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viernes, 10 de enero de 2025

GA209 Dornach, 24 de diciembre de 1921 La aparición en Oriente del concepto de Maya en relación con el mundo exterior

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La aparición en Oriente del concepto de Maya en relación con el mundo exterior

RUDOLF STEINER


Dornach, 24 de diciembre de 1921

Si con las ideas del presente se oye decir que estamos haciendo aquí un curso durante las vacaciones de Navidad, esto puede parecer quizá extraño porque se tiene la idea de que con las grandes épocas festivas del año, el trabajo debe descansar y que el hombre debe abandonarse únicamente a los ejercicios religiosos, sobre todo en Navidad. Sin embargo, una visión más profunda de las circunstancias actuales no puede dejar de reconocer que en estos tiempos festivos conviene hacer algo distinto de lo que se ha hecho durante mucho tiempo. Vivimos tiempos difíciles, y debe parecer frívolo hoy querer simplemente continuar con las antiguas costumbres sin tener en cuenta los difíciles tiempos de penuria en los que hemos entrado, sin que nos afecte lo que está sucediendo en los mundos visible e invisible en nuestro tiempo presente. Vemos cómo la gente hace regalos en estos tiempos festivos, cómo limpian su árbol de Navidad de la manera tradicional, cómo hacen de otras maneras puramente según la tradición lo que la gente ha estado acostumbrada a hacer durante siglos. Hoy, sin embargo, tenemos que darnos cuenta de cómo esta costumbre se está convirtiendo casi en un sacrilegio.

Cualquiera que haya vivido los últimos años desde lo más profundo de su corazón, se siente como si hubiera tenido que vivir a través de siglos, y no puede sino mirar con cierta melancolía a esa parte de la humanidad que hoy piensa habitualmente de la misma manera que podía haber pensado con cierta justificación hasta principios o mediados de la segunda década de nuestro siglo. Para la mente imparcial de hoy, todas las cosas deben parecer cargadas de interrogantes de los acontecimientos de la época, de interrogantes que atañen a los elementos primigenios de toda vida humana. Aquellos de mis honorables oyentes que a menudo me han oído decir una cosa u otra sabrán lo poco que me inclino por la costumbre de hablar de vivir en una época de transición. Esto puede decirse de todas las épocas, porque la transición del pasado al futuro siempre se produce de forma natural. Sólo depende de en qué consista esta transición. Y hoy no se puede dejar de reconocer que el hombre sólo es consciente de su verdadera naturaleza cuando participa en las cosas poderosas que tienen lugar en el mundo.

Con frecuencia escuchamos el reproche de que muchas personas creen cada vez más que el cristianismo consiste en gritar "Señor, Señor", o en pronunciar el nombre de Cristo tan a menudo como sea posible. Pero hoy se necesita algo muy diferente: una cristianización de toda nuestra vida, en la que no baste pronunciar el nombre de Cristo, sino que implique unirnos profunda e íntimamente al Espíritu de Cristo. Vemos que en casi todo el mundo se están planteando hoy grandes problemas de la vida. Y ya podemos percibir que la región, la región europea que durante muchos siglos ha sido el escenario de la civilización humana, no puede seguir siéndolo en el futuro. Percibimos que los problemas del mundo se extienden ahora a territorios más amplios, y en el tiempo presente percibimos sobre todo a través de fenómenos sintomáticos, que en todas las esferas de la vida se anuncia el gran conflicto entre Occidente y Oriente.

Occidente encendió la llama de una joven vida espiritual basada en una base natural-mecanicista. Esta vida espiritual sólo es vista de la manera correcta por aquellos que sostienen que está en el comienzo de su desarrollo. Pero desde esta joven vida espiritual en Occidente debemos mirar hacia el Oriente; nos conectamos cada vez más con ella, también geográfica e históricamente, y Occidente debe contar con Oriente.

En Oriente existe una antigua vida del espíritu, una vida espiritual que se remonta a miles de años. Se puede sentir un inmenso respeto por lo que vive en Oriente; aunque ya está en decadencia; Se puede sentir por él la mayor reverencia cuando se mira hacia atrás, desde su actual estado de decadencia, a la sabiduría primitiva de la humanidad de la que surgió.

Cuando contemplamos los aspectos más espirituales de la vida, resuena en Oriente una palabra que siempre despierta un eco peculiar en nuestro corazón, sobre todo cuando adoptamos el punto de vista de Occidente. Es una palabra que está destinada a expresar en el lenguaje de Oriente la característica del mundo físico que percibimos a nuestro alrededor a través de nuestros sentidos. Oriente, comenzando por la India, se ha acostumbrado a designar este mundo físico-sensorial como MAYA, la gran ilusión, aparte del hecho de que se expresa más o menos claramente.

El Oriente, (pero, como se ha dicho, esto existe sólo en una forma decadente), se enfrenta así al mundo exterior percibido a través de los ojos y los oídos como una gran ilusión que confronta al hombre, como Maya.

Aquellos que aprenden a conocer las características de las concepciones de la vida de Oriente, deben experimentar que este concepto de Maya no estaba originalmente contenido en la sabiduría primigenia de Oriente. La ciencia espiritual de la Antroposofía nos permite, sobre todo, comprender el desarrollo de la civilización oriental que se extiende a lo largo de miles de años. Luego miramos hacia atrás, a un tiempo que se encuentra 3000 años antes de Cristo, y al remontarnos aún más en una antigüedad remota, encontramos cada vez menos este concepto de Maya, esta idea de la gran ilusión conectada con la realidad físico-sensorial del mundo externo. Si queremos indicar una época aproximada, podemos decir: Sólo a finales del III y IV milenio a.C. este concepto surge en Oriente; surge la convicción de que el mundo físico-sensorial que rodea al hombre no es una realidad, sino una gran ilusión, un Maya. ¿Cuál es la causa de este tremendo cambio en la concepción de la vida en Oriente? Esta causa está profundamente arraigada en la evolución del alma de la humanidad. Si miramos la sabiduría primigenia de Oriente, cómo se diferenció posteriormente de una manera poética en los Vedas, de una manera filosófica en la filosofía Vedanta, tal como se convirtió en la enseñanza del yoga, si, por ejemplo, prestamos atención a lo grandioso, ya que esta doctrina oriental está contenida en el Bhagavad Gita, entonces encontramos que una vez la esencia de esta sabiduría oriental fue que el hombre percibía no sólo el mundo sensorial exterior, sino que dentro de este mundo sensorial exterior el hombre percibía lo divino-espiritual en todo lo que veía con sus ojos, oía con sus oídos, tocaba con sus manos.

Para estos pueblos primitivos los árboles no se veían del modo en que los vemos hoy. Había algo en cada árbol, en cada arbusto, en cada nube, en cada primavera, que se anunciaba a sí mismo como el contenido del mundo cósmico anímico-espiritual. Dondequiera que uno mirara, veía lo sensorial impregnado por lo espiritual. El manantial no sólo borboteaba en tonos inarticulados, sino que del sonido del manantial se escuchaba contenido anímico-espiritual. El bosque no crujía inarticuladamente; Del susurro del bosque se escuchaba el lenguaje del Verbo eterno del mundo, un ser anímico-espiritual. De la tremenda vitalidad con que el hombre experimentaba el mundo en aquellos grises tiempos prehistóricos, el hombre actual sólo puede formarse una idea muy pequeña. 

