jueves, 23 de septiembre de 2021

GA319 Londres el 28 y 29 de agosto de 1924 -La ciencia espiritual y el arte de curar






EL ARTE DE CURAR

Rudolf Steiner

  Informe resumido de dos conferencias celebradas en Londres el 28 y 29 de agosto de 1924


Posibilidad de conocer la salud y la enfermedad. Entrenamiento del alma para reconocer lo suprasensible. Cuerpo etérico: elemento que se aleja; cuerpo físico sujeto a la gravitación. Cuerpo astral, sensación. Construcción y descomposición. Pensar, sentir y querer mezclados en los animales, separados en los humanos: El yo. Organización del yo y estructura cerebral.  La relación de los cuatro miembros del ser. Relación de la formación del cuarzo y del ácido carbónico con el espíritu. El yo y SiO2, el cuerpo astral y CO2. Predominio del cuerpo etérico en Ca., predominio del cuerpo astral en el caso de Basedow

Lo que pueda surgir con el tiempo de la Antroposofía en el ámbito del conocimiento médico, no estará en desacuerdo con lo que hoy se entiende como el estudio científico ortodoxo de la medicina. Es fácil engañarse en este sentido, al considerar la cuestión desde el punto de vista científico, porque desde el principio se supone que cualquier estudio que no se base en la llamada prueba exacta, debe ser de naturaleza sectaria y, por lo tanto, no puede ser tomado en serio por el observador científico.

Por esta razón, es necesario señalar que precisamente el punto de vista que trata de apoyar la medicina sobre una base antroposófica, es el que más aprecia y simpatiza con todo lo mejor y más grande de los logros médicos modernos.

Por lo tanto, no puede haber ninguna duda de que las siguientes afirmaciones no son más que las polémicas del diletantismo, o del no profesionalismo, dirigidas contra los métodos reconocidos de curación. Toda la cuestión gira en torno al hecho de que, durante los últimos siglos, toda nuestra concepción del mundo ha asumido una forma que se limita a la investigación de aquellas cosas que pueden ser confirmadas por los sentidos -ya sea por medio de la experimentación, o por la observación directa- y que luego se ponen en relación entre sí a través de los poderes del razonamiento humano que se basan en el testimonio de los sentidos solamente.

Este método de investigación fue, sin embargo, totalmente justificable durante varios cientos de años, porque si hubiera sido de otra manera, la humanidad se habría sumergido en un mundo de sueños y fantasías, se habría visto obligada a una aceptación caprichosa de las cosas y a un estéril tramado de hipótesis.

Esto está relacionado con el hecho de que el hombre, tal y como vive en el mundo entre el nacimiento y la muerte, es un ser que no puede conocerse verdaderamente a sí mismo por medio de sus sentidos físicos y de su razón, porque es un ser tan espiritual como físico.

Por eso, cuando hablamos del hombre en la salud y en la enfermedad, no podemos menos que preguntarnos: ¿Es posible obtener un conocimiento de la salud y la enfermedad sólo mediante aquellos métodos de investigación que conciernen al cuerpo físico; puramente con la ayuda de los sentidos y la razón, o mediante el uso de instrumentos que amplían las facultades de los sentidos y nos permiten realizar experimentos?

Veremos que una retrospectiva histórica real y desprejuiciada nos muestra que el conocimiento que la humanidad ha adquirido se originó a partir de algo totalmente diferente a estas meras observaciones de los sentidos. Hay detrás de nosotros un inmenso desarrollo de nuestra vida espiritual, no menos que de la física.

Hace unos tres mil años, durante el florecimiento de la cultura griega más antigua, existían escuelas muy diferentes a las actuales. La base de estas escuelas antiguas consistía en la creencia de que el hombre tenía que desarrollar, en primer lugar, nuevas facultades en su alma antes de ser capaz de alcanzar el verdadero conocimiento sobre la humanidad.

Ahora bien, precisamente porque en estos tiempos antiguos las facultades anímicas más primitivas no se inclinaban hacia lo fantástico, fue posible experimentar, en los llamados misterios, los fundamentos espirituales de los que surgieron todas las formas de aprendizaje.

Este estado de cosas llegó a su fin más o menos al mismo tiempo que la fundación de nuestras universidades, durante los siglos XII, XIII y XIV. Desde entonces, sólo aprendemos de forma racionalista. El racionalismo conduce, por un lado, a la lógica aguda y, por otro, al materialismo puro.

En el transcurso de los siglos se ha acumulado un vasto acervo de conocimientos externos en el ámbito de la biología, la fisiología y otras ramas de la investigación que son introductorias al estudio de la medicina; de hecho, una masa asombrosa de observaciones, de la que aún puede obtenerse una cantidad casi inconmensurable.

Pero durante estos siglos se perdió por completo todo aquel conocimiento relacionado con el hombre que no podía obtenerse sin la visión espiritual.

Por lo tanto, se volvió realmente imposible investigar la verdadera naturaleza de la salud y la enfermedad.

Para enfatizar esta observación, puedo mencionar que incluso en la actualidad (según las descripciones dadas en mis libros [Conocimiento de los Mundos Superiores, La Ciencia Oculta, un esbozo, etc. - e. Esta parte espiritual del hombre es, para el observador espiritual, tan visible como la parte física lo es para el hombre que observa con sus sentidos externos; con la diferencia, sin embargo, de que nuestros sentidos ordinarios han sido y son incorporados a nuestro organismo corporal sin nuestra cooperación, mientras que los órganos de la visión espiritual debemos desarrollarlos nosotros mismos.

