estas vivencias nos indican que somos capaces de sentir. Si el sentimiento se acrecienta, si por ejemplo, la antipatía se intensifica hasta convertirse en aversión u odio o la simpatía deviene vivo deseo de posesión, advertimos la presencia de una fuerza que nos empuja o arrastra a la acción; transformamos una de nuestras ideas en acción. Nos percibimos interiormente como seres de voluntad.
En resumen, la vida anímica se desenvuelve dentro de 3 clases de videncias. Pensar, (crear imagen representar); sentir, (oscilar entre el gusto y el disgusto la alegría y la tristeza etcétera) y querer. Aquí surge la pregunta. ¿Qué relación guarda esta vida anímica invisible e inespacial con el cuerpo humano tangible material exteriormente perceptible?
EL SISTEMA METABÓLICO-MOTOR
Dirijamos ahora la atención primeramente a la voluntad humana; miremos a alguien entregado al trabajo, a uno mismo, inclusive. Cuando en nuestra presencia el jardinero ara una parcela de tierra dura, arranca plantas secas o marchitas, remueve la tierra, siembra, empuja una carretilla, etcétera., observamos a alguien cuya voluntad está en acción: desplaza los materiales del mundo exterior, se los acerca, o descarta, los moldea, etcétera. Puede hacer todo eso porque posee cierta movilidad personal; no es una estatua de mármol con el mágico poder de mover los objetos; precisa de la movilidad de sus piernas, brazos y dedos para intervenir de manera activa en el mundo de la materia. Y si alguien no habituado a este tipo de trabajo, -la acción voluntaria dotada de sentido es un trabajo-, al salir de su escritorio se entrega a labores agrícolas o, digamos se pone a saltar o correr, le sorprenderá sentir, quizás dos días después, intensos dolores; la lumbalgia nos permiten percatarnos de la participación de los músculos en el ejercicio de la voluntad. ¿Qué haríamos sin el sistema muscular?
La facultad propia del músculo de contraerse o endurecerse, de relajarse o ablandarse, existe gracias a la existencia de los huesos en los cuales se apoyan mediante los tendones y esto les depara una sólida base para sus peculiares movimientos.
Vemos asimismo que las articulaciones y ligamentos confieren movilidad a la estructura ósea, y así llegamos al sistema de las extremidades que abarca todos los huesos largos que dependen de las articulaciones y cuya movilidad se debe a los músculos. Como decía si se padece un lumbago se adquiere conciencia de que la fuerza de voluntad necesita del músculo como instrumento de expresión, al querer, osea, al ejercitar su voluntad, el alma vive en el sistema muscular .
Ahora bien, el hombre posee también músculos independientes de su voluntad consciente, y sin embargo en actividad. Tomamos el pan con la mano, lo rompemos y llevamos un trozo a la boca; la acción voluntaria continúa: masticamos, desmenuzamos, amasamos el pedacito con la lengua y luego lo tragamos. Hasta aquí llega la actividad muscular consciente. Desde el instante en que fue deglutido, entra en juego otra actividad. El bocado desciende a lo largo del esófago, el estómago lo tritura, penetra al intestino y por diversas vías y después de numerosas transformaciones entra a la sangre y al hígado. Estudiando el proceso de la elaboración de toda sustancia, se comprueba la imprescindible intervención de los músculos: ya el esófago es un tubo muscular, y el estómago que tiene aspecto de saco, sus paredes están constituidas por la mucosa y fibras musculares muy finas dispuestas en cierto orden y con capacidad para desarrollar mucha fuerza. Cuando los alimentos reducidos a estado líquido, recorren los conductos intestinales, amasados a lo largo de un gran trayecto, según movimiento rítmicos, continúan las actividades musculares esencialmente.
