viernes, 27 de diciembre de 2024

GA209 Berlín, 7 de diciembre de 1921 -La conciencia del Dios Padre y la conciencia del Cristo

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La conciencia del Dios Padre y la conciencia del Cristo

RUDOLF STEINER


 Berlín, 7 de diciembre de 1921

Lo que tendremos que tratar hoy guardará cierta relación con lo que pude decir aquí la última vez y, por tanto, también guardará relación con algunas de las cosas que supe en aquellas intervenciones. Hoy quisiera hablar del materialismo de las confesiones religiosas contemporáneas, pero quisiera hacerlo en relación con cierto aspecto del problema de Cristo. Precisamente en relación con el problema de Cristo comienzan a surgir toda una serie de malentendidos acerca de la investigación antroposófica, y aunque no es de esperar que estos malentendidos sean disipados por quienes los revelan con cierto interés, de ello puede depender mucho para otros.

A lo largo de las fases más recientes del desarrollo de la civilización occidental, hemos experimentado todo tipo de inclinaciones hacia cosmovisiones claramente ateas. Mi tarea hoy no pretende señalar los diversos matices del ateísmo tal y como ha aparecido; sin embargo, me gustaría llamar la atención sobre algo que es una base común de cualquier visión atea del mundo. Se trata de un fallo a la hora de examinar de dónde procede realmente el contenido de la conciencia de Dios. La conciencia de Dios no puede provenir únicamente de la contemplación de la naturaleza externa, sino de toda la coexistencia del hombre con la naturaleza externa, con el mundo sensorial. Quizá parezca paradójico decir que la conciencia de Dios debe proceder de la coexistencia del hombre con el mundo sensorial. Sin embargo, esta conciencia de Dios, no debe tomarse como la culminación de un momento, por así decirlo, sino como el contenido de la vida en la tierra durante el período que va desde el nacimiento hasta la muerte. En esta vida terrenal sentimos en primer lugar que pertenecemos a la naturaleza por herencia. Hemos entrado en esta existencia terrenal como seres humanos físicos a través de procesos puramente naturales. A medida que transcurre nuestra existencia terrenal, nos damos cuenta de un cierto desarrollo de aquello que nos ha llegado a través de nuestro nacimiento en esta existencia. Ahora se trata de si somos lo suficientemente cuidadosos, -naturalmente no lo digo sólo desde el punto de vista del intelecto, sino también desde el punto de vista del sentir y de los impulsos de la voluntad que también tenemos y debemos experimentar allí-, de si obtenemos un cierto desempeño de nuestra conciencia por convivir con el mundo sensorial exterior en el transcurso de nuestra existencia terrena. Sin embargo, si mediante la experiencia vulgär, resumimos únicamente todo lo que el mundo de los sentidos puede darnos, nunca llegaremos a sentir nuestra plena naturaleza humana si no pensamos en el mundo de los sentidos y en lo que puede ser junto con nosotros de un modo espiritualizado. Por muy cuidadosamente que examinemos todos los secretos que el mundo sensorial exterior puede darnos a través de la percepción sensorial, nunca podríamos llegar a comprender el hecho de que el ser humano también está inmerso en este mundo sensorial. Pero como nosotros, como seres físicos terrenales, hemos surgido no obstante de este mundo de los sentidos, pero nunca podemos encontrarnos comprensibles como seres humanos a partir de sus ingredientes, entonces para una conciencia sana se deduce sencillamente que esta conciencia se cumplimenta con la existencia de Dios o con la percepción de la existencia de Dios.

A pesar de sus grandes y amplios éxitos, esto es precisamente lo que la ciencia natural moderna ha aportado a la humanidad: puesto que no quiere reconocer la existencia espiritual como tal dentro del mundo sensorial, en cierta medida elimina al ser humano de la existencia global que quiere abarcar. Ya he expresado esto ante ustedes diciendo: Si nos fijamos, por ejemplo, en la teoría del desarrollo de los últimos tiempos, -en muchos aspectos enorme-, en realidad no la encontramos tratando del hombre como «hombre», sino como la conclusión, por así decirlo la coronación del mundo animal. Si preguntamos a la ciencia natural, tal como es hoy, sobre la naturaleza del hombre, en realidad no nos responde, si la entendemos correctamente. Sólo responde a la pregunta: ¿Cuál es el más elevado de los animales? En otras palabras, sólo considera al hombre en relación con su condición de animal. Tiene razón en muchos aspectos en lo que tiene que decir al respecto, pero al hacerlo sitúa al hombre, por así decirlo, fuera de la esfera de su consideración. No puede responder a la pregunta sobre la naturaleza del hombre con sus medios, es más, sólo puede entenderse a sí misma correctamente si declara que esta pregunta sobre la naturaleza del hombre queda fuera de su ámbito.

Por supuesto, esto es sólo una referencia al sentimiento que se desprende de la totalidad de un ser humano sano, que precisamente en la medida en que se ve a sí mismo en conexión con la totalidad de la naturaleza, debe llegar realmente a la conciencia de Dios, pero inicialmente sólo a la conciencia de Dios, no a la conciencia de Cristo.