Esto puede lograrse si uno despliega dentro de sí mismo una ferviente vida del pensar. Tal estado de vida, de reposo en la quietud - en el pensar - debe, sin embargo, llevarse a cabo de manera que se produzca una educación y transformación metódica del alma. Si uno puede, por así decirlo, experimentar durante un tiempo con su propia alma, permitiéndole reposar dentro de un pensamiento fácil de captar, sin permitir al mismo tiempo que surja ningún rastro de autosugestión ni ninguna disminución de la conciencia, y si uno de esta manera ejercita el alma como se ejercita un músculo, entonces el alma se fortalece. Metódicamente, uno persigue los ejercicios más y más; el alma se fortalece, se hace poderosa y se vuelve capaz de ver.

Lo primero que ve es que el ser humano, en realidad, no consiste simplemente en un cuerpo físico, que puede ser investigado a simple vista o con un microscopio, etc., sino que también lleva un cuerpo etérico. Esto no debe confundirse con lo que, en épocas científicas anteriores, se describió de forma un tanto amateur como "fuerzas vitales". Es algo que puede ser realmente percibido y observado; y si tuviera que distinguir cualitativamente entre el cuerpo físico y el cuerpo etérico, debería elegir, de entre todas las innumerables distinciones cualitativas que existen, la siguiente: - El cuerpo físico del hombre está sometido a las leyes de la gravedad; tiende a ser atraído hacia la tierra. El cuerpo etérico tiende a ser atraído hacia la periferia del universo; es decir, hacia el exterior, en todas las direcciones. Por regla general, nuestras investigaciones se refieren al peso relativo de las cosas, pero la parte del organismo humano que posee peso es directamente opuesta a la que no sólo no tiene peso, sino que se esfuerza por escapar de las leyes de la gravitación. Tenemos en nosotros estas dos fuerzas opuestas.

Este es el primero de nuestros cuerpos suprafísicos. Podemos decir, pues, que tenemos en nosotros, en primer lugar, el hombre físico, cuya orientación es centrípeta y tiende hacia la tierra, y otro hombre, cuya orientación es centrífuga y tiende a salir de la tierra. Se verá que hay que mantener un equilibrio entre estas dos configuraciones del ser humano: entre el cuerpo físico pesado, que está sometido a las leyes de la gravedad, y el otro, el cuerpo etérico, que se esfuerza por salir hacia los límites más lejanos del universo.

El cuerpo etérico busca, por así decirlo, imitar, ser una imagen de todo el Cosmos; pero el cuerpo físico lo acota y lo mantiene dentro de sus propios límites.

Por lo tanto, al contemplar el estado de equilibrio entre el cuerpo físico y el cuerpo etérico, nuestra percepción de la naturaleza del ser humano se vuelve real y penetrante. Una vez que hayamos logrado reconocer estas fuerzas centrífugas que fluyen hacia el exterior en el hombre, podremos percibirlas también en el reino vegetal. Sólo el reino mineral nos parece puramente físico. En él no podemos rastrear fuerzas centrífugas. Los minerales están sometidos a las leyes de la gravedad. Pero en el caso de las plantas reconocemos que su forma exterior es el resultado de las dos fuerzas. Al mismo tiempo se nos hace evidente que no podemos quedarnos en este punto de nuestras investigaciones si queremos observar algo que esté más alto en la escala de la vida orgánica que las plantas. La planta tiene su cuerpo etérico; el animal, cuando lo observamos, posee vida, y también sensaciones. Crea, interiormente, un mundo; este hecho llama nuestra atención, y vemos que debemos hacer investigaciones aún más profundas. De ahí que nos demos cuenta de que debemos desarrollar aún más nuestro estado ordinario de conciencia.

Ya, como he mostrado, se habrá alcanzado una cierta etapa cuando seamos capaces de ver no sólo el cuerpo físico del hombre, sino el cuerpo físico incrustado dentro del cuerpo etérico, como en una especie de nube. Pero eso no es todo; cuanto más fortalecemos nuestras almas, más encontramos una realidad cada vez mayor en nuestros pensamientos, y entonces se hace posible llegar a una etapa más, que consiste en suprimir estos fuertes pensamientos que se han hecho tan poderosos por nuestros propios esfuerzos.

En la vida ordinaria, a medida que se van borrando las facultades de la vista, el oído, las sensaciones y el pensamiento, nos quedamos dormidos. Este es un experimento que puede llevarse a cabo fácilmente. Pero si uno ha fortalecido el alma de la manera descrita por el entrenamiento del pensamiento, de toda la vida de concepto y sentimiento, entonces uno puede realmente aprender a suprimir la vida de los sentidos. Entonces se llega a una condición en la que, por encima de todas las cosas, uno no está dormido, sino que está muy despierto. De hecho, puede ser que uno tenga que cuidarse de perder el poder de dormir, mientras se esfuerza por alcanzar esta condición. Sin embargo, si uno se pone a trabajar de la manera que he indicado en mis libros, se toman todas las precauciones para evitar cualquier perturbación en la vida ordinaria.

Se consigue entonces estar completamente despierto, aunque no se pueda oír como se oye con los oídos. La memoria ordinaria, también, y el pensar ordinario cesan. Uno se enfrenta al mundo con una conciencia perfectamente vacía pero perfectamente despierta. Y entonces uno ve el tercer organismo humano - el astral.

Los animales también poseen este organismo astral. En el hombre éste le confiere la posibilidad de desplegar una verdadera vida interior de experiencia. Ahora bien, esto es algo que no está relacionado ni con las profundidades más íntimas de la tierra ni con la amplia extensión del universo, sino que está relacionado con un estado de ser penetrado interiormente por fuerzas que se "ven" como el cuerpo astral. Así que ahora tenemos el tercer miembro de la organización humana.

Si uno aprende a percibir este tercer miembro de la manera indicada anteriormente, encuentra que desde el punto de vista científico es indescriptiblemente iluminador. Uno se dice a sí mismo: el niño crece y se convierte en el hombre; sus fuerzas vitales están activas. Pero no sólo crece físicamente, sino que su conciencia se desarrolla al mismo tiempo; despliega en su interior una imagen del mundo exterior.