Vemos pues que en estos músculos se ejerce una energía de innegable naturaleza volitiva, aunque escape a la vida anímica consciente, podemos en efecto hablar de fuerzas volitivas inconscientes y descubrimos que nuestra vida anímica está profundamente arraigada en el cuerpo a través de estas energías volitivas. Su acción sobre la alimentación y digestión se manifiesta por el desplazamiento y transformación de las sustancias materiales ingeridas y por los movimientos cada vez más sutiles del hígado, la sangre y la circulación. Es fundamentalmente importante percatarse de que estos movimientos no son exclusivamente mecánicos, puesto que los dirigen energías volitivas, si bien inconscientes, Así pues, a la actividad voluntaria de las extremidades viene a añadirse otra de idéntica naturaleza, aunque menos manifiesta y profundamente arraigada en el organismo. Que al margen de la conciencia se expresa en los fenómenos del sistema metabólico. Considerando el ser humano en su totalidad, podemos decir que sus extremidades y el sistema metabólico constituyen el sostén y los instrumentos de su voluntad.
Los principales órganos del sistema metabólico se hallan debajo del diafragma, estómago, intestino hígado, etcétera. Esta es una cavidad donde todo se halla en movimiento, incluso los intestinos. La posición de sus pliegues se mantiene en continua modificación según la etapa del proceso digestivo. El mismo bazo se dilata y contrae sin cesar. El clásico piquete del costado nos indica que el bazo está colaborando en la digestión. Así como en la acción de las extremidades al correr o en cualquier ejercicio físico enérgico. En este caso el hombre adquiere cierta conciencia de la actividad volitiva de un órgano que ordinariamente está relegado a la inconsciencia. Así la vesícula biliar que se dilata y se contrae, ejecuta manipulaciones que permanecen en el inconsciente. Es así como se secreta la bilis amarga para transformar las sustancias alimenticias.
He querido mostrar que todo lo que así ocurre es debido al movimiento, a la movilidad de los órganos. Sus diversas actividades se conciertan y se las puede reunir a todas bajo la denominación del sistema metabólico-motor. Sistema que edifica materialmente al ser humano, renovando incesantemente su sustancias. Todas estas sustancias que penetran en el cuerpo tienen que efectuar un rodeo a través de las puertas constructoras de la sangre. Sabido es que incluso la sangre sufre una preparación en las extremidades por el hecho de que en el interior de los huesos, en lo que es la médula, tienen lugar importantes procesos. Allí se producen los glóbulos rojos y ciertos glóbulos blancos. Lo mismo que en el hígado y otros órganos se preparan las proteínas y azúcares sanguíneos la sangre misma es un órgano en perpetuo movimiento. A toda esta permanente movilidad del organismo se hallan unidas profundas fuerzas volitivas.
EL SISTEMA CEFÁLICO O NEURO-SENSORIO
A esta parte del ser humano que acabamos de describir, se opone otra completamente diferente. La anatomía distingue en el cuerpo humano tres cavidades, y acabamos de referirnos a una la que está ubicada debajo del diafragma, las otras dos son la del tórax y la del cráneo. Consideremos ahora esta última.
La cavidad craneana contiene el encéfalo, órgano muy complejo. Aunque relativamente pequeño, su estudio requiere del estudiante de Medicina mucho más tiempo y esfuerzo que el de todos los órganos abdominales juntos. ¿Cómo está estructurado? Incoloro un tanto grisáceo, normalmente asentado dentro de la caja craneana. Recuerda los pliegues o circunvoluciones de los intestinos. Sin embargo, este enmarañamiento de formas tan raras se diferencia esencialmente de ellos por su inmovilidad. Todas las circunvoluciones que ahora vemos son fijas, los millones de células cerebrales con sus innumerables vasos ramificaciones y sus prolongaciones denominadas nervios, distribuidas por todo el cuerpo, son tan inmóviles como los hilos telefónicos en sus postes, el cerebro no debe como el hígado o el bazo dilatarse o contraerse; si lo hiciera produciría al instante terribles dolores.
Al estudiar la cabeza humana entramos en un dominio donde la movilidad de que hablamos a propósito del sistema metábólico-motor. Da paso a una inmovilidad casi absoluta, lo evidencia la circunstancia de que los veinte huesos del cráneo se hallan tan sólidamente soldados entre sí, excepto uno, que imposibilitan cualquier flexibilidad o desplazamiento individual. De esta unión compacta resulta una estructura rígida e indeformable; la exactitud con que el cerebro y sus circunvoluciones se adaptan dentro de esta cavidad no les permite desplazarse ni siquiera un ápice.