Ahora bien, una persona que hace uso de su sano juicio, de su sana sensibilidad, no puede ser atea. Ya lo he expresado aquí diciendo que, aunque no todas las enfermedades leves puedan diagnosticarse por medios ordinarios, está claro para cualquiera que sepa distinguir entre una persona sana y una enferma que el ateísmo sólo puede encontrar su lugar en una disposición patológica de la naturaleza humana en su conjunto. Por lo tanto se puede decir: Negar a Dios en realidad es el resultado de estar enfermo. Pero ahora se trata de lo siguiente: En la época actual de la evolución humana llegamos a esta conciencia de Dios, yo diría que sólo de manera vacilante, dudosa, si pasamos por alto todo; pues aquí hay que llamar la atención sobre una deficiencia importante de nuestra pedagogía actual, esa deficiencia que, por ejemplo, el movimiento de las escuelas Waldorf quiere corregir. Cuando se habla de la decadencia de la civilización actual, no se puede ignorar realmente el movimiento juvenil actual. Este movimiento juvenil significa mucho más de lo que se suele pensar, y considero algo extraordinariamente significativo que en una serie de actos recientes organizados por nuestro movimiento antroposófico, entre ellos el último Congreso de Stuttgart, un número considerable de miembros del movimiento juvenil se reunieran y tomaran realmente la decisión muy positiva de unirse a lo que quiere la corriente espiritual antroposófica, también desde el punto de vista del movimiento juvenil. Se puede pensar lo que se quiera sobre los detalles de este movimiento juvenil, pero hay que advertir que en una gran parte de nuestra juventud se ha desvanecido la autoridad hacia la generación de más edad, que se supone que es el líder de la juventud. Aunque uno pueda decir muchas cosas críticas sobre la juventud actual, no puede evitar darse cuenta de ello: Cuando los jóvenes dicen que ya no pueden reconocer la autoridad, tal y como la encuentran, la culpa de ello no puede atribuirse sólo a la juventud, sino que debe atribuirse a la edad que se supone que es quien lidera a la juventud. Hace poco, durante una conferencia que di en Aarau (Suiza), se habló precisamente de la falta de autoridad de los jóvenes de hoy. Al final de la conferencia, apareció un representante religioso y regañó a la juventud de hoy. Pero esta regañina no sirve de mucho ante algo tan elemental. Hay que entender las cosas. Fue interesante cuando un chico muy joven de la propia escuela cantonal, -la escuela cantonal de allí es en realidad una escuela secundaria-, se levantó después y, en mi opinión, pronunció el mejor discurso del debate. Se levantó con mucho ardor y dijo: «Queremos autoridad, en realidad ansiamos autoridad, pero cuando miramos a los ancianos, ¿Acaso vemos otra cosa que no sea que ninguna autoridad puede venir de estos ancianos?

Los vemos pelearse en cada ocasión, enfrentados. - Y luego enumeró todo tipo de cosas que los jóvenes notan en los ancianos de hoy, y finalmente dijo:

¡Ansiamos autoridad, pero no podemos tenerla!

Pero si uno ve a través de lo que se trata todo esto, encontrará que la civilización actual se ha vuelto altamente intelectualista, que en realidad todo lo que se considera a sí mismo como guía y autoridad hoy en día se ha vuelto intelectualista, puramente intelectual. Básicamente, la ciencia natural y la cultura intelectual van juntas. La ciencia natural es lo objetivo, la cultura intelectual lo subjetivo. Pero la cultura intelectual, el intelectualismo, sólo se da de forma natural a cierta edad. De niño no se puede ser intelectualista. Los niños no son intelectualistas. En realidad, el intelectualismo sólo puede aparecer tras la madurez sexual. Y como la humanidad ha crecido completamente en el intelectualismo, hoy todo está dominado por él. Los que hoy suelen rechazar el intelectualismo y arremeten contra él, lo hacen sobre todo por un tipo distinto de intelectualismo. Hoy, todos los que reivindican el intelectualismo son abstraccionistas. Pero el intelectualismo sólo nos llega realmente a una edad más avanzada, y como estamos abrumados por él, los niños ya no nos entienden y ya no pueden tener nada que ver con las formas de pensamiento que adoptamos bajo la influencia del intelectualismo, y nosotros mismos ya no sentimos lo que absorbíamos cuando éramos niños. La edad infantil ya no está plenamente viva en nosotros. Nos hemos intelectualizado tanto que el niño ya no desempeña ningún papel en nosotros. Pero no podemos ser pedagogos, educadores, al haber sido completamente abandonados por lo que nosotros mismos experimentamos de niños. Así que ya no sabemos qué decir a los niños y éstos crecen sin ningún cuidado especial por su ser. Declamamos que debemos ser descriptivos, pero lo descriptivo es sólo el lado objetivo del intelectualismo. De este modo creamos un abismo entre nosotros y la juventud, y esto es lo que encontramos en el movimiento juvenil. Pero, de nuevo, con sólo criticar el intelectualismo no se logrará nada. Al fin y al cabo, ha sido un fenómeno necesario en la civilización occidental de los últimos tres a cinco siglos, en realidad desde los siglos XIII al XV. Fue necesario que surgiera para que la humanidad pudiera vivir realmente el impulso de la libertad. De modo que no se trata sólo de criticar el impulso intelectualista, sino de comprenderlo correctamente, para poder luchar por un desarrollo ulterior hacia algo distinto de la vertiente intelectualista precisamente a través de esta comprensión.

Y ahora debemos decir: ¿Cuál es la esencia de este intelectualismo? En realidad ya se indica al señalar la conexión entre este intelectualismo y el sentimiento de libertad. Y el sentimiento de libertad es a su vez inconcebible sin el pleno desarrollo del Yo humano. En realidad, es el desarrollo del yo lo que ha surgido en cierto modo en los últimos tiempos en la humanidad y que desde el alma consciente se apodera del yo. Esto es lo esencial que da el impulso a la civilización occidental más reciente. Pero este yo, del cual el hombre es plenamente consciente desde hace tres, cuatro, cinco siglos, sólo puede provenir inicialmente del cuerpo humano. La experiencia del yo entre el nacimiento y la muerte sólo puede provenir del cuerpo humano; esto puede comprobarse en particular a través de la investigación espiritual antroposófica.

