miércoles, 5 de abril de 2023

GA143-2 Estocolmo 17 de abril de 1912 -El camino de la iniciación

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El camino de la iniciación

RUDOLF STEINER

Estocolmo 17 de abril de 1912

Si se me permite indicar en pocas palabras el punto en el que culminaron las consideraciones de ayer, quisiera decir que de ellas debería salir a la luz la posibilidad para todo hombre, mediante una profundización de su ser, mediante una confianza en los mundos espirituales, de hacer surgir en él un estado de ánimo, una disposición del alma, que le dirá: "Hacia el hombre fluyen no sólo las cosas que están en la periferia de la tierra, no sólo las cosas que provienen de la evolución de la tierra misma, sino que es posible para el hombre sintonizar su alma de tal manera que reciba de los mundos espirituales fuerzas auxiliares que fluyan hacia él, que produzcan un equilibrio entre el yo egoísta individual y la totalidad de su organización - si se ofrece esa posibilidad que ha fluido en la misión-tierra." Quien puede alcanzar esta confianza en esta afluencia de los mundos espirituales, no importa cómo llame a este acontecimiento interior, a esta experiencia interior, ha vivido interiormente la experiencia personal de Cristo. El resto de esta cuestión se nos revelará si hoy empezamos por considerar el tercer camino hacia Cristo, el camino de la iniciación.

Con el camino a través de los Evangelios y el camino a través de la experiencia interior, tenemos los dos caminos hacia Cristo que son accesibles a todo hombre: Digo expresamente: a todo hombre. Pero al camino de la iniciación corresponde una cierta preparación, que debe ser comprensible para todos. En nuestro tiempo, esto nos exige profundizar, de manera real y no meramente teórica, en la verdadera y genuina ciencia espiritual que, al menos en nuestro tiempo actual, debe ser siempre el punto de partida, si queremos comprender lo que es el camino de la iniciación. En cuanto a la esencia de la iniciación, sería bueno hacer algunas observaciones introductorias en cierta dirección. Veréis, la iniciación es lo más elevado que el hombre puede alcanzar en el curso de la evolución terrestre, porque conduce al hombre a una cierta comprensión, a una verdadera penetración en los secretos del mundo espiritual. Lo que ocurre en los mundos espirituales es realmente el contenido, el objeto de la iniciación, y en el camino de la iniciación se alcanza un conocimiento real, una percepción inmediata de los acontecimientos en los mundos espirituales. Cuando la iniciación se caracteriza de esta manera, algo muy especial debe golpear a todo aquel que deja que esta caracterización actúe en su alma. Esto quiere decir, fundamentalmente, que la iniciación es -permítaseme la expresión- una vía suprarreligiosa. Las religiones que en el curso de las épocas humanas se han extendido sobre la superficie de la tierra, y que aún prevalecen entre los hombres, todas ellas, en la medida en que son grandes religiones, y en la medida en que las estudiamos en sus puntos de origen, fueron fundadas originalmente sobre la iniciación, por iniciados. Han surgido de lo que los grandes iniciados han podido dar a los hombres. Pero las religiones fueron dadas en tal forma que, en su contenido, los hombres recibieron lo que era adecuado a la época en que vivían, a la raza a la que pertenecían, incluso a la región de la tierra en la que vivían.
Ahora vivimos en una época muy especial de la evolución humana, y es justo la tarea de la ciencia espiritual comprender que vivimos en una época especial. La forma en que entre nuestros contemporáneos puede surgir y difundirse la ciencia espiritual, esto no era posible en ninguna parte en tiempos pasados. La Antroposofía como tal no podía ser enseñada públicamente. Sólo en nuestra época comenzamos a enseñar Antroposofía. Antes, las religiones eran los canales a través de los cuales debían fluir los secretos de la iniciación hacia la humanidad; debían fluir de una manera adecuada en un momento dado a un grupo determinado de hombres. Pero hoy estamos en condiciones de dar a través de la Antroposofía algo que no está adaptado a una sola raza, a una sola región, a un solo grupo de hombres, sino que puede llevar a cada hombre, no importa dónde se encuentre en la tierra, algo de esos secretos de la existencia, cuyo conocimiento anhelan las almas y que las almas deben tener si los corazones han de ser fuertes para el trabajo en la tierra. Pero esto ya muestra que a través de la Antroposofía debe darse algo que adopte un punto de vista más elevado que el que tenían o tienen los puntos de vista religiosos, allí donde éstos siguen siendo aceptados. En cierto modo, la antroposofía es la que debe propagar los secretos de la iniciación de una manera humana universal, mientras que en los diversos sistemas religiosos antiguos de la tierra los secretos de la iniciación siempre se anunciaban de una manera especial, de una manera diferente, adaptada al grupo humano particular.