Los huesos del cráneo son muy diferentes a los de las extremidades, mientras estos se disponen en columna radiantes incluso en la columna vertebral, los del cráneo tienen forma de copa y se ensamblan de tal modo, que en vez de dirigirse de dentro hacia fuera se redondean para asumir la configuración de esfera hueca. El cráneo está pues, desprovisto de la movilidad y flexibilidad características del resto del cuerpo y su estado perfecto es el de reposo o fijeza; por eso mismo la cabeza ofrece un sorprendente. contraste con las extremidades, contraste que se manifiesta de muchas maneras. Prosigamos un poco más en el estudio.
Cuando el estómago tritura el alimento o cuando la mano trabaja, el sistema metabólico motor interviene en el mundo de la materia para ponerla en movimiento modificarla o transformarla. En cambio, ¿Cómo se comporta la cabeza frente a la materia?. Observémosla, por ejemplo, al comer: con las manos toma un poco de sustancia, (es decir recibe una pequeña ayuda del sistema metabólico-motor); luego utiliza el único elemento articulado el único hueso móvil que posee, la mandíbula y una vez masticada la sustancia alimenticia la expulsa de la boca como diciéndole al estómago. "entiéndete con esto yo no quiero saber nada más de ello" Idéntica actitud adopta con otras sustancias más ligeras volátiles o de fácil asimilación. Aspira aire y apenas ha sentido su fragancia, frescura o impureza, ya no quiere retenerlo y lo hace descender, aunque menos profundamente que los alimentos, a la cavidad torácica a través de la tráquea.
Cuando el aire llega a otra apertura de la cabeza, digamos a la del aparato auditivo, este a primera vista, parece admitirlo, sin embargo, enseguida se interpone una barrera, de todo este aire que invade el canal auditivo, ¿Con qué partes se queda la cabeza?. El ritmo, la vibración, el sonido, y desecha todo lo que es sustancia material, las moléculas aéreas mediante la membrana del tímpano. Se relaciona positivamente con el mundo, pero siempre de tal manera que rechaza lo que podría ligarla a la materia y solo retiene lo más sutil, lo inmaterial. De los alimentos no retiene, sino la sensación gustativa. Lo dulce, lo ácido o amargo, del aire, las auditivas y olfativas. Y finalmente, del universo entero al que se abre mediante la visión, capta la sensaciones luminosas, cromáticas y las formas. Todas ellas producidas por objetos seres y procesos materiales, pero sin la materia que originó su condición.
En resumen, de sus números contactos con el mundo material ¿Con qué se queda la cabeza?. Imágenes solamente, como si fueran simples fotografías inmateriales o como sombras del mundo físico. Las retiene y conserva muy cuidadosamente con la ayuda de la memoria, de manera que el alma pueda siempre recordarlas, parece pues claro que la cabeza se relaciona con el mundo de manera distinta que las extremidades; hasta cierto punto lleva una existencia aparte en aristocrático aislamiento. ¿Cuál es su tarea?, ¿Dónde esconde las energías a través de las cuales, el cuerpo, a través del hígado, del estómago, etc., y de las extremidades interviene activamente en el mundo material?. El estómago secretando jugos, -entre otros el ácido clorhídrico-, somete las sustancias materiales a transformaciones químicas. La sangre genera poderosas energías constructivas o reparadoras que se manifiestan siempre que el organismo realiza el proceso de cicatrización de una herida, de generación o de regeneración celular.
¿Qué sucede cuando el organismo reúne la totalidad de estas fuerzas constructoras y las concentra de alguna manera sobre un solo objetivo?. Cuando todas estas fuerzas se conjugan, producen la extrema intensificación de que son capaces las fuerzas de la sangre, de la voluntad y del metabolismo. Pero su resultado no será algo insignificante, digamos una pequeña transformación de sustancia o un pequeño trozo de piel nueva, sino un ser completo: un nuevo ser humano. Entonces el hombre se habrá concentrado orgánicamente en si mismo y, gracias a sus órganos de reproducción, nace un nuevo organismo, construido, modelado y proyectado en la materia. Es preciso añadir este punto de vista a nuestro estudio del sistema metabólico. Cabe afirmar que a este polo del sistema metabólico-motor, que por oposición al polo superior de la cabeza, podemos calificar de interior, pertenece como supremo acrecentamiento, la posibilidad de la reproducción.
