martes, 4 de abril de 2023

GA116-4 Berlín 8 de febrero de 1910 -El sermón de la montaña

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El sermón de la montaña

RUDOLF STEINER

Berlín 8 de febrero de 1910

Hoy debemos referirnos de nuevo a la antigua e importante enseñanza contenida en las Bienaventuranzas del Sermón de la Montaña y, partiendo de ella, llevaremos nuestra visión hasta nuestros días y el futuro próximo.

El Sermón de la Montaña, tal como se relata en el Evangelio de San Mateo, sólo puede comprenderse si captamos todo su espíritu, en el sentido del desarrollo de toda la humanidad. Recapitulemos brevemente lo que se nos expuso en la última conferencia: que la antigua y tenue clarividencia del hombre había retrocedido gradualmente y que las capacidades y el conocimiento del hombre tenían que limitarse cada vez más al plano físico, y que por esta razón la conexión del hombre con los mundos Espirituales tuvo que basarse en un acontecimiento en el plano físico. Si recordamos todo esto, comprenderemos que el Ser Divino-Espiritual que hemos caracterizado como el Cristo, tuvo que encarnarse en un cuerpo físico precisamente en el momento en que la percepción del hombre se había limitado al plano físico. Esto se hizo para que la parte más esencial de la vida de este Ser Divino-Espiritual pudiera ser descrita con palabras y expresiones utilizadas en el plano físico. El punto importante no es tanto que pocas personas (en comparación con toda la humanidad) pudieron tener una percepción y observación corporal de Cristo Jesús, sino que lo que se relata de Él es una presentación de acontecimientos en el plano físico. Pues no se puede decir que los registros anteriores de otras Divinidades relatadas con palabras pertenecientes al plano físico se refieran a acontecimientos físicos reales. En todo lo que se nos dice de ellas, las palabras sólo pueden ser útiles como indicaciones; - pues lo que ocurrió con respecto a estas Divinidades sólo puede ser comprendido por alguien capaz de aplicar las palabras a los acontecimientos de planos superiores. La vida de Cristo Jesús puede, sin embargo, ser comprendida por cualquiera que pueda aplicar lo que se cuenta a los acontecimientos del plano físico. En referencia a esto podemos decir: El Ser Crístico descendió a una encarnación física, a la vida plena en un cuerpo físico. Eso tenía que ser así porque las capacidades humanas en aquel tiempo eran de esta naturaleza, y porque el yo humano como tal tenía que tomar conciencia de su ser si la evolución había de avanzar por el camino correcto.

Hemos visto que el más importante de los intermediarios más antiguos para el acontecimiento del Gólgota fue Zaratustra o Zoroastro. Para que pudiera llegar a ser lo que había de ser, en aquella época había que preparar un cuerpo que contuviera un extracto, por así decirlo, de lo que se había dado a todo un pueblo, un pueblo que debía dar a la humanidad las cualidades que sólo pueden comunicarse por medio de la herencia física. Hemos visto que lo más esencial en el antiguo pueblo hebreo era el deber de desarrollar en generaciones sucesivas, de padre a hijo, de hijo a nieto, y así sucesivamente, aquellas cualidades que debían ser heredadas en forma continuamente aumentada, hasta que finalmente aparecieran en su forma más elevada y mejor en el cuerpo que se derivó por herencia de Abraham y Salomón y que finalmente fue ocupado por Zaratustra. Nos queda mucho por aprender a través de nuestros estudios antes de que seamos capaces de comprender la misión completa del antiguo pueblo hebreo, en todos sus detalles. Esto requiere que aprendamos gradualmente cómo las cualidades necesarias para el cuerpo de Jesús se fueron ennobleciendo más y más en el curso de la descendencia de generación en generación. Había que hacerlo lo más perfecto posible para el cumplimiento de su misión histórico-mundial, pues esa misión sólo podía llevarse a cabo si todo lo que pertenecía al cuerpo del Ser Jesús salomónico era lo más perfecto posible en sí mismo en cuanto a esas cualidades. Ahora sabemos que los cuatro principios de la naturaleza del hombre, el cuerpo físico, el cuerpo etérico, el cuerpo astral y el yo, están activos en todo cuerpo humano; y que en el tiempo venidero el Yo Espiritual, el Espíritu de Vida y el Hombre Espíritu, también estarán activos en él. Esto no debe interpretarse en el sentido de que la actividad del cuerpo astral cesará repentinamente, o que lo posterior no está siendo preparado en lo anterior. En cierto sentido, todo lo que sigue después debe ser preparado en lo que precedió. Por supuesto que el hombre no puede, por sus propias fuerzas, obrar hoy de tal modo sobre sí mismo que el Espíritu Vital, por ejemplo, pueda llegar a expresarse particularmente en él; pero en él obran otros Seres Espirituales Divinos, con una actividad que puede llamarse actividad del Espíritu Vital. Esto se aplica también al Hombre-Espíritu. Por lo tanto, todos los siete principios del cuerpo, o mejor dicho, del organismo humano de Jesús de Nazaret tenían que ser ennoblecidos, en cuanto a las cualidades que debían ser tratadas. Esto requería una preparación muy especial. Esta preparación puede darnos hoy una idea de los secretos ocultos en el desarrollo de la humanidad y de la tierra.
Los gérmenes de la perfección en el cuerpo de Jesús de Nazaret tuvieron que ser preparados mucho antes. Hemos visto cómo durante el primer período (que se extiende desde Abraham hasta Salomón o David), se obró sobre las generaciones del mismo modo que se obra sobre el cuerpo físico de un hombre durante el tiempo que transcurre entre su nacimiento y el cambio de dientes. Esta labor fue llevada a cabo de tal manera por las fuerzas activas detrás de la evolución, que en cierto momento hubo realmente un antepasado de Jesús que ya contenía dentro de sí, capacidades tan casi perfectas como era posible, y éstas reaparecieron en el cuerpo que se había de convertirse en el vehículo de Zaratustra. Así pues, en un antepasado de Jesús estaban presentes los fundamentos de un correcto desarrollo de los siete principios de la naturaleza del hombre. En otras palabras: Si rastreamos la ascendencia de Jesús, debemos encontrar un antepasado que poseía el germen de la naturaleza de los siete principios - aunque no tan perfectamente desarrollado como en el cuerpo de Jesús de Nazaret - si bien presente en forma rudimentaria. Aunque no se expresara en su tradición externa, la doctrina secreta de los antiguos hebreos era consciente de este hecho. Era consciente de que una vez vivió un hombre del que hay que decir que los siete principios actuaban en él de tal manera que había que describirlos como algo muy peculiar y digno de mención. Los Iniciados de la antigua doctrina secreta hebrea señalaban a un antepasado de Jesús de Nazaret, sabiendo que poseía estos siete principios humanos en un grado muy notable.

