martes, 4 de abril de 2023

GA116-3 Berlín 2 de febrero de 1910 -La entrada del Ser Crístico en la evolución de la humanidad

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La entrada del Ser Crístico en la evolución de la humanidad

RUDOLF STEINER

Berlín 2 de febrero de 1910

En cada uno de los Evangelios se arroja luz sobre el gran Misterio del Gólgota desde un aspecto particular. He llamado su atención sobre el hecho de que el secreto del Gólgota, el secreto de Cristo Jesús, es presentado por el Evangelio de San Marcos desde el aspecto de los grandes nexos Cosmológicos, mientras que el de San Mateo muestra cómo este secreto se desarrolló a partir de un pueblo especial, los antiguos hebreos. Hemos visto cómo ese pueblo tuvo que desarrollarse poco a poco, de generación en generación, desde la época de Abraham, para dar a luz más tarde, como su flor, al Ser Humano en el que podía estar contenida la individualidad de Zaratustra o Zoroastro. Hemos visto cómo todas las cualidades peculiares del pueblo hebreo, -cualidades que debían intensificarse cada vez más en el curso de su descendencia de una generación a la siguiente-, se basaban enteramente en el principio de la herencia física. De este modo pudimos describir cómo el carácter de la misión del antiguo pueblo hebreo se diferenciaba del de los demás en que debía heredar ciertas cualidades, que sólo podían alcanzarse por herencia física, y que habían ido ganando en intensidad desde las generaciones más antiguas de la época de Abraham hasta Jesús. El Evangelio de San Mateo contiene muchos otros secretos, como todos los Evangelios. Aunque en el transcurso de este Invierno abriremos algunos aspectos y perspectivas de los Evangelios, éstos a lo sumo sólo pueden estimular la comprensión. Porque para comprender los Evangelios por completo es necesario un trabajo espiritual interminable. Hoy se arrojará luz desde un punto de vista particular sobre el Evangelio de San Mateo y se mostrará cómo las lecciones que se extraigan de él pueden ser aplicadas provechosamente por aquellos que ahora forman parte de la corriente espiritual antroposófica.

Si echamos una mirada retrospectiva a mucho de lo que hemos aprendido con el correr de los años, veremos que el desarrollo de la humanidad, tal como lo describe la Ciencia Espiritual, atraviesa diversas crisis; llega a un punto importante, luego continúa por un tiempo por un camino más llano, luego viene otro punto importante, y así sucesivamente. A menudo hemos enfatizado que uno de esos puntos importantes en el desarrollo de la humanidad en la tierra se alcanzó cuando se dio el Impulso Crístico al comienzo de nuestra era, según el cálculo moderno del tiempo. Cuando miramos hacia atrás, más allá de la era atlante, hacia la era lemúrica, llegamos a ese momento en que el primer rudimento del yo humano fue implantado en el ser humano. Para comprender tal acontecimiento, las palabras deben tomarse con mucha precisión. Por ejemplo, debemos hacer una clara distinción entre la afirmación de que en la época Lemúrica 'los primeros rudimentos del yo fueron implantados en el ser humano', y aquella otra, de que en la época del Misterio del Gólgota comenzó el período, la era, en que la humanidad tomó conciencia de este yo. Hay una gran diferencia entre tener el yo sólo en rudimento, como algo que actúa en el hombre, y el conocimiento de que uno lo posee. Hay que distinguir muy bien entre ambas cosas, pues de lo contrario es imposible comprender las verdaderas leyes de la evolución.
Sabemos que la implantación del yo en el hombre forma parte del desarrollo colectivo de la Tierra. La Tierra pasó por las eras de Saturno, del Sol y de la Luna, y sólo entonces se convirtió en la estructura que es hoy. En Saturno se puso el germen del cuerpo físico, en el Sol el del cuerpo etérico, en la Luna el del cuerpo astral, y en la tierra se añadió el germen del yo; este germen se puso en el desarrollo de la tierra en la época lemúrica. Ahora bien, algo más también tuvo lugar en la época lemúrica, algo que siempre hemos llamado la "influencia luciférica". Durante esa época el hombre fue dotado del germen del yo, que en el curso de los períodos terrestres subsiguientes estaba destinado a alcanzar una perfección cada vez mayor, y al mismo tiempo su cuerpo astral fue "inoculado" con la influencia luciferina. Toda la naturaleza del hombre fue alterada por esta influencia, hasta las fuerzas y elementos de sus cuerpos etérico y físico. Así, en la época lemúrica, el hombre se convirtió en un ser completamente diferente de lo que habría sido si no hubiera existido la influencia luciférica. Lo vemos alterarse en dos aspectos: lo vemos convertirse en un ser con yo, y lo vemos convertirse en un ser en quien el principio luciférico está oculto. Incluso si el principio luciférico no se hubiera establecido, la influencia del yo habría entrado en el hombre. 
Ahora bien, ¿Qué ocurrió en el ser humano como resultado de haberse hecho sentir la influencia luciférica en la época lemúrica?