Uno de los momentos más importantes para toda la vida después de la muerte es el momento mismo de morir. Este momento de la muerte, por supuesto, sólo es conocido por el ser humano terrenal en su aspecto externo. En el aspecto interno él debe reconocerlo a partir de aquella conciencia que el propio muerto tiene entre la muerte y un nuevo nacimiento. Que esto se produzca más o menos tarde después de la muerte no debe preocuparnos ahora. Hoy queremos poner ante nosotros en general la conciencia que el hombre tiene entre la muerte y un nuevo nacimiento. Esta conciencia depende absolutamente del hecho de que el hombre tenga una impresión extraordinariamente significativa en el momento de la muerte. Tengan ustedes en cuenta que durante toda la vida entre el nacimiento y la muerte el hombre sale de su cuerpo físico y etérico sólo con su yo y su cuerpo astral, es decir, en estado dormido; de modo que durante la vida entre el nacimiento y la muerte hay una conexión constante e ininterrumpida entre el cuerpo físico y el cuerpo etérico. Al morir, el ser humano abandona el cuerpo físico es decir la conexión con su cuerpo etérico se interrumpe, -como ustedes saben, permanece junto a su cuerpo etérico durante días-, de modo que sólo tiene esta experiencia de su cuerpo físico completo en el momento de la muerte. Si se quiere tener conocimiento de algo, no se puede tener de otra manera que teniendo la cosa a conocer fuera de uno mismo. Así como no se ven los elementos que componen nuestro ojo, sino que sólo se ve lo que está fuera del ojo. Así tampoco se ve nada de lo anímico-espiritual que se tiene dentro. Hay que salir primero de uno mismo con la parte anímico-espiritual del propio ser, para luego mirar desde el exterior al propio cuerpo, (físico). Esto sucede en el momento de la muerte en relación con la separación del cuerpo etérico y el cuerpo físico. Cuando una persona se duerme, en realidad nunca tiene una visión consciente y completa de sus cuerpos físico y etérico. Ambos permanecen atrás al quedarnos dormidos. Esta es la razón por la cual, cuando se alcanza la conciencia visual en el dormir, sólo puede ver la cabeza humana y la parte del torso, y que en realidad no puede ver las extremidades humanas en el dormir ordinario. Sólo en la muerte, Al morir, existe el momento en que el hombre se tiene a sí mismo completamente ante sí, al igual que si fuera un objeto, en relación con su cuerpo físico, y esta impresión permanece todo el tiempo desde la muerte hasta el nuevo nacimiento, me gustaría decir, como el final de la perspectiva en la que uno mira hacia atrás después de la muerte. Este momento de morir lo ve uno, porque si no tuviera al yo como objeto, no se reconocería a sí mismo como un yo, carecería de yo, en el sentido de que aquí en el mundo físico, se posee aquello que uno trae a la conciencia, a saber, el cuerpo físico completo, como objeto de cognición ante sí mismo en el momento de morir. Esta tremenda impresión que uno puede decirse a sí mismo: Lo que tu conciencia del yo te ha dado, tu cuerpo físico completo, total, ¡que has visto en el momento de morir! Esto permanece y forma el contenido de la conciencia del yo entre la muerte y el nuevo nacimiento, donde todo se vuelve temporal, donde en cierto sentido lo espacial ya no existe. Después de la muerte se mira hacia atrás desde ese punto y es visto como un punto importante, como el final de la perspectiva, -la dirección continúa después, pero en el momento de la última muerte, ese momento de morir-, se produce el destello. Este destello actúa como un «enlace temporal», me gustaría decir, después de la muerte, al igual que el organismo físico espacial proporciona la conciencia del yo entre el nacimiento y la muerte. De modo que podemos decir: La conciencia del yo aquí en la vida terrestre proviene en realidad del cuerpo físico.

Ahora nos ocurre lo siguiente. A través de nuestros sentidos contemplamos la naturaleza exterior. Vemos los tres reinos de la naturaleza exterior: el mineral, el vegetal, el animal y el reino físico humano. Vemos nubes, ríos, montañas, estrellas, etcétera. Todo cuanto allí se ve puede considerarse «naturaleza», y lo que allí se ve también suministra continuamente los elementos, sustancias que también penetran en el organismo humano, tanto el físico como el etérico. Con la alimentación son absorbidas las sustancias del mundo físico-sensorial. Estas sustancias despliegan sus poderes y actividades físico-químicas incluso cuando están en el organismo humano. El ser humano es, por así decirlo, en lo que se refiere a su organismo físico, lo que toma de la naturaleza externa. Los minerales, las plantas y los animales tienen, si se me permite la expresión, derecho a ser «naturaleza». Pero cuando lo que contienen tales sustancias entra en el organismo humano con el alimento, la respiración, etc., se convierten en algo distinto de la naturaleza. Luego, en el organismo humano devienen de tal manera que se puede decir: Aquello que vive en la naturaleza no debe poder seguir siendo naturaleza, si el hombre ha de seguir siendo «hombre». Los seres de la naturaleza sólo tienen derecho a ser naturaleza fuera del hombre; dentro del hombre la naturaleza se convierte en un elemento destructivo. Allí se convierte en aquello que continuamente quiere disolver al ser humano y que también le inflige fuerzas anímicas que obran en pro de la destrucción.

