lunes, 13 de diciembre de 2021

Las fuerzas formativas etéricas en el cosmos, la tierra y el ser humano - capítulo I

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Capítulo I


FUNDAMENTOS DE UNA NUEVA TEORÍA DEL MOVIMIENTO

Dr. Guenther Wachsmuth año de 1926

¡Oh, cuan maravillosa rectitud la del Autor primigenio de todo movimiento! "
LEONARDO DA VINCI.

Para formarse un concepto claro de la naturaleza esencial del éter cósmico, es necesario, en primer lugar, llegar a una nueva concepción de la naturaleza del movimiento, al que se reducen en definitiva todos los fenómenos de la Naturaleza por la investigación científica de los últimos siglos. Porque en lo que respecta a la naturaleza del éter y su relación con el "movimiento", las opiniones de los investigadores más recientes están totalmente en desacuerdo incluso en las cuestiones más elementales y básicas. Mientras que Lenard, el distinguido investigador en este campo, rechaza la teoría de un "éter continuo a través del espacio y movido como un continuo" y lo sustituiría por un "éter movido no como un continuo en el espacio", sin embargo, por otro lado, la inmovilidad es justo la única característica mecánica que H. A. Lorentz seguiría atribuyendo al éter; y, finalmente, según Einstein, "todo el cambio en la concepción del éter que la teoría de la relatividad trajo consigo, consistió en quitarle su última cualidad mecánica, a saber, su inmovilidad." En contraposición a éstos, Lenard concibe ahora, según un informe, dos éteres : uno en reposo, un éter primordial que llena todo el cosmos, y otro éter arrastrado por los cuerpos celestes como la atmósfera. Así vemos que en lo que respecta a la cuestión fundamental, si el éter, ese algo último que se encuentra en la base de todos los Fenómenos, se mueve o no se mueve, las opiniones de los investigadores más notables están muy distantes.

Por lo tanto, primero debemos tratar de establecer clara y fundamentalmente la verdadera naturaleza del movimiento en el mundo natural. Para tomar como punto de partida algo real, que puede formar parte de la experiencia cotidiana de toda persona -siempre el mejor punto de vista para abordar un problema de este tipo-, consideremos un fenómeno de movimiento del propio cuerpo del ser humano y originado por él mismo: por ejemplo, el levantamiento de mi brazo. Aquí, en primer lugar, tres elementos se prestan a la observación.

1. Un yo; es decir, algo que posee un ser espiritual y que quiere levantar el brazo.
2. Un medio, que conduce el impulso de la voluntad a lo que ha de moverse: el brazo. Que esto debe estar presente, y no es idéntico a la voluntad, o al yo o al posible portador del yo, puede demostrarse estimulando el centro nervioso apropiado, mediante una influencia introducida desde el exterior, con lo cual el resultado será, igualmente, el movimiento del brazo.
3. Lo que se mueve: el brazo. Esto es lo único que puedo percibir con los sentidos físicos.
Quien se adhiera a la concepción cuantitativa-mecánica moderna del mundo dirá, sin embargo, en este punto: El primer elemento pertenece al campo de la metafísica, y no me concierne; el segundo es -presuntamente- una fuerza eléctrica (o etérica); el tercero es un "cuerpo material", que experimenta un cambio de lugar, un movimiento, que puede ser determinado cuantitativamente-mecánicamente.
Ahora bien, ¿Qué concepción o comprensión de esta entidad indivisible, el movimiento de mi brazo, posee el observador que se limita a lo cuantitativo-mecánico y perceptible a los sentidos? Realmente sólo un tercio, por así decirlo, de la totalidad de los hechos que, sin embargo, sólo cuando se combinan todos juntos comprenden en conjunto la realidad "el movimiento del brazo". Y este tercio es el cambio de lugar por parte de un cuerpo previamente inmóvil. Aunque, de hecho, puedo captar este tercio, hasta cierto punto, de manera cuantitativa-mecánica, sin embargo, mi pensamiento se vuelve falso y arbitrario en el momento en que me comprometo a captar de esta manera el segundo y el primer tercio de la entidad observada, es decir, cuando traslado mi concepción del movimiento, un cambio de lugar por parte de un cuerpo, al resto de este fenómeno, que no es perceptible por los sentidos, y lo entendería también como un único cambio de lugar, explicable cuantitativo-mecánicamente, es decir, como movimiento. Dado que el proceso físicamente perceptible de tiempo y espacio de cambio de lugar por parte del brazo puede ser entendido cuantitativo-mecánico, la ciencia moderna busca ahora explicar también de manera cuantitativa-mecánica el proceso fundamental eléctrico-etérico subyacente.