Pero la vitalidad del espíritu con que el hombre vivía en su entorno se paralizó en comparación con el tercer milenio antes de Cristo. Y si nos trasladamos en el lugar de la evolución del tiempo, entonces nos damos cuenta de cómo, por así decirlo, la humanidad, ahora concebida como un todo, como humanidad oriental, percibía los fenómenos del mundo con un cierto sentimiento melancólico, como si los dioses se retiraran, como si desaparecieran bajo la superficie de las cosas. Y muchas mentes humanas particularmente profundas habrán expresado este sentimiento como si estuvieran orando de tal manera que dijeran: Los antiguos dioses han desaparecido detrás de la superficie de las cosas sensoriales externas. El mundo se ha vaciado de los dioses, y puesto que aparece como un mundo desprovisto de dioses, es Maya, es una gran ilusión.

No es que desde el principio se dijera que el mundo era esta gran ilusión, sino que, puesto que el mundo se había vaciado de dioses, se sentía que era una gran ilusión, una maja. Si se quiere volver al aspecto más vital de este punto de vista, hay que remontarse incluso más allá de la catástrofe atlante, a la humanidad atlante.

Porque, inmediatamente después de la catástrofe de la Atlántida, aparece débilmente en la civilización general este indicio de que el mundo de la apariencia físico-sensible externa todavía se considera como algo irreal. Pero gran parte de la percepción de los dioses todavía estaba presente en el mundo físico-sensorial hasta finales del cuarto milenio a.C. Había tanto disponible que hasta entonces no se necesitaba ningún consuelo real frente a lo que se sentía como la irrealidad en el mundo. Desde el final del cuarto milenio en adelante, se sintió la necesidad de un consuelo. Y este consuelo fue buscado para la humanidad por los iniciados, por los iniciados, por los maestros y sacerdotes de los Misterios, y fue buscado desde el lenguaje de las estrellas. Aquí en la tierra, se decía, no hay realidad. Pero si uno investiga las estrellas, entonces descubre por el lenguaje de las estrellas que la realidad llega a la tierra desde regiones lejanas del mundo. Las estrellas hablan un lenguaje que, cuando lo escuchamos, suena de tal manera que la maya del mundo adquieren un significado real.

Esa fue la gran impresión que causó en la humanidad la sabiduría de las estrellas que poseían los caldeos, la sabiduría de las estrellas de los antiguos egipcios, que esta sabiduría de las estrellas era percibida como la que dotaba de realidad a la Maya. Aquí en esta tierra sólo se puede encontrar lo irreal, así se decía. Uno debe mirar hacia arriba a la palabra eterna del mundo, que se expresa en los movimientos y posiciones de las estrellas para quien es receptivo, entonces la realidad se revela dentro de la Maya. Si uno quería reconocer algo importante, algo significativo para la vida, entonces buscaba explorarlo a partir de las estrellas y su lenguaje. Y así permaneció la comprensión humana del alma hasta la época del Misterio del Gólgota.

La sabiduría de los misterios, a partir de las estrellas, proclamaba a la humanidad lo que es real, pues existía la creencia de que esta realidad no podía encontrarse en la tierra. Quien comprenda la esencia griega en su verdad, sin embargo percibirá que, -aunque siempre se diga por cierta visión superficial que la esencia griega procede sobre la realidad, como con una especie de alegría infantil-, sin embargo sentirá cómo algo trágico pesa sobre la esencia griega, algo que anhela una especie de redención dentro de la vida humana. Y eso no es otra cosa que el eco del sentimiento oriental del que acabo de hablar.

Y nosotros, los seres humanos contemporáneos, hemos hecho que para nuestra civilización actual, se desarrolle el pensar, por así decirlo, como un bien supremo interior, el pensar se despliega por todos lados. Pero no hemos logrado reconocer este pensar como una realidad. Al entregarnos a la vida del pensar, nos sentimos como si viviéramos en una irrealidad. Y un gran número de personas dicen que la vida del pensar es una ideología. Con esta palabra ideología un gran número de personas quieren sugerir a la vida anímica interior lo mismo que los orientales sentían hacia la realidad exterior físico-sensorial, llamándola maya. Podríamos hablar de maya del mismo modo que hablamos de ideología, pero entonces tendríamos que referirnos a nuestra vida anímica interior.

Lo que en un determinado periodo de tiempo era la realidad más intensa para Oriente, lo anímico-espiritual, se ha convertido para nosotros en la Maya, y lo que para Oriente era Maya, es decir, el mundo físico-sensual exterior, se ha convertido en nuestra realidad naturalista. Y así vivimos llamando ideología o Maya a aquello que nos impregna interiormente hasta la madurez del pensar. Antiguamente Oriente veía dioses en la naturaleza sensorial externa. Estos dioses han desaparecido de él. En Oriente no disponían del pensar en la forma en que lo tenemos hoy. Esa es la especialidad de Occidente, que ha alcanzado el pensar, la forma más pura y luminosa de la vida anímica. Pero lo divino aún no lo hemos alcanzado en el pensar. Estamos esperando que lo divino surja en él. Aquello que para Oriente ha desaparecido de la sensorialidad exterior, debido a lo que esta sensorialidad exterior se ha convertido en la Maya, aún no existe para nuestro mundo de las ideas, para nuestro mundo interior del pensar. En el desarrollo histórico, el mundo sensorial exterior, -por lo que respecta a Oriente-, se ha vaciado gradualmente de dioses. Nuestro pensar está aún vacío de dioses. Sólo podemos entenderlo así si lo percibimos como una especie de profecía de que la maya de nuestro pensar se llenará algún día de realidad interior.

La evolución histórica de la humanidad se divide, pues, en dos partes significativas. Una se desarrolla desde la plenitud de los dioses hasta el vacío de los dioses. La otra, en cuyo comienzo nos encontramos, se desarrolla desde el vacío de los dioses hasta la plenitud de los dioses que cabe esperar. Y en el centro entre estas dos corrientes evolutivas se encuentra la cruz del Gólgota. ¿Cómo se sitúa esta cruz del Gólgota en la conciencia de la humanidad? Miramos hacia atrás, unos seis siglos más atrás del Misterio del Gólgota: vemos a Buda, que poco a poco es adorado por una gran comunidad. Vemos a este Buda cuando deja su casa, sale al mundo y ve un cadáver entre las múltiples cosas que ve. La visión de este cadáver tiene tal efecto en su alma que se aleja de la maya del mundo exterior. El cadáver tiene un efecto disuasorio en el Buda. Y porque tiene que ver la muerte, el cadáver, se siente obligado a levantar la vista del mundo hacia otro, hacia un Divino-Espiritual que no se encuentra en el mundo. La visión del ser humano muerto es el punto de partida para que Buda abandone el mundo y huya a un reino de realidad de otro mundo.

Y ahora pasamos a la época de unos seiscientos años después del Misterio del Gólgota. Mucha gente mira el gran símbolo: el crucifijo, la cruz de la que cuelga el cadáver. Se mira al muerto. Pero al muerto se le mira, no para huir, no para abandonarlo e irse a otra realidad, sino que en ese muerto se ve aquello en lo que hay que refugiarse. En doce siglos la humanidad ha cambiado de tal manera que hemos aprendido a amar la muerte en la cruz, la muerte de la que huyó Buda. Nada puede sugerir a la mente más profundamente, que el gran cambio que se produjo a través del Misterio del Gólgota, que se encuentra a medio camino entre estos dos puntos en el tiempo. Y al volver nuestros pensamientos de este modo al Misterio del Gólgota, debemos recordar lo que realmente se veneraba allí en el sentido del cristianismo original.