¿Qué se deduce de esto? De ello se deduce que encontramos las más variadas religiones esparcidas por la tierra, todas las cuales se remontan a tal o cual fundador. Primero encontramos la religión de Krishna, que se remonta a Krishna; segundo, la religión de Buda, que se remonta a Buda; tercero, la antigua religión hebrea, que se remonta a Moisés; y encontramos el cristianismo, que se remonta a Jesús de Nazaret. Habiendo brotado todas las religiones de la iniciación, debemos tener muy claro que hoy no podemos adoptar la posición adoptada por los filósofos de la religión que se consideran "iluminados". Los filósofos de la religión comparada tienen una visión secreta de las religiones; las consideran a todas o bien falsas o bien etapas infantiles del desarrollo humano. Pero nosotros, como antropósofos, desde que aprendemos a saber que las religiones son sólo diferentes formulaciones de las verdades de la iniciación, estamos en condiciones de captar lo verdadero y no lo falso en los diversos sistemas religiosos. Hacemos justicia a todos los sistemas religiosos comparándolos entre sí. Los consideramos como revelaciones igualmente justificadas de las grandes verdades de la iniciación.
¿Qué se deduce de esto? Se deduce que encontramos las más variadas religiones esparcidas por la tierra, todas las cuales apuntan a tal o cual fundador. Encontramos primero la religión de Krishna, que se remonta a Krishna; segundo, la religión de Buda, que se remonta a Buda; tercero, la antigua religión hebrea, que se remonta a Moisés; y encontramos el cristianismo, que se remonta a Jesús de Nazaret. Habiendo brotado todas las religiones a partir de la iniciación, debemos tener muy claro que hoy en día no podemos adoptar la posición adoptada por los filósofos de la religión que se consideran "iluminados". Los filósofos de la religión comparada tienen una visión secreta de las religiones; las consideran a todas o bien falsas o bien etapas infantiles del desarrollo humano. Pero nosotros, como antropósofos, desde que aprendemos a saber que las religiones son sólo diferentes formulaciones de las verdades de la iniciación, estamos en condiciones de captar lo verdadero y no lo falso en los diversos sistemas religiosos. Hacemos justicia a todos los sistemas religiosos comparándolos entre sí. Los consideramos como revelaciones igualmente justificadas de las grandes verdades de la iniciación.

Y de esto se desprende algo terriblemente importante para el sentimiento práctico y la actividad práctica. ¿Qué es esto tan importante? Que del estado de ánimo antroposófico procederán la comprensión completa, el respeto sincero y el reconocimiento pleno del núcleo de la verdad en todas las religiones; y que quienes, desde una actitud antroposófica, reflexionen sobre el mundo y su curso de desarrollo, respetarán las verdades de los diversos sistemas religiosos. Habrá la más alta estima y respeto. Sí, mis queridos amigos, de la corriente espiritual antroposófica resultará lo siguiente para las diversas confesiones religiosas de la tierra: Un hombre irá a los adeptos de cualquier sistema religioso, y no se creerá capaz de injertarles o inocularles otras confesiones. Mucho más bien iremos a ellos y, a partir de nuestra propia fe religiosa, discerniremos lo que hay de verdad en su fe. Y un hombre que ha nacido en una región donde domina una religión particular, no rechazará intolerantemente, a causa de esta religión, todas las demás religiones, sino que podrá acercarse a ellas sobre la base de lo que, como verdad, está contenido en las diferentes religiones. Tomemos un ejemplo. Tal ejemplo sólo puede ser captado por aquellos que, en el fondo de su alma, toman en serio la actitud antroposófica y todo lo que debe seguirse de un conocimiento de las condiciones fundamentales de la iniciación. Supongamos que un occidental ha crecido en el seno del cristianismo. Tal vez haya aprendido a conocer el cristianismo por haber asimilado las grandes verdades de los Evangelios. Tal vez ya haya alcanzado también lo que se llama el camino hacia Cristo Jesús a través de la experiencia interior; tal vez en su experiencia interior ya haya experimentado al Cristo. Supongamos que ahora conoce otra religión, por ejemplo, el budismo. De aquellos que están dentro de las verdades sagradas y el conocimiento del budismo, aprende a saber algo que es una molestia para el occidental materialista pero que nosotros los antropósofos podemos entender: Aprende a saber que el fundador de esta religión, después de haber vivido muchas encarnaciones en la tierra como Bodhisatva, renació como hijo del rey Sudhodana; aprende a saber que en el vigésimo noveno año de su vida como Bodhisatva se elevó a Buda, y que con esta elevación a Buda se da en esta religión -ya que procede de la iniciación- la única gran verdad que es válida no sólo para el budismo sino para todos los hombres, y que es reconocida por todo iniciado y por todos los hombres que comprenden el budismo; aprende a saber que el adepto del budismo dice justamente: "Cuando el Bodhisatva se convierte en Buda en una encarnación humana, entonces esta encarnación por la que el Buda tiene que pasar en la tierra es la última. Entonces no vuelve de nuevo en un cuerpo humano".
Para alguien que está dentro del Budismo sería sumamente doloroso que se afirmara que el Buda regresaría de nuevo en un cuerpo carnal. Tal seguidor de Buda se sentiría profundamente afligido si alguien pusiera en duda esta verdad, diciendo que el Bodhisatva que se convirtió en Buda podría volver a aparecer en algún momento sobre la tierra en un cuerpo físico. Pero nosotros, los antropósofos, reconocemos la verdad en las religiones; adoptamos la postura de buscar la verdad de las diversas religiones y no su error. Por eso acudimos a los que comprenden el budismo y aprendemos a saber -o aprendemos por iniciación a saber- que es cierto que aquella individualidad que vivió como Bodhisatva en la tierra y se convirtió en Buda ha alcanzado desde entonces alturas espirituales desde las que no necesita volver a descender a este globo físico. A partir de ese momento, si nos apoyamos en la doctrina de la reencarnación, ya no impondremos al budista la afirmación de que Buda podría reaparecer en un cuerpo físico. El conocimiento genuino creará una comprensión para toda forma de religión que proceda de la iniciación. Respetamos las formas religiosas que se han desarrollado en la Tierra, en la medida en que reconocemos la verdad que tienen que dar. Sí, mis queridos amigos, reconozco tan franca y honestamente como el budista más estricto esta verdad, que el Bodhisatva que estuvo en la tierra y se elevó a Buda alcanzó con ello una altura de desarrollo humano que le hizo posible no descender más a la tierra. Esto es lo que llamamos tener una comprensión de las diversas formas de religión en la tierra.

