martes, 29 de noviembre de 2022

El cuerpo instrumento del alma - II El corazón, órgano de la cordialidad

 

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Dr. WALTHER  BUHLER

El cuerpo instrumento del alma


II  .-  El corazón, órgano de la cordialidad

LA TEORÍA DE LA BOMBA HIDRÁULICA
Ocupemos ahora del órgano que debe considerarse el centro vital humano: el corazón. en torno a él se han realizado muchas investigaciones, pero hasta hace poco no nos hemos dado cuenta cabal de su importante función y del lugar que ocupa en la circulación sanguínea. En los albores de los tiempos modernos, un inglés descubrió que la sangre no va a la deriva por las arterias, sino que se desplaza en movimiento circular, y esto indujo por primera vez, a pensar en una relación entre este movimiento y el corazón. Ya era sabido de antes que la sangre va del corazón a los pulmones, y que de ahí regresa nuevamente al corazón, a este fenómeno fisiológico aún hoy se le conoce como "pequeña circulación". A ella se añadió la "gran circulación". La sangre se difunde por las arterias hacia todos los órganos, hasta los lugares más recónditos del organismo, y regresa seguidamente por las venas cuya coloración azulada a menudo deja traslucir la piel. La sangre llega pues, desde dos lados al corazón y allí se reúne la que proviene de las venas cavas superior e inferior. Sabemos también que el corazón es un músculo hueco dividido en cavidades secundarias: las dos aurículas y los dos ventrículos, (ver dibujo). Entre aurícula y ventrículo de ambas partes del corazón existe una abertura: En ella encontramos, como en cualquier otra parte donde el ventrículo comunica con un vaso sanguíneo, ya sea arteria pulmonar o las grandes arterias del cuerpo, algo muy peculiar: las válvulas. Su peculiar estructura obliga a la sangre a circular en un único sentido, y con razón se admite que, hasta cierto punto desempeña una función equivalente a la de las bombas donde los líquidos o gases sometidos a presión se desplazan en determinada dirección, (bombas de agua, neumáticos de vehículos, infladores de bicicletas), etc.

Indudablemente las válvulas de la bomba de agua se diferencian grandemente de las cardiacas, pero bajo el mismo principio físico cumplen idéntico objetivo: la sangre circula de la aurícula al ventrículo no pudiendo retroceder, pues en este caso, el caos destruiría el organismo. Ese peligro que existe cuando el ventrículo impide a la sangre viciada a un nuevo impulso, lo conjura la válvula al cerrarse y obligar así a la sangre a seguir en la misma dirección. Hay cuatro válvulas, una entre cada aurícula y su correspondiente ventrículo y las restantes a la salida de cada ventrículo. En el siglo XVII la conciencia humana alcanzó un nivel evolutivo que le permitió comprender cosas de este género, es decir, exactas y mecánicas. Para un griego o un egipcio hubiera resultado todo ello incomprensible, aunque ya físicamente pudieran estudiar el corazón de un animal. Poco a poco fue convirtiéndose en patrimonio común el tipo de conocimiento ya en plena vigencia en la actualidad. Se han ido descubriendo las leyes físicas del corazón, el sistema circulatorio, comprender qué provoca el aumento de la presión sanguínea en el corazón, etcétera. Finalmente se pudo comparar el corazón a una bomba cuya función como cualquier otra bomba es actuar sobre un líquido que provenga del exterior y al comprimirlo hace que fluya en dirección precisa, neutralizando así la ley de la gravedad, a semejanza del agua que sometida a presión, puede elevarse. El gran misterio es éste: en nosotros el líquido sanguíneo fluye en todas las direcciones, por ejemplo, se eleva hacia la cabeza; pero si nos ponemos con la cabeza hacia abajo y los pies para arriba, el curso de la sangre no se alterará: ésta subirá igualmente hacia los pies, a lo sumo se congestionará el rostro debido a un ligero aumento de la sangre que se acumula en la cabeza.
Cuando permanecemos erguidos la sangre, cuando regresa al corazón, sube por las piernas hasta más de un metro de altura, aunque en este caso con propensión a estancarse más fácilmente. Este fenómeno es bien conocido por las personas que padecen varices ya que existe el peligro de que cediendo a la gravedad se formen depósitos. Sabemos que las enfermedades cardíacas se caracterizan por fallas en la circulación. La gravedad hace que aumente la presión. La sangre escapa de los vasos y se produce la hidropesía, el edema. Al depositarse cantidades anormales de líquido en los tejidos, se provocan grandes desórdenes. 
La idea de comparar el corazón a una bomba no es única en su especie, al hígado se le ha comparado a su vez, a un laboratorio químico y también el estómago, donde ciertos ácidos y otras sustancias descomponen los alimentos químicamente mientras las paredes estomacales los trituran. Bajo un contexto materialista, las funciones orgánicas del cuerpo se consideran en última instancia, como efecto de la interacción de leyes físico-químicas y mecánicas. Bajo este punto de vista, al pulmón se le compara con una especie de fuelle y centro de transformación del aire, que en él, experimenta una compresión alternada con dilatación, medibles por el cambio de volumen de la caja torácica; el músculo es un motor provisto de palancas y así todo el organismo humano queda reducido a un conjunto de aparatos ciertamente muy complejos, pero cuyo mecanismo es perfectamente explicable.
Únicamente la cabeza presentaba ciertas dificultades. Como ya hemos dicho anteriormente, se la consideraba como la sede única del alma, en virtud de que ella desempeña innegablemente cierto papel en nuestra vida consciente y en nuestra facultad representativa. Aunque se haya creído saberlo todo acerca del ojo, al compararlo a una máquina fotográfica, bajo este enfoque materialista, quedaban sin explicación los nervios y el cerebro que desempeña indiscutiblemente un papel básico en la vida de las representaciones, se les consideraba el asiento del alma. Sin embargo, a finales del siglo XIX esta idea sucumbió a la teoría mecanicista y progresivamente médicos fisiólogos y psiquiatras opinaban que el cerebro segrega los pensamientos, al igual que el hígado segrega la hiel. La consecuencia de este criterio era que la vida anímica y espiritual, carecía de independencia; pues ellos constituían simplemente el producto de ciertos fenómenos químicos que tenían lugar en el cerebro y cuya existencia era, por lo tanto igual de efímera que ellos. Parecía inminente el hallazgo de una fórmula química que explicase, a partir de agrupamientos moleculares, el origen de ideas tales como " Libertad", "divinidad" o "inmortalidad" en una determinada circunvolución cerebral; el hombre se convirtió enteramente en un maravilloso laboratorio de química y en una máquina. En la primera mitad del siglo XVIII el francés La Mettrie ya había escrito un libro intitulado el hombre máquina.
He aquí que el estudio del corazón nos conduce al punto crucial donde se enfrentan dos concepciones esencialmente distintas y diametralmente opuestas acerca del ser humano. ¿Debemos considerarle como una máquina o más específicamente como una bomba?. No es fácil la respuesta, pues es evidente que existe el derecho de evocar las nociones de bomba, válvula y las leyes que rigen la presión de los líquidos y su circulación, y sin embargo, tanto el sentimiento espontáneo como la sana razón se resisten a concebir el órgano central de la vida, como un simple mecanismo.
El cuerpo humano desde la cabeza hasta los pies es, en su triple constitución, la expresión de la vida anímica que se manifiesta a través de tres funciones esenciales: la de las representaciones o el pensar, la del sentir y la de la voluntad.
La cabeza con sus órganos sensorios, sus nervios y su cerebro permite formar imágenes que uno lleva a su conciencia y qué se pueden recordar, asociar o volver a pensar. Los órganos sensoriales y el cerebro desempeña, entonces únicamente la función de espejos.
Cuando queremos objetivar una imagen mediante un acto, o sea mediante la voluntad, necesitamos nuestras extremidades. Es en ellas donde se despliegan la voluntad y las energías volitivas y donde aparte de los huesos de los tendones y de las articulaciones, encontramos como lo más importante, el músculo, órgano ejecutor indispensable de la voluntad humana. Recordemos asimismo que en el metabolismo, en el estómago y en el intestino, donde también hay músculos, intervienen procesos voluntarios, aunque al margen de la conciencia. En efecto nuestro metabolismo elabora, inconscientemente las sustancias, análogamente a cómo la función de nuestras manos, las elaboran conscientemente en el mundo exterior.
Finalmente cuando buscamos qué funciones u órganos sirven de base o vehículo al sentir, es decir, a nuestras vivencias de alegría y enfado, simpatía y antipatía, encontramos a "medio camino" entre la cabeza y el sistema motor, las funciones rítmicas que se manifiestan principalmente, en la respiración, la circulación sanguínea y el latido del corazón. Dichas funciones rítmicas, repetición dinámica de contracciones y dilataciones, movimientos de vaivén, constituyen la base para aquello que en el alma humana oscila entre el placer y el dolor, la simpatía y la antipatía, el amor y el odio, o cualquiera que sea el nombre que se les dé.
He considerado oportuno volver sobre esta imagen del ser humano en su triple organización anatómica y fisiológica, pues solo partiendo de semejante fondo, esto es, dotados de una visión global del organismo humano, podemos arriesgarnos a hacer un intento de comprender una de sus partes: el corazón. Goethe decía muy bien que en todo organismo la parte siempre contiene el todo y que para comprender el estudio de la parte, hemos de apoyarnos en la idea de ese todo. Goethe destacaba esto a propósito de los entes vegetales que dan nacimiento a toda una planta partiendo de un pequeño fragmento foliáceo. Esto nos permite formular el ideal para el presente estudio: así como el hombre global genera el corazón, nuestra observación certera del corazón habrá de conducirnos a "generar" al hombre global, y viceversa. Intentémoslo.