Cuando se describe tal circunstancia desde un aspecto u otro, les ruego que no consideren eso como todo lo que puede decirse sobre el tema; pues bien puede tratarse sólo de un punto de vista, seleccionado por el momento. A lo largo de los años se ha dicho mucho sobre lo que la influencia luciférica provocó en la evolución del hombre; todo forma parte de lo mismo, pero no podemos repetirlo todo ahora. Hoy seleccionaremos sólo un punto de vista, que describe un aspecto; es decir, que como resultado de la influencia luciférica el hombre alcanzó cierto punto en la evolución antes de lo previsto, antes de lo que la sabia guía del mundo había predestinado para él. La influencia luciférica le hizo descender más profundamente en los tres principios que procedían de las anteriores encarnaciones de la tierra, (el cuerpo astral, el cuerpo etérico y el cuerpo físico) y se enredó en ellos más de lo que lo habría hecho de no haber prevalecido tal influencia. El hombre, con su yo, habría permanecido más cerca de los mundos espirituales, habría continuado durante más tiempo sintiéndose, a través de su yo, miembro del mundo espiritual, si la influencia luciférica no hubiera hecho que ese yo descendiera más profundamente en los tres principios. Podemos decir que, como resultado de la influencia luciférica, el hombre descendió más profundamente sobre la tierra en la época lemúrica. Podemos indicar el momento en que habría descendido tan profundamente a la tierra o a la materia física si no hubiera habido influencia luciférica; habría sido a mediados de la época atlante. Si no hubiera habido influencia luciférica, el hombre se habría visto obligado a esperar hasta entonces para descender a la tierra; pero esa influencia le hizo descender antes. Le permitió convertirse en un ser libre, capaz de actuar de acuerdo con sus propios impulsos. De lo contrario, habría permanecido totalmente dependiente del mundo espiritual hasta mediados de la época de la Atlántida; tampoco habría podido distinguir antes entre el bien y el mal, ni actuar según sus propios impulsos. Sólo habría podido actuar a partir de influencias psíquicas, es decir, de fuerzas implantadas en su alma por Seres Espirituales Divinos. Los seres luciféricos hicieron posible que comenzara en una etapa más temprana a decidir entre el bien y el mal; que no se dejara guiar simplemente por las leyes del Orden divino-espiritual del mundo, sino que decidiera por sí mismo, creando una especie de ley y orden por sí mismo. Este hecho se expresa de manera muy profunda en la descripción de "la Caída", que representa en una maravillosa imagen imaginativa lo que acabo de exponer. El Antiguo Testamento lo describe diciendo que los Seres Espirituales Divinos implantaron en el hombre un alma viviente. Ahora bien, si esta alma viviente hubiera permanecido tal como era, el hombre habría tenido que esperar hasta más tarde, hasta que los Seres Espirituales Divinos hubieran llevado el alma viviente, o, en otras palabras, el yo aún no desarrollado, al grado de madurez capaz de hacer distinciones. Pero entonces llegaron las influencias Luciféricas, representadas en la Biblia como "la Serpiente". A través de ellas, el hombre mismo llegó a ser capaz de distinguir entre el bien y el mal, en lugar de limitarse a seguir instintivamente las inspiraciones de Jehová o de los Elohim. De un ser que hasta entonces había sido guiado y conducido por Seres Espirituales Divinos, el hombre se convirtió así en un ser capaz de decidir por sí mismo. La Biblia muestra claramente que la autodecisión fue traída al hombre por la Serpiente, o en otras palabras, por los seres luciféricos. Entonces oímos resonar las palabras pronunciadas por los dioses: "El hombre se ha convertido en uno de nosotros". O, si queremos decirlo más claramente: "El hombre ha adquirido, por la influencia luciférica, algo que hasta ahora sólo estaba reservado a los dioses. A los dioses les fue dado decidir entre el bien y el mal, los seres dependientes de ellos no tenían que tomar tales decisiones'.
Como resultado de la influencia luciférica, el hombre se convirtió ahora en un ser capaz de hacer distinciones; es decir, se convirtió en un ser que desarrolló prematuramente cualidades divinas en su interior. De este modo y a través de esta influencia, entró en la naturaleza humana algo que, de otro modo, habría sido retenido de su evolución hasta mediados de la época atlante. Como bien pueden imaginar, el hombre habría sido muy diferente si este descenso a la materia no hubiera tenido lugar hasta entonces; su alma habría estado más madura para el descenso. Habría descendido a la materia como un hombre mejor, más maduro. Habría aportado cualidades muy diferentes a sus cuerpos físico, etérico y astral y habría poseído un poder muy diferente para distinguir entre el bien y el mal. Como el hombre ya era un ser capaz de distinguir entre el bien y el mal desde la época Lemúrica hasta mediados de la época Atlante, se hizo a sí mismo peor de lo que habría sido de otro modo; entró en un estado de menor perfección. De otro modo, habría pasado todo el tiempo transcurrido de un modo mucho más espiritual; pero así fue, lo atravesó de un modo más material. El efecto de esto fue que si hubiera recibido a mediados de la época atlante lo que los dioses habían querido que tuviera, habría caído total y completamente.

¿Qué se le habría dado al hombre a mediados de la época atlante, si hubiera continuado siendo guiado y dirigido hasta ese momento, instintivamente, por así decirlo, por Seres Espirituales Divinos?