Tomemos el caso contrario: Que un adepto del budismo se abra camino hacia el conocimiento antroposófico. Ya sea por un conocimiento real del cristianismo o por el principio de la iniciación, permitiría que le quedara claro que en otra región de la tierra existe otra forma de religión, y que los que comprenden esta religión tienen muy claro lo siguiente: Que una vez vivió una personalidad que realmente no pertenecía a ninguna nación, y menos aún a Occidente, y que desde sus treinta a sus treinta y tres años vivió en esta personalidad ese impulso, esa fuerza de la vida espiritual, a la que apuntamos ayer; a la que, en su Vishvakarman, apuntaron también los siete santos Rishis; a la que, en su Ahura-Mazdao, apuntó también Zaratustra; a la que, como su Osiris, apuntaron también los egipcios; y a la que el cuarto período cultural postatlante llamó Cristo. Pero no se trata de eso: Se trata de reconocer en Cristo lo que vivió como impulso durante tres años en la personalidad de Jesús de Nazaret, lo que no estuvo presente antes en la tierra, lo que descendió de las alturas espirituales a la personalidad de Jesús de Nazaret, lo que en esta personalidad pasó por el Misterio del Gólgota, y lo que como tal impulso Crístico es un impulso que aparece una vez para la tierra y no está relacionado con ninguna encarnación ordinaria de la humanidad; Aquello que estuvo presente una vez como Cristo y que no puede volver en ningún hombre, sino que vendrá, como dice la Biblia, en las nubes del cielo - lo que significa que como revelación espiritual se mostrará a los hombres. Esta es una afirmación cristiana.

Ahora bien, quien esté dentro del budismo, imbuido de seriedad teosófica y dignidad teosófica, tendrá que reconocer que debe prestar atención a esta declaración cristiana y respetarla, del mismo modo que el cristiano debe respetar la suya. El budista que se ha elevado a la teosofía y la toma en serio dirá: "Así como tú, como cristiano, te acercas con confianza a la enseñanza de que el Bodhisatva que se convirtió en Buda ya no volverá a la tierra, así como me parece adecuado que sepas que el Buda no puede volver, así yo, como budista, reconozco que lo que tú llamas Cristo no puede volver en una encarnación física, sino como un impulso que apareció una vez y vivió sólo tres años en un cuerpo humano físico." - Si en la antroposofía encontramos la comprensión recíproca de las religiones de tal manera que el principio iniciático pueda penetrar en el corazón del hombre de tal manera que un hombre no imponga una opinión ajena a los demás, entonces producimos una comprensión que une a los hombres sobre toda la tierra, establecemos la paz entre las religiones únicas sobre la tierra.
En el cristianismo, el fundador de la religión es Jesús de Nazaret. El principio iniciático cristiano se ocupa del fundador de la religión, Jesús de Nazaret, sólo como un hecho, como un hecho que puede ser examinado por los ocultistas como un hecho. Con el mismo amor, con el mismo cuidado con que se examina la vida de Buda o de otro fundador de una religión, la vida de Jesús de Nazaret es examinada por aquellos que conocen el principio de la religión. El cómo aparezca esta vida de Jesús de Nazaret desde el punto de vista del ocultismo puro, lo encontraran descrito en mi folleto: La Guía Espiritual de la Humanidad. Pero el verdadero principio iniciático cristiano se ocupa del reconocimiento de Cristo, del camino hacia Cristo. Y este principio religioso cristiano estuvo preparando durante muchos años lo que ahora se acaba de describir como un principio de paz para toda la tierra, en el sentido de que claramente no procede del fundador de una religión como tal, sino de un hecho que ocurrió una vez en el mundo.

Esta es la diferencia fundamental entre el cristianismo y las demás religiones. Lo que el principio iniciático que conduce a Cristo tiene como tarea en el mundo es diferente de las culturas que han procedido de los otros principios religiosos. Lo que el principio de iniciación cristiano tiene como tarea dentro de la misión mundial procede de un hecho, de un acontecimiento, no de una personalidad. Esto será comprensible si mencionamos primero algunas condiciones preliminares. Podemos presentar una sola frase, una sola afirmación, y entonces habremos caracterizado, aunque externamente, el punto de partida del cristianismo esotérico, de la iniciación cristiana: Es la muerte que se experimentó en la unión de Cristo con Jesús de Nazaret. El hecho de esta muerte, que llamamos el Misterio del Gólgota, es lo que debe ser comprendido a través del principio de la iniciación cristiana. Ahora bien, la verdadera comprensión de esta muerte sólo puede conquistarse si nos aclaramos la misión de la muerte en el seno de nuestra evolución terrestre. Ayer señalamos que la fragilidad, la dolencia, la enfermedad y la muerte están relacionadas con la falta de armonía entre nuestro yo, impregnado por el principio luciférico, y nuestra organización. La muerte, después de todo, está conectada con el principio luciférico, y eso de una manera muy especial. Sería una idea totalmente falsa si supusiéramos que Lucifer trajo la muerte. Lucifer no trajo la muerte, trajo lo que podemos llamar la posibilidad del error (también del error moral), la diferenciación de los hombres en razas y la posibilidad de la libertad. Lucifer trajo estas cosas. Si sólo lo que Lucifer trajo hubiera sido eficaz en la humanidad, si nada se le hubiera opuesto, entonces este principio luciférico habría conducido al punto en que la humanidad habría caído, se habría salido, de la evolución divina progresiva. En efecto, el hombre se habría espiritualizado, pero en una dirección totalmente diferente de aquella a la que conducía la evolución divina progresiva. Para mantener a la humanidad dentro de esta evolución divina, para evitar que la humanidad se perdiera para la evolución divina, hubo que establecer un arreglo particular: Había que recordarle continuamente al hombre cuáles son las consecuencias si abusa de la posibilidad del error y de la libertad. Toda enfermedad, fragilidad, dolencia y muerte son recordatorios de que el hombre tendría que apartarse de la evolución divina progresiva si, además de tener la libertad luciférica, estuviera sano y lleno de energía. Así pues, la enfermedad, la dolencia y la muerte no son dones de Lucifer, sino dones de las potencias divinas buenas y llenas de sabiduría, que con ello han establecido un dique contra las influencias de Lucifer.