¿Puede ser esto el resultado del crecimiento físico? ¿Puede ser resultado de las mismas fuerzas que subyacen a la nutrición y al crecimiento?

Cuando las fuerzas orgánicas que subyacen a este último se imponen, la conciencia se oscurece. Necesitamos, por tanto, algo que esté relacionado con estas fuerzas y que se oponga a ellas. El ser humano siempre está creciendo y siempre se está alimentando. Pero tiene dentro de su cuerpo astral, como lo he descrito, algo que está suprimiendo perpetuamente, inhibiendo las fuerzas de crecimiento y nutrición.

Así que tenemos en el hombre un proceso de construcción a través del cuerpo físico en conjunción con la tierra; otro proceso de construcción a través del cuerpo etérico en conjunción con el Cosmos, y a través del cuerpo astral una continua destrucción de los procesos orgánicos en la vida celular y la vida glandular.

Este es el secreto del organismo humano.

Ahora comprendemos por qué el hombre posee un alma. Si creciera continuamente como la planta, no podría tener alma. El proceso de crecimiento debe ser destruido primero, porque éste expulsa el alma. Si no tuviéramos en nuestro cerebro nada más que el proceso de construcción, y ningún proceso de ruptura y destrucción, no podríamos contener el alma.

La evolución no procede en línea recta. Debe retroceder en una dirección; debe ceder. Aquí reside el secreto de la humanidad, del ser dotado de alma.

Si no vamos más allá de la consideración de la organización del animal, nos encontramos con que sólo nos preocupan sus tres principios: el físico, el etérico y el astral. Pero si procedemos a la observación del hombre, encontramos, cuando hemos progresado aún más con el entrenamiento de nuestras almas, que percibimos espiritualmente aún otro principio.

Nuestra percepción espiritual del animal revela que su pensar, sentir y su voluntad son, en cierto sentido, neutrales entre sí; no están claramente diferenciados. No se puede hablar de un pensar separado, de un sentir separado y de una voluntad separada, sino sólo de una mezcla neutra de estos tres elementos. Pero en el caso del hombre, su vida interior depende justamente del hecho de que él se adueña de sus intenciones por medio de un pensar tranquilo, y de que puede permanecer con sus intenciones; puede llevarlas a cabo en actos, o no llevarlas a cabo. El animal obedece a sus impulsos. El hombre separa el pensar, el sentir y la voluntad.

Cómo es esto, sólo puede entenderse cuando uno ha llevado su poder de percepción espiritual lo suficientemente lejos como para observar el cuarto principio de la organización del hombre - el "yo soy yo" - o el Yo.

Como acabamos de ver, el cuerpo astral rompe los procesos de crecimiento y nutrición; en cierto sentido, introduce una muerte gradual en todo el organismo. El Yo rescata, de este proceso destructivo, ciertos elementos que se desprenden continuamente de la combinación de los cuerpos físico y etérico, y los reconstruye.

Ese es en realidad el secreto de la naturaleza humana.

Si se observa el cerebro humano, se ve -en aquellas partes más ligeras que se encuentran más abajo de las estructuras superficiales, y que proceden como fibras nerviosas a los órganos de los sentidos- una complicadísima organización que, para aquellos que pueden percibirla en su realidad, se encuentra en un continuo estado de deterioro, aunque éste se produce tan lentamente que no puede ser observado por los medios fisiológicos ordinarios. Pero, de toda esta destrucción, se construye lo que diferencia al hombre de los animales, es decir, el cerebro periférico. Esta es la base de la organización humana. En lo que respecta al hombre, naturalmente, el cerebro central (la continuación de los nervios sensoriales y sus conexiones) es más perfecto que el cerebro periférico, que es, de hecho, más afín a los procesos metabólicos que las porciones más profundas del cerebro.

Este cerebro periférico, que es peculiarmente característico del hombre, está organizado para estas funciones metabólicas por la organización del Yo, organizada a partir de lo que, de otro modo, está en estado de deterioro.1 Y así la actividad del Yo impregna todo el organismo.

El yo rescata ciertos elementos de la ruina ocasionada por el cuerpo astral, y construye a partir de ellos lo que subyace a una coordinación armoniosa del pensar, el sentir y la voluntad.

Por supuesto, sólo puedo mencionar estas cosas, pero deseo señalar que se puede proceder con la misma exactitud al hacer observaciones espirituales que en cualquier rama de la ciencia experimental externa y con pleno sentido de la responsabilidad; de modo que en cada caso se busca la concordancia entre lo que se observa espiritualmente y lo que se descubre por métodos físicos empíricos de investigación. Es precisamente la formación del cerebro físico la que nos lleva a aprehender lo suprafísico y a alcanzar el conocimiento mediante la investigación espiritual.

Así pues, tenemos estos cuatro miembros de la organización humana, los cuales para mantener la salud, deben estar en una relación muy especial entre sí.

Por ejemplo, cuando mezclamos hidrógeno y oxígeno de acuerdo con su peso específico, obtenemos agua. Del mismo modo, hay un determinante que hace que haya una relación normal -si se me permite decirlo- entre el cuerpo físico, el cuerpo etérico, el cuerpo astral y el yo.

No sólo tenemos cuatro, sino 4x4 estados relativos. Todos ellos pueden ser perturbados. Puede surgir una relación anormal entre los cuerpos etérico y físico, o entre el astral y el etérico, o entre el Yo y uno u otro de ellos. Todos están profundamente conectados entre sí y están en una relación especial. En el momento en que esto se altera, surge la enfermedad.

