domingo, 26 de marzo de 2023

Las Bodas Químicas de Christian Rosenkreutz

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"LOS ESCRITOS ROSA-CRUCES.** "

LAS BODAS QUÍMICAS DE CHRISTIAN ROSENKREUTZ

POR JOHAN VALENTINUS ANDREAE


ÍNDICE

PROLOGO

JOHAN VALENTINUS ANDREAE Biografía 

DIA PRIMERO

COMENTARIO-1

DIA SEGUNDO

COMENTARIO-2

DIA TERCERO

COMENTARIO-3

DIA CUARTO

COMENTARIO-4

DIA QUINTO

COMENTARIO-5

DIA SEXTO

COMENTARIO-6

DIA SÉPTIMO

COMENTARIO-7


PROLOGO

La fortaleza del hombre es mas grande 
que lo que nos podemos imaginar. 
Él puede todo con Dios, pero nada sin Él, 
excepto el Mal.
Pernety (Fabulas Egipcias y Griegas.)


 Si “Piel de Asno" me hubiera sido contado, yo hubiera tenido un placer grande en extremo, Esto es, en efecto, un placer de esa naturaleza que yo encontré a la primera lectura del manuscrito de las Bodas Químicas, que me lo había prestado mi amigo Paul Charconac, lo que le agradezco mucho. A la ficción admirable se une la jocosidad, y la versión aunque solo sea considerada como cuento fantástico, es suficiente para retener la atención.

Se concibe sin esfuerzo que la obra de Valentin Andreae, haya dado lugar a controversias apasionadas, pues de una lectura superficial de ella se tiene la impresión de una maliciosa burla dirigida a los numerosos alquimistas de su época; de un "Lubridium" visiblemente escrito con el fin de desorientar a los buscadores de oro; pero releyendo atentamente, se descubren fácilmente muchos bordados sobre una misma trama.

Esto trae a mi espíritu el recuerdo de las imágenes superpuestas, impresas en verde y en rojo, que se encontraban antiguamente en las cajas de juguetes y en las que los dibujos, incoherentes a primera vista, revelaban al ojo del observador curioso, dos escenas de naturaleza totalmente distinta, según se las aplicase encima una hoja de gelatina de color verde o rojo. Yo creo que seria conveniente aplicar a la lectura de Bodas Químicas el sistema de pantallas de colores, para distinguir no solamente dos, sino tres obras en el mismo texto: Un cuento alegórico; un tratado sobre la iniciación de los Hermanos de la Rosacruz y un tratado de alquimia en el cual el sentido es tanto menos aparente, cuanto que está entrelazado con los dos precedentes, y que sin duda intencionadamente, para hacerlo mas inextricable, el orden de las operaciones, es uno cualquiera.

Se ha pretendido que Valentin Andreae escribió las Bodas Químicas bajo un anónimo a la edad de diez y seis años, y que después reconoció su paternidad en su “Vita ab ipso conscripta”. Esto me parece muy improbable, puesto que el escribió al frente de la edición de entonces: “No eches perlas a los cerdos, ni rosas a los asnos. También seria, por lo menos, singular que un adolescente de diez y seis años, estuviese de tal modo familiarizado con un adagio corriente entre los viejos Maestros del Hermetismo. El se maravilla en su autobiografía de que gentes serias hayan podido considerar como una historia verdadera, lo que el había calificado de juego. Si no fuese verdaderamente mas que una sátira espiritual, ¿Por que mezclar sentencias tan profundas y párrafos de tan alta filosofía? Uno de los mejores autores de nuestra época, Jorge Courteline, nos tiene habituados a esta especie de ducha escocesa, llevándonos igualmente a adivinar el sentido profundo de la vida, bajo la mascara de la alegría. Yo no creo de ningún modo que Andreae pueda ser considerado como su precursor; pueda ser que el se lamentase de haber sido demasiado prolijo, y pretendiese mas tarde alucinar y desorientar al lector respecto a la trascendencia de su obra, en la que había condensado tan hábilmente las supremas enseñanzas de la Orden.

Fr. Wittemans ha consagrado a Valentin Andreae y a su obra una monografía en su “Historia de los Rosacruces”. Yo tengo que poner en duda la pureza de sus fuentes de documentación, y el lector que posea esta obra podrá confrontar el texto con el “ Curriculum Vitae”, escrito por Paul Chacornac, al frente de las Bodas Químicas. Es necesario subrayar que la Fama y la Reformación, no son de la mano de Valentin Andreae, sino que el las publico “por orden”.

Estas Bodas Químicas debían constituir el bagaje indispensable de conocimientos herméticos de los adeptos, antes de recibir la suprema iniciación. Ved por que esta obra tan discutida en otro tiempo, y de la que, la difusión fue  sistemáticamente impedida, es tan poco conocida en nuestros días.

Notemos, de paso, que la logia de la Francmasonería Universal de Hilversum, ha llevado siempre el nombre de Christian Rosencreutz, y que la hermana A. Kerdyk hizo en 1917 una traducción holandesa de la “Fama”, de la "Confesión” y de “Chymische Hochzeit”, bajo el titulo: “Mysterien van het Roze Kruiz".

Christian Rosencreutz recibió en el curso de su probacionado, la orden del Toisón de Oro, la cual fue fundada en 1430 por Felipe de Bourgogne. Esta orden se le concedió según el autor en 1459, así como el grado de Caballero de la Piedra de Oro. Yo creo que seria superfluo de buscar a estas distinciones un sentido distinto, que el de la adquisición de la sabiduría divina, y del conocimiento de los arcanos del Arte Sagrado, dados como recompensa a la perseverancia y a la humildad del adepto. El Toisón de Oro que le fue conferido, ¿Es el mismo que Jason buscaba en Cólquida con los Argonautas?

Muchos son los que han intentado, digámoslo en seguida, en vano, de dar una explicación completa de las diferentes ceremonias, representaciones y pruebas que atraviesa durante “siete días” Christian Rosencreutz, para alcanzar los grados que acabamos de citar. Entre los contemporáneos de Valentin Andreae que buscaron un sentido profundo a las Bodas Químicas, debemos citar, centre otros, a Broettoffer (Elucidarius Majus, 1616) que busca en los “Siete Días” de las “Bodas”, analogías con las siete frases de la preparación de la Piedra Filosofal: Destilación, Solución, Putrefacción, Negreado, Blanqueado, Enrojecimiento, multiplicación y fermentación. Proyección y Medicina.

Con una gran cantidad de buena voluntad puede ser que se interprete así, pero el lector, aun aquellos que dominan los conocimientos avanzados de la alquimia, se verá precisado a torturar su espíritu, para acoplar estas frases de la obra en el cuadro del texto. Por mi parte, prefiero seguir directamente el relato, subrayando los hechos salientes que tengan una relación directa con el Arte Sacerdotal, intentando a continuación agrupar las indicaciones obtenidas.

Reservándome de comentar este trabajo bajo el punto de vista estrictamente alquímico, me parece oportuno exponer previamente al lector, como yo entiendo a mi manera, el modo de leer los textos de los autores que han tratado de la Gran Obra. Así como escribía mi llorado Maestro: “No se entra mas que descalzo en el cerrado Palacio del Rey”, haciendo alusión a la obra de Philalèthe. Las tribulaciones de Christian Rosencreutz constituyen la prueba, y nuestro héroe debe franquear numerosas puertas y sufrir múltiples pruebas antes de llegar al triunfo definitivo.

Si algún lector cuenta encontrar en mis comentarios la Clave detallada de la Gran Obra, le prevengo caritativamente de que no continúe leyendo. Por el mismo motivo que mis predecesores, yo no diré mucho mas que ellos, y todos los hombres de buen sentido aprobaran mi reserva. Yo buscare solamente de poner entre las manos del investigador de la ciencia, el hilo de Ariadna que le ayudará a salir del tortuoso laberinto, y con la ayuda de Dios, el quizá encuentre en estas líneas algunos nuevos conocimientos, susceptibles de allanar para el la “Ruta sobre la que no se retrocede jamás”, y si así fuera me vería largamente recompensado.

No está fuera de lugar recordar aquí, lo que escribió Limojeon de Saint-Didier en su “Triunfo Hermético”:

"Recordad, hijos de la Ciencia, que el conocimiento de nuestro Magisterio, viene mas bien por inspiración del Cielo, que por las luces que podamos encender por nosotros mismos. Esta verdad es reconocida por todos los Filósofos y es por esto por lo que no hay bastante con trabajar; rogad asiduamente, leed buenos libros, y meditad noche y día, sobre las operaciones de la Naturaleza, y sobre lo que ella es capaz de producir, y en lo que ella es ayudada por los socorros de nuestro Arte, y por este medio vosotros alcanzareis, sin duda, el fin propuesto, obtendréis el fruto de vuestros esfuerzos.”

Todo esto se halla condensado en el axioma bien conocido de los Hermetistas:  “Lege, Lege, Relege, Ora, Labora, et Invenies." -Lee, Lee, Relee, Ora, Trabaja y tu Alcanzarás.
Cuando se siente el deseo de leer un trabajo, una obra maestra en la lengua originalmente escrita, es de primera necesidad aprender la lengua de la que se sirvió el autor, y de poseerla perfectamente para comprender, con provecho, todos los matices del texto. Existe la literatura alquímica, lo mismo que otras, y sin el perfecto dominio de la terminología que le es propia, existe el peligro de errar mucho tiempo, si no siempre, en la lectura de los tratados Herméticos, aunque sean escritos en lenguaje común. Lo mejor, cuando ello es posible, es leer el original, puesto que es sabido el dicho: “Traductor, traidor”. En efecto, el traductor es, inconscientemente, sin duda, casi en todos los casos, traidor.
En efecto, una palabra olvidada, un contrasentido, una interpretación errónea o fantástica, puede llevar a los hijos amantes de la Ciencia a perdidas de tiempo excesivas, y a gastos que hubieran podido evitar fácilmente. No tenemos para este estudio el recurso del diccionario, el cual mediante un buen criterio permite comprender lo que parece incoherente. En Alquimia todo parece incoherente al principiante, pues encuentra miles de palabras para designar la misma idea, y algunas de ellas no la expresan claramente. Le es forzoso, pues, formarse un léxico propio de los símbolos según el cree comprenderlos, y esto no le es posible efectuarlo mas que desempolvando textos numerosos, por cuyo medio haga una clasificación con discernimiento, para no conservar mas que los mejores, y trabajar siguiendo la orientación que los mismos le marquen. Para comprender bien los textos, es esencial el impregnarse bien de las concepciones especiales de los alquimistas, respecto a la constitución de nuestro Universo y la de los elementos. Yo añado por mi cuenta quo no es de ningún modo superfluo tener conocimientos suficientes de estenografía; pero los buscadores encontrarán, sin gran esfuerzo, el sentido oculto de los textos expuestos en las Bodas Químicas, estudiando a Paracelso, Enrique Cornelio Agripa y Bias de Vigenere.

Que el investigador de la ciencia se guarde sobre todo de empezar sus trabajos sin haberlos leído; esto es un escollo sobre el cual yo mismo me he estrellado; que abandone sistemáticamente las teorías de los cacoquimicos modernos, sean las que sean las etiquetas con que se hayan adornado. Que dé de lado los productos “químicamente puros” de la fabricación propia de Merck, Poulenc y otros proveedores de aparatos modernos "ejusdem farinae". Es indispensable refugiarse en el Pasado, en la lectura de “aquellos que han sido". De este modo todo se aclara, y el aspirante sabrá encontrar en cualquier momento dado, los materiales necesarios para construir la Casa del Pollo, y el orden de las operaciones vendrá a su espíritu sin que el lo busque. Sin esto, el se hará a si mismo la ilusión de ser Alquimista, creyendo hacerla así también a los demás, y, a la postre, no sacará otro resultado de sus trabajos ilusorios, mas que la perdida de tiempo, de dinero y la propia decepción. Entonces supondrá que la Alquimia no es mas que un cuento extravagante y pasatiempo de locos. Sera mejor para el que la abandone en seguida, pues no verá nunca mas claro que el pigargo de Khunrath, a pesar de los lentes y de las antorchas.

¿Será provechoso exponer el por que los autores de los tratados de Alquimia se han esforzado para convertir sus escritos poco menos que en ininteligibles? Por mi parte yo no creo que sea por el temor del patíbulo dorado, o de la hoguera de los brujos, puesto que los verdaderos alquimistas vagan sin cesar por el mundo, y cambian de nombre a menudo, abandonando la población que les ha cobijado, una vez que allí han efectuado una transmutación, sin olvidar ninguna precaución para permanecer desconocidos. La obscuridad, a sabiendas, de su léxico, y la complejidad de las redes que tienden al lector, tienen por finalidad la de descorazonar a los simplemente curiosos, en los cuales su buena voluntad y su perseverancia no se mantendrán y persistirán hasta el termino debido. Ellos no han escrito mas que para aquellos verdaderamente capaces de comprenderles. La lectura de la "Turba de los Filósofos” no es por si misma una decepción para el que busca el SENDERO y, sin embargo, ¿tales preciosas enseñanzas no la encierran en su exposición?

Si algunos filósofos como Denis Zachaire, Bernardo de Treviso, Philalethe, por ejemplo, han condensado sus enseñanzas en los tratados que han escrito, otros, tales como Basilio Valentín han asociado la ilustración cuyo sentido completa al del texto. Algunos otros viendo que el hecho de escribir constituye decir demasiado, se han limitado a la imagen alegórica y enigmática, pudiendo citar, por ejemplo, las Tablas de Senior, las pinturas alegóricas del Rosario, las de Abraham Juif, explicadas por Nicolas Flamel, las figuras de Miguel Maier, Le Mutus Liber, el libro de las 22 hojas herméticas, etc. Otros autores fueron mas discretos aun y pidieron a la Arquitectura el medio de revelar los arcanos del Hermetismo para aquellos privilegiados que podrían comprenderles. Las esculturas de nuestras excelsas catedrales son ricas en tesoros inexplorados. Y0 cito en Paris solamente entre las mas conocidas: El portal de San Marcelo de Nuestra Señora de Paris, algunas esculturas de la Torre de San Jaime, las de la Casa del Gran Piñón, calle de Montmorency, habiendo pertenecido a Nicolas Flamel, sin olvidar, dentro de otro orden de ideas diferente, los vidrios de la Santa Capilla.

Las imágenes ya se inspiren en el misticismo Cristiano, o en la mitología griega o egipcia, el sentido permanece el mismo. Yo cito como ejemplo: Jacob abatiendo al Ángel, un león venciendo a un águila, Saturno cortando con su guadaña las alas de Mercurio, todo esto a despecho de la diversidad de apariencias no significa mas que una misma y sola cosa: “fijar el volátil”. El arte de descifrar estos enigmas, tanto literaria como iconográficamente, constituye una verdadera gimnasia cerebral, y se llega mas o menos rápidamente a dominar suficientemente para tener la convicción de todo lo que se conoce de la teoría de la Gran Obra; de esto a la ejecución no hay mas que un paso. Es precisamente aquel el que no se puede franquear mas que raramente. No sé indicar otra cosa mejor que citar un párrafo de una carta que me escribió mi Adorado Maestro:
“El filosofo predestinado es consagrado a las ”mas grandes pruebas, pues el Magisterio exige al hombre entero; la Alquimia no es mas ”que un arte de aficionado o de principiante, ” pero Dios sostiene siempre en la lucha a aquel ”que no persigue su interés, sino la Ciencia, desligado de todo interés humano".
Tendría todavía mucho que decir acerca del modo de leer y de interpretar los tratados alquímicos, pero solo la cita de los ejemplos reunidos ocuparían fácilmente las proporciones de un pequeño volumen. Puede ser que yo mismo lo escriba mas tarde, pero mientras tanto, que el lector este prevenido, por ahora yo quiero abordar la materia que mas interesa.
De todos modos terminare este prologo con un último consejo, del cual pueda ser que algunos me queden reconocidos según vayan leyendo. El presidente d’Espagnet escribió en su canon noveno del “L’Arcanum Hermeticae Philosophiae Opus”: “El lector debe tener por sospechoso ’’aquello que le parece fácil de comprender, especialmente en los nombres misteriosos de las cosas, y en los secretos de las manipulaciones. La verdad se oculta tras un velo muy obscuro. Los filósofos no dicen nunca mas verdades que cuando hablan confusamente. Hay siempre un artificio y una especie de superchería en los extremos que parecen hablar con la mayor ingenuidad".
Esto es, en efecto, una regla absoluta.
Auriger

JOHAN VALENTINUS ANDREAE Biografía

Todos los autores que se han especializado en el estudio de los escritos Rosacruces, están acordes en atribuir a Juan Valentin Andreae la paternidad de las Bodas Químicas y a considerarle  como un mensajero de la Orden Rosacruz.
Juan Valentin Andreae fue uno de los hombres mas sabios de su tiempo, por sus profundos conocimientos en todos los dominios de la ciencia, exotérica y esotéricamente.
El autor de las Bodas Químicas nació el 17 agosto 1586 en Herrenberg, en el ducado de Wurtemberg.
La familia de Andreae (*). ha dejado un duradero recuerdo en Alemania, donde su tío Jacobo es conocido bajo el nombre de “segundo Lutero”.
Su padre, Juan Valentin, el séptimo de los diez y ocho hijos del canciller Jacob Andreae (*)., era superintendente de Herrenberg. Su madre, Maria Moser, fue una mujer muy piadosa, a quien su hijo comparo a Santa Monica.
Valentin Andreae acababa de cumplir cinco años cuando su padre fue nombrado Abad de Konigsbronn. Fue en aquel convento donde el recibió su primera educación. Viviendo en aquel medio intelectual, se hizo notar por una extrema sensibilidad y una gran dulzura; la vivacidad de su espíritu era un motivo de asombro para sus conocidos. Si bien es cierto que entre los amigos de su padre Marco Beumler se interesa por el y despierta en su joven espíritu el gusto por las letras y las artes, aprendiendo a la vez algunos idiomas (*)..
Después de la muerte de su padre, en 1601, su madre marcho a vivir a Tubinga con seis de sus hermanos y hermanas.
Tubinga tenia en aquella época una universidad célebre (*).. Durante seis años, Valentin Andreae trabaja con ahincó a fin de aumentar sus conocimientos, consagrando el día a las ciencias y la noche a las letras. Si leía apasionadamente los autores antiguos, no abandonaba los latinistas modernos, y también se interesaba tanto por las matemáticas como por el derecho.

El sabio matemático, Maestlin, el maestro de Kepler, fue también el suyo (*)., y el abogado Cristóbal Besold, su profesor de derecho, que termino en amigo (*)..
Aunque prefería la soledad, era, sin embargo, de un carácter jocoso y encantador, por su animación, cuando quería dejar un instante sus trabajos.
A pesar de recibir ayuda pecuniaria de algunos amigos de su familia, para pagar sus matriculas y poder alimentar a su madre, tuvo que dar lecciones a sus condiscípulos.
En 1603 el llego a bachiller. Tenia entonces 17 años, comenzando en esta época sus escarceos en la carrera literaria, escribiendo dos obras teatrales, “Ester” y “Jacinto”, inspirándose en autores ingleses.
El año 1605 le vio ya Maestro. Poco después comenzó sus estudios teológicos y predico muchas veces.
Mientras tanto la falta de descanso y de un debilitamiento de la vista provocado por su vehemencia al trabajo, le llevaron a un agotamiento intelectual, que debilito su memoria.
Como consecuencia de una loca calaverada, en la que fue guiado por sus amigos, se vio obligado a interrumpir su carrera, lo que le hizo perder sus beneficios y la perspectiva de entrar en la jerarquía eclesiástica, y tuvo que dejar momentáneamente el Wurtemberg. La consecuencia fue, que a partir de 1607 hasta 1614, se vio constreñido a hacer una vida errante, con la esperanza de encontrar la salud del cuerpo y la paz del alma, viajando.
Entonces comienzan para él una serie de tribulaciones que, lejos de descorazonarle, le enseñaron muchas cosas que hubieran quedado desconocidas para él, si hubiera permanecido como un simple maestro en Tubinga.
Su primera etapa fue Strasbourg, y fue de corta duración. Vuelto a Tubinga le fue denegado por el elector Juan Federico, la reintegración a su antiguo empleo. Renunciando entonces a la carrera eclesiástica y a los estudios teológicos, se hizo maestro de escuela.
En Lauingen, su segunda etapa, permaneció poco tiempo, habiendo encontrado una sociedad parecida a la que era la causa de todas sus desventuras. Marchó en seguida a Dillingen, donde se alió con los jesuitas.
De vuelta a Tubinga, fue, durante los años 1608 al 1610, preceptor de jovencitos gentiles-hombres alemanes, los hijos Truchsess. De esta época se le conocen algunos escritos pedagógicos. Durante sus ocios aprendió a tocar el laúd y la guitarra, y frecuentaba los obreros de distintas profesiones, sobre todo a los relojeros. En fin, animado por los amigos de su familia, volvió a tomar placer en los estudios teológicos.

El año 1610 marca una época decisiva en la vida de Andreae. Acuciado por la nostalgia de los viajes partió para Suiza. Después de haber visitado Zurich y Basilea, como artista, vive en Ginebra para el estudio. De repente se une al predicador Juan Scaron. En aquel ambiente, nuevo para el, fue sorprendido y encantado de ver que los teólogos mas afamados, no concedían mas que una importancia Secundaria a los dogmas diferentes que traían divididos a los teólogos alemanes. Aun siendo luterano, se vio atraído hacia ellos y tal disposición moral influirá en adelante sobre su vida. Una estancia en Francia le confirma en aquel estado de animo.
De vuelta a Tubinga entro como preceptor en casa de Mateo Hasenresser, célebre profesor de teología, quien tuvo mucha ascendencia sobre el. Mas tarde publico por si mismo un compendio de la doctrina dogmática de su maestro (Summa doctrinae Christianae 1614).
Pero todavía el carácter inestable de Valentin Andreae no estaba satisfecho. Su amigo Cristobal Besold le había ensenado el italiano, y se resolvió a presentarse en el país de los Doges. Atravesó Austria, permaneció algún tiempo en Viena y después marcho a Roma.
Vuelto a Alemania, en el Wurtemberg, recibió mejor acogida del duque Juan Federico, que es probable hubiera preferido darle un empleo seglar que un cargo eclesiástico. El duque le concede el grado de Comensal en el convento de Tubinga, y creó especialmente para él un curso de teología. De todos modos, para subvenir a sus necesidades daba algunas lecciones particulares y aumentando de este modo sus relaciones y el número de sus amigos (*)..
Nombrado Diacono en Vaihingen (Wurtemberg), en la primavera de 1614, se casa el 2 de Agosto del mismo año con Isabel Grüninger. Aquel largo periodo de incertidumbres y de preparación acababa de tener fin.
Una nueva vida comienza para el.
En el curso de sus viajes, en Alemania, en Suiza, en Francia, en Austria, en Italia, se dedico a buscar a los adeptos de la Fraternidad misteriosa de los Rosacruces (*)..

Aunque existan algunas dudas sobre la verdadera historia de la Fraternidad, su existencia, por de pronto, está probada. Nos ha dejado de su realidad, las mismas pruebas que todas las sectas religiosas, filosóficas y políticas.
quien fue el Iniciado que juzgando a Valentin Andreae apto para ser el portavoz de los Rosacruces, le dio los medios de hacerse reconocer por ellos? Nada se sabe. Pero es lo cierto que fue ordenado para que rompiera el silencio que hasta entonces había envuelto a la Fraternidad, y a participar en la ejecución de la Magna Obra.
El primer manifiesto que publico, en diciembre de 1614, bajo el titulo : “Gloria de la Fraternidad y Confesión de los Hermanos de la Rosacruz” (*)., es la exposición de la reforma general de la humanidad que preconizan los Iniciados Rosacruces. En el se contiene el relato alegórico de la vida de Christian Rosencreutz, y el descubrimiento de su tumba, alegoría sobre la que se presenta los dibujos y los buenos efectos de la misteriosa Fraternidad.
El segundo manifiesto: “Reformación entera del extenso Mundo", apareció algunos días después. En él se encerraba el proyecto de la Reforma bajo el punto de vista moral, político, científico y religioso. Aquel proyecto estaba dirigido a todos los sabios y soberanos de Europa.
La aparición de estos dos manifiestos causó una impresión inmensa sobre todos los espíritus, y se los tradujo simultáneamente a muchos idiomas. Luego aparecieron un número grande de obras, las unas para defenderlos y las otras para atacar a los Rosacruces.
Sin embargo, Valentin Andreae continuó la misión que se le había confiado por los Hermanos de la Rosacruz.
En aquella época Alemania se hallaba inundada por un gran número de impostores y de aventureros, llamándose alquimistas o “sopladores”.
Este es el por que Valentin Andreae, con la intención de ridiculizar, no solamente a los “transmutadores del oro”, sino también los entuertos del momento, tanto en ciencia como en teología, e igualmente al estado de los hábitos de su tiempo, escribió “Las Bodas Químicas de Christian Rosenkreutz.
Se ha pretendido que esta obra fue escrita por su autor a la edad de 15 años. El mismo lo dice en su autobiografíaPensamos que el quiso decir 15 años después de su iniciación. Si por una parte el califica a su obra de fútil, por otra añade: “Esta obra ha sido para algunos ”un objeto de estimación y un motivo de investigaciones sutiles.” Esta frase nos demuestra como Valentin Andreae concedía poca importancia a las creencias de sus contemporáneos, sabiendo muy bien el valor de su escrito.
Las Bodas Químicas fueron escritas por un artista preparado y no por un estudiante. Para aquellos que están al corriente de las alegorías herméticas, esta importante publicación tiene alusiones de una significación seria y oculta. Ellos reconocerán que los incidentes cómicos forman parte de un plan serio, y que la formación de la obra esta en concordancia con las tradiciones generales de la Alquimia.
Los pretendientes a esas “Bodas Químicas”, en número de nueve, pasan antes de ser elegidos candidatos, por pruebas parecidas a las de las iniciaciones antiguas. Nombrados “Caballeros”, cada uno de los nueve lleva una bandera con una cruz roja, indicación que no defraudara a las personas advertidas.
Los fines morales y políticos de esta obra no fueron nunca comprendidos. Indignado del menosprecio de los suyos por las ideas que preconizaba, y en peligro de persecuciones crueles, Valentin Andreae fundo entonces un grupo religioso bajo el nombre de: “Fraternidad Cristiana”, y dando a entender que el se separaría de la Fraternidad Rosacruz (*).
Este grupo tenia por objeto el separar la teología cristiana de todas las controversias que el tiempo había producido, y de llegar así a un sistema religioso mas simple y mas depurado.
Espíritu noble, deseoso de hacer el bien, Valentin Andreae, no podía ser mas que un verdadero místico. Empleo todas sus fuerzas en dirigir a sus contemporáneos hacia el camino de Cristo, según la Biblia. Él encauzaba el cristianismo práctico por la predicación del amor fraternal y de la unión.
El formaba parte de los teólogos místicos, de los cuales era jefe Juan Arndt. Se dice que este último comenzó la reacción contra la Reforma, pretendiendo estimular la vida religiosa (*).
Fue entonces cuando Valentin Andreae, lejos de los cuidados y de las agitaciones de fuera, en la calma y el recogimiento, hizo aparecer de 1616 a 1619, numerosas obras, unas con su nombre, otras bajo un seudónimo.
Bajo el seudónimo de Andrea de Valentia, dio a la luz: “El trafago humano, o el espíritu divagando penosa y vanamente a través de todos los sujetos”, comedia satírica en la que el ridiculiza la invectiva confusa de los sabios de la época (*). Bajo el de Florentino de Valentia, la obra: “La invitación a la Fraternidad de Cristo”  (llamada) “La Rosa florida”. Interesa a sus amigos a trabajar con unión, a la practica de la vida cristiana, a llevar una vida mas simple, renunciar al lujo y al placer, a practicar el amor fraternal y a rogar en común.
Valentin Andreae publico bajo su nombre: “Menipo, espejo de las vanidades de nuestros contemporáneos”. Sátira en la que  toca los defectos de todas las clases sociales. Se compone de cien diálogos escritos con una vivacidad y un espíritu, dignos de los coloquios de Erasmo.
Editó después la “Mitología Cristiana”, obra que reúne las mismas cualidades que la “Menipo”.
El tono sincero de esta obra disgusto a muchos de los contemporáneos del autor, de los que unos le ultrajaron groseramente, mientras que otros, tal como Juan Gerhard, profesor de teología en Tubinga, le aplaudieron.
Citemos aun como entre sus numerosos escritos sobre el misticismo: “El Ciudadano Cristiano” y “Plan para una Comunidad Cristiana”, dedicado este último a Juan Arndt, e inspirado en la “Utopía” de Tomas Moro. Esta ultima obra fue seguida de la que lleva por titulo: “Descripción de la Republica Cristianopolitana”.
En fin, bajo el titulo de: “Ocios Espirituales”, tradujo en verso al alemán una selección de poesías de Campanella.
Se formaron una gran cantidad de sociedades inspiradas en las obras de Valentin Andreae (*).. El clero católico, lo mismo que el clero protestante, delante de aquel éxito, le hicieron advertir de que cesase en sus publicaciones y a reprobarlas.
Entonces hizo uso de un subterfugio. Queriendo hacer creer a todos que aquello que el había escrito no existía, publicó: “La torre de Babel, o caos de los juicios sacados sobre la Fraternidad Rosacruz”, compuesta de 24 diálogos, en los que están contenidos todos los juicios falsos o verdaderos, o supuestos, que habían aparecido hasta 1619 respecto a la Fraternidad (*)..
Inmediatamente después de la publicación de esta última obra, a fin de asegurar su tranquilidad y de alejar a sus perseguidores, partió para Kalw (Wurtemberg), de donde acababa de ser nombrado superintendente, hacia el fin de 1620.

Los primeros años de su estancia en Kalw fueron relativamente tranquilos. Valentin Andreae desplegó una actividad muy grande, y ayudado por su madre creó una especie de sociedad mutua por la cual se procuró medios o subsidios importantes destinados a socorrer a los obreros, a los estudiantes, a los pobres y a los enfermos. (Fundación de los Tintoreros, Fürberstif).
Mientras tanto la tempestad crecía. Se estaba en el periodo tercero de la Guerra de los Treinta Años. Las victorias de los suecos, privados de su rey y jefe, Gustavo Adolfo, muerto en Lutzen (1632), comenzaban a eclipsarse, las armas imperiales bajo el mando de Juan de Werth, atacaron la armada sueca en Nordlingen (1634), la deshicieron, y seguros de la impunidad. devastaron el Wurtemberg. La ciudad de Kalw fue incendiada y abandonada al pillaje. La casa de Valentin Andreae fue completamente destruida. Todo lo que poseía, biblioteca, riquezas artísticas, fue aniquilado.
No por esto se descorazono y delante de la adversidad, no pensando en su propia cura, apeló a la generosidad de los señores vecinos. Bien pronto las sumas afluyeron para la fortuna de los enfermos y de los habitantes arruinados. En 1638 Kalw fue de nuevo devastada y Valentin Andreae tuvo que huir.
En medio de su infortunio no le faltaron los sacrificios. Sus amigos de Nuremberg le ofrecieron un asilo, pero fiel a su príncipe el duque Eberhard III, Valentin Andreae paso a Suttgart. Allí, por la intervención del teólogo Melchor Nicolai, muy poderoso en la corte, obtuvo el cargo de consejero municipal. Asimismo fue nombrado predicador del Rey, función que desempeño de 1639 a 1650. Durante estos diez años que paso en Stuttgart, no predicaría menos de mil sermones, de los cuales la mayor parte sobre el texto de San Pablo: “Primera epístola a los corintios”. A pesar de su celo infatigable por sus semejantes, se vio obligado a sufrir crueles disgustos por parte de los teólogos luteranos.
Juan Valentin Andreae publico hacia el año 1640 una ordenanza de disciplina eclesiástica; la “Cinosura”. Esta ordenanza que formulaba prescripciones muy detalladas sobre los deberes de los pastores, se convirtió en regla para todo el Wurtemberg.
En su lucha contra la simonía y el libertinaje, tuvo la fortuna de encontrar una ayuda preciosa en las personas de las tres hijas del duque Eberhard, llamadas por el, las Tres Gracias.
En 1649, patrocinado por Augusto, duque de Brunswick-Lünebourg, sabio y excelente hombre de letras, Valentin Andreae se dispuso a explicar su tesis de doctor en Teología. Pero fue trabajo perdido. Tenia en su contra demasiados detractores y adversarios. Aun estando muy apoyado por el duque Eberhard, se desanimo y pidió ser relevado de sus funciones. Al año siguiente fue nombrado Abad de Babenhausen (Baviera).
Allí fue el punto de reposo, descontado el Purgatorio, para Valentin Andreae.
Acusado de fomentar la herejía por sus adversarios, auténticos luteranos, se vio obligado a deponer contra ellos una queja elevada al Consistorio. Este fue el último golpe del cual no se rehízo jamás.
Por una favorable diversión el duque Augusto de Brunswick le colmo de títulos y de presentes, facilitándole de este modo considerables recursos. El duque, que no le había visto nunca, quiso, en 1653, hacerle venir a su lado, a Wolfenbüttel. Le envió una escolta principesca, pero Valentin Andreae, enfermo, no se determino a emprender el viaje.
Nombrado al comienzo de 1654 abad mitrado de Adelsberg, no se pudo personar, por haber sido destruido el monasterio por un incendio (*)..
El duque le hizo construir una casa confortable en Stuttgart, pero Valentin Andreae habito bien poco tiempo su Selenianum, porque minado por la enfermedad, murió el 27 de Enero de 1654, dictando una carta al duque, su bienhechor, su Sol, corno el le llamaba (*).
Puede decirse que el cometido asignado a Valentin Andreae fue seguido por él punto por punto. Sus obras fueron escritas para esclarecer los espíritus y dirigir las almas unidas, a la paz. a la verdad, y a la razón.
Su vida, como la de aquellos que se consagran a sus semejantes, fue un largo sacrificio. ¡Si no tuvo el valor de seguir el ejemplo del Maestro hasta el Gólgota, supo, sin embargo, indicar la ruta a los que buscan la Senda, la verdad, la vida!
Paul Chacornac


LAS BODAS QUÍMICAS 
DE 
CHRISTIAN ROSENKREUTZ
Año 1459

Los secretos pierden su valor; la profanación destruye la gracia.
Así pues: no eches margaritas a los puercos, ni hagas para un asno un lecho de rosas.