Así pues, debemos decir que todo lo que se nos presenta en el mundo como tribulación humana continua procedente del exterior, como enfermedad y muerte, está ahí para que los hombres permanezcamos encadenados a la existencia terrena hasta que tengamos la oportunidad de enmendarnos; para que tengamos una educación que nos adapte a nuestra organización. Sufrimos para que a partir de nuestro sufrimiento podamos adquirir experiencia y encontrar un equilibrio entre nuestro yo impregnado de Lucifer y nuestro organismo impregnado de Dios. Nuestra organización se aleja de nosotros repetidamente, hasta que nos hemos imbuido completamente, en nuestro Yo, de las leyes de la evolución que es progresiva en sentido divino. Toda muerte es, pues, un punto de partida para otra cosa. El hombre no puede morir sin llevarse consigo aquello que le da la posibilidad de superar alguna vez la muerte en sus encarnaciones sucesivas. Todos nuestros dolores están ahí para que del sufrimiento obtengamos la experiencia de cómo debemos adaptarnos a nuestra organización divina en progreso. Esta cuestión, sin embargo, no puede discutirse al margen de su conexión con toda la evolución.
Podemos estudiar tal cosa especialmente bien si examinamos ocultamente las conexiones entre el hombre y el siguiente reino inferior, el reino animal. Sabemos que en el curso de la evolución el hombre siempre ha infligido dolor a los animales, que ha matado a los animales. Quien aprende a conocer el Karma de la vida humana, a menudo encuentra sumamente injusto que el animal, que no se reencarna, deba sufrir, soportar dolor, e incluso, en el caso de los animales superiores, deba atravesar la muerte con cierta conciencia. ¿No debería tener lugar aquí una compensación kármica? Naturalmente, el ser humano tiene que hacer una compensación kármica en Kamaloka por el dolor que inflige a los animales, pero no estoy hablando de esto ahora; estoy hablando de la compensación para los animales. Aclaremos un pensamiento: Si consideramos la evolución humana, vemos cuánto dolor ha sembrado el hombre sobre el reino animal y cuántos animales ha matado. ¿Qué significan estos dolores y estas muertes en el curso de la evolución?

El estudio oculto nos muestra que cada dolor que se inflige a un ser que siente dolor y que no es el hombre, cada muerte, es una semilla para el futuro. Los animales, tal como son queridos por la evolución divina progresiva, no están destinados a tener encarnaciones como el hombre. Pero, si se produce un cambio en este Plan del Mundo lleno de sabiduría, si el hombre interviene y no deja que la evolución de los animales sea como habría sido sin el hombre, ¿qué ocurre entonces? Ahora bien, la investigación ocultista nos enseña que todo dolor, toda muerte, infligidos por el hombre a los animales, volverán y surgirán de nuevo, no a través de la reencarnación, sino porque el dolor y la muerte han sido infligidos a los animales. Este dolor y este sufrimiento suscitan de nuevo la animalidad. Estos animales a los que se ha infligido dolor surgirán de nuevo, aunque no en la misma forma; pero lo que siente dolor en ellos, eso vuelve. Vuelve de tal manera que los sufrimientos de los animales se compensan, de modo que a cada dolor se añade su sentimiento complementario. Estos dolores, estos sufrimientos, esta muerte, son la semilla que el hombre ha sembrado; vuelven de tal manera que a cada dolor se añade en el futuro su sentimiento contrario. Por poner un ejemplo concreto: Cuando la Tierra sea reemplazada por Júpiter, los animales no aparecerán en su forma actual, pero sus dolores y sufrimientos despertarán las fuerzas para el sentimiento del dolor. Vivirán en los hombres y se encarnarán como animales parásitos en los hombres. De las sensaciones y sentimientos de estos hombres, de sus dolores, se creará la compensación. Esta es la verdad oculta, que puede afirmarse objetivamente y sin adornos, aunque no sea agradable para el hombre de hoy. El hombre un día sufrirá esto, y los animales tendrán, en un cierto bienestar, en un sentimiento agradable, la compensación de sus dolores. Esto ya sucede lenta y gradualmente en el curso de la vida terrestre actual, por extraño que parezca. ¿Por qué los hombres están atormentados por seres que en realidad no son ni animales ni plantas, sino que se encuentran entre los dos, por bacilos y criaturas similares, que sienten un bienestar cuando el hombre sufre? Ellos mismos se lo han buscado en encarnaciones anteriores infligiendo dolor y muerte a los animales. Pues el ser, aunque no aparezca en la misma forma, siente esto a través del tiempo y siente la compensación de sus dolores en el sufrimiento que el hombre debe padecer. Así pues, todo el dolor y el sufrimiento del mundo no carecen positivamente de consecuencias. Es una semilla de la que procede lo que es causado por el dolor, el sufrimiento y la muerte. No puede haber sufrimiento, ni dolor, ni muerte, sin causar algo que brote más tarde.
Consideremos bajo esta luz la muerte en el Gólgota, que siguió a la unión de Cristo con Jesús de Nazaret. Lo primero que queda claro para cualquiera que pase por la iniciación requerida es que esta muerte en el Gólgota no fue una muerte ordinaria en la tierra, no fue una muerte humana ordinaria o de otro tipo. Las personas que aún no creen en lo suprasensible no pueden formarse un concepto de esta muerte en el Gólgota. Pues incluso externamente este Misterio del Gólgota tiene algo muy extraño, algo de lo que el hombre tiene mucho que aprender. Y es que ningún escrito histórico habla del Misterio del Gólgota, y los críticos de los Evangelios afirman que éstos no tienen ninguna autoridad como documentos históricos. Los principios de la iniciación se aplican a lo que no fue escrito por observación histórica. Lo que sucedió en el Gólgota todavía puede ser percibido hoy por los iniciados, todavía puede ser visto hoy en el Registro Akáshico por las personas que se someten a la iniciación. Los escritores de los Evangelios también escribieron sólo a partir del Registro Akáshico; se describe un acontecimiento para el cual los escritores originales de los Evangelios nunca pensaron en recurrir a la ayuda de las percepciones en el plano físico. Tan fuerte era entonces la conciencia de que uno tenía que ver aquí con algo que estaba en relación con los mundos suprasensibles, y que lo más importante era obtener una relación con los mundos suprasensibles. Fuera del mundo de los sentidos no se puede ganar ninguna relación correcta con estos acontecimientos. Lo que sucedió se aclara a través de la iniciación. Se podría decir que al principio de nuestra era vivió un hombre, Jesús de Nazaret; que en el año 30 de su vida experimentó un cierto cambio por la recepción del Cristo, y que después de tres años fue crucificado. Esto significaría un acontecimiento para la historia progresiva de la humanidad. Si se dijera esto, sería lo contrario de lo que el iniciado aprende a conocer; sería un asunto de los hombres en la tierra, por muy espiritualizado que se volviera. Con el principio iniciático no se trata de eso.