Pero esta relación no es uniforme en todo el ser humano; difiere en los diferentes órganos individuales. Si observamos, por ejemplo, un pulmón humano, los componentes físicos, etéricos, astrales y del yo de este pulmón no son los mismos que los del cerebro o del hígado. De modo que toda la organización humana es tan complicada que lo espiritual y lo material están relacionados de manera diferente en cada órgano. Por lo tanto, se comprenderá que, así como se estudia la anatomía física y la fisiología física de acuerdo con los síntomas externos, de igual manera -cuando se admite la existencia de esta investigación espiritual, y se practica- se debe estudiar con la mayor exactitud la salud y la enfermedad de cada órgano por separado. De este modo se llega siempre a un conocimiento completo y exhaustivo del organismo humano. No es posible entenderlo así si se observa únicamente desde el punto de vista físico. Sólo se puede conocer a través del conocimiento de sus cuatro principios. Sólo se tiene claridad sobre cualquier enfermedad cuando se es capaz de decir cuál de estos cuatro principios predomina con demasiada fuerza o está demasiado reprimido. Debido a que uno es capaz de observar estas cosas de una manera espiritual, uno realmente pone un diagnóstico espiritual junto al diagnóstico material. Por lo tanto, lo que se gana con los métodos antroposóficos al ver a través de la cuádruple constitución del hombre, se gana además de todo lo que es posible observar de la salud y la enfermedad por métodos ordinarios.

Y además, no sólo es posible contemplar al hombre espiritualmente, sino también a toda la Naturaleza. Ahora, por primera vez, se está en condiciones de encontrar la relación del hombre con los diversos reinos de la Naturaleza y, en medicina, su relación con las propiedades curativas que estos reinos contienen.

Tomemos un ejemplo. Hay una sustancia que está ampliamente distribuida en toda la tierra, y no sólo en toda la tierra, sino también, en su forma más sutil, en todo el aire. Se trata del ácido silícico. Es una parte constitutiva enormemente importante de la tierra. Pero para aquellos que son capaces de ver estas cosas con facultades superiores, toda esta sustancia silícea se revela como la manifestación externa de algo espiritual; y se ve que existe una diferencia inmensa y casi abrumadora entre lo que los métodos físicos ordinarios de observación revelan con respecto al ácido silícico, o, por ejemplo, el gas de ácido carbónico, y lo que la investigación espiritual revela.

Mediante este último método vemos que el cuarzo, o el cristal de roca, como el que encontramos en las montañas -de hecho, todas las formas de sustancia silícea- proporciona un camino libre para algo espiritual. Así como cualquier sustancia transparente permite que la luz fluya a través de ella, toda sustancia silícea permite que lo que es espiritualmente activo en el mundo entero fluya a través de ella.

Pero cuando se trata del ácido carbónico, la relación con lo espiritual es muy diferente. El ácido carbónico tiene esta peculiaridad (pues hay algo espiritual en toda sustancia física), que lo espiritual que está en contacto con el ácido carbónico se individualiza. El ácido carbónico retiene lo espiritual en sí mismo con toda su fuerza. Lo espiritual "selecciona" al ácido carbónico como morada. En el sílice tiene una tendencia a trascender, una tendencia a consumir, pero en el ácido carbónico reside como si se sintiera "en casa".

Los procesos del ácido carbónico están presentes en la respiración y el sistema circulatorio de los animales. Los primeros están especialmente relacionados con el cuerpo astral. Los procesos del ácido carbónico están relacionados con el físico externo del animal, mientras que el cuerpo astral es el que está activo espiritualmente en el interior. El astral es, pues, el elemento espiritual, y el proceso del ácido carbónico es su contrapartida física y subyace a las expiraciones del animal.

La organización del yo es el elemento interior espiritual en el hombre de los procesos de ácido silícico que tienen lugar en él. Tenemos ácido silícico en el cabello, en los huesos, en los órganos de los sentidos, en todas las extremidades y en la periferia de nuestro cuerpo -de hecho, en todos los lugares donde entramos en contacto con el mundo exterior- y todos estos procesos de ácido silícico son la contrapartida externa, la expresión desde dentro hacia fuera, de la organización del Yo.

Ahora bien, hay que tener en cuenta que el Yo debe, en cierto sentido, ser lo suficientemente fuerte como para manipular, para controlar, toda esta actividad del ácido silícico. Si el Yo es demasiado débil, el ácido silícico se separa - eso es una condición patológica. Por otro lado, el cuerpo astral debe ser lo suficientemente fuerte para controlar el proceso del ácido carbónico; si no lo consigue, el ácido carbónico o sus productos de desecho se separan, y se produce la enfermedad.

Es posible, por lo tanto, al observar la fuerza o la debilidad del cuerpo astral, encontrar la causa de una enfermedad enraizada en lo espiritual. Y observando la organización del yo se descubre la causa de las perturbaciones que, o bien provocan una descomposición mórbida de los procesos del ácido silícico en el cuerpo, o bien hay que tratarlas terapéuticamente mediante la administración de ácido silícico. Lo que ocurre entonces es que lo espiritual, que nunca se retiene en la propia sustancia material, pasa a través de ella y afecta al ácido silícico depositado en el cuerpo. Ocupando el lugar del propio yo. En la administración del ácido carbónico como agente curativo, hay que prepararlo de tal manera que lo espiritual esté presente en él de forma correcta; al utilizarlo como remedio hay que tener en cuenta que el cuerpo astral actúa en él.

Por lo tanto: Se puede concebir una forma de terapia que no sólo haga uso de agentes químicos, sino que esté administrando conscientemente una cura, a sabiendas de que, si se da una determinada cantidad de sustancia física, o se prepara una solución particular como baño, o si se aplica una inyección, al mismo tiempo se introduce definitivamente algo de naturaleza espiritual en el organismo humano.

Así que es perfectamente posible tender un puente desde un conocimiento de los medios puramente físicos de curación a un conocimiento que funciona con medios espirituales.

Esa era la característica de la medicina de los tiempos antiguos; alguna tradición de ella aún perdura; perdura incluso en algunas de las curas reconocidas hoy en día. Y tenemos que volver a esto. Podemos hacerlo si, sin descuidar en absoluto la medicina física, añadimos a ella lo que podemos obtener en el conocimiento espiritual, no sólo del hombre, sino también de la Naturaleza. Todo puede llevarse a cabo con la misma exactitud que en el caso de la ciencia natural física.