No hay reproducción sin división de células y sus vigilantes cuidados dirigidos a su mantenimiento; la división y reproducción de las células repara un tejido, o da origen a un niño.
Reaparece aquí el contraste entre el resto del cuerpo y la cabeza. ¿Qué le ocurre a Ésta?. Ninguna célula del cerebro puede dividirse; ningún agujero o pérdida de sustancias puede compensarse en el cerebro. A este respecto asistimos a un fenómeno muy particular. Pocas semanas después del nacimiento, las células nerviosas pierden la Facultad de Dividirse, no pueden regenerarse ni mucho menos reproducirse. Por consiguiente, procede decir que la actividad humana que en la parte inferior del organismo se manifiesta tan vigorosamente por la formación de la sangre, la multiplicación celular y la reproducción, disminuye hacia arriba y se paraliza al llegar a la cabeza donde, desde el punto de vista orgánico, el nervio se opone a la sangre. No solamente la inmovilidad sustituye a la movilidad exterior, no solamente se niega la cabeza a actuar sobre la sustancia. Sino que incluso renuncia a utilizar las energías que permiten la regeneración y la reproducción. Todo en ella se paraliza.
¡Cuánto podríamos extendernos sobre esto!. Basta imaginar que existe un polo opuesto a todo lo que pasa en la parte inferior del ser humano, así comprenderemos la cabeza. ¿Qué significado tiene esta existencia cerebral, aparentemente tan insustancial este hecho asombroso de que todo tipo de movimiento, incluso los de las funciones nutritivas regenerativas y reproductivas se encuentren en ella como anquilosados o congelados?. ¿Se trata de una pereza orgánica o de una manifestación patológica del cerebro?. Cuando un ser no puede ni reproducirse ni moverse ni curarse, nos sentimos inclinados a pensar que no está sano. ¿Desempeñará la cabeza tan sólo un papel puramente negativo, o tendrá alguna tarea positiva?.
Un estudio más concienzudo permite descubrir que sí existe el elemento positivo, y que radica en una movilidad y productividad, pero de un género muy especial. No me estoy refiriendo a su Facultad de girar sobre el cuello ya que esta acción compete a los músculos, sino a otra esencialmente distinta. Puede verse si se repara en lo siguiente: "Con mi cabeza concibo ideas y las asocio extraigo una imagen de la memoria o la sumerjo en el olvido; Escojo algunas imágenes para asociarlas con otras con ayuda de las facultades dependientes del cerebro, puedo recorrer lejanos países y remontar el curso del tiempo". Dicho de otro modo, la cabeza es capaz de moverse y accionar intensamente, pero en un plano distinto del material. Es el mundo de las imágenes el que constituye su tesoro. Dentro de los confines de ese mundo, actúa, modela, crea, plasma, transforma, o sea, trabaja. Lo que hace el polo inferior del organismo con y dentro de la materia, lo lleva a cabo la cabeza con sus representaciones. Las funciones anímicas de la memoria, la imaginación y las concepciones, suelen abarcarse con un solo vocablo: pensar o representar.
Mediante el sistema nervioso, el alma trata de emanciparse de todo vínculo con los órganos corporales: en vez de controlar sus energías a trabajar la materia, las aplica a elaborar representaciones, el contenido de su propia experiencia. En la cabeza, el cuerpo renuncia pues, a fijar, a imprimir determinada dirección a las energías anímicas y las deja libertad, brindándole la posibilidad de una actividad independiente véanse las fechas centrífugas en la figura 1; solo a este precio se enciende la luz de la conciencia y la vida anímica consciente que despertó en la cabeza, dirige desde ella el resto del cuerpo. He ahí como la cabeza al renunciar a todo poder de regeneración y reproducción en el sentido orgánico, eleva al hombre al nivel superior y lo transforma en un ser espiritual autoconsciente.