Y esto nos lleva a la importante cuestión que el Dr. Rudolf Steiner ha expresado así: "¿No hay en la base de los diversos fenómenos naturales, luz, calor, electricidad, etc., una misma forma de movimiento en el éter? Hertz ya había demostrado que la misma ley rige la propagación en el espacio de la acción de la electricidad y la de la luz. De ello se deduce que las ondas portadoras de la luz están también en la base de la electricidad. En efecto, ya se había supuesto que en el espectro de la luz solar sólo está activo un tipo de movimiento ondulatorio, que producirá los efectos del calor, de la luz o de la acción química, según incida en los reactivos sensibles al calor, a la luz o a la acción química. Pero esto está claro a priori: cuando tratamos de descubrir lo que sucede en lo que se extiende en el espacio mientras las entidades consideradas se transmiten en él, debemos concluir que se trata siempre de un movimiento uniforme. Pues un medio en el que sólo es posible el movimiento debe reaccionar a todo por medio del movimiento. Y todos los tipos de transmisión que debe realizar se llevarán a cabo por medio del movimiento. Por lo tanto, busco descubrir las formas de este movimiento, entonces no aprenderé qué es la cosa que se transmite, sino sólo de qué manera se me transmite. Es una tontería decir que el calor y la luz son movimiento. El movimiento no es más que la reacción de la materia capaz de moverse a la acción del calor y la luz.

Todo lo que aprendemos cuando llevamos el método mecánico cuantitativo de observación al campo de los fenómenos eléctrico-etéricos es siempre simplemente la reacción de la sustancia capaz de movimiento a la acción del calor, la luz, el tono, etc. La verdadera naturaleza de estas entidades, que consiste, no sólo en el movimiento, sino también en otras cualidades no perceptibles a los sentidos físicos, no puede ser aprendida aplicando a estas entidades concepciones mecánico-matemáticas.
El físico dirá, por supuesto: "Mis mediciones y observaciones me muestran que la parte medible y calculable del fenómeno del movimiento en la propagación del sonido puede ser representada por medio de ciertas ecuaciones matemáticas. El estado de movimiento en el medio que transmite el sonido -en este caso, esencialmente el aire- está determinado por ciertos valores numéricos bastante definidos de las constantes que se encuentran en las ecuaciones, y de tal manera, en efecto, que una cualidad bastante definida del tono transmitido es coordinada y de hecho idéntica en significado con cada valor de estas constantes. No cabe duda de que la física contemporánea, en el sentido de su ideal aquí expresado, considera que la naturaleza esencial del tono es calculable, porque cree que ha logrado, en el caso de una parte de las cualidades del tono, calcular y medir las relaciones matemáticas y los valores numéricos de las constantes. Pero la suposición de que la totalidad del fenómeno tonal debe ser calculable no es más que una suposición basada en el deseo de poder calcular todo en cualquier parte del mundo y luego leer mecánicamente, a partir del esquema así alcanzado, lo que está ocurriendo. El fruto de esta acústica es el gramófono. No se llega a la verdadera naturaleza del tono calculando el estado de movimiento del medio que lo transporta, como no se llega a la naturaleza de un hombre cuando se sabe el número de pasos que da en un día o cuántos kilogramos de alimento asimila. Estos números son útiles y necesarios de conocer para ciertos fines, sólo que es falaz considerar que todo es calculable. Además, quien conoce la forma de estos cálculos sabe que están lejos de ser ciertos y claros. Sólo el profano se inclina por lo que lee en los periódicos y revistas populares sobre cálculos matemáticos a sacar la conclusión de que todos los sucesos son calculables. El verdadero investigador estaba -al menos, en una época anterior- lejos de la ilusión de que incluso una parte esencial del acontecer mundial es calculable.