EL CORAZÓN COMO ÓRGANO SENSORIO
Sabemos que el corazón es un músculo constituido casi totalmente de carne y como cualquier otro se contrae o dilata se endurece o afloja, facultad motriz que advertimos en el pulso. ¿Qué significado tiene este hecho? Allá donde un órgano despliega actividad o sea, donde la materia dentro del cuerpo, modifica o transforma, se alla en juego la actividad volitiva. Hemos mostrado ya que la actividad volitiva persiste, por ejemplo, incluso después de haber sido tragado un bocado de alimento. Todos tenemos la sensación de ejercitar nuestra voluntad cuando, digamos, masticamos o mordemos una nuez, pero después de tragarla termina la intervención de la voluntad consciente; todo "pasa por si solo". En realidad no hay nada en el mundo que pase "por si solo". El propio esófago tiene que hacer un esfuerzo para conducir el bolo alimenticio hacia el estómago. Esto implica que no desciende por mera fuerza de gravedad, pues incluso poniéndonos de cabeza, la actividad muscular del esófago empujaría el alimento hacia el estómago. De la misma manera realizan su trabajo activo el estómago y los otros órganos, ya que el alma inmersa en ellos despliega voluntariamente una actividad, aunque esté al margen de la conciencia. He ahí el punto que requiere una correcta comprensión, existen actividades anímicas inconscientes. Cuando el alma actúa sobre la vida orgánica no se manifiesta como vida anímica consciente. Este concepto del inconsciente desempeña un papel muy importante en la psicología moderna.
Ahora bien, con el corazón sucede lo mismo que con los demás órganos: efectúa un trabajo sin que nosotros le apliquemos nuestra voluntad consciente. De manera que el corazón posee una voluntad llena de dinamismo que lo impulsa a mantenerse activo, diligente, como músculo, pertenece al sistema de fuerzas volitivas que se expresan a través del sistema metabólico-motor.
Sin estudiar en detalle la estructura muscular del corazón, diremos no obstante, que lo de esencial de la actividad voluntaria se localiza en los dos ventrículos, más activo el izquierdo que es donde el músculo cardiaco alcanza su mayor grosor. Los ventrículos tienen igual capacidad que las aurículas, pues a todos ellos les entra igual cantidad de sangre, pero los primeros son de musculatura más gruesa y vigorosa. Hay pues una parte del corazón donde el músculo y su actividad adquieren singular importancia, donde el corazón es especialmente órgano de la voluntad.
Asimismo el corazón participa en todo lo que hace la cabeza. Ésta tiene la función de observar el mundo, y al propio ser humano; observa el mundo por medio de sus órganos sensoriales de los cuales nos ocuparemos más adelante. Sus percepciones se transmiten al alma mediante un guía, es decir, el nervio que partiendo desde cada órgano sensorio llega al cerebro donde todos juntos constituyen una verdadera central nerviosa, origen de la conciencia.
Así pues, nuestra cabeza toma conciencia de lo que pasa en el mundo, en el propio cuerpo y en nuestra alma al proporcionarnos sus imágenes, cumple con su tarea específica.
El corazón también posee esta facultad de formar imágenes, tal como lo demuestra la presencia de un sistema nervioso que podríamos considerar "peculiar". Ahí se porta como si fuera la cabeza, sacrificando parte de su tejido muscular para transformarlo en nervio. En esa área los tejidos del corazón se coagulan o anquilosan de modo parecido a como lo hace el órgano cefálico. Significativamente la formación de este sistema nervioso "peculiar" parte del la aurícula derecha, o sea, de la cavidad cardíaca, lugar por donde la sangre que regresa del cuerpo penetra en primer lugar. ¿Cómo podemos interpretar esto?. Sencillamente que el corazón quiere formarse la imagen de esa sangre, percibirla antes de admitirla, y para ello ha de dotarse de algo semejante a una pequeña parte de cerebro. Existen varios de estos centros nerviosos en el corazón; uno de estos "nódulos cervicales" se denomina de Aschoff-Tawara, en homenaje a los célebres patólogos que lo descubrieron. 
A estos filamentos nerviosos se les unen otros nervios procedentes del resto del organismo, éstos recorren el corazón en todos sentidos. Ahora bien, dondequiera que haya nervios existen también terminaciones nerviosas, dotadas de sensibilidad, sienten, palpan, saborean, etcétera. (Aquí partimos del principio fundamental establecido por el doctor Rudolf Steiner, según el cual los nervios, erróneamente denominados motores, están dotados de sensibilidad y sirven para la percepción interna del intercambio de sustancias, que es el fundamento de la voluntad).
Por consiguiente, hemos de representarnos el corazón no sólo como órgano activo, en incesante movimiento, sino además capaz de registrar todo lo que acontece. El corazón es un órgano provisto de una delicada facultad de percepción para todo lo concerniente a su función, bajo este aspecto es un órgano sensorial. Cuando tomamos un puñado de arena, lo palpamos y dejamos que se escurra, percibimos su peso, sequedad, grosor, temperatura, etcétera. De igual modo, el corazón al recibir la sangre, la percibe, aprecia su cualidad interna, de la cual depende su velocidad. Este reconocimiento reviste enorme importancia para el corazón, pues la sangre ha pasado por los más recónditos recovecos del cuerpo, de la cabeza, de las extremidades, de los riñones, del hígado, etcétera., y por su aspecto, constitución y estado, el corazón se informa del estado anormal o normal de esos órganos y de inmediato procede en consecuencia; sin apelar a termómetro alguno, percibe que la sangre que le llega de la mitad inferior del cuerpo, a través de la vena cava inferior del hígado, es más caliente que la procedente de la cabeza. Ésta es más tibia. Al medir esas diferencias de temperatura se obtiene información que hasta entonces, sólo el corazón poseía. 
Mostramos esto con otro ejemplo; al subir una escalera, respiramos más profundamente y se acelera el ritmo cardiaco. ¿Por qué? He ahí la causa: los músculos de las piernas sometidos a mayor esfuerzo, necesitan más oxígeno, para suministrarlo la sangre debe circular con mayor rapidez, de lo cual se encargan el corazón y los pulmones en la forma anteriormente citada. El corazón se dice: "si no envío. más oxígeno a las piernas éstas sufrirán de asfixia; necesito pues, recabar la ayuda de los pulmones, acelerando mi ritmo". Acto seguido, estimula ambas funciones, conjurando así todo el peligro, de no hacerlo así las piernas dolerían insoportablemente al efectuar la acción de subir. Hay enfermedades que producen el estrechamiento de los vasos sanguíneos y el enfermo durante una marcha debe detenerse para que se regularice el aporte de oxígeno a través del flujo sanguíneo, y así evitar el dolor. Este cuadro patológico que se debe a una alteración del sistema vascular en las piernas, se conoce con el nombre de "cojera intermitente".
El hecho de que se aceleren los latidos del corazón cuando se hace algún ejercicio físico, muestra que el corazón ha estado vigilante y que se ajusta a cualquier nueva modalidad de intervención que el alma requiera en el funcionamiento del cuerpo. Por el contrario, si permanecemos sentados en el escritorio el corazón se mantiene calmado, porque la actividad voluntaria se reduce a ligeros movimientos como los de sostener el lápiz o sobre el papel, el corazón es pues un órgano que percibe la circulación de la sangre. (nota del traductor: Con gran facilidad sucumbimos a la tentación de creer que los fenómenos fisiológicos descritos se efectúan automáticamente, "como por sí solos", cuando en realidad el corazón percibe por medio de la sangre, el estado de los órganos o extremidades corporales y obra en consecuencia mediante la voluntad. La aceleración de un ritmo al realizar algún ejercicio físico y la restauración del ritmo normal cuando cesa, demuestra a cualquier observador que lo mire con imparcialidad, su condición de alerta e incansable vigía, siempre presta a asegurar la correcta vinculación, cuerpo-alma.)