A este respecto, las antiguas conciencias instintivas de la humanidad sabían ver mucho mejor que el intelectualismo actual. El intelectualismo actual parte de conceptos, no de hechos, y cuando los hechos no concuerdan con los conceptos, reinterpreta los fenómenos para ajustarlos a sus conceptos. Hoy no se habla de que las plantas, los animales y los seres humanos lleguen a su fin, sino que se dice que hay que investigar la muerte. El hecho de que el fin de las plantas, el fin de los animales, el fin de los seres humanos pueda ser algo completamente distinto, que no pueda resumirse bajo el concepto común de «muerto», es algo que hoy nadie considera. Para el mundo actual, si se llama la atención sobre estas cosas, devienen grotescas y paradójicas. Pero definitivamente es así en este aspecto. Hoy alguien dice: Un cuchíllo es un cuchíllo, -y luego coge una navaja y quiere cortar su carne con ella, porque- ¡un cuchíllo es un cuchíllo! Hoy en día, cuando la gente cree tener los dos pies en el suelo, es importante darse cuenta de que la realidad no puede alcanzarse con conceptos abstractos. El intelectualismo no lo tiene en cuenta, porque parte de conceptos en lugar de hechos. Por eso tampoco se da cuenta de lo justificado que estaba hablar, -partiendo de niveles de conciencia más antiguos-, de que la naturaleza en sus efectos y procesos, al seguir existiendo en el hombre, pierde el derecho a seguir siendo naturaleza, sino que tendría que transformarse, y que ésta, en el hombre, si quiere conservar su validez como naturaleza, se convierte en «pecado». El concepto de pecado en relación con los fenómenos naturales ya no existe. No se ve el puente entre lo natural y lo que está arraigado en el hombre como anímico-espiritual. Los animales, las plantas y los minerales es correcto que sean naturaleza fuera; lo que entra en el hombre procedente de ellos, debe ser transformado por el hombre, pues si permaneciera como naturaleza se transformaría en algo destructivo. Es decir, si es mera naturaleza y el hombre no tiene poder para transformarla, se convierte en enfermedad, y al ser impartida al alma, en pecado.

Cuando una persona que analiza sin prejuicios su relación con el mundo de los sentidos se pone en situación consigo misma y considera todo lo que se puede tener en cuenta, debe decirse lo siguiente: Si miro a la naturaleza y considero en primer lugar mi procedencia de ella, entonces no puedo ser ateo. Pero, por otra parte, precisamente como hombre del presente, como hombre de la época más reciente, no puedo dejar de atribuir mi conciencia del yo al mero cuerpo físico, a la existencia natural dentro de mí. Lo que expreso aquí en mis pensamientos está ciertamente presente en los sentimientos y emociones de toda persona sana de hoy que no tema llegar al autoconocimiento. Si sólo por miedo o conveniencia, él no evita mirar en su propio ser interior, llega a este dilema diciéndose a sí mismo: Si yo me considero un ser de la naturaleza, que he surgido de la naturaleza, entonces, en la base de todo el mundo, que también me contiene, tiene que haber un ser de Dios. Pero, en realidad, este sano sentimiento se contradice con el desarrollo moderno del yo, pues éste sólo puede provenir de la existencia natural del cuerpo físico y, -como les he mostrado-, incluso a través de la impresión que la muerte produce en el hombre. A consecuencia de esto resulta que instintivamente, el hombre moderno debe dudar de la conciencia de Dios, pero no porque algo en la contemplación de la naturaleza le aleje de la conciencia de Dios, sino porque el hombre de la época actual, teniendo en cuenta la totalidad de su ser en términos de cuerpo, alma y espíritu, no puede estar completamente sano a causa de su conciencia del yo. Pues: La naturaleza en el hombre, si permanece tal como es y tiene influencia sobre el alma, significa algo patógeno, y sobre el alma tiene la influencia de la aberración, de la pecaminosidad.

Por supuesto, no debe uno adoptar una visión filistea de esto, sino que debe mantener ante sus ojos los hechos, tal y como se presentan desde la existencia. Dicho de otro modo: Si nos remontamos a la antigüedad, cuando aún no existía la conciencia del yo, la existencia de Dios siempre se la representaba bajo el concepto del Padre, independientemente de si se la representaba modificada hacia un lado o hacia el otro. La existencia de Dios no podía representarse de otra manera que como una existencia de Dios única, que abarcaba más o menos el universo, que se intentaba captar desde el concepto del Padre; y como la conciencia del yo no existía todavía, puesto que sólo puede surgir de lo natural, nada perturbaba esta conciencia del Padre. En realidad, el hombre moderno sólo puede tener esta conciencia del Padre si amortigua su yo y retira algo de sí mismo, tal vez mediante el fortalecimiento moral, pero que, sin embargo, debe surgir con el desarrollo de la libertad, con el desarrollo de la humanidad moderna. Por eso el hombre, tal como vive hoy, no puede contentarse realmente con la conciencia única, con la conciencia del Padre. Debe decir: Tendría esta conciencia paterna si aún pudiera ser instintivo como la humanidad que existía antes de que se desarrollara el sentido elevado del yo. Pero como ser humano del presente, esta conciencia del yo me impide enfrentarme plenamente a la conciencia del padre en dependencia de ella.

Ocurre lo que el hombre moderno puede muy bien experimentar reflexionando sobre su yo, cuando se da cuenta de que el yo, si no tiene el cuerpo, se extingue. Al dormirse se extingue, en cambio en la muerte sólo se mantiene gracias a que tiene la visión del cuerpo en el momento de la muerte. El hombre sabe que precisamente debido a su conciencia del yo se aleja de la conciencia divina del Padre. Pero debe sentir esto como algo morboso, y si lo siente como morboso de la manera correcta, surge para él el impulso que le conduce al Cristo que está presente hoy. A la conciencia del Padre tendrá que añadírsele la conciencia del Hijo a partir de la experiencia anímica interna. Esta conciencia de Hijo sólo puede entrar en nosotros a través de una acción libre. Y esto hemos de reconocerlo: Si el ateísmo es en realidad un síntoma de enfermedad, entonces lo que puede llamarse agnosticismo hacia el Misterio del Gólgota, agnosticismo sobre todo hacia el Cristo actual, ¡es una desgracia, una fatalidad! No es necesario estar completamente sano para ser abandonado por la conciencia del Padre, -pero en este sentido la humanidad moderna no está completamente sana-, sino que es necesario un acto de búsqueda del espíritu Crístico libre si se quiere llegar hasta el Cristo. 

Para ello son absolutamente necesarias dos experiencias: Una es la conciencia del Padre, pero debo decir que en el actual desarrollo de la humanidad existe una conciencia nublada del Padre. Si no hubiera adquirido la conciencia del yo en el curso del desarrollo humano, la conciencia del Dios Padre estaría allí; pero debido a que surge la conciencia del yo, y ésta debe surgir a partir de lo que, abandonado a sí mismo, está enfermo en el ser humano, la conciencia del Padre divino está nublada por el momento, y uno debe llegar a la conciencia del Cristo a través de un acto libre, que es diferente de encontrar al Padre. 

