viernes, 10 de enero de 2025

GA209 Dornach, 24 de diciembre de 1921 La aparición en Oriente del concepto de Maya en relación con el mundo exterior

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La aparición en Oriente del concepto de Maya en relación con el mundo exterior

RUDOLF STEINER


Dornach, 24 de diciembre de 1921

Si con las ideas del presente se oye decir que estamos haciendo aquí un curso durante las vacaciones de Navidad, esto puede parecer quizá extraño porque se tiene la idea de que con las grandes épocas festivas del año, el trabajo debe descansar y que el hombre debe abandonarse únicamente a los ejercicios religiosos, sobre todo en Navidad. Sin embargo, una visión más profunda de las circunstancias actuales no puede dejar de reconocer que en estos tiempos festivos conviene hacer algo distinto de lo que se ha hecho durante mucho tiempo. Vivimos tiempos difíciles, y debe parecer frívolo hoy querer simplemente continuar con las antiguas costumbres sin tener en cuenta los difíciles tiempos de penuria en los que hemos entrado, sin que nos afecte lo que está sucediendo en los mundos visible e invisible en nuestro tiempo presente. Vemos cómo la gente hace regalos en estos tiempos festivos, cómo limpian su árbol de Navidad de la manera tradicional, cómo hacen de otras maneras puramente según la tradición lo que la gente ha estado acostumbrada a hacer durante siglos. Hoy, sin embargo, tenemos que darnos cuenta de cómo esta costumbre se está convirtiendo casi en un sacrilegio.

Cualquiera que haya vivido los últimos años desde lo más profundo de su corazón, se siente como si hubiera tenido que vivir a través de siglos, y no puede sino mirar con cierta melancolía a esa parte de la humanidad que hoy piensa habitualmente de la misma manera que podía haber pensado con cierta justificación hasta principios o mediados de la segunda década de nuestro siglo. Para la mente imparcial de hoy, todas las cosas deben parecer cargadas de interrogantes de los acontecimientos de la época, de interrogantes que atañen a los elementos primigenios de toda vida humana. Aquellos de mis honorables oyentes que a menudo me han oído decir una cosa u otra sabrán lo poco que me inclino por la costumbre de hablar de vivir en una época de transición. Esto puede decirse de todas las épocas, porque la transición del pasado al futuro siempre se produce de forma natural. Sólo depende de en qué consista esta transición. Y hoy no se puede dejar de reconocer que el hombre sólo es consciente de su verdadera naturaleza cuando participa en las cosas poderosas que tienen lugar en el mundo.

Con frecuencia escuchamos el reproche de que muchas personas creen cada vez más que el cristianismo consiste en gritar "Señor, Señor", o en pronunciar el nombre de Cristo tan a menudo como sea posible. Pero hoy se necesita algo muy diferente: una cristianización de toda nuestra vida, en la que no baste pronunciar el nombre de Cristo, sino que implique unirnos profunda e íntimamente al Espíritu de Cristo. Vemos que en casi todo el mundo se están planteando hoy grandes problemas de la vida. Y ya podemos percibir que la región, la región europea que durante muchos siglos ha sido el escenario de la civilización humana, no puede seguir siéndolo en el futuro. Percibimos que los problemas del mundo se extienden ahora a territorios más amplios, y en el tiempo presente percibimos sobre todo a través de fenómenos sintomáticos, que en todas las esferas de la vida se anuncia el gran conflicto entre Occidente y Oriente.

Occidente encendió la llama de una joven vida espiritual basada en una base natural-mecanicista. Esta vida espiritual sólo es vista de la manera correcta por aquellos que sostienen que está en el comienzo de su desarrollo. Pero desde esta joven vida espiritual en Occidente debemos mirar hacia el Oriente; nos conectamos cada vez más con ella, también geográfica e históricamente, y Occidente debe contar con Oriente.

En Oriente existe una antigua vida del espíritu, una vida espiritual que se remonta a miles de años. Se puede sentir un inmenso respeto por lo que vive en Oriente; aunque ya está en decadencia; Se puede sentir por él la mayor reverencia cuando se mira hacia atrás, desde su actual estado de decadencia, a la sabiduría primitiva de la humanidad de la que surgió.