Habría recibido entonces lo que, habiendo intervenido entretanto la influencia luciférica, le fue dado después mediante el Misterio del Gólgota. El Impulso Crístico habría sido dado al hombre a mediados de la época atlante. Ahora, sin embargo, a causa de la influencia luciférica, el hombre tuvo que esperar tanto tiempo para recibir el Impulso Crístico como el que había transcurrido entre la intervención de la influencia luciférica y la mitad de la época atlante. Entre la entrada de Lucifer y la mitad de la época atlante transcurrió el mismo lapso de tiempo que entre esa época y la llegada del Impulso Crístico. Por lo tanto, al haber adquirido el hombre una semejanza con los dioses antes de lo previsto, tenemos que describir un retraso del Impulso Crístico. En efecto, antes de que éste llegara, el hombre tuvo que sufrir el karma terrestre debido al mal que había entrado en la Tierra por el impulso luciférico. Tuvo que esperar, no sólo hasta que esa influencia le hiciera capaz de distinguir entre el bien y el mal, sino hasta que, en el curso del desarrollo de la tierra, se hubieran producido todas las consecuencias de la influencia luciférica. Debía esperarlas, pues sólo entonces podría descender a la Tierra el Impulso Crístico. De acuerdo con la sabia dirección de la Tierra, el hombre no debía escapar para siempre de lo que le sobrevendría a través de la influencia luciférica, pero no le habría sobrevenido hasta mediados de la época atlante. En cualquier caso, habría de llegar; pero ciertamente no lo habría hecho en la misma forma. El hombre no sólo adquirió de Lucifer el poder de libre decisión en todo lo relacionado con las cosas espirituales, sino también la capacidad de entusiasmo por lo que es bueno y noble, sabio y grande. Como seres humanos, no sólo somos capaces de distinguir fríamente entre el bien y el mal, sino también de sentir un cálido resplandor por lo noble, lo bueno y lo sabio. Eso se debe a que algo fue llevado a nuestro cuerpo astral, que, si sólo hubiera llegado al hombre en plena época atlante, habría sido llevado al yo, ese yo que es capaz de juzgar. Todo el sentimiento, el idealismo y el entusiasmo por lo que es bueno, por los altos ideales, se lo debemos a la circunstancia de que algo entró en nuestro cuerpo astral antes de que hubiéramos adquirido la semejanza con Dios en nuestro yo, antes de que hubiera tenido lugar en él la aceptación del Cristo. El punto esencial es que esta semejanza con Dios, la posibilidad de encontrar el bien dentro de nosotros mismos, tuvo que llegar al hombre. Si la influencia luciférica no hubiera llegado, este impulso se habría producido a mediados del período atlante, pero tal como están las cosas, se produjo en la época en la que el propio Cristo Jesús actuó.
Así, a través del Impulso Crístico, llegó al hombre la conciencia de que en su yo tenía algo de sustancia Divina y de naturaleza Divina. El pensamiento de que el hombre puede acoger lo Divino en su Yo y que esta parte Divina puede ser activa en él y distinguir entre el bien y el mal, subyace en todos los dichos más profundos del Nuevo Testamento. Por lo tanto, podemos decir que con la recepción en la naturaleza interna del hombre del Impulso Crístico, se hizo posible que el hombre dijera: 'Debo ser mi propio guía para el conocimiento de mi existencia y la distinción entre el bien y el mal'.

Ahora bien, si nos remontamos a la época precristiana, debemos decir que cuando aún no existía el impulso que capacitaba al hombre para distinguir entre el bien y el mal, tal distinción, y el juicio del hombre en cuanto a lo bueno, lo bello y lo verdadero, eran necesariamente escasos; no procedían realmente de su ser interior. Antes del impulso Crístico, el hombre no podía distinguir en su fuero interno entre el bien y el mal. En la época precristiana, la decisión sobre lo realmente Bueno, Bello y Verdadero sólo podía tomarse a través de ciertos seres -como los Bodhisattvas- que, con el paso del tiempo, ascendían con una parte de su ser a los mundos divino-espirituales; la distinción entre el bien y el mal no se hacía, por tanto, desde el interior del ser humano, sino en los mundos divinos. A través de su compañía con los seres espirituales divinos, estos Guías la adquirieron y fluyó de ellos a las almas de los hombres, como por sugestión. Si no hubiera sido por esos guías, los hombres sólo habrían podido hacer débiles distinciones entre el bien y el mal en aquellos días. Si estos guías hubieran dependido únicamente de sus propios corazones, tampoco habrían podido hacerlo; pero como descendieron a esas profundidades del alma que aún no eran accesibles al hombre y entraron en su ser del yo en los reinos del cielo, recibieron el impulso que necesitaba el hombre para ayudarle a decidir entre el bien y el mal en el momento de su necesidad, para que el bien pudiera, no obstante, implantarse en la tierra a modo de preparación. Así, antes de la época de Cristo, el hombre era un ser todavía insuficientemente preparado para adquirir la semejanza con Dios. Por esta razón, desde la época lemúrica, todo lo que el hombre ha hecho, lo ha hecho menos bien de lo que hubiera sido el caso. Esto se aplica sobre todo a lo que se refiere a sí mismo. Sus cuerpos astral, etérico y físico, que de no ser por la influencia luciférica habrían permanecido más espirituales, fueron, por esa influencia, menos bien formados, hechos más materiales. Esa fue la razón de todo el mal que se desarrolló en la vida del hombre con el paso del tiempo. En el curso de un tiempo muy largo se han desarrollado estos males.
Desde la época Lemúrica hasta el Misterio del Gólgota se desarrollaron en los cuerpos físico, etérico y astral. En el cuerpo astral se desarrolló un alto grado de egoísmo; en el cuerpo etérico la posibilidad de juzgar erróneamente y la posibilidad de mentir. Si el hombre hubiera permanecido bajo la influencia de los seres divino-espirituales, actuando instintivamente de acuerdo con sus impulsos, hoy en día, cuando desea conocer el mundo que le rodea, no podría caer en el error, ni podría ser inducido a la falsedad. Así, la tendencia a la mentira y el peligro del error encontraron lugar en el desarrollo del hombre; y como lo espiritual es siempre el origen de lo físico, y como la influencia luciférica y sus consecuencias se abrieron camino cada vez más profundamente en el cuerpo etérico durante encarnación tras encarnación, la posibilidad de la enfermedad entró en el cuerpo físico. La enfermedad es el mal que entró en el cuerpo físico a través de ese desarrollo; pero ha venido algo de mayor significación aún. Si el hombre no hubiera estado sujeto a estas influencias, si no hubiera permitido que obraran sobre él, nunca habría supuesto que tiene lugar algo más que un cambio de vida cuando el cuerpo físico se desprende de nosotros; la conciencia de la muerte no habría llegado a él. Si el hombre hubiera descendido menos profundamente en la materia y hubiera conservado los hilos que le unen a lo divino-espiritual, se habría dado cuenta de que cuando se despoja de la envoltura física, comienza una nueva forma de existencia; pero nunca lo habría considerado como una pérdida, como el fin de una existencia a la que se había aficionado. Todo en la evolución habría tomado un aspecto diferente.