Sólo debido al justificable entusiasmo -por los indudables resultados en aquellos campos en los que las matemáticas se aplican realmente a los fenómenos- se ha llegado a la apresurada conclusión de que todo debe ser calculable. Cuando, por el contrario, el físico o cualquier otro científico analítico dice que sólo lo que puede calcular y lo que es susceptible de ser calculado pertenece a la ciencia; que todo lo demás puede ser interesante, pero no ofrece ninguna certeza, y que sólo donde hay certeza por medio de los cálculos hay ciencia, a este punto de vista podemos responder que tal científico se niega a abordar la mayor parte del contenido del mundo, y que simplemente ignora esta parte del contenido del mundo por su afirmación de que no puede ser abordado científicamente.
Para aclarar más completamente esta cuestión, debemos considerar más a fondo la capacidad de fijación", la concepción del cuerpo "inerte", es decir, lo opuesto al movimiento. Steiner dice que esto se define generalmente en la física como sigue: Un cuerpo no puede alterar su estado de movimiento existente si no es por una causa externa". Esta definición da la impresión de que el concepto de cuerpo en sí mismo inerte ha sido extraído del mundo fenoménico; y Mill, que no entra en absoluto en la cuestión, sino que le da la vuelta a todo en aras de una teoría forzada, no duda ni un momento en explicar el asunto de esta manera. Sin embargo, todo esto es muy falso. El concepto de cuerpo inerte es una construcción puramente conceptual. En efecto, si llamo "cuerpo" a lo que se extiende en el espacio, puedo concebir dos clases de cuerpos: aquellos en los que los cambios son provocados por influencias exteriores, y aquellos en los que los cambios se producen por imitación de los propios cuerpos. Si, ahora, encuentro en el mundo exterior algo que corresponde al concepto que he formado - "un cuerpo que no puede alterarse salvo por un impulso que venga de fuera"-, entonces llamo a esta cosa inerte, o sujeta a la ley de la propiedad de la fijeza. Así, mis conceptos no se toman arbitrariamente del mundo de los sentidos, sino que se forman libremente como ideas, y sólo con su ayuda me encuentro correctamente ajustado al mundo de los sentidos. La definición anterior sólo puede decir: Un cuerpo que no puede por sí mismo alterar su estado de movimiento se llama inerte ".

Debo, por tanto, distinguir entre los cuerpos que pueden por sí mismos alterar su estado de movimiento, y los que no pueden hacerlo por sí mismos. Y esto nos lleva a una de las distinciones más esenciales de la Naturaleza: la que existe entre lo orgánico y lo inorgánico.
Mientras que la naturaleza inorgánica no puede por sí misma alterar su estado de movimiento, la naturaleza orgánica, por el contrario, en razón de sus posibilidades inherentes, es capaz de hacerlo por sí misma; por mucho que esta capacidad varíe en los grados más separados desde los hombres a las plantas, sin embargo, en realidad reside siempre en lo que es orgánico. Ahora bien, lo que hace que un clavel, por ejemplo, crezca siempre y absolutamente a partir de la semilla de un clavel, y nunca de cualquier otra planta, lo que induce este movimiento de crecimiento, no es algo que yo introduzca desde fuera en la semilla, sino algo que reside en ella por su propia naturaleza. Se puede objetar que la semilla debe estar enterrada en la tierra para convertirse en un clavel y, por tanto, requiere un empuje desde fuera. Tal pensamiento, sin embargo, sería falso, pues "no puedo decir que esta influencia del exterior produzca este efecto, sino sólo que a esta influencia definida del exterior el Principio activo interior responde de esta manera definida. Sea cual sea el carácter del estímulo externo, el principio activo interno en la semilla de un clavel, si funciona, responderá siempre con un clavel. Cuando Haeckel escribió en referencia a un proceso similar en los órdenes inferiores del reino animal : "En el caso de más de cuatro mil especies de radiolarios que he descrito, cada especie se distingue -por una forma especial de esqueleto; La producción de este esqueleto específico, a menudo de una forma muy evolucionada, por medio de una célula de forma extremadamente simple (generalmente globular) sólo es inteligible cuando atribuimos al plasma formativo la capacidad de formar un concepto", en tal afirmación Haeckel puede estar yendo, tal vez, más allá de los límites adecuados debido al apego a su propia teoría, sin embargo, se vio obligado a suponer en la célula globular primitiva un principio activo interno de su ser que se manifiesta por primera vez en el animal completamente desarrollado y que, en la medida en que se expresa en el movimiento de crecimiento, pertenece en esa medida a la categoría de fenómenos de movimiento, como cualquier otro tipo de movimiento. En el caso de todos estos fenómenos, nos encontramos cada vez con un conjunto de hechos completamente objetivos, que, cuando los comprendemos como fenómenos de movimiento meramente cuantitativos y mecánicos, no logramos captar en la esencia más íntima de su ser.