Llamaron al yo de este antepasado "Itiel", para indicar que en él el yo debía poseer esa fuerza (pues Itiel significa algo así como "poseedor de fuerza"). Debía poseer esa intrepidez que, transmitida de generación en generación, se convertiría en el vehículo propio del yo para el ser superior que reaparecería en Jesús de Nazaret. De la misma manera, llamaron "Lemuel" al cuerpo astral de este antepasado; esto describiría más o menos un cuerpo astral tan desarrollado que no se limita a sentir la ley, la conformidad con la ley, fuera de sí mismo, sino que siente que lleva la ley dentro de sí. Llamaron "Ben Jage" al cuerpo etérico de este antepasado, lo que significaría un cuerpo etérico transmutado en lo posible, que habiendo alcanzado cierta perfección, es capaz de tomar hábitos en sí mismo. Al cuerpo físico de este antepasado lo llamaban "Agur", porque la actividad física, la capacidad de este antepasado en el plano físico, consistía en haber asimilado todo lo que traía de la antigua tradición; pues "Agur" significaba un recolector. Todas las antiguas concepciones del mundo, todas las antiguas tradiciones, estaban reunidas en Jesús; y los rudimentos de esto estaban ya desarrollados en este antepasado. Lo que actuaba como Hombre-Espíritu en este antepasado, se llamaba (porque los Seres Divinos-Espirituales prestaban amorosa atención a su trabajo sobre los rudimentos del Hombre-Espíritu) 'Jedidjah', palabra que significa algo así como 'el querido de los Dioses'. Lo que actuaba en este antepasado como Buddhi o Espíritu Vital, era llamado "Kohelet"; pues se decía: "En este antepasado debe haber actuado un Espíritu Vital capaz de servir de maestro a toda la nación, de modo que su contenido pudiera ser derramado sobre todos ellos". Y finalmente, el Manas o Yo Espiritual de este antepasado era conocido por la palabra "Salomo", que significa equilibrio interior, pues decían: Tal yo espiritual debe haber tenido dentro de sí los rudimentos de ser interiormente completo, de estar en un estado de equilibrio interior. 


hebreo

Cuerpo físico

Agur

Cuerpo etérico

Ben Jage

Cuerpo astral

Lemuel

Yo

Itiel

Yo espiritual

Salomo

Espíritu Vital

Kohelet

Hombre espíritu

Jedidjah

Así pues, este antepasado, que normalmente sólo se conoce por el nombre de Schelomo, Schleimo o Salomón, tiene tres nombres principales: Jedidjah, Kohelet, Salomo; y cuatro nombres adicionales: Agur, Ben Jage, Lemuel e Itiel, pues estos nombres significan las cuatro envolturas, mientras que los tres primeros nombres significan la parte interior divina. La doctrina secreta de los antiguos hebreos tenía siete nombres para esta persona. Si más tarde, la gente estaba descontenta con Salomón, como fue el caso incluso entre ciertas sectas de los propios judíos (no podemos entrar aquí en si con razón o sin ella), esto puede explicarse fácilmente. En Salomón había grandes e importantes rudimentos, que debían seguir propagándose con un propósito distinto. Ahora bien, un ser humano individual, en una etapa definida de su evolución, no siempre muestra en su vida exterior los gérmenes de las cualidades que ha de legar a sus descendientes; tal vez por la misma razón de que hay en él fuerzas tan grandes puede incluso estar más sujeto al fracaso en este sentido. La falta de moralidad que se observa en Salomón no está en contradicción con lo que la antigua doctrina secreta hebrea veía en él; al contrario, explicaría sus defectos.
Así, la antigua doctrina secreta judía se remonta a un antepasado de Jesús, plenamente consciente de su importancia para toda la misión de su pueblo. Todo lo que no era sino rudimentario en esta personalidad, se propagó por descendencia a través de las generaciones, y apareció en su esencia cuando fue requerido y utilizado en el curso de la historia del mundo. Esto puede darnos una idea de los secretos, regulados por leyes, que yacen detrás de la evolución de la humanidad.