Una noche, algún tiempo antes de Pascuas, me hallaba sentado a mi mesa, y platicaba con todo mi ardor, en oración humilde, con mi Creador. Meditaba profundamente en los grandes secretos que el Padre de la Luz, en su benignidad, me había permitido contemplar en numero extraordinario, y ansiaba preparar dentro de mi el “pan ázimo” sin tacha, con la ayuda de mi bien amado Cordero Pascual.
Repentinamente el viento empezó a soplar con tal violencia que me parecía que la montana, en la cual mi vivienda estaba cavada, se hundía, movida por la ráfaga.
Sin embargo, como esta tentativa del diablo, que me produjo bastante inquietud, no tuvo ningún éxito, tome nuevos bríos y continúe en mis meditaciones. De repente sentí que me tocaban en la espalda, lo cual me atemorizo tanto que no osaba volverme; pero al mismo tiempo me sentí invadido por un gozo tan intenso, que la humana debilidad no puede conocer mas que en circunstancias parecidas.
Como continuaran tirando de mis ropas a intervalos mas repetidos, termine por volverme y me vi delante de una mujer de belleza admirable, vestida con un traje azul bordado delicadamente con estrellas de oro, que parecía el Cielo. En su mano derecha llevaba una trompeta de oro sobre la que pude leer un nombre que no me esta permitido revelar por el momento, y en su mano izquierda sostenía un paquete abultado de cartas, escritas en todas las lenguas, que ella debía distribuir por todos los países, según pude saber después. Aquella mujer tenia unas alas grandes y muy bellas, cubiertas de ojos en toda su extensión, con las cuales se elevaba y volaba mas velozmente que un águila.
Considero que hubiera podido tomar algunos detalles mas de su aparición, pero como no permaneció delante de mi mas que un pequeño espacio de tiempo, y también al volverme todavía estaba dominado por el miedo y el sobresalto, no hice mas observaciones de aquella mujer. Cuando me volví hacia ella, desenrollo su paquete de cartas, tomo una y la deposito sobre la mesa, con una profunda reverencia, abandonándome acto seguido sin haberme dicho ni una sola palabra. Mas al tomar su vuelo hizo sonar la trompeta con tal fuerza, que la montana entera resonó, y por mi parte no pude entender mas que a mi propia voz durante un cuarto de hora.
No sabiendo que partido tomar delante de aquella aventura inesperada, me hinqué de rodillas y rogué a mi Creador, que me guardara de todo lo que pudiera ser contrario a mi salvación eterna. Temblando de miedo como un niño, tome entonces la hoja de papel y sentí que era mas pesada que si estuviera hecha de oro macizo. Examinándola con atención descubrí el minúsculo sello que la cerraba y que llevaba una cruz delicada con la inscripción siguiente: In hoc signo vinces.
Cuando vi este signo me sentí poseído de confianza, puesto que tal sello no podía complacer al diablo, y así es cierto que no hace uso de el. Desplegué, pues, la carta vivamente y leí los siguientes versos escritos en letras de oro sobre fondo azul:

Hoy, hoy, hoy Son las bodas del rey,
Si tu estas puro y tomas parte, 
Elegido por Dios para la dicha,
Ve hacia la montana 
Que sostiene tres templos
Y veras los acontecimientos.
Ponte en guardia
Y examínate por ti mismo.
Si tu no estas lo suficientemente puro,
Las bodas te serian fatales. 
Desgraciado del que se entretiene allá abajo 
Que aquel que sea muy voluble se abstenga

Y debajo, como firma
Sponsus y Sponsa

A la lectura de tal carta me sentí desvanecer; mis cabellos se erizaron y un sudor frio bañó todo mi cuerpo. Yo comprendía bien que se trataba de una cuestión de matrimonio que me había sido anunciada en una visión anterior, siete años atrás; yo la había esperado y deseado ardientemente durante largo tiempo, y yo había hallado la fecha por medio de un calculo asiduo y escrupuloso del aspecto de mis planetas, pero nunca pude suponer que tuviese lugar en unas condiciones tan graves y tan peligrosas.
En efecto, yo me había imaginado que no tendría mas que presentarme al matrimonio para ser bien recibido, y hete aquí, que todo dependía de la elección divina. No estaba seguro de que podría ser de los elegidos; antes bien, examinándome, yo no veía en mi mas que un ignorante de los misterios; ignorancia tal, que no veía capaz de comprender el suelo que hollaban mis pies ni los útiles de mi ocupación profesional, y como razonamiento final, yo no podía ser destinado para profundizar y para conocer los secretos de la naturaleza. Según mi convencimiento, la naturaleza habría podido encontrar en cualquier parte un discípulo mas digno, a quien ella podía confiar tan preciado tesoro, aunque temporal y perecedero. Además, observe que mi cuerpo, mis emociones exteriores, y el amor fraternal hacia el prójimo, no eran, ni mucho menos, de una limpidez acrisolada, así como el orgullo de la carne todavía se manifestaba con marcada tendencia hacia la consideración y las pompas mundanales y con falta del respeto debido a mis semejantes. Todavía me veía constantemente atormentado por los pensamientos egoístas de vivir en palacios, de conquistarme un nombre inmortal entre los hombres y de cosas por el estilo.
Pero fueron sobre todo las palabras enigmáticas, referentes a los tres templos, las que me proporcionaron una gran inquietud; mis meditaciones no consiguieron aclararlas, y pueda ser que nunca las hubiera comprendido, si no se me hubiese dado la clave de una manera maravillosa. Batallando entre la duda y la esperanza, yo pese los pro y contra, pero no saque otro resultado mas que la constatación de mi debilidad e impotencia. Sintiéndome incapaz de tomar una decisión cualquiera, lleno de temor por esta invitación, yo busque, por fin, una solución por mi vía natural, la mas certera: me abandone al sueño, después de una oración severa y ardiente, con la esperanza de que mi ángel quisiera aparecérseme con el permiso divino para poner termino a mis dudas, así como otras veces con anterioridad lo había efectuado. Y así sucedió entonces también, en loor de Dios, para mi bien y para la exhortación y la cordial enmienda de mi prójimo.
En efecto, apenas me había quedado dormido cuando me pareció que estaba acostado en una torre profunda con una multitud de hombres, y allí sujetos con pesadas cadenas; nosotros zumbábamos como las abejas sin luz, y sin la mas débil claridad, lo cual agravaba mas aun nuestra aflicción. Ninguno de nosotros podía ver quien era el mismo, y mientras tanto yo observe que mis compañeros se subían los unos sobre los otros, porque la cadena del uno era un poco mas ligera que la del otro, sin considerar que no había lugar de consolarnos mucho mutuamente, toda vez que todos nosotros éramos unos pobres mentecatos.
Después de haber sufrido tales dolores durante un tiempo, asaz largo, calificándonos recíprocamente de ciegos y de prisioneros, nosotros oímos el sonido de numerosas trompetas, el batir de tambores, con un arte tan elevado que nos apaciguamos y alegramos en medio de nuestro calvario. Mientras que escuchábamos, el techo de la torre fue levantado, y un poco de luz pudo penetrar hasta nuestro calabozo. Entonces fue cuando nos pudimos ver unos echados sobre otros, y el desorden que allí reinaba; de suerte que aquel que nos dominaba, bien pronto se le veía debajo de nuestros pies. En cuanto a mi, no permanecí inactivo un momento mas, sino que me erguí de entre medio de mis compañeros, y a despecho de mis pesados grilletes, salte sobre una piedra donde había conseguido ampararme, pero allí también fui atacado por los otros y les rechazaba y me defendía según podía con las manos y los pies. Nosotros estábamos convencidos que seriamos liberados, pero estaba dispuesto de otro modo.
Ahora, los señores que nos observaban desde lo alto, gracias a un orificio de la torre, se condolieron un poco de aquella agitación y de nuestros gemidos, y un viejo venerable nos ordeno guardar silencio, y cuando el pudo dejarse oír, hablo, si mi memoria no me es infiel, en estos términos:

Si el pobre genero humano 
Cesara de rebelarse,
Recibiría muchos bienes 
De una madre verdadera.
Pero como rehúsa obedecer,
Permanece con sus zozobras 
Y continua prisionero.
De todos modos, mi querida madre no quiere 
Mantener su rigor por su desobediencia 
Y deja sus bienes preciosos 
Alcanzar a la luz demasiado a menudo,
Aunque aparecen muy raramente,
Con el objeto de que se les estime.
De otro modo se les considera como fabulas.
Es por ello en cuyo honor da la fiesta 
Que celebramos nosotros hoy 
Para rendirla gracias con mas frecuencia.
Ella quiere hacer una buena obra.
Se descenderá la cuerda 
Y aquel que se suspenda, será liberado.
Apenas hubo acabado su discurso la dama anciana ordenó a sus servidores de arrojar la cuerda en el calabozo por siete veces y de sacarla con aquellos que hubieran podido asirla.
!Oh, Dios! Yo no soy capaz de describir con la intensidad debida, la angustia que nos dominaba, y como quiera que todos buscábamos asir la cuerda, por eso mismo nos empujábamos mutuamente. Transcurrieron unos minutos, después sonó una campana; a esta señal los sirvientes izaron la cuerda por primera vez con cuatro de nosotros. En este momento yo estaba bien lejos de poder agarrar la cuerda, porque, por mi desgracia, estaba subido sobre una piedra contra la pared de la torre, como ya lo he dicho; por tal razón yo no podía coger la cuerda que descendió al centro.
La cuerda fue lanzada por segunda vez; pero muchos de nosotros tenían cadenas muy pesadas, a la vez que sus manos eran muy débiles para mantenerse asidos, y al caer ellos arrastraban tras si a muchos otros que quizá se hubieran mantenido aferrados. !Ay!, yo vi quien no pudiendo asirse a la cuerda arrastraban a otros; !tan envidiosos éramos en nuestra grande desventura!... Pero yo censuraba especialmente a aquellos que eran tan extraordinariamente tardos que sus manos se agarraban a los cuerpos de los otros sin que consiguieran subir ellos.
De este modo la cuerda vino y fue cinco veces, y solo unos cuantos habían subido, pues en el momento que la señal se oía, los sirvientes atraían la cuerda con tal rapidez, que la mayor parte de aquellos que la habían cogido eran despedidos, cayendo los unos sobre los otros.
La quinta vez, especialmente, la cuerda fue retirada sin llevar a ninguno, por lo que muchos de nosotros, y yo entre ellos, desesperamos de ser liberados; entonces imploramos a Dios para que tuviera piedad de nosotros, permitiéndonos salir de aquellas tinieblas, puesto que las circunstancias eran propicias, máxime cuando algunos se hallaban extenuados.
Como que la cuerda iba balanceando cuando la retiraban, vino a pasar cerca de mi, quizá por voluntad divina, yo la observe al vuelo y pude asirme a ella por encima de todos los otros, y así fue como pude salir contra todo evento. Mi alegría era tan grande, que no sentía las heridas que una piedra saliente me produjo en la cabeza durante mi ascensión; no me apercibí de otra cosa una vez arriba que, a mi vez, debía ayudar a los otros liberados a retirar la cuerda por la séptima y ultima vez. Entonces, por el esfuerzo empleado, la sangre se esparció por mis vestidos y sin que, en mi alegría, yo lo notase.
Después de aquella ultima retirada de la cuerda llevando tras si un gran numero de prisioneros, la dama encargo a su hijo mas viejo (la cuya edad me tenia admirado grandemente) que exhortase a los desgraciados que permanecían en el calabozo; y el después de una corta reflexión, hizo uso de la palabra de este modo:

Queridos hijos 
Que estáis ahi abajo,
Aquí ha terminado
Lo que estaba previsto de mucho tiempo.
Eso que la bondad de mi madre 
Ha concedido a vuestros hermanos,
No les envidiéis de ningún modo.
Llegará muy pronto el día feliz 
En el que todos serán iguales;
Entonces no habrá pobres ni ricos,
Y aquel a quien mucho se le haya dado 
Tendrá que aportar mucho;
Aquel a quien se le haya confiado mucho 
Deberá rendir cuentas muy estrechas.
Cesad, pues, en vuestros tristes plañidos 
Que solo es por algunos días.

Así que termino su discurso la obscuridad volvió a cernirse sobre los que allí quedaban, toda vez que la trampa volvió a ser colocada. Después el sonido de las trompetas y de los tambores resonó de nuevo, pero su batir no podía dominar los gemidos de los prisioneros del calabozo que se dirigían a todos aquellos que estábamos arriba, y esto hizo venir las lagrimas a mis ojos.
La anciana señora se colocó al lado de su hijo sobre el trono colocado a este fin, e hizo contar los liberados. Cuando ella supo el número a que ascendíamos y lo hubo escrito sobre una tablilla de oro pidió el nombre de cada uno, el que fue anotado por un paje. Después nos miró y suspirando dijo a su hijo esto, que yo entendí perfectamente: “;Ah! !Cuanto me conmueven los pobres hombres que quedan en la torre! Pluga a Dios permitirme salvarlos a todos". El hijo respondió: “Madre; Dios lo ha ordenado así, y nosotros no debemos desobedecer. Si todos nosotros fuéramos señores y poseedores de bienes terrenales, ¿Quién nos serviría cuando estuviéramos sentados a la mesa?” A esto, la madre no replicó nada.
Pero súbitamente ella ordeno: “Despojad a estos desgraciados de sus cadenas.” Fue obedecida rápidamente, tocándome a mi casi el último. Y entonces habiendo observado el comportamiento de mis compañeros, yo me incliné delante de la dama y di gracias a Dios, por cuya intercesión había sido transportado de las tinieblas a la luz, por su gracia paternal. Los otros siguieron mi ejemplo, y la dama se inclinó.
En fin cada uno recibió como recompensa una medalla conmemorativa de oro, la cual tenía esculpido en el anverso la efigie del Sol saliendo, y en el reverso, si mi memoria me es fiel, estas tres letras: D. S. L. 
Después se despidió de nosotros exhortándonos a servir a nuestro prójimo para la gloria de Dios, y a tener en secreto aquello que se nos había confiado; nosotros lo prometimos así, y nos separamos.
Ahora yo no podía caminar mas que con suma dificultad a causa de las heridas que me habían hecho las anillas de las cadenas en los pies, y yo cojeaba de las piernas. La anciana señora se apercibió de ello, y riéndose me nombró y me dijo: “Hijo mío, no te entristezcas por esta contrariedad; antes al contrario, domina y elévate sobre tus debilidades y da gracias a Dios por haberte permitido alcanzar esta luz mientras que aún permaneces en el mundo de los vivos con todas sus imperfecciones; soporta tus heridas y acuérdate de mi.”
En este momento las trompetas sonaron inopinadamente, a lo cual me desperté. Entonces solamente fue cuando me apercibí de que todo había sido un sueño. Sin embargo, quede tan fuertemente impresionado, que aun hoy día me preocupa aquel sueño, y me parece que siento todavía las llagas de mis pies.
En todo caso, comprendí que Dios permitía mi asistencia a unas bodas ocultas; le exprese mi agradecimiento a su divina majestad en mi fe filial, y le rogué que me guardase siempre dentro de su temor; de llenar cotidianamente mi corazón de ternura y de sabiduría, y, en fin, de que me mantuviera dentro de su gracia, hasta el fin deseado, a despecho de mi poco mérito.
Después me preparé para el viaje, me vestí con una túnica blanca de lino, y me ceñí una banda de color de sangre, pasando sobre los hombros y dispuesta en forma de cruz sobre mi pecho. Coloque después cuatro rosas rojas en mi sombrero, confiando que todos estos signos distintivos, harían destacarme mas rápidamente de entre la multitud. Como alimento, tome pan, sal y agua; yo usaba esto en ciertos casos, y en frecuentes intervalos, no sin utilidad, siguiendo los consejos de un sabio.
Pero antes de abandonar mi caverna, dispuesto para la partida y ataviado con mi habito nupcial, me postré de hinojos y pedí a Dios que El permitiera en su bondad infinita que todo aquello que iba a suceder fuese para bien mío; después le hice la promesa de servirme de las revelaciones que pudieran serme hechas, no para alcanzar honores y consideraciones humanas, sino para ensalzar su nombre y para el beneficio de mis semejantes. Habiendo hecho este voto, salí de mi celda, lleno de esperanza y de alegría.

COMENTARIO-1

Este primer día comienza algún tiempo antes de Pascuas, y sus pocas palabras parecerán sin importancia, o por lo menos sin ninguna relación con lo que sigue. El cordero sin mancha y el pan ázimo que sueña el héroe de este relato, evocan ciertos pasajes del Deuteronomio, cuando el Señor dijo a Moisés: “El mes actual será el comienzo de los meses, y por lo tanto será el primer mes del año...” A la fiesta de Pascuas se relaciona la idea de la Resurrección, de renovación, de volver a empezar. Es, por lo tanto, sobre los alrededores del equinoccio de la primavera, cuando Valentin Andreae sitúa la resurrección del Rey y de la Reina, y esto no deja de tener su importancia. Según nuestro punto de vista, Christian Rosencreutz, por lo menos en esta parte de nuestra descripción, puede estar confundido con la primera materia de los Filósofos. En efecto, no parece natural que la montana en la cual esta socavada su habitación fuera a hundirse con la violencia del viento. La piedra esta todavía en su cantera. Una mensajera alada le trae la invitación a las bodas del “Sponsus y Sponsa” (el novio y la novia). Ella va vestida con un manto que asemejase al cielo, tachonado de estrellas, y esto junto con las notas vibrantes que ella arranca de su trompeta, evoca particularmente a los ángeles bíblicos y especialmente el simbolismo de Jacob, quien se había quedado dormido con la cabeza recostada en una piedra. (Para los lectores que posean esta obra, la comparación será fácil con la lamina 1 del “Mutus Liber”.)
Lámina 1
El sello que cerraba la carta llevaba una cruz con la inscripción: “Con este signo vencerás.” Todo esto hace recordar el Labarum de Constantino, y no debemos olvidar que la cruz simboliza a los cuatro elementos. El contenido de la carta es asaz explicito y nos confirma notablemente que sin una purificación suficiente, la piedra extraída de su cantera, no podrá nunca aspirar a convertirse en la de la Filosofía; es necesario, además, que su densidad sea la justa, como veremos mas adelante en la prueba de las Pesas.
El relato del sueño viene a apoyar lo que precede, es decir, que las piedras extraídas de la Mina, i como pueden aspirar a ser admitidas al honor de aspirar a convertirse en la “Piedra” todo filo? Entre todos los detalles acumulados a capricho en la descripción anterior, con el objeto de alucinar al lector, no retenemos mas que la segunda estrofa de aquello que dice “el viejo todo blanco” y el párrafo en que esta escrito: “Mi alegría era tan grande que no sentía las heridas que una piedra saliente me produjo en la cabeza durante mi ascensión.” Este viejecito, este hijo tan viejo cuya edad intriga extraordinariamente a nuestro héroe, se asemeja extraordinariamente a Saturno, y su Madre compadece los minerales y metales (los hombres en la torre), a todos los cuales ella no puede libertar, es decir, librarles de su lepra para convertirles tan puros y limpios como el oro. Aquí se produce una confusión, sin duda intencionada, entre esto que precede sobre el Viejo y las lamentaciones que eleva el Peregrino sobre las llagas de sus pies. Su marcha es lenta y pesada como la de Saturno, al cual se le representa trabado con ligaduras de lana. Yo no insisto mas sobre este sueño, nada mas que sobre el sentido de las tres letras D. L. S. que llevaba grabadas el reverso de la medalla de oro conmemorativa, las cuales pueden prestarse a una multitud de interpretaciones apropiadas; en cuanto al sueño, ya he dicho mas de lo que debía. Qui potest capere capiat.
La vestidura que Christian Rosencreutz adopto para ir a las bodas de Sponsus et Sponsa, no debe pasarnos inadvertida. Yo no me refiero a la calidad de la tela de lino blanca, conforme a los ritos sagrados, sino a la banda roja cayendo en forma de cruz, y las cuatro rosas rojas que puso en su sombrero, mereciendo la atención del lector, puesto que por este hecho nació el emblema de la Rosa Cruz. Es significativo a este objeto, abrir un paréntesis, aunque esta muy distante de mi espíritu el querer establecer un paralelo entre la Fraternidad Rosacruz y nuestra gran Orden Nacional de la Legión de Honor; pero el color rojo de la banda, la cruz atribuida al grado de Caballero, y la rosita roja al grado de Oficial, muestran suficientemente nuestra pobreza imaginativa y nos prueban que nos movemos sin cesar, ignorándolo, dentro de un mismo circulo.
¿Por que Christian Rosencreutz tomo como provisiones pan, agua y sal? El primero es el pan de la Eucaristía, es decir, la gracia divina; el agua, es el agua lustral y purificante; y en cuanto a la sal, ¿Hay necesidad aquí de recordar su simbolismo con el Sacramento del Bautismo?
Y con esto damos fin al comentario del Dia Primero.


Apenas había entrado en el bosque me pareció que el cielo entero y todos los elementos estaban ya apercibidos para las bodas; yo creo que los pájaros cantaban mas agradablemente y vi que los ciervos saltaban tan alegremente que unos y otros regocijaron a mi corazón y le incitaron a cantar. Y cante, pues, en alta voz:
Estás alegre, querido pajarito;
Para loar a tu Creador,
Eleva tu voz clara y fina 
A tu Dios Todopoderoso;
Él prepara tu alimento 
Y te lo da en su tiempo justo,
Está satisfecho así.
¿Por qué, entonces, tienes pena,
Y te irritas contra Dios 
Por haberte hecho un pajarito? 
¿Por que razonar en tu cabecita 
El por qué no te ha hecho hombre? 
i Oh! Cállate. Él lo ha meditado profundamente, 
Está satisfecho así.
¿Qué haría yo, pobre gusano de tierra,
Si quisiera discutir con Dios? 
¿Buscaría la entrada del cielo para forzarla,
Para raptar con violencia el gran arte?
¡Dios no se deja forzar! 
¡Que el indigno se abstenga!
Hombre, date por satisfecho.
Si Él no te ha hecho emperador 
No te debes ofender por ello.
Tu podrás acaso despreciar su nombre,
Y de eso solo Él se preocupa.
Los ojos de Dios son clarividentes,
Él ve en el fondo de tu corazón,
Así nunca podrás engañarle.

Y mi canto, saliendo del fondo de mi corazón, se esparció a través de la floresta en todas direcciones. Las montañas me repitieron las últimas palabras en el momento en que, saliendo del bosque, entraba en una bella pradera. En este prado se alzaban tres cedros bellísimos cuyas largas ramas proyectaban una sombra agradable. Yo quería disfrutarla seguidamente, pues aunque no hubiera andado un largo trecho, estaba excitado por el ardor de mi deseo. Corrí, pues, a los arboles para descansar un poco.
Pero al acercarme me apercibí de un cartel que había fijado a un árbol, y he aquí las letras que yo vi escritas en caracteres elegantes:
“Extranjero, salud: Quizá tu has oído hablar de las bodas del Rey; en este caso, pesa escrupulosamente estas palabras: Para nosotros, el Novio ofrece la elección de cuatro caminos por todos los cuales tu podrás alcanzar al Palacio del Rey, a condición de que no te separes de la ruta. El primer camino es corto, pero peligroso, pasando por medio de diversos precipicios, los que no podrás evitar mas que a duras penas; el otro, mas largo, los rodea, es plano y fácil si con la ayuda de imán no te tuerces ni a derecha ni a izquierda. El tercero es verdaderamente la carretera real, placeres y espectáculos de nuestro Rey, te harán agradable su carrera. Pero apenas uno de entre mil, puede alcanzar la meta. Por el cuarto, ningún hombre puede arribar al Palacio del Rey, el se hace imposible de transitarlo, puesto que consume, y no conviene mas que a los cuerpos incorruptibles. Elige, pues, de entre esas tres rutas que tu ves, y síguela con constancia. Has de saber también que aquella que tu eligieras en virtud de un Destino inmutable, no podrás abandonarla ni volver atrás, sin el mayor peligro para tu vida.
”Esto es lo que hemos querido que tu supieras, pero toma nota también y no ignores que deplorarás haber seguido este camino lleno de peligros: En efecto si él debe conducirte a infringir las leyes de nuestro Rey, yo te ruego ahora, que todavía estas a tiempo, de volverte lo mas ligero a tu casa, por el mismo camino que te ha traído aquí.”
Una vez que hube leído aquella inscripción se desvaneció mi alegría, y después de cantar tan alegremente me puse a llorar con amargura, pues bien claramente veía los tres senderos delante de mi. Comprendía que me estaba permitido hacer la elección de uno de ellos, pero si elegia el de rocas y piedras, me exponía a matarme miserablemente cayendo en un precipicio; si aceptaba el camino largo, podía muy bien perderme en las veredas afluentes, o permanecer de ruta en ruta demasiado tiempo. Yo no podía vacilar mas, yo me decidí, pues, por la carretera real, y entre mil que hubiera habido, era aquél precisamente el único que podía elegir. El sendero cuarto también se extendía delante de mi, pero estaba tan lleno de vapor y despedía un fuego tal, que no pude aproximarme ni aun a una gran distancia.
En esta incertidumbre, reflexioné si no valdría mas renunciar a mi viaje. Por una parte, yo consideraba mi pequeñez y por otra el sueño me consolaba por el recuerdo de la liberación de la torre, sin que esto, entre paréntesis, me hiciera confiar de una manera absoluta. Todavía dudé y vacilé sobre el partido a tomar, hasta que mi cuerpo extenuado por la fatiga reclamó su alimento. Yo tomé el pan y lo corté. Entonces una paloma blanca como la nieve, posada en un árbol, sin que su presencia hubiera llamado mi atención hasta este momento, lo vio y descendió, quizá por estar acostumbrada a ello. Se aproximó dulcemente a mi y yo la ofrecí departir mi desayuno con ella. Con la mayor naturalidad aceptó mi ofrecimiento y esto me permitió admirar su belleza a mi gusto.
Pero su natural enemigo, un cuervo negro, nos apercibió y descendió rápidamente hasta la paloma para tomar parte en el desayuno, sin prestar la mas mínima atención a mi persona. La paloma no tuvo otro remedio que huir seguida del cuervo y volaron los dos hacia el mediodía. Yo me afligí e irrite furiosamente y perseguí aturdidamente al cuervo insolente, y recorrí así, sin tomar ninguna precaución, casi toda la extensión de un campo en la dirección indicada, y pude cazar al cuervo y libertar a la paloma.
En este momento solamente, yo me di cuenta que había obrado sin reflexión; había entrado en una vereda, la cual me estaba prohibido abandonar en adelante, bajo pena de un severo castigo. Quizá me hubiera consolado, si no hubiera sentido vivamente haber dejado mi mochila y mi pan al pie del árbol sin que ahora lo pudiera recoger, y habiendo intentado retroceder el viento me zarandeo con tanta violencia, que bien pronto me lanzo por tierra, y en cambio siguiendo adelante el camino, no sentía la tormenta. Comprendí, pues, que hacer frente al huracán era perder la vida.
Así, pues, me puse en camino llevando mi cruz con paciencia, y como la suerte estaba ya echada, tomé la resolución de hacer todo lo posible para alcanzar el final de la prueba antes de la noche. Delante de mi se presentaron numerosas y falsas rutas, pero yo las evitaba gracias a mi brújula, rehusando obstinadamente no salirme ni un paso de mi meridiano, a pesar de que muy a menudo el camino era tan escabroso e impracticable, que yo me hubiera perdido, si no hubiera sido por este aparato. Caminando, caminando, yo pensaba sin cesar en la paloma y el cuervo, sin llegar a descifrar su significado.
Por fin vi a lo lejos un portal espléndido, sobre una alta montana y yo me apresure aunque se hallaba a tanta distancia de mi, puesto que el sol iba transponiendo las montanas, sin que yo viera ningún pueblo a lo lejos. Yo atribuí este descubrimiento a Dios solo, pues si hubiera querido que yo continuase mi camino sin abrirme los ojos yo hubiera fácilmente pasado sin verlo.
Me aproxime con la mayor rapidez y cuando pude alcanzarlo, los últimos resplandores del crepúsculo me permitieron todavía poder apreciar su contorno.
¡Oh!, era un “Portal Regio admirable”, adornado con esculturas representando espejismos y objetos maravillosos, de los cuales la mayor parte tenían un significado particular como yo lo comprobé mas tarde. En el frontispicio de la entrada, estaban inscritas estas palabras:
LEJOS DE AQUÍ, ALEJAOS PROFANOS (Procul hinc, procul ite prophani.)
entre otras inscripciones de las que se me prohibió hablar severamente.
En el momento de mi llegada a la entrada, un desconocido, ataviado con una túnica azul celeste, vino a mi encuentro. Yo le salude cariñosamente, y me respondió del mismo modo, pidiéndome a la vez mi carta de invitación. ¡Oh!, cuanto me alegre entonces de haberla llevado conmigo; pues podía haberla olvidado fácilmente, como había sucedido a otros, según me dijo aquél guardián. Yo se la presenté incontinenti, y al verla no solo se mostró satisfecho, sino que con toda mi mayor sorpresa, se inclinó y me dijo: “Venid, querido hermano; vos sois mi huésped; sed bienvenido.” En seguida me rogó que le dijese mi nombre; yo le respondí que era el hermano de la “Rosacruz Roja”, notándole, al oírlo, una agradable sorpresa. Después me preguntó: “Hermano mío, ¿No habéis traído con vos nada para poder comprar una insignia?” Le replique que no era tan afortunado, pero le ofrecí con la mejor voluntad lo que pudiera complacerle mas de entre los objetos de mi propiedad. A su insinuación le regalé mi cantimplora de agua, y el a cambio me dio una insignia de oro, que no tenia otra cosa mas que estas dos letras: S. C.  El me encargo de que me acordase de él en el caso de que pudiera serme útil. Preguntado por mi, me indicó el nombre de los convidados que habían entrado antes que yo; y como prueba de amistad, me entregó una carta lacrada para el guardián siguiente.
Mientras que había estado entretenido con este personaje, vino la noche y entonces fue colocado en la puerta un gran faro con el objeto de que los que todavía estuvieran en camino pudieran orientarse. El camino que conducía al castillo se prolongaba entre dos muros, estando bordeado por hermosos arboles cargados de frutas. Se había suspendido una linterna a cada tercer árbol a ambos lados del camino, y una bella virgen vestida de azul estaba encendiendo todas aquellas luces, con una antorcha maravillosa, y yo me detuve mas tiempo del prudente para admirar aquel espectáculo de una belleza tan extraordinaria.
En fin, la distracción tuvo su fin, y después de haber recibido las instrucciones necesarias, me despedí del primer guardián. Según iba caminando, se apoderó de mi un deseo de saber el contenido de la carta; pero como yo no podía creer en una mala acción del guardián, resistí a la tentación.
Llegué así a la segunda puerta, que era muy parecida a la primera, no diferenciándose en otra cosa, que en las esculturas y en sus símbolos secretos.
Sobre la puerta se leía:
DAD Y SE OS DARÁ (Date et dabitur vobis.)
Un feroz león encadenado a la entrada, se irguió al verme, e intentó lanzarse sobre mí rugiendo. De este modo despertó al segundo guardián que se hallaba acostado sobre una losa de mármol, y me rogó que me acercase sin temor. Él cogió al león, tomó la carta que yo le tendía tembloroso, y me dijo inclinándose profundamente: “Bienvenido sea de Dios el hombre que yo deseaba ver desde largo tiempo.” A renglón seguido me presentó una insignia y me dijo si yo podía cambiarla. Como yo no poseía mas que mi sal se la ofrecí y él lo acepto con muestras de agradecimiento. Esta insignia tampoco tenia inscritas mas que dos letras: S. M. 
Cuando me disponía a charlar con el igualmente, tocaron dentro del castillo; entonces el guardián me dijo que corriera con toda la velocidad de mis piernas, pues de lo contrario todos mis trabajos y esfuerzos serian vanos, pues ya hablan empezado a apagar todas las luces de lo alto.
Yo me puse a correr inmediatamente sin despedirme del guardián, pues temía, no sin razón, de llegar demasiado tarde.
En efecto, a pesar de la rapidez de mi carrera, la virgen me alcanzaba ya, y detrás de ella se apagaban todas las luces. Y yo no hubiera podido continuar en el buen camino, si ella no hubiera hecho llegar a mi un rayo de luz de su antorcha. Por fin, empujado por la angustia, yo pude penetrar detrás de la virgen. En este mismo instante las puertas fueron cerradas tan bruscamente que una de ellas cogió la cola de mi manto, y tuve que abandonarlo, pues ni mis súplicas ni las de aquellos que en aquel momento apelaban desde afuera, pudieron conseguir del centinela de la puerta que la abriese de nuevo. Él pretextaba que había dado las llaves a la virgen, la que las había llevado al interior de la Corte.
Yo me volví aún para examinar la puerta, era una obra maestra admirable, y el mundo entero no poseía ninguna que la igualase. A los lados de la puerta se levantaban dos columnas; una de ellas ostentaba una estatua sonriente con la inscripción: “Me congratulo”; sobre la otra la estatua escondía su imagen tristemente, y en la base se leía: “Me compadezco”.
En una palabra, estas imágenes y sus lemas eran sentencias tan oscuras y misteriosas que los mas sabios de la tierra no pudieran explicarlas;
pero si Dios lo permite yo las describiré seguidamente y las explicare.
Al pasar por la puerta me fue preciso decir mi nombre, que fue escrito el último sobre el pergamino destinado al futuro esposo.
En aquel momento me fue dada la verdadera insignia de invitado. Era un poco mas pequeña que las otras, pero mucho mas pesada. Las tres letras que siguen estaban grabadas en ella: S. P. N. ; en seguida se me puso un par de zapatos nuevos, pues todo el piso del castillo estaba embaldosado con mármol claro. Como yo tenia la costumbre de dar mi calzado a uno de los pobres que, aunque venía con frecuencia a mi puerta, lo hacia comedidamente y ahora no lo podía hacer, se los di a un viejo.
Algunos instantes después, dos pajes provistos de antorchas encendidas, me condujeron hasta un saloncito y me rogaron me sentase en un banco; yo lo hice como se me indicaba y ellos colocaron sus antorchas en dos hoyos practicados en el suelo; una vez hecho esto salieron de la habitación dejándome solo.
De repente yo oí cerca de mi un ruido sin causa aparente que lo produjera y en seguida me vi asaltado por muchos hombres a la vez; y como yo no les veía, me vi obligado a dejarles obrar a sus anchas. Bien pronto me di cuenta que eran peluqueros; y les rogué que no me zarandeasen así, prometiéndoles que me prestaría de buen grado a todo lo que ellos quisieran. Mediante tales palabras y promesa, me devolvieron la libertad de mis movimientos, y uno de ellos, permaneciendo invisible me corto el pelo diestramente sobre la parte superior de la cabeza; respetándome discretamente mis largos cabellos blancos por la edad, que caían sobre mi frente y mis sienes.
Confieso que en el primer momento me sentí desfallecer, pues creía que Dios me había abandonado a causa de mi temeridad, en el momento que me sentía zarandeado tan irresistiblemente.
Por fin, los peluqueros recogieron escrupulosamente los pelos que me habían cortado y se los llevaron, entrando en seguida los dos pajes que al ver mi temor se pusieron a reír. Pero apenas habían abierto la boca sonó un timbre pequeño, para reunir la asamblea según se me hizo saber.
Los pajes me precedieron con sus antorchas y me llevaron al salón principal cruzando una infinidad de pasillos, de puertas y de escaleras. Un grupo numeroso de convidados se amontonaba en aquella sala, viéndose allí reunidos, emperadores, reyes, príncipes y señores dignatarios, nobles y rústicos, ricos y pobres, en fin, personas de todas las categorías y clases de la sociedad, sorprendiéndome extraordinariamente y pensando si me encontraría soñando: “¡Ah, loco, me dije a mi mismo; para que me habré impacientado tanto para este viaje! ;He aquí a muchos compañeros que yo conocía muy bien, y que nunca había estimado!  ¡Henos, pues, a todos juntos, y yo, después de todos mis ruegos y súplicas había entrado el último y con gran trabajo!”
Yo creo que el enemigo malvado era el que me inspiraba todos estos malos pensamientos y otros semejantes, a pesar de todos mis esfuerzos por dominarlos y controlarlos.
Por un lado y por otro todos aquellos que me conocían me nombraban y decían: “Hermano Rosencreutz, ¿He aquí que también has venido?”
“Si, hermanos míos”, respondí. “La gracia de Dios me ha hecho entrar igualmente.” Ellos se rieron de mi contestación, y encontraron ridículo el invocar a Dios por una cosa tan simple como aquella. Entonces les pregunte a cada uno y a todos cual camino habían seguido, -muchos habían tenido que cruzar el rocoso y largo-, pero en este instante las trompetas anunciaron la hora de la cena. Entonces cada uno se coloco en el sitio a que creía tener derecho por el rango que ostentaba, pero unos cuantos pobres diablos, entre los que me encontraba yo, encontramos después de muchos trabajos un lugar escaso en la ultima mesa.
Entonces entraron los dos pajes y uno de ellos recito tan admirables oraciones que mi corazón se regocijo, mientras que algunos grandes señores no prestaban ninguna atención, sino que reían entre ellos, se hacían señas, daban vueltas a sus sombreros, en fin, se divertían con pasatiempos de este género.
Después se sirvió la comida, y aunque ninguno de nosotros pudo ver a persona viviente, los platos estaban tan admirablemente servidos y presentados, que a mi me parecía que para cada convidado había un camarero.
Cuando aquellas gentes estuvieron repletas y que el vino había llegado a lo profundo del corazón, empezaron a alegrarse y a demostrar su elocuencia y poder. El uno hablaba de tal proyecto, el de mas allá de otro, y los mas tontos gritaban mas fuerte, y aun hoy no puedo evitar el irritarme cuando me acuerdo de los casos sobrenaturales e imposibles que oí contar allí. Para fin de fiesta empezaron a cambiar de sitio, aquí y allá un cortesano se mezcla entre dos señores, y entonces entre ellos se proyectaban acciones tan exageradas que la fuerza de un Sansón o de un Hércules no habría podido realizarlas. Tal quería librar a Atlas de su fardo, tal otro hablaba de retirar el Cancerbero tricéfalo de los infiernos, y en resumen cada uno se despachaba y divagaba a su manera. La locura de tan graves señores llegaba a tal extremo que terminaron por creer sus propias mentiras, y la audacia de los perversos no tenia ningún limite, de suerte que ellos no tomaban en la menor consideración los golpes que se les daba sobre los dedos como advertencia. Por último, como uno de ellos se vanagloriaba de estar amparado por una cadena de oro, los otros continuaron obrando en este sentido. Yo vi uno que pretendía saber como romper los cielos, otro que podía ver las “Ideas Platonianas”, un tercero quería contar los Átomos de Demócrito, y muchos mas conocían perfectamente el movimiento continuo.
Según mi opinión muchos de ellos tenían buena inteligencia, pero para su desgracia, tenían demasiada buena opinión de si mismos. Para acabar, había uno que estaba empeñado en persuadirnos que el veía los camareros que nos Servían y habría discutido mucho tiempo aun, si uno de aquellos servidores invisibles no le hubiera aplicado un soplo en su embustera boca, de suerte que no solamente el, sino un buen número de los que estaban a su lado, enmudecieron como ratones.
Pero con gran alegría para mi, todos a quienes yo apreciaba, guardaban silencio en medio de tal barullo; ellos no elevaban la voz, pues se consideraban como personas ignorantes, incapaces de arrancar los secretos de la naturaleza, y por consiguiente se hallaban indignados.
Durante este tumulto yo casi maldije el día de mi llegada a aquel lugar, pues veía con amargura que los malvados y vacuos estaban colmados de honores, mientras que yo no podía permanecer en paz en mi humilde sitio; en efecto, uno de aquellos infames se mofaba de mi, tratándome de loco rematado.
Como yo ignoraba que todavía quedaba una puerta por la que nosotros teníamos todavía que pasar, me imagine que tendría que permanecer así expuesto a las mofas y a los desprecios durante toda la duración de las bodas; sin embargo, no suponía merecer tal menosprecio del novio o de la novia, y estimaba que hubieran podido encontrar cualquiera otro para darle el empleo de bufón en sus bodas. ¡Ay! Es por esta falta de resignación que la desigualdad del mundo empuja a los corazones simples y es precisamente esta impaciencia la que mi sueño me había indicado bajo el símbolo de la claudicación.
Las vociferaciones aumentaron mas y mas. Y algunos querían darnos como reales las visiones de toda naturaleza que ellos se habían forjado y sus sueños de una evidente falsedad.
Por el contrario, mi vecino era un hombre tranquilo y de buenas maneras, y después de haber emitido cosas de mucho sentido, me dijo por fin: “Dígame, hermano mío, ¿Si en este momento llegase un nuevo invitado y quisiera hacer entrar a todos estos empedernidos por el recto camino, le escucharían?” “Cierto que no”, respondí. “Así es como”, dijo el, “que el mundo quiere a toda fuerza que se abuse de el, y cierra sus oídos a los que no buscan otra cosa que su bien. Y si no observe a ese adulador como con sus comparaciones ridículas y por sus insensatas deducciones atrae la atención de los que le rodean; y allá abajo otro se burla del mundo y de las personas con frases misteriosas desconocidas.
Pero créame, llegará un día en el que se arrancará la mascara y los disfraces para mostrar a todos las trapacerías que ocultaban, entonces quizá se acatará a los que se había desdeñado”.
El tumulto se hacia mas y mas violento. De repente, una musical deliciosa, admirable, tal que yo no la había oído en mi vida, se elevo en el salón; y al notar este suceso inesperado, toda la asamblea enmudeció. La melodía procedía de un conjunto de instrumentos de cuerda, con una armonía tan perfecta, que yo quedé como encantado, todo absorto en mi mismo, con gran admiración de mi compañero; y esta música nos tuvo bajo su encanto y hechizo cerca de media hora, durante la cual nosotros guardamos silencio; algunos del resto pretendieron hablar, pero fueron rápidamente enmudecidos por una mano invisible; en cuanto lo que se concierne a mi, renunciando a ver los músicos, yo intentaba ver sus instrumentos.
Habría transcurrido cosa de media hora, cuando la música cesó súbitamente, sin que nosotros pudiéramos ver de donde procedía.
Pero hete aquí que una banda de trompetas y un redoble de tambores se sintió a la entrada de la sala, y aquellos instrumentos resonaban con tal maestría, que nosotros esperamos ver entrar al emperador romano en persona. Nosotros pudimos ver como la puerta se abría por si misma, y entonces el ruido de la charanga se hizo tal, que nosotros a duras penas podíamos soportarlo. En este momento, entraron en la habitación luces a millones, según yo creo; se movían ellas mismas según su rango, lo que no dejo de impresionarnos o asustarnos.
Después entraron los dos pajes llevando las antorchas y precediendo a una virgen de extraordinaria belleza que venia transportada en una admirable silla de oro. En esta virgen me pareció conocer aquella que anteriormente me había alumbrado después de apagar las luces; asimismo yo creo que los servidores eran los mismos que estaban de guardia cerca de los árboles que bordeaban la carretera. Aquella mujer bellísima ya no llevaba su vestido azul, sino que ahora era una túnica brillante, blanca como la nieve, con flecos de oro, y de tal resplandor que nosotros no podíamos mirarla con insistencia. Las vestiduras de sus pajes eran semejantes, pero su brillantez no era tan intensa.
Una vez que la virgen llego al centro de la sala, descendió de su silla, y en aquel momento todas las luces se inclinaron como para saludarla. También nosotros nos levantamos rápidamente sin abandonar el puesto que habíamos ocupado.
Ella se inclino ante nosotros, v después de haber recibido nuestro homenaje, comenzó con una voz dulcísima el discurso siguiente:
El rey, mi gracioso señor,
Que en este momento no está muy lejos,
Así como su bella prometida 
Confiada a su honor,
Han visto con una alegría grande 
Vuestra diligente llegada.
Ellos honrarán a todos vosotros 
Con su favor en todo momento,
Y deseando desde el fondo de su corazón 
Que vosotros triunféis en toda prueba,
Para que la alegría de sus cercanas nupcias 
No hagan contraste con la aflicción de ninguno.