Pablo, iniciado en los misterios de su tiempo, no podía creer en Jesús vivo; luchaba contra Jesús vivo. Luego, cuando de camino a Damasco se dio cuenta de que el Cristo estaba vivo, de que el Cristo se había revelado desde las tinieblas del mundo, Pablo no creyó en el Jesús vivo, sino en el Cristo resucitado, y el Jesús vivo se hizo digno de él porque era portador del Cristo resucitado. A través de esta visión especial del contexto del mundo, la certeza de Pablo sobre la vida divino-espiritual surgió de la muerte.

Lo que había sucedido a la humanidad era que, mientras que en otros tiempos el consuelo se recibía mirando desde la tierra a las estrellas, desde donde hablaba el Verbo eterno, ahora se miraba al acontecimiento histórico del Gólgota, se miraba a una envoltura humana que encierra el misterio de la existencia. Y este misterio de la existencia - el apóstol Juan quiso expresarlo con las palabras: «¡En el principio era el Verbo!»

Sí, en el origen primigenio la palabra hablaba desde el curso y la posición de las estrellas. Esta palabra sonaba desde el cosmos. Pero esta palabra no se encontraba en la tierra, sino que penetraba desde los confines del cielo, desde la casa del Padre hasta la tierra. Pero el escritor del Evangelio de Juan se atrevió a decir: «Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros». Es decir, lo que vive en las estrellas ha habitado en el cuerpo que estaba colgado en la cruz. Ahora se hacía visible en un ser humano lo que antes se buscaba en el mundo. Lo que antes sólo fluía a la tierra en el resplandor de la luz iba a descender al hombre. La visión de la vida fue conducida de una cosmología universal a una visión del centro del hombre, que fue impregnado por lo que brillaba desde las estrellas, que fue impregnado por la palabra viva del mundo.

El sentido, el significado más profundo que va a ser revelado por el Misterio del Gólgota es que también es posible mirar hacia el origen del mundo mirando dentro del ser interior de Jesús y estableciendo una conexión íntima entre el propio ser interior y el ser humano interior de Jesús, así como en el pasado se estableció una conexión entre el ser humano que vive en la tierra y la eterna Palabra Cósmica que habla desde las estrellas. El Misterio del Gólgota es, en efecto, la influencia más importante e incisiva en la evolución de la tierra y así lo indica el Nuevo Testamento.

Es de una profundidad maravillosa, y resulta inconmensurablemente conmovedor cómo se enseña, en el sentido de los Evangelios, -una vez relatado por un Evangelio, la otra por el otro-, la aparición de Cristo Jesús. Por un lado, están los tres sabios, los magos de Oriente, los portadores de la antigua sabiduría de las estrellas, los exploradores de la palabra del mundo de la escritura estelar del cosmos. Están dotados de la sabiduría más elevada que era accesible a la humanidad en aquella época. Y el Evangelio indica cómo la más alta sabiduría no puede hablar de otra cosa en aquel tiempo que: Cristo Jesús aparece, nos dicen las estrellas. La palabra eterna del mundo que vino en las estrellas, que vive en las constelaciones, nos dice que el Cristo Jesús aparecerá.

Las escuelas de sabiduría proclamaban: Desde el comienzo de la actual existencia terrenal de la humanidad, Júpiter completó su órbita planetaria 354 veces. Un año de Júpiter, un gran año de Júpiter, llegó a su fin desde el momento que los antiguos hebreos, por ejemplo, fijaron para el comienzo de la existencia del hombre en la tierra. De acuerdo con la concepción del mundo de esa época, un año ordinario solo tenía 354 días. Transcurrieron 354 días de Júpiter, y estos 354 días de Júpiter son como una frase que habla de la sabiduría cósmica, una frase sublime, en la que las palabras sueltas indican las revoluciones de Mercurio. Hay un día de Mercurio 7 x 7 = 49 veces, y esto en el mismo período de tiempo que un día de Júpiter.

Estos antiguos sabios buscaron tales conexiones en la escritura de las estrellas. Y lo que se inspiraba en sus almas a través de tal desciframiento de la escritura estelar, lo interpretaban de tal manera que podían revestirlo con las palabras: Cristo Jesús aparece, porque el tiempo se ha cumplido. El tiempo de Júpiter, el tiempo de Mercurio se ha cumplido. El gran cronómetro mundial, que se encuentra en las estrellas, habla de que el tiempo se ha cumplido. Los Evangelios lo proclaman por un lado. Por otro lado, como los pobres pastores en el campo, proclaman desde el sueño que brota de sus sencillos corazones, sin toda sabiduría, simplemente escuchando la voz piadosa y sencilla del alma humana, lo que los pobres pastores recibieron revelado desde esa profundidad del pecho humano. Y es el mismo mensaje: el Cristo aparece.

La sabiduría más elevada y la simplicidad más grande del alma se unen en las palabras: Cristo viene. En ese momento la sabiduría suprema ya estaba decadente, se estaba asentando. En cambio, surge algo que proviene del propio ser interior del hombre. Desde entonces, el pensamiento ha surgido del ser interior del hombre. Todavía no podemos elevarlo al estadio de la realidad; sigue siendo un Maya, pero es necesario, en una medida cada vez mayor, tener en cuenta que el pensamiento puede convertirse en una realidad. En los tiempos precristianos, el hombre miraba hacia las estrellas para experimentar la realidad. Debemos mirar hacia Cristo para tener realidad con respecto a nuestro ser interior. No yo, Cristo en mí, esta es la Palabra que conferirá peso y realidad interior al pensamiento.

La teología del siglo XIX ha convertido cada vez más a Cristo Jesús en una mera figura humana que también puede reconocerse por la historia externa: Jesús, el hombre sencillo de Nazaret, aunque fuera el más alto. Pero el Cristo se ha perdido. Sólo aparecerá en su verdadera forma mediante el renacimiento de una visión del mundo que se centre en lo suprasensible, una visión de la vida que mire desde lo sensual hacia lo suprasensible. En la misma medida en que la humanidad ha perdido lo espiritual que se esconde tras de lo sensual, debe ganar la realidad interior en el pensar que ha penetrado hasta el nivel luminoso pero abstracto.

Esta realidad interior se obtendrá percibiendo en la tierra misma, en las cosas que suceden en relación con el Misterio del Gólgota, algo que el alma humana solo puede enfrentar a través de concepciones suprasensibles. Cristo nacerá de nuevo en el desarrollo de la civilización humana en la misma medida en que nosotros decidimos comprender el Misterio del Gólgota, con la ayuda de un conocimiento suprasensible. Al absorber el conocimiento suprasensible, el hombre puede esperar un Belén perenne. Un significado profundo reside en las palabras del Ángelus Silesio: "Aunque Cristo nazca mil veces en Belén, pero no en vosotros, estáis perdidos para siempre".