Ahora bien, si la misión del antiguo pueblo hebreo consistía principalmente en el hecho de que a través de la herencia física ciertas capacidades son, por así decirlo, inculcadas en su sangre, capacidades que deben ser dadas a toda la humanidad desde el mundo Espiritual a través de este pueblo, entonces, en el momento de la aparición de Juan el Bautista y Jesús de Nazaret, la humanidad debería haber estado lo suficientemente avanzada como para ser capaz, a través de estas capacidades ennoblecidas, de reascender al mundo Espiritual; en otras palabras, debería haber sido capaz de tomar el Impulso Crístico. Les he dicho todo esto para mostrar qué preparativos fueron necesarios a fin de crear, en el desarrollo de la humanidad física, una envoltura capaz de albergar al Ser Crístico.

Tal vez ahora podamos sentir y comprender la naturaleza intrínseca del progreso en la misión de la humanidad, producido por el descenso de la misión Divina a la materia física, en el pueblo judío. Podemos sentir cómo lo Divino fue llevado a las profundidades de la materia física, a fin de que desde este punto de inflexión el hombre pudiera reascender tanto más alto, desde lo físico ahora más fino hacia lo Espiritual. La ascensión hacia lo Espiritual debía comenzar a partir de ese momento. Para ello, sin embargo, debía darse a la humanidad un impulso que, hasta cierto punto, situara todo lo que el hombre puede desear o esperar de la evolución en ese centro más profundo del ser humano que puede designarse como el yo. A través de Cristo, el impulso debía penetrar en las profundidades del ser interior del hombre, del cuerpo de Cristo hablaba tal impulso que llamaba a lo más profundo de la naturaleza del hombre. ¿Qué iba a cambiar con este impulso?

Antes de que llegara este impulso, todo lo que traía felicidad a los hombres, lo que les daba dicha y les hacía sentirse "llenos de lo Divino", les venía en cierto sentido de fuera; esperaban que viniera de allí. Si no nos limitamos a estudiar la historia del mundo a partir de documentos externos, sino de acuerdo con lo que los registros espirituales pueden darnos, debemos decir que nos remontamos a tiempos antiguos, cuando el hombre ascendió al reino de los seres espirituales despertando en sí mismo, -por medios normales o no- el don de la clarividencia. Pero esta visión se despertaba de una manera onírica; las fuerzas Divino-Espirituales actuaban en él y el yo era suprimido. El hombre estaba más o menos fuera de su yo. Aunque en su estado normal no era tan consciente de su yo como lo fue más tarde, estaba entonces en la época en que el espíritu trabajaba en él y lo llevaba fuera de sí mismo, sin su yo al mundo Espiritual. Se entregaba completamente, ya fuera a lo Divino-Espiritual externo o a lo Divino-Espiritual dentro de su alma. Pero durante ese tiempo de éxtasis, de encantamiento, no era en ningún sentido consciente de su condición. Todavía estaba por llegar el momento en que el hombre se diera cuenta de la relación con el espíritu en su propio yo, y de ahí impregnara el núcleo más profundo de su ser con la conciencia de...: "Yo pertenezco a un reino Divino-Espiritual". Eso sólo podía suceder si Cristo derramaba Su propio Ser en el ser terrenal, de modo que el yo pudiera impregnarse de lo que era el modelo de Cristo. Esto permitió al hombre decir: "Ahora estoy en un reino espiritual, en los Reinos de los Cielos con mi yo", mientras que antes el hombre entraba en los Reinos de los Cielos estando fuera de ellos. El Reino de los Cielos se ha acercado", fue la enseñanza dada. Para ello había que cambiar la mentalidad de los hombres, que ya no debían creer que sólo podían entrar en el mundo espiritual en estado de éxtasis, pues podrían encontrar su relación con los Reinos de los Cielos en plena conciencia del yo.
Podemos ver que esto tuvo que ocurrir, porque la antigua condición clarividente, en el curso de miles de años, había empeorado cada vez más. Mientras que en los tiempos antiguos el hombre, cuando estaba en éxtasis, ascendía a las buenas potencias divino-espirituales, lo que aún quedaba de la antigua condición extática en la época de la fundación del cristianismo, se había vuelto tal que cuando el hombre estaba ahora fuera de sí mismo no ascendía a las buenas sino a las malas potencias espirituales. Esa es la gran diferencia entre los dos estados de desarrollo. En la antigüedad, cuando el hombre se elevaba soñadoramente hacia los mundos espirituales mediante la supresión de su yo, -"mediúmnicamente", como diríamos hoy en día-, se encontraba entonces en compañía de los seres espirituales buenos. Esto se había vuelto diferente en la época en que el hombre debía encontrar el camino hacia el Reino de los Cielos con su yo; cuando ahora buscaba o provocaba los estados de éxtasis, se los describe como estados de "obsesión", que lo ponían en conexión con poderes espirituales hostiles malignos. Así pues, en la época de la aparición de Cristo Jesús hubo que proclamar lo siguiente como doctrina curativa: '¡No es correcto que intentes sin tu yo llegar a una condición en la que puedas ser consciente de los mundos Espirituales; el camino correcto ahora es buscar el contacto con los mundos Divino-Espirituales en lo más profundo de tu ser!'.