Si asumo un poder formativo en la semilla o en la célula germinal primitiva, entonces también debo concebir este poder como unido a la "idea", a la "voluntad" de convertirse en un clavel -o de convertirse en el animal en cuestión- al igual que con la capacidad de movimiento y de cambio de movimiento. La primera no puede ser separada de la segunda por ninguna arbitrariedad del pensar. Este es el caso de todos los procesos orgánicos, es decir, de todos los lugares en los que hay "vida"; y si la ciencia moderna continúa imponiéndose la restricción de comprender la naturaleza sólo mecánica y cuantitativamente, entonces debe limitarse a la investigación de lo sin vida, de lo mineral. Para esto se supone que basta con tal concepción del mundo, pero incluso para esto no basta realmente, como mostraremos más adelante. De modo que incluso Lenard, aunque sostiene que la concepción atómica y mecánica del mundo es indispensable para las ciencias naturales modernas, se ve obligado a confesar: "Sin embargo, cuando decenas de miles y cientos de miles de átomos forman una molécula, de modo que ésta es un pequeño mundo muy complejo en sí mismo, como debe serlo, por ejemplo, en una molécula de protoplasma, las moléculas pueden entonces encerrar en sí mismas lo que llamamos espíritu. Entonces se convierten en portadoras de los maravillosos fenómenos de la vida, que el científico de nuestros días, con sus concepciones que en otros aspectos le sirven tan maravillosamente, es totalmente incapaz de explicar."

Pero la limitación de nuestra concepción del mundo a lo que es mecánico-cuantitativo y perceptible por los sentidos, ¿no implica también limitarse al agnosticismo, a la ignorancia, para siempre?
Y después de todo, ¿Hay en algún lugar de la naturaleza fenómenos de movimiento que, cuando se explican de manera consistente sobre la base de la visión cuantitativa-mecánica, pueden ser plenamente comprendidos? "Dado que, sin la existencia de fuerzas, las partes de la materia hipotética nunca comenzarían a moverse, los científicos naturales modernos asumen la fuerza también como uno de los elementos por medio de los cuales explican el mundo, y Du Bois Reymond dice : La comprensión de la Naturaleza consiste en reducir los cambios del mundo corpóreo a los movimientos de los átomos, provocados por sus fuerzas centrales independientes del tiempo : o, en otras palabras, la resolución de los fenómenos de la Naturaleza en la mecánica de los átomos". Mediante la introducción del concepto de fuerza, las matemáticas pasan a la mecánica".
En todo movimiento, por tanto, según esta concepción, hay una expresión de una fuerza. Pero, en ese caso, todo fenómeno de movimiento tiene también dos aspectos. En la medida en que es perceptible para mis sentidos, puedo concebirlo cuantitativamente hasta cierto punto; pero, en la medida en que es la operación de la fuerza, no puedo percibirlo a través de los sentidos físicos ni determinarlo plenamente a través de la medición cuantitativa, ya que nunca puedo medir la fuerza en sí misma, sino siempre sólo en sus efectos físicos. Pero, entonces, ¿la fuerza y el movimiento sólo se relacionan entre sí como causa y efecto?

No es así. En todo fenómeno de movimiento, nos enfrentamos a la siguiente totalidad indivisible: Aquello que se mueve, que percibimos en el mundo fenoménico; a través de esto nos damos cuenta, al mismo tiempo, de algo no perceptible para nuestros sentidos -una fuerza-, que se expresa o se manifiesta en aquello que se mueve. Todo el fenómeno -en el caso, por ejemplo, de un hombre que mueve su brazo- está claramente ligado a los fenómenos de conciencia. Ahora bien, como el hombre es una entidad única e indivisible, no aprendo nada esencial respecto al movimiento de un brazo si sólo establezco cuantitativamente el cambio de lugar por parte del brazo "material"; lo que aprendo así sólo tiene que ver con la naturaleza del movimiento de un brazo sin vida, que, sin embargo, ¡no habría realizado por sí mismo este movimiento! Por lo tanto, sólo puedo comprender la naturaleza de este fenómeno de movimiento en su conjunto cuando considero lo que se mueve y la acción de la fuerza allí manifestada -vinculada a los fenómenos de conciencia- como una unidad, y no los separo arbitrariamente. Si divido esta unidad considerando sólo el proceso cuantitativo y perceptible a los sentidos, no sólo separo la causa y el efecto, sino que separo el Ser real y el fenómeno. Puesto que el fenómeno no es más que una exteriorización, en una forma perceptible por los sentidos físicos, de la entidad espiritual que allí se expresa, del Ser real, es decir, de una realidad individual, y no debe separarse de este Ser, cuando considero únicamente el proceso cuantitativo y mensurable, estoy tratando con una irrealidad en el sentido más completo del término.