La Antroposofía no pretende corregir la medicina moderna, sino añadirle sus propios conocimientos, porque la medicina ordinaria sólo se exige a sí misma.

Lo que acabo de indicar brevemente no es más que el comienzo de un conocimiento espiritual extremadamente amplio, en el que, actualmente, la gente tiene muy poca fe. Eso se puede entender muy bien. Pero ya se han alcanzado algunos resultados en la esfera de la medicina, y éstos pueden ser estudiados en la práctica en el Instituto Clínico de la Dra. Ita Wegman en Arlesheim, Suiza. Y estoy convencido de que si cualquier persona investigara este avance y ampliación del campo de la medicina con la misma buena voluntad con la que, por regla general, investiga la medicina física, no encontraría ninguna dificultad en aceptar la idea de lo espiritual en el hombre, y de lo espiritual en los métodos para curarlo.

Muy brevemente, daré dos ejemplos que ilustran lo que he dicho. Supongamos que por medio de este tipo de diagnóstico espiritual (si se me permite usar tal expresión) se ve que en un paciente el cuerpo etérico está trabajando con demasiada fuerza en algún órgano en particular. El cuerpo astral y la organización del Yo no están en condiciones de controlar esta superactividad del cuerpo etérico, de modo que nos encontramos con un cuerpo astral que se ha vuelto demasiado débil, y posiblemente también con un Yo demasiado débil, y por lo tanto el cuerpo etérico predomina. Este último provoca en algún órgano particular una condición tal de los procesos de crecimiento y nutrición que todo el organismo no puede mantenerse adecuadamente unido, debido a la falta de control de los otros dos principios.

En este punto, pues, en el que predomina el cuerpo etérico, el organismo humano aparece como demasiado expuesto a las fuerzas centrífugas del Cosmos. No están en equilibrio con las fuerzas centrípetas del cuerpo físico. El cuerpo astral no puede controlarlas. En tal caso nos encontramos, por un lado, con una preponderancia de los procesos silícicos y, por otro, con una impotencia del yo para controlarlos.

Este hecho subyace a la formación de tumores, y es aquí donde se indica el camino para la verdadera comprensión de la naturaleza de los procesos carcinomatosos (cáncer). Las investigaciones sobre este asunto han tenido muy buenos resultados y se han llevado a cabo en la práctica. Pero no se puede comprender el carcinoma si no se comprende que se debe al predominio del cuerpo etérico, que no es suprimido por una actividad correspondiente del astral y del yo,

Entonces surge la pregunta de qué hay que hacer para fortalecer los elementos del cuerpo astral y del yo que corresponden al órgano enfermo, de modo que se pueda reducir la energía superabundante de la organización etérica. Esto nos lleva a la cuestión de la terapia del carcinoma, que será tratada a su debido tiempo.

De esta manera, a través de la comprensión del cuerpo etérico se nos permite conocer gradualmente la naturaleza de la más terrible de todas las enfermedades humanas, y al mismo tiempo, al investigar la naturaleza espiritual de la acción de los remedios, descubriremos los medios para combatirla. Este es sólo un ejemplo de cómo las enfermedades pueden ser comprendidas a través del cuerpo etérico.

Pero suponiendo que sea el cuerpo astral cuyas fuerzas predominen -suponiendo que sean tan fuertes que predominen prácticamente en todo el organismo, de modo que surja una especie de rigidez universal de todo el cuerpo astral debido a sus excesivas fuerzas internas-, ¿qué produce tal estado de cosas? Cuando el cuerpo astral no está bajo el control del Yo, es decir, cuando sus fuerzas desintegradoras no son anuladas por las fuerzas integradoras del Yo, aparecen síntomas relacionados con una organización del Yo debilitada.

La consecuencia es, principalmente, una actividad anormal del corazón. Además, otra anomalía debida a una actividad debilitada del Yo, como se ha descrito anteriormente, es que las funciones glandulares están perturbadas. Como la organización del Yo no es suficientemente prominente y no puede ejercer suficiente control, en mayor o menor grado los órganos glandulares periféricos comienzan a secretar demasiado activamente. Aparecen glándulas inflamadas - aparece el bocio.

Y vemos además cómo, por medio de esta rigidez del cuerpo astral, los procesos silícicos, que deberían tener una reacción hacia adentro, son presionados hacia afuera, porque el yo no puede trabajar con suficiente fuerza en los órganos de los sentidos, donde debería trabajar con fuerza. Así, por ejemplo, los ojos se vuelven prominentes; el cuerpo astral los impulsa hacia afuera.

Es tarea del Yo superar esta tendencia. En realidad, nuestros ojos se mantienen en su lugar correcto en nuestro organismo por el equilibrio que debe existir entre el cuerpo astral y el yo. Así que se vuelven prominentes porque el elemento del Yo en ellos es demasiado débil para mantener el equilibrio adecuadamente. Además, se observa en estos casos una condición general de inquietud. En una palabra, debido a que el Yo no puede hacer retroceder esos procesos orgánicos que son causados por el cuerpo astral, se ve que predomina la actividad de todo el cuerpo astral. En resumen, los síntomas son los del bocio exoftálmico.

Sabiendo, pues, que una alteración del equilibrio entre el cuerpo astral y la organización del yo produce el bocio exoftálmico, se pueden aplicar los mismos principios para efectuar la cura.

Por lo tanto, se puede ver con qué exactitud se pueden seguir estos métodos, tanto en lo que respecta a las condiciones patológicas como a los organismos terapéuticos, cuando se investiga al ser humano de manera espiritual.

Antes de pasar de lo patológico a lo terapéutico - y en particular en relación con los dos ejemplos mencionados - sería bueno tocar algunos de los principios que subyacen a la asimilación de diversas sustancias por el organismo humano.