Esta es esencialmente la enseñanza contenida en el Sermón de la Montaña del Evangelio de San Mateo. Podríamos reescribirla así: Antiguamente existía una clarividencia onírica. En ella el hombre era, en éxtasis, transportado a los mundos Espirituales. En aquel tiempo era rico en vida Espiritual; no era mendigo en el espíritu como llegó a serlo cuando se fundó el Cristianismo. Cuando antiguamente se llenaba del espíritu, de lo que los griegos llamaban "Pneuma", se transportaba a los mundos espirituales. Cristo no podía decir ahora: "Bienaventurados o llenos de Dios son aquellos que en sus estados de éxtasis se enriquecen en el espíritu, ¡porque éstos son los que ciertamente serán curados! Ahora tenía que proclamar: '¡Ha llegado el momento en que benditos o llenos de Dios son aquellos que se han convertido en mendigos en el espíritu!'. Es decir, aquellos que ya no pueden elevarse a condiciones de clarividencia de ensueño extasiado, sino que se ven obligados a buscar el Reino de los Cielos en su interior, desde fuera de su yo.
Sermón de la montaña
Antiguamente, cuando el hombre era colocado en medio de las penas y sufrimientos de la tierra, sólo tenía que invocar en su interior el estado en el que podía ser transportado a los mundos Divino-Espirituales. No estaba obligado a soportar el sufrimiento, porque cuando le llegaba, podía buscar inmediatamente el estado en el que estaba lleno del espíritu, lleno de Dios, y en ese estado, -separado de su yo- podía encontrar bálsamo para las penas y sufrimientos de la tierra. Cristo Jesús tuvo que proclamar que este tiempo también había pasado y terminado. Ahora serían bienaventurados, o llenos de Dios, aquellos que, si bien ya no podrían buscar fuera ayuda para sus sufrimientos, podrían, mediante el fortalecimiento de su propio yo, buscar dentro de sí mismos el poder de encontrar al Paráclito en su ser interior. Bienaventurados (llenos de Dios) son aquellos que no destierran el dolor elevándose extasiados a la Divinidad, sino que lo soportan, desarrollando el poder del yo mediante el cual pueden encontrar en sí mismos al Paráclito, conocido más tarde como el Espíritu Santo que se revela a través del Yo. Incluso Buda, en su época, no recomendaba soportar el dolor, sino arrojarlo, con toda la sed de la tierra. Incluso seiscientos años antes de Cristo Jesús, Buda describió el dolor y el sufrimiento en la tierra como las peores consecuencias del anhelo de existencia. Seiscientos años más tarde, en el Sermón de la Montaña, Cristo proclamó en la segunda Bienaventuranza que el dolor no debe ser eliminado de esa manera, sino que debe ser soportado, que era una prueba a través de la cual el Yo podría desarrollar la fuerza que puede encontrar dentro de sí mismo: el apoyo interior del Paráclito. Esto está literalmente contenido en la segunda frase del Sermón de la Montaña, hasta en la expresión; Paráclito. Sólo es necesario leer estas cosas de la manera correcta. Esa es precisamente la tarea de nuestra época; debemos aprender, a través de lo que se nos da en la Ciencia Espiritual, a leer correctamente las grandes escrituras de antaño, a través de las enseñanzas de la Ciencia Espiritual.
Un tercer punto es el siguiente. Antiguamente, cuando los hombres podían impregnarse de lo que les venía en éxtasis y que los griegos llamaban "Pneuma" o Espíritu, entonces eran guiados instintivamente en su curso. Todos sus impulsos, acciones, emociones y deseos, -de hecho, todo lo que mora en el cuerpo astral del hombre-, era guiado instintivamente, cuando el hombre era capaz de elevarse a los buenos seres Espirituales. Todavía no había intentado, desde su propio yo, controlar y purificar sus pasiones y deseos interiores y equilibrarlos. Ahora, sin embargo, había llegado el momento, -y Cristo debía proclamarlo-, en que los hombres, habiendo domado, purificado y equilibrado las pasiones, deseos e impulsos de este cuerpo astral, alcanzarían por sí mismos la meta para la humanidad de hoy, a la que damos expresión señalando el gran progreso de la evolución. Esto se nos ha presentado a menudo de la siguiente manera. El hombre comenzó su existencia en el antiguo Saturno; la continuó a través de la existencia solar y lunar, hasta que en la Tierra se le agregó el yo. Sólo cuando toma conciencia de este yo, cuando domestica y equilibra lo que le fue añadido por el cuerpo astral en la Luna, puede realmente alcanzar la meta de la misión terrestre. Aquellos que son capaces de controlar y equilibrar los deseos en su cuerpo astral pueden ser bendecidos (llenos de Dios), pues por este medio descubrirán, a través de sí mismos, la Tierra. Así, la tercera frase del Sermón de la Montaña, que tal como suele traducirse contiene una palabra sin sentido, nos dice lo siguiente: A los que 'equilibren' sus pasiones deseos y emociones (no los hagan 'mansos') se les dará -o 'heredarán'- la Tierra.

Así, las tres primeras frases del Sermón de la Montaña, en su significado mundial, ponen ante nosotros el siguiente resumen.

La primera frase del Sermón de la Montaña se refiere al cuerpo físico, y nos informa que antiguamente era posible, en los antiguos tiempos de la humanidad, mediante un entrenamiento particular del cuerpo físico, percibir lo Espiritual en condiciones de ensoñación clarividente, pero el cuerpo físico se ha empobrecido en lo que respecta a la posesión interior del espíritu.

En cuanto al cuerpo etérico, a través del cual el hombre se hace consciente del sufrimiento, -aunque primero lo sea en el cuerpo astral-, se indica que los hombres deben aprender a desarrollar en sí mismos una fuerza que les permita encontrar ayuda para el sufrimiento que les es dado como prueba.

En tercer lugar, pasamos al cuerpo astral, del cual se nos dice que, mediante la doma y purificación de sus impulsos y pasiones, el hombre encontrará en su ser interior la fuerza que le permitirá convertirse en un verdadero yo, a quien se le asigna entonces la misión terrestre como su porción.