Se enuncia pues, una verdad, cuando afirmamos que el instrumento del alma pensante es la cabeza, y con más exactitud el sistema cefálico; y el conjunto de los nervios inconcebibles sin desembocar en los órganos sensorios que establecen el contacto con el mundo externo. Los más importantes de entre ellos precisamente se concentran en la cabeza y se prolongan hacia la maravilla que es el cerebro. El sistema cefálico es pues un polo de la entidad humana situado en la parte superior del organismo; se le opone el metabólico motor situado en la inferior.
figura 1 |
EL SISTEMA RÍTMICO: CIRCULACIÓN Y RESPIRACIÓN
Una tercera posibilidad se le ofrece al hombre. La actividad del alma dentro de la región de la sensibilidad, a la cual hasta ahora sólo hemos aludido someramente. Comprenderemos mejor la naturaleza del sentir si lo concebimos como situado entre el pensar y la voluntad. Representémonos el proceso mediante el cual, una simple idea, una simple imagen se convierta en realidad en el mundo externo o material. Tenemos un pensamiento, quizás un pensamiento muy bello y nítido; tomemos el caso, por ejemplo, de una construcción rectangular concebida mentalmente y que luego denominamos cubo o cuerpo regular. Por el momento carece de realidad externa, y para que la tenga es necesario que nuestras extremidades tengan a su disposición alguna sustancia material como la cera, la arcilla, el mármol etcétera. La elaboramos la modelamos, y de repente surge un cubo como realidad exterior en el mundo físico material. Este resultado es alcanzado mediante la acción de la voluntad a través del sistema metabólico-motor. ¿Cómo se abre paso una representación, una mera imagen en su camino hacia esta realidad físico sensible?. Indudablemente pasando por la voluntad, pero se requiere además la participación de un intermediario que permita franquear el abismo entre la cabeza y las extremidades. Interiormente la cosa sucede como si se nos despertara una gran simpatía por ese cubo, como si nos gustara mucho y pensáramos quizás; "es realmente una lástima que esta imagen se me desvanezca tan pronto y que no pueda conservarla ni mostrarla a otras personas". Y la simpatía que ha despertado en mí esa bella y nítida imagen, se metamorfosea en el deseo de que adquiera forma exteriormente perceptible. Con ello hemos entrado plenamente en el sentir y a partir del sentir que experimentamos de que eso que hemos pensado o visto nos causa alegría, nos sentimos impulsados hacia el acto volitivo. He aquí la función mediadora del sentir entre el pensar y la voluntad.
Preguntémonos ahora en qué órganos o funciones orgánicas, se apoya el alma al experimentar un sentimiento, la investigación espiritual nos ofrece un punto de vista enteramente nuevo: nos dice que el sentir se apoya sobre aquello que en el organismo humano depende de la respiración, la cual se lleva a cabo rítmicamente. Veámoslo.
Dirijamos nuestra atención hacia lo que ocurre en nosotros cuando experimentamos alegría y lo manifestamos riendo; no podríamos reír sin poner en movimiento el sistema respiratorio, y si verdaderamente rebozamos alegría, notamos como si el corazón quisiera saltar del pecho. Contrariamente cuando experimentamos una fortísima emoción de orden negativo, como espanto angustia, etc., palidecemos. Este fenómeno lo podemos observar en otras personas. La cólera o la vergüenza, en cambio, le hacen sonrojar y siempre que el sentimiento sea un poco violento, algo se modifica en la circulación de la sangre en el sutil juego entre ésta y la respiración. Cuando observamos fogosas manifestaciones de placer o pesadumbre, comprobamos que el ritmo circulatorio, el pulso cardiaco y el proceso respiratorio se alteran más o menos. Este estudio se puede profundizar más, y una de las magnas tareas del futuro consistirá en establecer con detalle, de qué manera lo que acontece en la sangre y en la respiración se relaciona con el sentir, es decir, con la vida emotiva del alma. Más adelante volveremos sobre este tema.
Lo que entra en juego en este caso, constituye igualmente un sistema orgánico. Así como hablamos del sistema neuro-sensorio y del metabólico-motor, podemos referirnos también a un sistema rítmico. Incluso en la estructura anatómica del cuerpo humano encontramos formaciones rítmicas; basta con que nos representemos el tórax para admirar cómo los huesos se encorvan y los músculos se afinan siguiendo un ritmo. A mitad de camino entre la cabeza y las extremidades, las costillas se estiran hacia abajo, flotan, tienden a volverse "extremidades"; y en la medida en que se tornan móviles liberándose del esternón, pierden su condición de tales; realmente no son sino "costillas falsas". Hacia arriba son fijas planas como los huesos del cráneo, y soldadas al esternón: tienden a convertirse en "cabeza". Las costillas y el tórax no parecen saber exactamente lo que quieren: en su parte inferior éste se comporta como una extremidad dotada de libertad y movilidad, y en la parte superior busca cómo convertirse en esférico, fijarse e inmovilizarse como la cabeza.