Cuando contemplamos los aspectos más espirituales de la vida, resuena en Oriente una palabra que siempre despierta un eco peculiar en nuestro corazón, sobre todo cuando adoptamos el punto de vista de Occidente. Es una palabra que está destinada a expresar en el lenguaje de Oriente la característica del mundo físico que percibimos a nuestro alrededor a través de nuestros sentidos. Oriente, comenzando por la India, se ha acostumbrado a designar este mundo físico-sensorial como MAYA, la gran ilusión, aparte del hecho de que se expresa más o menos claramente.

El Oriente, (pero, como se ha dicho, esto existe sólo en una forma decadente), se enfrenta así al mundo exterior percibido a través de los ojos y los oídos como una gran ilusión que confronta al hombre, como Maya.

Aquellos que aprenden a conocer las características de las concepciones de la vida de Oriente, deben experimentar que este concepto de Maya no estaba originalmente contenido en la sabiduría primigenia de Oriente. La ciencia espiritual de la Antroposofía nos permite, sobre todo, comprender el desarrollo de la civilización oriental que se extiende a lo largo de miles de años. Luego miramos hacia atrás, a un tiempo que se encuentra 3000 años antes de Cristo, y al remontarnos aún más en una antigüedad remota, encontramos cada vez menos este concepto de Maya, esta idea de la gran ilusión conectada con la realidad físico-sensorial del mundo externo. Si queremos indicar una época aproximada, podemos decir: Sólo a finales del III y IV milenio a.C. este concepto surge en Oriente; surge la convicción de que el mundo físico-sensorial que rodea al hombre no es una realidad, sino una gran ilusión, un Maya. ¿Cuál es la causa de este tremendo cambio en la concepción de la vida en Oriente? Esta causa está profundamente arraigada en la evolución del alma de la humanidad. Si miramos la sabiduría primigenia de Oriente, cómo se diferenció posteriormente de una manera poética en los Vedas, de una manera filosófica en la filosofía Vedanta, tal como se convirtió en la enseñanza del yoga, si, por ejemplo, prestamos atención a lo grandioso, ya que esta doctrina oriental está contenida en el Bhagavad Gita, entonces encontramos que una vez la esencia de esta sabiduría oriental fue que el hombre percibía no sólo el mundo sensorial exterior, sino que dentro de este mundo sensorial exterior el hombre percibía lo divino-espiritual en todo lo que veía con sus ojos, oía con sus oídos, tocaba con sus manos.

Para estos pueblos primitivos los árboles no se veían del modo en que los vemos hoy. Había algo en cada árbol, en cada arbusto, en cada nube, en cada primavera, que se anunciaba a sí mismo como el contenido del mundo cósmico anímico-espiritual. Dondequiera que uno mirara, veía lo sensorial impregnado por lo espiritual. El manantial no sólo borboteaba en tonos inarticulados, sino que del sonido del manantial se escuchaba contenido anímico-espiritual. El bosque no crujía inarticuladamente; Del susurro del bosque se escuchaba el lenguaje del Verbo eterno del mundo, un ser anímico-espiritual. De la tremenda vitalidad con que el hombre experimentaba el mundo en aquellos grises tiempos prehistóricos, el hombre actual sólo puede formarse una idea muy pequeña. 

Pero la vitalidad del espíritu con que el hombre vivía en su entorno se paralizó en comparación con el tercer milenio antes de Cristo. Y si nos trasladamos en el lugar de la evolución del tiempo, entonces nos damos cuenta de cómo, por así decirlo, la humanidad, ahora concebida como un todo, como humanidad oriental, percibía los fenómenos del mundo con un cierto sentimiento melancólico, como si los dioses se retiraran, como si desaparecieran bajo la superficie de las cosas. Y muchas mentes humanas particularmente profundas habrán expresado este sentimiento como si estuvieran orando de tal manera que dijeran: Los antiguos dioses han desaparecido detrás de la superficie de las cosas sensoriales externas. El mundo se ha vaciado de los dioses, y puesto que aparece como un mundo desprovisto de dioses, es Maya, es una gran ilusión.

No es que desde el principio se dijera que el mundo era esta gran ilusión, sino que, puesto que el mundo se había vaciado de dioses, se sentía que era una gran ilusión, una maja. Si se quiere volver al aspecto más vital de este punto de vista, hay que remontarse incluso más allá de la catástrofe atlante, a la humanidad atlante.