Estas dos experiencias, como ya he indicado aquí, no se distinguen entre sí en la civilización occidental. Precisamente en Solovyov encontramos que él, desde otro tipo de conciencia, distingue estrictamente la conciencia del Padre de la conciencia del Hijo. En Occidente ambas se diferencian tan poco que un relato autorizado de la naturaleza del cristianismo podría incluso decir: No es el Hijo quien pertenece a los Evangelios, sino sólo el Padre, el Hijo en realidad sólo como el Maestro del Padre. - Así pues, no hay conciencia de que se puedan tener dos actos de experiencia: uno hacia la experiencia del Padre, que hoy está enturbiada, y otro hacia el Hijo. Si bien, cuando se tiene esta experiencia del Hijo, al principio sólo se llega a un encuentro presente con el Cristo, y todo el mundo puede llegar a este encuentro presente con el Cristo, por así decirlo al Cristo eterno, desde la relación subjetiva del presente. Pero quien rechaza el encuentro presente con el Cristo y vive dulcemente como en la época anterior de la humanidad, no alcanzará esa constitución interior que le lleva al encuentro con el Cristo. Pero el que siente realmente lo que el tiempo más nuevo puede darle, llegará a ese acto interior de encuentro con el Cristo y probará así que el Cristo está ahí.

Pero el Cristo histórico aún está por investigar. Hoy en día, en la era del materialismo, también debemos tener la oportunidad de mirar la historia desde un punto de vista diferente del que es posible para la conciencia externa. Debo hacer notar algo que debe observarse estrictamente. Esta iluminación dirigida hacia los mundos superiores suele tomarse de forma demasiado externa. La gente todavía presta muy poca atención al hecho de que quienes hablan de los mundos superiores deben hablar en realidad en un estilo diferente al de quienes hablan del mundo físico, y no sólo en un estilo exterior diferente, sino en un estilo interior diferente. Cuando vivimos aquí en el mundo físico y permitimos que este mundo tenga un efecto sobre nosotros, distinguimos, para la conciencia actual, entre lo correcto y lo incorrecto lógicamente, diría yo; también lo llamamos verdadero y falso. Y examinamos si algo es correcto o incorrecto, verdadero o falso, según razones lógicas o externas de la realidad. Pero precisamente así es como nos adentramos en la abstracción, en la vida intelectualista. Pues todo discernimiento lógico, sobre si algo es verdadero o falso, se basa en conceptos abstractos cuando sólo se toma como base la percepción sensorial externa, en observación o experimento. Sin embargo, cuando conocemos algo, nos movemos en conceptos abstractos. Cuando ascendemos a los mundos superiores, ya no podemos conservar la misma abstracción de conceptos. Allí todo se vuelve mucho más vivo, y se asemeja a lo viviente, no meramente a lo pensado. Por lo tanto, quien contempla los mundos superiores no debe limitarse a hablar de verdadero o falso, de correcto o incorrecto -¡claro que debe hacerlo! - sino que deben, por ejemplo, hablar de algo que está bien aquí en su reflejo en el mundo físico como algo sano, y de algo que está mal aquí en su reflejo deben hablar de ello como algo enfermo. No es adecuado en absoluto para el mundo superior contiguo que hablemos de verdadero y falso; allí nos encontramos por doquier con lo sano y lo enfermo, lo sano y lo malsano. Quienquiera, por lo tanto, que hable de los mundos superiores con respecto a la lógica abstracta como lo hace del mundo físico, muestra con esto que no tiene ninguna concepción real de los mundos superiores.

Ahora, sin embargo en el desarrollo histórico de la humanidad, ocurre algo muy peculiar. Si lo observamos imparcialmente, nos muestra épocas antiguas llenas de sabiduría, y si tenemos un sentimiento sano, sentiremos una profunda reverencia por la sabiduría original de estas épocas más antiguas. Si, por ejemplo, observamos los orígenes de lo que se ve reflejado en los Vedas, en la filosofía Vedanta, veremos que se basa en una sabiduría tan profunda: Ha sido extraída y revelada de una sabiduría tan profunda que uno debe sentir la más profunda reverencia por ella. Esta sabiduría primordial de la humanidad se aborda de forma diferente a la erudición abstracta de hoy en día. Pero cuanto más avanza la humanidad en su desarrollo, más y más se paraliza esta sabiduría primigenia, por así decirlo, y vemos que la parálisis más fuerte de esta conciencia humana más original, más llena de sabiduría primigenia, se da en aquella época en la que tiene lugar el Misterio del Gólgota. No es necesario tener en cuenta los documentos externos, en la medida en que estos documentos, como los Evangelios, hablan literalmente del Misterio del Gólgota. Basta con observar con una mirada imparcial pero ahora más elevada, el desarrollo histórico de la humanidad, y cuanto más atrás se mira, más y más oscura se vuelve esta sabiduría primordial en la mente humana. Lo que entonces se expresaba plenamente en el siglo XV ya se insinuaba en las épocas griega y latino-romana. En el fondo, la humanidad sólo tiene tradiciones de sabiduría primordial, ya no la experimenta, y se anuncia lentamente lo que después emerge como plena conciencia del yo. A este respecto, nuestra ciencia externa ha avanzado realmente poco hacia lo que hay que estudiar precisamente en esta época, en la que, por otra parte, se inscribe el Misterio del Gólgota. Hay tremendos problemas cuando miramos hoy, por ejemplo, el alfabeto griego, donde las letras todavía tienen nombres, alfa, beta, gamma, y seguimos el camino hacia el posterior alfabeto latino, donde ya no tienen nombres. Estas transiciones, que son profundamente indicativas de estados de desarrollo histórico, no se tienen en cuenta en absoluto. Por ejemplo, no se presta atención a lo que significa realmente nuestra palabra «alfabeto», que sigue tomándose del griego. Si se investiga esto, y una verdadera ciencia lingüística podrá investigar estas cosas, resultará que el alfa griego expresa básicamente lo mismo que se expresa en el Antiguo Testamento con las palabras: En el hombre se insufló el aliento vivo -de modo que se verá en el aliento, en el soplo, lo que inicialmente hace al hombre. Una vez que se examina la palabra Alfa, que es una palabra, se verá que ¡es el hombre! ¡Es el ser humano! La primera letra del alfabeto no es otra cosa que la expresión del hombre. Y la beta es la «casa», y el principio del alfabeto es: El hombre en su casa. - Esta visión del alfabeto se perdió por completo en épocas posteriores, cuando el intelectualismo se desarrolló cada vez más. Las letras sólo servían para distinguir cosas externas. Lo que yacía en la revelación de la sabiduría primordial se desprendió, la «palabra» de la revelación primordial se exteriorizó, y ya no se comprende lo que le fue revelado a la humanidad en las letras, e incluso en las palabras. En las logias y órdenes tradicionales de hoy en día, se habla de la «palabra oculta» en todas partes, pero la humanidad sabe muy poco de lo que esta palabra oculta tenía de realidad, de cómo el propio alfabeto hablaba de la palabra oculta, y de cómo se ha difuminado y fragmentado.