El hombre habría descendido más profundamente en la materia, se habría hecho así más libre e independiente, pero también con ello su propio desarrollo habría sido más limitado de lo que debería.

Todo lo que falta en el hombre será subsanado por el Impulso de Cristo; pero no hay que esperar que eso se haga en poco tiempo ni siquiera en un tiempo comparativamente corto. Entre la época lemúrica y el Misterio del Gólgota transcurrió un tiempo muy largo. Lenta y gradualmente, encarnación tras encarnación, vinieron el egoísmo, el error y la mentira, la enfermedad y la comprensión de la muerte. El hombre está siendo conducido de nuevo al mundo espiritual, por así decirlo, con las cualidades que ha adquirido "desde abajo". El reascenso será un progreso más rápido que el descenso; pero no se puede esperar que en una o dos encarnaciones el hombre sea capaz, a través de lo que pueda recibir del Impulso Crístico, de superar el egoísmo y sanar su cuerpo etérico hasta tal punto que todo peligro de mentira y error haya terminado, y mucho menos se puede esperar que sea capaz de trabajar sanadoramente sobre su cuerpo físico. Todo esto debe hacerse lenta y gradualmente, pero se está haciendo. Así como el impulso luciférico ha llevado al hombre a todas esas cualidades, el impulso crístico lo sacará de ellas. El egoísmo se transmutará en altruismo, la mentira en veracidad, el peligro del error en certeza absoluta y juicio verdadero. La enfermedad se convertirá en el fundamento de una salud más completa; la enfermedad que hayamos superado será el germen de una mayor buena salud; y cuando hayamos aprendido gradualmente a comprender la muerte de tal modo que la Muerte en el Gólgota actúe como prototipo de la muerte en nuestra propia alma, la muerte habrá perdido entonces su aguijón. El hombre sabrá entonces por qué de vez en cuando debe dejar a un lado su envoltura física, para elevarse más y más en el curso de sus encarnaciones. En particular, el Impulso Crístico trajo consigo el impulso de hacer bueno algo relacionado con el conocimiento y la observación del hombre, con su conocimiento del mundo.