Porque, inmediatamente después de la catástrofe de la Atlántida, aparece débilmente en la civilización general este indicio de que el mundo de la apariencia físico-sensible externa todavía se considera como algo irreal. Pero gran parte de la percepción de los dioses todavía estaba presente en el mundo físico-sensorial hasta finales del cuarto milenio a.C. Había tanto disponible que hasta entonces no se necesitaba ningún consuelo real frente a lo que se sentía como la irrealidad en el mundo. Desde el final del cuarto milenio en adelante, se sintió la necesidad de un consuelo. Y este consuelo fue buscado para la humanidad por los iniciados, por los iniciados, por los maestros y sacerdotes de los Misterios, y fue buscado desde el lenguaje de las estrellas. Aquí en la tierra, se decía, no hay realidad. Pero si uno investiga las estrellas, entonces descubre por el lenguaje de las estrellas que la realidad llega a la tierra desde regiones lejanas del mundo. Las estrellas hablan un lenguaje que, cuando lo escuchamos, suena de tal manera que la maya del mundo adquieren un significado real.

Esa fue la gran impresión que causó en la humanidad la sabiduría de las estrellas que poseían los caldeos, la sabiduría de las estrellas de los antiguos egipcios, que esta sabiduría de las estrellas era percibida como la que dotaba de realidad a la Maya. Aquí en esta tierra sólo se puede encontrar lo irreal, así se decía. Uno debe mirar hacia arriba a la palabra eterna del mundo, que se expresa en los movimientos y posiciones de las estrellas para quien es receptivo, entonces la realidad se revela dentro de la Maya. Si uno quería reconocer algo importante, algo significativo para la vida, entonces buscaba explorarlo a partir de las estrellas y su lenguaje. Y así permaneció la comprensión humana del alma hasta la época del Misterio del Gólgota.

La sabiduría de los misterios, a partir de las estrellas, proclamaba a la humanidad lo que es real, pues existía la creencia de que esta realidad no podía encontrarse en la tierra. Quien comprenda la esencia griega en su verdad, sin embargo percibirá que, -aunque siempre se diga por cierta visión superficial que la esencia griega procede sobre la realidad, como con una especie de alegría infantil-, sin embargo sentirá cómo algo trágico pesa sobre la esencia griega, algo que anhela una especie de redención dentro de la vida humana. Y eso no es otra cosa que el eco del sentimiento oriental del que acabo de hablar.

Y nosotros, los seres humanos contemporáneos, hemos hecho que para nuestra civilización actual, se desarrolle el pensar, por así decirlo, como un bien supremo interior, el pensar se despliega por todos lados. Pero no hemos logrado reconocer este pensar como una realidad. Al entregarnos a la vida del pensar, nos sentimos como si viviéramos en una irrealidad. Y un gran número de personas dicen que la vida del pensar es una ideología. Con esta palabra ideología un gran número de personas quieren sugerir a la vida anímica interior lo mismo que los orientales sentían hacia la realidad exterior físico-sensorial, llamándola maya. Podríamos hablar de maya del mismo modo que hablamos de ideología, pero entonces tendríamos que referirnos a nuestra vida anímica interior.

Lo que en un determinado periodo de tiempo era la realidad más intensa para Oriente, lo anímico-espiritual, se ha convertido para nosotros en la Maya, y lo que para Oriente era Maya, es decir, el mundo físico-sensual exterior, se ha convertido en nuestra realidad naturalista. Y así vivimos llamando ideología o Maya a aquello que nos impregna interiormente hasta la madurez del pensar. Antiguamente Oriente veía dioses en la naturaleza sensorial externa. Estos dioses han desaparecido de él. En Oriente no disponían del pensar en la forma en que lo tenemos hoy. Esa es la especialidad de Occidente, que ha alcanzado el pensar, la forma más pura y luminosa de la vida anímica. Pero lo divino aún no lo hemos alcanzado en el pensar. Estamos esperando que lo divino surja en él. Aquello que para Oriente ha desaparecido de la sensorialidad exterior, debido a lo que esta sensorialidad exterior se ha convertido en la Maya, aún no existe para nuestro mundo de las ideas, para nuestro mundo interior del pensar. En el desarrollo histórico, el mundo sensorial exterior, -por lo que respecta a Oriente-, se ha vaciado gradualmente de dioses. Nuestro pensar está aún vacío de dioses. Sólo podemos entenderlo así si lo percibimos como una especie de profecía de que la maya de nuestro pensar se llenará algún día de realidad interior.