Por supuesto, también podría partir de otra cosa para mostrar el tan profundamente incisivo impulso de desarrollo qué hubo en la época de la civilización griega y latina. Cómo la civilización griega intentó ayudarse a sí misma a través de un arte especial para superar esta, yo diría, enfermedad que surgió en la humanidad es palpable para cualquiera que quiera verlo. Sólo me gustaría llamar la atención sobre una cosa.

Hoy en día, cuando la gente habla de teatro, por ejemplo, piensa que es algo para mirar, algo que forma parte del lujo de la vida. Se mira y luego se dice que es bello. Los griegos, sin embargo, tenían la idea de la catarsis, de la purificación, de depuración como lo más importante en el drama. Era algo que no sólo significaba un proceso externo, fantástico, sino que también apuntaba claramente a sus orígenes médicos. La catarsis es la crisis que se supera, y a través de la tragedia de los griegos el alma entraba en crisis, de modo que experimentaba una purificación en la vivencia del miedo y la piedad al ser sometida a los efectos de estas fuerzas opuestas a lo largo del drama. El griego no concebía su arte en un sentido filisteo, sino más bien curativo. Pues aún percibía la actividad de una sabiduría primordial. Para él aún existía una sabiduría primordial sana, pero con el tiempo se paralizó y se produjo una especie de proceso enfermizo. El griego quería expresar con su arte, -Nietzsche lo intuyó, se puede leer en su libro «El nacimiento de la tragedia a partir del espíritu de la música»-, algo así como: hay algo que curar en la humanidad. Y los terapeutas, los esenios, suponían en todas partes que había algo que curar en la humanidad. Y si el Misterio del Gólgota no se hubiera producido en la humanidad, si viviéramos hoy de tal manera que yo tuviera que hablar sin que el Misterio del Gólgota estuviera presente, sólo podríamos señalar un proceso de enfermedad en la humanidad. De modo que con respecto al Misterio del Gólgota se nos aclara algo cuando aplicamos los términos sano y enfermo en relación con la historia de la humanidad. Esto es lo importante:

Ustedes pueden aplicar todos los conceptos de lo correcto y lo incorrecto, pero en el trascurso de la evolución llegarán a un punto en el que tendrán que ver las cosas de otra manera. Porque cuando se adentren en la época griega, llegarán a un momento en que la humanidad ha enfermado y la salud emana del Misterio del Gólgota. Los terapeutas ya lo señalaban y decían: «Está surgiendo el gran terapeuta, el Salvador, que ha de curar a la humanidad en sentido literal. Sólo es cuestión de profundizar lo suficiente en el transcurso del desarrollo humano y no detenerse en los habituales conceptos abstractos, sino captar la vida histórica con conceptos médicos, según las categorías de sano y enfermo.  Entonces se comprenderá la necesidad de un proceso de curación y se comprenderá también cómo interviene el «salvador», -éste no es un término diferente del de «terapeuta»-, en la humanidad. Entonces se comprenderá que en el desarrollo de la humanidad en la tierra tiene que intervenir algo que no podía hacerlo a través de las mismas fuerzas que antes estaban presentes en la humanidad. Tuvo que venir un nuevo impulso extraterreno para sanar a la humanidad.