¿Es lo contrario en el caso de los animales, las plantas y los minerales?
Podemos adoptar fácilmente la actitud correcta ante esta cuestión si en este punto dividimos en las siguientes categorías la totalidad de los fenómenos de movimiento que se producen en el mundo.
1. Los movimientos en los que se manifiesta claramente la acción de un ser consciente de sí mismo, portador de una voluntad (por ejemplo, un hombre que quiere mover su brazo y lleva a cabo esta voluntad).
2. Movimientos cuya causa inductora última es aún desconocida para las ciencias de nuestro tiempo : movimientos que no son producidos por un hombre o que no están sujetos a su voluntad ;
(a) en el mundo orgánico,
(b) en el mundo inorgánico.
Podemos, por lo tanto, dividir la totalidad de los fenómenos de movimiento del cosmos en aquellos en los que podemos conocer directamente a través de la percepción de nuestros sentidos físicos el ser de cuya "voluntad" han tomado su origen (por ejemplo, el hombre) : y aquellos fenómenos de movimiento en el caso de que el estímulo primario del movimiento se escapa a nuestra vista; es decir, aquellos en el caso de que no conocemos el ser de cuya voluntad el movimiento tomó su origen.

Si concebimos la vida -es decir, las expresiones de la vida en el mundo orgánico- como una totalidad de fenómenos-movimiento que se metamorfosean por sí mismos (movimiento de crecimiento, movimiento de metabolismo...), entonces quien se empeña a toda costa en comprender el mundo mecánicamente, asume la tarea, ya demostrada como imposible, de comprender los fenómenos de la vida como meramente mecánicos. O bien debe resignarse y renunciar a toda comprensión, o bien debe decirse a sí mismo que en el principio activo interior que siempre hace que la semilla de un clavel se convierta en un clavel se expresa una "voluntad de convertirse en clavel", -una voluntad que simplemente no puedo medir, pesar o definir por otros medios mecánicos.

Pero esta "voluntad de convertirse en clavel", que lleva el ser del clavel al mundo fenoménico, está inseparablemente unida como atributo al principio activo interior, ese complejo de fuerzas, por el que la semilla del clavel se convierte en clavel, que, por tanto, causa y determina todo el movimiento-fenómeno, tanto cuantitativa como cualitativamente. Como ya hemos dicho, las fuerzas del suelo circundante son ciertamente auxiliares en este proceso, pero el impulso individual, el de convertirse en clavel, es algo que sólo reside dentro de la semilla del clavel, y -a menos que creamos en la absurda e ingenua teoría de la preformación- sólo debe entenderse cuando vemos el complejo de fuerzas que reside en todas las semillas de los claveles (complejo de fuerzas etéricas, como veremos) junto con la "voluntad de convertirse en clavel" como atributo espiritual inseparablemente unido a la semilla. (Este proceso lo abordaremos de manera concreta en relación con nuestra discusión sobre el mendelismo, etc., capítulo XI).