Aquí ella se inclino nuevamente, las luces la imitaron y después continuó de este modo:

Vosotros sabéis por la invitación 
Que ningún hombre ha sido convocado aquí 
Que no haya recibido todos los dones preciosos 
De Dios con mucha anticipación 
Y que no esté suficientemente preparado 
Como conviene a estas circunstancias.
Mis maestros no pueden creer 
Que pueda haber alguno tan audaz,
Vistas tan severas condiciones,
De presentarse, a menos 
Que él no se haya preparado para sus bodas 
Desde hace luengos años.
Ellos tienen muchas esperanzas 
Y os destinan todos los bienes para todos;
Ellos se regocijan porque en estos tiempos tan opuestos 
Encuentren reunidas aquí tantas personas.
Aunque los hombres son tan audaces,
Que sus groserías no les detienen 
Y se introducen en los lugares 
Donde no han sido llamados. 
Así, pues, para que los embusteros no puedan engañarnos. Para que ningún impostor se escurra con los otros, Con objeto de que ellos puedan celebrar en seguida, sin ocultar nada, 
Sus nupcias puras,
Se dispondrá para mañana 
La balanza de los “ Artistas”;
Entonces cualquiera verá fácilmente 
Lo que se ha olvidado de traer consigo.
Si alguno de este grupo, en el momento 
No esta enteramente seguro de si mismo, 
Conviene que se aleje en seguida,
Porque si permanece aquí 
Habrá perdido toda gracia para él,
Y mañana será castigado.
En cuanto a los que quieran sondear su conciencia, 
Permanecerán hoy en esta sala,
Ellos quedaran libres hasta mañana,
Pero que no vuelvan jamás por aquí.
Pero aquel que está seguro de su pasado,
Siga a su servidor,
Quien le indicará su aposento.
Que el descanse hoy en paz,
Esperando la balanza y la gloria.
A los otros el sueño les traerá mucho dolor;
Que se resignen a descansar aquí 
Conviniendo mejor que huyesen 
Que el provocar la acción de las fuerzas.
Se espera que todos determinen lo mejor.

Habiendo terminado su discurso se inclinó otra vez y tomando gallardamente su sillón, inmediatamente las trompetas sonaron de nuevo, pero ellas no pudieron sofocar los suspiros ansiosos de muchos. Después los invisibles la condujeron fuera, y mientras tanto aquí y allá, algunas luces pequeñas permanecieron en la sala y una de ellas vino y se coloco detrás de uno de nuestro grupo.

No es posible el detallar nuestros pensamientos y nuestros gestos, que denotaban sentimientos asaz contradictorios. Por fin, la mayor parte de los convidados se decidieron a tentar la prueba de la balanza, para en caso de fracaso, marcharse de allí en paz (pues ellos creían esto posible).

Mi determinación fue tomada bien pronto; como mi conciencia me demostraba mi incompetencia y mi indignidad, yo tome el partido de continuar en la sala con los otros, y de contentarme con la comida que yo había participado, antes de perseguir y de exponerme a los tormentos y peligros venideros. Así, pues, una vez que algunos habían sido conducidos por sus luces respectivas a sus habitaciones (cada uno a la suya, como yo lo supe mas tarde), nosotros, que éramos en número de nueve, entre ellos mi vecino de mesa, aquél que me había dirigido la palabra.

Transcurrió una hora sin que nuestra luz nos abandonase; entonces uno de los pajes ya indicados se acercó cargado con grandes paquetes de cuerdas, y nos dijo decididamente si estábamos dispuestos a permanecer allí. Como nosotros respondimos afirmativamente a la vez que suspirábamos, nos condujo a cada uno de nosotros a un lugar designado, nos ató y ligó diestramente, y después se retiró con nuestra diminuta luz, dejándonos pobres abandonados, en la noche mas profunda. Fue en este momento sobre todo, cuando la angustia domino a la mayor parte de nosotros; yo mismo, no pude contener que mis lagrimas corrieran. Angustiados de dolor y aflicción nosotros guardamos un profundo silencio aunque nadie nos prohibió el que hablásemos. Para colmo, las cuerdas estaban ligadas con tal arte que nadie era capaz de cortarlas y menos todavía de desligarlas de sus pies. Yo me consolé, sin embargo, pensando que una justa retribución y una gran vergüenza esperaba a muchos de los invitados que ahora gozaban del descanso, a la vez que a nosotros se nos permitía el expiar nuestra temeridad en una sola noche.

En fin, a despecho de mis tormentos yo me dormí, dominado por la fatiga; en cambio, desgraciadamente, la mayor parte de mis compañeros no pudieron conciliar el sueño. Durante este sueño, tuve un ensueño; y aunque no tiene una significación importante, pienso que no será inútil el describirlo.

Me parecía hallarme sobre una montana y que veía una gran llanura, un gran valle, que se extendía delante de mi. Una muchedumbre numerosa se hallaba reunida en este valle, y cada individuo se hallaba suspendido de su cabeza por un hilo. Estos hilos partían del cielo. Unos se hallaban suspendidos muy alto, otros mas bajo, y la mayor parte se hallaban sobre la tierra misma. Allá en el aire volaba un hombre provisto de unas tijeras en sus manos, con las que cortaba hilos aquí y allá. Naturalmente, aquellos que se hallaban cerca del suelo caían sin ruido; pero el encuentro de los que se encontraban mas alto, hacia retumbar la tierra. Algunos tenían la fortuna de ver a su hilo descender, de modo que tocaban el suelo antes de que el hilo fuese cortado.

Aquellas caídas me pusieron alegre; cuando yo vi a los presuntuosos llenos de ardor para asistir a las bodas, abalanzarse a los aires, planear un momento y después caer pesadamente arrastrando o aplastando en su caída a algunos próximos, yo me regocijé de todo corazón. Igualmente yo me alegré cuando uno de los mas modestos que se había contentado con quedarse y permanecer en la tierra, fue liberado sin ruido y con la mayor gentileza, de suerte que ni sus vecinos se apercibieron de ello. Yo contemplaba aquél espectáculo con el mayor placer y contento, cuando uno de mis compañeros me empujó tan desgraciadamente, que me desperté sobresaltado y de mal humor. Reflexioné acerca de mi sueño y lo conté a mi hermano que estaba igualmente acostado a mi lado. él me escuchó con satisfacción y pedía que ello fuera presagio de un socorro venturoso.

Así fue como nosotros conservamos nuestra esperanza y pasamos el resto de la noche llamando al día con todos nuestros deseos.

COMENTARIO-2

Rindiendo homenaje al Creador, cantando sus alabanzas, nuestro héroe atraviesa un bosque, y después una llanura. Cansado de la larga caminata, se sentó a descansar a la sombra de tres bellos cedros, pero un escrito colgado de uno de ellos le advierte que cuatro caminos conducen a las bodas del Rey, con la condición expresa en cada caso, de no poder ser abandonado después de hecha la elección. La primera vía era corta y llena de peligros y de obstáculos difíciles de evitar. La otra que las rodea, es llana y fácil a condición de observar la brújula y de no torcerse a derecha ni a izquierda. La carretera real es la tercera; su recorrido es placentero por los diversos recreos y espectáculos que ofrece el Rey en su curso, pero apenas uno de entre mil puede alcanzar su objetivo. Quedaba de antemano para un hombre excluida la cuarta vereda para alcanzar al Rey, pues como ella quema, no conviene ni es propia mas que para los cuerpos incorruptibles. Una vez puesto en camino, la vereda tenia que ser seguida hasta el final que quieras que no, toda vez que no se podía volver atrás.

Hallándose Christian Rosencreutz indeciso sobre la vereda a seguir, he aquí que se ve impelido en su elección por el encuentro fortuito de un cuervo con una paloma a la que había echado las migajas de pan. Mas adelante encontraremos nosotros el antagonismo simbólico de lo blanco con lo negro, y daremos la explicación. Los dos pájaros se persiguen y vuelan hacia el Mediodía, en cuya dirección les sigue nuestro héroe: “Que aquel que quiera llegar a ser sabio que viaje hacia el Mediodía; que aquel que quiera convertirse en rico, que viaje hacia el Septentrión.” (Babha Bathra, Fol. 5, col. 2). El mito de la paloma blanca se encuentra en muchos autores, y no se puede evitar de pensar en un párrafo de “L' Arcanum Hermeticae Philosophiae Opus”, en el cual D’Espagnet, empleando la misma alegoría, dice que la entrada del Jardín de las Hespérides esta guardada por fieras feroces, las cuales no se pueden domar mas que con los atributos de Diana y las palomas de Venus. Philalethe en su tratado: “Introitus apertus ad occlusum Regis palatium”, hace frecuentes alusiones a estas palomas, y son también estas graciosas aves las que el dulce Virgilio nos describe volando hacia Eneas, después hacia el árbol doble donde él recogerá el ramo de oro que le debe facilitar la entrada de los Infiernos y que lleva al antro de la Sibila. Recordamos a este propósito que el Infierno y todo el imperio subterráneo está sometido a Plutón, quien es también el dios de las riquezas.

Prosiguiendo, en fin, el sendero que no puede abandonar el invitado a los esponsales de Sponsus y Sponsa, nos dice que la violencia del viento le impide el volver sobre sus pasos para buscar su mochila que había dejado al pie del árbol donde había estado sentado. El se pudo consolar fácilmente de su situación recordando el sueño del Día Primero, en el que el viento sopló con tanta violencia que hacia estremecer la montana en la que había buscado su refugio. ¿No está, pues, en efecto, escrito en Job, XXXVII, vers. 22: “El oro viene del lado de Aquilón y las alabanzas que se envían a Dios deben ser acompañadas de temblores”?

Al aproximarse el crepúsculo vespertino, por último, cuando las tinieblas empezaban a manifestarse, franqueó la primera puerta y deja al guardián vestido de una túnica azul celeste su cantimplora de agua. La insignia de oro que recibe en cambio, tiene inscritas solamente las letras S. C. Nosotros podemos interpretarlas por la Solve Coagula, que es la base de toda enseñanza de la Filosofía hermética. Entre esta primera puerta y la segunda, una virgen, vestida también de azul, enciende una linterna colgada a un árbol de cada tres. Así como la inscripción de la primera puerta tiende a alejar al profano, la de la segunda entrada reza: “Dad y se os dará.” Un león guarda la entrada, y nosotros creemos deber interpretarlo como Solve Mercurio, “Disuelto por Mercurio”, las letras S. M. que lleva la insignia dada por el guardián a Christian Rosencreutz a cambio de la sal.

El sentido alquimista de esta obra se descubre tanto menos cuanto que los términos de Mercurio, Azufre, Sal, Azogue, tan usados en la terminología de los antiguos, aunque su significado cambie con cada autor, no son ni una sola vez empleados en esta obra “Bodas químicas”. Esta particularidad merece ser señalada, pues ella testimonia que la Alquimia puede ensenarse perfectamente sin tener que recurrir a los signos astrológicos bien conocidos, correspondientes a los siete planetas. Esto no debe de interpretarse como que el sentido de esos signos sea despreciable, bien lejos de ello; su grafismo, en efecto, no es nada arbitrario y no envuelve un simple azar. El significado de la palabra azar es de antemano vacío para todo ocultista científico y serio, puesto que todo se encadena en nuestro mundo; cada cosa depende de aquellas que la rodean, no solamente bajo un punto de vista material, sino también y mas particularmente en los planos superiores, en los que el conocimiento se nos escapa faltos de los medios suficientes de percepción.

Según la creencia antigua, los metales estaban divididos en dos categorías: los metales de color o solares, y los metales blancos o lunares. Cada una de estas dos clases se subdividía en metales perfectos, semiperfectos e imperfectos. El circulo simbolizaba la perfección de los primeros, el semicírculo señalaba a los semiperfectos, y por último la cruz y la flecha eran los atributos indicadores de la imperfección. El oro, estando considerado como el primero de los metales solares por sus propiedades tanto físicas como químicas, tenia, como símbolo de su perfección, el circulo solo ; pero para indicar al cobre y al hierro, se le añadía el símbolo de la imperfección, , . La plata, metal lunar semiperfecto, fue caracterizada por el semicírculo , del cual derivan los signos de la imperfección, el estaño y el plomo 乙, . Por último, el mercurio, considerado como participe a la vez de las dos naturalezas, solares y lunares, se le considera como metal imperfecto, resumiendo sus marcas distintivas los signos anteriores, o sea un circulo coronado con un semicírculo, y como base una cruz, así: . Recomiendo particularmente a los indagadores de la Ciencia esta admirable fuente de meditaciones, pues lejos de desorientarles, serán una gran ayuda, pues por todas partes podemos ver el significado simbólico de los signos de la alquimia. Por ejemplo: el signo de Hermes reconstituye en yuxtaposición el disco solar de las religiones del Extremo Oriente con la media luna del Islam, y la cruz cristiana, o sea ; y aun mas todavía, veamos el mismo signo figurando en las imágenes de la Natividad, por la aureola del Nino Jesús, el medio circulo en los cuernos del toro, y la cruz por el lomo del asno, animales que le calientan con su aliento,  . Jesús está asimilado, pues, al divino Hermes, intermediario entre el mundo material o la humanidad, y los planos supraterrenales o divinos. Como quiera que esta corta digresión no puede documentar suficientemente al lector estudioso, le remito a la obra de Juan Dee, de Londres, que lleva por titulo: “La Mónada Jeroglífica”; de la cual Grillot de Givry hizo la primera traducción del latín en 1925 excelentemente y publicada en octavo, en Paris, por la Biblioteca Chacornac.

Volvamos a nuestro peregrino que franquea una tercera puerta, el admira las figuras oscuras, pero sin embargo nosotros las describiremos, y en particular hace mención de las estatuas montadas sobre las columnas de cada lado de la puerta. La dualidad de estas columnas (Jakin y Bohas) es demasiado conocida para que yo me detenga en hacerlo. El emblema que recibe contiene las letras S. P. N. Esto también de las muchas interpretaciones a que se prestan yo no hare mención mas que de esta “Sal Pater Naturae”, que se refiere también a las múltiples hipótesis y teorías que señalan al Mar salado como el origen de todas las cosas.

Desde este momento nuestro héroe se pone en contacto con los seres invisibles de los planos superiores, aunque no son todavía perceptibles a su vista, y aquí se le calzan zapatos nuevos y se le tonsura. Este rito recuerda el de la Iglesia Católica, por el cual el obispo introduce un laico en el estado eclesiástico y le concede el primer grado de clérigo cortándole en cruz cuatro mechones de cabellos de la parte superior de la cabeza. Se le cubre en seguida con el traje talar, símbolo del hombre nuevo, creado puro y sano. Aquí se pone en el sentido alquímico una primera purificación de la “materia primera”, que es necesario no confundirla con la “primera materia”; pues la una sirve para preparar la otra por una suerte de putrefacción: que así opera la Natura.

En fin, llegado al Palacio, nuestro héroe, siempre humilde, no encuentra mas que un pequeño lugar en la ultima mesa. De todos modos, el está bien situado para poder oír perfectamente y apreciar las ridículas y extravagantes divagaciones de los demás invitados. Es un intermedio cómico donde bien sea que se trate de Rey, Príncipe o aldeano todos intentan dar a cada uno de los otros una alta idea de su grado de evolución o iniciación, ya pretendiendo transponer los cielos, o ver las ideas platónicas, y nos prepara a la descalificación de algunos, por medio de la prueba de los pesos del tercer día

En efecto, no es entre las piedras mas preciosas o mas raras donde el artista hace su elección, ni tampoco entre las mas perfectas, puesto que la piedra simbolizada por nuestro héroe reconoce benévolamente su imperfección; él se halla sujeto todavía a la envidia y a la colera, toda vez que él ve con amargura colmar de honores a los invitados insolentes y vacuos. En el curso del concierto que sigue a la comida, en el cual la armonía tiende su encanto sobre Christian Rosencreutz, aparece la virgen que nosotros hemos visto en el Primer Dia a la hora del anochecer, encendiendo y después apagando las luces. Esta vez su túnica es blanca como la nieve y de un brillo tal que la vista Humana puede apenas resistirla. Nosotros vemos en esto un procedimiento empleado frecuentemente por los autores de textos herméticos en los que las cualidades y perfecciones progresivas de la materia, pasan sin cesar de un extremo al otro de la ficción, para desorientar mejor al lector que se cree en el camino de un gran arcano.

La virgen anuncia en un discurso rimado la instalación para el día siguiente de la balanza de los artistas; esta nueva prueba no deja de dar lugar para que nuestro personaje demuestre una vez mas su humildad. En efecto, él permanece con el número de nueve artistas que no osan afrontar los pesos, y la noche de angustia que pasa le atrae un sueño premonitorio. Me permito recomendar su lectura con la mayor atención, puesto que puede recibir variadas interpretaciones; por ahora yo no veo la posibilidad de facilitar aquí en lenguaje claro el sentido alquimista, y para que no me ocurra como a algunos, según hemos visto (que en el curso de este Segundo Dia uno de los Auxiliares Invisibles les dio un soplo), para castigar mi falta de discreción. Así, pues, yo cierro aquí el Comentario al Dia Segundo.


DIA TERCERO

Despunta el día. Desde que apareció el sol por detrás de la montana para desempeñar su cometido desde la altura del firmamento, nuestros bravos combatientes comenzaron a salir de sus lechos y a prepararse poco a poco para la prueba. Fueron llegando al salón uno después del otro; se dieron mutuamente los buenos días y nos preguntaron a nosotros si habíamos dormido bien; al vernos ligados, muchos se nos burlaban; les parecía risible y ridículo que nosotros nos hubiéramos sometido por miedo. en vez de haber hecho frente al destino como ellos; de todos modos a muchos de ellos en quienes el corazon no cesaba de palpitar con fuerza, se guardaron de aprobar sus opiniones. Nosotros nos disculpamos por nuestra falta de inteligencia, expresándoles nuestra esperanza de que bien pronto nos dejarían partir libres y salvos, y que esta experiencia nos serviría de lección para el futuro; después nosotros les hicimos observar que ellos en cambio no estaban todavía libres de su empresa y que quizá tenían en perspectiva grandes peligros.

En fin, cuando estuvimos todos reunidos, oímos al igual que la víspera el ruido de trompetas y de tambores. Nosotros nos dispusimos para ver entrar al novio, pero en cuanto a este muchos no le han visto jamás.

También ahora entró la virgen del día anterior, vestida completamente de terciopelo rojo y ceñida con una cinta blanca; una corona de laurel verde coronaba espléndidamente su frente. Su escolta estaba formada, no de luces, sino de cerca de doscientos hombres armados, todos vestidos de rojo y blanco como ella. Se inclinó con gracia majestuosa, se adelantó hacia los prisioneros, y una vez que nosotros correspondimos a su cariñoso saludo, dijo brevemente: “Mi severo señor, está satisfecho de haber constatado que algunos de entre vosotros se han dado cuenta de su miseria; también ellos tendrán su recompensa.” Y cuando la virgen me reconoció en mi habito se rio y dijo: “¿Tu también te has sometido al yugo? ¡Y yo que creía que te hallabas tan bien preparado!” Con estas palabras hizo que las lagrimas asomaran a mis ojos.

Ahora ella hizo desatarnos las cuerdas, después ordenó de atarnos dos a dos y de conducirnos al lugar que se nos había reservado, desde el cual podríamos con toda facilidad ver la balanza. Después añadió: “Podría ocurrir que la suerte de estos fuese preferible a la de muchos audaces que están libres todavía.”

Mientras tanto la balanza, toda de oro, fue colocada en el centro de la sala y a un lado de ella se dispuso una pequeña mesa sobre la que había siete pesos. El primero de estos pesos era muy grande; sobre este peso hablan colocado cuatro mas pequeños, y por último dos pesos aun mayores estaban situados aparte. Con relación a su volumen los pesos aquellos eran tan pesados, que no hay espíritu humano que pueda creerlo ni comprenderlo.

Después la virgen se volvió a los hombres armados, de los cuales cada uno llevaba una cuerda al lado de su espalda y los dividió en siete secciones en concordancia al numero de pesos; ella eligió un hombre de cada grupo para poner los pesos sobre la balanza, y una vez hecho esto se dirigió a su trono un poco elevado.

Cuando hubo llegado a su sitio se inclinó nuevamente y pronunció las palabras siguientes:
Si cualquiera penetrara en el taller de un pintor,
Sin comprender para nada la pintura 
Con la pretensión de discurrir con enfasis,
Seria la risión de todos.
Aquel, pues, que penetra en la Orden de los Artistas 
Y sin haber sido elegido 
Se vanagloria de sus obras,
Es la risión de todos.
También aquellos que suban a la balanza 
Sin pesar tanto como los pesos,
Serán arrastrados con chasco 
Y serán la risión de todos

Una vez que la virgen terminó de hablar, uno de los pajes invitó a aquellos que debían hacer la prueba a colocarse según su rango, y a subir uno después de otro sobre el plato de la balanza. Entonces uno de los emperadores vestido lujosamente se decide; él se inclinó previamente delante de la virgen y subió. Entonces cada uno de aquellos hombres de la escolta puso un peso sobre el otro platillo y el emperador resistió al peso total con el asombro de todos. De todos modos el último peso era demasiado pesado y le domino. Su aflicción fue tan grande que la virgen misma pareció compadecerse de él, haciendo una señal a los suyos para que se callaran. Entonces aquel buen emperador fue amarrado y llevado a la sexta sección.
A continuación de él vino otro emperador que se lanzó pesadamente sobre el platillo, y como llevaba un libro grande y pesado bajo sus vestidos, se creía bien seguro de dominar los siete pesos. Pero solo pudo resistir apenas el tercer peso y el siguiente le arrastró sin misericordia. En su azoramiento dejó caer su libro, y todos los soldados se pusieron a reír. Consecuentemente fue atado y se le confió a la guardia de la tercera sección. Les sucedieron muchos mas emperadores y tuvieron la misma suerte; su fracaso provocó la risa de todos y también fueron ligados.
Después de ellos avanzo otro emperador de corta talla, llevando una perilla morena y crespada. Después de la reverencia consabida subió igualmente y su peso fue comprobado tan superior que no hubiera sido vencido con mayor peso aun. Entonces la virgen se levantó vivamente, se inclinó ante él, e hizo ponerle un vestido de terciopelo rojo, ella le dio además una rama de laurel de las que tenia una provisión a su lado, y le rogó de tomar asiento en las gradas de su trono.

Ocuparía mucho espacio el contar detalladamente la forma de comportamiento de los demás emperadores, los reyes y los señores; pero así y todo yo no puedo omitir el indicar que bien pocos de entre ellos salieron airosos de la prueba. De todos modos, contra lo que yo suponía, muchas virtudes afloraron a la superficie; unos resistieron a tal o cual peso, los de mas allá a dos, otros a tres, cuatro o cinco; pero bien pocos reunían la perfección verdadera, y todos aquellos dominados fueron la risión de los soldados que iban vestidos de rojo.
Cuando los nobles, los sabios y otros hubieron igualmente sufrido la prueba y de cada estado o categoría pudo encontrarse, uno o a lo sumo dos justos, a menudo ninguno, llegó la vez a los “monseñores”, a los embusteros y a los aduladores, fabricantes del Lapis Spitalauficus.
Fueron colocados sobre el platillo con tales burlas que a pesar de mi aflicción no pude contener la risa e igualmente los demás prisioneros. Para muchos de ellos no fue reservado un juicio severo, sino que fueron alejados de la balanza a golpes de látigo y conducidos a sus secciones junto a los otros prisioneros.
De toda aquella gran muchedumbre restaba tan pequeño número que yo me avergonzaría si lo revelara. De entre los elegidos había también algunos personajes colocados en puestos de distinción, pero unos y otros, por igual, fueron honrados con un manto de terciopelo y con una rama de laurel.
Cuando todos habían pasado por la balanza excepto nosotros, pobres perros encadenados dos a dos, un capitán se adelantó y dijo: “Señora, si place a vuestro Honor podríamos pesar también a esos pobres diablos que confiesan su ineptitud, sin peligro para ellos y solo por nuestro placer, y podría ocurrir que encontrásemos algún justo entre ellos.”
Inmediatamente esta proposición vino a aumentar mi temor, pues en medio de mi pena, tenía al menos el consuelo de no estar expuesto a la vergüenza ni a ser despedido del platillo a golpes de látigo. Yo estaba convencido de que muchos de aquellos que estaban prisioneros preferían pasar diez noches en la sala donde habíamos estado durmiendo a subir a un trono tan poco envidiable. Pero como la virgen dio su consentimiento, era necesario someterse. Así, pues, fuimos desligados y pesados uno tras otro. Aunque mis compañeros fracasaron muy a menudo no se les hizo Blanco de los sarcasmos, ni se les propinó los golpes de látigo, limitándose a colocarles a su lado y en paz.