Así es como se puede mirar el desarrollo histórico y así es como hay que mirarlo cuando, sin entrar en el contenido de los documentos históricos, sólo se mira la configuración de cómo se ha desarrollado la humanidad. Entonces se llega al concepto del Cristo extraterrenal, que desde regiones extraterrenales se unió a la evolución terrestre a través del Misterio del Gólgota. Si se quiere comprender la historia, hay que hacer realidad esta visión. Quien no quiera aplicar esta visión al desarrollo de la historia según los conceptos de sano y enfermo, no le queda otra que admitirse a sí mismo que la historia sigue siendo incomprensible para él. Alguien así no puede entender cómo llegó a África lo que una vez había vivido en Oriente y luego se convirtió en grecorromano. Consideramos, con razón, que el desarrollo griego fue extraordinariamente saludable. ¿Por qué? Porque los griegos tenían la sensación de que había que combatir las enfermedades y querían organizar la vida en consecuencia. Y existe una armonía particularmente extraña entre las personalidades griegas concretas en el sentido de que sentían que había que luchar contra algo. Y este dejar de sentir y el navegar cada vez más hacia lo abstracto, que convierte incluso a los dioses en abstracciones, es la peculiaridad del romanismo y sigue siendo su peculiaridad. Europa fue educada por el romanismo hasta el siglo XV, cuando llegó a aceptar al Cristo cósmico en su conciencia; antes de eso, el Cristo fue traído a Occidente por el romanismo. Sólo quería aportar hoy algunas cosas para que uno pueda ir comprendiendo poco a poco lo que está escrito en el Misterio del Gólgota: que uno realmente no debe quedarse en algo que se desarrolló desde la antigüedad hasta el Misterio del Gólgota. Uno se da cuenta entonces de que, si se procede de esta manera, en realidad ya no hay ninguna diferencia entre lo que ciertos teólogos tienen en su teología de Jesús y lo que tiene un historiador secular, como Ranke. Ya no se puede distinguir entre lo que ciertos teólogos tienen en relación con la historia de Jesús y lo que, por ejemplo, un hombre como Ranke dice al respecto. Pero todo radica en ver a través de qué manera el Cristo como ser extraterrenal se unió con Jesús de Nazaret, el cual nació como uno más de la humanidad en el transcurso del tiempo. Precisamente aquí se produce algo que ha dado lugar a los mayores malentendidos con respecto a este camino necesario de la antroposofía hacia el Misterio del Gólgota. Era característico de toda la antigua sabiduría instintiva no haber separado lo espiritual y lo físico. Pues, si se separan ambos, se llega a un concepto imposible de la materia en lo físico, y en lo espiritual, es decir, en la experiencia espiritual del hombre, precisamente a la abstracción, al sistema conceptual sin vida. Esto sólo se ha vuelto característico de la humanidad reciente, el separar de esta manera lo material y lo espiritual. Y así, la antroposofía nos lleva de nuevo a comprender que tenemos que mirar toda la naturaleza, me gustaría decir, lo mismo que miramos una fisonomía. Miramos una fisonomía de tal manera que pensamos que está impregnada de lo anímico. Leemos en ella lo que es anímico. Así era antaño en la sabiduría primordial, y así hoy la sabiduría más reciente, impregnada de luz, nos lleva de nuevo a una visión fisiognómica del mundo de las estrellas, por ejemplo. Esto nos lleva a algo que nos permite dirigirnos al Cristo como el ser solar, aunque con ello no se pretende decir que el Cristo sea el ser solar físico como tampoco que el hombre sea solo el ser corporal físico. Pero ésta es la única manera de reconocer cómo pudo vivir algo extraterrenal en el Jesús de Nazaret que vivió en Palestina. Pero esto está envuelto en la incomprensión más extrema, especialmente entre los teólogos. Incluso les parece «ofensivo» que la antroposofía asocie al Cristo con el sol y con el mundo cósmico exterior en general. ¿Por qué la gente encuentra esto así? Es extraordinariamente característico. La Antroposofía dice que conduce del Cristo al sol. Pero para esta gente el sol es sólo la bola ardiente de niebla que está ahí fuera; por lo tanto, es ofensivo asociar esta bola ardiente de niebla solar con el Cristo. Pero eso ya lo sabemos: La teología se ha vuelto materialista y por eso sólo puede ver en el cosmos el mundo material. Pero la antroposofía muestra que este mundo material se espiritualiza por doquier. La teología, sin embargo, es incapaz de desprenderse de lo material, y por eso se siente ofendida cuando la antroposofía habla de Cristo como un ser solar. A partir del materialismo, del materialismo más profundo sobre la estructura del mundo, precisamente este punto sobre la cristología se encuentra ofensivo. Aquí se ve cómo el materialismo lo corroe todo. Se ha apoderado de la teología, y dado que la teología se ha vuelto materialista, conduce a malentendidos sobre la antroposofía. Desde el mundo ordinario sólo podemos ser materialistas, y si alguien de este mundo permite que el Cristo baje, entonces esto sólo puede entenderse de forma materialista, lo cual resulta insultante. Precisamente en estos puntos es donde debemos señalar la materialización de toda la cultura, que sólo teme admitir ante sí misma sus fundamentos. Pero no saldremos de la decadencia hacia un nuevo ascenso si no contemplamos estos fundamentos de una manera completamente desprovista de prejuicios, de miedo y de temor. Debemos salir de aquello que ha llevado a la humanidad europea y occidental a este declive, que ha conducido a estas terribles catástrofes. Sólo el conocimiento intrépido de todo lo que el hombre puede experimentar del mundo es adecuado para ello. Para ello también es necesario entrar de forma libre de prejuicios en aquello que realmente no es útil de la esfera del intelectualismo cuando se entra en los mundos superiores.

Mucha gente dice todavía hoy: Ciertamente, lo que se comunica desde los mundos superiores es insólito; tiene uno que adentrarse en esos mundos, de lo contrario no puede comprenderlo. Pero no es así. La gente sólo cree que es así porque quiere abandonarse a esos conceptos que sólo se aplican al mundo físico que tenemos entre el nacimiento y la muerte. Por ejemplo, hoy prevalece la creencia de que precisamente porque todo en todas partes se desarrolla a partir de conceptos, a pesar de la creencia de que somos inductivos y empíricos, pensamos que podemos expresarnos de forma absoluta. Por supuesto, uno debe decirse a sí mismo: cuando el hombre se duerme, el yo y el cuerpo astral emergen del cuerpo físico y etérico, y permanece inconsciente hasta que se produce de nuevo el despertar. Esto es bastante saludable para la humanidad actual, pero no se aplica a todo el desarrollo de la humanidad. Si, por ejemplo, nos remontamos a los tiempos de los que surgieron las culturas india y proto-Persa, encontramos que en todas partes subyacía una concepción diferente, a saber, que el hombre con su yo y su cuerpo astral se sumerge más profundamente en su cuerpo físico y etérico cuando se duerme que cuando se despierta durante el día. Los antiguos indios no decían: Cuando una persona se duerme, su yo y su cuerpo astral abandonan su cuerpo físico y su cuerpo etérico. Sólo los teósofos hacen creer que el indio hablaba así. Él más bien decía que cuando la gente se duerme se sumerge más profundamente en los cuerpos físico y etérico. Y eso es básicamente bastante correcto, porque la materia se comporta en realidad como si se quisiera decir en un sentido absoluto: para la tierra, el sol sale por el este y se pone por el oeste. Pero no es así, porque para la otra mitad de la Tierra el proceso es inverso. También se puede llamar este y oeste, pero las relaciones direccionales son diferentes. Por lo tanto, es cierto que durante cierto tiempo el yo y el cuerpo astral se sumergieron más profundamente en el cuerpo físico y en el cuerpo etérico, y que por lo tanto la impresión era también muy diferente. Por eso el indio también habla de manera muy diferente, porque el hombre estaba en un tipo diferente de conciencia, a saber, en aquello de lo que el hombre de hoy no tiene plena conciencia, en sus funciones rítmicas y metabólicas. De éstas no tiene conciencia, porque para el hombre de hoy en términos de conciencia es como si soñara con respecto a sus funciones rítmicas, mientras que en cuanto a sus funciones metabólicas duerme.