LAS CUATRO PAUSAS DE LA CIRCULACIÓN
La lentitud del movimiento de un objeto facilita su buena observación. Basta recordar cuán difícil es leer la matrícula de un auto lanzado a gran velocidad, saber cuántos son sus pasajeros, si el conductor fuma, etcétera, en cambio, no ofrece ninguna dificultad si está inmóvil, este hecho está relacionado con un misterio.
Conviene recordar que hemos descrito los órganos sensoriales y el cerebro como espejos, o sea, como verdaderos aparatos que reflejan el mundo y nos reflejan a nosotros mismos, pero un espejo cumple su función, tanto mejor, cuanto más lisa e inmóvil es su superficie. Poco podríamos esperar de la superficie encrespada de un lago, por esa razón les dije, que comprenderíamos la relación del alma con el cerebro, si nos representáramos a un nadador fuera del agua, y erguido en la orilla se observase reflejado en ella.  La quietud, es la "conditio sine quanon" del sistema neuro-sensorial, el estado indispensable para que se convierta en espejo y así posibilitar la aparición de la conciencia.
Hemos visto que el cerebro rechaza los fenómenos vitales; los rechaza porque la actividad regenerativa y con mayor razón la reproductiva, son lo más ajeno a su naturaleza intrínseca. Sus circunvoluciones son inmóviles, y el movimiento orgánico-vital, es reemplazado por una inercia absoluta dentro del área cefálica pura. Sin embargo, en otro ámbito completamente diferente del ser humano, que ya se ha visto, despliega suma actividad y el corazón la imita cuando mediante la sangre crea una imagen de lo que ocurre en el conjunto del cuerpo, como por ejemplo, la sensación de frío.
Para poder concentrar su atención y erigirse en observador a pesar de su permanente movilidad, el corazón necesita un elemento estático capaz de detener la corriente sanguínea, normalmente la sangre no debe de tenerse en ninguna parte fuera del corazón, he aquí porque se le ha provisto de algo, esencialmente opuesto a la incesante movilidad muscular, las válvulas, verdaderas barreras que frenan el impetuoso avance del torrente sanguíneo. La sangre procedente de la parte superior e inferior del cuerpo, al llegar a la aurícula derecha, nota con sorpresa, que se le intercepta el curso, es por un brevísimo, pero decisivo instante que por primera vez queda detenida. 
Este fenómeno es comparable a la entrada de alguien a un país extranjero, control aduanero, disminución de la velocidad, parada, todo lo cual inevitablemente acarrea pérdida de tiempo, es como si el país, supongamos Suiza, hubiese dotado a sus fronteras de órganos sensorios para conocer la calidad y condición de la gente que penetra en su territorio. Con ese propósito inmoviliza momentáneamente al inmigrante o viajero, lo que es imprescindible para observarle y luego le deja pasar. Exactamente así procede el corazón y por si la sangre intentara introducir clandestinamente algo pernicioso, el incansable y alerta observador, la detiene cuatro veces valiéndose de cuatro válvulas.
La propia estructura de estas válvulas, muestra su función de intermediarias entre el nervio y la sangre, inervadas de manera regular, son duras, carecen de sangre y músculos en su constitución, y en ciertos animales alcanza dureza ósea la placa de tejido fibroso dónde se hallan incrustadas. La naturaleza desvela aquí otro de sus misterios, el corazón se osifica hasta cierto punto compartiendo, en pequeña escala, el fenómeno de osificación tan excepcionalmente desarrollado en la cabeza. Es preciso apreciar sinópticamente ambos hechos: que el corazón posee por una parte un sistema nervioso y por la otra, esas válvulas, órganos desprovistos de sangre y dotados de suma sensibilidad. Es posible representárselo simbólicamente indicándolo con una cruz, donde se vería la expresión de las energías que aquí intervienen y que imparten al corazón cierta resistencia, cierta dureza, pero también cierto poder de detección y de rechazo. Cuando en la "pequeña circulación", la sangre de los pulmones pasa la aurícula izquierda, el corazón la detiene y observa nuevamente su aspecto: ¿Es bueno su color?, ¿Se ha renovado?, ¿Es saludable el aire que respira el pulmón?, y en el ventrículo izquierdo, aún hace otra retención mas, antes de que se vierta en la gran arteria aorta, para que al expandirse por todo el organismo lo revivifique y reanime.
LA FUERZA ANÍMICA DEL CORAZÓN
Hemos estudiado el corazón como órgano sensorial, remarcando su parentesco con el sistema nervioso, por su facultad de formar una imagen del movimiento y de la composición sanguínea, los dos polos de la naturaleza humana el sistema cefálico y el metabólico-motor, están integrados en su estructura y organización, pero si nos preguntamos cuál es su actividad fundamental, hemos de respondernos, el ritmo, o sea, la posibilidad de mantener el equilibrio entre el polo superior e inferior, mediante la contracción y la expansión, a semejanza de los pulmones que en rítmica alternancia expulsan el aire al contraerse y lo reciben al expandirse, imitando en el primer caso, la conducta cefálica y en el segundo. la metabólico-motora. De ese modo, el corazón alterna rítmicamente entre los polos opuestos. Entre la inercia y la movilidad que esencialmente caracterizan los polos opuestos, así como a la vez mantiene también el justo medio entre la oferta y la demanda de sangre: Cuando aumenta la demanda, envía al cuerpo mayor cantidad de sangre renovada, acelerando la circulación y si disminuye procede a la inversa. Como sea que la sangre a causa de su peso tiende a estancarse, recibe del corazón un nuevo e indispensable empuje, impulso cuya intensidad guarda precisa relación con la fuerza de gravedad ambiental.
El corazón concilia constantemente sus dos distintas mitades, pues en realidad son dos los corazones, uno el de la derecha, completamente autónomo, se relaciona con la circulación de las venas y envía la sangre al pulmón, el otro, el de la izquierda podría en verdad separarse del primero y situarse a la mitad izquierda del pecho donde igualmente funcionaría. Ambos trabajan sin cesar cooperando en una unidad superior manteniendo así constantemente el equilibrio entre derecha e izquierda. 
Mediante la gran circulación, el corazón se relaciona con todos los órganos internos, mientras que mediante la pequeña que se encarga de reunir la sangre y de enviarla a los pulmones, se relaciona con el mundo externo, específicamente el aéreo.
Aquí, como por doquiera, el corazón debe mantenerse en el centro entre izquierda y derecha, arriba y abajo, lo externo y lo interno, ha de asegurar permanentemente la armonía. Esto lo logra porque es músico innato, la "conditio sine qua non"; ha de estar dotado de una sutil sensibilidad, como la que se requiere en el arte de la música, y en verdad la tercera energía anímica que lo mueve, inconscientemente, es la del sentir.
Cuando dirigimos la atención hacia algo con interés, con amor, nos encontramos en cierto estado de ánimo, estado del cual podemos prescindir, para el puro conocimiento intelectual, nos basta la fría razón. Más para captar algo plenamente hay que llegar a lo más profundo del ser, el corazón ha de intervenir en el proceso cognitivo, participar internamente en esta posibilidad de abrirse que nos torna receptivos. Esta actitud anímica predispone a este órgano, a recibir la sangre con una especie de confianza íntima, así como de una valentía que aporta en exceso para cumplir sus diversas tareas. Cabe preguntarse. ¿Cómo sabemos que cumple con valentía y entusiasmo su labor?
Así como la manera de concebir algunas ideas sobre la luz solar, consiste en esperar a que se oculte el sol, asimismo sabemos algo del corazón cuando éste se halla enfermo: su deficiente funcionamiento suele acarrear desesperantes estados de angustia. Los casos graves de angina de pecho, aparejan sufrimientos extraordinarios, y provocan un terror mortal frente al cual el alma se siente impotente, siendo del todo ineficaces los argumentos lógicos y las palabras de sosiego que se dirigen al enfermo. Solamente una inyección sedante puede directamente ayudar al corazón. Quienes hayan sufrido esa tremenda angustia, la comparan con la de quien se halla ante la inminente caída en un insondable abismo: el corazón, mejor dicho, la propia persona tiene conciencia de la crisis que sufre ante la muerte inminente, si el estado se prolonga más allá de cierto límite. Lo descrito es un estado excepcional, ya que el valor es la actitud normal del corazón, aunque mantenida en la inconsciencia; En la Edad Media ya se sabía todo esto cuando al Bravo caballero Ricardo se le daba el sobrenombre de corazón de León.
Así pues, en alternancia, el corazón se entrega al exterior, y se vuelve a replegar sobre si valientemente para suministrar la actividad vital, en el corazón subyace un ser humano completo, con predominio del aspecto emotivo, debido a su constitución muscular, (base de la voluntad), pertenece al sistema metabólico-motor; por el hecho de detener la circulación de la sangre para observarla mediante funciones nerviosas, pertenece al sistema cefálico o neuro-sensorial, (base del pensar y de la percepción sensorial), finalmente por la supeditación de ambos sistemas a lo rítmico cuya función es restablecer siempre el mutuo equilibrio, tiende primordialmente al sistema anímico portador del sentir.
He ahí el por qué, resulta inaceptable comparar el corazón con una bomba, este órgano viviente impregnado de poderosas armonías, constituye un órgano enteramente impregnado de alma, y así como las cuerdas del piano suenan si a su vera vibra la voz humana, el corazón late al compás del alma: salta de alegría, palpita más deprisa en ansiosa espera o se paraliza henchido de terror. Nuestra alma sensible tiene su tabla de resonancia en el corazón, es decir, en los ritmos circulatorio y respiratorio.