Pero el Cristo debe nacer no sólo en frases vacías, sino en todo conocimiento, en toda sabiduría. Debemos ser capaces de ver lo que podemos obtener mediante la mera observación del mundo, igual que Pablo vio lo que el mundo exterior era para él antes de acercarse al acontecimiento de Damasco, antes de ver el mundo terrenal lleno del poder del Cristo vivo. Debemos llevar este poder del Cristo vivo a toda cognición. Debemos calentar el conocimiento frío y abstracto que nos ha llevado a la necesidad del presente. Debemos impregnar este conocimiento con el poder vivo de Cristo.

Esto es algo que se erige como una tarea significativa del presente. Debemos tener la sensación de que primero debemos llegar a Cristo. Debemos interiorizar la idea de Cristo. Debemos darnos cuenta de que la necesidad del momento es demasiado grande para aferrarnos simplemente a las costumbres navideñas externas. Debemos llegar a la convicción de que tal adhesión es una mentira comparada con los demás puntos de vista de nuestro tiempo. Debemos darnos cuenta de que el gran conflicto entre Oriente y Occidente también debe tener lugar en la esfera espiritual, que la Maya de Oriente y la Maya de Occidente, la Maya del mundo sensorial exterior y la Maya del pensar, deben llegar a un entendimiento armonioso.

No debemos creer que tenemos al Cristo en nuestro tiempo presente. Debemos sentirnos como los pobres pastores que eran conscientes de su necesidad. Debemos buscar al Cristo en lo más íntimo del ser humano, como los pastores buscaban al Cristo en el establo de Belén. Debemos ofrecernos a este Cristo, que transforma nuestros pensamientos en realidades. Debemos tener la humildad de elevarnos primero a la comprensión del nacimiento de Cristo. Debemos saber que primero tenemos que comprender la idea de la Navidad antes de poder apreciarla de la manera correcta. Debemos impregnarlo todo en los distintos ámbitos de la vida con el poder vivo de Cristo. Debemos trabajar, y celebraremos mejor las fiestas si trabajamos en la necesidad del momento, para hacer realidad en el sentido espiritual aquello que nos mira históricamente desde el lugar de la calavera del Gólgota como símbolo, aunque símbolo de la realidad.

Y así debemos entender que el pensamiento navideño más importante para nosotros hoy es éste: hacer realidad una Navidad universal a través de una comprensión correcta del cristianismo. Esta voz interior, este anhelo interior, pueden guiarnos durante la Nochebuena en el sentido de la necesidad actual del tiempo. Porque la fiesta de fin de año, la Navidad, sólo puede cobrar vida hoy si sentimos el anhelo de mirar esta Navidad como una invitación a mirar lo que la humanidad necesita en su desarrollo. Para que algo del sentimiento festivo que experimentamos en esta época del año pueda irradiarse para nosotros, para que a través del poder de la realización interior de lo que todavía es Maya para nosotros, podamos llegar a una resurrección de esa realidad divino-espiritual que se ha desvanecido en tiempos más antiguos y que, por lo tanto, ha llevado a la visión de Maya.

La humanidad ha entrado en la Maya, en la Maya exterior. Desde la maja interior, la humanidad debe desarrollarse hacia la verdadera realidad espiritual-anímica. Si comprendemos esto, entonces el pensamiento navideño individual en la época festiva estará lleno de un sentimiento mundial que necesitamos hoy si queremos sentir el verdadero valor humano y la verdadera dignidad humana. Entonces, de nuestros sentimientos hacia las festividades individuales, fluye en nosotros algo que nos desafía a confesar: Debemos celebrar en el tiempo de la necesidad de tal manera que poco a poco veamos las nuevas luces navideñas de una nueva vida espiritual. Debemos aprender a celebrar no sólo una Navidad individual, debemos aprender a celebrar la Navidad universal.

Traducido por J.Luelmo ene,2025

lunes, 10 de julio de 2023

GA143 Munich 16 de mayo de 1912 Sobre la síntesis de las cosmovisiones un cuádruple anuncio

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SOBRE LA SÍNTESIS DE LAS COSMOVISIONES UN CUÁDRUPLE ANUNCIO

RUDOLF STEINER

Munich 16 de mayo de 1912

La ciencia espiritual debe convertirse en un instrumento de comprensión mutua, a través del cual aprendamos a comprendernos, por así decirlo, en toda la humanidad, hasta el alma.  Y este aprender a comprendernos a nosotros mismos hasta el alma debe, por así decirlo, impregnarnos como actitud antroposófica, debe vivir en nosotros, pues de lo contrario ni siquiera las verdades ocultas que afluyen a la humanidad a través de la ciencia espiritual serán bien comprendidas por nosotros. En este sentido, la ciencia espiritual, -porque es, por así decirlo, la clave para comprender lo más íntimo-, puede traer la paz y la armonía a la Tierra. ¿Cómo puede hacerlo? 

Ilustremos esto con un ejemplo concreto.  Tomemos, por ejemplo, la relación de dos personas que tienen creencias religiosas diferentes a lo largo y ancho de la tierra, digamos el cristianismo y el budismo. Lo mismo que podemos decir con respecto a los cristianos y los budistas, que sólo nos dan ejemplos clásicos, podría decirse también, por supuesto, de las visiones del mundo de dos personas que viven una al lado de la otra aquí en Europa; porque lo que es verdad a gran escala también lo será a pequeña escala a través de la comprensión del espíritu. Si tomamos al cristiano y al budista tal como son en las confesiones ortodoxas tradicionales, ¿Cómo se sitúan el uno en relación al otro? Pues bien, el cristiano cree en realidad que el budista sólo puede salvarse si acepta el cristianismo en la forma en que lo ha hecho. Y así vemos las actividades misioneras de los cristianos entre los budistas; llevan allí su confesión especial. Y de manera bastante similar se comporta también el budista ortodoxo. Supongamos que ambos se convierten en antropósofos. ¿Cómo puede el cristiano, como cristiano antroposófico, comportarse con el budista? Ahora, digamos, oye lo que pertenece a las cosas más importantes del budismo y que, en el fondo, sólo entiende correctamente quien vive dentro del budismo mismo. Hoy en día se oye hablar de lo que se llama el contenido de los diversos credos religiosos de dos maneras: de las personas que hacen estudios religiosos comparativos y de las que aprenden sobre el contenido de los diversos credos religiosos de una manera científico-espiritual.  Si consideramos a los que practican estudios religiosos comparativos, debemos decir que son personas extraordinariamente laboriosas y activas que se esfuerzan por cultivar la comparación erudita de las diversas confesiones religiosas. 

Pero cuando comparan estos credos religiosos, aparece algo muy especial; entonces lo que buscan, aunque no lo admitan, es en realidad sólo la falsedad de los diversos credos religiosos. La gente busca lo que no es verdad, lo que acaba de ser aceptado en tiempos infantiles por los diversos credos religiosos; es decir, buscan la falsedad. El que, como científico espiritual, se ocupa de ello, busca el núcleo principal en los credos religiosos individuales, busca lo que está contenido en un solo matiz, pero aún como matiz de percepción, en tal o cual credo religioso. Así que busca lo que es verdadero en las confesiones religiosas individuales, no lo que es falso. 