Ese mismo grado de indecisión lo muestra el pecho en lo concerniente a su relación con el mundo: tan pronto se une a la materia ambiente mediante la inspiración como busca despegarse liberarse de ella por la exhalación. Más para que su funcionamiento sea normal y la vida se despliegue sanamente, el pecho debe alcanzar el punto justo medio entre estos dos extremos. La absoluta calma y la absoluta movilidad absorción y expulsión de la materia. ¿Cuál es aquí el elemento conciliatorio o intermediario? El movimiento pausado, tranquilo, la alternancia regular rítmica de expansión y de contracción y dilatación del corazón, (Sístole diástole) se comunican a la sangre, cuyo movimiento rítmico va hacia la periferia por la circulación arterial y regresa al corazón por la venosa.
Estos ritmos de contracción y liberación son la imagen corporal orgánica de lo que se agita en el alma cuando pasamos de la risa al llanto de la alegría a la tristeza, del entusiasmo al abatimiento. Intentemos comprobar si para cada uno de los sentimientos que experimentamos podemos imaginar su contrario. Al amor se le opone el odio, al placer el enfado, a la piedad la crueldad; todo lo emotivo oscila sin cesar entre dos polos opuestos como una especie de respiración o de impulso anímico. El sentir necesita pues una base orgánica que tenga la posibilidad de dilatarse y contraerse de moverse en todos los sentidos.
Quizás con lo expuesto ya hayamos captado el modo en que los órganos de carácter rítmico, son los principales soportes del sentir, así como en el alma el sentir constituye el puente entre la representación y la acción, conforme hemos tratado de mostrarlo, de modo que el sistema rítmico, con sus concomitancias orgánicas, establece en el cuerpo las compensaciones necesarias entre el polo superior, (sistema cefálico) y el inferior (sistema metabólico-motor), como también entre el nervio y la sangre.
EL ALMA TRIPLE Y UNA, EN UN CUERPO TRIPLE Y UNO
Partiendo de las disquisiciones precedentes sobre el organismo humano global, alborea para nuestro conocimiento, una nueva imagen del hombre. El hombre, por su propio ser, se halla situado dentro de la más radical oposición y ésta oposición provocaría una catástrofe si se produjera un cortocircuito, pues sobrevendrían graves perturbaciones anímicas o físicas. De ahí la importancia de una función compensatoria que establezca la armonía de los dos polos: el ritmo. Así por ejemplo, la parte de las sustancias alimenticias transformada en sangre es "ritmada" por la circulación del corazón y la respiración, y así encuentra la transición hacia el sistema nervioso.
Hemos desarrollado el concepto de la estructura ternaria del organismo humano. Éste, aparentemente constituye una unidad, cuando en realidad vive dentro de una polaridad. Debido de que en esta polaridad se introduce un tercer principio, el ser humano concilia los polos opuestos y evita un abismo entre ellos. Podríamos decir que se halla en condiciones de salvarse continuamente de aquello que pugna por dividirlo, y así conserva la salud. Su cuerpo se ve entonces penetrado por esa precisa vibración interna que lo convierte en instrumentos de una actividad anímica sana.