Cuando ascendemos ahora al Yo, sabemos que éste actúa en el alma sensible, en el alma intelectual y en el alma consciente. El yo trabaja en el alma sensible, es decir: la espiritualiza. Esto permite al hombre sentir la efusión del amor fraternal humano, -que se hace universal a través de la difusión del cristianismo-, como justicia: "hambre y sed de la justicia que todo lo gobierna". De otro modo, el alma sensible sólo siente en el cuerpo físico; ahora, a través del cristianismo, debe aprender a sentir por las cosas espirituales: tener hambre y sed de justicia. Aquellos que son capaces de encontrar su centro humano en el yo, como resultado de su trabajo sobre sí mismos, satisfarán el anhelo de su alma sensible por una justicia terrenal que todo lo gobierne. Bienaventurados los que, mediante el Impulso Crístico, aprenden a tener hambre y sed de justicia; porque encontrarán una fuerza poderosa en su ser interior por la cual, debido a que están trabajando por la justicia del mundo, hallarán dentro de sí mismos la satisfacción de esta cualidad.'
Pasemos ahora al alma intelectual. A menudo hemos hecho hincapié en el hecho de que, mientras que en el alma sensible el yo sólo está todavía vagamente latente, en el alma intelectual comienza a brillar, para alcanzar más tarde la plena conciencia en el alma consciente, donde se convierte por primera vez en un yo puro. En el alma intelectual sucede algo muy singular: el yo humano, -es decir, aquello en lo que cada uno de nosotros se parece a todos los demás hombres, pues cada uno de nosotros lleva el yo en su interior-, resplandece. No importa en qué parte del mundo nos encontremos con nuestro semejante, por el hecho de que de su alma intelectual brille un yo, es un ser humano como nosotros. Algo brilla en nuestra alma intelectual, y si lo recibimos tan bien como podemos y lo llevamos al mundo, podemos entrar en una relación correcta con nuestros semejantes. En nuestra alma intelectual debemos desarrollar algo que debemos verter en nuestro entorno y que debe revertir de nuevo a nosotros. Por eso, ésta es la única ocasión en el Sermón de la Montaña en la que el sujeto de la Bienaventuranza es como el predicado: "Bienaventurados (o llenos de Dios) los que desarrollan el amor, porque al irradiar amor, éste volverá a ellos". Esto muestra las infinitas profundidades de tal documento espiritual, pues puede ser comprendido por la forma misma en que están construidas las frases, puede ser comprendido hasta en los más pequeños detalles, si gradualmente, año tras año, se recoge todo lo que la Ciencia Espiritual puede dar para la comprensión del hombre. La diferencia entre la quinta Bienaventuranza y las demás, en todas las cuales el sujeto y el predicado son diferentes, no puede comprenderse en lo más mínimo sin saber que la quinta Bienaventuranza apunta directamente al alma intelectual, o racional. Ascenderemos ahora al trabajo del yo sobre el alma consciente. Aquí por fin el yo es puro y sin mezcla; sólo aquí puede llegar a ser consciente de sí mismo. Esto está bellamente expresado en el Sermón de la Montaña, en el versículo que expresa que sólo en el yo puede cobrar vida la sustancia divina en el hombre. Bienaventurados los que son puros de sangre o de corazón (que es la expresión del yo), que no dejan entrar en ellos más que la pura naturaleza del yo, porque en ella reconocerán a Dios, percibirán a Dios".

El Sermón de la Montaña se eleva ahora a lo que se refiere al Yo Espiritual, al Espíritu Vital y al Hombre-Espíritu. Aquí el hombre ya no puede obrar sólo por sí mismo; en esta etapa de su evolución debe apelar a los mundos espirituales divinos que, por medio de Cristo, han sido puestos en conexión con la tierra; debe mirar hacia arriba, hacia los mundos espirituales divinos renovados. Mientras que en tiempos pasados la lucha y la desarmonía penetraron en la humanidad a través de la naturaleza del yo, - como de hecho todavía sucede hoy en día-, la paz será derramada sobre la tierra a través del Impulso Crístico. Y aquellos que asuman el Impulso Crístico se convertirán en los fundadores de la paz en esa parte de la naturaleza humana que en el futuro se desarrollará gradualmente como Yo Espiritual; así, en un nuevo sentido, se convertirán en los hijos de Dios, ya que harán descender el espíritu de los Reinos Espirituales "¡Bienaventurados los que traen paz o armonía al mundo; porque así serán los hijos de Dios!". Así deben ser llamados los que realmente están llenos interiormente de un yo espiritual que ha de traer paz y armonía a la tierra.
Ahora bien, debemos comprender claramente que de todo lo que se desarrolla en la tierra, una parte sobrevive en épocas posteriores. Esto, en cierto sentido, es hostil a lo que se implanta como germen en épocas posteriores. Lo que trae el Impulso Crístico, entra en toda la evolución de la humanidad, -no entra, sin embargo, de una vez, sino de tal manera que algo queda todavía de las etapas anteriores de la evolución. Por lo tanto, es necesario que aquellos que comprenden por primera vez este Impulso Crístico se mantengan firmes sobre la base del mismo, completamente impregnados interiormente con su fuerza. Si se impregnan interiormente de la fuerza que procede de la semilla que ha venido del Cristo y se mantienen firmes sobre esa base, entonces serán bienaventurados en un nuevo sentido; en esto desarrollan la fuerza de la firmeza. Bienaventurados los que están bajo el nuevo orden, los que están bajo Cristo y sufren la persecución de lo que queda del viejo orden". Y la última de las bienaventuranzas del Sermón de la Montaña apunta directamente al propio Impulso de Cristo, pues Él dice a los Apóstoles: Bienaventurados vosotros, llamados especialmente a llevar el Nombre de Cristo por el mundo".