Fundamentalmente, podría decirse -pero no deben malinterpretarme- radicalmente, podría decirse que, a primera vista, lo que ocurrió en el Gólgota no fue un acontecimiento que concerniera a los hombres en la medida en que están en el plano físico. A primera vista. No en la forma en que se relata: Un hombre vivió una vez, Jesús de Nazaret, al principio de nuestra era, quien en el año 30 de su vida experimentó un cierto cambio a través de la recepción del Cristo, y luego fue crucificado en su año 33 - no es así como se cuenta la iniciación-verdad del cristianismo. Debe enunciarse de manera totalmente diferente.
Debe enunciarse aproximadamente así: Quien ha de iniciarse en el principio cristiano aprende lo siguiente: Antes de esta Tierra hubo una condición lunar. Durante esta condición lunar los seres luciféricos se quedaron rezagados. Estos seres luciféricos se desarrollaron más, junto con los seres espirituales divinos progresivos. En la época Lemúrica Lucifer se acercó a los hombres, se inyectó en la evolución terrestre humana y produjo lo que se caracterizó ayer. Así Lucifer estaba dentro de todo el desarrollo humano. Si la evolución humana hubiera continuado de esta manera con Lucifer, habría sucedido gradualmente que la misión de la Tierra no habría alcanzado su meta; el hombre se habría secado, el yo humano se habría separado, se habría desprendido de la evolución espiritual divina. En la antigua Luna una serie, por así decirlo, de seres pertenecientes a los mundos suprasensibles se enteraron de que Lucifer se había vuelto rebelde, que había adoptado una posición hostil a ellos. Así los dioses se vieron obligados a ver que Lucifer se había convertido en el adversario del progresivo desarrollo divino. - Al principio se puede ignorar por completo todo lo que concierne al hombre en esto. Consideremos todo esto como asunto de los dioses y de sus adversarios, los seres luciféricos, y consideremos a la humanidad como una creación de los dioses. Esta era la situación.

Ahora bien, hay una cierta peculiaridad en los mundos espirituales, en los suprasensibles. Allí no existe una cosa que sí existe en la tierra: la muerte, en todas sus formas, no se encuentra allí. En los mundos suprasensibles uno se transforma, pero no muere. Allí hay metamorfosis, no nacimiento y muerte. Por ejemplo, las almas-grupo que están en los mundos suprasensibles no mueren; se transforman, se metamorfosean. El nacimiento y la muerte no existen allí, donde los efectos del mundo físico nunca han llegado. Sólo allí donde los rasgos del mundo físico ya se han transmitido hasta cierto punto a los seres del mundo espiritual, hay algo que puede considerarse análogo a la muerte, como ocurre con los espíritus de la naturaleza; pero hoy no podemos entrar en esto. En el verdadero mundo suprasensible no hay nacimiento ni muerte, sólo transformación, metamorfosis.