Mi camarada pasó el quinto, él resistió admirablemente el peso del platillo contrario en medio de la alegría y satisfacción de muchos de nosotros y con la inmensa alegría del capitán que había propuesto la prueba, y como de costumbre fue honrado del mismo modo por la doncella.
Los dos siguientes eran demasiado ligeros.
Yo fui el octavo. Cuando todo tembloroso yo subí al platillo de la báscula, mi camarada, ya vestido con su manto de terciopelo, me envió una mirada de afecto y la misma doncella me dirigió una ligera sonrisa. Yo resistí a todos los pesos, la doncella entonces dijo que se empleara la fuerza para dominarme, y tres hombres subieron encima del otro platillo, pero fue en vano.
En vista de ello, uno de los pajes se destaco y grito solemne y ruidosamente: 
Él es.
El otro paje replicó “Que él entonces, goce de su libertad.” La doncella asintió, y no solamente yo fui recibido con las ceremonias ya citadas, sino que como excepción se me autorizó a dar la libertad a uno de los prisioneros a mi elección. Sin detenerme a largas reflexiones elegí el primero de los emperadores, cuyo fracaso me inspiraba verdadera piedad. En consecuencia se le desató inmediatamente, se le puso a nuestro lado, concediéndole todos los honores.
En el momento que el último tomaba lugar en la balanza (para quien los pesos fueron muy pesados), la doncella se apercibió de las rosas que yo había quitado de mi sombrero, y que tenia en la mano; ella tuvo la gentileza de pedírmelas por medio de su paje, las cuales yo le entregué con regocijo.
Eran las diez de la mañana cuando se terminó este primer acto, siendo indicado su fin por un sonar de trompetas, invisible, para nosotros, en aquel momento.
En espera del juicio, las secciones condujeron a sus prisioneros. El consejo se compuso de cinco comisionados y de nosotros mismos, y la acusación fue expuesta por la doncella que hacia las veces de presidente, después nos pidió a cada uno consejo sobre el castigo a imponer a los prisioneros.
La primera opinión fue de castigar a todos con la muerte, a los unos mas duramente que a los otros, en virtud de que habían tenido la audacia de presentarse a pesar de conocer las condiciones requeridas, anunciadas en forma clara y precisa.
Otros propusieron retenerles prisioneros, pero estas opiniones no fueron aprobadas ni por la presidenta ni por mi. Finalmente se tomó la determinación emitida por el emperador que yo había liberado, por un príncipe, por mi camarada y por mí: Los primeros, señores de rango elevado, serían conducidos secretamente fuera del castillo; los segundos serían despedidos con mas desprecio, los siguientes serían desnudados y puestos fuera así desnudos; los cuartos serían azotados con varas o cazados por los perros; pero aquellos que habían reconocido su inferioridad y renunciado a la prueba la tarde anterior, partirían sin castigo ninguno. En fin, los audaces que se habían portado tan groseramente en la comida de ayer, serían castigados con prisión o con la muerte, según la gravedad de sus excesos.
Esta decisión mereció la aprobación de la virgen y fue aceptada en definitiva, acordando darles una comida a los prisioneros. Se les comunicó inmediatamente este favor y se fijo el juicio para las doce del día. Una vez tomada esta resolución se levantó la asamblea.
La doncella se retiró con los suyos en la forma acostumbrada y se nos hizo servir una colación sobre la primera mesa de la sala, con la promesa de contentarnos con aquello, hasta que el asunto fuese liquidado totalmente y a continuación se nos conduciría a la presencia de los santos novios, lo que nosotros oímos con alegría.
Mientras tanto los prisioneros fueron alineados en la sala; se les colocó según su categoría con la recomendación de conducirse con mas decencia que anteriormente; pero esta exhortación estaba por demás, pues ellos habían perdido su arrogancia. Y yo puedo afirmar, no por adulación, sino por amor a la verdad, que las personas de rango elevado sabían en general resignarse de este fracaso inesperado, puesto que aunque grave, su castigo era justo. Los sirvientes continuaban siendo invisibles, a su vista, no así a la nuestra, puesto que se habían hecho visibles para nosotros; cosa que nos había causado una gran alegría.
Pero aunque la fortuna nos había favorecido, no por esto nos considerábamos superiores a los otros, y nosotros les animábamos, infundiéndoles esperanzas, diciéndoles que no serian tratados muy severamente. Ellos hubieran deseado conocer la sentencia, pero a nosotros se nos había pedido el silencio, de manera que ninguno de nosotros les podía informar. Mientras tanto, les consolamos lo mejor que pudimos, y les invitamos a beber con nosotros, con la esperanza de que el vino les alegraría.
Nuestra mesa estaba cubierta con terciopelo rojo, y las copas eran de oro y plata, lo que no dejó de admirarnos y de humillar a los otros. Antes de que hubiéramos tomado lugar a la mesa, los dos pajes vinieron a entregar a cada uno de nosotros de parte del prometido, un Toison de oro, llevando la imagen de un león volando, y nos rogaron que nos lo pusiéramos para el refrigerio. Nos exhortaron también a que mantuviéramos debidamente la reputación y la gloria de la Orden a que pertenecíamos, pues S, M, nos la confería desde aquel instante, y que bien pronto nos confirmaría tal honor con la solemnidad debida. Nosotros recibimos la condecoración del Toison con el mas grande respeto y nos dispusimos a ejecutar fielmente lo que se dignase ordenarnos Su Majestad.
Además, el paje tenia la lista de nuestras habitaciones, yo no intentaría de ningún modo a ocultar la mía si no temiese ser tratado de orgulloso, pecado que en verdad no puede resistir la prueba de los pesos mas allá del cuarto.
Puesto que nosotros éramos tratados tan extraordinariamente, preguntamos a uno de los pajes si nos estaría permitido de llevar algunos alimentos a nuestros amigos prisioneros, y como no había ningún inconveniente ni contratiempo, hicimos que los servidores invisibles les llevaran comida en abundancia. De este modo ellos ignoraban de dónde les venían las provisiones, y por esto yo quise llevárselo por mi mismo a uno de ellos, mas rápidamente uno de los servidores que se hallaba detrás de mi me disuadió amigablemente de hacerlo. Me aseguró que si uno de los pajes hubiera comprendido mi intención, hubiera llegado a conocimiento del Rey y hubiera sido castigado, sin duda alguna; pero como no se había enterado de ello ninguna persona, salvo él, nada se sabría. De todos modos, aun amigablemente me advirtió que guardase mejor el secreto de la Orden en lo sucesivo. Y hablándome así, me lanzo tan violentamente contra mi asiento que yo estuve largo tiempo como triturado. De todas las maneras yo le di las gracias por su consejo tan oportuno, del modo que mi turbación y mi temblor me permitieron.
Bien pronto las trompetas volvieron a sonar; como a nosotros se nos había indicado que tales toques anunciaban la llegada de la doncella, nos aprestamos a recibirla. Ella apareció sobre su trono con la ceremonia acostumbrada, precedida de dos pajes que llevaban, el primero, una copa de oro y el segundo un pergamino. La doncella se levanto con su exquisita gallardía, tomo la copa de las manos del paje y nos la ofreció por orden del Rey para que circulara de mano en mano en su honor. La tapa de aquella copa representaba la Fortuna, ejecutada con un arte perfecto, teniendo en una mano un estandarte rojo pequeño desplegado. Yo bebí, pero la vista de aquella figura me lleno de tristeza, pues yo había probado la perfidia de la fortuna.
La doncella, al igual que nosotros, ostentaba el Toison de oro y el León, de lo cual yo deduje que ella debía ser la presidenta de la Orden. Cuando nosotros la pedimos el nombre de esta Orden, ella nos respondió, que no nos lo podía revelar hasta después de celebrarse el juicio de los prisioneros y la ejecución de la sentencia, por la razón de que sus ojos estaban todavía cerrados a la luz de aquella revelación y que los beneficios que para nosotros se derivarían de un conocimiento de esta índole, para aquellos no podría servir de otra cosa que de piedra de tropiezos y de objeto de escandalo; debiendo advertirnos que los favores que ya habíamos recibido, no eran nada en comparación con los honores que nos estaban reservados.
Después tomó el pergamino de las manos del paje que lo sostenía, el cual estaba dividido en dos partes. Ahora y dirigiéndose al primer grupo de prisioneros la virgen leyó lentamente lo que sigue: “Los prisioneros deben confesar que ellos habían dado demasiado crédito a las enseñanzas mentirosas de los libros falsos; que ellos se habían considerado con un merito demasiado grande, de suerte que habían osado presentarse en aquel palacio, al cual no habían sido de ningún modo invitados; que quizá la mayor parte de ellos contaban encontrar aquí el modo de vivir en adelante con mayor pompa y ostentación, y que por último se habían excitado mutuamente para hundirse violentamente en esta infamia y que por todo ello eran acreedores a una severa pena.”
Todo lo que antecede fue confesado por los prisioneros con humildad y sumisión.
Después el discurso se dirigió a la segunda categoría de prisioneros, pero aun mas duro que el anterior. Ellos estaban convencidos en su interior de haber compuesto libros falsos, engañado a su prójimo y despreciado de este modo el honor real a los ojos del mundo. Ellos no ignoraban la impiedad y embuste de los argumentos de que habían hecho uso. Ellos no habían respetado ni aun a la Divina Trinidad, sino mas bien habían intentado servirse de ella para engañar a todo el mundo. Pero a pesar de todas sus tentativas y procedimientos que habían empleado para tender sus redes a los convidados verdaderos y substituirles por insensatos, se les había desenmascarado. Además, ninguno ignoraba que ellos se gozaban con la prostitución, el adulterio, la embriaguez y otros vicios que son contrarios a los principios de este reino. En suma, ellos sabían muy bien que habían rebajado a la vista de los humildes a la Majestad Real misma, y que por lo tanto debían confesar que eran aduladores, embusteros y perversos notorios, y que merecían ser separados de las personas honradas y castigados severamente.
Nuestros chistosos acusados no convinieron de buen grado con todas las inculpaciones, pero como la virgen les amenazaba de muerte, en tanto que el primer grupo les acusaba vehementemente y se dolían a una sola voz de haber sido burlados por ellos, terminaron por confesarlo para escapar a mayores males. Sobre la marcha ellos pretendían que no se les tratara con rigor excesivo, pues los grandes señores deseosos de entrar en el castillo, les habían alucinado con muchas promesas para obtener su ayuda, y todo esto les había conducido por medio de astucias de mil modos para engullir la cena, y que “como por el hilo se saca el ovillo” ellos habían sido arrastrados hasta tales extremos. Así, pues, según su opinión, ellos no habían desmerecido mas que los señores, puesto que ellos tampoco habían vencido en la prueba. Que los señores debían comprender que ellos no se hubieran expuesto a grandes peligros escalando los muros con ellos, por una remuneración insignificante, si hubieran podido entrar con toda seguridad. Por otra parte, ciertos libros habían sido editados tan fructuosamente que ellos, que se hallaban necesitados, se creían autorizados a explotar tal suerte de beneficios. Ellos esperaban, pues, que si se quería llevar a cabo un juicio equitativo, y sobre su demanda presente examinar su caso con atención, que se buscaría inútilmente una acción censurable a su cargo, puesto que ellos habían sido los servidores de los señores. Con esta clase de argumentos intentaban excusarse.
Pero se les contesto que Su Real Majestad estaba decidido a castigarles a todos con mas o menos severidad, a pesar de las excusas que invocaban, las cuales eran verídicas en parte, y que “con todo y eso los señores no quedarían sin su castigo merecido”. Pero aquellos que por su propia iniciativa habían ofrecido sus servicios, y aquellos que habían arrastrado y engañado a los ignorantes en contra de su voluntad, debían prepararse a morir. La misma suerte estaba reservada a aquellos que habían ofendido a Su Real Majestad con sus mentiras, como se podían convencer a si mismos, leyendo sus escritos y sus libros.
Entonces se oyeron plañideros gemidos, lloros, súplicas, ruegos y prosternaciones que por de pronto quedaron sin efecto. Yo me quede asombrado al ver a la virgen soportar tal espectáculo tan enteramente, mientras que nosotros llenos de conmiseración no pudimos retener las lagrimas, aunque muchos de entre ellos nos habían infligido dolorosas penas y tormentos. Lejos de escucharles, ella hizo buscar por su paje todos los Caballeros que habían estado situados al pie de la balanza. Al presentarse les ordenó que se hicieran cargo de sus prisioneros y les condujeran en fila al jardín, debiéndose colocar cada soldado al costado de su prisionero. Yo observé no sin asombro con la facilidad que cada uno de ellos reconoció al suyo. A continuación mis compañeros de la noche precedente, fueron autorizados a salir libremente al jardín para presenciar la ejecución de la sentencia.
Una vez que unos y otros hubieron salido, descendió la doncella de su trono y nos invitó a sentarnos en las gradas, a fin de celebrar el juicio. Nosotros obedecimos sin tardar, abandonando la mesa, excepto la copa, que la doncella confió a uno de sus pajes. Entonces el trono se elevó todo a la vez y avanzó, con tal suavidad, que nos parecía que se moviese en el aire; de este modo llegamos al jardín y entonces nos levantamos.
El jardín no presentaba ninguna particularidad; de todos modos los árboles habían sido distribuidos artística y deliciosamente y corría una fuente, decorada con figuras maravillosas y con inscripciones en caracteres extraños, de lo cual ya hablaré mas ampliamente en un libro próximo si place a Dios.
Un anfiteatro de madera de admirable decorado, había sido dispuesto en el jardín. Había cuatro gradas superpuestas; la primera de un lujo resplandeciente estaba tapada con una cortina de tafetán blanco; nosotros ignoramos, pues, si alguien se encontraba allí en aquel momento. La segunda estaba vacía y descubierta y las dos ultimas estaban también a cubierto de nuestras miradas por cortinas de tafetán rojo y azul.
Cuando nos hallamos cerca de este anfiteatro, la virgen se inclinó muy profundamente, nosotros quedamos muy impresionados, pues aquello significaba que los Reyes no estaban lejos. Nosotros saludamos igualmente y después la doncella nos condujo por una escalera a la segunda grada, donde ella ocupo el primer lugar, conservando cada uno de nosotros nuestro orden.
Yo no debo decir por causa de las malas lenguas, como el emperador que yo había liberado se comportaba acerca de mi, lo mismo ahora que anteriormente en la mesa, pues hubiera debido percatarse fácilmente de las penas y tormentos que le esperaban a la hora del juicio, siendo así que, gracias a mi, había conseguido tal dignidad.
En estos trámites, la virgen que me había presentado anteriormente la invitación y que no había vuelto a ver desde entonces, se acercó a nosotros, hizo sonar una trompeta, y, con voz sonora, abrió la sesión con el discurso siguiente:
Su Real Majestad, Mi Señor, hubiera deseado de todo corazón que todos los reunidos aquí lo hubieran sido solamente aquellos que habían recibido su invitación, provistos de cualidades excelentes para asistir en gran numero a la fiesta nupcial en Su honor. Pero como Dios Todopoderoso lo ha dispuesto de otro modo, Su Majestad no debe lamentarse, sino continuar obrando con arreglo a los usos antiguos y elogiables de su reino, cualesquiera que sean los deseos de Su Majestad. Pero anhelando que Su Clemencia natural sea celebrada en el mundo entero, El ha conseguido mediante el consejo y aquiescencia de sus consejeros y de los representantes del reino, mitigar sensiblemente la sentencia habitual.
Así, pues, El quisiera en primer lugar, que los señores y gobernantes no solo conserven  su vida a salvo, sino también que les sea concedida la libertad. Su Majestad les transmite Su ruego amistoso de resignarse sin ningún género de cólera a no poder asistir a la fiesta en Su honor, reflexionando que Dios omnipotente les había ya confiado sin esto una carga demasiado pesada y la cual eran incapaces de llevar con calma y sumisión, y que desde luego el Todopoderoso reparte sus bienes siguiendo una ley incomprendida. De igual modo no se atentaría a su reputación, por el hecho de que no hubieran sido aceptados en nuestra Orden, puesto que no les es concedido a los hombres el poder salir airosos en todas las cosas. Pero de todos modos los cortesanos perversos que les habían engañado, no escaparían impunes. Asimismo, Su Majestad estaba deseoso de enviarles en breve un “Catalogo de Herejes” y un “Index expurgatorium”, con objeto de que ellos puedan, en lo sucesivo, distinguir con mayor facilidad el bien del mal. Además, como Su Majestad tiene la intención de llevar a cabo una selección en su biblioteca y de enviar al fuego los escritos engañosos, El les ruega de que presten su ayuda amistosa con tal objeto. Su Majestad les recomienda igualmente de gobernar sus intereses de forma que repriman todo mal y toda impureza. El les exhorta también a resistir el deseo de volverse desconsiderados a fin de que la excusa de haber sido engañados, no sea reconocida como embustería, y que no estén expuestos a la risa y al desprecio de todos. En fin, si los soldados les piden un rescate, Su Majestad espera que ninguna persona ni soñara protestar de ello y no rehusara el comprarlo, ya sea con una cadena o con cualquier otro objeto que el tenga a mano, después les será permitido el despedirse de nosotros, amistosamente, y de volverse a sus lares acompañados de nuestros mejores votos.
Los segundos que no pudieron resistir los pesos, uno, tres y cuatro, no serán liberados sin mas ni mas, pero para que la clemencia real, sea sensible igualmente, su castigo consistirá en desnudarles completamente y despedirles así.
Aquellos que han sido mas ligeros que los pesos dos y cinco, serán desnudados y marcados con una, dos o mas señales, en concordancia con su mayor o menor peso.
Los que han sido levantados por el peso seis y siete y no por los otros, serán tratados con menos rigor.
Y así sucesivamente, para cada una de aquellas combinaciones se dictó una pena determinada. Seria muy extenso enumerarlas todas.
Los humildes que ayer renunciaron a la prueba de su voluntad propia, serán liberados sin castigo alguno.
Por último, los trapaceros que no pudieron contrabalancear ni tan solo uno de aquellos pesos, serán castigados a muerte por espada, por cuerda, por agua o por azotes, con arreglo a sus faltas y la ejecución de esta penitencia deberá tener lugar irrevocablemente para ejemplo de los demás.
Entonces nuestra doncella agitó la batuta; después la segunda doncella, aquella que había leído la sentencia, tocó su trompeta, y acercándose a la cortina blanca hizo una profunda reverencia.
No puedo omitir una vez llegado aquí de revelar al lector una particularidad relativa al número de los prisioneros: Aquellos que pesaban un peso, eran en número de siete; los que pesaban dos pesos, eran en número de veintiuno; en el grupo de los de tres pesos había el número treinta y cinco; para cuatro pesos treinta y cinco también; para cinco pesos veintiuno, y para seis, había siete. Pero para el peso siete, solamente había uno solo que había sido dominado escasamente, o sea aquel que yo había elegido. Se contaban en gran número aquellos que habían sido levantados con facilidad, y por último los que habían levantado todos los pesos; estos eran menos numerosos.
Yo pude contarlos y anotarlos cuidadosamente en mi libreta a medida que se iban presentando uno a uno. Y cosa extrana, todos aquellos que habian pesado una cosa insignificante, se hallaban en condiciones distintas.
Así aquellos que pesaban tres pesos se encontraban bien en el número de treinta y cinco, pero uno había pesado I, 2, 3; el otro 3, 4, 5: el tercero 5, 6, 7 y así sucesivamente, de suerte que para mayor milagro, no había dos parecidos entre los 126 que habían pesado muy poca cosa y yo les nombraría a todos, a cada uno con sus pesos respectivos, si no se me hubiera prohibido por el momento el hacerlo. Pero yo espero que este secreto será publicado en lo venidero con su interpretación propia.
Después de la lectura de esta sentencia, los señores de la primera categoría expresaron una gran satisfacción, puesto que después de una prueba tan rigurosa, no esperaban recibir un castigo tan ligero. Ellos dieron aun mas de lo que se les pidió, y se rescataron con cadenas, joyas, oro, plata, en fin, todo cuanto ellos llevaban encima.
Aunque se había prohibido a los servidores reales de burlarse de ellos, en el momento de su partida algunos burlones no pudieron reprimir la risa, y en verdad, era extraordinariamente divertido ver con la rapidez con que ellos se alejaban. De todos modos algunos pidieron que se les facilitase el catálogo prometido, a fin de que pudieran hacer la clasificación de libros según los deseos de S. M. Real, que ellos prometían hacer nuevamente. Bajo la portada de salida, se presento a cada uno la copa con el bebedizo del olvido, con el objeto que ninguno fuese atormentado con el recuerdo de incidentes tan desagradables.
Éstos fueron seguidos por los que se habían retrasado antes de la prueba, a los cuales se les dejo pasar sin objeciones a causa de su franqueza y honestidad; ordenándoles de no volver jamás en tan deplorables condiciones. No obstante, si una invitación suficiente algún día llegase a sus manos, ellos serian, como los otros, bienvenidos.
Durante este lapso de tiempo los prisioneros de las categorías siguientes fueron desnudados y con ellos también se hicieron distinciones con arreglo a los pecados o crímenes de cada uno. A algunos se les despidió desnudos sin otro castigo, a otros se les ató campanillas y cascabeles, y los demás fueron perseguidos a golpes de látigo. En resumen, sus castigos fueron muy variados, para que pueda relatarlos todos.
Por fin, llegó el turno a los últimos; su castigo requería mas tiempo, pues según el caso, fueron ahorcados o decapitados, o bien ahogados y aun ejecutados de otras maneras. Durante tales ejecuciones yo no pude contener mis lagrimas, no tanto por piedad hacia ellos (con toda justicia, se habían hecho acreedores a tal castigo por sus crímenes), sino que yo estaba emocionado por esta ceguera humana que nos induce sin cesar a condolernos delante de todo aquello por lo que nosotros hemos estado obcecados después de la primera caída.
Tanto fue así cuanto que el jardín que bullía de gente un instante antes, se vacío, hasta el punto que allí no quedaba casi nadie mas que los soldados.
Después de aquellos acontecimientos se hizo un silencio que duró cinco minutos. Entonces un unicornio bellísimo, blanco como la nieve, llevando un collar de oro, grabado con algunos caracteres, se acercó a la fuente, y zambullendo sus patas delanteras se arrodillo como si hubiera querido hacer honores al león que estaba enhiesto sobre la fuente. Este león, que por razón de su inmovilidad completa me había parecido de piedra o de bronce tomó de repente una espada desnuda que tenía entre sus garras y la quebró en dos. Yo creo que los dos fragmentos cayeron en la fuente. Después no cesó de rugir, hasta que una paloma blanca, llevando un ramo de olivo en su pico, voló hacia el rápidamente, y dio el ramo al león que se lo tragó, lo que le devolvió la calma nuevamente. Entonces con algunos saltos de alegría el unicornio se colocó otra vez en su lugar.
Un momento después nuestra virgen nos hizo descender de las gradas por una escalera de caracol, y nosotros nos inclinábamos una vez mas delante de los tapices; después nos ordeno que nos echáramos agua de la fuente sobre las manos y la cabeza y de ponernos por orden de categorías después de tal ablución, hasta que el Rey se retiró a sus habitaciones por un pasadizo secreto. Ahora nos llevo por entre los jardines a nuestras cámaras con grande pompa y al son de instrumentos, a la vez que departíamos amistosamente. Esto tenía lugar sobre las cuatro de la tarde.
Con objeto de facilitarnos un tiempo agradable la doncella dispuso que cada uno de nosotros fuese acompañado de un paje. Tales pajes, ricamente vestidos, estaban extremadamente instruidos y discurrían sobre todas las ciencias con tanta prudencia y seguridad, que nosotros tuvimos vergüenza de nosotros mismos. Se dio la orden de permitirnos visitar el castillo (algunos departamentos solamente) y de distraernos según nuestros deseos, tanto como fuera posible.
Después la virgen se despidió de nosotros prometiéndonos asistir a nuestra cena; debiendo celebrarse inmediatamente después las ceremonias de la “Suspensión de los pesos”, indicándonos que debíamos tener paciencia hasta el día siguiente, pues hasta entonces no podíamos ser presentados al Rey.
Una vez que ella nos dejó, cada uno de nosotros buscó el medio de distraerse según sus gustos. Unos contemplaron las bellas inscripciones, las copiaron, y meditaron sobre el significado de aquellos caracteres desconocidos; otros se reconfortaban bebiendo y comiendo. En cuanto a mi, me hice conducir por mi guía de aquí para allá, por el interior del castillo, y me alegraré toda mi vida de haber dado aquel paseo. Puesto que, sin mencionar una infinidad de admirables antigüedades, me enseñó las tumbas de los reyes, sobre las cuales yo aprendí mas de lo que ensenan todos los libros. Es allí donde se encuentra el Fénix maravilloso, sobre el cual yo escribí un tratado hace dos años. Yo tengo la intención de continuar una publicación de tratados especiales, concebidos sobre un plan idéntico y siguiendo el mismo desarrollo, sobre el león, el águila, el grifón, el halcón y otros sujetos.
Yo deploro mucho que mis compañeros perdieran el espectáculo de tan precioso tesoro, pero todo me hace creer que tal fue la voluntad de Dios. Yo me aproveché mas que ellos de los servicios de mi paje, pues los pajes llevaban a cada uno siguiendo sus tendencias intelectuales a los lugares y por los caminos que le convenían. O bien, pudo ocurrir que fuese a mi paje a quien le habían confiado las llaves y fue por esta razón por la que yo saboreé tanta ventura antes que los otros. Pero aunque se les hubiera llamado hubiera sido inútil, pues ellos se figuraban que tales tumbas no se pueden encontrar mas que en los cementerios, y allí ellos podían verlas siempre a tiempo; pero de todos modos tal visita y examen, Valia la pena. Por lo tanto aquellos monumentos, de los que nosotros dos tomamos una copia exacta, no permanecerán ignorados para nuestros discípulos de merito.
A continuación nosotros dos visitamos la admirable biblioteca, siendo todavía la misma que existía antes de la Reforma. Aunque mi corazón se regocija cada vez que yo pienso en ello, no hablaré mas por ahora; por otra parte el catálogo aparecerá en breve. Cerca de la entrada de esta sala, se encuentra un gran libro, como yo nunca había visto otro igual, en el que se contienen las reproducciones de todas las estatuas, salas y puertas, así como las inscripciones y enigmas reunidos en todo el castillo.
Pero entiendo que empiezo a divulgar aquellos secretos, por lo que me detengo aquí, y yo no diré nada en adelante, pues por esto el mundo no será mejor de lo que es.
Al lado de cada libro yo vi el retrato de su autor; y creí comprender que muchos de aquellos libros serian quemados a fin de que hasta el mismo recuerdo desapareciera de entre los hombres de bien.
Cuando nosotros hubimos terminado aquella visita y estando en el dintel mismo de la puerta, llegó otro paje corriendo; le dijo algunas palabras en tono bajo al oído a mi paje, tomó las llaves que le alargó este y salió veloz por la escalera. Viendo que mi paje había palidecido, le interrogué, y ante mi insistencia, me dijo que Su Majestad prohibía que nadie visitara ni la biblioteca ni las tumbas, y me suplicaba de guardar aquella visita absolutamente secreta a fin de salvarle la vida, porque el había ya negado nuestro paso por aquellos lugares. A estas palabras me puse a temblar de espanto y al mismo tiempo de gozo, pero el secreto fue estrictamente guardado y ninguna persona de aquellas otras se dio cuenta, aunque habíamos pasado tres horas en aquellas salas.
Acababan de dar las siete y a todo esto no se nos llamaba todavía a la mesa. Pero las distracciones, sin cesar renovadas, nos hacían olvidar nuestra hambre y por mi gusto me sometería a aquél régimen durante toda mi vida. En espera de la cena, nos ensenaron las fuentes, las minas y talleres diversos, en los cuales nosotros no podríamos producir gran cosa con toda nuestra ciencia reunida.
Todas aquellas salas estaban dispuestas en semicírculo, de suerte que se podía observar fácilmente el precioso reloj, situado en el centro, sobre una torre elevada, marchando en armonía con la position de los planetas, la cual reproducía con matemática precisión. Esto nos mostro con toda evidencia el flaco de nuestros artistas; pero no me pertenecen tales conocimientos y por lo tanto no me es posible instruirles.
En fin, yo entré en una sala espaciosa que ya había sido visitada por los demás, en la que se guardaba una esfera terrestre cuyo diámetro media treinta pies. Casi la mitad de aquella esfera estaba sobre el suelo, con la excepción de una banda pequeña, rodeada de escalones. Aquel globo era movible, y dos hombres le giraban fácilmente de forma tal, que no se podía jamás apercibir mas que la parte que se hallaba debajo del horizonte. Aunque yo supuse que debía estar destinado a un uso particular, sin embargo, no llegué a comprender el significado de ciertos anillos pequeños de oro, que estaban puestos aquí y allá. Mi asombro o, mejor dicho, ignorancia, hizo sonreír a mi paje, que me indico los mirara un poco mas detenidamente. Finalmente yo descubrí que mi patria estaba marcada con un anillo de oro. Entonces mi compañero busco la suya y encontró una marca semejante, y como esta coincidencia se produjo por la observación de otros de los que habían salido airosos de la prueba, el paje nos dio la explicación siguiente, asegurándonos ser verídica:
“Ayer el viejo Atlante (este es el nombre del astrónomo) anunció a S. M. que todos los puntos de oro correspondían exactamente con los países que determinados convidados habían declarado como sus patrias. El había visto que yo no había osado tentar la prueba a pesar de que mi patria estaba, efectivamente, señalada con un punto, entonces el había encargado a uno de los capitanes de pedir que fuésemos pesados a toda costa, sin peligro ni obligación para nosotros, por la razón de que la patria de uno de nosotros se distinguía por un signo muy  característico. Él añadió que él era de entre todos los pajes, aquel que disponía de mayor poder y que no era sin motivo, por lo que se le había puesto a mi disposición." Yo le expresé mi gratitud y después examiné mi patria mas cerca todavía, y comprobé que al lado del anillo había aún algunos bellos rayos. No es por el deseo de alabarme o de glorificarme por lo que yo relato estos hechos.
Aquel globo me enseno muchas cosas mas que desde luego no puedo publicar. Que el estudiante se afane mientras tanto, de encontrar la razón del por que no todas las ciudades poseen su filosofo.
A continuación hicimos que nos ensenara el interior del globo, en el que entramos de la siguiente manera:
En el espacio que representaba el mar, y que como es natural ocupaba mucho espacio, había una placa que tenía tres dedicatorias y el nombre del autor. Aquella placa se levantaba fácilmente y permitía la entrada hasta el centro por medio de una plancha movible, donde cabían cómodamente cuatro personas. En el centro no había otra cosa mas que una plancha redonda, pero cuando los ojos se habían acostumbrado se podía contemplar las estrellas en pleno día (en este instante de nuestra visita, ya el firmamento estaba en sombras). Yo tengo para mi que se trataba de simples carbunclos que cumplían el orden del curso natural de los astros, y aquellas estrellas resplandecían con tal belleza que yo no podía separarme de la contemplación de aquel espectáculo. Mas tarde, el paje contó a la doncella cuanto me había gustado aquella visión, la que me interrogo muchas veces respecto de aquel asunto.
Ahora el momento de cenar había llegado y nosotros nos detuvimos tanto tiempo en la visita del interior de aquella esfera, que yo llegué el ultimo a la mesa. También tuve que ponerme mi manto (yo me lo había quitado de antemano) y me dirigí a la mesa, pero los sirvientes me recibieron con tantas reverencias y señales de respeto que, todo confuso, no osaba levantar los ojos. Pasé de este modo, sin mirar a nadie, al lado de la doncella que me esperaba; ella se apercibió inmediatamente de mi confusión y cogiéndome por el manto me condujo a la mesa.
Hago gracia a los lectores de la musical y demás exquisiteces, pues no solamente no encuentro palabras para detallarlas, sino que ni aún sabría precisarlas en definitiva ni ajustarme a la alabanza debida, aunque lo hiciera en extremo; en una palabra, allí no se manifestaba otra cosa que las producciones del arte en su forma mas sublime.
Durante nuestra cena detallamos nuestras ocupaciones de la tarde (teniendo buen cuidado de callar nuestra visita a la biblioteca y a las tumbas), y cuando el vino nos puso en estado comunicativo, la virgen hizo uso de la palabra como sigue:
“Queridos señores: en este momento estoy en desacuerdo con mi hermana. Nosotras tenemos un águila en nuestro dormitorio, y cada una quisiéramos ser su preferida, lo cual nos proporciona frecuentes discusiones. Para acabar con esta situación, hemos decidido últimamente de presentarnos ante ella las dos iguales, y convinimos que pertenecería a la que ella testimoniase mas amabilidad. Cuando nosotras efectuamos aquel proyecto yo tenia en la mano un ramo de laurel, según mi costumbre, pero mi hermana no tenia nada. En el momento que el águila nos vio, alargó a mi hermana el ramo de laurel que tenia en su pico y me pidió a mi el que yo llevaba en cambio; yo se lo entregué. ’Entonces también nosotras, cada una de por si suponía que había sido la preferida; ¿Qué debíamos determinar?”
Este problema que la virgen nos propuso modestamente, excitó nuestra curiosidad, y cada uno de nosotros hubiera querido encontrar la solución. Yo me encontré con todos los ojos puestos en mi, rogándome que emitiera mi opinión, pero me puse de tal modo aturdido que no pude responder de otro modo, sino sometiendo el mismo problema de una manera diferente, y yo dije:
“Señora, una sola dificultad se opone a la solución del problema planteado, el cual seria descifrado fácilmente, a no ser por esta dificultad. Yo tenia dos amigos, los cuales me eran muy allegados, pero como ellos ignoraban a cual de los dos yo tenía en lugar preferente, decidieron dirigirse hacia mi corriendo aceleradamente, en la convicción de que aquel al que yo atendiera primero, era el de mi predilección. Pero como ocurriera que uno de ellos, no pudiendo seguir al otro en la carrera, se quedó detrás llorando mientras que yo recibía al otro con asombro. Cuando ellos me hubieron explicado el motivo de su carrera, yo no pude determinarme a dar una solución a su pregunta, y decidí aplazar mi decisión hasta tanto que yo mismo aclarase mis propios sentimientos.”
La doncella quedó sorprendida de mi respuesta, pero comprendiendo bien claramente lo que yo quería decir, replicó:
“Perfectamente; ¡nosotros estamos en paz!” 
Después ella pidió el parecer de los otros. Mi discurso les había despertado y aquél que me sucedió habló de este modo:
“En mi lugar, fue condenada a muerte una doncella, no hace mucho tiempo, pero sucediendo que su juez se lleno de piedad e hizo anunciar que aquel que quisiera entrar en liza por ella a fin de probar su inocencia por medio de un combate, seria admitido a hacer tal prueba. La virgen tenia dos galanes, el uno se armó rápidamente y se presentó en el campo cercado, en espera de un adversario. Bien pronto, el otro galán salió a la arena armado igualmente; pero como quiera que había llegado demasiado tarde, tomó el partido de luchar y de dejarse vencer, con el objeto de que la virgen salvara la vida. Una vez que el combate hubo terminado, los dos reclamaron a la doncella. Y decidme, señores míos, ¿A cual la daríais vosotros?”
“Ciertamente”, respondió un tercero. “Nunca he oído cuento o aventura mas asombrosa que una que a mí me sucedió. Durante mi juventud yo amé a una honrada doncella, y para que mi amor pudiese conseguir ser correspondido, decidí utilizar los servicios de una viejecita, gracias a la cual, yo vencí finalmente. Ocurrió que los hermanos de la joven nos sorprendieron en el momento que estábamos reunidos los tres. Ellos montaron en una cólera tan violenta, que querían matarme; pero a fuerza de suplicarles, me hicieron jurar por fin, de tomar a las dos por su turno, como esposas legitimas, cada una durante un año. ”Díganme, señores míos, ¿Por cual yo debería comenzar; por la joven o por la vieja? ”
Este enigma nos hizo reír mucho tiempo, y aunque se oyeron cuchicheos ninguno se atrevió a pronunciarse por una u otra.
A continuación, el cuarto debutó como sigue: “En una villa moraba una dama honesta de la nobleza, que era amada por todos, pero especialmente por un gentilhombre joven; pero como él la asediaba tan insistentemente, ella deseando desembarazarse de él, le prometió acceder a sus deseos, si él podía llevarla en pleno invierno a un bello jardín todo verde y lozano, cubierto de rosas, e imponiéndole la condición de que no debería volver a presentarse delante de ella hasta aquel momento. El gentilhombre recorrió el mundo en busca de un hombre capaz de producir un tal milagro, y finalmente halló un viejecito que le prometió la realización, a cambio de la mitad de sus bienes. El convenio se formuló con esta condición y el viejecito cumplió su promesa y entonces el galán invitó a la dama a venir a su jardín. Ella vio realizado su sueño, encontrándolo verdoso y alegre, con una temperatura agradable y entonces se acordó de su promesa. Resignada no expuso mas que su solo deseo de que la permitiera volver al lado de su esposo una vez mas, y cuando ella se halló delante de él le confió su dolor, llorando y suspirando. El señor, completamente convencido de los sentimientos de fidelidad de su esposa, la envió a su amante, estimando que él la había ganado a costa de tal precio. El gentilhombre quedo de tal modo conmovido por aquella honradez, que, no siendo capaz de pecar abusando de una esposa honrada, la hizo volver al lado de su legitimo varón con todos los honores. Pero cuando el viejecito vio la probidez de los dos, resolvió entregar todos sus bienes al gentilhombre, quedándose él en la miseria y ausentándose del lugar. Y bien, queridos señores, yo ignoro cual de todas estas personas se mostró la mas honrada.”
Nosotros nos callamos y la virgen sin responder nada mas, preguntó si alguno quería continuar.
Entonces el quinto continuo así:
“Queridos señores, yo no haré en modo alguno un gran discurso. ¿Quién es el mas feliz, aquel que contempla el objeto amado, o aquel que piensa en él solamente?”
“Aquel que le contempla”, dijo la virgen.
"No”, replique yo. Y la discusión se animó hasta que un sexto tomó la palabra:
“Amados oyentes, yo debo contraer una unión. Yo tengo que elegir entre una soltera, una casada y una viuda, ayudadme a salir de este aprieto, y yo os ayudaré a resolver la cuestión precedente.”
El séptimo repuso:
“Todavía para aquellos que pueden y tienen donde elegir la cosa es aceptable; pero en mi caso el asunto es distinto. En mi juventud, yo quise a una honesta y bella señorita hasta el fondo de mi corazon y ella correspondía a mi amor y a todo esto no nos podíamos unir motivado por los obstáculos opuestos por sus amistades. Ella fue dada en matrimonio a otro joven que igualmente era recto y honrado. Él, la rodeó de atenciones y afectos hasta que ella estuvo encinta; pero entonces la prometida cayó en tan profundo desvanecimiento, que todo el mundo creyó que estaba muerta, y se la enterró en medio del dolor mas grande y de la mas intensa aflicción. Yo pensé entonces que después de su muerte podía abrazarla, ya que no había podido ser mía en vida. Yo la desenterré de su tumba durante la noche, con la ayuda de un sirviente. Cuando abrí el féretro y la hube estrechado en mis brazos yo me di cuenta de que su corazón latía aún, primeramente poco a poco, luego mas y mas fuerte, hasta que por último conseguí reanimarla, Cuando tuve la certeza de que ella vivía todavía, la llevé subrepticiamente a mi casa; yo la hice reaccionar por medio de un baño de hierbas, y la dejé al cuidado de mi madre. Ella trajo al mundo un precioso niño, que yo hice atender con tanta diligencia como a la madre. Dos días después yo la explique, dejándola asombrada, lo que había acontecido y la supliqué de continuar en adelante en mi casa, como mi esposa. Ella exhalando un gran suspiro y entristecida, me dijo que su esposo, quien la había amado tan fiel y tiernamente, estaría muy afligido, pero que debido a todos aquellos acontecimientos, el amor la inclinaba tanto a uno como al otro. Al volver de un viaje de dos días, yo invité a mi casa a su esposo y le interrogué incidentalmente si haría de nuevo una buena acogida a su difunta esposa si ella resucitase. Cuando me hubo respondido afirmativamente, al mismo tiempo que lloraba compungido, le presenté finalmente a su esposa e hijo, le conté todo lo que había pasado, a la vez que le suplicaba que ratificase, con su consentimiento, mi unión con ella. Después de una larga disputa el tuvo que rehusar a disputarme mis derechos sobre la mujer; pero a continuación querellamos por el hijo.”
Aquí intervino la virgen con estas palabras:
“Yo estoy asombrada de saber que hayáis podido aumentar o duplicar la aflicción de aquel ’’hombre.”
“Como”, respondió el, “¿yo no estaba, pues, en mi derecho?”
Se levantó entre nosotros una viva discusión, siendo la mayoría la que opinaba que él había obrado bien.
“No”, dijo él; “yo le devolví los dos, su esposa y su hijo. Decidme ahora, queridos amigos, ¿La rectitud de mi acción fue mayor que la alegría del esposo?”
Estas palabras dominaron de tal modo a la virgen, que ella hizo circular la copa en honor de los dos.
Los enigmas propuestos a continuación por los otros fueron un poco mas embrollados, de suerte que yo no pude retener todos; pero de todos modos viene a mi memoria la historia siguiente, contada por uno de mis compañeros: Algunos años atrás un médico le había comprado madera con la que se había calentado durante todo el invierno; pero cuando vino la primavera había vuelto a vender el bosque de donde se extraía, de suerte que lo había utilizado sin hacer el mas mínimo gasto.
“¿Eso se haría por escritura, sin duda?”, dijo la virgen; pero las horas pasan y he aquí que hemos llegado al fin de la cena”.
“En efecto”, respondió mi compañero. “Que aquél que no encuentre por si solo la solución de estos enigmas, la pida a algún otro; yo no creo que el que la sepa la negara.”
Después comenzamos a dar las gracias y nosotros nos levantamos de la mesa, antes bien ágiles y contentos, que embotados por los alimentos. Y nosotros nos felicitaríamos, si todos los banquetes y festines terminasen de aquella manera.
Cuando hubimos paseado un instante por el comedor, la doncella nos dijo si deseábamos asistir al comienzo de las bodas. Uno de nosotros contesto: “Oh, si; virgen noble y virtuosa.”
Entonces, y continuando la charla con nosotros, despacho en secreto a un paje. Ella se había hecho tan amable con nosotros que yo osé preguntarla su nombre. La doncella no se inmutó lo mas mínimo por mi audacia y respondió sonriendo:
“Mi nombre contiene cincuenta y cinco y, sin embargo, no tiene mas que ocho letras; la tercera, es el tercio de la quinta, y si se la une a la sexta, forma un número en el que la raíz es ya mayor que la primera letra, que no es la tercera propiamente, y que es la mitad de la cuarta. La quinta y la séptima son iguales; la última es, asimismo, igual a la primera, y ellas forman con la segunda otro tanto de lo sumado por la sexta, la cual no obstante no vale mas que cuatro de lo que suma la tercera tres veces. Por último, señores, ¿Cuál es mi nombre?”
Este problema me pareció muy difícil de resolver, pero no me di por vencido y yo la dije: 
"Virgen noble y virtuosa, ¿No podría yo obtener siquiera una sola letra?”
“Ciertamente que si”, dijo ella, “esto es posible.”
“Entonces, ¿Cuántas contiene la séptima?”, dije yo.
“La séptima contiene tantas letras como es el número de los señores aquí presentes”, dijo ella. Aquella respuesta me satisfizo y yo encontré fácilmente el nombre. La virgen quedo muy contenta y satisfecha, y nos dijo que nos serian reveladas numerosas cosas.
Entonces nosotros vimos aparecer muchísimas doncellas, magníficamente ataviadas, siendo precedidas de dos pajes que abrían la marcha. El primero de los pajes mostraba un aspecto feliz, con ojos claros y formas armoniosas; el segundo tenia aspecto irritado; era de los que quieren que todos sus deseos se efectúen, de lo que yo me apercibí al vuelo. Los pajes eran seguidos inmediatamente por cuatro doncellas. La primera posaba castamente su vista en el suelo, y denotaba una humildad profunda. La segunda parecía igualmente una virgen casta y pura. La tercera manifestó un sentimiento de temor a su entrada en el salón. Yo supe después que ella no podía permanecer mucho tiempo donde hubiera mucha alegría, o alboroto. La cuarta llevaba algunas flores, símbolos de sus sentimientos de amor e indolencia.
A continuación vimos desfilar otra pareja de doncellas vestidas mas ricamente, que nos saludaron. La primera llevaba una túnica toda azul adornada con estrellas de oro; la segunda iba vestida de verde, con listas rojas y blancas; las dos portaban en sus cabellos cintas colgantes que las sentaban admirablemente.
Pero ved aquí que pasa sola la séptima virgen; ella llevaba una corona pequeña y, sin embargo, sus miradas se dirigían mas a menudo hacia el cielo que a la tierra. Nosotros creímos que ella era la prometida, pero nuestra suposición estaba muy lejos de la verdad; aunque ella era mas noble que la novia, por los honores, la riqueza y el rango. Ella fue la que en muchas ocasiones dirigió las ceremonias de las bodas. Nosotros imitamos a nuestra doncella, y nos prosternamos a los pies de esta reina, a pesar de que se mostraba muy humilde y piadosa. Luego tendió la mano a cada uno de nosotros, al mismo tiempo que nos manifestaba de no asombrarnos por aquella dispensación, puesto que esto no era mas que uno de sus mas pequeños dones. Ella nos exhorto a elevar nuestros ojos a nuestro Creador, a reconocer todo su poder en todo, a perseverar en el camino que habíamos emprendido, y, sobre todo, a emplear todos estos dones para la gloria de Dios y para el bien de los hombres. Tales palabras, tan diferentes de las de nuestra doncella, aunque un poco mas humanas, me alcanzaron directamente el corazón. Después y dirigiéndose a mi, dijo: “Tu, has recibido mas que los otros, procura, pues, de repartir mas también.”
Aquel sermón nos sorprendió muchísimo, pues al ver la entrada de las virgenes y de los músicos, llegamos a creer que venían a bailar.
No obstante, los pesos de los que hemos hablado antes, estaban aun en su lugar; la reina (yo ignoraba que lo fuese) invito a cada virgen a tomar uno de los pesos, después dio el suyo (que era el último y el mas pesado) a la doncella que nos acompañaba, y nos ordeno de colocarnos detrás de ella. Es así que nuestra gloria majestuosa se veía un poco rebajada, pues yo me apercibí fácilmente que nuestra virgen no había sido mas que demasiado buena con nosotros, y que ya nos inspiraba una estimación tan elevada que comenzábamos a reverenciarla como a una imagen.
Nosotros, pues, seguimos en orden y nos condujeron a otra sala. Allí, nuestra virgen suspendió primero el peso de la reina, a la vez que entonaba una bella canción. En esta sala no había otras preciosidades que algunos libros de rezos que nos eran imposibles de comprender. En el centro de la sala había un reclinatorio; la reina se arrodillo y nosotros nos prosternamos a su alrededor y repetimos la oración que la virgen leyó en uno de aquellos breviarios; nosotros rogamos, con todo fervor, que aquellas bodas se celebrasen para la gloria de Dios y por nuestro bien.
En seguida pasamos a la segunda sala, donde la primera virgen suspendió a su vez la pesa que ella portaba, y de este modo hasta que todas las ceremonias se hubieron terminado. Entonces la reina tendió de nuevo la mano a cada uno de nosotros y se retiró acompañada de su corte de virgenes o doncellas.
Nuestra presidenta permaneció aun un instante ante nosotros, pero como ya eran cerca de las dos de la noche, no quiso retenernos por mas tiempo; yo creí observar en aquel momento que ella encontraba placer en nuestra compañía. Ella nos deseo una buena noche, invitándonos a dormir tranquilos, y se separó amistosamente de nuestro lado, quizá en contra de su voluntad.
Nuestros pajes, que habían recibido las órdenes oportunas, nos condujeron a nuestros dormitorios respectivos, y con el objeto de que pudiéramos utilizar sus servicios en caso de necesidad, nuestros pajes dormían en un segundo lecho instalado en la misma cámara. Yo ignoro como eran las habitaciones de mis compañeros, pero la mía, estaba regiamente amueblada y adornada con tapices y cuadros maravillosos. Pero a pesar de todo ello, yo prefería la compañía de mi sirviente que era tan elocuente y estaba tan versado en las artes, que tuve a gran placer escucharle una hora aun después de retirarnos, de suerte que yo no me dormí hasta eso de las tres y media de la madrugada.
Aquella fue mi primera noche tranquila, pero un sueño importuno no me permitió conciliar el sueño a gusto, pues toda la noche estuve obstinadamente pegado a una puerta que no podía abrir, pero que al fin conseguí mi intento. Tales fantasías perturbaron mi reposo hasta que la venida del día me despertó completamente.