La evolución histórica de la humanidad se divide, pues, en dos partes significativas. Una se desarrolla desde la plenitud de los dioses hasta el vacío de los dioses. La otra, en cuyo comienzo nos encontramos, se desarrolla desde el vacío de los dioses hasta la plenitud de los dioses que cabe esperar. Y en el centro entre estas dos corrientes evolutivas se encuentra la cruz del Gólgota. ¿Cómo se sitúa esta cruz del Gólgota en la conciencia de la humanidad? Miramos hacia atrás, unos seis siglos más atrás del Misterio del Gólgota: vemos a Buda, que poco a poco es adorado por una gran comunidad. Vemos a este Buda cuando deja su casa, sale al mundo y ve un cadáver entre las múltiples cosas que ve. La visión de este cadáver tiene tal efecto en su alma que se aleja de la maya del mundo exterior. El cadáver tiene un efecto disuasorio en el Buda. Y porque tiene que ver la muerte, el cadáver, se siente obligado a levantar la vista del mundo hacia otro, hacia un Divino-Espiritual que no se encuentra en el mundo. La visión del ser humano muerto es el punto de partida para que Buda abandone el mundo y huya a un reino de realidad de otro mundo.

Y ahora pasamos a la época de unos seiscientos años después del Misterio del Gólgota. Mucha gente mira el gran símbolo: el crucifijo, la cruz de la que cuelga el cadáver. Se mira al muerto. Pero al muerto se le mira, no para huir, no para abandonarlo e irse a otra realidad, sino que en ese muerto se ve aquello en lo que hay que refugiarse. En doce siglos la humanidad ha cambiado de tal manera que hemos aprendido a amar la muerte en la cruz, la muerte de la que huyó Buda. Nada puede sugerir a la mente más profundamente, que el gran cambio que se produjo a través del Misterio del Gólgota, que se encuentra a medio camino entre estos dos puntos en el tiempo. Y al volver nuestros pensamientos de este modo al Misterio del Gólgota, debemos recordar lo que realmente se veneraba allí en el sentido del cristianismo original.

Pablo, iniciado en los misterios de su tiempo, no podía creer en Jesús vivo; luchaba contra Jesús vivo. Luego, cuando de camino a Damasco se dio cuenta de que el Cristo estaba vivo, de que el Cristo se había revelado desde las tinieblas del mundo, Pablo no creyó en el Jesús vivo, sino en el Cristo resucitado, y el Jesús vivo se hizo digno de él porque era portador del Cristo resucitado. A través de esta visión especial del contexto del mundo, la certeza de Pablo sobre la vida divino-espiritual surgió de la muerte.

Lo que había sucedido a la humanidad era que, mientras que en otros tiempos el consuelo se recibía mirando desde la tierra a las estrellas, desde donde hablaba el Verbo eterno, ahora se miraba al acontecimiento histórico del Gólgota, se miraba a una envoltura humana que encierra el misterio de la existencia. Y este misterio de la existencia - el apóstol Juan quiso expresarlo con las palabras: «¡En el principio era el Verbo!»

Sí, en el origen primigenio la palabra hablaba desde el curso y la posición de las estrellas. Esta palabra sonaba desde el cosmos. Pero esta palabra no se encontraba en la tierra, sino que penetraba desde los confines del cielo, desde la casa del Padre hasta la tierra. Pero el escritor del Evangelio de Juan se atrevió a decir: «Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros». Es decir, lo que vive en las estrellas ha habitado en el cuerpo que estaba colgado en la cruz. Ahora se hacía visible en un ser humano lo que antes se buscaba en el mundo. Lo que antes sólo fluía a la tierra en el resplandor de la luz iba a descender al hombre. La visión de la vida fue conducida de una cosmología universal a una visión del centro del hombre, que fue impregnado por lo que brillaba desde las estrellas, que fue impregnado por la palabra viva del mundo.

El sentido, el significado más profundo que va a ser revelado por el Misterio del Gólgota es que también es posible mirar hacia el origen del mundo mirando dentro del ser interior de Jesús y estableciendo una conexión íntima entre el propio ser interior y el ser humano interior de Jesús, así como en el pasado se estableció una conexión entre el ser humano que vive en la tierra y la eterna Palabra Cósmica que habla desde las estrellas. El Misterio del Gólgota es, en efecto, la influencia más importante e incisiva en la evolución de la tierra y así lo indica el Nuevo Testamento.