Hemos dicho que el hombre se ha vuelto más enredado en la materia, menos perfecto en sus tres cuerpos de lo que habría sido si no hubiera habido influencia luciférica; esto hizo que fuera poseído por un impulso de hundirse más profundamente en la existencia material, de empaparse más completamente en la mera materia. Esto se refiere más especialmente a su conocimiento, pero incluso eso sólo se produjo lenta y gradualmente. Tan pronto como la influencia luciférica se hizo sentir, el hombre no se hundió tan profundamente como para cerrar tras de sí todas las puertas del mundo espiritual. Todavía permaneció, durante mucho tiempo, en conexión con el mundo espiritual del que había surgido y con el que habría permanecido en conexión con todo su ser, si la influencia luciferina no hubiera llegado. Durante mucho tiempo siguió participando en él; durante mucho tiempo siguió sintiendo que sus instintos más finos y espirituales eran guiados por los hilos del mundo divino-espiritual. Durante mucho tiempo siguió sintiendo que su impulso no era meramente humano, era como si los Dioses hubieran estado trabajando detrás de él. Así ocurría sobre todo en épocas más antiguas. El hombre era conducido lentamente hacia la materia y así perdía poco a poco la conciencia de lo divino.
Aquellos movimientos espirituales y concepciones del mundo de la humanidad que tenían conocimiento de estas cosas, también lo han insinuado. Han dicho: Érase una vez una época en la que el hombre fue conducido en cierto modo a la existencia material por la influencia luciférica - aunque no hasta el punto de impedir que la influencia divina siguiera ejerciendo un poderoso efecto sobre él. En las primeras épocas del desarrollo del hombre, esto se conocía como la "Edad de Oro". No se trata de un concepto caprichoso: "Edad de Oro" es simplemente la expresión utilizada por aquellos hombres de la antigüedad que aún tenían el presentimiento de que había existido algo parecido a una edad primitiva de la humanidad, como la que acabamos de describir. Esta Edad de Oro, conocida por la filosofía oriental como Krita-Yuga, duró, comparativamente hablando, mucho más que las Edades que todavía tenemos que describir. Después de la Edad de Oro vino la llamada "Edad de Plata". El hombre fue empujado más abajo en el mundo físico; pero el proceso continuó lenta y gradualmente. Aún entonces las puertas del mundo espiritual no estaban completamente cerradas. El hombre todavía tenía momentos intensos en los que, en una especie de clarividencia soñadora, veía a los Dioses trabajando detrás de sus instintos. En esta Edad de Plata, el hombre ya no podía llamarse compañero de los Dioses, pero aún podía percibirlos detrás de él. La filosofía oriental llama a esta edad, Treta-Yuga. Luego vino una Edad que se extiende hasta nuestro propio período Post-Atlante; sus últimos rezagados se extendieron hasta tiempos históricos en los que todavía había gente dotada de la antigua conciencia crepuscular y onírica. Todavía existía la conciencia de un mundo espiritual del que el hombre había salido, aunque sólo como una especie de recuerdo que quedaba de encarnaciones anteriores. Era como cuando ahora recordamos nuestra infancia, nuestra juventud y nuestra edad actual. En la infancia tuvimos experiencia directa de nuestros sucesos infantiles; de igual manera el hombre todavía experimentaba en Treta Yuga de una manera directa, el impulso de un mundo divino-espiritual. En la Edad siguiente, conocida como "Edad de Bronce", lo que el hombre tenía era más bien un recuerdo. Podría compararse con la forma en que un hombre adulto contempla su infancia; pues decimos: "Yo viví mi infancia; ¡no fue un sueño!". Así eran las cosas en la Tercera Edad. Los hombres sabían entonces: "En épocas anteriores tuvimos experiencia de comunión con los Dioses; ¡eso ahora no es más que un recuerdo!". He explicado extensamente cómo, en el período de civilización de la India Antigua, la memoria de la época atlante funcionaba retrospectivamente, permitiendo así a los santos Rishis revelar sus grandes enseñanzas divinas. Esta Edad de Bronce se conoce en la filosofía oriental como Dvapara-Yuga. Le sigue una Edad en la que se pierde todo recuerdo del mundo divino-espiritual, cuando el hombre, con su conocimiento y percepción, se entrega por completo al mundo físico. Esa edad comenzó alrededor del año 3101 a.C. En la filosofía oriental se la conoce como Kali-Yuga, "la edad oscura"; porque el hombre había perdido entonces toda conexión con el mundo espiritual y se había vuelto completamente uno con el mundo físico. Quiero hacer notar expresamente que ahora estoy utilizando estas expresiones para divisiones menores del tiempo, pero también pueden aplicarse a lapsos mayores. Hablamos ahora de las divisiones del tiempo correspondientes a las edades menores, y hacemos que el Kali-Yuga comience, como hace la filosofía india, con el año 3101 antes de nuestra era. Se preparaba entonces la Edad en la que a los hombres sólo se les enseñaba a ver lo que oculta el mundo divino-espiritual como por un velo, por una cubierta; cuando sólo percibían lo físico externo. Al principio del Kali-Yuga todavía había muchos que podían ver o recordar el mundo divino-espiritual, pero para la humanidad normal llegó el tiempo en que sólo podían ver el mundo físico de la naturaleza.
Ese fue el descenso del hombre al Kali-Yuga. Fue la época del descenso más profundo. En ella tenía que venir el impulso para el reascenso. Por eso este impulso, el Impulso Crístico, tuvo que llegar durante el Kali-Yuga, en la edad "oscura".

Este Impulso Crístico fue preparado por la religión de Yahvé o Jehová; pues esta religión enseñó al hombre cuán poca confianza podía depositar en sus decisiones anteriores. Durante el tiempo que se extendió desde la antigua época lemúrica hasta la Revelación en el Monte Sinaí, tenemos esa edad en la que al hombre se le dio el poder de elegir el bien o el mal, mientras que al mismo tiempo se hizo propenso a equivocarse al juzgar entre ellos, y se hizo más y más propenso a traer a la tierra lo que se conoce como "Pecado". El pecado se abrió paso en la vida de la tierra. El hombre se hizo "semejante a los dioses", pero a cambio de ello adquirió cualidades que en modo alguno estaban maduras para la semejanza con Dios. ¿Qué había que hacer entonces? En primer lugar, había que mostrar al hombre lo que la Divinidad esperaba de él si quería convertirse en un yo consciente de sí mismo. Esto le fue mostrado por el anuncio hecho en el Monte Sinaí en los "Diez Mandamientos". El pueblo oyó entonces proclamar a través de Moisés: 'El bien y el mal que ya has desarrollado no son suficientes. Te mostraré cómo sonarían estos Mandamientos si no hubieras descendido y, a cambio de tus cualidades defectuosas, hubieras recibido el poder de juzgar entre el bien y el mal'. El Decálogo, la ley, dada al hombre en el Sinaí, fue dada al hombre tal como había llegado a ser entonces; de modo que desde los mundos espirituales el hombre oyó sonar lo que era correcto, en contraste con lo que había desarrollado insuficientemente. Los Diez Mandamientos se levantan como una ley de hierro, como un faro-guía, mostrando al hombre lo que no había llegado a ser. Tuvo que someterse a esa ley, con todo lo que había llegado a ser. Al principio, el hombre no podía someterse a los Diez Mandamientos, porque había llegado a carecer de decisión, de autodirección. Por lo tanto, tuvieron que serle dados por alguien que fue inspirado, - por Moisés - es decir, le fueron dados desde arriba por administración Divina. Sin embargo, fueron dadas de tal manera que estaban destinadas al yo. Le decían al hombre cómo debía actuar el yo para alcanzar la meta de la humanidad.