Para los seres espirituales divinos que pueden ser designados creadores de los hombres, el nacimiento y la muerte no entran en consideración. Lucifer tampoco se encarna como ser humano en el mundo físico. Él trabaja en el hombre a través del hombre; utiliza a los hombres como su vehículo, por así decirlo. Así tenemos que ver con los dioses y con los seres luciféricos, que miran desde arriba, por así decirlo, a sus creaciones. Si la evolución hubiera continuado así, si nada hubiera sucedido en el mundo de los dioses, entonces la intención de los dioses para con los hombres nunca se habría cumplido; Lucifer habría frustrado el plan de los dioses. Los dioses tenían que hacer un sacrificio, -esa era su preocupación- tenían que experimentar algo que estaba relacionado con su esfera de tal manera que realmente no podía ser experimentado por los dioses si permanecían en su propia esfera: Tenían que enviar de sus propias filas al plano físico a un ser que experimentara algo que, de otro modo, los dioses de los mundos espirituales no podrían experimentar. Los dioses tuvieron que enviar al Cristo a la Tierra para luchar contra el principio luciférico. Con el transcurso del tiempo, cuando el tiempo se cumplió, los dioses, a los que agrupamos bajo el nombre de mundo-padre divino, enviaron al Cristo para que aprendiera a conocer los interminables dolores de los hombres, que significan algo totalmente diferente para un dios de lo que significan para un hombre. Con ello, los dioses entraron en la esfera terrestre para luchar contra los espíritus luciféricos. Un dios tuvo que sufrir la muerte en la cruz, la muerte humana más vergonzosa, como subraya especialmente Pablo.
Se nos permitió, una vez en el desarrollo de la Tierra, ser testigos. -porque miramos como a través de una ventana a los mundos espirituales-, de un asunto de los dioses.
Anteriormente, -así dice el principio iniciático-, el hombre estaba obligado, bajo todas las circunstancias, a elevarse a los mundos divino-espirituales para participar en el principio iniciático. El principio iniciático se presenta ante toda la humanidad en el Misterio del Gólgota, un acontecimiento que es al mismo tiempo sensible en el plano físico (si los hombres lo vieran) y suprasensible, un verdadero asunto de los dioses. Esto es lo esencial, que un dios pasó una vez por la muerte, como contrapartida a Lucifer, y que se permitió a los hombres contemplarlo. Esto es lo que el principio de iniciación da como sabiduría cristiana, y éste es el verdadero origen de la fe en que a los hombres, como hombres, algo puede fluir como una fuerza que puede llevarlos más allá de la esfera terrestre y más allá de la muerte; porque una vez los dioses resolvieron su asunto en la tierra y permitieron a los hombres mirar. Por tanto, lo que brota del Misterio del Gólgota es algo universalmente humano. Y si todo dolor, todo sufrimiento, toda muerte tiene su efecto (incluso los infligidos por los hombres a los animales) también esta muerte tiene su efecto. Esta muerte fue una semilla sembrada por los dioses; fue algo que permaneció ligado a la tierra, y ha permanecido ligado a ella desde entonces, permaneció ligado a ella de tal manera que todo hombre, por confianza, por amor a los mundos espirituales, la encontrará. Y lo encuentra.
El iniciado sabe que esto es así; el hombre creyente y confiado siente que de los mundos espirituales puede venirle ayuda para su esfuerzo, si tan sólo puede desarrollar suficiente creencia y confianza. Esto se desarrollará de una manera muy definida.

Hubo contemporáneos de los iniciados egipcios. A través de la iniciación, estos iniciados habían aclarado a sus alumnos toda la tragedia del conflicto de los dioses con Lucifer, presentando a los hombres simbólicamente en sus misterios el mito de Osiris-Set. Ayer mismo examinamos los sentimientos que el mito de Osiris-Set suscitaba en los egipcios. Allí vivía lo divino-espiritual a lo que los hombres deseaban llegar; se llamaba Osiris. Pero en la tierra el ser humano no puede unirse a Osiris; primero debe atravesar la puerta de la muerte. En la tierra Osiris no podía vivir; era inmediatamente desmembrado; éste no era el lugar para lo que estaba encarnado en Osiris. La última época cultural antes de la grecolatina miraba a Cristo, al principio de Osiris, como a un Más Allá. Luego vino la época griega, que estaba tan profundamente imbuida del sentimiento de que era mejor ser un mendigo en la tierra que un rey en el reino de las sombras. En la época en que esto todavía se sentía en Grecia, en la época de los antiguos héroes, los hombres sentían toda la discrepancia entre el yo, impregnado por el principio luciférico, y la organización humana progresiva. Los hombres sintieron entonces que el cuarto período de la cultura postatlante seguía su curso de tal manera que tenían que amontonar mucho de lo que el hombre puede experimentar aquí mismo en la tierra. De ahí lo anormal, lo singular, de este período. En ninguna otra época ocurren tantas series notables de encarnaciones como en este cuarto período. Los hombres tuvieron que hacer mucho aquí en la tierra, porque ahora miraban más a este mundo que a los mundos del más allá, como todavía lo había hecho la época de la tercera cultura. Los griegos no valoraban esta incorporación a Osiris; estaban más ocupados en embutir lo más posible en las encarnaciones humanas, querían sacar lo más posible de la encarnación. De ahí el hecho notable de que Pitágoras, el gran iniciador de cierta línea de la cultura griega, en una encarnación anterior había luchado como héroe troyano en el bando de los troyanos. Él mismo dice que fue un héroe troyano, mencionado en Homero, y que se reconoció enemigo de los griegos porque reconoció su escudo. Cuando Pitágoras dice que había sido Euforbo, la antroposofía enseña a comprender plenamente esta afirmación. Los griegos, incluso los más grandes, daban un valor especial a lo que significaban para ellos las encarnaciones físicas únicas.

Pero el cuarto período postatlante también tuvo que llevar a los hombres a sentir los mundos espirituales en toda su significación, pues en esa época cayó el Misterio del Gólgota. En la época en que los hombres de Grecia valoraban más el mundo exterior, ocurrió en un rincón desconocido del mundo el Misterio del Gólgota; en el escenario terrenal, donde por lo demás los hombres llevan a cabo sus asuntos humanos, los dioses llevaron a cabo sus propios asuntos.