Es de una profundidad maravillosa, y resulta inconmensurablemente conmovedor cómo se enseña, en el sentido de los Evangelios, -una vez relatado por un Evangelio, la otra por el otro-, la aparición de Cristo Jesús. Por un lado, están los tres sabios, los magos de Oriente, los portadores de la antigua sabiduría de las estrellas, los exploradores de la palabra del mundo de la escritura estelar del cosmos. Están dotados de la sabiduría más elevada que era accesible a la humanidad en aquella época. Y el Evangelio indica cómo la más alta sabiduría no puede hablar de otra cosa en aquel tiempo que: Cristo Jesús aparece, nos dicen las estrellas. La palabra eterna del mundo que vino en las estrellas, que vive en las constelaciones, nos dice que el Cristo Jesús aparecerá.

Las escuelas de sabiduría proclamaban: Desde el comienzo de la actual existencia terrenal de la humanidad, Júpiter completó su órbita planetaria 354 veces. Un año de Júpiter, un gran año de Júpiter, llegó a su fin desde el momento que los antiguos hebreos, por ejemplo, fijaron para el comienzo de la existencia del hombre en la tierra. De acuerdo con la concepción del mundo de esa época, un año ordinario solo tenía 354 días. Transcurrieron 354 días de Júpiter, y estos 354 días de Júpiter son como una frase que habla de la sabiduría cósmica, una frase sublime, en la que las palabras sueltas indican las revoluciones de Mercurio. Hay un día de Mercurio 7 x 7 = 49 veces, y esto en el mismo período de tiempo que un día de Júpiter.

Estos antiguos sabios buscaron tales conexiones en la escritura de las estrellas. Y lo que se inspiraba en sus almas a través de tal desciframiento de la escritura estelar, lo interpretaban de tal manera que podían revestirlo con las palabras: Cristo Jesús aparece, porque el tiempo se ha cumplido. El tiempo de Júpiter, el tiempo de Mercurio se ha cumplido. El gran cronómetro mundial, que se encuentra en las estrellas, habla de que el tiempo se ha cumplido. Los Evangelios lo proclaman por un lado. Por otro lado, como los pobres pastores en el campo, proclaman desde el sueño que brota de sus sencillos corazones, sin toda sabiduría, simplemente escuchando la voz piadosa y sencilla del alma humana, lo que los pobres pastores recibieron revelado desde esa profundidad del pecho humano. Y es el mismo mensaje: el Cristo aparece.

La sabiduría más elevada y la simplicidad más grande del alma se unen en las palabras: Cristo viene. En ese momento la sabiduría suprema ya estaba decadente, se estaba asentando. En cambio, surge algo que proviene del propio ser interior del hombre. Desde entonces, el pensamiento ha surgido del ser interior del hombre. Todavía no podemos elevarlo al estadio de la realidad; sigue siendo un Maya, pero es necesario, en una medida cada vez mayor, tener en cuenta que el pensamiento puede convertirse en una realidad. En los tiempos precristianos, el hombre miraba hacia las estrellas para experimentar la realidad. Debemos mirar hacia Cristo para tener realidad con respecto a nuestro ser interior. No yo, Cristo en mí, esta es la Palabra que conferirá peso y realidad interior al pensamiento.

La teología del siglo XIX ha convertido cada vez más a Cristo Jesús en una mera figura humana que también puede reconocerse por la historia externa: Jesús, el hombre sencillo de Nazaret, aunque fuera el más alto. Pero el Cristo se ha perdido. Sólo aparecerá en su verdadera forma mediante el renacimiento de una visión del mundo que se centre en lo suprasensible, una visión de la vida que mire desde lo sensual hacia lo suprasensible. En la misma medida en que la humanidad ha perdido lo espiritual que se esconde tras de lo sensual, debe ganar la realidad interior en el pensar que ha penetrado hasta el nivel luminoso pero abstracto.