En este sentido, las cosas pueden resultar un tanto raras. ¿No es así?. Ningún hombre que conozca los hechos tendrá otra cosa que el mayor de los respetos por Max Müller, el que quizá sea el mayor estudioso comparativo de las religiones o el mayor conocedor de los estudios religiosos. Él tampoco aportó mucho más de lo que podría llamarse: la falsedad de las confesiones orientales. Pero lo creyó, él dio todo con eso. Y entonces Blavatsky apareció y habló de manera muy diferente. Habló de tal manera que la gente vio en ella que conocía el núcleo principal de las Confesiones Orientales. 

¿Qué decía Max Müller? Su juicio es un tanto grotesco y demuestra que un erudito no necesita estar firmemente fundamentado en la lógica. Él decía que la gente sigue a Blavatsky, la cual sólo les da un relato completamente falso de las religiones orientales, en tanto que ella no tiene en cuenta el verdadero relato de las mismas, que él, Max Müller, por ejemplo, da. Y usaba la siguiente comparación: "Sí, cuando la gente va por la calle y ve a un cerdo de verdad gruñendo, no se sorprende especialmente, pero cuando ve a un hombre gruñendo como un cerdo, causa conmoción". - Quería comparar lo que dan de sí los sistemas religiosos orientales de forma natural, es decir, su tipo de comparación religiosa, con el cerdo que gruñe de forma natural, -¡no soy yo quien hace la comparación!-, y quería comparar lo que H. P. Blavatsky ha dado con un ser humano que gruñe de esta manera. Bueno, no quiero hablar del gusto de la comparación, porque no me parece muy lógica: me sorprendería un poco encontrarme con una persona que pudiera gruñir engañosamente. Pero no utilizaría, de verdad que no, la otra comparación de la religión comparada con el animal en cuestión, y es extraño que el propio Max Müller la utilizara.  

La ciencia espiritual nos familiariza con el núcleo de la verdad en las diversas religiones. Tomemos un punto crucial en el budismo: el budista, habiendo comprendido el núcleo básico de su confesión, sabe que existen bodhisattvas, y sabe que estos bodhisattvas, una vez que comienzan como individualidad, experimentan una evolución más rápida que los demás individuos humanos y luego ascienden a buda. Buda es un nombre general para todos aquellos que ascienden de Bodhisattva a Buda en una encarnación humana, carnal. Y uno de los que se distingue particularmente con el nombre de Buda es precisamente el hijo de Shuddhodana: Gautama Buda. Y de él hay que reconocer, como de todo Buda, que cuando alcance la dignidad de Buda en el vigésimo noveno año de su vida, aquella encarnación en la que esto ocurra será la última encarnación, que no necesitará luego descender de nuevo a una encarnación carnal terrenal. El budista lo considera una verdad. El investigador religioso comparativo lo consideraría un juego de niños. Pero el antropósofo, que conoce los secretos de las religiones en todos los campos, no se acerca al Buda de este modo, sino que sabe que tal cosa es una verdad. Y del mismo modo que sólo algún budista devoto, el antropósofo se enfrenta al budismo y dice: Sí, sé que existe tal cosa como los Bodhisattvas que ascienden hasta el Buda, que no necesita encarnarse de nuevo. Esa es una de las afirmaciones de vuestra comunidad religiosa, lo reconozco, igual que vosotros, y habiéndolo reconocido, puedo admirar a vuestro Buda con veneración, igual que vosotros. - Es decir, el cristiano antroposófico empieza a comprender plenamente lo que dice el budista, y tiene con él los mismos sentimientos y emociones, los comparte con él, y se entienden de una parte a otra al principio.

Tomemos el otro caso, que el budista ahora también se ha convertido en antroposófico y aprende a reconocer lo que el cristiano, que se ha elevado por encima de los estrechos confines del punto de vista ortodoxo confesional, sabe sobre el cristianismo. Supongamos que este budista antroposófico escucha lo que tal cristiano sabe decir sobre el propio Impulso Crístico. Se entera de que en el cristianismo, en el esoterismo cristiano, se reconoce que en un momento dado de la evolución del hombre sobre la tierra, se le acercó lo que se llama Lucifer; Entonces escucha que a través de esto este ser humano descendió más bajo de lo que hubiera sido el caso si no hubiera habido influencia luciférica; y entonces escucha que en realidad es algo a lo que miramos como a un asunto de los dioses cuando consideramos la rebelión, la indignación de Lucifer frente al avance de los poderes de los dioses. Así que estamos viendo un asunto de los dioses. Y entonces escuchamos del cristiano que realmente entiende su cristianismo que la compensación por este asunto de los dioses, que tuvo lugar entre los dioses que avanzaban y Lucifer, tuvo que convertirse en lo que llamamos el Misterio del Gólgota.  ¿Y por qué?   

Pues bien, en su forma actual la muerte y todo lo relacionado con la muerte ha llegado realmente a través de la influencia luciférica. Pero la muerte es algo que sólo puede encontrarse en el mundo físico. La muerte no existe en un mundo suprasensible, en la medida en que los mundos suprasensibles son accesibles al hombre con su conciencia clarividente. Ni siquiera las almas grupales de los animales mueren; sólo se transforman. Existe la metamorfosis, pero no lo que se llama muerte. La desintegración, el desmoronamiento de una parte de cierta entidad, la muerte, sólo existe en el mundo físico.

Ahora bien, como compensación -esto sólo puede insinuarse-, el sufrimiento de la muerte tuvo que ser elegido por los seres sobrenaturales para tener una causa común con los hombres, algo que pudiera ser una compensación a la rebelión luciférica. Para vencer a Lucifer, lo divino tuvo que pasar por la muerte; para ello tuvo que descender a la tierra. 

Por lo tanto, lo que sucedió a través del Misterio del Gólgota, es un asunto de dioses, mediante el cual se ha compensado el asunto de Lucifer. Es el único asunto de dioses que ha tenido lugar ante los ojos de los hombres. Este impulso único, que no debe imaginarse de otro modo que el paso de lo Divino a través de la muerte en el plano físico y la irradiación del Impulso Crístico en la atmósfera espiritual de la Tierra a partir de entonces.