El tercer día esta caracterizado por la prueba de los pesos, y el texto debe ser retenido en su totalidad por el lector.
Puede sacar algunas interpretaciones útiles en los colores de los vestidos de la virgen: terciopelo rojo, cintas blancas, corona de laurel verde. Estos laureles, que son mencionados tan frecuentemente durante todo el resto de la obra, merecen que se les aplique un sentido hermético. Este laurel no es otro que Dafne, hija de la Tierra y del rio Peneo, que fue convertida en laurel, para ser sustraída de los ardientes propósitos de Apolo. El espíritu divino del laurel, en el que las hojas estimulan el delirio profético esta íntimamente ligado con el culto de Apolo; además el Palacio donde nuestro héroe está albergado, ¿Acaso no es el que en muchos tratados se llama “La Casa Solar”?
Una vez que la balanza de oro se hubo colocado, se situó una mesa pequeña a su lado. En ella se llevaban siete pesas para pesar los méritos y virtudes de los candidatos. El número de tales pesos se puede interpretar de distintas formas. Se les puede dar el significado del número de los días consagrados a las Bodas Químicas, así como a los siete pisos de la Torre donde se efectúa la ceremonia de la resurrección del Rey y de la Reina, y también se puede atribuir a cada uno de los pesos, uno de los siete pecados capitales, para medir la virtud de cada aspirante. Seria en extremo pueril referirnos aquí a los siete colores del espectro solar, los siete tonos de la gama, los siete planetas a los que los siete días de la semana (septimania) prestan su nombre. Este nombre, que Pitágoras llamo “virgen”, es la expresión del tiempo crítico correspondiente a los periodos de desarrollo. El simbolismo de los siete días del Génesis, de Sepher Ietzirah, son extremadamente significativos. Dios, siendo perfecto en esencia por el mero hecho de ser Dios, no puede hacer cosas mas que perfectas, llenas de ritmo y de armonía, para aquellos que pueden juzgarlas. ¿No existe una perfección manifestada entre la relación del radio del circulo y el lado del hexágono en el que esta inscrito? El centro del circulo es el punto del equilibrio perfecto donde Él existe en potencia. Él se manifiesta seis veces en intervalos iguales del centro a la circunferencia, y estos fueron los seis días de la creación. Viendo que la Obra era perfecta, Él se replegó sobre si mismo, y he aquí el séptimo día, día de descanso, la Potencia creadora ha vuelto a alcanzar el centro del circulo desde el cual ejerce su acción. Esta digresión nos separa de nuestro sujeto, y sin esperanza de conseguir una transición hábil, yo insisto aun sobre el sentido oculto de la palabra שבא (Scheba), que en lengua hebrea significa siete, y al mismo tiempo “prestar juramento”.
Puede muy bien dársele el doble significado, pues por una parte, el adepto será admitido mediante juramento a las ceremonias que seguirán; pero en hebreo, שתב o shabbath, significa también “el descanso de Dios”.
Nuestro héroe es puesto el octavo de sus nueve camaradas, a la prueba de la balanza de oro, y el resiste a todos los pesos. El octavo arcano de los Tarots representa la justicia teniendo en sus manos una balanza de oro. También simboliza el equilibrio y la armonía. Los sirvientes se hacen visibles para aquellos que han salido victoriosos de la prueba; pero no así para los otros prisioneros. ¿Quiere esto indicar que sus ojos fueron abiertos, como efecto de la Iniciación, a la percepción de los seres del plano supra físico? Yo lo creo así, y sus servidores, que nosotros les llamamos Ángeles Guardianes o Genios Tutelares, existen igualmente, aunque nosotros no les podamos percibir. Son a ellos a los que nuestros artistas deben su inspiración y el genio, pues en el fondo, nosotros no somos mas que miserables y pequeños transformadores en las manos de electricistas sublimes, que se sirven de nosotros para materializar el influjo celeste y conducir la rueda de eso que llamamos Progreso, siguiendo un ritmo eterno.
Aquella noche, allí, cada invitado recibió de parte de Sponsus el Toison de Oro, adornado con un león volando; siguiendo el significado alquímico, este pasaje nos induce a rendir en volátil lo que es fijo, y aquí se encierra uno de los secretos mayores del objeto de la Evolución.
Pasemos por el proceso de los prisioneros que habían escrito patrañas y ofuscado y engañado a sus semejantes. Nosotros debemos tener en cuenta que la ciencia hermética no necesita libros para ser enseñada, y que el Conocimiento viene siempre hacia aquel que lo desea, siguiendo una ley de atracción como la del hierro al imán. Algunas páginas después Su Majestad les promete un catálogo de los herejes y un Index Expurgatorium.. En efecto, es necesario que las Fuerzas pongan a los débiles en guardia contra la literatura especial, que fija sus medios en la compilación de autores malos, la mentira y la explotación de la credulidad; en una palabra, contra los cacoquimicos. En el párrafo donde se describen los pesos de los 126 prisioneros, representan nueve veces dos series; siendo digno de que el estudiante lo reflexione. Su clasificación da esta sucesión de números: 7-21-35-35-21-7-1, o sea: 7X1, 7X3, 7X5. Que aquel que quiera comprender, busque y reflexione sobre lo que hemos dicho anteriormente.
Los castigos diferentes impuestos a los impostores no tiene, a nuestro entender, mas que una importancia muy secundaria; pero no así los episodios siguientes, especialmente la escena entre el león y el unicornio, la del globo terráqueo del viejo Atlas, las siete propuestas o acertijos enigmáticos, y el nombre de la doncella que guía a los invitados. El unicornio, símbolo de pureza, no puede, según la tradición de la Edad Media, mas que someterse a una Virgen, y su cuerno era negro, blanco y rojo, tres colores tradicionales de la Gran Obra. El león que el adora arrodillándose, es la materia virgen, y la espada desnuda que el rompe en dos pedazos, evocan la soberanía de Marte o Aries. Aquellos fragmentos cayeron en la pila y una paloma blanca calma al león, trayéndole una rama de olivo. Toda la gran Obra esta incluida en tan pequeña alegoría. Aquellos que pueden penetrar en los misteriosos arcanos, me comprenderán. Se me ha prohibido hablar para los otros, pero yo no dudo ni un momento que por su propio esfuerzo alcanzaran el Conocimiento; yo no puedo hacer mas que aclarar el camino, pero no llevarles de la mano. De todos modos, para satisfacer la curiosidad de los investigadores de la Ciencia, diré que el globo del Viejo Atlas, y los anillos de oro, indicando la patria de ellos, no es ni mas ni menos que un mapa mineralógico admirable. Véase por que el autor escribe: “¡Que el lector medite para hallar la razón del por que todos los lugares no poseen su filosofo!” Uno no puede evidentemente encontrar en todas y en cada una de las partes la materia primera.
Los enigmas propuestos a los postres de la cena son interesantísimos por su paralelismo. Si es en vano buscar la solución, subrayemos, sin embargo, en el primero, el águila solicitada por la afección de las dos virgenes; en el segundo, el hombre sobre el cual dos amigos buscan la preferencia; en el tercero, una joven se ve asediada por dos galanes. El cuarto presenta el conflicto de un hombre obligado a elegir para compañera de su vida, entre una vieja y una joven; el otro nos muestra el ejemplo de una dama joven, sobre la que el marido y el adorador la colman de galanteos y cortesías. Las cuestiones puestas sobre el tapete a continuación no tienen otra finalidad que la de embrollar y obscurecer las anteriores. Podemos ver en todas ellas los dos principios antagonistas persiguiendo el mismo fin, y esto nos parece asaz elocuente por si mismo.
El enigma del nombre de la virgen presenta una particularidad en la clave que da la virgen cuando dice que la séptima letra vale tanto como son los señores presentes, no pudiendo nosotros decir mas, pues nada en el texto anterior nos permite deducir el numero exacto de los invitados presentes. Así y todo, yo creo no decir demasiado diciendo que las ocho letras que componen su nombre, deben ser: “harmonía”. Recordemos aquí lo que Miguel Maïer enseña en el Arcana Arcaniss, 1-3. Si se metiera la Venus de los filósofos con Marte en un lecho o en un vaso apropiado a este efecto, y se les rodeara con una cadena invisible, es decir, aérea, Darian lugar al nacimiento de una hija muy bella nombrada “Harmonia”, puesto que ella sería construida armónicamente, es decir, perfecta en peso y en medidas filosóficas. ; He aquí un ejercicio excelente para los aprendices de la Cábala! La ceremonia de la colocación en su sitio de los pesos, no ofrece nada de particular excepto el color de los vestidos de las virgenes que presiden la ceremonia. Igualmente con respecto al sueño del héroe que consigue abrir la puerta contra la que el había estado luchando. Sin duda, es la puerta del Conocimiento, como parece que se dice en el discurso del Dia Cuarto. Aquí acaba el Comentario del Dia Tercero.




Estaba recostado sobre la almohada mirando tranquilamente los cuadros y las admirables estatuas de la habitación, cuando de repente oí los acordes de la música y el sonido del triangulo; cualquiera hubiera pensado que la procesión estaba ya en marcha. Entonces veo a mi paje saltar del lecho como un loco, con un aspecto tan descompuesto que parecía mas bien un muerto que un ser viviente. ¡Quien puede imaginarse mi desconsuelo cuando oigo que me dice que en aquel mismo instante mis compañeros eran presentados al Rey! Yo no pude hacer otra cosa mas que derramar lagrimas ardientes y maldecir mi pereza mientras me vestía rápidamente. Mientras tanto, mi paje se vistió mucho antes que yo y salió de la habitación corriendo, para ver donde habían llegado las cosas. El volvió bien pronto con la grata nueva de que nada se había perdido, que mi falta solo consistía en el desayuno y esto porque no habían querido desvelarme, teniendo esta consideración a mi avanzada edad, pero que era todavía tiempo para encontrarles en el jardín, en la fontana, donde la mayor parte de mis compañeros estaban ya reunidos. Al saber esta novedad me volvió la calma y bien pronto terminó mi toilette y seguí a mi paje a la fuente.
Después de los corteses saludos de rigor, la virgen se burlo de mi pereza y me condujo de la mano a la fontana. Entonces yo me di cuenta de que en lugar de la espada el león tenia una gran tabla escrita. Yo la examine con escrupulosidad y vi que ella había sido tomada de los monumentos antiguos y colocada allí por esta circunstancia. El grabado se hallaba un poco desfigurado a causa de su antigüedad, y lo reproduzco aquí fielmente para que sea conocido y todos y cada uno podamos meditar sobre ello:
PRINCIPE HERMES,
DESPUES DE TODO EL PERJUICIO 
HECHO AL GENERO HUMANO DISPUESTO POR DIOS:
CON LA AYUDA DEL ARTE 
HE SIDO SANO Y SALVO Y HE 
ENTRADO AQUI.
Beba quien pueda de mis aguas; lávese quien quiera; 
y ensúcielas quien pueda.
BEBED HERMANOS Y VIVID (**).

Esta inscripción era fácil de leer y de comprender, por cuya razón se había colocado allí, porque era mas fácil de descifrar que cualquiera otra.
Después que nos hubimos lavado en aquella fuente, nosotros bebimos de aquella agua con una copa de oro. Después volvimos a la sala con la virgen, con objeto de ataviarnos con los hábitos nuevos. Estos hábitos tenían los adornos dorados y bordados con flores; además, cada uno recibió un segundo Toisón de oro guarnecido con brillantes; y de todos aquellos Toisones juntos se desprendían influencias que dependían del poder particular del operador. Se había añadido al mismo una pesada medalla de oro, en cuyo anverso se veía el Sol y la Luna frente a frente, y en el reverso tenia inscritas estas palabras: Los destellos de la Luna igualaran a los destellos del Sol, y los destellos del Sol serán algún día siete veces mas brillantes.
Nuestros vestidos viejos fueron depositados en cajas y confiados a la guarda de uno de los sirvientes, y luego nuestra virgen nos hizo salir en el orden dispuesto.
Delante de la puerta nos esperaban ya los músicos, vestidos con atavíos de terciopelo rojo y bordados blancos. Entonces se abrió una puerta la cual había visto siempre cerrada y que daba a la escalera del Rey.
La virgen nos hizo entrar, con los músicos, por aquella puerta y subir 365 escalones. En esta escalera estaban reunidos los mas preciosos trabajos del arte, sin hacer mención de las decoraciones que eran admirables, y por fin, llegamos a una sala abovedada adornada con bellísimos frescos.
Las setenta virgenes todas ricamente vestidas nos esperaban; se inclinaron a nuestra llegada, y nosotros respondimos a su saludo del modo mejor que pudimos; después se despidió a los músicos que debieron descender la escalera.
Entonces al sonido de una pequeña campanilla, una bella virgen apareció y nos dio una corona de laurel a cada uno de nosotros, pero a nuestra virgen la dio una rama. Después se separó un tapiz, y aparecieron el Rey y la Reina.
¡Que incomparable era la majestad de los dos!
Si no me hubiera acordado de los sabios consejos de la reina, de la víspera, no me hubiera podido contener, desbordante de entusiasmo, de comparar al Cielo aquella gloria indecible. Ciertamente, la sala resplandecía de oro y de pedrerías, pero el Rey y la Reina brillaban de tal modo, que mis ojos no podían resistir el brillo que despedían. Yo había contemplado hasta aquel momento cosas bien admirables, pero aquí las maravillas se sucedían y se sobrepasaban las unas a las otras, al igual que las estrellas del Cielo.
Habiéndose acercado la virgen nos fue sucesivamente tomando de la mano y presentándonos al Rey con una profunda reverencia, después la virgen habló de este modo:
“En honor de Vuestras Muy Graciosas Majestades Reales, los Caballeros aquí presentes han afrontado la muerte para acercarse hasta Vos. Vuestras Majestades se regocijaran de ello, pues la mayor parte son dignos de aumentar el Reino y los dominios de Vuestras ’’Majestades, como podéis aseguraros por el examen de cada uno. Yo, en fin, quisiera presentarles a VV. MM. respectivamente, con el ruego humilde de relevarme de mi misión y de tomar razón de la manera en la que yo la he realizado, interrogando a todos ellos. Una vez hablado así, depuso su rama de laurel.
Entonces hubiera sido muy conveniente que alguno de nosotros dijera algunas palabras; pero como quiera que todos estábamos demasiado emocionados para tomar la palabra, el viejo Atlas terminó por avanzar y dijo en el nombre del Rey:
“Su Real Majestad se regocija de vuestra llegada y os concede su real gracia, a todos y a cada uno en particular, Él está igualmente muy satisfecho de la forma en que has llevado a cabo tu obra, querida virgen; como recompensa te será reservado un don del Rey. Mientras tanto Su Majestad cree que tu debieras guiarles todavía hoy, puesto que todos ellos tienen una ciega confianza en ti.”
Entonces la virgen volvió a tomar la rama de laurel y nosotros nos retiramos, por la primera vez, acompañados de nuestras virgenes.
La sala era rectangular en el frente, cinco veces mas larga que ancha, pero al final, tomaba la forma de un hemiciclo, completando de este modo, en teoría, la figura de un porche; dentro del hemiciclo se había dispuesto, siguiendo la circunferencia del circulo, tres admirables sillones reales; siendo el del medio un poco mas elevado.
El primer sillón estaba ocupado por un viejo rey de barba gris, mientras que la esposa era por contra muy joven y admirablemente bella.
Un rey negro, en la fuerza de la edad, se hallaba sentado sobre el asiento tercero, y a su lado se veía la reina madre, no coronada, sino con velo.
El sillón del medio estaba ocupado por dos adolescentes, los cuales estaban coronados de laurel y encima de ellos había suspendida una gran preciosa diadema. No estaban en este momento tan bellos como yo me los imaginaba; pero esto no pasaba sin razón alguna.
Muchos hombres, ya viejos en su mayoría, habían tornado asiento detrás de ellos en un banco circular. Y cosa sorprendente, ninguno de ellos llevaba espada ni arma alguna; de otra parte, yo no veía guardia ninguna, sino algunas virgenes que habían estado entre nosotros el día anterior y que se habían situado a lo largo de las dos naves laterales que limitaban el hemiciclo.
No me es posible omitir esto: El pequeño Cupido revoloteaba. La gran corona ejercía un atractivo particular sobre el y se le veía ir y venir a su alrededor. De vez en cuando se ponía entre los dos amantes y les mostraba su arco sonriendo; alguna vez hacia el gesto de apuntarnos con su arco; en fin, aquel pequeño dios era tan malicioso que no solo dirigía a los pájaros que en gran número volaban en la sala, sino que les atormentaba cada vez que podía hacerlo. Él hacia las delicias y distraía a las virgenes, y cuando ellas lo podían cazar, no se evadía sin esfuerzo de sus redes. De este modo, todo regocijo y todo placer provenía de aquel niño.
Delante de la Reina se encontraba un altar de pequeñas dimensiones, pero de una belleza incomparable; sobre este altar había un libro forrado de terciopelo negro realzado con algunos ornamentos de oro muy simples, y al lado de una luz pequeña puesta en un candelabro de marfil. Esta luz, aunque pequeña, ardía, sin extinguirse jamás, con una llama de tal inmovilidad, que nosotros no la hubiéramos tomado por una clase de fuego, a no ser por el travieso Cupido que la soplaba de vez en cuando. Cerca del candelabro se hallaba una esfera celeste revolviendo alrededor de su eje; mas allá un reloj pequeño de música al lado de una fuente minúscula de cristal, de la que fluía a chorro continuo una agua límpida color rojo de sangre. A su lado había un cráneo, refugio de una serpiente muy larga, la cual a pesar de enroscarse en unos y otros objetos, la cola salía por uno de los ojos, mientras que la cabeza entraba en el otro. En estas circunstancias el reptil nunca salía completamente de su refugio del cráneo; pero cuando Cupido le pinchaba, se ocultaba dentro con una ligereza asombrosa.
Además, aquel pequeño altar proyectaba aquí y allá, en la sala, imágenes maravillosas, que se movían como si estuvieran dotadas de vida, v de tal modo fantástico, que me es imposible describirla. También, en el momento de nuestra entrada un canto suavísimo y dulce se elevaba en la sala, del cual yo no sabría decir si venia de un coro de virgenes que se hallasen ocultas, o bien de las estatuas e imágenes animadas.
Abandonamos la sala seguidos de nuestras virgenes, satisfechos y contentos de aquella recepción, los músicos nos esperaban en el rellano y descendimos en su compañía; detrás de nosotros la puerta se cerró y se aseguró con cerraduras y cerrojos con sumo cuidado.
Cuando estuvimos de vuelta en nuestro salón, una de las virgenes dijo:
“Yo estoy admirada, hermana mía, de que ”hayas estado tan valiente delante de tanta ’’gente.”
“Querida hermana”, respondió nuestra presidenta, “el que me ha dado mas temor que cualquiera otro es este”.
Y diciendo esto me señalaba. Tales palabras me llenaron de pena, pues yo comprendí que se lamentaba de mi edad; siendo yo en efecto el mas viejo. Pero ella no demoro lo mas mínimo para consolarme, con la promesa formal por mi parte, de dominar tal pesimismo si quería continuar gozando de su favor.
Después la cena fue servida y cada uno tomó asiento al lado de una de las virgenes y la instructiva conversación que se generalizo absorbía toda nuestra atención; pero por mi parte no puedo traicionar los asuntos de aquellas platicas y de nuestras distracciones. Las materias sometidas por la mayor parte de mis compañeros, tenían por objeto el arte, y yo concluí en consecuencia que las ocupaciones favoritas de todos, tanto jóvenes como viejos, se relacionaban con el arte. En cuanto a mi, yo estaba obsesionado con la idea de poder volverme joven, y estaba un poco triste por tal razón. La virgen se apercibió de ello bien pronto y exclamó:
“Yo bien se que es lo que falta a este mozalbete. ¡Que apostamos a que él estará mas alegre mañana si yo comparto mi lecho con el esta ’’noche?”
A estas palabras todas rompieron en una carcajada y aunque el rubor subía a mi cara, yo tuve que reírme de mi propio infortunio. Pero uno de mis compañeros se encargó de vengar la ofensa y dijo:
“Yo espero que no solamente los invitados, sino también las virgenes aquí presentes, no se negaran de ningún modo a testimoniar a favor de nuestro hermano y certificarán que nuestra presidenta le ha prometido formalmente departir su almohada con el esta noche.” Esta respuesta me lleno de ánimo y contento y la virgen replicó:
“Si; pero aquí están mis hermanas, y ellas no permitirán jamás de reservarme el mas ’’bello sin su consentimiento. ”
“Querida hermana”, contesto una de ellas, nosotras estamos satisfechas y asombradas de poder comprobar que tu elevado cargo no te ha dotado de soberbia. Con tu permiso, nosotras quisiéramos echar a suerte, los señores presentes, con el objeto de repartirles entre nosotras como compañeros de lecho; pero tu tendrás, con nuestro previo beneplácito, la prerrogativa de guardar el tuyo.”
Cesando de chancearnos sobre este asunto, nosotros reanudamos la conversación, pero nuestra virgen no pudo dejarnos tranquilos y continuo bien pronto como sigue:
“Señores míos, así, pues, nosotras dejamos a la fortuna el cuidado de designar aquellos que han de dormir juntos esta noche?”
“Perfectamente”, dije yo, si no hay otro remedio nosotros no podemos rehusar esta ’’oferta.”
Convinimos de efectuar la experiencia inmediatamente después de la cena; entonces algunos de nosotros no queriendo retardarlo mas tiempo, nos levantamos de la mesa, y lo mismo hicieron nuestras virgenes. Pero nuestra presidenta nos dijo:
No; no ha llegado todavía la hora. "Veamos mientras, como nos acopla la fortuna.”
Nosotros dejamos nuestra compañía para discutir sobre la manera de realizar este proyecto, pero ello fue bien inútil, y las virgenes nos habían separado de ellas con tal motivo. En efecto, la presidenta nos propuso luego el colocarnos en circulo en cualquier orden; ella nos contaría entonces, comenzando por ella misma, y el séptimo debía reunirse al séptimo siguiente, fuera quien fuese. Nosotros no nos apercibimos contra ninguna superchería, pero las virgenes estaban de tal modo adiestradas que ellas se colocaron en lugares determinados, mientras que nosotros pensábamos estar bien barajados y colocados al azar. La virgen comenzó así a contar; después de ella la séptima persona fue una virgen, en tercer lugar salió otra virgen y así continuo de tal modo hasta que salieron todas las virgenes, con nuestra gran admiración, sin que ni uno de nosotros hubiera abandonado el circulo. Nosotros, pues, quedamos solos, siendo el blanco de la burla de las virgenes y tuvimos que confesar que habíamos sido burlados linda y hábilmente. Aunque hay que convenir que cualquiera que nos hubiera visto en el orden con que estábamos, hubiera mas bien supuesto que el cielo se desplomaría antes de que solo nosotros fuéramos eliminados. El juego se termino así y fue preciso dejar reír a las virgenes a costa nuestra.
Mientras tanto el pequeño Cupido vino a encontrarnos en el nombre del Rey, en cuyo honor circuló una copa entre nosotros, y el Amorcillo rogó a nuestra virgen que se presentase delante del Rey, y nos declare que él no podía permanecer por mas tiempo en nuestra compañía para distraernos. Mas como su alegría era tan comunicativa, mis compañeros organizaron en seguida un baile con el asentimiento de las virgenes. Yo preferí estar aparte y tenia una gran satisfacción de contemplarles, y cualquiera al ver a mis camaradas moverse cadentemente, les hubiera tomado por profesores de aquel arte.
Pero bien pronto nuestra presidenta, regresó y nos dijo que los artistas y los estudiantes se habían puesto a la disposición de S. M. Real, para representar, antes de Su partida, una comedia jocosa en Su honor, y para Su placer, y que sería muy grato a Su Real Majestad, y Él nos quedaría sumamente reconocido, si le dispensásemos la atención de asistir a la representación y acompañar a S. M. a la Casa Solar. Agradecimos muy respetuosamente el honor que se nos hacía y ofrecimos humildemente nuestros pobres servicios, no solamente en el caso presente, sino en todas las circunstancias. La virgen se encargó de transmitir nuestra respuesta, y volvió sin tardanza con el encargo de dirigirnos al paso de Su Real Majestad. Fuimos nosotros conducidos rápidamente y sin esperar a la procesión real, porque ya había comenzado, pero los músicos no les acompañaban.
A1 frente del cortejo avanzaba la Reina, desconocida para nosotros ayer, y que llevaba una preciosa corona, aunque pequeña, e iba revestida de satén blanco. Ella no tenía mas que una cruz minúscula hecha de una perla pequeña que había sido montada por el joven Rey y su prometida, aquel día mismo. Esta Reina iba seguida de seis virgenes elegidas mas altas expresamente, que marchaban en dos filas y llevaban las joyas del Rey, que nosotros habíamos visto expuestas en el altarcito. Después las seguían los tres reyes, llevando en el centro a la novia. El estaba mal vestido con un traje de satén negro, a la moda italiana, tocado con un sombrerito negro redondo adornado con una pluma pequeña, negra y puntiaguda. A1 llegar nosotros se descubrió amigablemente con objeto de demostrarnos su consideración, y nosotros contestamos con una inclinación como lo habíamos hecho anteriormente. Los reyes eran seguidos de tres reinas, de las cuales dos estaban vestidas ricamente; en cambio la que caminaba entre ellas, iba vestida toda de negro y Cupido le llevaba la cola. Después se nos indico que nos uniéramos al cortejo. A continuación de nosotros entraron las virgenes y por último el viejo Atlas cerraba la procesión.
Es así como se nos llevó por medio de muchos pasillos admirables a la casa del Sol, y una vez allí tomamos asiento en un estrado maravilloso, no lejos del Rey y de la Reina, para asistir a la comedia. Nosotros estábamos a la derecha de los reyes (pero separados de ellos), las vírgenes a nuestra derecha, excepto aquellas a las que la Reina había dado las insignias. A estas últimas las reservaban unos lugares especiales en lo mas alto; pero los demás servidores tuvieron que contentarse con los asientos desparramados entre las columnas y en lo mas bajo.
Esta comedia inspirara seguramente reflexiones particulares, y por lo tanto, yo no debo omitir el contar brevemente el argumento de la representación.

Acto primero
Un viejo rey apareció rodeado de sus servidores ; se le presento delante de su trono un cofre pequeño que dijeron habían encontrado flotando sobre el agua. Le abrió y se descubrió que contenía una bella niña y además de algunas alhajas, una carta misiva en pergamino dirigida al Rey. El Rey rompió el lacre rápidamente, y habiendo leído el contenido de la carta se puso a llorar. Después dijo a sus cortesanos que el rey de los negros había vencido y devastado el reino de su prima, y exterminado toda la descendencia real, salvo aquella niña.
Como el Rey había concebido el proyecto de casar a su hijo con la hija de su prima, juró al negro y a sus cómplices odio eterno y decidió vengarse. En seguida ordenó que se educase a la criatura con todos los cuidados posibles y que se hiciesen los preparativos de guerra contra el negro.
Tales preparativos, así como la educación de la niñita (esta fue confiada a un viejo preceptor hasta que ella creciese un poco); cubrieron todo el acto primero en su desarrollo, lleno de primor y de gracia.

Entreacto
Combate de un león y un grifo, pudiendo verse la completa victoria del león perfectamente.

Acto segundo
En casa del rey negro. Aquel pérfido acaba de saber, con rabia, que la muerte no ha quedado en secreto, y que, además, una niñita se le ha burlado con astucia. El discurre, pues, los medios que puede emplear contra su poderoso enemigo; escucha a sus consejeros, gentes devoradas por el hambre que se habían refugiado bajo su protección.
Contra todo calculo, la niña vuelve a caer de nuevo en sus manos, y la hubiera dado muerte inmediatamente si no hubiera sido engañado por sus propios cortesanos. Este acto se termina con el triunfo del negro.

Acto tercero

El Rey reúne un gran ejército y lo pone bajo las ordenes de un viejo y valeroso caballero. Este último irrumpe en el reino del negro, libera la niñita de su prisión y la adorna ricamente. Se elevó en seguida un estrado admirable al que hizo subir a la virgen. Bien pronto llegaron 12 enviados del Rey. Entonces el viejo caballero toma la palabra y dice a la virgen como Su Gracioso señor el Rey, no solo la había librado una segunda vez de la muerte, después de haberle dado una educación regia, -aunque ella no había correspondido siempre como era su deber-, sino que además S. R. M. la había elegido como esposa para su joven señor e hijo, y había dado órdenes para preparar los esponsales, los cuales debían tener lugar dentro de ciertos límites y condiciones. A continuación desplegó un pergamino y dio lectura de tales condiciones, las cuales serian dignas de figurar aquí, si su descripción no nos entretuviera mucho.
Brevemente, la virgen prestó el juramento de observarlas fielmente y repitiendo su agradecimiento por la ayuda y los favores que se la habían concedido.
Este acto termino con canticos en alabanza de Dios, del Rey y de la Virgen.

Entreacto

Se nos mostró los cuatro animales de Daniel, aquellos que se le aparecieron en su visión, y los que el describe minuciosamente. Todo aquello tiene una significación bien determinada.

Acto cuarto

La virgen ha tomado posesión de su perdido reino; se la corona y ella aparece en el trono en toda su magnificencia en medio de gritos de júbilo. En seguida los embajadores entraron en gran número para testimoniarle sus votos de enhorabuena y para admirar su esplendor. Pero la virgen no permanece durante mucho tiempo en la humildad, puesto que comienza a lanzar miradas desvergonzadas a su alrededor, a hacer señas a los embajadores y a los señores, y efectivamente, ella no muestra ninguna cordura.
El negro, bien pronto informado de los hábitos de la princesa toma su partido hábilmente.
Esta ultima, burlando la vigilancia de sus consejeros, se deja alucinar fácilmente por una promesa falaz, de suerte que, llena de recelo para con su Rey, se confía poco a poco, y en secreto, al negro. Entonces este acude y cuando la princesa consiente en reconocer su dominio, el negro se crece y comienza a sojuzgar todo el reino. Durante la tercera escena de este acto, él la lleva consigo, después la desnuda completamente, la lían a una picota en un burdo patíbulo y la azotan; y finalmente aquel malvado la condena a muerte.
Todo aquello era tan doloroso de ver que las lágrimas vinieron a los ojos de muchos de nosotros.
En seguida la virgen fue lanzada toda desnuda en el fondo de un calabozo, para esperar la muerte por el veneno. Aquel veneno no la mata, pero en cambio la convierte en leprosa.
Estos son los acontecimientos lamentables que se desarrollaron en el curso de este acto.

Entreacto

Se expuso un cuadro representando a Nabucodonosor, llevando toda clase de armas en la cabeza, el pecho, el vientre, en las piernas, en los pies, etc. Nosotros hablaremos de ello en el siguiente acto.

Acto quinto

Se entera el joven rey de lo que ha ocurrido entre su futura esposa y el negro. El intercede rápidamente cerca de su padre con el ruego de que no permita dejarla en semejante aflicción. El padre habiendo accedido a su deseo, manda a los embajadores para consolar a la desgraciada en su prisión, así como para reprenderla por su ligereza. Pero ella no accede a recibirles y consiente en cambio en hacerse la concubina del negro. Todo esto es comunicado al Rey.
Vimos entretanto un coro de locos, todos provistos de un bastón; con aquellos bastones construían una gran esfera terrestre, la que demolieron instantáneamente. Nosotros reconocimos que era una fantasía fina y divertida.

Acto sexto

El joven rey provoca al negro a combate. Es matado el negro, pero nuestro joven rey es igualmente abandonado como muerto. Muy pronto vuelve en si, liberta a su novia y se vuelve para preparar las bodas; en el Ínterin el la confía a su intendente y a su limosnero.
En primer lugar, el intendente la atormenta atrozmente, y después de esto llega el turno al monje, el que se hace tan déspota que pretende dominar a todo el mundo.
Cuando llega a conocimiento del Rey la noticia, despacha a toda prisa a un enviado que rompe el poder del sacerdote y comienza a prevenir a la novia para las bodas.

Entreacto

Se nos presenta un elefante artificial llevando una gran torre llena de músicos y nosotros les observamos con placer.

Séptimo y último acto

El novio aparece con una magnificencia inimaginable, y yo me pregunto como se podrá realizar tal esplendor. La novia viene a su encuentro con la misma solemnidad. En torno de ellos el pueblo gritaba: Vivat Sponsus, vivat Sponsa.
Así es como por esta comedia los artistas representaron de una manera soberbia al Rey y a la Reina, y yo me apercibí fácilmente de que ambos se encontraban muy afectados.
Por último, los artistas dieron algunas veces la vuelta al escenario en aquella apoteósis, y al fin cantaron a coro.

I
Este día nos trae una gran alegría con las bodas del Rey; cantemos todos, pues, para que repercuta: Enhorabuena a aquel que nos la da.

II
La bella prometida que nosotros hemos esperado durante tanto tiempo, se le ha unido por último. Nosotros hemos luchado, pero al fin hemos conseguido nuestro propósito. Feliz de aquel que mira al porvenir.