ENFERMEDADES DEL CORAZÓN Y VIDA ANÍMICA
La fuerza anímica del corazón es un elemento esencial de nuestra vida interior. Siempre es interesante observar en mi prójimo el desarrollo de la vida anímica, predomina la cabeza en quienes se inclinan a reflejar el mundo de manera fría y seca, predomina el corazón, en quienes lo hacen con entusiasmo y renovado interés. Fácilmente se puede deducir quién posee corazón cerrado o abierto es decir, si en él. influye la acción inhibidora que frena la sangre o la expansiva que lo estimula a recibirla y a volverla a enviar generosamente al cuerpo. Frente a cualquiera de estos casos extremos se yergue el ejemplo del corazón sano que siempre encuentra el justo medio; corresponde a quien en post de la estabilidad emotiva se pregunta. ¿ Permanezco indiferente a todo o me entusiasmo con demasiada facilidad?, ¿Soy excesivamente blando o excesivamente duro?, ¿Me domina la piedad o la crueldad?, Situación armónica que constituye el ideal hacia el que debemos encaminarnos. Un alma equilibrada evita tanto el auto encierro en sí misma, como la ilimitada fusión: holla el áureo sendero que equidista entre los pares de opuestos.
Dentro de este campo de tensión en que transcurre la vida, La enfermedad siempre acecha al corazón, no a causa de su naturaleza, sino del continuo hostigamiento al que se ve sometido por la cabeza entregada a impresiones sensoriales exánimes, o a las extremidades en frenética actividad física y unilateral, o la propia sangre vehículo de deseos y pasiones impuras.
Con todo mucho más nefastos que todo eso, son los arranques violentos del alma; monta en cólera o queda transida de pavor, pues esto obliga al corazón a participar de la intensidad emotiva, habiendo de "pagar los platos rotos", ya que debe latir rápida o lentamente según el movimiento de la sangre.
Por otra parte, su fuerza inconsciente a la larga se atrofia, si no encuentra eco en el alma ya sea por su insensibilidad hacia el amor piadoso o hacia los ideales sublimes, como consecuencia de la vida inarmónica o desordenada a que conduce la civilización actual, o las condiciones de su trabajo o profesión. Cualquier estado de frialdad anímica endurece a la larga el corazón, encogiendo sus vasos y precipitando su calificación, palidece como si dijéramos.
Otra fuente de perturbaciones cardíacas surge de los órganos del sistema metabólico motor, por ejemplo del hígado si se come o bebe en demasía. Estos excesos producen el reblandecimiento y dilatación del corazón que se torna incapaz de conservar su forma, y a la inversa de los casos anteriormente citados, en lugar de petrificarse amenaza con estallar y dar origen a enfermedades de naturaleza inflamatoria.
Cuando bajo la influencia de una u otra de estas dos tendencias., se enfrenta el corazón con la inminente ruptura de su equilibrio funcional, es preciso recurrir a la sabia naturaleza que generosamente nos ofrece los dones del cosmos, la pureza del mundo vegetal; en sus inagotables depósitos de energía, constituidas por el ritmo cósmico, descubriremos las apropiadas para su curación, consolidantes o vivificantes según la enfermedad. Incumbe pues al médico la aplicación del remedio adecuado, quien sólo alcanzará el máximo de eficacia curativa si él, al igual que las personas que lo elaboraron, aprendieron a contemplar la naturaleza con creciente interés amoroso, con total entrega. Presidiendo este ánimo el ejercicio de la medicina y la preparación de los medicamentos, podemos compararnos a un inmenso corazón que asegura el vínculo entre el enfermo y la naturaleza que lo cura. Confiemos que en el porvenir sea nuestra colaboración siempre más cordial .

viernes, 18 de noviembre de 2022

El cuerpo instrumento del alma -I .- El organismo humano triple y uno

 