Quien conoce el cristianismo considera que ésta es su esencia original. En esto el cristianismo se diferencia de todas las demás religiones en un sentido más profundo, en que las demás religiones ven lo principal en su origen en algún fundador de la religión, en una personalidad; pero que el cristianismo no ve lo esencial en la persona de Jesús de Nazaret, sino que ve en este fundador personal sólo al portador del impulso Crístico, que el cristianismo ve lo esencial en un hecho. Esto debe captarse con toda la intensidad posible: en un hecho que una vez tuvo que tener lugar como tal en el desarrollo de la tierra: en el paso de lo divino a través de la muerte. Este es el matiz especial de la verdad en el cristianismo: que en el punto de partida no se sitúa una individualidad, sino un hecho, un acontecimiento, una experiencia.  Por lo tanto, no importa en absoluto si se nos dice: "Sí, mira, Jesús de Nazaret tiene todo tipo de pasiones, todo tipo de características, que un hombre, digamos, que es de alguna manera avanzado de acuerdo con los puntos de vista orientales, ya no se le permite tener. Esa no es la cuestión. Quien se deja distraer por eso no entiende nada del cristianismo, porque el cristianismo no tiene que ver con Jesús de Nazaret, sino con el acontecimiento del Gólgota, con ese hecho. ¡Que otros fundadores de religiones tengan cualidades personales más agradables para otros pueblos que las de Jesús de Nazaret! Pero los que, como budistas, se hacen antroposóficos, se dan cuenta de que en el cristianismo lo que cuenta es el acontecimiento del Gólgota, y devolverán al cristiano lo que él les ha dado. Dirán: Así como tú mismo admites que hay Bodhisattvas que se desarrollan como individualidades, ascienden al Buda y luego no necesitan encarnarse de nuevo, así nosotros admitimos que una vez en el desarrollo del hombre ha tenido lugar tal tránsito de lo Divino a través de la muerte. Vosotros nos admitís el matiz de verdad de nuestra religión, y nosotros a vosotros el matiz de verdad de vuestra religión. - Así ambos se entienden. No se entenderían, por ejemplo, y se crearía discordia si vinieran cristianos que se creyeran antroposóficos y dijeran: No os creo, que un Buda ya no pueda aparecer en cuerpo de carne, pero supongo que dentro de cierto tiempo el Buda volverá a aparecer en cuerpo de carne. - Eso sería una imposibilidad para quien reconoce el budismo en su esencia. Sería imposible esperar que el budista creyera que su Buda podría aparecer de nuevo en la carne. El budista diría: Usted no entiende el budismo. - Y es muy natural, y no debería discutirse en absoluto, que así como el que sostiene que un Buda volvería a aparecer en la carne no conoce el budismo, el que sostiene que un Cristo podría volver a aparecer en la carne no habla del cristianismo, que por lo tanto no se da cuenta de que se trata aquí de una vida única de una entidad divina en la tierra, precisamente con el fin de pasar por la muerte en el plano físico, y no de otra cosa. Se trata, pues, de una cuestión de comprensión mutua en toda la tierra, de comprenderse realmente y de hacer así las paces.  

Se causaría discordia si se afirmara a los budistas que el Buda volvería a aparecer en la carne; y se causaría discordia si se afirmara que el Cristo podría volver a venir en la carne. Tales cosas tendrían que resarcirse profundamente, pues son imposibilidades comparadas con lo que realmente vive la evolución de la humanidad.

Sería grotesco que alguien afirmara que el Cristo debe venir de nuevo y que los hombres deben ahora comprenderle mejor que entonces y deben ahora prepararse mejor para Él y no matarle: ¡quien así lo hiciera no sabría que lo que importa es precisamente el hecho de matarle y que sin ello no existiría cristianismo alguno! La buena voluntad de comprender conduce realmente a la comprensión mutua, y vemos cómo la ciencia espiritual puede ser un instrumento para buscar el núcleo principal en las confesiones religiosas individuales de todas partes. Si se quiere, se encuentra. Por lo tanto, es el mensaje de paz sobre el mundo.  La ciencia espiritual tendrá que crear un alma cultural sobre toda la tierra, además del cuerpo cultural material, que hoy existe en las relaciones industriales y comerciales sobre toda la tierra.  Precisamente reconociendo la diversidad que se ha dado a la humanidad en los diversos credos religiosos, y relacionando luego con ella lo que se nos aparece como el núcleo de la verdad justamente a través de la ciencia espiritual, justamente a través de esto alcanzamos una especie de síntesis, una unificación de las diversas visiones del mundo en nuestro tiempo. Esto debe recalcarse con respecto a un punto. 

La atención se centró en Elías, por ejemplo. Hay algo sorprendente en la investigación ocultista sobre él. Sólo tengo que decir que nos llama la atención su singularidad; por lo que es como un presagio de lo que debería haber sucedido a través del Impulso Crístico. Sigue concibiendo el asunto de tal manera que la esencia divina se expresa en el yo del pueblo; pero ya llama la atención sobre el hecho de que el medio más digno de reconocimiento reside en el propio yo. En este sentido, Elías debe entenderse como una especie de heraldo del cristianismo, y ninguno de los otros profetas me parece que sea un heraldo de tal manera como Elías. El trasfondo de Jehová sigue estando en sus palabras; pero ya encontramos en él al Jehová trasladado hasta el yo humano tanto como sólo es posible.  

Luego volvemos la mirada hacia otra figura, también como personalidad individual, Juan Bautista. Encontramos cómo él precede al Impulso Crístico, cómo Juan Bautista se presenta realmente como aquel que caracteriza con palabras el Impulso Crístico. Dice: ¡Cambia de opinión, no mires más a los tiempos de la antigua clarividencia, sino busca dentro de tu propio ser humano los reinos del cielo! - Lo que es el Impulso Crístico en realidad: Juan el Bautista lo caracteriza. Es un heraldo del cristianismo de una manera maravillosa. Lo que vive en el corazón de Juan el Bautista nos parece como una especie de educación ulterior, de educación espiritual interior ulterior, comparado con lo que vivía en Elías.

Después dirigimos nuestra mirada a Rafael y lo miramos como una figura aparentemente muy distinta a la de Juan el Bautista; pero al mirar a Rafael -sí, sólo tenemos que ahondar un poco en él tan humanamente-, encontramos en él a un heraldo del cristianismo.

Veamos lo siguiente. Veamos un pasaje de los Hechos de los Apóstoles, el pasaje donde dice: "Y Pablo llegó a Atenas, y los atenienses se reunieron a su alrededor; y Pablo se puso delante de ellos, y dijo: Vosotros, mujeres y hombres de Atenas, hasta ahora habéis adorado a vuestros dioses en toda clase de signos; pero la divinidad no reside en realidad en signos externos. Sin embargo, también tenéis un altar, en el que está escrito: ¡Al dios desconocido! Pero yo os digo que ese Dios desconocido es aquel que no puede ser indicado por signos externos en su verdadera forma, sino que subyace a todo lo que vive, a todo lo que existe. Es el que vivió en la tierra y resucitó de entre los muertos, el que mediante la resurrección conducirá al hombre mismo a la resurrección." Y los Hechos de los Apóstoles continúan contándonos -y vemos literalmente a Pablo de pie ante los atenienses- cómo algunos atenienses creyeron y otros no. . Entre los primeros estaba Dionisio el Areopagita. Veamos a continuación el cuadro colgado en la Camera della Signatura de Roma, pintado por Rafael y titulado "La Escuela de Atenas". Supongamos ahora -como era natural en aquella época- que Rafael tuvo ante sí el pasaje de los Hechos de los Apóstoles del que acabamos de hablar. Este pasaje cobró vida en él. Y ahora miramos a los diversos atenienses a los que les puso las caras, y salvo por el movimiento de la mano, vemos salir -destacando entre los atenienses- una figura que reconocemos si sólo consideramos al Pablo de los Hechos de los Apóstoles.  

Y así podríamos recorrer las cosas más diversas de Rafael. Sin embargo, si nos fijamos en sus diversas Madonnas, tenemos que preguntarnos: ¿No hay algo extraño en Rafael? Es genial cuando pinta las escenas que muestran el devenir, el crecimiento en el surgimiento del cristianismo, el pequeño Jesús como algo que contiene, como en germen, todo el cristianismo en devenir. Pero no encontramos ninguna traición de Judas pintada por Rafael, ni en realidad ninguna crucifixión, porque su crucifixión nos parece ensamblada, nada que ver con las otras obras de Rafael. Encontramos la Anunciación, la Ascensión, es decir, las cosas que son que apuntan a la mayoría de edad del cristianismo.