Así vemos cómo el Sermón de la Montaña dirige el cristianismo desde fuera de las grandes enseñanzas de la cosmología y de la humanidad, mientras que en todas partes dirige la atención a la fuerza interior, cuyo punto central debe encontrarse en el propio Yo. Ha llegado el momento en que esto debe entenderse, y entenderse de tal manera que las personas no deben creerse verdaderos cristianos porque intenten encontrar el cristianismo en alguna significación dogmática colateral o cuestión secundaria, sino que son verdaderos cristianos aquellos que entienden el significado del texto: "¡Cambiad la disposición de vuestras almas, porque los reinos del cielo han descendido incluso hasta el yo!". Se puede llamar "cristiano" en el verdadero sentido de la palabra a quien comprende que éste es el punto esencial, y que además comprende que al principio de nuestra era tuvo que ser expuesto de un modo distinto al que debe serlo ahora. Sería una idea errónea del cristianismo creer que lo que se consideraba cristiano en las palabras pronunciadas hace dos mil años no ha experimentado desde entonces un desarrollo ulterior. El cristianismo no sería más que una corriente cultural muerta. Pero es una corriente viva. Se desarrolla y seguirá desarrollándose. Así como es verdad que el Cristianismo tuvo que comenzar desde el tiempo en que el hombre descendió al plano físico, cuando un Ser Divino se hizo hombre en un cuerpo humano físico, también es verdad que en nuestro tiempo actual el hombre debe aprender a despertar a la comprensión del Cristianismo y del Ser Crístico Mismo, desde un Punto de Vista Espiritual Superior. - ¿Qué significa esto?
Así como es cierto que las antiguas fuerzas clarividentes de ensueño se habían perdido, de modo que en la época de Cristo las personas que estaban llenas "de Dios" en el sentido antiguo ya no podían ser descritas como "bienaventuradas", sino sólo como aquellas que formaban los reinos del Cielo en su interior, también es cierto que el yo del hombre volverá a ascender al mundo Espiritual en plena conciencia y desarrollará fuerzas y capacidades siempre nuevas. Así como es cierto que la época del Bautista fue la época en que esas capacidades que descendían al plano físico habían alcanzado una crisis en la humanidad, también es cierto que ahora hemos llegado de nuevo a una época importante. Lo que se llama la "Edad Oscura", que comenzó en el año 3101 a.C. y alcanzó su apogeo en la época de la Encarnación, llegó a su fin a finales del siglo XIX. El Kali-Yuga concluyó en 1899. Nos acercamos ahora a una época en la que el hombre desarrollará nuevas fuerzas y capacidades, que se manifestarán claramente en la última mitad del presente siglo. (siglo XIX). Estas nuevas fuerzas y capacidades deben ser comprendidas. Especialmente aquellas personas que han estudiado y comprendido la Antroposofía deben darse cuenta de que tal elevación de la humanidad hacia lo Espiritual ha vuelto a ser posible. Porque durante los importantes tiempos que seguirán después de 1930, individuos individuales encontrarán posible desarrollar fuerzas superiores en su naturaleza, por lo que lo que conocemos como cuerpo etérico se hará visible. Un cierto número de personas desarrollará poderes de clarividencia etérica.

Una de dos cosas será entonces posible, o bien el materialismo de nuestra época continuará, en cuyo caso cuando estas fuerzas se manifiesten los hombres no comprenderán que conducen a los mundos Espirituales; entonces serán comprendidas erróneamente y así serán aplastadas. Si esto ocurriera, ¿no se justificaría que la gente, hablando en un sentido materialista a finales del año 1940, dijera: '¡Ahora ved qué fantásticos profetas eran aquellos que hablaron a principios del siglo XX! Nada de lo que predijeron se ha cumplido'. Pero si las nuevas capacidades no han aparecido, ello no contradiría lo que ahora puede y debe decirse; sólo probaría que personas sin la comprensión adecuada las han ahogado de raíz y que han pasado por alto algo que la humanidad debe poseer para que su evolución ulterior no se derrumbe en la disolución y la decadencia. Esa es la gran responsabilidad de la Antroposofía. La Antroposofía ha surgido del conocimiento de la necesidad de una preparación avanzada para algo que vendrá, pero que podría ser pasado por alto y suprimido. La Antroposofía tiene la tarea de hacer comprender las fuerzas espirituales que se desarrollan en el hombre. Si se suprimen estas fuerzas, la humanidad se hundirá aún más en el fango del materialismo.

Por otra parte, la Antroposofía puede tener éxito en difundir a través de sus enseñanzas la comprensión del hecho de que el hombre debe elevarse a los mundos espirituales; puede tener éxito en elevar a la humanidad fuera del marco materialista de la mente. Para esto, sin embargo, algo debe surgir ahora del movimiento antroposófico, algo que fue preparado hace siglos, pero que ahora, en nuestra propia época, debe evolucionar hasta un particular e importante punto de inflexión.