Así como el egipcio aprendió a mirar hacia la muerte cuando pensaba en su Osiris, así el hombre aprendió a conocer, en el cuarto período postatlante, cómo estaba presente una forma religiosa contemporánea, en la que vivía el impulso que podía llevar a los hombres el sentimiento de que en este mundo físico tiene lugar algo que es realmente un asunto de los dioses; que allí tiene lugar la refutación viva de lo que los griegos habían creído hasta entonces: "Mejor ser un mendigo en la tierra que un rey en el reino de las sombras". Pues ahora los griegos aprendían a conocer a aquel que, como rey, había descendido del reino de los dioses, y, como mendigo, había vivido su destino en la tierra entre los hombres. Ésa era la respuesta al sentimiento del cuarto período pasado-atlante. Pero éste es también ese complejo de sentimientos del que pueden proceder los rayos para el futuro desarrollo terrestre. El egipcio había mirado a Osiris, que para él era el Cristo, para unirse con él después de la muerte; en el cuarto período post-atlante el hombre miró el Misterio del Gólgota como el acto contemporáneo que enseñó a los hombres que en el mundo físico había tenido lugar un acontecimiento que era asunto de los dioses.
Vivimos en el quinto período post-atlante. En nuestro quinto período post-Atlante los hombres añadirán las grandes enseñanzas del Karma a las otras enseñanzas, aprenderán a comprender su karma. En nuestro quinto período post-Atlante, los seres humanos están experimentando el tercer acto que sigue consecuentemente al acto de Osiris y al acto del Misterio del Gólgota. Aprenderán a captar la idea: "He sido puesto en la tierra por el nacimiento; mi destino está en la tierra; experimento alegría y tristeza; debo comprender que lo que experimento como alegría y tristeza no se acerca a mí en vano, que es mi Karma, y que viene a mí porque es mi Karma, mi gran educador. Miro aquello que fue antes de mi nacimiento, que me colocó en esta encarnación, porque esto, mi destino, es necesario para mi desarrollo ulterior. ¿Quién me envió aquí? ¿Quién continuará colocándome en esta tierra, en mi destino, hasta que haya cumplido mi Karma? Deberé esto al Cristo, que los hombres pueden ser llamados siempre más a sufrir sus destinos, hasta que hayan descargado su Karma en la tierra". Por eso Jesús de Nazaret, de quien habló el Cristo, no podía decir a los hombres: "Tratad de escapar lo más rápidamente posible del cuerpo físico"... sino que tenía que decir a los hombres: "Os colocaré en vuestros destinos en esta tierra mientras no hayáis descargado vuestro Karma. Debéis descargar vuestro Karma". Los hombres aprenderán, a medida que nos acerquemos al futuro, que estaban unidos a Cristo antes de nacer, que han recibido de él la gracia de descargar su antiguo Karma en las encarnaciones.

Así los hombres del cuarto período postatlante miraban a Jesús de Nazaret como el portador del Cristo. Así aprenderán los hombres de nuestro tiempo que el Cristo se revelará cada vez más supersensiblemente, y gobernará cada vez más los hilos del Karma en los asuntos de la tierra. Aprenderán a conocer ese poder espiritual como ese destino que los griegos aún no podían reconocer, que llevará a los hombres al punto de descargar su Karma de la manera más adecuada en las encarnaciones sucesivas. Como a un juez, como a un señor del Karma, los hombres mirarán al Cristo en la sucesión de encarnaciones, cuando experimenten su destino. Así los hombres estarán en tal relación con su destino, que serán estimulados cada vez más a profundizar sus almas, hasta que puedan decirse a sí mismos: "Este destino no me es asignado a través de un poder impersonal, este destino me es asignado a través de aquello con lo que me siento relacionado en lo más íntimo de mi ser. En el Karma mismo percibo lo que está relacionado con mi ser. Mi Karma me es querido porque me hace cada vez mejor". Así se aprende a amar el Karma, y entonces éste es el impulso para conocer al Cristo. Los hombres aprendieron primero a amar su Karma a través del Misterio del Gólgota. Y esto continuará más y más, y los hombres aprenderán más y más que sólo bajo la influencia de Lucifer la tierra nunca habría podido alcanzar su meta, que la evolución de la humanidad habría tenido que corromperse más y más sin el Cristo.