Sólo se reconoce toda la conexión que existe entre la llamada "Naturaleza" y el ser humano cuando se percibe no sólo que éste es un ser físico-psíquico-espiritual compuesto por cuerpo físico, cuerpo etérico, cuerpo astral y yo, sino también cuando se percibe además que la base de todas las sustancias y procesos naturales es una base espiritual concreta y comprensible. Pero primero hay que ser capaz de penetrar en esta existencia espiritual concreta.

Del mismo modo que en el mundo natural hay que distinguir entre los minerales y las plantas, también hay que distinguir definitivamente entre los elementos espirituales y los seres que se expresan a través de ellos.

Supongamos que tomamos primero el reino mineral.

Una parte considerable de nuestros recursos curativos provienen de este reino, y por lo tanto, lo que se puede utilizar en medicina a partir de las bases espirituales, emana en gran medida de los minerales. Encontramos que el elemento espiritual está conectado de tal manera con los minerales que establece una relación particular entre ellos y la organización del yo. Es creíble que si se administra una sustancia mineral, ya sea por vía oral o por inyección, ésta actúa principalmente sobre el propio organismo humano, y posibilita la salud o la mala salud. Pero lo que realmente ocurre es que el mineral físico, como tal, tal como es considerado y manejado por el químico o el físico, en realidad no actúa sobre el organismo, sino que permanece tal como es. La propia sustancia física, vista por la observación espiritual, no muestra apenas ninguna metamorfosis cuando es absorbida. Por el contrario, lo que es espiritual en la sustancia trabaja con extraordinaria fuerza sobre el yo.

Así se puede decir que el espíritu, por ejemplo de un cristal de roca, afecta al Yo. El Yo controla al ser humano cuando contiene algo silicoso, es decir, el elemento espiritual del ácido silícico. Eso es lo que es tan notable.

Por otra parte, si tomamos el reino vegetal, las plantas no sólo poseen una forma física, sino también lo que he caracterizado como cuerpo etérico. Supongamos que administramos alguna sustancia vegetal, ya sea por vía oral o por inyección, lo que hay en la planta actúa, por regla general, únicamente sobre el cuerpo astral. (Estas cosas se describen en sentido general; siempre hay excepciones, que también pueden estudiarse).

Todo lo que se deriva del reino animal, cualquiera que sea la forma en que se fabrique - de fluidos o sólidos - cuando se administra, actúa sobre el cuerpo etérico. Esto es particularmente interesante, porque en este trabajo médico-espiritual se han obtenido resultados utilizando, por ejemplo, en ciertos casos, productos animales derivados de las secreciones de la hipófisis cerebral. Estos se han utilizado con éxito en niños raquíticos o en casos de deformidad infantil, etc.

También hay otros productos animales que actúan sobre el cuerpo etérico humano, ya sea fortaleciéndolo o debilitándolo. En resumen, ésta es su función principal.

Todo lo que se inyecta de un ser humano a otro afecta sólo al cuerpo físico; aquí hay únicamente un trabajo de lo físico sobre lo físico. Por ejemplo, si se hace una transfusión de sangre humana, no se tiene en cuenta nada más que lo que puede ocurrir como fenómeno puramente físico por medio de la sangre. Un ejemplo notable de esto se pudo observar cuando, en las vacunaciones contra la viruela, se pasó de utilizar linfa humana a utilizar linfa de ternera. Se pudo observar entonces cómo la linfa humana actuaba sólo sobre el cuerpo físico, y cómo el efecto pasaba, por así decirlo, a una etapa superior cuando se introducía linfa de ternera, al ser transferida al cuerpo etérico.

De este modo es posible ver, mediante el desarrollo de los poderes espirituales de observación, cómo actúa la Naturaleza en grados, o pasos, sobre los seres humanos - el mineral es utilizado en cierto sentido por el yo, la planta por el cuerpo astral, lo animal por el cuerpo etérico, y el cuerpo físico humano por el cuerpo físico humano. En este último caso ya no hay nada espiritual que describir. De hecho, incluso en lo que respecta al reino animal, ya no podemos hablar de lo "espiritual" en el producto animal, sino sólo de lo "etérico".

Sólo a través de todas estas diversas conexiones se puede obtener una verdadera concepción de cómo el hombre -tanto en la salud como en la enfermedad- está realmente inmerso en todo el orden natural. Pero también se llega a una percepción interna de una continuación aún mayor del funcionamiento de la naturaleza en el organismo humano.

Ahora podemos preguntarnos cuál es nuestra actitud ante el cáncer. Hemos visto cómo el cuerpo etérico es capaz de desarrollar fuerzas demasiado fuertes de sí mismo en algún órgano particular. Las fuerzas centrífugas -es decir, las fuerzas que tienden hacia el exterior, hacia el Cosmos- se vuelven demasiado poderosas; el cuerpo astral y el yo son demasiado débiles para contrarrestarlas. El conocimiento espiritual viene ahora en ayuda de uno. Ahora se puede intentar fortalecer el cuerpo astral, en cuyo caso se administra algo del reino vegetal, o se debe frenar el cuerpo etérico, y en ese caso se recurre al reino animal.

La investigación espiritual ha conducido a la adopción del primer procedimiento, el que se relaciona con el cuerpo astral. Para curar el cáncer, hay que fortalecer las fuerzas del cuerpo astral. Y ahora se puede admitir que el remedio ha sido realmente descubierto en el reino vegetal.

Se nos ha acusado de diletantismo y demás, porque hacemos uso de una planta parásita -el muérdago (que se ha utilizado en medicina sobre todo para la epilepsia y afecciones similares)- y porque la preparamos de una manera muy especial, con el fin de descubrir el camino que llevará a la curación del cáncer.