Sin embargo, una diferencia esencial distingue este tipo de movimiento, por supuesto, de los considerados en relación con el hombre. La voluntad individual de mi propio yo provoca el movimiento de mi brazo, produciendo el movimiento por medio del cuerpo material, el brazo, a través del medio de las fuerzas eléctrico-etéricas que residen en mi organismo. En el caso de las plantas, sin embargo, una voluntad de grupo controla, una voluntad que induce en una multitud, un grupo, de cuerpos de una clase similar un movimiento-fenómeno similar: el movimiento de crecer en claveles, y esto igualmente a través del medio de fuerzas (etéricas). Como veremos más adelante (capítulos III y XI), este acto de voluntad no es libre, como en el caso del hombre, sino que la actividad del organismo terrestre está ligada a él de manera causal; sin embargo, no está determinado en su individualidad, en el carácter de su ser, por el organismo terrestre -de lo contrario todas las plantas serían iguales-, sino que está influido en su propia acción sólo en cuanto a las modificaciones locales, y en cuanto al punto de tiempo, etc. Observaremos esta acción en detalle en relación con una discusión de los fenómenos de las corrientes de fuerza de la tierra y la atmósfera. El enigma del ascenso del agua en las plantas durante la primavera podrá entonces interpretarse sobre la base de este juego recíproco de las fuerzas etéricas en las plantas y el organismo terrestre.

Hemos visto, pues, en el caso del hombre, la voluntad individual como causa y fenómeno acompañante de la acción de la fuerza eléctrica-etérica, y por lo tanto como causa inductora de un fenómeno de movimiento en la sustancia (el brazo); pero en el caso de la planta, hemos visto la voluntad grupal como causa inductora uniforme de un fenómeno de movimiento, igualmente operado a través de fuerzas etéricas, es decir, del movimiento de crecimiento.
Al considerar los fenómenos de movimiento en el conjunto inorgánico, que parecen más fácilmente comprensibles a la observación superficial, debemos, sin embargo, por medio de una investigación más exacta, profundizar lo más posible en la causa última de tales movimientos. En efecto, mientras que el movimiento realizado o inducido por la voluntad de un hombre pone directamente ante nuestros ojos la causa inductora de este movimiento en el individuo humano, y mientras que, en el caso de la Naturaleza orgánica, podemos observar -aunque principalmente en casos individuales de su efecto en el mundo fenomenal- ese principio interno de acción que se expresa en el crecimiento, etc, llegamos, en el caso de los movimientos inorgánicos -los que no son inducidos por la voluntad humana- a ese "regressus ad infinitum", que encuentra su expresión en el segundo de los siete enigmas del mundo enumerados por el distinguido científico naturalista Du Bois Reymond en bis "Grenzen der Naturerkenntnis": ¡La cuestión de la causa primordial de todo movimiento!

Pues, si ya hemos distinguido entre los cuerpos que pueden alterar por sí mismos su estado de movimiento (los orgánicos) y los que no pueden hacerlo (los inorgánicos), entonces, en el caso de estos últimos, si queremos descubrir la causa primera última de un movimiento, debemos simplemente seguir el regressus ad infinitum " hasta el mismo principio del mundo. Pues el agua que fluye en un arroyo, una piedra que rueda cuesta abajo, que tiende hacia el punto central de la tierra, el viento que mueve las hojas, etc., etc., todo ello no es más que una expresión parcial de los fenómenos de la atmósfera, de la electricidad atmosférica, de la meteorología, del magnetismo terrestre, etc., y estos fenómenos no son a su vez más que movimientos parciales en la totalidad del proceso vital del organismo terrestre. Pero también este proceso vital, en todos sus fenómenos de vida -es decir, en todo lo que es vida y movimiento, no muerte e inmovilidad- es inducido aquí por el sol, como lo demuestra la ciencia de nuestros días. Si uno continúa lógicamente y se pregunta entonces por la causa inductora de los movimientos del sol, llega de inmediato a la cuestión del origen primario del movimiento, y en cuanto a esto explicaremos brevemente nuestro punto de vista.
La ciencia natural moderna sitúa erróneamente en el principio de todo lo que ocurre en el cosmos la nebulosa primitiva, según la teoría modificada de Kant-Laplace; y al final, la muerte por calor de todo el cosmos, ese vasto cementerio, en el que el científico, pensando su ley de la entropía valiente y lógicamente hasta el final, deja que el mundo se hunda. Entre la nebulosa primigenia y la muerte por calor, según la visión de la ciencia moderna, se encuentra todo ese Juego que comporta el devenir y el Pasaje del universo, de la tierra y del hombre.