¿Y cómo hablaban estas cosas a la gente? Sí, hablaron de una manera muy peculiar. Sabéis que en Dresde se encuentra una de las obras más magníficas de Rafael: la Madonna Sixtina. La gente que piensa brevemente puede creer que se trata de una obra de arte que ha entrado en Alemania como un vencedor. A Goethe no le impresionó en absoluto, porque había oído lo que en general se pensaba de esta obra. De joven, Goethe aún no estaba tan seguro de su juicio como en su vejez y todavía se prestaba a lo que decía la gente. ¿Qué le dijeron los responsables del museo de Dresde? Pues que el niño era mezquino en toda su expresión, que la Madonna había sido pintada por un chapucero, que los pequeños angelitos del fondo habían sido pintados por algún esbirro. Esa era todavía la actitud hacia la Madonna Sixtina cuando Goethe llegó a Dresde de joven. Pero veamos cómo es ahora. Veamos en qué se convirtió realmente Rafael para la gente. Rafael trabajó en Roma en una época en la que los dogmas religiosos eran objeto de gran debate.  

La forma en que Rafael pinta los misterios cristianos es interconfesional. Si tomamos a los grandes pintores italianos posteriores, ahí vemos los misterios religiosos pintados de tal manera que reconocemos: éste es el cristianismo de la raza latina. Rafael pinta de tal manera que tenemos que ver con representaciones generales de misterios cristianos que están por encima de los pueblos.  Por eso vemos cómo en poco tiempo la Madonna Sixtina se instala en las almas incluso en las regiones protestantes. Y si la Antroposofía ha de trabajar por la comprensión de los misterios cristianos, encontrará su mejor entrada en aquellas almas en las que viven los sentimientos que han sido ganados por imágenes como la Madonna Sixtina, en aquellas almas que están preparadas de este modo. Y cuando hoy decimos que el Cristianismo está sólo en el comienzo de su desarrollo, que sólo recibirá su verdadera forma a través de la clave espiritual que la Antroposofía es capaz de dar, entonces sabemos que Rafael está frente a este Cristianismo como un heraldo. Y de nuevo volvemos la mirada a otra figura, utilizando sólo lo que es la manera occidental de ver las cosas: volvemos la mirada a la figura del poeta alemán Novalis.  Si nos fijamos en Novalis, encontraremos por todas partes aproximaciones a las más puras enseñanzas antroposóficas, hasta en los detalles; sólo hay que desentrañarlas, por así decirlo. Así vemos cómo Novalis está impregnado de un cristianismo antroposófico.  

Por lo que trajimos cuatro figuras como personalidades. Esa era la visión occidental. Ahora viene la profundización espiritual-científica. A través de esto, la gente ya aprenderá por qué, por ejemplo, Rafael siente esa atracción magnética de encarnarse en la tierra precisamente un Viernes Santo, para indicar exteriormente a través de su nacimiento en Viernes Santo que tiene algo que ver con el Misterio Pascual. Estas cosas sólo pueden insinuarse hoy; pasarán algunas décadas, entonces la gente se dará cuenta de las cosas que se afirman de este modo, igual que hoy se dan cuenta de los hechos científicos: a saber, que es la misma individualidad la que vivió en Elías, Juan el Bautista, Rafael y Novalis. Primero reconocerán las personalidades, luego la individualidad tal como pasó a través de ellos.  Y ahora comprendemos el cuádruple heraldo y el ascenso en este cuádruple heraldo. Ahora nos enfrentamos a ello de forma muy distinta a como lo hacíamos antes. Hoy ya sabemos que las estrofas de Roma ya no pueden verse en su forma original; están estropeadas, ya no son como las pintó la mano de Rafael, y sólo harán falta siglos para que estas cosas desaparezcan. Aunque las copias tendrán una vida más larga, lo que la individualidad ha creado se disolverá en sus átomos. Pero aunque las obras físicas de Rafael se pulvericen con el paso del tiempo, sabemos que la misma individualidad que produjo esas obras ya estaba de nuevo ahí, en Novalis, y de un modo diferente hizo surgir lo que había en él. 

Así vemos cómo hoy la individualidad se añade a lo que ha constituido la mirada occidental, la mirada limitada a las personalidades; como se une, por tanto, lo mejor que constituye la cosmovisión occidental con lo mejor que tiene la mirada oriental. Así avanza la evolución de los tiempos.  A medida que la humanidad avance de este modo y se dé cuenta de tales cosas, el mundo espiritual no permanecerá en silencio, sino que hablará a la humanidad incluso en los fenómenos más cotidianos. Y la gente no sólo tendrá que elevarse al mundo espiritual, por así decirlo, a través de una especie de conocimiento, sino que cada vez más este conocimiento se transformará en una especie de, podríamos decir, experiencia. Para ello, sin embargo, es necesario hoy un verdadero movimiento espiritual. Que tal movimiento es necesario se demuestra simplemente por el hecho de que incluso las cosas más simples ya no se juzgan de la manera correcta. 

Seleccionemos hoy un detalle. El hombre, si lleva una vida sana, pasa por la vigilia y el sueño en el transcurso de veinticuatro horas. Sabemos que cuando se duerme, los cuerpos físico y etérico permanecen en la cama y que el cuerpo astral y el yo salen. ¿Qué sucede entonces con lo que permanece en la cama? Cuando el clarividente mira desde su cuerpo astral lo que sucede en el cuerpo etérico y en el cuerpo físico, ve cómo comienza una vida más vegetativa, una vida que en realidad ha sido desgastada por la conciencia del día.

La fatiga se equilibra; es decir, ahora florece y brota en el cuerpo etérico y en el cuerpo físico, y el cuerpo astral y el yo se han retirado. Cuando por la mañana se sumergen de nuevo en el cuerpo físico y en el cuerpo etérico, entonces tienen que llevar éstos de nuevo a la fatiga; pastan, dejan marchitar lo que ha brotado durante la noche.  

Todo lo que hay en el microcosmos también está presente en el macrocosmos. Cuando vemos en primavera cómo la tierra deja brotar su verdor en las plantas, cómo brotan las flores y las hojas y cómo las plantas se preparan para dar fruto, ¿Qué tenemos ahí? El que compara externamente dirá que el despertar por la mañana puede compararse con el despertar de la naturaleza en primavera. Pero lo cierto es lo contrario. Debemos comparar el florecer en primavera con el dormirse. Debemos comparar el surgimiento y crecimiento de las plantas en primavera con lo que ocurre en el cuerpo etérico y físico del hombre cuando se duerme. Luego se vuelve cada vez más vivo a medida que se acerca el verano, como en el cuerpo físico y etérico del hombre en pleno tiempo de sueño. Y en otoño se vuelve como cuando el hombre por la mañana se sumerge en el cuerpo físico y etérico, en otoño, que lleva a marchitarse lo que ha brotado durante la primavera y el verano. Debemos unir correctamente lo que sucede fuera y dentro; no debemos buscar alegorías externas y comparar la primavera con el despertar, el otoño con el dormirse, sino al revés. Para que podamos decir: Lo que son los espíritus de la tierra se duermen en primavera y se despiertan como espíritus de la tierra en otoño e invierno. En invierno se conectan con la tierra como espíritus de la tierra, para ascender de nuevo en primavera y verano a las alturas del cielo, a las alturas astrales y al otro lado de la tierra. Cuando volvemos a tener primavera, vuelven a dormirse.  