Pero el cristianismo no considera al Cristo como una personalidad, como el fundador de un sistema religioso abstracto. En nuestra época actual, el fundador de una religión, de acuerdo con las exigencias de nuestro tiempo, sólo trae discordias. La iniciación cristiana no procede de una personalidad, sino de un hecho, de un acto impersonal de los dioses que tuvo lugar ante los ojos de los hombres. Por eso este secreto del Gólgota, este acontecimiento que tuvo lugar al principio de nuestra era y del que salió la semilla de esta muerte única, la semilla de la que ahora crece el amor del hombre por su destino, por su Karma, ha sido transmitido a la humanidad de una manera especial.
Hemos visto que la muerte que el hombre inflige a los animales tiene una consecuencia determinada. La muerte en el Gólgota obra como una semilla en el alma humana que siente su relación con el Cristo. Así fue con el Misterio del Gólgota: Él murió, y al igual que una sola semilla se deposita en la tierra, con el fin de que muera y brote en el campo, y que haya un aumento de lo que procedía de la única semilla, así la muerte de un dios se realizó en la cruz. La semilla fue esparcida en el Gólgota, la tierra fue el alma humana; lo que brota son las relaciones del hombre con el Cristo suprasensible, que nunca más desaparecerá de la evolución de la tierra, que siempre aparecerá a los hombres de las formas más variadas. Así como los hombres pudieron verlo físicamente en la época del Misterio del Gólgota, así también podrán elevarse para ver en un futuro próximo una imagen etérica de Cristo; verán al Cristo como lo vio Pablo.
Lo que está contenido en la iniciación cristiana fue preservado en el símbolo del Santo Grial; fue llevado a esa comunidad que imparte la iniciación cristiana. Para los que reciben la iniciación cristiana lo que aquí se dice no es una teoría abstracta, no es una hipótesis, sino un hecho de los mundos suprasensibles. El cultivo de la iniciación cristiana fue confiado a los guardianes del Santo Grial y, más tarde, a los promotores de la comunidad de la Rosa Cruz. Lo que procede de la iniciación cristiana debe, según toda su naturaleza, obrar impersonalmente. Todo lo personal debe ser excluido de ella; porque lo personal sólo ha traído peleas y luchas a la humanidad, y lo hará cada vez más en el futuro. Por lo tanto, es una regla estricta para aquellos que, simbólicamente hablando, sirven al Santo Grial o, hablando literalmente, sirven al cultivo de la iniciación cristiana, que ninguno de los que tienen un papel dirigente de primer orden que desempeñar dentro de la hermandad del Santo Grial o de la comunidad de la Rosa Cruz -ni ellos ni los que viven en su entorno- puedan hablar de los secretos que conocen y que obran en ellos, antes de que transcurran cien años después de su muerte. No hay posibilidad de conocer toda la verdad sobre una personalidad destacada de la primera orden hasta que hayan transcurrido cien años desde su muerte.
Esta ha sido una ley estricta dentro de la comunidad Rosacruz desde su fundación. Exotéricamente, nadie sabe quién es un líder en la comunidad Rosacruz hasta que han pasado cien años después de su muerte. Entonces lo que ha dado ya ha pasado a la humanidad, se ha convertido en propiedad objetiva de la humanidad. Así, todo lo personal queda excluido. Nunca será posible señalar a una personalidad en un cuerpo terrenal como portadora del misterio cristiano. Sólo cien años después de la muerte de tal personalidad esto sería posible. Esta es una ley que todos los hermanos de la Rosa-Cruz observan bien. Nunca un hermano Rosacruz señalará a una personalidad viva como líder de primer orden en relación con aquello que, como iniciación cristiana, debe fluir hacia la humanidad. En la antigüedad se podía señalar proféticamente a los que vendrían: Los profetas eran precedidos por sus precursores, sus profetas, y estos profetas señalaban a los fundadores de las religiones que vendrían más tarde; en la época de Jesús de Nazaret los contemporáneos, por ejemplo el Bautista, señalaban a aquel que era su contemporáneo; pero la organización espiritual de la humanidad, después del Misterio del Gólgota, se alteró necesariamente de tal manera que ya no puede ser la manera del profeta señalar a una personalidad que vendrá o que ya está presente. Por el contrario, una persona que fue portadora del misterio cristiano, de ese hecho espiritual que es probado por los corazones de los hombres, será señalada por primera vez cien años después de que haya pasado del plano físico a través de las puertas de la muerte.

Todas estas cosas no suceden por capricho humano, sino porque deben suceder. Deben suceder porque la humanidad se encuentra ahora ante una época en la que el amor, la paz y la comprensión deben difundirse en el proceso de desarrollo de la humanidad. Pero sólo se extenderán si aprendemos a tomar impersonalmente lo que está presente, si aprendemos a defender el elemento de verdad que ha sido dado a la humanidad en el curso de la evolución humana. Nunca más, si como occidentales nos encontramos con un budista, trataremos de convertirlo en cristiano mediante la persuasión o la compulsión; porque creemos que lo que le ha sido dado, y que es lo más profundo de su religión, seguramente lo conducirá al Cristo. Creemos sobre todas las cosas en su propia verdad; no heriremos los sentimientos del budista diciendo que no es verdad que el fundador de su religión, después de haber vivido entre los hombres como Bodhisattva, no tiene como Buda ninguna expectativa de más encarnaciones físicas. Así establecemos la paz entre las confesiones religiosas. De este modo, en el futuro el cristiano comprenderá al budista, y el budista comprenderá al cristiano. El budista que comprenda al cristianismo dirá: "Comprendo que el cristiano haga de su principio religioso algo impersonal, un hecho impersonal, el hecho del Misterio del Gólgota, un asunto de los dioses que el hombre puede contemplar y a través del cual puede recibir lo que puede conectarle con lo divino". Ningún budista razonable vendrá al cristiano y le dirá que el Cristo puede encarnarse en un cuerpo físico. Por el contrario, vería en ello una transgresión del verdadero principio religioso. Y así no se traerá al mundo ninguna nueva confesión productora de discordia con un líder religioso de tipo personal, sino que el propio principio iniciático con su paz, su armonía, su manera de producir comprensión, se encontrará con todas las religiones con comprensión vivificante, y no querrá imponer la verdad de una religión sobre otra. Como respondería el budista oriental al occidental que le dijera que el Buda podía aparecer en un cuerpo de carne: "Entonces no entiendes el asunto, no sabes lo que es un Buda", así el budista que hubiera captado el verdadero corazón del cristianismo, y que defendiera el conocimiento espiritual con seriedad y dignidad, respondería a quien le hablara de un Cristo encarnado en la carne: "No entiendes el cristianismo si crees que el Cristo vuelve en un cuerpo físico; entiendes el cristianismo tan poco como entiende el budismo quien cree que el Buda aparecería en un cuerpo carnal". Lo que el cristiano, si es antroposófico, concederá siempre al budista; esto el budista, si es antroposófico, concederá siempre también al cristiano. Y así con todos los adeptos de todas las confesiones religiosas de la tierra. Así la antroposofía traerá la gran y comprensiva unión, la síntesis de las confesiones religiosas de la tierra.
Traducido por J.Luelmo abr.2023