En la conferencia sobre Los Diez Mandamientos de Moisés (16 de noviembre de 1908), esto se describe detalladamente. En primer lugar, se muestra la actitud correcta del yo hacia los mundos espirituales, contenida en los tres primeros mandamientos. Los siguientes se refieren a la conducta del hombre hacia sus semejantes en actos y hechos, y los últimos Mandamientos se refieren al control de sus sentimientos y sensaciones. Los Diez Mandamientos dan instrucciones para la educación del yo. Esta era la preparación por medio de la cual el yo debía aprender en su ser más interno cómo darse el impulso después de haber descendido al Kali-Yuga, a la edad de las tinieblas. Al principio el hombre debía recibir la Ley de lo Alto. La Ley del propio yo, sin embargo, sólo podía llegar a ser lo que había de ser, cuando ese yo tomara en sí al gran Prototipo del Gólgota, diciendo: Si introduzco en mi alma el pensamiento que tuvo el Ser que se ofreció en sacrificio en el Gólgota, -si introduzco en mí los sentimientos que tuvo el Ser que se ofreció en sacrificio en el Gólgota,- si introduzco en mí la voluntad que tuvo el Ser que se ofreció en sacrificio en el Gólgota, entonces mi ser se decidirá dentro de sí mismo a desarrollar cada vez más una semejanza con Dios, entonces ya no tendrá que seguir la Ley Exterior, los Diez Mandamientos, sino un impulso interior, su propia Ley.
Así Moisés puso primero ante la humanidad la Ley, pero Cristo les dio el Prototipo y la fuerza que el alma debía tomar, por medio de los cuales desarrollarse. De ahí que todos los impulsos espirituales debían ser llevados a lo más íntimo del alma, incluso al propio yo; todos ellos debían ser profundizados hacia el interior a través de Cristo Jesús. Eso sólo podía tener lugar si los hombres pensaban como sigue, y Cristo Jesús lo irradiaba como un impulso: -.

El hombre ha descendido a la edad oscura, al Kali-Yuga. Antes de esa edad oscura los hombres veían en el mundo espiritual con una tenue conciencia crepuscular. Entonces eran capaces, no sólo de hacer uso de los instrumentos del cuerpo físico, sino que cuando observaban el mundo físico a través de sus ojos, oídos, etc., percibían lo espiritual que rodeaba todas las cosas, flores, plantas, piedras, etc. En cuanto a esta observación de lo espiritual, los hombres eran ricos en aquellos tiempos. En los tiempos antiguos se les concedía el espíritu; mientras que, en la edad oscura, en lo que se refiere al espíritu se vieron reducidos a la mendicidad, pues ya no se les concedía el espíritu. Se habían vuelto pobres de espíritu. El Kali-Yuga se les vino encima cada vez más, esa época en la que los hombres tenían que decirse a sí mismos: En los tiempos antiguos las cosas eran diferentes, entonces el espíritu les era concedido a los hombres; podían mirar hacia arriba a un mundo espiritual, entonces eran ricos en espíritu; entonces los reinos del cielo les eran accesibles. Ahora, los hombres están encerrados en el mundo físico. Las puertas del mundo espiritual están cerradas a los sentidos humanos, y ninguna visión de los reinos del cielo está abierta al cuerpo físico. Pero Cristo fue capaz de decir: '¡Agarraos al yo, donde ahora debe ser aprehendido! Entonces los Reinos del Cielo se acercarán a ti. Surgirán dentro de tu propio yo. Aunque la luz espiritual se oculte a vuestros ojos tras la luz exterior perceptible por los sentidos, aunque el sonido espiritual se oculte a vuestros oídos tras el sonido físico; sin embargo, cuando Cristo mismo os resucite, encontraréis los Reinos de los Cielos dentro de vosotros. Infelices eran los que se habían empobrecido en la edad de las tinieblas, los que se habían convertido en mendigos en cuanto al espíritu. Ahora pueden llegar a ser bienaventurados, habiéndose dado el impulso mediante el cual Cristo es capaz, desde el mundo espiritual, desde los Reinos de los Cielos, de penetrar en el propio yo del hombre. Por lo tanto, con respecto a la pobreza de espíritu del hombre, la más alta proclamación cristiana es ésta: De ahora en adelante, bienaventurados los mendigos de espíritu, que ya no reciben el espíritu que se les otorga según la antigua concepción. De ahora en adelante, pueden ser bienaventurados si reciben el Impulso Crístico; porque, a través del desarrollo de su yo, los Reinos del Cielo estarán dentro de ellos'.