Esta estructura ternaria, que a su vez es de triple acción, se corresponde con la división tripartita de las funciones anímicas. Si preguntamos nuevamente dónde se asienta el alma, ahora comprendemos que carece de sentido buscar su sede en un único órgano: es evidente que desde los pies hasta la cabeza, todo el cuerpo es instrumento del alma. He aquí un portentoso descubrimiento, entre otros, de Rudolf Steiner como resultado de su estudio de la naturaleza humana. El anatomista y el fisiólogo no tienen ya motivo de estudiar los órganos desde un punto de vista externo, como simples partes de un todo mecánicamente explicable, ni de examinar aisladamente los procesos químicos y las transformaciones de la materia, pues con este procedimiento jamás evitarán los errores del materialismo bosquejado anteriormente. La correcta actitud mental exige que cada vez que el médico tenga ante sí un organismo humano, sea capaz de decirse: "todas estas formas, funciones, y procesos, me orientan hacia algo subyacente que vive, actúa, crea, y adquiere conciencia de sí, o sea, el alma humana. Encarnada en el hombre terrenal, el alma introduce en la sustancia física, estructuraciones, configuraciones y ritmos tan maravillosos, que ese cuerpo material en su totalidad, se vuelve capaz de servir como vehículo del alma si bien, de un modo distinto según el área corporal de que se trate. Y precisamente hemos de estudiar ese funcionamiento diferencial en todo detalle, pues sin ese estudio nunca comprenderemos realmente la conexión de cuerpo y alma, es decir, no comprenderemos al hombre.
Resumiremos estas consideraciones y ilustrándolas con una imagen que contribuirá a una mejor comprensión. Cuando el alma ejecuta un acto voluntario, se asemeja al nadador que se zambulle y momentáneamente desaparece bajo la superficie líquida: voluntariamente se ha sumergido en los órganos corporales y desde dentro los mueve; he ahí la voluntad. Pero si quiere retornar a sí misma, reencontrarse, actuar sobre sí misma, pero no sobre la materia, debe concentrarse y elevarse de las profundidades del organismo hacia la cabeza. En tal circunstancia, el papel del organismo es relativamente secundario, sus energías se hallan en reposo se desprende de él, se le enfrenta y lo usa como espejo quedando en segundo plano su aspecto dinámico material. Así como cada uno de los órganos sensoriales refleja una parte del mundo, el cerebro, en cambio es el espejo interno del alma, sobre el cual ya no se ejerce influencia alguna, mediante energías materiales o presiones sobre las circunvalaciones cerebrales. Esta acción solo perdura durante la vida embrionaria, durante la cual el cerebro se estructura, después y para el resto de la existencia terrenal, podríamos decir que las circunvalaciones se quedan coaguladas, anquilosadas, y el alma se libera completamente de ellas
He aquí porque el cerebro es aparentemente un órgano inerte. Ha tenido que renunciar a mucho para que ciertas partes del alma adquieran la libertad; reflejada por el cerebro sin absorberla, es decir, siendo su espejo, le permite adquirir conciencia de sí misma. Es como el nadador que aflora a la superficie, llega a la orilla y exclama: "Yo estaba ahí dentro", reconociendo de pronto su reflejo en el agua y concentrando entonces su atención sobre él.
He aquí la representación del alma viviendo en el cerebro. Esto nos permite apreciar mejor los diferentes aspectos en que el cuerpo es instrumento del alma.
En su aspecto emotivo, me inclinaría decir que el alma se asemeja a un nadador que no se encuentra ni sumergido ni en la orilla, sino precisamente nadando entregado a incesantes movimientos rítmicos para mantenerse en la superficie. Ahora se sumerge, ahora emerge así, actúan las energías anímicas en el proceso circulatorio y respiratorio: estas funciones penetran hasta cierto punto, y luego se retiran, y conservando, gracias al ritmo, el equilibrio entre lo superior y lo interior, (al igual que el nadador en la superficie del agua), el alma cobra conciencia de su propia sensibilidad a través del maravilloso movimiento respiratorio y circulatorio. El latido del corazón y las pulsaciones constituyen la acción rítmica del alma que ondea en las energías de la sangre.
Si dejamos vivir en nosotros esta imagen, comprenderemos, no de manera abstracta sino pictórica, qué enormes oposiciones existen en la naturaleza humana, y cómo se produce la compensación; y reconoceremos que los órganos, a pesar de sus diversas tareas, consiguen obrar armónicamente gracias a su sabia disposición. Cuando, en el cuerpo reina esta armonía a tres voces, la entidad anímico-espiritual del hombre dispone en verdad de un instrumento adecuado. Rudolf Steiner resumió en cierta ocasión la idea de la composición ternaria del organismo humano, con las siguientes palabras:
En el corazón vibra el sentir,
en la cabeza brilla el pensar,
en las extremidades se asienta la voluntad.
Luz que vibra,
vibración que se afirma,
afirmación que brilla:
Eso es el hombre.