Los siglos que han quedado atrás se han prestado para cultivar cada vez más las ideas materialistas del hombre. Bajo esta influencia materialista era fácil creer que el Impulso Crístico y el Ser Crístico entrarían en contacto con el mundo encarnando una vez más, -o tal vez más a menudo-, en un cuerpo físico, material. En lugar de adquirir nociones claras del hecho de que los hombres deben crecer en sus capacidades para que un gran número, y finalmente todos, puedan experimentar el Acontecimiento de Damasco, -es decir: puedan experimentar al Cristo en la atmósfera que rodea la Tierra, y verlo en Su cuerpo etérico-, se creyó que Cristo descendería de nuevo en un cuerpo físico, para la satisfacción materialista de aquellos que se niegan a creer en el espíritu, y que no creerán lo que San Pablo vio en el Acontecimiento de Damasco: ¡que Cristo está en la atmósfera terrestre y que siempre está allí! Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo". Aquellos que desarrollen los métodos de la visión clarividente en el mundo espiritual encontrarán lo que no se podía encontrar allí en la época precristiana: el Cristo en Su cuerpo etérico. Ese es el progreso importante en la evolución de la humanidad; antes de que haya transcurrido la primera mitad de nuestro siglo, esas facultades por medio de las cuales el acontecimiento de Damasco se convierte en una experiencia personal, se desarrollarán naturalmente por así decirlo, y los hombres verán al Cristo en Su cuerpo etérico. No descenderá a la carne, sino que el hombre ascenderá cuando haya adquirido la comprensión del espíritu.
Esa es la manera del retorno de Cristo en nuestra época, pues en este siglo XX los hombres deben abrirse camino para salir del Kali-Yuga y entrar en un siglo de clarividencia. Deben ascender a Cristo por medio de las capacidades que desarrollarán; deben ascender al Cristo donde Él está y donde puede ser visto, a primera vista, por los que están en la vanguardia, los que por medio de las enseñanzas de la Antroposofía pueden ser guiados a lo que en el curso de los próximos 2.500 años será experimentado en mayor o menor grado por toda, alma humana.

El gran acontecimiento que espera a la humanidad en un futuro próximo es que aquellos que se eleven, - con plena conciencia del yo,- a la visión etérica de Cristo en Su cuerpo etérico, serán "llenos de Dios" o bienaventurados. Para esto, sin embargo, la mente materialista debe ser completamente superada, y los hombres deben adquirir la comprensión de la doctrina Espiritual y de la vida Espiritual.

En siglos pasados no era perjudicial, comparativamente hablando, que los hombres volvieran continuamente a la concepción materialista del llamado retorno de Cristo. Especialmente en los pequeños tiempos de transición, cuando se preparaba lo que ahora ha alcanzado su clímax en un sentido materialista, como, por ejemplo, en Francia en 1137, cuando se esperaba un Mesías, y era esperado por muchos en amplios círculos. Un Mesías apareció realmente entonces, pero extravió al pueblo, porque la creencia en él había surgido a través de sus ideas materialistas, pues se creía que el Mesías vendría en carne y hueso. Treinta años antes había aparecido otro Mesías en España; también allí se había predicho que vendría un Mesías de carne y hueso. Más o menos en la misma época apareció otro nuevo Mesías en el norte de África; también allí se había profetizado que vendría uno de Oriente y aparecería en carne y hueso. Durante todo el tiempo en que la mente materialista estaba siendo preparada, en que las cosas más elevadas estaban siendo captadas por ella, aparecieron tales profetas cuya venida había sido predicha. Tales fenómenos son bien conocidos por quienes comprenden la época, y continuaron en el siglo XVII, cuando se proclamó por todas partes la próxima aparición de una especie de Cristo, un Mesías. Esto también fue aceptado por las mentes materialistas y religiosas de los hombres. Basándose en estas profecías, un falso Mesías pudo así surgir en Esmirna, en 1667, con el nombre de Shabbathoi Zewi. Él escribió cartas y epístolas en ese tiempo desde Esmirna, las cuales, aunque no contenían nada más que materia falsa, siendo escritas en un sentido materialista, sacudieron al mundo tan grandemente como lo habían hecho una vez las Epístolas de San Pablo. En el siglo XVII salió de Esmirna la proclamación de que en aquella ciudad moraba un Mesías de carne y hueso. Y Shabbathoi Zewi, el "hombre justo de Dios", fue tan considerado que se dijo que todo el ajuste de cuentas mundial adoptaría ahora otra forma. Pasará por el mundo con sus fieles discípulos, y todos los que estén dispuestos a ver la verdad, los que deseen ver a Cristo en la carne, deberán creer en él". Se predicó a la gente que su cumpleaños debía celebrarse como la mayor fiesta de la Tierra. Muchedumbres enteras peregrinaron allí, no sólo de Asia y África, sino también de Polonia, Rusia, España, Francia, etc.; ¡gran número de personas viajaron como peregrinos a Esmirna para ver a Shabbathoi Zewi, que se suponía era Cristo en carne y hueso, hasta que la cosa creció más allá de todos los límites y fue arrestado por orden del Sultán! Esto, decía la gente, no era sino el cumplimiento de la profecía, pues se había predicho que estaría en prisión durante nueve meses. Al sultán no se le ocurrió otro método que hacer que lo trajeran y lo desnudaran, diciendo: "Vamos a ver si eres un Mesías, un Cristo; haré que te fusilen". Y así se demostró finalmente que Shabbathoi Zewi no era más que un vulgar Rabino.
Tales suplantaciones son el resultado del pensamiento materialista de nuestros tiempos, y habrá más de este tipo, pues la mente materialista se servirá de los hombre
Lo que estoy diciendo ahora se dirá a menudo y con frecuencia durante las próximas décadas: ¡que las capacidades del hombre se desarrollarán hasta ver la visión etérica de Cristo, en cuya realidad podrán entonces creer, tan firmemente como lo hizo el propio San Pablo! Este es el futuro inmediato del hombre, y es para esto que la Ciencia Espiritual debe prepararlo. Pero a causa de los pensamientos materialistas de los hombres llegará también el tiempo en que surgirán fuertes tentaciones; falsos Mesías aparecerán en la carne. Entonces se demostrará si los antropósofos han comprendido correctamente la Antroposofía. Los que no lo hayan hecho se verán tan perjudicados por la mente materialista que sucumbirán a la tentación. Aunque crean en Cristo, creerán en un Cristo encarnado. Pero los que hayan adquirido comprensión de la verdadera vida espiritual se darán cuenta de que la "segunda venida de Cristo" en nuestro siglo, el mayor de los acontecimientos, significa que Él viene al hombre en el Espíritu, porque la humanidad en el curso de su desarrollo se habrá desarrollado hasta lo espiritual, ¡habrá evolucionado hasta Cristo! Por lo tanto, en nuestro siglo, el Sermón de la Montaña sufre una modificación completa. Debe ser totalmente remodelado, por así decirlo. Serán llenos de Dios (o bienaventurados) aquellos que, habiendo sido mendigos del espíritu en sus encarnaciones pasadas, ¡ahora han avanzado tanto como para poder ascender a aquella parte del reino de los cielos donde Cristo aparecerá ante su vista espiritual!
Cada frase del Sermón de la Montaña en su forma actual podría reconstruirse en este sentido. El cristianismo sólo reconquistará sus documentos antiguos cuando se los comprenda en un sentido vivo, cuando se tome conciencia de que son escritos vivos y no muertos. Cuando llegue el momento, -y ese momento ya está aquí- en que la investigación materialista se extienda al Evangelio y se lleve por delante la tradición de Cristo, entonces, como hemos afirmado a menudo, ¡la investigación espiritual devolverá los Evangelios a la humanidad! Esta coincidencia no será accidental, vendrá por necesidad. Puede ser que en nuestro propio tiempo, -durante el cual la mente materialista habiendo ido tan lejos como puede, llegará a una crisis,- ciertas personas desafortunadas habiendo, a través de su filosofía equivocada, sido llevadas a ideas curiosas, pueden concluir que los efectos pueden ser producidos sin causas, y que nunca hubo un Jesucristo histórico. Esto debería ser comprensible para los antropósofos. Deberían, en efecto, sentir cierta lástima por esos pobres hombres que, a pesar de su filosofía, están tan enredados en el pensamiento materialista que han perdido por completo la facultad de imaginar la existencia del espíritu, y que, en consecuencia, siguen haciendo caso omiso del dicho de que no hay efecto sin causa. El cristianismo como efecto no podría haber existido sin una causa. La Antroposofía, hablando desde la investigación espiritual, hablará a los hombres de Cristo en la forma en que vive ahora, si escuchan con una mente comprensiva. El entendimiento debe estar lo suficientemente maduro como para reconocer definitivamente que el Cristo reaparecerá, pero como una realidad superior a la física, una realidad a la que sólo se puede mirar hacia arriba, después de haber adquirido primero un sentido y un entendimiento para la vida espiritual.