Pasemos al cuerpo etérico, que es el constructor del cuerpo físico. ¿Qué ha entrado en él? La enfermedad sólo se expresa en el cuerpo físico. El problema en sí está primero en el cuerpo etérico; luego se expresa en una encarnación posterior como enfermedad en el cuerpo físico. Ahora, sin embargo, algo ha entrado en el mundo", tuvo que decir Cristo Jesús, "mediante lo cual puede surgir gradualmente en el interior un impulso para limpiar la subyugación del cuerpo etérico. Bienaventurados sean ahora aquellos que tienen una aflicción adherida a sus cuerpos etéricos, si aceptan el Impulso Crístico; porque tienen algo dentro de ellos que los eleva por encima del sufrimiento y les enseña a encontrar el consuelo interno, el paráclito interno, el reconfortador interno".
¿En qué se había transformado el cuerpo astral a causa de la influencia luciférica? Se había vuelto menos perfecto que antes. Se le había dado la posibilidad que hemos descrito como una buena cualidad: la de ser capaz de entusiasmarse por lo que es grande y bueno, de sentir entusiasmo por los sublimes tesoros de lo verdadero, lo bello y lo bueno. Por otra parte, tiene que pagar el precio de sentir simpatía o antipatía por los tesoros de la tierra. Pero el hombre que recibe el Impulso Crístico aprende a dominar el cuerpo astral, que incita a su cuerpo físico a oponerse a los tesoros de la tierra, aprende a someterlo al poder del espíritu; y al hacerlo se vuelve feliz o bienaventurado. Bienaventurado el que hace que su cuerpo astral sea indiferente a las cosas de la tierra, que de este modo caerán en su parte. Porque cuando está todo enardecido por las cosas de la tierra, sintiendo tanto emoción como simpatía o antipatía por ellas, desecha lo que podrían llegar a ser para él; pero cuando el cuerpo astral se pone bajo el poder de lo espiritual y se vuelve indiferente a las cosas de la tierra, el Reino de la Tierra se añade como recompensa.'

Ascendamos ahora a lo que obra como alma sensible dentro del cuerpo astral. Aquí todavía poseemos, de una manera tenue, un yo gobernante, un yo que todavía no ha surgido del todo y que, por lo tanto, todavía está desarrollando las pasiones más egoístas. Mientras el yo esté realmente dentro del alma sensible, desarrollará el egoísmo más egoísta. Falta el deseo de que los demás tengan lo mismo que nosotros. El egoísmo oscurece el sentido de la justicia, porque el yo lo quiere todo para sí. Pero si el yo se transmuta en imitación del Impulso-Cristo, tendrá hambre y sed de justicia para todos los seres que nos rodean. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia en su alma sensible, porque estarán satisfechos. Serán capaces de crear condiciones en todo el mundo que correspondan al nuevo espíritu de justicia en las profundidades del alma.

Sigamos ascendiendo hasta el alma intelectual o mental. Este principio lleva a un grado aún mayor la consideración de un hombre por otro, no meramente como un sentimiento de justicia tal como es producido por el alma sensible, sino como compasión, una verdadera compasión por las penas de otros y una participación en su alegría. El que recibe el Impulso Crístico llega a sentir lo que sienten los demás, no sólo lo que siente él mismo; se sumerge en el yo de los demás y, al hacerlo, siente la dicha en su alma intelectual o mental. Bienaventurado el que desarrolla el sentimiento del prójimo; porque sólo sintiéndose él mismo dentro del alma de los demás, los estimula a sentirse ellos mismos en él. Recibirá la simpatía de los demás cuando él mismo irradie sentimientos de compañerismo hacia ellos. Bienaventurados los que sienten con los demás, porque los demás sentirán con ellos".

Ahora verán cómo, habiendo avanzado un poco más en nuestro estudio de estas conexiones, somos capaces de comprender de una manera diferente, desde lo más profundo de la naturaleza y el ser del hombre, aquellas palabras del Evangelio de San Mateo, generalmente conocidas como el Sermón de la Montaña. Cada frase del Sermón de la Montaña se refiere a uno de los nueve principios del hombre. En las próximas conferencias profundizaremos en ello. El Sermón de la Montaña debe volverse transparente a nuestros ojos espirituales como el acto de Cristo Jesús por medio del cual convirtió lo que estaba contenido en la Antigua Ley de Moisés en algo muy interno, un impulso interior que permite al yo del hombre volverse activo, como debe volverse en todos los nueve principios del hombre, porque si el yo toma el Impulso Crístico, afecta a todos ellos.
Así vemos la profunda verdad de lo que ya he indicado aquí una vez antes: que en Kali-Yuga Cristo hizo que el yo del hombre fuera capaz de descubrir algo en el mundo físico que puede llevar al hombre al mundo espiritual, a los Reinos de los Cielos. Cristo transformó el yo del hombre en un participante del mundo espiritual. En el antiguo Saturno el cuerpo físico era sacado directamente del mundo espiritual. Estaba todavía dentro de ese mundo, porque el cuerpo físico era entonces mucho más espiritual y no era consciente de que podía separarse de los mundos espirituales. El cuerpo etérico se añadió en el Sol y el cuerpo astral en la Luna, pero sólo en la Tierra fue posible -mediante el desarrollo del yo- liberarse de lo divino-espiritual. En consecuencia, como el yo debe ser conducido de nuevo, Dios tuvo que descender al plano físico, y en ese plano mostrar al hombre cómo encontrar el camino de regreso a los Reinos del Cielo.