Esta realidad interior se obtendrá percibiendo en la tierra misma, en las cosas que suceden en relación con el Misterio del Gólgota, algo que el alma humana solo puede enfrentar a través de concepciones suprasensibles. Cristo nacerá de nuevo en el desarrollo de la civilización humana en la misma medida en que nosotros decidimos comprender el Misterio del Gólgota, con la ayuda de un conocimiento suprasensible. Al absorber el conocimiento suprasensible, el hombre puede esperar un Belén perenne. Un significado profundo reside en las palabras del Ángelus Silesio: "Aunque Cristo nazca mil veces en Belén, pero no en vosotros, estáis perdidos para siempre".

Pero el Cristo debe nacer no sólo en frases vacías, sino en todo conocimiento, en toda sabiduría. Debemos ser capaces de ver lo que podemos obtener mediante la mera observación del mundo, igual que Pablo vio lo que el mundo exterior era para él antes de acercarse al acontecimiento de Damasco, antes de ver el mundo terrenal lleno del poder del Cristo vivo. Debemos llevar este poder del Cristo vivo a toda cognición. Debemos calentar el conocimiento frío y abstracto que nos ha llevado a la necesidad del presente. Debemos impregnar este conocimiento con el poder vivo de Cristo.

Esto es algo que se erige como una tarea significativa del presente. Debemos tener la sensación de que primero debemos llegar a Cristo. Debemos interiorizar la idea de Cristo. Debemos darnos cuenta de que la necesidad del momento es demasiado grande para aferrarnos simplemente a las costumbres navideñas externas. Debemos llegar a la convicción de que tal adhesión es una mentira comparada con los demás puntos de vista de nuestro tiempo. Debemos darnos cuenta de que el gran conflicto entre Oriente y Occidente también debe tener lugar en la esfera espiritual, que la Maya de Oriente y la Maya de Occidente, la Maya del mundo sensorial exterior y la Maya del pensar, deben llegar a un entendimiento armonioso.

No debemos creer que tenemos al Cristo en nuestro tiempo presente. Debemos sentirnos como los pobres pastores que eran conscientes de su necesidad. Debemos buscar al Cristo en lo más íntimo del ser humano, como los pastores buscaban al Cristo en el establo de Belén. Debemos ofrecernos a este Cristo, que transforma nuestros pensamientos en realidades. Debemos tener la humildad de elevarnos primero a la comprensión del nacimiento de Cristo. Debemos saber que primero tenemos que comprender la idea de la Navidad antes de poder apreciarla de la manera correcta. Debemos impregnarlo todo en los distintos ámbitos de la vida con el poder vivo de Cristo. Debemos trabajar, y celebraremos mejor las fiestas si trabajamos en la necesidad del momento, para hacer realidad en el sentido espiritual aquello que nos mira históricamente desde el lugar de la calavera del Gólgota como símbolo, aunque símbolo de la realidad.

Y así debemos entender que el pensamiento navideño más importante para nosotros hoy es éste: hacer realidad una Navidad universal a través de una comprensión correcta del cristianismo. Esta voz interior, este anhelo interior, pueden guiarnos durante la Nochebuena en el sentido de la necesidad actual del tiempo. Porque la fiesta de fin de año, la Navidad, sólo puede cobrar vida hoy si sentimos el anhelo de mirar esta Navidad como una invitación a mirar lo que la humanidad necesita en su desarrollo. Para que algo del sentimiento festivo que experimentamos en esta época del año pueda irradiarse para nosotros, para que a través del poder de la realización interior de lo que todavía es Maya para nosotros, podamos llegar a una resurrección de esa realidad divino-espiritual que se ha desvanecido en tiempos más antiguos y que, por lo tanto, ha llevado a la visión de Maya.

La humanidad ha entrado en la Maya, en la Maya exterior. Desde la maja interior, la humanidad debe desarrollarse hacia la verdadera realidad espiritual-anímica. Si comprendemos esto, entonces el pensamiento navideño individual en la época festiva estará lleno de un sentimiento mundial que necesitamos hoy si queremos sentir el verdadero valor humano y la verdadera dignidad humana. Entonces, de nuestros sentimientos hacia las festividades individuales, fluye en nosotros algo que nos desafía a confesar: Debemos celebrar en el tiempo de la necesidad de tal manera que poco a poco veamos las nuevas luces navideñas de una nueva vida espiritual. Debemos aprender a celebrar no sólo una Navidad individual, debemos aprender a celebrar la Navidad universal.

Traducido por J.Luelmo ene,2025