Esto no se contradice por el hecho de que la tierra duerme en una mitad de su superficie y en la otra mitad. El que sigue los procesos clarividentemente ve cómo es en primavera igual que en el sueño humano, donde el espíritu individual se retira al mundo astral; ve que en primavera lo que llamamos los espíritus de la tierra se retiran al mundo astral, y viceversa.

Sí, la raza humana de hoy -con excepción de los que están sentados aquí- probablemente se reiría a carcajadas si uno hablara de esta manera de los espíritus de la tierra que se duermen y se despiertan. Eso es lo que la gente cree; hacen todo lo posible para demostrar que no tienen ni idea de los procesos reales del mundo. Pero no siempre fue así, en absoluto, ¡sino que una vez fue diferente! Había una antigua clarividencia humana que veía estos hechos correctamente. Se veía que los espíritus de la tierra se retiran en primavera para ascender, por así decirlo, a las alturas cósmicas. En otoño estos espíritus descienden de nuevo. Esto se veía en la antigüedad. Era natural señalar que en pleno verano hay algo así como una ausencia del espíritu terrestre real de la tierra. En su lugar se produce un estallido de los espíritus elementales, como en un paroxismo, y un repliegue de lo que es corporal terrenal sobre la tierra, que emerge así a través de lo sensual. Si se quisiera ilustrar esto, no se podría hacer mejor que trasladando la fiesta de San Juan a esta misma época para señalar cómo actúan los espíritus brotantes de la naturaleza y se retiran los espíritus actuales de la tierra, que son el yo y el cuerpo astral de la tierra.  

¿Pero cómo es cuando llega el invierno? La tierra se despierta, el cuerpo astral y el yo están conectados con la tierra. Es entonces cuando las fiestas que se relacionan principalmente con el aspecto espiritual del ser humano deben trasladarse. Es entonces cuando se traslada la festividad de Navidad. Y luego, cuando el espíritu de la tierra se aleja hacia las alturas -lo que se indica con la fiesta de Pascua-, este alejamiento de la tierra, este ir hacia el astral, estaba relacionado con la relación entre el sol y la luna.

Todas estas cosas en las que estamos mirando nos conectan de una manera maravillosa con la antigua clarividencia, nos muestran cómo tenemos que ver algo en lo que sobresale de los tiempos antiguos que tiene que ver con la antigua clarividencia en el hombre. Es muy natural que la cosmovisión materialista diga que sólo tiene que educar el cuerpo, que diga: Es inconveniente para nosotros, especialmente en lo que se refiere a las transacciones con cheques y cosas similares, tener la Pascua una vez temprano en el año y la otra tarde, y hay que remediarlo para que el comercio y la industria puedan salir lo más cómodamente posible. Así que, digamos, ¡la Pascua debería celebrarse siempre el primer domingo de abril! - Esto sólo es apropiado para los tiempos materialistas, que no tienen ninguna conexión con el mundo espiritual.  Así como es apropiado para el materialismo abrigar tales ideas, es igualmente cierto que un movimiento espiritual debe preservar la conexión con las antiguas determinaciones de la humanidad. Y, por lo tanto, no nos abstendremos en modo alguno -especialmente en lo que respecta a la actividad práctica- de hacer lo que es apropiado para una visión espiritual del mundo.  

Y esto debe expresarse en lo que tenéis ante vosotros en nuestro calendario, que por supuesto parece ridículo para el mundo exterior, al que sin embargo no queremos ocultárselo, aunque piensen que somos tontos por ello. Se expresa a través de este calendario que tenemos que aferrarnos a la conexión con los viejos tiempos. En la ilustración del calendario, que ha sido elaborada por un miembro al que adoramos y queremos mucho, tienes una renovación de lo que ya se ha vuelto seco y aburrido: de las imaginaciones relativas a las constelaciones del sol y la luna y los signos del zodíaco, renovadas para el alma de hoy, dadas de tal manera que cuando miras la sucesión de semanas y días tienes realmente algo de ello. Si haces la pregunta: ¿Cómo puede uno mismo llegar a tales cosas? -entonces echa un vistazo al "Calendario del Alma": Esas meditaciones son el resultado de muchos años de investigación y experiencia oculta. Si las haces efectivas en el alma, entonces verás que aquello que forma la conexión entre la efectividad de los mundos espirituales y la secuencia de los tiempos se establece en esta alma.  

Y eso que llamamos el Misterio del Gólgota, lo hemos hecho exteriormente, exotéricamente, de tal manera que no choca a primera vista. Hemos hecho un arco a su alrededor, en el que está escrito 1912/13, pero interiormente el calendario está calculado de tal manera que el comienzo se hace con el nacimiento de la conciencia del yo humano, es decir, con el Misterio del Gólgota.

Y además, el año se cuenta de un modo que será bastante inconveniente para la vida comercial, pero como es necesario para la vida espiritual: ¡de Pascua a Pascua! De modo que con él se da algo que ha salido de nuestro modo de pensar y que puede ser utilizado por todos, para que al usarlo pueda dar de nuevo un paso más hacia el camino de lo espiritual de lo que puede lograrse por otros medios.

Cada vez será más evidente cómo las cosas que emprendemos dentro de nuestro movimiento antroposófico se conciben en realidad a partir de un principio básico uniforme y de un impulso básico, y cómo lo individual no debe su existencia a un capricho, sino que está colocado de tal manera que realmente encaja en el conjunto de nuestra obra como un solo bloque de construcción.  Para ello, por supuesto, es necesario que cada vez más miembros individuales comprendan esta cooperación y que superemos los intereses particulares y los esfuerzos especiales y nos centremos más en lo que nos une. Ciertamente, es comprensible que haya muchas aspiraciones y deseos especiales entre los miembros individuales, que a algunos les gustaría traer esto y a otros aquello al movimiento antroposófico. Pero especialmente aquí, en este lugar, donde será necesaria una cooperación verdaderamente desinteresada si realmente queremos reunir lo proyectado, debe arraigar muy, muy profundamente en los corazones que sólo tendremos un efecto favorable si no hacemos valer nuestras aspiraciones especiales, sino aquello que se integra en el todo por lo que se lucha, como un bloque de construcción. De lo contrario, no puede convertirse en un todo. Esto es extraordinariamente importante y, en este sentido, creo que el nacimiento de lo que va a suceder es también la base para un estudio de cómo debe desarrollarse el movimiento antroposófico. 

Así es como he intentado explicarles hoy algunos de nuestros puntos de vista de orientación antroposófica, y de este modo hemos creado, por así decirlo, una especie de sustituto de lo que debería haber sucedido esta vez, pero que no ha podido tener lugar porque no se han obtenido todas las aprobaciones oficiales: a saber, la colocación de la primera piedra de nuestro edificio de San Juan. Pero esperamos poder hacerlo en un futuro no muy lejano. Porque tal vez pongamos la primera piedra para un renacimiento del movimiento antroposófico, tal como lo vemos dentro de Occidente. Y si logramos hacer lo correcto en este campo, entonces ya estaremos dando pruebas de que con todo nuestro fiel sentido de la verdad, en el que sólo queremos inspirarnos, sin ninguna inclinación al sensacionalismo, estamos haciendo nuestros aquellos esfuerzos ocultos que la humanidad actual necesita para su desarrollo ulterior.  

Traducido por J.Luelmo jul.2023