Si habéis observado árboles que presentan una notable excrecencia en el tronco, parecida a una hinchazón, especialmente si los habéis visto seccionados, os daréis cuenta de que toda la tendencia de crecimiento, que normalmente tiene una dirección vertical, tiene en estos lugares una desviación en ángulo recto, volviéndose por tanto horizontal. Se expande hacia afuera como si otro tronco comenzara a crecer; y se encuentra algo que es como si fuera extraído del propio árbol - algo parasitario. Si se estudia con más detenimiento, se descubre que todo árbol que tiene una excrecencia de este tipo está reprimido, restringido, en su desarrollo físico. No se ha dispuesto de suficiente material físico en todas partes, para seguir el ritmo de las fuerzas de crecimiento del cuerpo etérico. El cuerpo físico se queda atrás. El cuerpo etérico, que de otro modo se esfuerza centrífugamente por proyectar la sustancia física hacia el Cosmos, se queda, por así decirlo, solo en esta parte del árbol. Por él pasa muy poca sustancia física o, mejor dicho, materia que tiene muy poca fuerza física. El resultado es que el cuerpo etérico toma una dirección descendente hacia la parte inferior del árbol, que está conectada con fuerzas físicas más fuertes.

Ahora imaginemos que esto no sucede, sino que, en su lugar, aparece el muérdago; y en ese caso se produce a través de esta planta, (que también tiene su propio cuerpo etérico), lo que de lo contrario debería tener lugar a través del cuerpo etérico del árbol.

De ello resulta una relación muy especial entre el muérdago y el árbol. El árbol, que está arraigado directamente en la tierra, utiliza las fuerzas que absorbe de la tierra. El muérdago, que crece en el árbol, utiliza lo que el árbol le da; el árbol es para el muérdago, lo que es la tierra para el árbol. El muérdago, por lo tanto, produce artificialmente lo que, cuando no está presente, da lugar a las "hinchazones" que se deben a una hipertrofia de la organización etérica del árbol. El muérdago quita lo que el árbol sólo cede cuando tiene muy poca sustancia física, de modo que su elemento etérico es excesivo. El exceso de lo etérico pasa del árbol al muérdago.

Cuando el muérdago es preparado de tal manera que esta cualidad etérica superabundante que ha tomado del árbol es administrada a una persona bajo ciertas condiciones, por inyección (y, ya que estamos observando todos estos hechos de manera espiritual), obtenemos la siguiente información: que el muérdago, como sustancia externa, absorbe lo que se manifiesta en el cuerpo humano como las fuerzas etéricas rampantes en el cáncer. Por el hecho de que reprime la sustancia física, reforzando el funcionamiento del cuerpo astral, que hace que el tumor o el cáncer se desintegre y se rompa. 

Por lo tanto, introducimos realmente la sustancia etérica del árbol en el ser humano por medio del muérdago, y la sustancia etérica del árbol, llevada por medio del muérdago, actúa como fortificante del cuerpo astral humano.

Este es un método que sólo puede ser conocido por nosotros cuando obtenemos una visión de la forma en que el cuerpo etérico de la planta actúa sobre el cuerpo astral del ser humano - una visión del hecho de que el elemento espiritual de la planta, que en este caso es extraído de ella por el crecimiento parasitario, actúa sobre el cuerpo astral humano.

De este modo se puede ver cómo se verifica concretamente lo que he dicho, es decir, que no se trata simplemente de administrar remedios a la manera del químico - en el sentido en que el químico habla y piensa en los remedios - sino que se trata de administrar lo espiritual, lo suprafísico, que contienen las diversas sustancias.

También me he referido anteriormente al hecho de que en el bocio exoftálmico (enfermedad de Graves) el cuerpo astral se vuelve más rígido, y que la organización del yo es incapaz de hacer frente a esta condición. Los síntomas son los que he descrito. Este es un caso en el que es necesario reforzar las fuerzas del yo. Debemos considerar por un momento algo que desempeña un papel muy poco importante en nuestras asociaciones ordinarias con el mundo externo; pero son precisamente esas sustancias aparentemente sin importancia las que, en lo que respecta a su elemento espiritual, tienen el mayor efecto sobre lo espiritual en el ser humano. Por ejemplo, uno encuentra que el óxido de cobre tiene el mayor efecto imaginable sobre la organización del yo del hombre; realmente la fortalece. Así, si se da óxido de cobre a una persona que sufre de la enfermedad de Graves, el efecto es que se crea una fuerte organización del Yo que domina el cuerpo astral anquilosado; el óxido de cobre viene, por así decirlo, al rescate del Yo, y así se restablece el equilibrio correcto.

He citado estos dos ejemplos especialmente para mostrar cómo se puede estudiar cada producto en toda la extensión de la Naturaleza, y plantear la pregunta: "¿Cómo actúa este o aquel producto sobre el cuerpo físico del hombre?  ¿cómo actúa sobre el cuerpo etérico? y ¿cómo sobre el cuerpo astral y la organización del yo?"

Todo depende, pues, de nuestra penetración en los secretos profundos de la Naturaleza. Esta búsqueda en los secretos de la Naturaleza -en los misterios de la Naturaleza- es la única manera posible de combinar la observación de la enfermedad humana con la observación de los organismos curativos. Si sé cómo, digamos, un imán afecta a las limaduras de hierro, entonces sé lo que está ocurriendo. Del mismo modo, si sé en qué sentido el óxido de cobre es "espiritual", y por otro lado qué es lo que le falta al ser humano cuando tiene los síntomas del bocio exoftálmico, eso es impregnar lo que se llama medicina con el conocimiento espiritual.

Se puede mirar hacia atrás en la evolución de la humanidad, es decir, en la evolución del espíritu de la humanidad que ha dado lugar a las distintas civilizaciones, y que ha hecho surgir también el conocimiento y la ciencia; Y si, en tal retrospectiva, se mira hacia un pasado tan remoto que sólo es posible alcanzarlo por medio de la visión espiritual que he descrito, se llega a centros de conocimiento muy diferentes de nuestras escuelas actuales, en los que los hombres fueron llevados a penetrar en el conocimiento de la Naturaleza y de la humanidad, después de que sus almas fueran preparadas primero de tal manera que pudieran percibir lo espiritual en todo el mundo externo.