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Dr. WALTHER  BUHLER

El cuerpo instrumento del alma


I  .- El organismo humano triple y uno

LA SEDE DEL ALMA
El hombre se destaca de los demás reinos de la naturaleza más que por la perfección de su forma corpórea, por su constitución interna anímico-espiritual, su conciencia y su intelecto. Gracias a estas facultades evoluciona de una manera propia, característica de su ser, aspira al conocimiento de la naturaleza y de sí mismo para convertirse en artífice de su destino. Sin embargo, las facultades anímico-espirituales cuya culminación es la autoconciencia, se hallan tan íntimamente vinculadas con el organismo, que tal destino depende en sumo grado de su normal funcionamiento, o sea, de su salud o enfermedad.
Aquí se insinúa la cuestión que desde remotos tiempos ha preocupado a la humanidad cual poderoso y acuciante enigma. ¿Dónde se asienta el alma, en qué órgano? y también. ¿Cómo se adapta o armoniza con el cuerpo?, ¿De qué manera vive en él?
Vamos a tratar de establecer, desde el punto de vista médico, algunas ideas sólidamente establecidas sobre esta pregunta. Tengamos presente que la imagen que tenemos de nosotros mismos, determina decisivamente el modo en que cuidamos la salud, el modo en que conducimos la existencia y actuamos dentro del ámbito de la familia, de los amigos y del mundo en general.
Las teorías concernientes a la relaciones entre el cuerpo y el alma se han modificado mucho con el correr del tiempo, la anatomía, la fisiología, la ciencia médica toda, se inclina cada vez más a considerar el cerebro como asiento del alma. Es un hecho que la conciencia se eclipsa a incluso se ofusca completamente cuando fallan, o se paralizan ciertas funciones cerebrales.
Si a una insuficiente irrigación sanguínea del cerebro por falta de presión, por ejemplo, se añade la permanencia en un recinto con aire viciado, puede producirse el desvanecimiento aunque los demás órganos prosigan funcionando normalmente, el asfixiado yace en un estado como de somnolencia o profundo sopor invencible por medios ordinarios: Toda la actividad del alma queda suspendida: Pensamiento sentimiento y voluntad. Comentemos otro fenómeno patológico similar: hacia la vejez el cerebro afectado de esclerosis no se nutre bien de sangre y oxígeno, de manera que la respiración interna se entorpece, y esto acarrea el opacamiento de la conciencia y la disminución de la atención y de la memoria. El organismo puede sobrevivir una decena de años si se mantienen sanos los otros órganos, pero el cerebro calcificado impide al alma expresarse y conducir la vida de manera normal y razonable. Múltiples observaciones del mismo género, minuciosos exámenes del sistema nervioso central, generaron la convicción de que la vida del alma depende del cerebro. Llegándose incluso a pensar, bajo la influencia del materialismo, que los procesos cerebrales físico químicos constituyen en última instancia su único y auténtico origen y sostén. Así como la flor brinda su perfume al expandirse. El cerebro exhalaría de algún modo el alma, y lo mismo que es efímera y accesoria la existencia del perfume, pues se desvanece cuando la flor se marchita, así también el alma seguiría al inexorable destino del cuerpo, es decir, el de su desintegración y anonadamiento.
Cuanto más se reflexione sobre este problema, mejor se advertirá la enorme repercusión que su solución en uno u otro sentido tiene sobre la conducta humana, tomada en el más amplio concepto. ¿Cuál es el significado de la vida?, ¿Trasciende la conciencia los límites de la muerte, aunque experimente alguna metamorfosis, o a su advenimiento termina absolutamente todo? Estos interrogantes y su respuesta que cobran singular vigor en el fuero íntimo de todo hombre, no permanecen confinados, como fácilmente podría creerse, dentro de la esfera individual, sino que reaccionan sobre la comunidad humana y la estructura social.
Vamos a tratar de enfocar el problema desde un ángulo completamente nuevo. Si nos concentramos en la observación exterior, se nos presenta una diversidad de objetos, sucesos y seres susceptibles de distintos agrupamientos a causa de la heterogeneidad de su naturaleza y comportamiento intrínsecos; de manera análoga, la observación interior nos revela que la vida anímica se presta a muchas posibilidades y formas. Cuando evocamos imágenes de sucesos pretéritos, ponemos en juego la memoria, y al relacionarlas entre sí, nos entregamos al pensamiento.
Ahora bien, determinadas imágenes nos llenan de placer, alegría o simpatía; otras de antipatía, pavor o cualquier otro estado de ánimo. Estas vivencias nos indican que somos capaces de sentir. Si el sentimiento se acrecienta, si por ejemplo, la antipatía se intensifica hasta convertirse en aversión u odio o la simpatía deviene vivo deseo de posesión, advertimos la presencia de una fuerza que nos empuja o arrastra a la acción; transformamos una de nuestras ideas en acción. Nos percibimos interiormente como seres de voluntad.
En resumen, la vida anímica se desenvuelve dentro de 3 clases de videncias. Pensar, (crear imagen representar); sentir, (oscilar entre el gusto y el disgusto la alegría y la tristeza etcétera) y querer. Aquí surge la pregunta. ¿Qué relación guarda esta vida anímica invisible e inespacial con el cuerpo humano tangible material exteriormente perceptible?

EL SISTEMA METABÓLICO-MOTOR
Dirijamos ahora la atención primeramente a la voluntad humana; miremos a alguien entregado al trabajo, a uno mismo, inclusive. Cuando en nuestra presencia el jardinero ara una parcela de tierra dura, arranca plantas secas o marchitas, remueve la tierra, siembra, empuja una carretilla, etcétera., observamos a alguien cuya voluntad está en acción: desplaza los materiales del mundo exterior, se los acerca, o descarta, los moldea, etcétera. Puede hacer todo eso porque posee cierta movilidad personal; no es una estatua de mármol con el mágico poder de mover los objetos; precisa de la movilidad de sus piernas, brazos y dedos para intervenir de manera activa en el mundo de la materia. Y si alguien no habituado a este tipo de trabajo, -la acción voluntaria dotada de sentido es un trabajo-, al salir de su escritorio se entrega a labores agrícolas o, digamos se pone a saltar o correr, le sorprenderá sentir, quizás dos días después, intensos dolores; la lumbalgia nos permiten percatarnos de la participación de los músculos en el ejercicio de la voluntad. ¿Qué haríamos sin el sistema muscular?
La facultad propia del músculo de contraerse o endurecerse, de relajarse o ablandarse, existe gracias a la existencia de los huesos en los cuales se apoyan mediante los tendones y esto les depara una sólida base para sus peculiares movimientos.
Vemos asimismo que las articulaciones y ligamentos confieren movilidad a la estructura ósea, y así llegamos al sistema de las extremidades que abarca todos los huesos largos que dependen de las articulaciones y cuya movilidad se debe a los músculos. Como decía si se padece un lumbago se adquiere conciencia de que la fuerza de voluntad necesita del músculo como instrumento de expresión, al querer, osea, al ejercitar su voluntad, el alma vive en el sistema muscular .
Ahora bien, el hombre posee también músculos independientes de su voluntad consciente, y sin embargo en actividad. Tomamos el pan con la mano, lo rompemos y llevamos un trozo a la boca; la acción voluntaria continúa: masticamos, desmenuzamos, amasamos el pedacito con la lengua y luego lo tragamos. Hasta aquí llega la actividad muscular consciente. Desde el instante en que fue deglutido, entra en juego otra actividad. El bocado desciende a lo largo del esófago, el estómago lo tritura, penetra al intestino y por diversas vías y después de numerosas transformaciones entra a la sangre y al hígado. Estudiando el proceso de la elaboración de toda sustancia, se comprueba la imprescindible intervención de los músculos: ya el esófago es un tubo muscular, y el estómago que tiene aspecto de saco, sus paredes están constituidas por la mucosa y fibras musculares muy finas dispuestas en cierto orden y con capacidad para desarrollar mucha fuerza. Cuando los alimentos reducidos a estado líquido, recorren los conductos intestinales, amasados a lo largo de un gran trayecto, según movimiento rítmicos, continúan las actividades musculares esencialmente.
Vemos pues que en estos músculos se ejerce una energía de innegable naturaleza volitiva, aunque escape a la vida anímica consciente, podemos en efecto hablar de fuerzas volitivas inconscientes y descubrimos que nuestra vida anímica está profundamente arraigada en el cuerpo a través de estas energías volitivas. Su acción sobre la alimentación y digestión se manifiesta por el desplazamiento y transformación de las sustancias materiales ingeridas y por los movimientos cada vez más sutiles del hígado, la sangre y la circulación. Es fundamentalmente importante percatarse de que estos movimientos no son exclusivamente mecánicos, puesto que los dirigen energías volitivas, si bien inconscientes, Así pues, a la actividad voluntaria de las extremidades viene a añadirse otra de idéntica naturaleza, aunque menos manifiesta y profundamente arraigada en el organismo. Que al margen de la conciencia se expresa en los fenómenos del sistema metabólico. Considerando el ser humano en su totalidad, podemos decir que sus extremidades y el sistema metabólico constituyen el sostén y los instrumentos de su voluntad.
Los principales órganos del sistema metabólico se hallan debajo del diafragma, estómago, intestino hígado, etcétera. Esta es una cavidad donde todo se halla en movimiento, incluso los intestinos. La posición de sus pliegues se mantiene en continua modificación según la etapa del proceso digestivo. El mismo bazo se dilata y contrae sin cesar. El clásico piquete del costado nos indica que el bazo está colaborando en la digestión. Así como en la acción de las extremidades al correr o en cualquier ejercicio físico enérgico. En este caso el hombre adquiere cierta conciencia de la actividad volitiva de un órgano  que ordinariamente está relegado a la inconsciencia. Así la vesícula biliar que se dilata y se contrae, ejecuta manipulaciones que permanecen en el inconsciente. Es así como se secreta la bilis amarga para transformar las sustancias alimenticias.
He querido mostrar que todo lo que así ocurre es debido al movimiento, a la movilidad de los órganos. Sus diversas actividades se conciertan y se las puede reunir a todas bajo la denominación del sistema metabólico-motor. Sistema que edifica materialmente al ser humano, renovando incesantemente su sustancias. Todas estas sustancias que penetran en el cuerpo tienen que efectuar un rodeo a través de las puertas constructoras de la sangre. Sabido es que incluso la sangre sufre una preparación en las extremidades por el hecho de que en el interior de los huesos, en lo que es la médula, tienen lugar importantes procesos. Allí se producen los glóbulos rojos y ciertos glóbulos blancos. Lo mismo que en el hígado y otros órganos se preparan las proteínas y azúcares sanguíneos la sangre misma es un órgano en perpetuo movimiento. A toda esta permanente movilidad del organismo se hallan unidas profundas fuerzas volitivas.