Por lo tanto se puede decir: Debe ser comprensible que la gente tuviera que experimentar cosas diferentes en épocas diferentes sobre algo de lo que hoy creemos que podemos hablar con absoluta certeza; y sólo entonces podremos comprender el desarrollo de la historia si permitimos que los hechos hablen sobre estas cosas, y no los conceptos que nos hemos construido. Hoy, cuando Occidente y Oriente, el Oeste y el Este, se enfrentan de un modo tan candente que hay que encontrar un equilibrio, hoy la humanidad debe ser capaz de volver a estos antecedentes; de lo contrario, se pueden seguir celebrando tantas conferencias de Washington como se quiera, todas acabarán en mera pantomima, si no se abordan los impulsos básicos del desarrollo humano. La gente todavía no cree esto hoy, pero es una verdad que debemos responder a aquello que mueve a la humanidad desde sus profundidades más íntimas si queremos salir de los fenómenos de declive hacia los fenómenos de emerger.  Hoy, lo que aquí se pide parece poco práctico. Pero la gente no se da cuenta de lo impracticable que es, máxime cuando se ha demostrado que es realmente impracticable, cuando se ha desarrollado hasta su extremo, se ha vuelto impracticable de 1914 a 1918 y lo sigue siendo. Pero además de todo esto, uno debe familiarizarse con la forma en que la conciencia religiosa puede ser iluminada y profundizada por el punto de vista antroposófico.

Hoy apenas he podido esbozar una de las vías por las que podemos llegar al Cristo cósmico, extraterrenal. Pero ya verán ustedes cómo más adelante esto puede evolucionar hacia una visión más profunda de la historia, donde se considere a la humanidad como un ser vivo. Y del mismo modo que se habla de sano y enfermo en el caso de un ser vivo, también hay que hablar de sano y enfermo en el caso de la humanidad si no se quiere permanecer anclado en el materialismo. No se puede decir que es difícil llegar a Cristo cuando se ve cómo no se han tomado los caminos adecuados. Una visión concreta y realista de la historia intentará acercarse al misterio del Gólgota desde diversos ángulos. Hoy, sin embargo, como no se pueden aportar razones contra la ciencia espiritual, se utiliza todo lo posible para denigrar a los portadores de la ciencia espiritual: se personaliza. Y es -lo digo realmente sin rencor- un terrible testimonio de la pobreza de los que hoy se oponen a la ciencia espiritual antroposófica, que en realidad se abstienen de entrar en la ciencia espiritual, que siempre sólo la rodean desde fuera, por ejemplo, presentando el acontecimiento de Cristo y la experiencia de Cristo como si la antroposofía racionalizara lo misterioso, como si bajara a la esfera del conocimiento racionalista ordinario aquello a lo que hay que acercarse con tímida reverencia. Pero piénsese: cuando se está cara a cara con un ser humano y se le mira, lo misterioso que todo ser humano es para nosotros no debe perderse por el hecho de que no sólo se oye hablar de él, sino que también se le puede mirar. El ser humano particular no puede medirse en términos racionalistas y mucho menos, por tanto, aquello que se nos presenta como el sentido más elevado del desarrollo terrenal: ¡el Misterio del Gólgota! Pero lo misterioso no se pierde por conducir a la contemplación; y la Antroposofía pretende precisamente conducir de lo que sólo se comunica o se cree a lo que se hace comprensible en la contemplación. No se suprime nada de lo que constituye el misterio. El Misterio permanece, pero no sólo para ser « dicho », sino para ser puesto ante la humanidad observadora.

Así es como se habla hoy en día de la crítica, en lugar de abordar lo que tan literalmente contiene la propia literatura antroposófica. No es necesario comprometerse con cada cosa que viene de tales sectores, pero debería haber una fuerte toma de conciencia dentro de los círculos antroposóficos de que cuanto más se afirme el movimiento antroposófico, más aumentará el odio contra él. Lo que se ha conseguido hasta ahora ya es mucho en términos de antagonismo, pero pueden estar seguros de que será superado. E incluso cuando se critica a la euritmia, como ha vuelto a ocurrir en los últimos días, me parece que lo único necesario es decirse a uno mismo: sólo sería cuestionable que los elogios vinieran de este lado. Entonces empezaría a preguntarme: ¿Qué es lo que habría que cambiar? - Este debería ser un sentimiento saludable para cualquiera que quiera formar parte del movimiento antroposófico de la manera correcta.

Hoy quería presentar algo que, en cierto sentido, parece ser un complemento de lo que pude decir la última vez que estuve aquí. Por supuesto, esto no supone una conclusión. Lo que he indicado hoy les llevará también un poco más lejos en cristología.

Traducido por J.Luelmo dic.2024