A través del Impulso Crístico se produjo un acontecimiento importantísimo. Háganse esta pregunta: ¿Sabían todos los que vivían en la época en que Cristo Jesús actuaba en la Tierra que estaba ocurriendo un acontecimiento tan importante? Reflexionen que Tácito, el gran historiador, menciona a los cristianos como una secta casi desconocida. Cien años después de Cristo sólo menciona a los cristianos como una secta que vivía en una callejuela de Roma, cuyo maestro era un tal Jesús; simplemente se menciona que vivían allí. Durante mucho tiempo después del acontecimiento de Cristo, muchos romanos creyeron que Jesús era contemporáneo suyo, como si acabara de aparecer. En resumen, en la evolución del hombre pueden producirse acontecimientos importantes sin que los contemporáneos se den cuenta de que algo ha sucedido. Las cosas más importantes pueden suceder y pasar desapercibidas si las personas no cultivan la comprensión para ellas. Entonces se perderían la experiencia, y en lo que a eso se refiere serían estériles y estarían secos. ¡Cambiad vuestros corazones! Los Reinos de los Cielos se han acercado". Ese fue el anuncio de Juan el Bautista y del propio Cristo Jesús. Dieron a entender a los que tenían oídos para oír que estaba ocurriendo algo importantísimo. Que en el mundo no se sepa nada de un acontecimiento importante no es prueba de que no esté ocurriendo. Aquellos cuyo negocio es hoy señalar los signos de los tiempos, están conscientes de lo que está ocurriendo hoy. Deben señalar un acontecimiento que, aunque no sea de los más convincentes, es importante. Es cierto que justo en nuestro tiempo se está desarrollando algo de infinita importancia. Así como Juan señaló a Cristo, y Cristo mismo señaló el acercamiento de los Reinos de los Cielos, al yo; así nosotros debemos señalar hoy otro acontecimiento importante.

Cristo descendió una vez a la tierra en un cuerpo de carne; pasó los primeros años de nuestra era en la tierra, en la carne. De acuerdo con la sabia guía de nuestra evolución mundial, no está establecido que los hombres vuelvan a ver a Cristo en la carne, como un hombre encarnado físicamente; ni es necesario que lo hagan. Porque Cristo no volverá en la carne. ¿Por qué? Porque lo que llamamos la edad oscura -el Kali-Yuga- se completó a finales del siglo XIX, y porque con el siglo XX comenzó una nueva edad, en la que los hombres deben prepararse para desarrollar nuevas capacidades, aquellas facultades que se perdieron en la edad oscura. Lenta y gradualmente se están preparando. Estas facultades se desarrollarán tanto que habrá individuos que las poseerán como tendencias naturales. Estas facultades se verán en un cierto número de personas, particularmente entre los años 1930 y 1940, y por medio de ellas un número de personas entrará en nueva relación con el Cristo.
Esto indica un punto importante en el desarrollo humano. La Ciencia Espiritual está aquí para abrir la comprensión de los hombres a estas nuevas facultades que se desarrollarán en el mundo de los hombres. La Antroposofía no ha venido al mundo porque unos pocos simpaticen con ella y quieran darla a conocer más; ha venido porque es necesaria si los hombres desean comprender lo que tendrá lugar en la primera mitad de este siglo. Porque sólo por medio de lo que la Ciencia Espiritual puede dar a la humanidad, ésta será capaz de comprenderlo. Cuando las personas sean capaces de percibir en el espíritu lo que entonces ocurrirá, también serán incapaces de confundir ese acontecimiento con sus representaciones erróneas. Pues a medida que el materialismo se extienda más, llegará incluso a la concepción espiritual del mundo, donde tendrá una influencia particularmente maléfica. En ese ámbito tenderá a impedir que los hombres comprendan lo que debe ser comprendido espiritualmente. Lo que realmente debería ser comprendido en el espíritu lo buscarán en el mundo de la materia. Debido a que en el transcurso de la primera mitad de nuestro siglo vamos a entrar en una nueva relación con Cristo, debe subrayarse una y otra vez durante las próximas décadas y hasta que el acontecimiento se produzca, que surgirán falsos Mesías, falsos Cristos que llamarán a las puertas de aquellos que sólo son capaces de ser materialistas en los dominios de la Ciencia Espiritual, y sólo pueden imaginar una nueva relación con Cristo si lo ven ante ellos en la carne. Un cierto número de falsos Mesías convertirán esto en su propio uso, diciendo: '¡Cristo ha reaparecido en la carne!'.

La sabiduría antroposófica tiene el deber de preparar la relación que puede ser alcanzada durante la primera mitad de nuestro siglo por las capacidades puramente humanas. La responsabilidad del esfuerzo antroposófico se hace cada vez mayor, pues tiene que preparar un acontecimiento venidero que sólo se comprenderá si la Antroposofía se abre camino en el alma de los hombres y se hace así fructífera para el desarrollo ulterior de la humanidad. La alternativa es que los hombres no acepten y no utilicen el instrumento de la Ciencia Espiritual, a través del cual se puede comprender este Acontecimiento; en ese caso, la humanidad lo pasará por alto sin comprenderlo. Porque si los hombres rechazaran tan completamente la Ciencia Espiritual que no quedara nada de ella, no sabrían que este acontecimiento existe o lo interpretarían erróneamente. El fruto de este acontecimiento se perdería entonces para el futuro de la humanidad, y el hombre se vería sumido en una espantosa miseria.

He insinuado así una nueva relación con el Cristo que está germinando en las almas de los hombres y que podrán desarrollar en un futuro comparativamente próximo.
Traducido por J.Luelmo abr.2023