III
Mientras tanto, que ellos reciban nuestros votos. Que vuestra unión sea próspera; ya que ella estuvo tanto tiempo en tutela. Multiplicaos con esta unión legal para que miles de retoños nazcan de vuestra sangre.
Y la comedia tuvo fin en medio de las aclamaciones y de la general alegría, y de la particular satisfacción de las personas reales.
El día estaba ya declinando cuando nosotros nos retirábamos en el orden de nuestra llegada, pero lejos de abandonar el cortejo, tuvimos que seguir a las personas reales por la escalera a la sala, en la que nosotros habíamos sido presentados. Las mesas estaban dispuestas artísticamente, y por la primera vez éramos admitidos a la mesa real. En el centro de la sala se encontraba el pequeño altar, adornado con las seis insignias reales que nosotros habíamos ya visto.
El joven rey se mostró siempre muy atento hacia nosotros. No obstante, el no estaba muy alegre, porque aunque nos dirigía la palabra de vez en cuando, no pudo evitar el suspirar muchas veces, lo que al pequeño Cupido le complacía. Los reyes viejos se mostraban muy serios y reservados, solo la esposa de uno de ellos estaba muy comunicativa, cuya razón yo la ignoraba.
Las personas reales tomaron asiento a la primera mesa, nosotros lo hicimos a la segunda; y en la tercera, vimos algunas damas de la nobleza. Todas las otras personas, jóvenes de ambos sexos, atendían al servicio. Y toda la comida se deslizó en medio de una corrección y de un modo tan grave y silencioso, que yo titubeo de decirlo por temor de hablar demasiado. De todos modos, debo decir que las personas reales estaban ataviadas con vestidos de un blancor deslumbrante como la nieve y que habían tornado asiento a la mesa vestidas de tal forma. La gran corona de oro estaba suspendida sobre la mesa y el brillo de la pedrería que la adornaba hubiera sido suficiente para iluminar el salón sin ninguna necesidad de mas luz.
Todas las luces fueron encendidas a la pequeña llama colocada sobre el altar, ignorando yo el por que. De otra parte, yo observe muy bien que el rey joven hizo llevar los alimentos a la serpiente blanca del altar repetidamente, todo lo cual me hizo pensar mucho. El pequeño Cupido tomo el peso de la conversación en aquel banquete; no dejo en paz a persona alguna y a mi en particular. A cada instante nos asombraba con alguna nueva idea feliz.
Pero su gozo no era realmente comunicativo y todo transcurrió con la mayor calma. Yo presentía un gran peligro, y la ausencia de la música aumentaba mi preocupación, la cual se hizo mas patente cuando se nos dio la orden de contentarnos con una respuesta breve y clara en el caso de ser interrogados. En suma, todo tomaba un aire tan extraño, que el sudor se escapaba de todo mi cuerpo, y yo creo que el valor hubiera faltado al hombre mas audaz.
La cena tocaba casi a su fin, cuando el rey joven ordena que se le alcance el libro que había sobre el altar, y él le abrió. Después hizo que un viejecito nos fuese preguntando uno por uno, si estábamos bien determinados a permanecer con él, ora con adversa, ora con fortuna favorable. Y cuando todos temblorosos hubimos contestado afirmativamente, el nos preguntó embarazado si nosotros queríamos obligarnos por medio de nuestra firma a ello. Nos era imposible rehusar; desde luego tenia que ser así. En efecto, todos nos levantamos alternativamente y cada uno puso su firma sobre el libro.
Una vez que el último hubo firmado, se nos trajo una fuente de cristal y un vaso pequeño, igualmente de cristal. Todas las personas reales bebieron conforme a su rango; a continuación pasó por nosotros, para terminar por los demás que se hallaban presentes. Y esto fue la prueba del silencio (*)..
Entonces todas las personas reales nos tendieron la mano y nos dijeron que nosotros no les tendríamos a ellos en adelante y que no les volveríamos a ver jamás. Estas palabras arrasaron nuestros ojos de lágrimas. Pero nuestra presidenta protestó en voz alta en nombre nuestro y las personas reales quedaron satisfechas.
De repente, una campanilla sonó súbitamente, y nuestros anfitriones reales palidecieron tan intensamente que nos hizo temblar de miedo. Ellos cambiaron sus atavíos blancos por mantos completamente negros; después la sala se cubrió de telas y crespones negros; el piso fue cubierto también de terciopelo negro, y se adornó de negro, igualmente, la tribuna. Todo esto había estado preparado de antemano.
Las mesas fueron levantadas y las personas presentes tomaron asiento en los bancos. Nosotros también nos cubrimos con vestidos negros. Entonces nuestra presidenta que acababa de entrar, trayendo seis vendas de tafetán negro, vendó con ellas los ojos de las seis personas reales.
Cuando estas últimas fueron privadas del uso de sus ojos, los servidores trajeron rápidamente seis ataúdes tapados y los dispusieron en distintos lugares de la sala. En el centro colocaron un tajo negro y bajo.
Por último, un gigante, negro como el carbón, entró en el salón llevando en su mano derecha un hacha cortante. A continuación el viejo Rey fue llevado el primero al tajo y le fue cortada la cabeza súbitamente y envuelta en un trapo negro. En cambio, la sangre fue recogida en un gran bote de oro que se había colocado a propósito cerca del ataúd. Se cerró el ataúd y se le colocó aparte.
Las otras personas reales sufrieron la misma suerte y yo temblaba al pensar que mi turno llegaría igualmente. Pero nada de esto, pues una vez que las seis personas fueron decapitadas, se retiró el gigante negro, pero fue seguido por uno, quien le decapito a su vez delante de la puerta, y entró con su cabeza y el hacha que coloco dentro de una cajita pequeña.
Éstas fueron, en verdad, bodas sangrientas. Pero ignorante de lo que había de suceder, yo tuve que dominar mis impresiones y reservar mi juicio. Por otra parte, nuestra virgen, viendo que algunos de nosotros perdían la fe y el ánimo, y lloraban, nos insto a la calma. Ella añadió: “La vida de aquellos esta ahora en vuestras ’’manos. Creedme y obedecedme; de este modo ”su muerte dará la vida a muchos.”
Después ella nos rogo de que gozáramos del reposo y que abandonáramos toda inquietud, pues todo cuanto había pasado era para bien de ellos. Ella nos dio las buenas noches y despidiéndonos nos dijo que velaría los muertos. Nosotros conformándonos con sus deseos, seguimos a nuestros pajes a nuestras respectivas cámaras.
Mi paje me entretuvo con un numero extraordinario de ideas y relatos, de los que me acuerdo perfectamente. Su inteligencia me asombro hasta el grado mas elevado, pero yo acabe de comprender que lo que el intentaba era provocar mi sueño, y yo hice, pues, fingir que dormía profundamente, aunque mis ojos estaban libres del sueño, pues yo no podía olvidar los decapitados.
Mi cámara daba al gran lago, de suerte que desde mi lecho, colocado cerca de la ventana, yo podía ver fácilmente toda la extensión del mismo. A medianoche, en el instante preciso que sonaban las doce campanadas, vi súbitamente aparecer un fuego inmenso sobre el lago, y espantado de miedo abrí rápidamente la ventana. Entonces vi a lo lejos siete navíos llenos de luz que se acercaban. Arriba de cada barco brillaba una llama que revoloteaba de aquí para allá y también descendía de vez en cuando. Yo comprendí fácilmente que eran los espíritus de los decapitados.
Los buques se acercaron suavemente a la orilla con su único piloto. Cuando abordaron, yo vi a nuestra virgen acercarse con una antorcha; detrás de ella llevaban los seis ataúdes cerrados y la cajita, que fueron depositados en los siete buques.
Entonces desperté a mi paje, que me lo agradeció vivamente; el había trabajado mucho durante el día, de suerte que, con todo y estar prevenido, él hubiera continuado durmiendo mientras se desarrollaban estos sucesos.
Una vez que los ataúdes fueron colocados en los navíos todas las luces se apagaron, y las seis llamas navegaron por el lago alejándose. Dentro de cada vapor no se veía mas que una luz pequeña como un vigía. Entonces como cosa de cien guardias se pusieron cerca de la orilla y escoltaron a la virgen hasta el castillo. Ella puso todo su cuidado en atrancar bien las puertas y yo supuse que no habría mas acontecimientos antes del día, por lo cual buscamos el reposo.
De todos nosotros, nadie, excepto yo, tenia su cuarto sobre el lago, y ninguno, excepto yo, había presenciado aquella escena. Pero estaba tan cansado que me dormí a pesar de mis múltiples preocupaciones.


Esta Cuarta Jornada comienza necesariamente con las purificaciones que solo puede producir el agua de la fuente guardada por el León. Las propiedades admirables de tal agua se hallan grabadas sobre una losa de piedra: “Beba quien pueda; lávese quien quiera; entúrbiela quien se atreva; Bebed, Hermanos y Vivid.” En suma, todo como en Lourdes, aquellos que vienen a beber, a lavarse y a purificar tanto su físico como su moral, y a dejar las impurezas perjudiciales a su perfeccionamiento. Veamos a este objeto “La Fuente de los Amantes de la Ciencia”, tan bien estampada en el tratado de alquimia que lleva este titulo y escrito por Jean de la Fontaine, que debemos tener presente de no confundirle con el célebre fabulista:

“ Entonces yo distinguí una Fuente 
de agua muy clara, pura y fina,
que estaba bajo un espino;
alegremente me dirigí a ella 
y con mi pan hice sopas.
En la Fuente hay una cosa 
que esta oculta noblemente;
aquel que la descubra,
sobre las demás la amara.”

Nuestros artistas se ponen otra vez vestidos nuevos y reciben un segundo Toison de Oro con una medalla que lleva la imagen del Sol y de la Luna sobre sus caras. Ellos quieren, en fin, asistir a las bodas del Rey y suben los 365 escalones que conducen a la sala, donde les esperan 60 virgenes (estos números no están escritos al azar). Allí se renueva el rito del Laurel solar del que ya hemos hablado. La descripción de la sala y de sus dimensiones tiene una perspectiva bastante parecida con el Athanor u horno de los filósofos visto de perfil y no de frente.
Seis personas ocupan por parejas los tronos reales. Nos es permitido aquí imaginarnos los seis metales que no han alcanzado aun la perfección del oro; o bien las tres substancias que contienen cada una las dos naturalezas. Paremos mientes en que la esposa del anciano Rey aquel de la barba gris (quien podría llamarse Júpiter) es muy joven, y que la viejecita madre esta al lado del Rey negro, el cual esta en el vigor de la edad. En el trono del centro están dos adolescentes que Cupido molesta sin cesar. Aunque esto nos pueda parecer fuera de lugar, recordemos, no obstante, que Venus es el nombre dado por numerosos hermetistas a la primera materia, puesto que Venus es nacida de la mar Filosófica; Cupido, hijo de Venus y de Mercurio, representa la sal que en la Mar se produce, Venus entonces simboliza el Azufre, y Mercurio, el Mercurio filosófico.
Cupido no es otro que Eros (el que por transposición de letras se puede escribir rose). No creo que este de mas el recordar aquí que Cicerón, en su libro “La Naturaleza de los Dioses”, distingue Cupido, hijo de la Noche y de Erebo, del dios Amor, hijo de Venus y de Vulcano, o de Venus y de Marte. Por lo tanto, reconoce tres Cupidos del mismo nombre. El primero, nacido de Mercurio y de Diana primera; el segundo, de Mercurio y de Venus segunda; el tercero o Anteros, nacido de Marte y de Venus tercera. En verdad, este es el hijo de Venus-Urano, que es la personificación delicada de la fuerza generadora y creadora de todos los demás seres. Sus atributos permanecen siempre los mismos: El arco, el carcaj, las flechas y las alas (el lector estudioso anote lo de las flechas).
Las bodas del rey, aquellas que hemos visto desarrollarse en su lugar, nos obligan a abrir aquí un paréntesis para evocar rápidamente las obras del químico, pues esta misma ficción simboliza frecuentemente la preparación de la Piedra Filosofal. Será conveniente citar en principio el texto, muy admirado en la Edad Media, de la Alegoría de Merlín, o sea: “Merlini allegoria profundissimum philosophiae lapidis arcanum perfecte continens” (Manget, Biblioteca Quimica). Él emplea la astucia de muchos de los adeptos, y yo debo reconocer que presenta con las Bodas Químicas numerosos puntos de contacto, tanto en la muerte del Rey, como en el tratamiento que debe sufrir un cadáver para resucitar. Un rey interviene también en la descripción del Magisterio que nos da Bernardo de Trevisan en su librito “La Filosofía natural de los Metales”. La alegoría de la Fontaine donde vemos al Rey que viene de bañarse, admite muy bien un paralelismo con diversos episodios que vemos se desarrollan en la Torre de los siete pisos. Nosotros encontramos asimismo a este Rey en el titulo del tratado mas conocido de Philalethe: “La entrada entreabierta al Palacio cerrado del Rey”, y en la epístola con la que Aristeus termina el célebre tratado atribuido a Morien y conocido bajo el nombre de “La Turba de los Filósofos”. Asimismo por el opúsculo de Denys Zachaire y por las planchas que ilustran “Las doce llaves de la Filosofía”, de Basile Valentin. Nosotros podríamos multiplicar estos ejemplos, pero yo creo oportuno de volver al principal objeto de nuestros comentarios. Detengámonos en la nomenclatura de los objetos que figuran en el Altar de la Reina. Vemos un libro negro y oro, una luz inextinguible puesta en un candelabro de marfil; una esfera celeste, un reloj, una fuente de cristal dejando fluir una agua roja, y una calavera que sirve de vivienda o refugio a una serpiente blanca. Nosotros veremos en lo que sigue estos seis objetos utilizados según su naturaleza y su orden; pero ¿Qué suponer de una disposición tan diferente? Evidentemente tendríamos necesidad de llenar numerosas paginas a este objeto, pero debemos ceñirnos a condensar su simbolismo en unas cuantas líneas.
Quizá habrá alguno de nuestros lectores que juzgará que damos a la Verdad una ligera desviación, pero otros convendrán, con nosotros, de que esto es necesario.
El Libro es el del Conocimiento, y el candelabro o lumbrera emite la llama eterna de la tradición secreta que desde el mismo Origen se ha transmitido a través de los siglos, sin extinguirse jamás. La Esfera Celestial permite juzgar y seguir los aspectos favorables de los astros para trabajar en la Gran Obra; el Reloj anuncia las horas conforme los tiempos pasan. La fuente de cristal es en la que se baña el Rey, y en cuanto a la calavera expresa bien literalmente el Caput Mortuum.de los alquimistas en un sentido místico. La gran serpiente blanca que no sale completamente de la calavera nunca, evoca el ciclo eterno de las cosas. La Muerte absoluta no existe de ningún modo; no hay mas que periodos de reposo, de transformaciones y de renacimiento. Nada puede renacer a un estado superior sin morir previamente y sufrir el periodo de disolución y de putrefacción de sus principios o elementos anteriores. Este periodo, que en el Magisterio. dura cuarenta días filosóficos, ha dado origen a numerosos mitos y supersticiones, desde los cuarenta días del Diluvio, hasta la cuarentena que sufren hoy todavía determinados navíos al entrar en un puerto (sin olvidar  el retiro de los cuarenta días que Jesús hizo en el desierto).
El arcano XIII del Tarot es una gran evocación respecto a este punto de vista; nosotros vemos salir de tierra las cabezas del Rey y de la Reina, por lo tanto la perfección no puede existir sin ir precedida de la destrucción. La guadaña de la muerte es aquella con la que Saturno mutila a su padre Urano, y por consecuencia, el fue a su vez mutilado por su hijo Júpiter, y de las partes mutiladas y de la mar, nació Venus. Prevengo cariñosamente al lector que sea dado a las pruebas y practicas, basándose en el simbolismo de los siete planetas, que perderá el tiempo y el combustible, si calienta en un crisol, plomo, estaño y cobre. ¡Que el deje a los metalúrgicos el cuidado de preparar las aleaciones industriales y que no confunda de ningún modo la alquimia con el arte de Vulcano!
Hablemos todavía un poco de la serpiente. Este reptil simbolizó los cuatro elementos en la época de los egipcios; también fue así considerado por los filósofos, tanto como símbolo de la materia del Magisterio que es un resumen de los cuatro elementos, tanto para esta materia condensada en agua, tanto, en fin, para el Azufre o la Tierra ígnea, que ellos llamaron “Minera” del Fuego celestial. Los discípulos de Hermes se contentaron con las direcciones del Maestro, respecto al mito de este jeroglífico, puesto que lo encontramos sin interrupción en los mitos de Cadmus, Saturno, Mercurio, Esculapio, Apolo, etc. Con la serpiente que muerde su cola, han designado propiamente al azufre (Ramón Llull, Codicilo, C. 31). En efecto, durante la segunda operación del Magisterio, la serpiente filosófica comienza a disolverse por la cola hasta la mitad de la cabeza, es decir, en su primer principio.
Entre el número de maravillas que nuestro héroe admira en esta sala, nos habla de imágenes movibles. No es este nombre la traducción literal de “Moving Pictures”, termino empleado en idioma ingles para designar el cinematógrafo. La idea del fonógrafo se evoca también en las líneas siguientes, y no se puede dejar de observar alguna sorpresa si se recuerda que Valentin Andreae escribía las Bodas Químicas en el año 1603. ¿Se anticipo él al porvenir, previendo nuestros medios de distracción, a la manera de Rogelio Bacon, que en sus “Cartas sobre los Prodigios” anticipa la idea del automóvil y del avión, algunos centenares de años antes de su descubrimiento ?
En el curso del banquete que ofrecen las Vírgenes a los Artistas, un pasaje puede parecernos jocoso, cuando una de ellas propone a nuestro héroe, que nosotros sabemos de edad avanzada, de compartir su lecho: Que el estudiante o el lector no interprete mal esto, este pasaje es capital y su importancia se halla tan bien disimulada, que el autor la ha envuelto en un relato placentero, y así vemos que contados de siete en siete para dejar a la suerte, o al azar, la elección de sus compañeros para la noche, los artistas quedan solos, viéndose muy hábilmente burlados por la astucia de las virgenes.
La representación teatral que les es ofrecida, envuelve también algunas enseñanzas, ya vistas anterior- mente, pero menos detalladas. La niñita que se encuentra al comienzo del primer acto encerrada en un cofre flotando sobre el agua, trae al espíritu la fabula babilónica, en la que, Asaradon I, hijo de padre desconocido, es lanzado por su madre, en un canasto de mimbre, en el Éufrates. Es salvado por un campesino, y amado de la diosa Ishtar (la paloma, es también la Estrella de la mañana y de la Noche), que le permite llegar a la Realeza. Seis siglos después, un futuro Rey, Moisés, es descubierto en el Nilo por la hija del Faraón, y asimismo llega a ser el Legislador, o Iniciador, de un gran pueblo. No estará de mas recordar aun, que 735 años antes de nuestra era, Rómulo y Remo, bases de la Civilization latina, fueron expuestos a las fieras salvajes, en los pantanos del Tíber, y amamantados por una loba. Que los curiosos de la ciencia reflexionen sobre el origen atribuido a Rómulo por su madre, y que ellos lo armonicen con el lobo rapaz, amado de Basilio Valentin. El entreacto es sumariamente definido evocando la fijación del volátil, por la victoria que el León obtiene sobre el grifo. Asimismo, en el siguiente, los espectadores ven los cuatro animales de Daniel, tal como se le aparecieron en su visión. Valentin Andreae añade: todo esto tiene una significación bien determinada; nosotros debemos atender tanto mas a su consejo, cuanto que encontramos algunas líneas después, tres de tales animales sosteniendo el altar de Venus: el Águila, el Buey y el León; por consiguiente, si Júpiter se metamorfosea en lluvia de oro, ¿no puede hacerlo asimismo en Águila, en Toro y en Cisne? Esto dicho, la descripción del espectáculo ofrecido a los Artistas no tiene mas que un interés muy secundario. En cambio, el ultimo episodio del Dia Cuarto es rico en sobreentendidos alquímicos. Aquí cada episodio, cada gesto, cada color, cada detalle, tiene su significado. He aquí la formula querida de los filósofos que hablan del comenzar de la Obra: “Nigrum, nigro, nigrius”, demostrando que el adepto no ha hecho camino en falso. Este “Negro, mas negro que el negro”, lo encontramos en el color de los vestidos y de las vendas con los que son revestidas las seis personas reales. Negras son las colgaduras y negro también el Verdugo, que sufrió la misma suerte que sus victimas.
Por una razón providencial, nuestro héroe puede ver después, desde su cámara que da sobre el lago, el embarque nocturno de los seis ataúdes, y de la caja que contenía al negro, en siete navíos. Nótese, sin embargo, que solamente seis llamas son las que vuelan sobre el lago. Yo bien quisiera poder decir algo mas sobre este asunto, pero me limito a citar el comienzo del Salmo XXXVIII: Dixi custodiam vias meas ut non deliquam in lingua mea. Y por hoy no diremos nada mas respecto al comentario del Dia Cuarto.


DIA QUINTO

Yo abandoné mi lecho al nacer el día, aguijoneado por el deseo de saber el estado o curso de los acontecimientos, sin haber disfrutado del reposo suficiente. Habiéndome vestido debidamente, descendí, pero yo no encontré todavía a nadie en la sala en aquella hora tan temprana. Yo rogué a mi paje que me llevase por el castillo y que me mostrase las cosas interesantes; prestándose gustoso a mi deseo como siempre.
Habiendo descendido algunos escalones bajo tierra, tropezamos con una gran puerta de hierro sobre la cual se destacaba en grandes letras de cobre la inscripción siguiente:

Yo reproduzco la inscripción tal como la copie en mi cuaderno.
El paje abrió, pues, la puerta y me condujo de la mano por un corredor completamente oscuro. Nosotros llegamos a una pequeña puerta que se encontraba entreabierta, puesto que, según mi guía, había sido abierta la víspera para sacar los ataúdes y no la habían vuelto a cerrar aun.
Entramos, y entonces, la cosa mas preciosa que la Naturaleza haya jamás elaborado, apareció a mi vista maravillada. Aquella sala abovedada no recibía mas luz que el resplandor radiante de algunos carbúnculos (rubíes) enormes, siendo, según me dijo, el tesoro del Rey. Pero en el centro yo apercibí la maravilla mas admirable, esto es, una tumba preciosa. No pude reprimir mi asombro de verla tan bien conservada, con tan pocas atenciones. Entonces mi paje me respondió que yo debía dar gracias a mi estrella, cuya influencia me permitía el contemplar muchas cosas que ningún ojo humano había visto hasta aquel momento, excepto el sequito del Rey.
La tumba era triangular y sostenía en su centro un jarrón de cobre pulimentado, todo lo demás era de oro y piedras preciosas. Un ángel en el centro del vaso, tenia en sus brazos un árbol desconocido, que, sin cesar, dejaba caer gotas en el vaso de oro. Tres animales, un águila, un buey y un león, se asentaban sobre un pedestal magnifico, soportando aquel pequeño altar.
Yo pedí a mi paje que me descifrara lo que significaba aquello:
“Aquí yace”, empezó diciendo, “Venus, la ’’hermosa dama que ha hecho perder el honor, la salud y la fortuna a tantos grandes. Después me señaló sobre el suelo una trampa de cobre. “Si tal es vuestro deseo”, dijo, “nosotros podemos continuar descendiendo por aquí”.
“Yo os sigo”, respondí, y así diciendo descendí por la escalera, en la que la obscuridad era completa, pero el paje abrió prontamente una pequeña caja que contenía una linterna o luz perpetua, a la que encendió una de las múltiples antorchas colocadas en aquel sitio. Lleno de aprensión, le pregunté seriamente si el tenia permiso para hacer aquello, a lo que me respondió: “Como las personas reales han pasado a mejor vida, yo no tengo nada que temer.”
Entonces a la luz de la antorcha vi un lecho de una riqueza inusitada con colgaduras admirables. El guía las entreabrió y yo vi la diosa Venus acostada completamente desnuda, pues el paje había levantado el cobertor que la cubría, tan llena de gracia y de belleza, que, mudo de admiración, quede clavado en el sitio; y hoy todavía no se si contemple una estatua o una muerta; pues ella permaneció en una inmovilidad absoluta y el paje me dijo que estaba prohibido tocarla.
Después el guía la cubrió de nuevo y corrió la cortina, pero su imagen quedo como grabada en la retina de mis ojos.
Detrás del lecho, vi una tabla con esta inscripción:

Le rogué a mi cicerone que fuese tan amable de descifrarme tales caracteres, y el me prometió, riéndose, que yo lo aprendería oportunamente. Luego apagó la antorcha y ascendimos.
Examinando los animales mas de cerca, me di cuenta en aquel momento solamente que una antorcha resinosa ardía en cada esquina. No me había apercibido de tales luces anteriormente, pues el fuego o llama era tan clara, que se asemejaba mas bien al fulgido de una piedra, que al resplandor de una llama. El árbol expuesto a este calor no cesaba de fundirse y de producir nuevos frutos.
“Escuche”, dijo el paje, “lo que yo oí a Atlas decir al Rey. Cuando el árbol, dijo él, quede fundido completamente, la diosa Venus se ’’despertará y será madre de un Rey.”
Así estaba hablando, cuando Cupido entro en la sala, lo que quizás impidió que me dijese algo mas. De primera intención quedó asombrado al comprobar nuestra presencia allí, pero cuando se apercibió que estábamos los dos mas muertos que vivos, termino por echarse a reír, y me pregunto que cual espíritu me había conducido por allí. Todo tembloroso le contesté que me había perdido por el castillo, que el azar me había llevado a aquella sala, y que mi paje, habiéndome buscado por todas partes, había, finalmente, encontrádome allí, y que, en fin, yo esperaba que no tomase la cosa a mal.
“Siendo así es disculpable, me dijo, viejo y temerario anciano. Pero usted podía haberme injuriado atrozmente si hubiera visto esta puerta. Afortunadamente todavía estoy a tiempo para tomar las debidas precauciones”.
Y así diciendo aseguro sólidamente con candados la puerta de cobre por la que habíamos descendido. Yo di gracias a Dios de no haber sido encontrados antes, y mi guía me dio gracias por haberle ayudado a salir de tan peligroso paso.
“Sin embargo”, continuo Cupido, yo no puedo dejaros impunes por haber casi sorprendido a mi madre”. Y ni corto, ni perezoso, calentó la punta de una de sus flechas a una de las pequeñas llamas y me pincho con ella en una mano. Por mi parte no me di casi cuenta de la picadura en aquel momento; tal era mi alegría de haber salido tan bien y de quedar libre a costa de un simple pinchazo.
Durante este intervalo de tiempo, mis compañeros se habían levantado y se hallaban reunidos en la sala; y yo me reuní a ellos con el aire como si en aquel instante acabara de dejar la cama. Cupido, que había cerrado todas las puertas detrás de él con sumo cuidado, me dijo que le enseñase mi mano. Una gotita de sangre fluía todavía, y riéndose, previno a los allí reunidos que desconfiaran de mi, pues yo cambiaría dentro de poco. Nosotros estábamos estupefactos de ver a Cupido tan alegre, pues no dejaba entrever su sentimiento ni en lo mas mínimo por los tristes sucesos de la víspera y tampoco llevaba ningún luto.
No obstante, nuestra presidenta acababa de entrar, y estaba totalmente enlutada con terciopelo negro y sostenía una rama de laurel en la mano, al igual que todas sus compañeras. Cuando se terminaron todos los preparativos, la virgen nos dijo que refrescásemos y que nos preparáramos para la procesión. Por consiguiente así lo hicimos y nos fuimos sin perder un instante, y tras ella entramos en el patio del castillo.
Seis ataúdes estaban colocados en aquel lugar. Mis compañeros, como es natural, estaban creídos de que ellos contenían los cuerpos de las seis personas reales, aunque yo sabia a que atenerme; pero, de todos modos, ignoraba lo que iba a hacerse con aquellos ataúdes.
Ocho hombres enmascarados se mantenían cerca de cada uno de los ataúdes. Cuando la música empezó a dejarse oír,  un aire triste y grave que me hizo estremecer, aquellos hombres levantaron los féretros, y les seguimos hasta el jardín en el orden que se nos indicó. En el centro del jardín se había levantado un mausoleo de madera, el cual todo a su alrededor estaba adornado con coronas admirables, y la bóveda estaba sostenida por siete columnas. Se hablan cavado seis tumbas y al lado de cada una había una piedra; pero el centro estaba ocupado por una piedra redonda, hueca, y mas elevada. En medio del mas completo silencio y con gran ceremonia se colocaron los ataúdes en las tumbas, y después las piedras fueron puestas encima y fuertemente selladas. La cajita pequeña fue colocada en el centro. De este modo fueron engañados mis compañeros, pues estaban convencidos plenamente de que los cuerpos reposaban allí. En lo mas alto flotaba un gran estandarte, decorándolo la imagen del Fénix, sin duda para persuadirnos mas seguramente. En aquel momento di gracias a Dios por haberme permitido ver mas que los otros.
Los funerales estaban terminados, y la virgen subió a la piedra central y nos hizo un corto sermón. Ella nos exhortó a mantener lo prometido; a no alimentar nuestra pena, y a rogar para prestar ayuda a las personas reales enterradas allí, para que ellas pudiesen encontrar la vida. A este efecto, debíamos ponernos en camino sin tardanza y navegar con ella hacia la torre del Olimpo, para buscar el remedio propio e indispensable.
Aquel discurso tuvo nuestro asentimiento, y así dispuestos, seguimos a la virgen por otra puertecita que daba sobre la orilla donde vimos los siete barcos que he descrito mas atrás, pero desocupados. Todas las virgenes colocaron allí su rama de laurel, y después de habernos embarcado, nos dejaron marchar a la gracia de Dios. Mientras permanecimos a la vista, no cesaron de observar y de mirarnos; después entraron en el castillo acompañadas de los guardianes.
Cada uno de nuestros barcos lucia un gran pabellón y un signo distintivo. Sobre cinco de ellos se veían los cinco Corpora Regalia, además, todos y, en particular el mío, en el que había tomado plaza la virgen, ostentaba un globo.
Navegamos en el orden que detallan las letras y rayas, y llevando cada uno de los barcos dos pilotos solamente.
En cabeza marchaba el vaporcito “A”, donde según mis conjeturas yacía el negro, llevaba también doce músicos, y su pabellón representaba una pirámide. Era seguido de tres barcos “B-C- D”, navegando unidos. Nosotros nos habíamos distribuido entre los buques, y en cuanto a mi había embarcado en el “C”. En una tercera línea marchaban los señalados con las letras “E” y “F”, que eran los mas bonitos y esbeltos, aparejados con una cantidad de ramos de laurel; no llevaban persona alguna a bordo, y ondeaban los pabellones de la Luna y del Sol. El vapor “G” iba en ultima línea, y transportaba cuarenta virgenes.
Habiendo navegado así por todo el lago, franqueamos un estrecho paso y afrontamos la mar verdadera. Allí las Sirenas, las Ninfas y las Diosas del mar nos estaban esperando. Nos vimos bien pronto abordados por una ninfa joven, encargada de transmitirnos su regalo de bodas, así como su recuerdo. Este recuerdo consistía en una gran perla engarzada, preciosísima, como nosotros no habíamos visto jamás otra, lo mismo en nuestro mundo que en aquel; y la perla era redonda y brillante. Cuando la virgen la hubo aceptado amigablemente, la ninfa pidió que fuéramos tan amables de conceder audiencia a sus compañeras y de detenernos un instante, a lo cual nuestra virgen consintió. Ella ordeno de disponer los dos buques mayores en el medio y de formar con los otros un pentágono. Véase la figura.
A continuación las ninfas se dispusieron en círculo alrededor, y cantaron con una dulcísima voz, como sigue:

I
No hay nada mejor sobre la tierra 
Que el bello y noble amor.
Por el nos igualamos a Dios.
Por el nadie ofende a otro. 
Cantemos, pues, nosotros al Rey,
Y que toda la mar resuene, 
Nosotros preguntamos, dad la respuesta.

II
¿Quién nos ha transmitido la vida?
El amor.
¿Quién nos ha dado la gracia?
El amor.
¿Por quien hemos nacido nosotros?
Por el amor.
¿Sin que nos perderemos?
Sin el amor.

III
¿Quién nos ha engendrado entonces? 
El amor.
¿Por que se nos ha amamantado? 
Por amor.
¿Qué debemos a nuestros padres? 
Amor.
¿Por que tienen ellos tanta paciencia ? 
Por amor.

IV
¿Quién es el vencedor?
El amor.
¿Podemos encontrar amor ?
Si. ¡Con amor!
¿Qué puede aun, unir a dos?
El amor.

V
Cantemos todos, pues,
Y hagamos resonar el canto 
Para glorificar al amor.
Que resuene hasta que llegue 
A la casa de nuestros señores, el Rey y la Reina;
Sus cuerpos están aquí, pero el alma esta allí.

VI
Si nosotros vivimos aun,
Dios hará,
Que lo mismo que el amor es la mayor gracia,
Y ellos han sido separados por un gran poder,
Así también la llama del amor 
Los reunirá de nuevo con mayor dicha.

VII
Esta pena 
En gran alegría 
Se transmutará para siempre 
Aunque hay todavía sufrimientos sinnúmero.

Escuchando canto tan melodioso, me expliqué como Ulises había podido tapar las orejas de sus compañeros, pues yo tenia la impresión de ser el mas miserable de los hombres, comparándome con criaturas tan adorables.
Mas inmediatamente la virgen se despidió y dio la orden de continuar la marcha. Las ninfas rompieron entonces el circulo, y se sumergieron en el mar, después de haber recibido como retribución una gran cinta roja. En este momento yo sentí que Cupido empezaba a operar en mi también, lo que no hacia favor a mi honor; pero como de todas las maneras mi aturdimiento no puede servir de nada al lector, yo me contento de relatarla de pasada. Aquello respondía precisamente a la herida que había recibido en la cabeza, en sueños, como lo he descrito en el libro primero, y si cualquiera quiere un buen consejo, que se abstenga de ir a ver el lecho de Venus, pues Cupido no lo tolerará en modo alguno.
Algunas horas mas tarde, después de haber recorrido un gran camino, distrayéndonos amistosamente, apercibimos la torre del Olimpo. La virgen entonces ordenó que se hicieran algunas señales para anunciar nuestra llegada, lo que se ejecutó. Inmediatamente vimos una enorme bandera blanca desplegarse, y un barco dorado pequeño vino a nuestro encuentro. Cuando estuvo cerca de nosotros, pudimos distinguir un viejo, rodeado de algunos satélites vestidos de blanco; el nos hizo un saludo de bienvenida y nos condujo a la torre.
La torre estaba levantada sobre una isla exactamente cuadrada y circundada de una muralla tan solida y tan ancha, que yo conté doscientos sesenta pasos para atravesarla. Detrás de este circulo pétreo se extendía una bella pradera adornada con unos cuantos jardincitos en los que crecían plantas singulares y desconocidas para mi, y este prado se detenía al llegar al muro que protegía la torre. Esta fortaleza en si misma, parecía formada por la yuxtaposición de siete torres redondas de las cuales la del centro, era un poco mas alta. Interiormente todas ellas se penetraban mutuamente, y había también siete pisos superpuestos.
Cuando nosotros hubimos alcanzado la puerta, se nos coloco en fila a lo largo del muro costeando la torre con objeto de transportar los féretros al interior de la misma a escondidas de nosotros, como yo lo comprendí fácilmente, pero mis compañeros lo ignoraban.
Inmediatamente después se nos condujo a la sala interior de la torre que estaba decorada artísticamente; pero nosotros encontramos pocas distracciones, toda vez que no contenía mas que los útiles de un laboratorio. Allí nosotros tuvimos que moler y lavar hierbas, piedras preciosas y otras diversas materias; extraer el jugo y la esencia, y llenar las redomas de cristal que se manejaban con sumo cuidado. Mientras tanto, nuestra virgen activa y ágil, no dejó de proporcionarnos ocupaciones, debiendo trabajar asiduamente y sin interrupción en aquella isla, hasta que tuvimos terminados los preparativos necesarios para la resurrección de los decapitados.
Durante aquel tiempo, -como yo lo supe posteriormente-, las tres virgenes lavaban con suma  delicadeza los cuerpos en la primera sala.
En fin, cuando nuestros trabajos estuvieron casi terminados, se nos llevó, por toda cena, una sopa y un poco de vino, lo que significaba claramente que no estábamos allí para distraernos y regalarnos, y cuando hubimos terminado nuestra labor, fue preciso contentarnos para dormir, con una estera que extendimos en tierra, para cada uno de nosotros.
Por mi parte, el sueño no acudió a mis ojos, y estuve paseándome por el jardín avanzando hasta las murallas, y como la noche estaba muy clara, pasé el tiempo observando las estrellas. Yo descubrí por casualidad unos escalones grandes de piedra que conducían a la cima de la muralla, y como la luna esparcía una claridad tan grande, los subí audazmente. Desde allí, contemplé el mar que estaba en una absoluta calma, y aprovechando ocasión tan favorable para meditar sobre la astronomía, descubrí que aquella misma noche los planetas se presentarían bajo un aspecto particular, que no se volvería a producir hasta pasados largos años.
Así, pues, observé el cielo sobre el mar, y a medianoche, cuando las doce campanadas resonaban, vi las siete llamas que venían volando desde el mar, y posarse en todo lo mas alto de aquella torre, y una vez pasado esto fui sobrecogido de espanto, porque no bien las llamas se hubieron posado, los vientos empezaron a batir el mar furiosamente. Después la Luna se cubrió de nubarrones, de suerte que mi placer tuvo fin en medio de terror tal, que pude apenas descubrir la escalera de piedra y penetrar en la torre. No me es posible decir si las llamas permanecieron mucho tiempo sobre la torre, o si volvieron a partir, pues me era imposible aventurarme a salir afuera otra vez en medio de aquella oscuridad tan profunda.
Yo me recosté sobre mi estera, y me dormí plácidamente, arrullado por el murmullo de paz y agradable de la fuente de nuestro laboratorio.
Asimismo, aquel quinto día se termino igualmente con un milagro.