EL SISTEMA CEFÁLICO O NEURO-SENSORIO
A esta parte del ser humano que acabamos de describir, se opone otra completamente diferente. La anatomía distingue en el cuerpo humano tres cavidades, y acabamos de referirnos a una la que está ubicada debajo del diafragma, las otras dos son la del tórax y la del cráneo. Consideremos ahora esta última.
La cavidad craneana contiene el encéfalo, órgano muy complejo. Aunque relativamente pequeño, su estudio requiere del estudiante de Medicina mucho más tiempo y esfuerzo que el de todos los órganos abdominales juntos. ¿Cómo está estructurado? Incoloro un tanto grisáceo, normalmente asentado dentro de la caja craneana. Recuerda los pliegues o circunvoluciones de los intestinos. Sin embargo, este enmarañamiento de formas tan raras se diferencia esencialmente de ellos por su inmovilidad. Todas las circunvoluciones que ahora vemos son fijas, los millones de células cerebrales con sus innumerables vasos ramificaciones y sus prolongaciones denominadas nervios, distribuidas por todo el cuerpo, son tan inmóviles como los hilos telefónicos en sus postes, el cerebro no debe como el hígado o el bazo dilatarse o contraerse; si lo hiciera produciría al instante terribles dolores.
Al estudiar la cabeza humana entramos en un dominio donde la movilidad de que hablamos a propósito del sistema metábólico-motor. Da paso a una inmovilidad casi absoluta, lo evidencia la circunstancia de que los veinte huesos del cráneo se hallan tan sólidamente soldados entre sí, excepto uno, que imposibilitan cualquier flexibilidad o desplazamiento individual. De esta unión compacta resulta una estructura rígida e indeformable; la exactitud con que el cerebro y sus circunvoluciones se adaptan dentro de esta cavidad no les permite desplazarse ni siquiera un ápice.
Los huesos del cráneo son muy diferentes a los de las extremidades, mientras estos se disponen en columna radiantes incluso en la columna vertebral, los del cráneo tienen forma de copa y se ensamblan de tal modo, que en vez de dirigirse de dentro hacia fuera se redondean para asumir la configuración de esfera hueca. El cráneo está pues, desprovisto de la movilidad y flexibilidad características del resto del cuerpo y su estado perfecto es el de reposo o fijeza; por eso mismo la cabeza ofrece un sorprendente. contraste con las extremidades, contraste que se manifiesta de muchas maneras. Prosigamos un poco más en el estudio.
Cuando el estómago tritura el alimento o cuando la mano trabaja, el sistema metabólico motor interviene en el mundo de la materia para ponerla en movimiento modificarla o transformarla. En cambio, ¿Cómo se comporta la cabeza frente a la materia?. Observémosla, por ejemplo, al comer: con las manos toma un poco de sustancia, (es decir recibe una pequeña ayuda del sistema metabólico-motor); luego utiliza el único elemento articulado el único hueso móvil que posee, la mandíbula y una vez masticada la sustancia alimenticia la expulsa de la boca como diciéndole al estómago. "entiéndete con esto yo no quiero saber nada más de ello" Idéntica actitud adopta con otras sustancias más ligeras volátiles o de fácil asimilación. Aspira aire y apenas ha sentido su fragancia, frescura o impureza, ya no quiere retenerlo y lo hace descender, aunque menos profundamente que los alimentos, a la cavidad torácica a través de la tráquea.
Cuando el aire llega a otra apertura de la cabeza, digamos a la del aparato auditivo, este a primera vista, parece admitirlo, sin embargo, enseguida se interpone una barrera, de todo este aire que invade el canal auditivo, ¿Con qué partes se queda la cabeza?. El ritmo, la vibración, el sonido, y desecha todo lo que es sustancia material, las moléculas aéreas mediante la membrana del tímpano. Se relaciona positivamente con el mundo, pero siempre de tal manera que rechaza lo que podría ligarla a la materia y solo retiene lo más sutil, lo inmaterial. De los alimentos no retiene, sino la sensación gustativa. Lo dulce, lo ácido o amargo, del aire, las auditivas y olfativas. Y finalmente, del universo entero al que se abre mediante la visión, capta la sensaciones luminosas, cromáticas y las formas. Todas ellas producidas por objetos seres y procesos materiales, pero sin la materia que originó su condición.
En resumen, de sus números contactos con el mundo material ¿Con qué se queda la cabeza?. Imágenes solamente, como si fueran simples fotografías inmateriales o como sombras del mundo físico. Las retiene y conserva muy cuidadosamente con la ayuda de la memoria, de manera que el alma pueda siempre recordarlas, parece pues claro que la cabeza se relaciona con el mundo de manera distinta que las extremidades; hasta cierto punto lleva una existencia aparte en aristocrático aislamiento. ¿Cuál es su tarea?, ¿Dónde esconde las energías a través de las cuales, el cuerpo, a través del hígado, del estómago, etc., y de las extremidades interviene activamente en el mundo material?. El estómago secretando jugos, -entre otros el ácido clorhídrico-, somete las sustancias materiales a transformaciones químicas. La sangre genera poderosas energías constructivas o reparadoras que se manifiestan siempre que el organismo realiza el proceso de cicatrización de una herida, de generación o de regeneración celular. 
¿Qué sucede cuando el organismo reúne la totalidad de estas fuerzas constructoras y las concentra de alguna manera sobre un solo objetivo?. Cuando todas estas fuerzas se conjugan, producen la extrema intensificación de que son capaces las fuerzas de la sangre, de la voluntad y del metabolismo. Pero su resultado no será algo insignificante, digamos una pequeña transformación de sustancia o un pequeño trozo de piel nueva, sino un ser completo: un nuevo ser humano. Entonces el hombre se habrá concentrado orgánicamente en si mismo y, gracias a sus órganos de reproducción, nace un nuevo organismo, construido, modelado y proyectado en la materia. Es preciso añadir este punto de vista a nuestro estudio del sistema metabólico. Cabe afirmar que a este polo del sistema metabólico-motor, que por oposición al polo superior de la cabeza, podemos calificar de interior, pertenece como supremo acrecentamiento, la posibilidad de la reproducción.
No hay reproducción sin división de células y sus vigilantes cuidados dirigidos a su mantenimiento; la división y reproducción de las células repara un tejido, o da origen a un niño.
Reaparece aquí el contraste entre el resto del cuerpo y la cabeza. ¿Qué le ocurre a Ésta?. Ninguna célula del cerebro puede dividirse; ningún agujero o pérdida de sustancias puede compensarse en el cerebro. A este respecto asistimos a un fenómeno muy particular. Pocas semanas después del nacimiento, las células nerviosas pierden la Facultad de Dividirse, no pueden regenerarse ni mucho menos reproducirse. Por consiguiente, procede decir que la actividad humana que en la parte inferior del organismo se manifiesta tan vigorosamente por la formación de la sangre, la multiplicación celular y la reproducción, disminuye hacia arriba y se paraliza al llegar a la cabeza donde, desde el punto de vista orgánico, el nervio se opone a la sangre. No solamente la inmovilidad sustituye a la movilidad exterior, no solamente se niega la cabeza a actuar sobre la sustancia. Sino que incluso renuncia a utilizar las energías que permiten la regeneración y la reproducción. Todo en ella se paraliza. 
¡Cuánto podríamos extendernos sobre esto!. Basta imaginar que existe un polo opuesto a todo lo que pasa en la parte inferior del ser humano, así comprenderemos la cabeza. ¿Qué significado tiene esta existencia cerebral, aparentemente tan insustancial este hecho asombroso de que todo tipo de movimiento, incluso los de las funciones nutritivas regenerativas y reproductivas se encuentren en ella como anquilosados o congelados?. ¿Se trata de una pereza orgánica o de una manifestación patológica del cerebro?. Cuando un ser no puede ni reproducirse ni moverse ni curarse, nos sentimos inclinados a pensar que no está sano. ¿Desempeñará la cabeza tan sólo un papel puramente negativo, o tendrá alguna tarea positiva?.
Un estudio más concienzudo permite descubrir que sí existe el elemento positivo, y que radica en una movilidad y productividad, pero de un género muy especial. No me estoy refiriendo a su Facultad de girar sobre el cuello ya que esta acción compete a los músculos, sino a otra esencialmente distinta. Puede verse si se repara en lo siguiente: "Con mi cabeza concibo ideas y las asocio extraigo una imagen de la memoria o la sumerjo en el olvido; Escojo algunas imágenes para asociarlas con otras con ayuda de las facultades dependientes del cerebro, puedo recorrer lejanos países y remontar el curso del tiempo". Dicho de otro modo, la cabeza es capaz de moverse y accionar intensamente, pero en un plano distinto del material. Es el mundo de las imágenes el que constituye su tesoro. Dentro de los confines de ese mundo, actúa, modela, crea, plasma, transforma, o sea, trabaja. Lo que hace el polo inferior del organismo con y dentro de la materia, lo lleva a cabo la cabeza con sus representaciones. Las funciones anímicas de la memoria, la imaginación y las concepciones, suelen abarcarse con un solo vocablo: pensar o representar.
Mediante el sistema nervioso, el alma trata de emanciparse de todo vínculo con los órganos corporales: en vez de controlar sus energías a trabajar la materia, las aplica a elaborar representaciones, el contenido de su propia experiencia. En la cabeza, el cuerpo renuncia pues, a fijar, a imprimir determinada dirección a las energías anímicas y las deja libertad, brindándole la posibilidad de una actividad independiente véanse las fechas centrífugas en la figura 1; solo a este precio se enciende la luz de la conciencia y la vida anímica consciente que despertó en la cabeza, dirige desde ella el resto del cuerpo. He ahí como la cabeza al renunciar a todo poder de regeneración y reproducción en el sentido orgánico, eleva al hombre al nivel superior y lo transforma en un ser espiritual autoconsciente.
Se enuncia pues, una verdad, cuando afirmamos que el instrumento del alma pensante es la cabeza, y con más exactitud el sistema cefálico; y el conjunto de los nervios inconcebibles sin desembocar en los órganos sensorios que establecen el contacto con el mundo externo. Los más importantes de entre ellos precisamente se concentran en la cabeza y se prolongan hacia la maravilla que es el cerebro. El sistema cefálico es pues un polo de la entidad humana situado en la parte superior del organismo; se le opone el metabólico motor situado en la inferior.
figura 1