El gran físico y descubridor, el profesor W. Nernst, dice en su obra "Das Weltgebäude im Lichte der neueren Forschung" (El mundo a la luz de la nueva investigación), pág. 13: "Ni Kant ni Laplace pudieron darse cuenta de que sus teorías sobre la formación del mundo presuponían necesariamente una duración limitada de todos los acontecimientos; de lo contrario, ellos mismos habrían negado ciertamente la aplicabilidad universal de sus opiniones. Quedó para la evolución de la teoría del calor, con esa especie de seguridad que aplica al universo en general una conclusión extraída del laboratorio, sacar la conclusión mencionada anteriormente, ciertamente desagradable en el más alto grado. Fue el célebre físico inglés Lord Kelvin quien señaló por primera vez que, según la teoría del calor establecida por Carnot y Clausius, todo el depósito de fuerza del mundo se metamorfosearía gradual pero seguramente en calor, y que con la misma certeza todo el calor existente llegaría a la misma temperatura. Pero el mundo está así condenado al descanso eterno. La aplicación de la teoría del calor -la más universal y fiable de todas las teorías que poseemos- a las ideas de Kant-Laplace hace que aparezca en el fondo de nuestras mentes el espantoso pensamiento de que el mundo se esfuerza por llevarse a sí mismo al estado de un cementerio eterno. Esto se expresa generalmente diciendo que el universo está inevitablemente condenado a una muerte por calor". Y todos los que posean un sentimiento religioso y busquen un sentido a la vida humana simpatizarán con el profesor Nernst cuando relata cómo reaccionó, siendo estudiante, a la introducción de esta terrible deducción de la ciencia moderna por parte de un profesor de la Academia de Viena en su conferencia inaugural. "Entre otras cosas, comentó que todos los esfuerzos por salvar el universo de la muerte por calor habían sido inútiles, y que él tampoco haría tal esfuerzo. Este pasaje, que leí cuando era estudiante, me causó la más profunda impresión, y desde entonces mi atención se ha dirigido al asunto, para descubrir si no podría aparecer alguna forma de escapar".
Por lo tanto, también preguntamos: ¿Dónde está el punto débil de esta estructura de la teoría? El Dr. Rudolf Steiner responde a esta pregunta en la siguiente imagen representativa :


Cuando el profesor quiere explicar a los escolares el origen del sistema del mundo y de sus movimientos, según la teoría del mundo de Kant-Laplace, lo hace por medio de una gota de aceite que flota en el agua y que, al ponerse en rotación, desprende pequeñas partículas de aceite que, girando a su vez, giran alrededor de la gota central de aceite. Pero en relación con este pequeño sistema del mundo se olvida siempre de mencionar lo esencial de todo el proceso, y el hecho de no mencionarlo es el punto débil de la idea mecánica del mundo a gran escala. Es decir, se olvida de llamar la atención de los niños sobre el hecho de que él -el maestro- ha estado todo el tiempo, por su propia voluntad, haciendo girar la gota de aceite central. Si no lo hubiera hecho, su pequeño sistema mundial no habría llegado nunca a existir o bien habría llegado a un estado de reposo. Además, aunque continúe haciendo girar la gota de aceite central, las otras gotas de aceite no continúan durante ese tiempo en movimiento. Y así generalmente se olvida de sí mismo, el factor más importante en todo el proceso. Ha puesto en movimiento la gota de aceite central, la mantiene en movimiento, y, si desea mantener su pequeño sistema mundial como un todo en movimiento continuo, no sólo debe continuar el movimiento giratorio de la gota central, sino que debe multiplicarse a sí mismo de tal manera que haya conectado con cada una de las gotas de aceite separadas uno "que gire": es decir, que las mantenga en movimiento constante.

Pero tal error lo cometemos en la idea mecánica del mundo que pertenece a la ciencia natural moderna. A menudo no se trata no sólo de un cierto olvido, sino también de una indolencia encubierta. Pues la idea mecánica del mundo se complica infinitamente si se me exige que demuestre no sólo que algo se mueve y cómo se mueve (esto no es nunca el problema principal de la ciencia, sino sólo sus instrumentos de trabajo), sino que al tratar un fenómeno de movimiento -es decir, si he de entenderlo, no sólo fragmentariamente y de forma falsa, sino correctamente y como un todo- debo responder también a esta pregunta: ¿Por medio de qué principio operativo se induce este movimiento? ¿Qué voluntad ha dado el empuje inicial que da lugar a este movimiento, y con qué fenómenos de conciencia está unido este acto de voluntad?
Si se trata, por ejemplo, del hecho de la puesta en movimiento de la nebulosa primitiva, de la que se supone que nuestro cosmos ha surgido, y si no hacemos el papel de avestruz, sino que admitimos con pensamiento lógicamente exacto el hecho de que en la base de este primer movimiento debe haber habido un imþulso de la voluntad, o una multitud de tales impulsos, y que estas expresiones de la voluntad estaban también indudablemente ligadas a los fenómenos de la conciencia, en los que no podemos, por supuesto, pensar nosotros mismos con nuestra actual conciencia objetiva normal, entonces se nos impone una doble cuestión :