Estos centros de conocimiento, de los que nos hemos acostumbrado a hablar como "misterios", no eran simplemente "escuelas", sino que fundamentalmente eran representativos de ciertas cosas que se consideran de forma bastante separada en la vida de hoy en día. Eran centros de religión y de arte, así como de conocimientos relativos a todos los departamentos de la cultura humana.

Estaban organizados de tal manera que los que estaban designados como maestros no instruían a sus alumnos por medio de meros conceptos abstractos, sino por medio de imágenes. Estas imágenes, por sus características internas, representaban las relaciones y conexiones vivas entre todas las cosas del mundo. Por lo tanto, esta imagen podía producir sus efectos a través del ceremonial, como lo llamaríamos hoy en día. En su desarrollo posterior, esta imaginería se impregnó de belleza. El ceremonial religioso se convirtió en artístico. Y más tarde, cuando lo que se había obtenido -no de fantasías arbitrarias, sino de estas imágenes o cuadros, que habían sido extraídos de los propios secretos del mundo- se expresó en ideas, se convirtió, en ese momento, en ciencia. Las mismas imágenes, cuando se presentaban de manera que suscitaban una cualidad esencial de la voluntad humana que podía expresarse como bondad, eran la religión. Y si se presentan de tal manera que exaltan los sentidos, tocan las emociones y elevan el alma a la contemplación de la belleza, eso es el arte.

Los centros del arte estaban indisolublemente unidos a los centros de la religión y de la ciencia. No había una apreciación unilateral de nada a través de la razón humana solamente, o a través de la percepción de los sentidos solamente, o a través de la experimentación física externa solamente, sino que todo el ser humano estaba involucrado - cuerpo, alma y espíritu.

Se penetraba en la naturaleza más profunda de todas las cosas, en las profundidades en las que la realidad se revelaba; por un lado se estimulaba a la bondad, por otro a la verdadera expresión de las ideas. Seguir este camino, que conduce a la verdad, a la belleza y a la bondad, se hablaba, y se sigue hablando, como el camino de la iniciación - al conocimiento de los "principios" de las cosas. Porque los hombres eran conscientes de que vivían realmente en estos principios cuando los evocaban en el ceremonial religioso, en las revelaciones de la belleza y en el mundo de las ideas correctamente creado; y por ello llamaron a esta actitud que tenían hacia las cosas del mundo, "conocimiento iniciático" - el conocimiento de los principios a partir de los cuales sólo el hombre es capaz de captar la verdadera naturaleza de las cosas, y así utilizarlas según su voluntad.

Así que los hombres buscaron una ciencia iniciática que pudiera penetrar en los misterios del mundo - hasta los "principios".

Tuvo que llegar un tiempo en el curso del desarrollo humano en el que esta ciencia de la iniciación se retiró; porque se hizo necesario que los hombres dirigieran sus energías espirituales hacia el interior para alcanzar una mayor conciencia de sí mismos. La ciencia de la iniciación se convirtió en algo onírico, instintivo. No se trataba entonces de desarrollar la libertad humana, pues tal desarrollo hacia la libertad sólo se ha producido porque la humanidad se ha alejado durante un tiempo de los principios; ha perdido la visión iniciática, y apartándose de los principios, contempla lo que se relaciona más con los finales de las cosas -con las revelaciones externas de los sentidos, y con todo lo que, a través de los sentidos, puede descubrirse por medio de la experimentación en relación con lo último, con los finales.

Ha llegado el momento en que, habiendo logrado una ciencia inconmensurablemente extensa de lo superficial - si puedo llamarla así - que sólo puede tener una conexión bastante externa con el arte o la religión, debemos buscar de nuevo una ciencia iniciática; pero debemos buscarla con la conciencia que hemos desarrollado en nosotros mismos por medio de la ciencia exacta; una conciencia que, con respecto a la nueva forma de conocimiento iniciático, funcionará no menos perfectamente que en relación con las ciencias exactas.

Se construirá entonces un puente entre esa concepción del mundo que une al alma humana con sus orígenes por medio de ideas concebidas interiormente, y la manipulación práctica de las realidades contenidas en esas ideas.

En los antiguos misterios, el conocimiento iniciático estaba especialmente ligado a todo lo relacionado con la curación de la humanidad. Había un verdadero arte de la curación. En efecto, el misterio-curación era un arte, pues despertaba en el hombre la percepción de que el proceso de curación era al mismo tiempo un proceso de sacrificio.

Para satisfacer las necesidades internas del alma humana, debe volver a existir un vínculo más estrecho entre la curación y nuestra concepción filosófica del mundo. Y esto es lo que el conocimiento de las necesidades de la época pretende encontrar en el Movimiento Antroposófico.

El Movimiento Antroposófico, cuya sede está en Dornach, Suiza, no interpone nada arbitrario en la vida; tampoco defiende ningún tipo de misticismo abstracto. Desea más bien entrar de manera totalmente práctica en todas las esferas de la actividad humana. Pretende alcanzar con plena conciencia de sí mismo lo que en la antigüedad se buscaba instintivamente.

Aunque sólo es un comienzo, en cualquier caso estamos creando la posibilidad de un retorno a lo que, en los antiguos misterios, era algo natural y evidente: la medicina existente en la más estrecha comunión con la visión espiritual.

Traducido por J.Luelmo sept.2021



1 La "organización del yo" denota el conjunto de los atributos del ser humano por medio de los cuales alcanza su "sentido del yo". Al igual que el oído, la vista, el gusto, etc., tienen sus "órganos" de expresión, el yo también los tiene. En este caso el "órgano" es todo el cuerpo físico en su contacto autoconsciente con el mundo exterior. -