EL SISTEMA RÍTMICO: CIRCULACIÓN Y RESPIRACIÓN
Una tercera posibilidad se le ofrece al hombre. La actividad del alma dentro de la región de la sensibilidad, a la cual hasta ahora sólo hemos aludido someramente. Comprenderemos mejor la naturaleza del sentir si lo concebimos como situado entre el pensar y la voluntad. Representémonos el proceso mediante el cual, una simple idea, una simple imagen se convierta en realidad en el mundo externo o material. Tenemos un pensamiento, quizás un pensamiento muy bello y nítido; tomemos el caso, por ejemplo, de una construcción rectangular concebida mentalmente y que luego denominamos cubo o cuerpo regular. Por el momento carece de realidad externa, y para que la tenga es necesario que nuestras extremidades tengan a su disposición alguna sustancia material como la cera, la arcilla, el  mármol etcétera. La elaboramos la modelamos, y de repente surge un cubo como realidad exterior en el mundo físico material. Este resultado es alcanzado mediante la acción de la voluntad a través del sistema metabólico-motor. ¿Cómo se abre paso una representación, una mera imagen en su camino hacia esta realidad físico sensible?. Indudablemente pasando por la voluntad, pero se requiere además la participación de un intermediario que permita franquear el abismo entre la cabeza y las extremidades. Interiormente la cosa sucede como si se nos despertara una gran simpatía por ese cubo, como si nos gustara mucho y pensáramos quizás; "es realmente una lástima que esta imagen se me desvanezca tan pronto y que no pueda conservarla ni mostrarla a otras personas". Y la simpatía que ha despertado en mí esa bella y nítida imagen, se metamorfosea en el deseo de que adquiera forma exteriormente perceptible. Con ello hemos entrado plenamente en el sentir y a partir del sentir que experimentamos de que eso que hemos pensado o visto nos causa alegría, nos sentimos impulsados hacia el acto volitivo. He aquí la función mediadora del sentir entre el pensar y la voluntad.
Preguntémonos ahora en qué órganos o funciones orgánicas, se apoya el alma al experimentar un sentimiento, la investigación espiritual nos ofrece un punto de vista enteramente nuevo: nos dice que el sentir se apoya sobre aquello que en el organismo humano depende de la respiración, la cual se lleva a cabo rítmicamente. Veámoslo.
Dirijamos nuestra atención hacia lo que ocurre en nosotros cuando experimentamos alegría y lo manifestamos riendo; no podríamos reír sin poner en movimiento el sistema respiratorio, y si verdaderamente rebozamos alegría, notamos como si el corazón quisiera saltar del pecho. Contrariamente cuando experimentamos una fortísima emoción de orden negativo, como espanto angustia, etc., palidecemos. Este fenómeno lo podemos observar en otras personas. La cólera o la vergüenza, en cambio, le hacen sonrojar y siempre que el sentimiento sea un poco violento, algo se modifica en la circulación de la sangre en el sutil juego entre ésta y la respiración. Cuando observamos fogosas manifestaciones de placer o pesadumbre, comprobamos que el ritmo circulatorio, el pulso cardiaco y el proceso respiratorio se alteran más o menos. Este estudio se puede profundizar más, y una de las magnas tareas del futuro consistirá en establecer con detalle, de qué manera lo que acontece en la sangre y en la respiración se relaciona con el sentir, es decir, con la vida emotiva del alma. Más adelante volveremos sobre este tema.
Lo que entra en juego en este caso, constituye igualmente un sistema orgánico. Así como hablamos del sistema neuro-sensorio y del metabólico-motor, podemos referirnos también a un sistema rítmico. Incluso en la estructura anatómica del cuerpo humano encontramos formaciones rítmicas; basta con que nos representemos el tórax para admirar cómo los huesos se encorvan y los músculos se afinan siguiendo un ritmo. A mitad de camino entre la cabeza y las extremidades, las costillas se estiran hacia abajo, flotan, tienden a volverse "extremidades"; y en la medida en que se tornan móviles liberándose del esternón, pierden su condición de tales; realmente no son sino "costillas falsas". Hacia arriba son fijas planas como los huesos del cráneo, y soldadas al esternón: tienden a convertirse en "cabeza". Las costillas y el tórax no parecen saber exactamente lo que quieren: en su parte inferior éste se comporta como una extremidad dotada de libertad y movilidad, y en la parte superior busca cómo convertirse en esférico, fijarse e inmovilizarse como la cabeza.
Ese mismo grado de indecisión lo muestra el pecho en lo concerniente a su relación con el mundo: tan pronto se une a la materia ambiente mediante la inspiración como busca despegarse liberarse de ella por la exhalación. Más para que su funcionamiento sea normal y la vida se despliegue sanamente, el pecho debe alcanzar el punto justo medio entre estos dos extremos. La absoluta calma y la absoluta movilidad absorción y expulsión de la materia. ¿Cuál es aquí el elemento conciliatorio o intermediario? El movimiento pausado, tranquilo, la alternancia regular rítmica de expansión y de contracción y dilatación del corazón, (Sístole diástole) se comunican a la sangre, cuyo movimiento rítmico va hacia la periferia por la circulación arterial y regresa al corazón por la venosa.
Estos ritmos de contracción y liberación son la imagen corporal orgánica de lo que se agita en el alma cuando pasamos de la risa al llanto de la alegría a la tristeza, del entusiasmo al abatimiento. Intentemos comprobar si para cada uno de los sentimientos que experimentamos podemos imaginar su contrario. Al amor se le opone el odio, al placer el enfado, a la piedad la crueldad; todo lo emotivo oscila sin cesar entre dos polos opuestos como una especie de respiración o de impulso anímico. El sentir necesita pues una base orgánica que tenga la posibilidad de dilatarse y contraerse de moverse en todos los sentidos.
Quizás con lo expuesto ya hayamos captado el modo en que los órganos de carácter rítmico, son los principales soportes del sentir, así como en el alma el sentir constituye el puente entre la representación y la acción, conforme hemos tratado de mostrarlo, de modo que el sistema rítmico, con sus concomitancias orgánicas, establece en el cuerpo las compensaciones necesarias entre el polo superior, (sistema cefálico) y el inferior (sistema metabólico-motor), como también entre el nervio y la sangre.