COMENTARIO-5

La vigesimosegunda lámina de los Misterios Mayores del Tarot (el Mundo),
 nos muestra una mujer joven desnuda en el centro de una corona ovalada de laurel, viéndose a los cuatro ángulos las cuatro figuras del Apocalipsis de San Juan: el Ángel, el Águila, el León y el Toro, figuras que se encuentran también en los Querubines y Serafines del antiguo Egipto, bastando esto por si solo para determinar la antigüedad de su simbolismo. Solo entre todos los arcanos, este designa el Absoluto, representando la mujer la fecundidad primordial, es decir, la Creación. Una concomitancia existe, pues, entre la lamina del Tarot y la descripción de la Tumba de Venus.
Esta tumba triangular se halla sostenida por el Águila, el Buey y el León; en cuanto al Ángel, está de pie en el centro del jarrón de cobre (metal consagrado a Venus). De cobre está también formada la trampa por la que descienden nuestro héroe y su acompañante, a la sala, donde este le ensena a Venus completamente desnuda. Debido a esta contemplación, él ha levantado el Velo de Isis. Hace resaltar que el Ángel sostiene en sus brazos un árbol, cuyas ramas gotean o se derriten sin cesar en el recipiente de cobre. Este árbol es un tamarisco en el cual las flores son blancas y las raíces rojas, bajo las cuales Isis encontró el cuerpo mutilado de Osiris, y las lágrimas que ella vierte en el curso de su busca en Fenicia (de rojo, purpura), cuya réplica es fácil encontrar en las gotas que sin cesar caen de las ramas del árbol.
En esta fase de la Obra, la materia, todavía volátil, representada por Isis, sube en vapor, se condensa y vuelve a caer en gotas para reunirse a la materia fija, representada por Osiris bajo el tamarisco.
Esta Venus o Isis tendida en su Tumba, figura la muerte aparente de la Naturaleza durante la época en la que toda la vegetación se detiene, renaciendo en la primavera, como en los mitos griegos de Deméter y de Proserpina. “Cuando el árbol quede fundido completamente, la diosa Venus se desvelará y será la madre de un Rey.” En el Comentario del Dia Cuarto, he llamado la atención del lector sobre las flechas de Cupido, y aquí aun yo recalcaré el pasaje en el que el pequeño y travieso dios pica a nuestro héroe en la mano para castigarle por su temeridad. La luz que ilumina esta escena, la cual parece mas bien el resplandor de una piedra que la luz de una llama, evoca la idea de la fosforescencia, φωσφόρος, y no es otra cosa que la traducción literal de la palabra Latina Lucifer, portador de luz, nombre dado a la estrella Venus.
A este episodio sucede un simulacro de entierro de las seis personas reales en un mausoleo cuya bóveda se halla sostenida por siete columnas. Hay cavadas seis tumbas, pero la caja conteniendo los despojos del ejecutor negro es colocada en el centro de una piedra hueca. El estandarte que flota en la cúspide del monumento representa. la imagen del Fénix. Este símbolo es transparente en efecto, puesto que al fin del Dia Sexto asistimos a la resurrección del Rey y de la Reina. El mito de este pájaro fabuloso que renace de sus cenizas cada quinientos años, merece un corto paréntesis. Los autores antiguos, Herodotes, Tacito, Plinio, Ovidio, Solin, Horapollon, Tsetze’s, Suidas, etc., están de acuerdo en considerarle del tamaño de un águila, un penacho brillante adorna siempre su cabeza, las plumas del cuello son doradas, y las otras purpura; su cola es blanca con algunas plumas encarnadas, y sus ojos tienen el brillo de las estrellas. Sera bueno recordar aquí que Mercurio, el mensajero celeste, se representa con frecuencia teniendo el caduceo sostenido en su mano derecha y un Fénix en el puño izquierdo. Para facilitar la sagacidad de los curiosos de la Ciencia, recomiendo a mis lectores numismáticos el examen de ciertos dineros de oro de Trajano, que llevan la efigie del Fénix, con la cabeza aureolada de un nimbo como el disco solar y con una rama de árbol en las garras. Esta misma figura se encuentra en las monedas de Constantino, pero el pájaro reposa sobre una montaña y tiene una bola (el huevo filosófico), en lugar del ramo. ¡Pero nosotros tenemos algo mejor que hacer, que el discutir aquí las especulaciones astronómicas que tienden a ver en el renacimiento del ave Fénix el intervalo de tiempo comprendido entre dos tránsitos consecutivos del planeta Mercurio, delante del Sol!
Sigamos a nuestro héroe hacia la Torre del Olimpo y leamos con atención el relato de su travesía. Las dos maneras distintas en las que se agrupan las naves que guardan los despojos reales para navegar, puede, para asistir al concierto de las Sirenas, tener un sentido especifico teniendo en cuenta la naturaleza del cargamento confiado a cada navío. La belleza del himno al amor se basta a si misma, sin que haya necesidad de recalcarla aquí. De todos modos, es en este momento en el que nuestro héroe se siente de la picadura que Cupido le hizo en la mano, y de aquella que recibió en la cabeza, en el curso de un sueño descrito en el Primer Dia.
La Torre del Olimpo se halla edificada en una isla totalmente cuadrada, y sus siete rondas superpuestas evocan la figura de un anteojo telescópico. La permanencia de Christian Rosencreutz en el laboratorio del primer piso, no parece indicarle un agradable porvenir; tritura hierbas, piedras, extrae su esencia y la coloca en las redomas, Esto evidentemente nos muestra mas bien al farmacéutico que al alquimista. Tres vírgenes, en el entretanto, lavan con sumo cuidado, en la primera sala, los cuerpos de las personas reales. Habiendo terminado su tarea, y no pudiendo conciliar el reposo, nuestro héroe va a gozar del claro de Luna sobre las murallas de la Torre, y el comprueba que aquella noche, los planetas se presentarían bajo un aspecto particular que no se debía duplicar o reproducir hasta mucho tiempo después. También vio posarse las llamas, que antes viera volando hacia los siete navíos, en la cima de la Torre.
Entonces los vientos se desencadenan y la Luna se oscurece. Meditemos sobre todo, por el fin del Dia Quinto, que hay tiempo para la Obra, como hay tiempo para todas las cosas, y acabando aquí el Comentario, recordémonos del Zodiaco, por el cual el presidente d’Espagnet termina L’Arcanum Hermeticae Philosophiae Opus.


DIA SEXTO

Al día siguiente, el primero que se desvelo despabiló a los demás y nos pusimos inmediatamente a discurrir sobre el probable curso de los acontecimientos. Unos sustentaban la idea de que los decapitados resucitarían todos juntos; en cambio otros sostenían opinión contraria, argumentando que la desaparición de los viejos debía dar a los mas jóvenes, no solamente la vida, sino también la facultad de reproducirse. Por último, unos cuantos pensaban que las personas reales no habían sido decapitadas, sino que otros habían sido matados en su lugar.
Cuando nosotros hubimos conversado de este modo durante algún tiempo, entró el viejo, nos saludó, y después se puso a examinar nuestros trabajos para ver si estaban terminados y además si las operaciones habían sido hechas perfectamente, pero nosotros habíamos puesto tanto interés y celo que debió quedar satisfecho. Una vez conforme de su examen, tomó las redomas las cotejó, y las colocó en un escriño..
Muy pronto vimos entrar unos pajes que llevaban escaleras, cuerdas y unas alas grandes, todo lo cual colocaron delante de nosotros y salieron. Entonces nos dijo el anciano:
“Queridos hijos míos, cada uno de vosotros debe cargar con una de esas cosas durante todo el día, vosotros las podéis elegir, o echarlas a suertes.”
Nosotros respondimos que preferíamos elegirlas.
“No”, dijo el viejo, “deben ser tiradas a ’’suertes”.
Luego el hizo tres fichas, en la primera escribió escalera, en la segunda cuerda, y en la tercera, alas. Después las coloco dentro de un sombrero, y luego nosotros fuimos sacando una ficha y tuvimos que tomar a cuestas el objeto designado por la ficha sacada. Aquellos que tenían las cuerdas se creían favorecidos por la suerte, en cuanto a mi me toco una escalera, la que me molestaba muchísimo, toda vez que tenia doce pies de largo y pesaba con exceso. Me fue preciso cargármela, mientras que los otros pudieron enroscarse las cuerdas alrededor de su cuerpo con toda comodidad, después el viejo puso las alas sobre los últimos con tanta destreza que parecía que ellos las tenían naturalmente. En fin, el giró un grifo y la fuente ceso de correr y la retiramos del centro de la sala. Una vez que todo estuvo dispuesto, el anciano tomo el escriño con las redomas, se despidió de nosotros y cerro cuidadosamente la puerta detrás de el, de forma que nosotros nos creíamos prisioneros en la torre.
Pero no bien habría transcurrido un cuarto de hora, cuando una abertura se produjo en el techo y por ella apercibimos a nuestra virgen que nos interpeló, nos dio los buenos días, y nos invitó a subir. Aquellos que portaban las alas volaron fácilmente por el agujero e igualmente los que llevábamos las escaleras, que comprendimos inmediatamente su utilidad. Pero aquellos que tenían las cuerdas se encontraron sumamente embarazados, pues una vez que hubo subido el último de nosotros se ordenó retirar la escalera. Por último, todos aquellos de las cuerdas fueron atados a un gancho de hierro y se les rogó que trepasen como mejor pudiesen o supieran, cosa que verdaderamente no se podía hacer sin llenarse las manos de ampollas. Cuando todos estuvimos reunidos arriba, el orificio se volvió a cerrar y la virgen nos acogió amistosamente.
Una sola sala formaba todo aquel piso de la torre y estaba flanqueada de seis bellas capillas un poco mas altas que la sala, a las que se ascendía por tres gradas. Se nos distribuyó por las capillas y se nos invitó a rogar por la vida de los reyes y reinas. Durante este tiempo, la virgen entraba v salía alternativamente por una puertecita e hizo esto hasta que nosotros hubimos terminado.
Una vez que terminamos nuestras preces y oraciones, doce personas que antes habían desempenado el oficio de músicos, pasaron por aquella puerta y colocaron en el centro de la sala un objeto singular; tan largo era, que no parecía, según la idea de mis compañeros, mas que una fuente. Pero yo comprendí inmediatamente que allí estaban encerrados los cuerpos, pues la caja inferior era cuadrada y de dimensiones suficientes para contener fácilmente seis personas. Después los portadores desaparecieron y volvieron bien pronto con sus instrumentos para acompañar a nuestra virgen v a sus sirvientas con una melodía armoniosa.
Nuestra virgen llevaba un cofre pequeño y todas las demás tenían ramas y pequeñas lamparitas, y algunas otras antorchas encendidas. Ahora se nos dieron las antorchas a nosotros y tuvimos que colocarnos en torno de aquel objeto o fuente, lo que fuese, en el orden siguiente:
La virgen estaba en A; sus servidoras estaban puestas en circulo con las ramas y las lámparas en c; nosotros estábamos con antorchas en b, y los músicos colocados en línea recta en a, y por último las virgenes en d, formando igualmente una línea recta. Yo ignoro de donde venían estas ultimas; ¿Habitaban ellas aquella torre, o bien habían sido transportadas durante la noche? Tenían la cara cubierta con velos blancos y finos, de suerte que yo no reconocí a ninguna.
Después nuestra presidenta abrió el cofre que contenía un objeto esférico cubierto por una doble envoltura de tafetán verde, lo desenvolvió y acercándose a la fuente lo colocó dentro de la caldera superior, y cubrió en seguida esta última con una tapadera perforada provista de un reborde. Después vertió algunas de las aguas que nosotros habíamos preparado la víspera y de este modo la fuente empezó a correr. Aquella agua entraba sin cesar en la caldera por cuatro tubos pequeñitos.
Bajo la caldera inferior se había dispuesto una gran cantidad de puntas en las que las virgenes colocaron sus lámparas, con cuyo calor el agua empezó a bullir en seguida. Según bullía el agua, caía esta sobre los cadáveres por unos agujeros hechos en a, y estaba tan caliente, que los disolvió y formó un licor. Mis compañeros ignoraban aun qué era la bola envuelta, pero yo comprendí que contenía la cabeza del negro, y que era lo que comunicaba a las aguas tan intenso color.
En b, sobre el contorno de la caldera superior había también unos orificios en los que las virgenes plantaron las ramas. Yo no se si esto era indispensable para la operación, o bien era una simple exigencia ceremonial, no obstante, las ramas fueron constantemente regadas por la fuente, y el agua que entraba para volver a salir de la caldera quedaba un poco mas amarillenta.
Aquella operación duro unas tres horas, durante la cual la fuente mano sin cesar por ella misma, pero visiblemente poco a poco el chorro disminuía.
Durante aquel tiempo, salieron los músicos, y nosotros nos paseamos por la sala de aquí para allá. La decoración de la sala servía ampliamente para distraernos, pues nada había sido olvidado respecto a imágenes, cuadros, relojes, órganos, fuentes y cosas análogas.
En fin, la operación tocó a su fin, y la fuente cesó de fluir. La virgen entonces hizo acercar una esfera de oro hueca. En la base de la fuente había un grifo, el cual abrió la virgen e hizo pasar las materias que habían sido disueltas por el calor de las gotas, y lleno muchas medidas con una materia muy roja. El agua que quedó en la caldera superior fue vaciada, y luego aquella fuente que quedaba muy ligera fue sacada afuera. Yo no puedo decir si sería abierta en seguida y si contenía algún residuo útil procedente de los cadáveres, pero si se que el agua recogida en la esfera era mucho mas pesada para que pudiéramos transportarla seis o mas, aunque a juzgar por su volumen, no debía exceder de la carga de un solo hombre. La esfera aquella se saco fuera con mucho trabajo y se nos dejó solos una vez mas.
Como quiera que oí pasos arriba de donde estábamos yo busqué mi escalera con los ojos. A este momento se hubiera podido entender opiniones singulares expuestas por mis compañeros acerca de la fuente, puesto que, persuadidos de que los cuerpos reposaban en el jardín del castillo, no sabían como interpretar las operaciones estas. En cuanto a mi, me dediqué a dar gracias a Dios por haberme despertado a tiempo oportuno y ver el desarrollo de los acontecimientos, que me ayudaban a comprender mejor todas las acciones de la virgen.
Transcurrió otro cuarto de hora y también en el centro del techo se abrió un boquete, y se nos suplicó que subiéramos. Esto se hizo como anteriormente, con ayuda de las alas, escaleras y cuerdas, y yo quedé un poco disgustado al ver que las virgenes subían por una vía fácil, mientras que a nosotros se nos obligaba a hacer tantos esfuerzos.
Sin embargo, yo comprendí muy bien que aquello tenia por objeto un fin determinado. De todos modos había que considerar afortunados los cuidados previstos por el anciano, puesto que los objetos que el nos había dado, las alas, por ejemplo, nos Servían perfectamente para alcanzar la abertura.
Una vez que todos conseguimos subir al piso superior se volvió a cerrar el boquete y yo pude ver entonces la esfera suspendida de una cadena muy fuerte en medio de la sala. Allí había en todas las paredes de la sala ventanas alternando con puertas. En cada una de las puertas había un gran espejo pulido. La disposición “óptica” de las puertas y de los espejos era tal que se veía brillar soles sobre toda la circunferencia de la sala desde que se abrían las ventanas por el lado del Sol y retiradas las puertas para descubrir los espejos, a pesar de que este astro (que brillaba en aquel momento con todo su poder) no tocaba mas que a una puerta. Todos aquellos soles resplandecientes enviaban sus rayos por reflejos artificiales sobre la esfera suspendida en el centro, y como a mayor abundamiento ésta estaba pulimentada, emitía un reflejo tan intenso, que alguno de nosotros no podía abrir los ojos. Nosotros miramos, pues, por las ventanas, hasta que la esfera se calentó a un grado determinado y que el efecto que se buscaba se obtuvo. Yo vi ahora la cosa mas maravillosa que la Naturaleza haya podido producir jamás. Los espejos reflejaban por todas partes al Sol, pero la esfera en el centro brillaba aun con tal intensidad, que nuestra mirada no podía sostener su resplandor, igual al mismo Sol, ni siquiera un solo momento.
Por último, la virgen ordenó que se taparan los espejos y cerraran las ventanas con objeto de permitir que la esfera se enfriase un poco, lo que tenia lugar a las siete de la mañana.
Nosotros estábamos satisfechos de comprobar la operación, pues llegado aquel momento se nos concedió la libertad precisa para reconfortarnos con un desayuno. Pero también ahora el menú era verdaderamente filosófico, y no teníamos que temer por la necesidad de insistir para que se nos sirviese con exceso, aunque bien es verdad que no nos falto lo buenamente necesario. De todos modos, la promesa de la alegría futura, con la cual la virgen no cesaba de reanimar nuestro celo e interés, nos tenia tan alegres, que no tomábamos a mal ningún trabajo, ni ninguna incomodidad. Yo certificaría también que mis ilustres compañeros no añoraron en ningún momento ni su .cama, ni su mesa, sino que ellos lo dejaban todo a la felicidad de poder asistir a una experiencia física tan extraordinaria, y meditar de este modo en la sabiduría y omnipotencia del Creador.
Después de la comida nos dispusimos de nuevo al trabajo, toda vez que la esfera se había ya enfriado suficientemente. Tuvimos que descolgarla de la cadena, lo que nos costo mucho esfuerzo y trabajo, y la pusimos en tierra.
Ahora nos tocaba discurrir sobre la forma de dividirla, pues se nos había ordenado cortarla en dos por el medio, y por último un diamante puntiagudo hizo la parte mas trabajosa de esta división.
Cuando hubimos abierto de este modo la esfera, vimos que no contenía nada mas de aquel color rojizo, sino solamente un huevo grande y hermoso, blanco como la nieve. Estábamos por nuestra parte en el colmo de la satisfacción por haber podido sacarlo a medida de nuestro deseo, aunque la virgen temía que la cascara fuese demasiado blanda todavía. Nosotros estábamos en torno del huevo tan satisfechos como si lo hubiéramos puesto nosotros mismos. Pero la virgen le hizo sacar sin gran tardanza y luego nos dejó solos como antes, cerrando la puerta de la estancia al igual que siempre. Por mi parte ignoro lo que ella hizo con el huevo después de su partida; no se si ella lo hizo sufrir alguna nueva operación secreta, aunque yo no lo creo.
Nos vimos obligados a descansar de nuevo durante otro cuarto de hora, hasta que una tercera abertura que se produjo, nos permitió el paso y de este modo subimos al cuarto piso, con la ayuda de nuestros útiles.
En esta sala vimos una gran caldera de cobre llena de arena amarilla, calentada por una cantidad insignificante de fuego. El huevo fue enterrado con el objeto de que se acabara de incubar. Esta caldera era cuadrada, y sobre uno de sus costados estaban grabados con letras gran-des estos dos versos:
O . BLI . TO . BIT . MI . LI .
KANT . I . VOLT . BIT . TO . GOLT .
Sobre la cara segunda se leían estas palabras:
SANITAS . NIX . HASTA
En el lado tercero se veía esta sola palabra: 
F . I. A . T .
Sin embargo, en la cara posterior tenia la inscripción siguiente:
LO QUE ES:
Fuego, Aire, Agua, Tierra 
DE LAS SANTAS CENIZAS 
DE NUESTROS REYES Y DE NUESTRAS REINAS 
Ellos no podrán arrancarlas 
LA TURBA FIEL O QUIMICA DENTRO DE ESTA URNA 
ESTA CONTENIDA.
Oh! (***)..
Yo dejo a los sabios el cuidado de comprobar si estas inscripciones estaban relacionadas con la arena o el huevo; yo por mi parte me contento de cumplir con mi deber de no omitir nada.
La incubación se terminó y el huevo fue desenterrado. No fue necesario el romper la cáscara, pues el pájaro se libero rápidamente por si mismo y se sentía gozoso de su libertad, pero estaba todo sanguinoso y deforme. Nosotros le pusimos en seguida en la arena caliente, y después la virgen nos dijo que le ligáramos antes que se le diera el alimento, pues sino después tendríamos una gran algarabía. Así fue ejecutado. Después se le trajo la comida, que no era otra cosa que la sangre de los decapitados diluida con el agua preparada. El pájaro creció tan rápidamente ante nuestros propios ojos, que nosotros entonces comprendimos el por que la virgen nos había puesto en guardia. Él mordía y arañaba rabiosamente en torno suyo, y si hubiera podido apoderarse de alguno de nosotros, hubiera venido bien pronto a menos. Como el pájaro,  -negro como las tinieblas,-  estaba tan furioso, se le llevó mas alimento, quizá la sangre de alguna otra persona real. Entonces las plumas negras se le cayeron y otras plumas, pero blancas como la nieve, ocuparon el lugar de aquellas, al mismo tiempo que el pájaro se aquietó un poco y dejó que se le acercaran mas fácilmente, pero de todos modos le mirábamos todavía con desconfianza. Con la tercera ración sus plumas se cubrieron de colores tan brillantes que yo no los he visto mas bellos durante mi vida y ahora se familiarizo talmente y se mostraba tan dócil hacia nosotros, que nos decidimos a librarle de las ligaduras, con el asentimiento de la virgen.
“Ahora, dijo la virgen, como la vida y la perfección mas grande ha sido dada al pájaro, gracias a vuestra aplicación, es justo, que con el consentimiento de nuestro viejecito, festejemos alegremente este acontecimiento”.
Entonces ordenó que se sirviera la comida y nos invitó a reconfortarnos, puesto que la parte mas delicada y mas difícil de la obra estaba concluida, y que por lo tanto podíamos empezar a disfrutar con toda justicia, la alegría y placer del deber y trabajo cumplido.
Mas, todavía, nosotros íbamos vestidos de duelo, lo cual, en tan alegre momento parecería un poco ridículo, y con esto nos pusimos a reírnos los unos de los otros.
Mientras tanto, la virgen no cesaba de preguntarnos, quizás para descubrir a los que podrían serla útiles para la realización de sus proyectos. La operación que mas la atormentaba era la fusión, y ella se puso bien contenta, cuando supo que uno de nosotros había adquirido la agilidad y destreza de manos que poseen los artistas de prestidigitación.
La comida no duró mas allá de tres cuartos de hora, y aun pasamos la mayor parte de este tiempo con el pájaro, al que no cesábamos de echar comida, el cual durante este tiempo alcanzo su completo desarrollo.
No se nos permitió de ningún modo dormir la siesta después de nuestra comida, pues la virgen salió con el pájaro, y nos fue abierto el paso a la quinta sala que, como las veces anteriores, nos fue preciso escalar, y una vez allí nos aprestamos al trabajo.
Habíase preparado un baño para el pájaro en esta sala, el cual fue teñido con un polvo blanco, de suerte que tenia el aspecto de leche. Al principio el agua estaba fría y el pájaro se encontraba confortable metido en ella, en efecto, y batió sus alas. Pero cuando el calor de las lámparas comenzó a calentar el baño, nos vimos en gran apuro para sujetarlo dentro. Nosotros pusimos entonces una tapadera sobre la caldera y permitimos que pasara la cabeza por un agujero. El pájaro, como es natural, perdió todas las plumas en el baño y quedo con la piel tan lisa como la de un hombre, pero el calor no le causo ningún otro daño.
Cosa sorprendente, las plumas se disolvieron completamente en el baño y lo tiñeron de azul. Por último dejamos salir el pájaro de la caldera y era tan terso y brillante que daba gusto el verle, pero como estaba un poco enfurecido, tuvimos que ponerle un collar con una cadena en torno al cuello, y nosotros le paseamos de aquí para allá en la sala. Durante este tiempo se encendió una gran lumbre bajo la caldera y el agua del baño se evaporo totalmente dejando de residuo una substancia azul, y después tuvimos que retirarla de la caldera, majarla, pulverizarla y prepararla sobre una piedra, y después la pintura aquella fue aplicada sobre toda la piel del pájaro. Entonces este tomo un aspecto mas singular todavía; en efecto, con excepción de la cabeza, que permaneció blanca, se volvió completamente azul.
Así fue como terminó nuestra tarea en este piso, y luego fuimos llamados por una abertura de la bóveda del piso sexto poco después que la virgen nos había abandonado con el pájaro azul, y nosotros obedecimos subiendo.
Allí asistimos a un espectáculo entristecedor. Se colocó en el centro de la sala un altar pequeño parecido en todos sus aspectos a aquel que habíamos visto en la sala del Rey, los seis objetos descritos allí también se encontraban en este altar, y el pájaro, por si mismo, formaba el séptimo. Primeramente se presenta al pájaro la fuente pequeña, en la que apago la sed; en seguida el animal apercibió la serpiente blanca v la mordió hasta hacerla sangrar. Tuvimos que recoger aquella sangre en una copa de oro y verterla en la garganta del pájaro, que se debatió fuertemente; después introducimos la cabeza de la serpiente en la fuente, lo que la trajo a la vida, y entonces se deslizo en su calavera rápidamente, y no la volví a ver mas durante mucho tiempo. Durante el curso de estos acontecimientos la esfera continuó haciendo sus revoluciones, hasta que la conjunción necesaria se produjo, e inmediatamente el reloj dio una campanada. Después tuvo lugar la segunda conjunción y el reloj sonó dos veces. En fin, cuando la tercera conjunción fue observada por nosotros y señalada por el reloj, el pájaro puso por si mismo el cuello sobre el libro, y se dejo decapitar humildemente, sin resistencia, por aquel de nosotros que había sido designado para tal efecto por la suerte. A pesar de ello, no vertió ni una sola gota de sangre hasta que se le abrió el pecho. Entonces la sangre fluyo libre y clara, tal como una fuente de rubíes.
Su muerte nos entristeció. No obstante, como nosotros pensamos que el pájaro en si mismo no seria útil para gran cosa, tomamos rápidamente nuestro partido.
Desembarazamos en seguida el altarcito y ayudamos a la virgen a incinerar en el mismo altar el cuerpo y la tablilla que había suspendida, por medio del fuego que se prendió en aquella llama. Las cenizas fueron purificadas de muchas formas y conservadas con esmero y cuidado en una cajita de madera de ciprés.
Pero ahora debo relatar un incidente que me sucedió junto con tres de mis compañeros. Cuando hubimos recogido las cenizas muy cuidadosamente, la virgen tomó la palabra como sigue:
“Queridos señores, estamos en la sexta sala y tenemos solamente una por encima. Allí, nosotros tocaremos el término de nuestras penas y podremos pensar en vuestro regreso al castillo para resucitar a nuestros queridos Señores, los Reyes. Yo hubiera deseado que todos los aquí presentes se hubieran comportado de manera que yo pudiese proclamar sus méritos y obtener para ellos una recompensa digna, cerca de nuestros Muy Honorables, el Rey y la Reina. Pero como contra mi deseo, yo he reconocido que aquellos cuatro (y ella me señaló a mi junto con otros tres), han sido trabajadores perezosos, pero debido a mi amor por todos, no pretendo designarles para un castigo bien merecido, pero quiero, sin embargo, con el fin de que una pereza tal no quede impune, condenarles a esto: Solamente ellos cuatro quedarán excluidos de la operación séptima, la mas admirable de todas, y en cambio no se les expondrá a ningún otro castigo ulterior, cuando nos hallemos en presencia de Su Real Majestad.”
¡Puede suponerse el estado en que me pondría aquel discurso! La virgen hablaba con tal gravedad que las lagrimas inundaron nuestros ojos y nosotros nos consideramos como los mas desgraciados de los hombres. Luego la virgen hizo llamar a los músicos por una de sus servidoras, que siempre la acompañaban en gran número, y se nos puso fuera de la estancia al compas de la música, en medio de tal estallido de risas que los músicos podían a duras penas soplar en sus instrumentos; tan comprometidos se veían por sus deseos de reír. Y lo que nos afligía especialmente, era ver como hasta la virgen se burlaba de nuestro llanto, de nuestra colera y de nuestra indignación. Pude notar que algunos da nuestros compañeros se regocijaban ciertamente de nuestra desgracia.
Pero lo que sucedió después no podía ser previsto por nosotros, pues no bien habíamos franqueado la puerta, cuando los músicos nos invitaron a cesar en nuestro llanto y a seguirles alegremente por la escalera, y nos condujeron a una estancia por encima del piso séptimo.
Allí encontramos al viejecito que no habíamos vuelto a ver desde por la mañana, estando de pie delante de una pequeña ventanilla redonda. Nos acogió afablemente, y nos felicitó de todo corazón por haber sido elegidos por la virgen; pero el creyó morir de risa, cuando oyó de nuestros labios que aquella elección había causado nuestra consternación en el momento de alcanzar un honor tan bienaventurado.
“Aprended, pues, por ello, mis queridos hijos, dijo, que el hombre no conoce nunca la bondad que Dios prodiga con el”.
Nosotros nos solazábamos así, cuando la virgen llego corriendo con el cofre pequeñito, y después de haberse chanceado de nosotros, vacío las cenizas en otro cofre, y llenando el suyo con una materia diferente, diciéndonos que se veía obligada a usar aquella mixtificación con nuestros compañeros. Ella nos exhortó a obedecer al anciano aquel en todo lo que nos mandase, y a que nunca desmayáramos en nuestro celo. Después volvió a la sala séptima, desde donde ella llamó a nuestros compañeros. Yo ignoro el principio de la operación que realizó con ellos, pues no solamente se les había prohibido de una manera terminantemente el hablar, sino que por nuestra parte ni pudimos observar los tejados a causa de nuestras ocupaciones.
He aquí cual fue nuestro trabajo. Era preciso humedecer previamente las cenizas con el agua que habíamos preparado anteriormente, para conseguir una pasta clara; luego colocamos la materia en el fuego hasta que estuvo muy caliente. Entonces la vaciamos a aquella temperatura en dos moldes pequeños y dejamos que se enfriara un poco.
Entonces tuvimos ocasión de mirar un instante a nuestros compañeros, a través de algunas rendijas practicadas con este objeto, y los vimos atareados en derredor de un horno y cada uno soplaba en el fuego con un tubo. Considerémosles, pues, reunidos al lado de un brasero, soplando hasta perder los pulmones, bien convencidos que ellos estaban en mejor lugar que nosotros, y todavía continuaban soplando cuando nuestro viejecito nos llamo al trabajo, de suerte que yo no puedo decir lo que ellos hicieron después.
Nosotros abrimos los moldes, y vimos dos bellas figuras, casi transparentes, como ojos humanos no han visto jamás. Eran un jovenzuelo y una muchachita. Cada uno de ellos no media mas de cuatro pulgadas de largo, y lo que mas me maravilló fue, que no eran de consistencia dura, sino de carne blanda como la de los hombres. Sin embargo, aquellas figuras no tenían vida, y en aquel momento concebí que Venus había sido hecha de este modo.
Pusimos a aquellas adorables criaturas sobre dos cojines de satén, y no dejamos de mirarlas sin poder separarnos de tan grata contemplación. Mas el anciano nos volvió a la realidad; el nos dio la sangre del pájaro, recogida en la copa de oro, y nos ordenó verterla gota a gota y sin interrupción en la boca de las figuras. Por esta operación fueron creciendo a simple vista, y aquellas diminutas maravillas, se embellecían mas aun, en proporción a su crecimiento. Yo hubiera deseado que todos los pintores hubiesen estado allí, para que se avergonzaran de sus obras, delante de aquella creación de la Naturaleza.
Pero bien pronto se agrandaron de tal modo que fue preciso levantarlas de los cojines y acostarlas sobre una mesa larga, que tenia puesto un mantel blanco; luego el viejo nos dijo que las cubriéramos hasta mas arriba del pecho con un tafetán blanco y doble, muy dúctil, lo que hicimos con pesar, debido a su indecible belleza.
En fin, abreviemos, antes de que las hubiéramos dado toda la sangre. alcanzaron el tamaño de adultos; tenían el cabello rubio como el oro y rizado y comparada a ellas, la imagen de Venus que yo había visto anteriormente, resultaba bien poca cosa.
No obstante, todavía no se apreciaba ni calor natural, ni sensibilidad; eran estatuas muertas, con la coloración natural de los vivos. Entonces el anciano, temiendo verlos crecer demasiado rápidamente, hizo cesar la alimentación; después les cubrió el rostro con el paño e hizo que colocáramos antorchas todo alrededor de la mesa.
Aquí yo debo poner en guardia al lector, con el fin de que no considere tales luces como indispensables, pues la intención del viejo era el atraer nuestra atención para que el descenso de las almas pasara desapercibido. En efecto, ninguno de nosotros lo hubiera observado, si yo no hubiera visto las llamas dos veces antes; sin embargo, yo no dije nada a mis compañeros, y deje que el viejo ignorase que yo sabia algo mas.
Entonces el viejecito nos hizo sentar en un banco delante de la mesa y la virgen entró en seguida acompañada de los músicos. Traía dos vestidos blancos bellísimos, como no los había visto aun en el castillo y que escapaban a toda descripción; en efecto, me pareció que eran de cristal purísimo, y sin embargo, eran flexibles y no tenían transparencia, siendo imposible describirlos de otro modo. La virgen puso los vestidos sobre una mesa, y después de haber dispuesto a su séquito de virgenes alrededor del banco, dio comienzo a la ceremonia, asistida del anciano, cuya ceremonia no tenia otra finalidad que la de desorientarnos.
El lugar en el que se sucedieron todos estos acontecimientos, tenía una forma verdaderamente singular. Su interior estaba formado por siete semiesferas abovedadas grandes, de las cuales, la mas alta, que era la del centro, estaba perforada en su cima por una pequeña abertura redonda, la cual en aquellos momentos estaba obstruida, todo lo cual paso desapercibido para algunos de mis compañeros. Después de largas ceremonias, entraron seis virgenes, llevando cada una una trompeta grande, cubiertas con una materia verde fosforescente como de una corona. El viejo tomo una, retiro algunas luces del extremo de la mesa y descubrió los rostros. Después colocó la trompeta en la boca de uno de los cuerpos, de forma que la parte abocardada se dirigía hacia lo alto, yendo dirigida precisamente enfrente de la abertura del techo que acabo de comentar.
En aquel momento todos mis compañeros miraron a los cuerpos, mientras que mis preocupaciones me hacían volver mi mirada hacia un punto totalmente opuesto. De este modo, una vez que estuvieron inflamadas las hojas de la corona que rodeaban la trompeta, yo vi abrirse el orificio del techo para dar paso a un rayo de fuego que se precipito en el pabellón y de aquí al interior del cuerpo; la abertura se cerró rápidamente y la trompeta fue retirada por el viejo.
Mis compañeros fueron engañados por esta ficción, puesto que se figuraron que la vida se les había comunicado a los cuerpos por el fuego de las coronas y de las hojas.
Desde que el alma hubo penetrado en el cuerpo, este empezó a abrir y cerrar los ojos, pero no podía hacer ningún otro movimiento.
En seguida se le aplicó a la boca una segunda trompeta, se inflamo la corona, y una segunda alma descendió del mismo modo, y esta operación se repitió por tres veces para cada uno de aquellos cuerpos.
Entonces todas las luces fueron apagadas y sacadas fuera; el tapete de terciopelo de la mesa fue extendido sobre los cuerpos y muy pronto tendimos y dispusimos una cama de viaje, adonde se llevaron envueltos los cuerpos, y después de quitarles el cobertor se les acostó el uno al lado del otro. Entonces se corrieron las cortinas, y estuvieron durmiendo un buen espacio de tiempo.
Era llegado el momento, ciertamente, de que la virgen se ocupara de los otros artistas, los cuales se mostraban muy contentos, puesto que, según me dijo después la virgen, habían fabricado oro. Cierto, esto es una parte del arte, pero no la mas noble, la mas necesaria, ni la mejor. En efecto, ellos poseían también una parte de aquella ceniza, de suerte que creyeron que el pájaro no estaba destinado mas que a la producción de oro, y que mediante esto, seria devuelta la vida a los decapitados.
En cuanto a nosotros, permanecimos en silencio, esperando el momento en el que se despertaran los esposos, y en esta espera transcurrió cosa de media hora. Entonces el malicioso Cupido hizo su entrada y después de habernos saludado en general, voló cerca de ellos bajo las cortinas, y les molesto hasta que se desvelaron. Su asombro fue muy grande al despertar, pues se imaginaban que habían dormido desde la hora en que habían sido decapitados.
Cupido les hizo conocerse mutuamente y después se retiró un instante para que pudieran componerse. Durante la espera vino a jugar con nosotros y finalmente fue preciso buscar en la música el medio adecuado de exteriorizar nuestra alegría.
La virgen no se hizo esperar mucho, y al entrar saludó respetuosamente a los jóvenes Reyes, a los que encontró un poco débiles, luego les besó la mano, y les entregó los vestidos ya mencionados, los cuales se vistieron y entonces avanzaron hacia nosotros. Se habían dispuesto dos sillones maravillosos para recibirles, en los que tomaron asiento y en cuya posición recibieron nuestro respetuoso homenaje, por el que nos expreso su reconocimiento el Rey personalmente, y después el se dignó acordarnos de nuevo Su gracia.
Como era alrededor de las cinco y las personas reales no podían detenerse mas, se reunieron con toda prisa los objetos mas valiosos, y nosotros conducimos a las personas reales por la escalera, por todos los corredores y puestos de guardia, hasta el barco. Tomaron acomodo en él, en compañía de algunas virgenes y de Cupido, y se alejaron tan rápidamente que les perdimos de vista en seguida. Según se me informó después, vinieron a su encuentro algunos vapores mas, por lo que deduzco que recorrieron una distancia muy grande en cuatro horas.
Las cinco habían sonado cuando se ordenó a los músicos de que se embarcaran y de prepararse para la partida. Pero como no lo efectuasen tan de prisa como era necesario, el viejo señor hizo salir un pelotón de soldados, los cuales no habíamos visto hasta entonces, porque se encontraban acuartelados dentro de las murallas, y así fue como yo supe que aquella torre se hallaba preparada en todo momento para resistir los ataques. Aquellos soldados se encargaron de embarcar nuestros equipajes, por lo cual no nos quedaba otro cuidado que pensar en la comida.
Cuando estuvieron puestas las mesas, la virgen nos llevó a presencia de nuestros compañeros, y entonces fue de rigor tomar un aire de desventurados y de inspirar la risa. Ellos cuchicheaban entre si sin cesar; sin embargo, algunos de ellos nos compadecieron. A esta comida fuimos acompañados por el venerable anciano. Era un anfitrión muy severo, y fue tal la sabiduría de sus palabras, que no cabía refutación, ni necesidad de completarlas, ni menos ampliarlas para nuestra comprensión. Fue al lado de aquel señor donde yo aprendí la mar de cosas, y sería muy provechoso para todos que se acercaran a él para instruirse, y sin duda ninguna, para muchos constituiría una gran fortuna el hacerlo.
Después de la comida el señor nos condujo. incontinenti, a sus museos, construidos circularmente en los bastiones. Allí vimos creaciones naturales muy singulares, así como imitaciones de la Naturaleza producidas por la inteligencia humana, y seria necesario pasar un año entero para verlo todo.
Nosotros prolongamos esta visita hasta bien entrada la noche. En fin, el sueño venció a nuestra curiosidad y fuimos llevados a nuestras Cámaras, viendo con asombro que allí en las murallas, no solamente encontramos buenos lechos, sino también adornados elegantemente, en tanto que tuvimos que contentarnos con tan poco la víspera. Yo me dispuse a disfrutar de un reposo completo, y como estaba casi libre de preocupaciones, y cansado por un trabajo ininterrumpido, y por último la calma profunda del mar, me procuro un sueño intenso y dulce, que se prolongó durante once horas, o sea hasta las ocho de la mañana.