Inscriban en sus corazones que la Antroposofía debe ser una preparación para la gran época de la humanidad que está inmediatamente delante de nosotros. No consideren de primera importancia si las almas encarnadas ahora están todavía encarnadas en cuerpos físicos cuando Cristo aparezca en la forma descrita, o si entonces ya habrán atravesado el Portal y se hallarán en la vida entre la muerte y el renacimiento. Porque lo que ocurrirá en el siglo XX no es de importancia sólo para el mundo físico, sino para todos los mundos con los cuales el hombre está conectado. Así como aquellas personas que estarán en encarnación entre 1930 y 1950 experimentarán la visión del Cristo Etérico, así también tendrá lugar una poderosa revolución en el mundo en el que el hombre vive entre la muerte y el renacimiento. Así como Cristo, después del Misterio del Gólgota, descendió a los infiernos, así también los efectos del Acontecimiento que ocurrirá para los habitantes del plano físico, subirán al plano espiritual. Aquellas personas que no hayan sido preparadas para esto por la Ciencia Espiritual se perderán el gran y poderoso Evento, que también tendrá lugar en los mundos Espirituales en los que el hombre vive entonces. Esas personas tendrán que esperar una nueva encarnación para experimentar en la tierra lo que las hace capaces de recibir el nuevo Impulso Crístico. Pues es en la Tierra donde debemos adquirir la capacidad de captar todos los Impulsos Crísticos, por muy alto que nos conduzcan. No en vano el hombre ha sido colocado en el mundo físico; ¡pues es aquí donde debemos adquirir aquello que nos lleva a la comprensión del Impulso Crístico! Para todas las almas que ahora viven, la Antroposofía es la preparación para el acontecimiento crístico que nos espera en un futuro próximo. Esta preparación es necesaria. Otros acontecimientos seguirán a este Acontecimiento Crístico en el curso del desarrollo de la humanidad. Por lo tanto, será una gran omisión, si aquellos que tienen la oportunidad de elevarse durante este siglo al Acontecimiento Crístico, no la aprovechan.

Sólo si contemplamos la Antroposofía de esta manera y la inscribimos en nuestras almas, podremos darnos cuenta de lo que significa para cada alma humana y de lo que debe llegar a ser para toda la humanidad.
Traducido por J.Luelmo abr.2023