EL ALMA TRIPLE Y UNA, EN UN CUERPO TRIPLE Y UNO
Partiendo de las disquisiciones precedentes sobre el organismo humano global, alborea para nuestro conocimiento, una nueva imagen del hombre. El hombre, por su propio ser, se halla situado dentro de la más radical oposición y ésta oposición provocaría una catástrofe si se produjera un cortocircuito, pues sobrevendrían graves perturbaciones anímicas o físicas. De ahí la importancia de una función compensatoria que establezca la armonía de los dos polos: el ritmo. Así por ejemplo, la parte de las  sustancias alimenticias transformada en sangre es "ritmada" por la circulación del corazón y la respiración, y así encuentra la transición hacia el sistema nervioso.
Hemos desarrollado el concepto de la estructura ternaria del organismo humano. Éste, aparentemente constituye una unidad, cuando en realidad vive dentro de una polaridad. Debido de que en esta polaridad se introduce un tercer principio, el ser humano concilia los polos opuestos y evita un abismo entre ellos. Podríamos decir que se halla en condiciones de salvarse continuamente de aquello que pugna por dividirlo, y así conserva la salud. Su cuerpo se ve entonces penetrado por esa precisa vibración interna que lo convierte en instrumentos de una actividad anímica sana.
Esta estructura ternaria, que a su vez es de triple acción, se corresponde con la división tripartita de las funciones anímicas. Si preguntamos nuevamente dónde se asienta el alma, ahora comprendemos que carece de sentido buscar su sede en un único órgano: es evidente que desde los pies hasta la cabeza, todo el cuerpo es instrumento del alma. He aquí un portentoso descubrimiento, entre otros, de Rudolf Steiner como resultado de su estudio de la naturaleza humana. El anatomista y el fisiólogo no tienen ya motivo de estudiar los órganos desde un punto de vista externo, como simples partes de un todo mecánicamente explicable, ni de examinar aisladamente los procesos químicos y las transformaciones de la materia, pues con este procedimiento jamás evitarán los errores del materialismo bosquejado anteriormente. La correcta actitud mental exige que cada vez que el médico tenga ante sí un organismo humano, sea capaz de decirse: "todas estas formas, funciones, y procesos, me orientan hacia algo subyacente que vive, actúa, crea, y adquiere conciencia de sí, o sea, el alma humana. Encarnada en el hombre terrenal, el alma introduce en la sustancia física, estructuraciones, configuraciones y ritmos tan maravillosos, que ese cuerpo material en su totalidad, se vuelve capaz de servir como vehículo del alma si bien, de un modo distinto según el área corporal de que se trate. Y precisamente hemos de estudiar ese funcionamiento diferencial en todo detalle, pues sin ese estudio nunca comprenderemos realmente la conexión de cuerpo y alma, es decir, no comprenderemos al hombre.
Resumiremos estas consideraciones y ilustrándolas con una imagen que contribuirá a una mejor comprensión. Cuando el alma ejecuta un acto voluntario, se asemeja al nadador que se zambulle y momentáneamente desaparece bajo la superficie líquida: voluntariamente se ha sumergido en los órganos corporales y desde dentro los mueve; he ahí la voluntad. Pero si quiere retornar a sí misma, reencontrarse, actuar sobre sí misma, pero no sobre la materia, debe concentrarse y elevarse de las profundidades del organismo hacia la cabeza. En tal circunstancia, el papel del organismo es relativamente secundario, sus energías se hallan en reposo se desprende de él, se le enfrenta y lo usa como espejo quedando en segundo plano su aspecto dinámico material. Así como cada uno de los órganos sensoriales refleja una parte del mundo, el cerebro, en cambio es el espejo interno del alma, sobre el cual ya no se ejerce influencia alguna, mediante energías materiales o presiones sobre las circunvalaciones cerebrales. Esta acción solo perdura durante la vida embrionaria, durante la cual el cerebro se estructura, después y para el resto de la existencia terrenal, podríamos decir que las circunvalaciones se quedan coaguladas, anquilosadas, y el alma se libera completamente de ellas
He aquí porque el cerebro es aparentemente un órgano inerte. Ha tenido que renunciar a mucho para que ciertas partes del alma adquieran la libertad; reflejada por el cerebro sin absorberla, es decir, siendo su espejo, le permite adquirir conciencia de sí misma. Es como el nadador que aflora a la superficie, llega a la orilla y exclama: "Yo estaba ahí dentro", reconociendo de pronto su reflejo en el agua y concentrando entonces su atención sobre él.
He aquí la representación del alma viviendo en el cerebro. Esto nos permite apreciar mejor los diferentes aspectos en que el cuerpo es instrumento del alma.
En su aspecto emotivo, me inclinaría decir que el alma se asemeja a un nadador que no se encuentra ni sumergido ni en la orilla, sino precisamente nadando entregado a incesantes movimientos rítmicos para mantenerse en la superficie. Ahora se sumerge, ahora emerge así, actúan las energías anímicas en el proceso circulatorio y respiratorio: estas funciones penetran hasta cierto punto, y luego se retiran, y conservando, gracias al ritmo, el equilibrio entre lo superior y lo interior, (al igual que el nadador en la superficie del agua), el alma cobra conciencia de su propia sensibilidad a través del maravilloso movimiento respiratorio y circulatorio. El latido del corazón y las pulsaciones constituyen la acción rítmica del alma que ondea en las energías de la sangre.
Si dejamos vivir en nosotros esta imagen, comprenderemos, no de manera abstracta sino pictórica, qué enormes oposiciones existen en la naturaleza humana, y cómo se produce la compensación; y reconoceremos que los órganos, a pesar de sus diversas tareas, consiguen obrar armónicamente gracias a su sabia disposición. Cuando, en el cuerpo reina esta armonía a tres voces, la entidad anímico-espiritual del hombre dispone en verdad de un instrumento adecuado. Rudolf Steiner resumió en cierta ocasión la idea de la composición ternaria del organismo humano, con las siguientes palabras:
En el corazón vibra el sentir,
en la cabeza brilla el pensar,
en las extremidades se asienta la voluntad.
Luz que vibra,
vibración que se afirma,
afirmación que brilla:
Eso es el hombre.