COMENTARIO-6

Como nosotros lo hemos ya dejado traslucir, el Dia Sexto debe corresponder cabalísticamente a la coronación de la Obra, como lo vemos ilustrado en trabajos curiosos. Desde el principio, con objeto de ayudarles en su ascensión, son provistos de alas, escaleras y cuerdas, tres medios bien diferentes para llegar a un mismo fin. La grandiosa Obra puede realizarse, en efecto, siguiendo líneas distintas, mas o menos rápidas, y esto sirve como replica, como vía de demostración a los caminos que se le ofrecieron a nuestro héroe, cuando buscaba el modo de llegar al Palacio Solar.
Doce músicos traen una fuente, en la que están encerrados los seis cuerpos reales. La disolución de los cadáveres mediante la substancia preparada la víspera, revela el carácter de una operación mágica. La disposición de las Virgenes, sirvientes, músicos y artistas forma en este momento una figura en la cual el grafismo no debe dejarse de tener en cuenta; igualmente la caja que contenía la cabeza del negro que se hallaba en el centro del Mausoleo, descrito en el simulacro de los funerales del Dia Quinto, encontrándola también en la caldera pequeña de la parte superior, donde comunica a las aguas un calor intenso. ; No forcemos, lectores, este simbolismo, hasta el punto de comparar a la hulla, la cabeza de este negro, que proporciona a la caldera una energía calórica! Perderéis un tiempo precioso si confundís el vulgar carbón con el negro verdugo; meditad mas bien en la gran densidad del liquido extremadamente rojo, que recoge una virgen en una esfera de oro hueca. Todos y cada uno subieron al tercer piso, valiéndose únicamente de los medios a su alcance y de sus méritos personales, y allí nosotros asistimos a un efecto solar de calefacción, el cual gracias a una feliz distribución de espejos que permite concentrar sobre la esfera de oro, suspendida en el centra de la sala, toda la actividad luminosa y todo el fluido astral que penetra por las ventanas. El huevo producido por aquella coccion, no deja de impresionar a nuestros artistas, pero su incubación rápida en el piso cuarto de la torre da nacimiento al pájaro de Hermes, y sin detenernos a traducir las inscripciones grabadas en las cuatro caras de la caldera, recordaremos simplemente un párrafo interesante contenido en el tratado de alquimia titulado “El Cielo Terrestre”, de Wenceslao Lavinius de Moravie: “Yo habito en las montanas y en el llano. Yo soy padre, antes de ser hijo. Yo engendré a mi madre, y mi madre, o mi padre, me ha llevado en sus entrañas, y me han engendrado sin tener necesidad de sustentarme. Yo soy hermafrodita y tengo las dos naturalezas. Yo soy vencedor de los mas fuertes, y soy vencido por el mas débil, y no se encuentra nada bajo el cielo tan bello, ni que tenga tan perfecta figura. Nace de mi un pájaro admirable, el cual de sus huesos, que son mis huesos, se hace un pequeño nido, donde volando por sus propias alas, el resucita al morir, y el Arte sobreponiéndose a las leyes de la Naturaleza, es por fin convertido en un Rey, que sobrepasa infinitamente en virtud a los otros seis.”
Yo creo que no hay que añadir nada a esto; el paralelismo con las operaciones de las “Bodas Químicas” se impone. Este pájaro es dado de comer con la sangre de los “Corpora Regalia”, y pierde las plumas negras, que son reemplazadas por otras blancas. “Los cuervos pequeños cambian de plumas y se convierten en palomas... El águila y el león se unen mediante un lazo... indisoluble (d’Espagnet, Arc. Herm. Phil. Op., canon 68 y siguientes). Hemos hablado ya del antagonismo de lo blanco con lo negro, cuando el héroe de nuestro actual trabajo persigue a la paloma, a la que daba su pan, y después, con ocasión de la función teatral ofrecida a los artistas, antes de la decapitación de las seis personas reales. Recordemos, sin embargo, que siendo dos extremos, lo negro y lo blanco, no se pueden unir mas que por un termino medio. La materia no se convierte totalmente blanca, quitándola el color negro, encontrándose intermediario el color gris, porque participa de los dos. Por la tercera comida (interpretaremos el tercer régimen), las plumas del ave se hacen brillantes. Entonces ya se ha hecho perfectamente dócil, los trabajos de Hércules han acabado. La parte mas delicada, y la mas difícil de la obra, ha terminado. No olvidemos que nuestro héroe se lamenta muchas veces, después de su arribo a la torre, por la pobre alimentación que se le había dado por una labor ininterrumpida. Esto evidentemente lo experimenta todo adepto capaz de llegar hasta esta fase de la Obra, de la cual Nicolas Flamel dijo, en su explicación de las “Figuras Jeroglíficas”: “La preparación de los agentes es una cosa mas difícil que cualquiera otra del mundo.”
En el piso quinto de la Torre, se sumerge al pájaro en un baño, blanco como la leche, en el que pierde las plumas, y el baño se convierte en azul. Se le evaporo totalmente para aislar la materia azul producida, la que después se aplica sobre la piel del pájaro, que se convierte en azul, “salvo la cabeza, que permanece blanca”, y como la ausencia de plumas caracteriza la fijación del volátil, es por lo que yo insisto en el hecho de que la cabeza resta blanca.
En el piso sexto, volvemos a ver los seis objetos rituales ya descritos en el salón del Rey, y después de tres conjunciones celestes, señaladas por los movimientos de la esfera celestial y del reloj, el Pájaro maravilloso puso su cabeza sobre el libro, y se dejo decapitar humildemente. Su cuerpo es incinerado en el altar, con ayuda del fuego tornado de la luz ínfima. Las cenizas son conservadas en una caja de ciprés. Espero que la atención del lector no se extravíe con el episodio cómico insertado en aquel lugar.
Los artistas designados por la Virgen son admitidos a contemplar la Gran Obra integral, y sin detenerse en la transmutación de los metales, y a la producción artificial de oro, “que son una parte del Arte, pero no la mas noble, la mas necesaria, ni la mejor”, debemos reconocer la justicia profunda de las palabras del anciano que les acoge: “El hombre no reconoce jamás la bondad que Dios prodiga con el.”
En el piso séptimo, los artistas chasqueados por la Virgen, efectúan transformaciones, pero los elegidos les contemplan desde una estancia mas arriba, mientras se dedican a la faena de resucitar al Rey y a la Reina. Esta resurrección tiene toda su verdadera significación, si se relee el párrafo, en el que se nos muestra a los Artistas soplando hasta perder el aliento en un brasero, los cuales son, en efecto, los sopladores por analogía con los alquimistas que eran admitidos a cooperar a los milagros de la Palingenesia. Asimismo, el hecho de alimentar al Pájaro con la sangre de las personas reales, como también el de alimentar con su sangre a las dos figuras fabricadas con su ceniza, no está fuera de significación y misterio. Cuando los cuerpos inertes de este modo formados, alcanzan las proporciones armoniosas que entusiasman a nuestro personaje, se suspende la alimentación para proceder a animarles, pero esta animación se entiende en el sentido propio de la palabra: “ánima”, alma, fijación del Alma en el soporte físico, o material solido fabricado por los Artistas. Esta ceremonia, puramente mágica, debe merecer la atención del lector por las peculiaridades que la misma ofrece. La sala en la cual se efectúa, presenta una curiosa arquitectura: siete semiesferas, de las cuales, la dispuesta en el centro, esta perforada por una abertura redonda (y las otras seis se hallaban con toda seguridad dispuestas a su derredor, - adoptando una forma hexagonal). Seis virgenes introducen en la estancia una trompeta cada una, y cada uno de los dos cuerpos recibe tres almas por mediación de tres trompetas aplicadas a la boca. Tales almas descienden bajo la forma de un rayo de fuego, por la abertura redonda de la cima de la Torre. Este incidente, que el autor menciona sin énfasis, merece la meditación de los curiosos de la Ciencia. Los astrólogos se recordaran que en el momento de la muerte, las influencias planetarias lanzadas en el momento del nacimiento, retornan a los planetas que las dieron formación; en cambio, los alquimistas verán en el la juiciosa utilidad del horno de los sabios. El resto del párrafo no es digno de mención especial, y yo no diré nada mas, por hoy, en el Comentario al Dia Sexto.


DIA SÉPTIMO

Eran mas de las ocho cuando me desperté. Me vestí! rápidamente para volver a la torre, pero los caminos se cruzaban en tan gran número, en el interior de la muralla, que yo estuve perdido durante un gran espacio de tiempo antes que pudiera encontrar una salida. El mismo desagradable incidente ocurrió a otros, pero por fin, terminamos por encontrarnos en la sala inferior. Entonces recibimos nuestros Toisones de oro, y fuimos vestidos con atavíos completamente amarillos. Entonces la virgen nos anunció que éramos Caballeros de la Piedra de Oro, cosa que habíamos ignorado hasta el momento aquel.
Trajeados de tal modo, tomamos el desayuno; después el viejecito dio a cada uno una medalla de oro. Sobre el frente se veían estas palabras:
AR . NAT . MI (***).
y en el reverso:
TEM . NA . F . (***).

Él nos hizo prometer no hacer jamas lo que es contrario a las instrucciones de aquella medalla conmemorativa.
Entonces partimos para el lado opuesto de los mares, ¡Oh!, nuestros buques estaban admirablemente dispuestos; al verlos, parecía cierto que todas las bellas cosas que hemos visto aquí nos habían sido enviadas.
Los barcos eran doce en numero, de los cuales, seis eran los nuestros, y los otros seis, pertenecían al anciano aquel. Este último llenó sus buques de soldados de hermosa presencia, y después él subió y ocupó un lugar en el nuestro donde todos estábamos reunidos. Los músicos, de los que el viejo señor poseía muchísimos, iban a la cabeza de nuestra flotilla para distraernos. Los pabellones ondeaban los doce signos celestiales, correspondiendo al nuestro el emblema de la Balanza (Libra). Entre otras maravillas nuestro bajel contenía un reloj de una admirable belleza y que marcaba todos los minutos.
El mar estaba en calma completa, por lo que el viaje era verdaderamente placentero; pero el atractivo principal consistía en la conversación del anciano. El sabía encantarnos con relatos de historias singulares, hasta el punto que yo viajaría en su compañía durante mi vida entera.
Por su parte los buques navegaban con inusitada rapidez. No bien habríamos viajado durante dos horas, cuando el capitán nos advirtió que el veía un número tan grande de naves, que el lago estaba totalmente lleno de ellas. Nosotros comprendimos que venían a nuestro encuentro, y, en efecto, así era, pues desde que hubimos entrado en aguas del lago, por el canal ya descrito, apercibimos alrededor de quinientos buques. Uno de ellos, engastado en oro y pedrería, portaba al Rey y a la Reina, así como a otros señores, damas y señoritas de alta cuna.
Una vez que nos hubimos aproximado, se hicieron las salvas por ambas partes, y el son de tambores y trompetas formaba tal estruendo. que los navíos temblaban. En fin, cuando les hubimos alcanzado, nos rodearon con su flota, y detuvieron la marcha.
Inmediatamente el viejo Atlas se presento en el nombre del Rey, y nos habló brevemente, pero con elegancia. Él nos dio la bienvenida v preguntó si llevábamos el regalo real.
Algunos de mis compañeros se sorprendieron extraordinariamente al conocer la nueva de la resurrección del Rey, toda vez que estaban persuadidos que eran ellos los que debían despertarle. Nosotros les dejamos con su admiración, fingiendo encontrar igualmente extraordinario tal acontecimiento.
Después que hubo hablado Atlas, hizo uso de la palabra nuestro anciano acompañante, durando su contestación algo mas tiempo; hizo votos por el bienestar y la prosperidad del Rey y de la Reina, y envió por último un precioso cofrecito. Yo ignoro lo que aquel contenía, pero vi que se le confió a la guardia de Cupido que triscaba entre ellos dos.
Después de los discursos se hizo una nueva salva de cañonazos, y nosotros continuamos navegando de conserva, durante mucho tiempo, llegando por fin a la orilla. Nosotros quedamos cerca del primer portal, por el que yo entré por la primera vez. En este lugar nos esperaban muchos servidores del Rey, llevando algunos centenares de caballos.
Cuando estuvimos en tierra, el Rey y la Reina nos tendieron la mano amistosamente y montamos todos a caballo.
Yo debo al llegar a este punto rogar al lector, de no atribuir a mi orgullo el relato que sigue, o bien a mi deseo de glorificarme; antes bien debe estar seguro de que yo callaría de buena gana los honores que se me dispensaron, sino fuera indispensable relatarlos.
Se nos distribuyó, pues, a todos, entre los diferentes Caballos. Pero nuestro anciano y yo (indigno de ello) tuvimos que cabalgar a los lados del Rey, llevando una bandera, blanca como la nieve, con una cruz roja. Yo había sido conferido con este honor a causa de mi gran edad, pues nosotros dos teníamos barbas blancas largas y cabellos grises. Como yo había prendido mis insignias en torno a mi sombrero, fue observado bien pronto por el Rey, y me preguntó si era yo quien había podido descifrar los signos grabados a la entrada del portal. Yo respondí afirmativamente con señales de un respeto profundo. Entonces el Rey se rió de mi, y me dijo que desde aquel momento no había necesidad alguna de reverencias ni de ceremonial: que yo era su padre. Después me preguntó en que forma los había descifrado, a lo que respondí: “Con agua y sal.” Entonces el quedo admirado de que yo fuese tan astuto. Incitándome a ello, le conté mi aventura del pan, la paloma y el cuervo, y el me escuchaba con atención y afecto. y me aseguró que eso era la prueba de que Dios me había destinado para llevar a cabo algo extraordinario.
Caminando, caminando, llegamos al primer portal, cuando el guardián vestido de azul, se nos presentó. Al verme al lado del Rey, me entregó una instancia, y me rogó respetuosamente de que me acordase de la amistad que me había demostrado, mientras permaneciese al lado del Rey. Yo interrogué al Rey acerca de aquel guardián, y me respondió amistosamente que era un célebre astrólogo, verdaderamente eminente, que había estado siempre en alta consideración respecto del Señor, su padre. Pero había sucedido que el guardián había atentado contra la diosa Venus; la había sorprendido y contemplado en su lecho de descanso, o de inacción; y como castigo se le había dado el cargo de guardián de la primera puerta, hasta que algún otro le substituyera. Yo pregunte si aquello podía hacerse, y el Rey respondió:
“Si; si se descubre alguno que haya cometido un pecado tan grande como el suyo, será colocado como guardián a la puerta, y aquel será liberado.”
Aquellas palabras me conmovieron profundamente y como mi conciencia me indicaba bien claramente que yo era aquel gran pecador, me callé y le transmití la carta. En cuanto el Rey tuvo conocimiento de su contenido, sufrió un movimiento convulsivo tan violento, que la Reina, que cabalgaba detrás de nosotros, en compañía de sus virgenes, y de la otra reina (a quien nosotros habíamos visto en ocasión de la suspensión de los pesos), se apercibió, y le preguntó por el contenido de aquella carta. El no quería decir nada, por lo que ocultó la carta en su bolsillo, y hablo de otra cosa hasta que llegamos al patio del castillo, lo que tuvo lugar a las tres. Allí descendimos de los caballos, y acompañamos al Rey hasta la sala que ya tengo descrita.
Inmediatamente el Rey se retiró con Atlas a un gabinete, y le hizo leer aquella carta. Entonces Atlas volvió a montar a caballo sin tardanza con objeto de completar sus informes cerca del guardián. Después el Rey subió a su trono, y su esposa, y otros señores, damas y damiselas le imitaron. Entonces nuestra virgen hizo elogios de nuestra aplicación, de nuestros trabajos y de nuestras obras, y rogó al Rey y a la Reina, de que nos recompensaran regiamente. así como de que la permitieran gozar del porvenir de los frutos de su misión. El anciano se levantó a su vez, y certificó la exactitud del relato de la virgen, y afirmando que sería justo se accediese a las demandas de ella. Nosotros tuvimos que retirarnos por un instante, y se decidió de conceder a cada uno el derecho de hacer una petición que seria otorgada si era realizable, pues se preveía con certeza que el mas sabio haría la solicitud que le fuese mas provechosa, y se nos invitó a meditar sobre el asunto hasta después de la comida.
En seguida el Rey y la Reina decidieron distraerse jugando. El juego era parecido al del ajedrez, pero era jugado siguiendo reglas distintas. Las virtudes estaban colocadas a un lado, los vicios a otro, y los movimientos indicaban exactamente por que medios los vicios tendían las redes a las virtudes, y como era preciso combatirlos; sería de desear que nosotros tuviéramos igualmente un juego semejante.
Durante estos preliminares, volvió Atlas y dió cuenta de su misión en voz baja. El rubor me subió a la cara, pues mi conciencia no me dejaba en paz. El mismo Rey me dio a leer la instancia, la cual contenía aproximadamente este mensaje-:
Primeramente el guardián manifestaba al Rey sus deseos de dicha y de prosperidad, con la esperanza de que su descendencia fuese numerosa. Después afirmaba que había llegado el día en el que, según la promesa real, el debía ser relevado, pues según sus observaciones que no podían engañarle, Venus había sido descubierta y contemplada por uno de sus huéspedes. Luego suplicaba a Su Real Majestad, que tuviese a bien hacer una encuesta minuciosa, por la que comprobaría que su afirmación era exacta, pues de lo contrario, el se comprometía a permanecer definitivamente a la puerta por el resto de su vida, y terminaba rogando, en consecuencia, muy respetuosamente, a Su Majestad, que le permitiese asistir al banquete aun con riesgo de su propia vida, pues confiaba de aquel modo poder descubrir al malvado y conseguir la libertad tan deseada.
Todo esto estaba expuesto muy extensamente y con un arte perfecto, y yo estaba bien situado para apreciar en su justo valor la perspicacia del guardián, pero esta era mi penitencia y hubiera preferido ignorarla siempre; sin embargo, tenía el consuelo de pensar que podría ir en su ayuda, por mi propio deseo. Llegado aquí yo pregunté al Rey si no existiría otro medio para su liberación. “No”, respondió el Rey, pues estas cosas tienen una gravedad singular, pero nosotros podemos acceder a su deseo por esta noche”. En consecuencia ordenó que se le llamase.
En el entretanto las mesas habían sido dispuestas en un salón, donde nosotros no habíamos puesto nuestra planta anteriormente, el cual se llamaba el “Completo”, y estaba adornado de manera tan maravillosa que me es imposible, siquiera, intentar su descripción. Allí se nos condujo con grande pompa y en medio de ceremonias particulares.
Por esta vez Cupido se hallaba ausente, pues al conocer el ultraje que se había inferido a su madre, se había afectado grandemente; véase cómo, a cada instante, mi desaguisado, entrañando la petición, fue la causa de tanta tristeza. Repugnaba al Rey abrir una encuesta entre todos los invitados, toda vez que ella haría conocer el suceso a aquellos que le desconocían todavía. Por consiguiente, dejo al guardián, que ya había llegado, el cuidado de emplear toda su mejor vigilancia para el caso, y hacer de tripas corazon, para aparentar alegre y contento.
A pesar de todo se encontró el medio de animar la concurrencia y divertirse por todos los medios agradables y útiles.
Yo me abstengo de enumerar el menú y las ceremonias, pues el lector no las necesita en modo alguno, y, además, no son necesarias a nuestra finalidad. Todo era excelente, mas allá de toda ponderación y de todo arte y habilidad humana; no siendo por las bebidas por lo que yo uso tales adjetivos encomiásticos. Aquella comida fue la ultima, y la mas admirable de todas las que yo había asistido.
Después del banquete, las mesas fueron levantadas con rapidez, y en su lugar se dispusieron, en circulo, unos bellísimos sillones. Siguiendo el ejemplo del Rey y de la Reina, tomamos asiento cerca del anciano, de las damas y de las vírgenes. Luego un hermoso paje abrió el libro admirable, del que ya hemos hablado. Atlas se colocó en el centro de nuestro circulo, y nos habló como sigue:
Su Real Majestad no ha olvidado nuestros méritos y la aplicación con que hemos desempeñado nuestro cometido, y con objeto de recompensarnos, el Rey nos ha elegido a todos, sin excepción, “Caballeros de la Piedra de Oro”. Sería, pues, indispensable, no solamente de prestar juramento, una vez mas aun, a Su Real Majestad, sino también de comprometernos a observar los siguientes artículos. De este modo Su Real Majestad podría decidir de nuevo, en la forma que debe comportarse, vis a vis con sus aliados.
Después Atlas hizo leer por el paje los artículos que siguen:

I
Señores Caballeros, Vosotros debéis jurar de no sujetar a Vuestra Orden a ningún diablo ni espíritu, sino de colocarla constantemente bajo la sola guardia de Dios, vuestro Creador, y de su servidora, la Naturaleza.

II
Debéis repudiar toda prostitución, libertinaje e impureza, y no manchar Vuestra Orden por los vicios.

III
Vosotros ayudareis con vuestros dones, a aquellos que sean dignos, y que tengan necesidad de ellos.

IV
Vosotros no debéis jamás tener el deseo de serviros del Honor de pertenecer a la Orden, para por ella obtener el lujo y la consideración mundana.
V
Vosotros no viviréis mas tiempo que el que Dios lo desee.

Este último artículo nos hizo reír largamente, y, sin duda, fue añadido por ello. De todos modos, como ello quiera que sea, nosotros tuvimos que prestar juramento sobre el cetro del Rey.
En seguida nosotros fuimos nombrados Caballeros con la solemnidad al uso, y a la vez se nos concedió otros privilegios, el poder de dominar, a medida de nuestra voluntad, sobre la ignorancia, la pobreza y la enfermedad. Aquellos privilegios se nos confirmaron en seguida, en una pequeña capilla, a la que fuimos llevados en procesión. Después expresamos nuestro agradecimiento a Dios, y yo suspendí en ella mi Toison de oro y mi sombrero, para gloria de Dios, dejándolos allí para conmemoración eterna. Y cómo nos fue requerido firmar, yo escribí:
La Ciencia mas Alta, es el no saber nada. 
Hermano CHRISTIAN ROSENCREUTZ, 
Caballero de la Piedra de Oro:
Año 1459 (***)..
Mis companeros escribieron diferentemente cada uno según su saber y entender.
Después fuimos otra vez a la sala, donde se nos invitó a sentarnos, y a expresar sin titubeos los deseos que quisiéramos hacer. El Rey y los suyos estaban juntos retirados en el gabinete, siendo luego llamado cada uno para formular su petición, de suerte que yo ignoro los votos de mis compañeros.
En lo que a mi concierne, yo pensé que no habría nada tan loable que hacer honor a mi Orden, haciendo prueba de una virtud, y en consecuencia me pareció que ninguna seria mas gloriosa jamás que la del “RECONOCIMIENTO”. A pesar de que yo pude desear alguna cosa mas agradable, me sobrepuse a mi anhelo, y yo determiné, pues, de liberar a mi bienhechor, el guardián, quien estaba a mi disposición. Y cuando hube entrado se me preguntó en seguida si no había sido capaz de reconocer o de sospechar del malvado, toda vez que yo había elevado la petición. Entonces con entereza, sin ningún temor, hice el relato detallado de los acontecimientos y que había pecado por ignorancia, declarándome listo para sufrir la penitencia que yo me había hecho acreedor por tal motivo.
El Rey y los demás señores quedaron admirados de aquella confesión insospechada, rogándome que me retirara un instante. Cuando me volvieron a llamar, Atlas me informó que Su Real Majestad quedaba muy apenado de verme en aquel infortunio, a mi, a quien El me amaba sobre todos, pero que le era imposible de transgredir Su vieja costumbre, y El no veía otra solución que la de liberar al guardián, y de transmitirme su cargo, deseando que otro muy pronto lo tomase, para que se me pudiera volver a permitir la entrada. Sin embargo, no había esperanza de que se me liberase, antes de las fiestas nupciales de su hijo.
Abrumado por aquella sentencia, yo maldije mi boca habladora por no haber podido callar aquellos acontecimientos, y por fin conseguí rehacer mi ánimo abatido, y, resignado con lo inevitable, dije como aquel guardián me había dado una insignia y me había recomendado al guardián siguiente; que gracias a su ayuda yo había podido sufrir la prueba de la balanza, y participar así de todos los honores y de todas las alegrías; que el había sido justo al pedir que me mostrase agradecido hacia mi bienhechor, y además yo les di gracias por su fallo, puesto que no podía ser otro. Yo desempeñaría, por lo tanto, voluntarioso, una tarea desagradable en señal de gratitud hacia quien me había ayudado a conseguir mi objetivo. Pero como aun me restaba un deseo de formular, yo solicité que se me concediera mi reingreso, con lo cual yo habría liberado al guardián, y mi petición me hubiera liberado a la vez a mi mismo.
Se me contesto que esa solicitud no era posible ser concedida, puesto que de otro modo yo no podía aspirar a la liberación del guardián. De todos modos Su Real Majestad estaba muy satisfecho de que yo hubiera tenido la feliz idea de enfocar el asunto tan hábilmente, pero El; temía que yo ignorase aun en la triste condición que mi audacia me había colocado.
Entonces el buen hombre fue liberado, y yo tuve que retirarme tristemente.
En seguida mis compañeros fueron llamados igualmente, y todos salieron repletos de gozo, lo que me afligía mas aun, pues yo quede persuadido que terminaría mis días a la puerta. Yo reflexione también en las ocupaciones que me ayudarían a pasar el tiempo, en fin, yo presumía, que dada mi avanzada edad, no tendría mas que unos pocos años de vida, que el miedo y la melancolía me conducirían a un breve limite, y que de esta manera mi guardia tendría fin y que por último, bien pronto podría gustar de un sueno bienhechor en la tumba.
Yo tuve muchos pensamientos por este estilo, tan pronto me irritaba pensando en las bellas cosas que yo había visto, de las cuales estaría privado; tan pronto me regocijaba de haber podido participar, a pesar de todo, de todas aquellas delicias, antes de mi fin y de no haber sido despedido bochornosamente.
Este fue el último golpe que me asalto, el fue el mas fuerte y el mas sensible.
Mientras que yo estaba sumido en mis preocupaciones, el último de mis compañeros volvió del gabinete del Rey; ellos desearon al Rey una buena noche, así como a los demás señores de su cortejo, y fueron llevados a sus apartamentos.
Pero yo, desgraciado de mi, no tenia nadie que me acompañara sin que se burlara de mi persona, y se me puso en el dedo la sortija que el guardián había llevado anteriormente, con objeto de que quedase bien convencido de que se me había confiado su función.
En fin, puesto que yo no debía volver a verle mas bajo su forma actual, el Rey me exhortó a conformarme con mi suerte, y a no obrar jamás contra la Orden. Después me abrazó y besó, de modo que yo creí comprender que debía tomar la guardia desde el día siguiente.
Por lo tanto, cuando ellos me hubieron dirigido todas aquellas animosas palabras y tendido las manos, enmendándome a la protección de Dios, fui conducido por los dos ancianos, el dueño de la torre y Atlas, a un alojamiento maravilloso, en el cual tres lechos nos esperaban, y en los que nosotros reposamos. Nosotros pasamos aun casi dos...

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Aquí faltan alrededor de dos hojas, en 4.º, y creyendo ser el guardián de la puerta desde el dia siguiente, el (el autor de este trabajo) entro en su casa.

COMENTARIO-7

En este Séptimo Día, o el ultimo, los Elegidos son vestidos con atavíos completamente amarillos, y la Virgen les indica que son “Caballeros de la Piedra de Oro”. Los signos que lleva la medalla de oro, pueden interpretarse así: Ars Naturae ministra et Temporis Natura filia; o sea, el Arte es administrado por la Naturaleza, y la Naturaleza es hija del Tiempo.
Los buques, a la vuelta de la Torre del Olimpo, son en numero de doce, los doce pabellones ostentan los doce signos del Zodiaco. El emblema de la Balanza (Libra) ondea en el mástil del que lleva a nuestro héroe. Este signo Libra, octavo arcano del Tarot, símbolo del equilibrio perfecto, es también el séptimo signo del Zodiaco, domicilio astrológico de Venus.
Nuestro héroe se admira del puesto de honor que se le concede en el cortejo, después del desembarco. Llevan a los lados del Rey una bandera blanca como la nieve, con una Cruz Roja. Debo recordar aquí aquellas líneas, en las que evoque la significación oculta de la cruz y de la roseta de la Legión de Honor; nosotros podemos decir otro tanto sobre esta Cruz Roja que recuerda la Cruz de Ginebra, los socorros a los heridos, la asistencia espagírica de Christian Rosencreutz a la resurrección de los soberanos... y después de todo, ¡este símbolo es el mismo!
Una frase equivoca del texto nos presenta a nuestro personaje como el Padre del Rey, y cuando este le pregunta como los ha descifrado. ¿Se refiere el, a las ligaduras de la muerte, o a los signos del Portal? La respuesta: “Con Agua y Sal”, nos lo aclara; pero no crean mis lectores que se refiere aquí al agua y a la sal comunes, aunque la mar salada haya engendrado cuanto existe. Estas palabras deben tomarse en su sentido filosófico.
En el primer portal encontramos al guardián vestido de azul que presenta una solicitud al Rey. Este guardián, que fue en otro tiempo un astrologo eminente, fue destituido de su puesto en la Corte del Rey por haber osado contemplar a Venus sin velos. ¿No es evidente, pues, esto, a la contemplación con una lente astronómica de la Estrella, que los hebreos llaman Noga, lo que le ha valido esta desgracia? Levantar el velo de Isis es conocer la parte secreta de la Madre Naturaleza, y conocerla, esto es, igualarse a Dios, pues esto es casi todo el Conocimiento. “Et eritis sicut Dii.” (Gen. Cap. 3. Vers. 5.) Esto es comer el fruto del árbol de la Ciencia, acto que lleva en si su castigo. Christian Rosencreutz es confundido con la respuesta del Rey que le dice, que el guardián no puede ser liberado mas que por otro que haya cometido la misma falta, y que, por lo tanto, que ocupe el lugar de aquel. Los cálculos astrológicos del guardián son de una rigurosa exactitud, toda vez que solo por el examen de la posición de los astros, había concluido que los tiempos se habían cambiado para el, y que otro hombre, a su vez, había descubierto a Venus. El guardián del primer umbral es el conservador de la tradición oculta, quien vela celosamente y sin cesar por los tesoros que nos legaron los antiguos estudios de los Magos. Seria temerario reírnos de esto, toda vez que ejemplos recientes pueden probar a los iniciados la manera en que habían sido castigados los charlatanes que desvelaban desconsideradamente Isis a los profanos.
Viene a mi memoria, en otro orden de ideas, ciertos párrafos del capítulo II de “El Apocalipsis Hermético”, donde el héroe de la obra ocupa ritualmente el puesto de guardián. El orden de los acontecimientos no es el mismo, sino que el guardián liberado descubre allí una mujer joven y bella, desnuda, tendida sobre un sofá, y al ser castigado se encuentra solo en una sala, donde un cordero está acostado sobre un gran libro. Cuando el intenta abrir este libro, un hombre negro le hiere la frente, como lo hizo una piedra puntiaguda a Christian Rosencreutz, en el curso de su primer sueño.
Los cinco mandamientos de los Caballeros de la Piedra de Oro resumen los puntos esenciales de la doctrina de los Hermanos de la Rosa-Cruz. A la vez que el grado de Caballero es conferido a los Artistas, adquieren de golpe también el poder de actuar a su capricho sobre la ignorancia, la pobreza y la enfermedad, y esto es, en efecto, el verdadero objetivo de la Gran Obra. ¿No es sorprendente ver que un hombre que alcanza los grados supremos que puede aspirar al humano conocimiento escribir sobre su firma: “Summa Scientia nihil scire”? ¡La ciencia suprema es, pues, la negación de la ciencia? ¡Como no recordar aquí “La Filosofía Oculta”, de Enrique Cornelio Agripa, que el autor repudia en la continuation por lo “De Vanitate Scientiarum"?
El fin del Dia Séptimo es confuso y no contiene interés directo. Siempre fiel a sus sentimientos de humildad, nuestro héroe confiesa su falta. A pesar de su astuto calculo tendente a conseguir la libertad del guardián y de si mismo, se le pone en el dedo la sortija que lleva el guardián de la primera puerta, para conferirle sus funciones, y sin embargo, el entra a la mañana siguiente, sano y salvo, en su casa, después de haber pasado la noche con el viejo Atlas y el viejo Señor de la Torre. De este modo termina el Dia Séptimo de las Bodas Químicas de Christian Rosencreutz, y también nuestros comentarios sobre el sujeto.
Sin embargo, yo tengo algunos remordimientos por despedirme del lector, que me ha seguido hasta el termino con un capítulo cuyo fin es tan seco, y estimando que nosotros hemos adquirido algunos derechos para epilogar sobre el texto, yo me permito dirigirle algunos consejos, alcanzados por una experiencia personal adquirida a alto precio. Pero antes de todo, yo dirijo mis votos sinceros de éxito a aquellos que después de esta lectura quieran aventurarse sobre “La Vía de donde no se vuelve jamás”.
Conformándome con la división en siete días de las “Bodas Químicas”, yo dividiré igualmente en siete partes las determinadas verdades esenciales que tengo la dicha de enunciar aquí, aunque lacónicamente, con el fin de evitar a mis sinceros hermanos en Hermes, los procedimientos largos y a menudo ruinosos:
1. ° No te aventures en el Sendero, sin que poseas el tiempo y el dinero necesarios para llevar a cabo todos tus trabajos.
2. ° Si tienes un amigo, es bueno; si tu eres solo, es mejor, a menos que aquel amigo lo haya sido enviado por la Providencia para guiarte en tu curso filosófico, en la pista sobre la que se cruzan tantos senderos diferentes y que cortan tantos precipicios.
3. ° Lee poco, y piensa mucho, y busca comprender bien el sentido oculto de las diversas alegorías que las sirven de comparación. Los autores no hablan claramente de los Trabajos de Hércules, por los cuales se debuta en el Magisterio, ni tampoco de la naturaleza de la primera materia, ni de la del Fuego Secreto de los Sabios. Te es preciso penetrar solo en esos arcanos. Nadie en el mundo te los dirá en lenguaje claro, puesto que son “incomunicables”.
4. ° Obligado hacia los otros, como yo me obligo hacia ti, pero no te entregues al Magisterio si tu corazon y tus intenciones no son puras, pues esto seria correr a tu cierta perdición.
5. ° Así como en la Naturaleza hay tres reinos, (en realidad se trata de 4 reinos el humano, el animal, el vegetal y el mineral), hay en nuestro arte tres medicinas o tres grados diferentes en la perfección de nuestro Elixir, pero como está escrito en el “Triunfo Hermético”: “Las operaciones de las tres obras tienen muchas analogías. Los filósofos hablan a menudo intencionadamente en términos equívocos, y los mezclan para confundir al artista ignorante. En cada obra deberá disolver el cuerpo con el espíritu, cortar la cabeza al cuervo, blanquear lo negro y enrojecer el blanco.” Quod ex corvo nascitur, hujus artis est principium, escribió Hermes en sus Siete Capítulos.
6.° El artista que ha llegado a este punto, puede trabajar con confianza, a condición de tener en el éxito de la Obra una fe inquebrantable. Que no olvide que hay dos mercurios: el blanco es el baño de la Luna, el rojo el del Sol. Deben ser nutridos con una carne de su especie, la sangre de los inocentes degollados, de los que habla Famel, esto es, los espíritus de los cuerpos que son el baño en el que el Sol y la Luna deben bañarse. Nótese bien que ellos deben ser conservados separadamente para no crear Monstruos.
7° En la segunda obra, se convierte el agua en tierra por una simple cocción. El Mercurio de los Sabios lleva en si mismo su propio azufre que le coagula. Después debe dejar caer sobre el el Rocío del Cielo. Tu tendrás entonces el Mercurio verdadero y el verdadero Azufre de los Filósofos, el Varón y la Hembra vivientes, conteniendo la simiente que sola puede crear un hijo mas elevado que sus progenitores.
Todo el resto no es mas que la repetición de las mismas operaciones. Ten confianza en Dios y basta.
Trascripción y revisión J.Luelmo mar2023