  • 1. ¿Con qué Fenómenos de la conciencia están aún vinculadas esas operaciones de fuerza en el cosmos y los fenómenos de movimiento inducidos por ellas que no reciben su impulso inicial de un yo humano?
    2. ¿Existen métodos científicamente exactos para la investigación de otros estados de conciencia que el de la conciencia humana objetiva normal de nuestro siglo?


La respuesta a la primera pregunta conduce a una revolución completa en el estudio mecánico de la Naturaleza característico de nuestro tiempo, un método que se deriva de la teoría de "la limitación del conocimiento de la Naturaleza", es decir, nos lleva a una ciencia de la Naturaleza que considera no sólo el mundo fenomenal con sus fenómenos de movimiento, que, como tal, no se puede comprender en absoluto, sino que también incluye en el ámbito de su investigación el ser real de las cosas que se expresan de forma viva en el mundo fenomenal, una ciencia de la Naturaleza que se esfuerza por conocer y comprender lo espiritual, lo real, lo que se expresa de forma viva y activa en el mundo de las fuerzas que funciona y se teje.
Para tal investigación del mundo, la mejor guía y el medio más seguro de conocimiento es el éter del mundo, lo etérico.
Para esta investigación, el "espíritu" no es algo que pueda ser "encarcelado" dentro de una molécula de protoplasma, o -como supone el materialismo científico moderno- algo que haya surgido primero del mundo de la sustancia. Por el contrario, para esta investigación, el espíritu es primario, y la sustancia móvil que se metamorfosea es secundaria, creada, mantenida, modelada y evolucionada por el espíritu, como una de sus manifestaciones, su forma fenoménica, que puede y volverá a disolverse, cuando el espíritu, como principio activo que trabaja en la sustancia, la haya llevado de lo imperfecto a lo perfecto.

Lo espiritual, lo real, es también constantemente ahora la causa última de todo movimiento : es decir, de toda la vida en el cosmos.
Para esta investigación del mundo, no hay una creación abstracta de una nebulosa primitiva puesta en movimiento de una manera imposible de concebir, sino, por el contrario, la involución y la evolución de una actividad espiritual en el mundo de la sustancia; algo espiritual, real, sin embargo, que estaba presente antes de que existiera la sustancia, y que persistirá después del fin de la sustancia.
La segunda cuestión expuesta anteriormente, relativa al desarrollo de la capacidad humana de percibir este mundo, ha sido contestada en los numerosos escritos del Dr. Rudolf Steiner, en los que se muestra el camino por el que, mediante los métodos más exactos, la investigación humana relativa al mundo físicamente perceptible, y como tal ininteligible, de la sustancia, puede extenderse más allá hasta una visión suprasensible directa, claramente consciente, de las fuerzas que actúan en este mundo, las fuerzas de lo etérico, y de lo espiritual unido a ellas.
Pero debemos insistir una vez más en el hecho de que incluso quien no esté dispuesto a seguir este camino puede, no obstante, probar aplicando al mundo de la experiencia lo que sigue con respecto a la naturaleza del éter, al menos como una "hipótesis" legítima en el sentido explicado anteriormente, de hecho, más legítima que las de la visión mecánica del mundo; y que encontrará la teoría no sólo confirmada, sino también haciendo posible la aclaración de muchos fenómenos hasta ahora ininteligibles.

Volvamos una vez más a la consideración de lo real y lo fenomenal en los fenómenos de movimiento de los diversos reinos de la Naturaleza. Aquello que tiene una expresión viva en el brazo humano puesto en movimiento es una "voluntad", algo real, espiritual, por lo tanto, que llega a una expresión viva en el mundo de los fenómenos; en este caso, en el movimiento del brazo. Pero también otros fenómenos naturales -el polen de las flores que vuela, la piedra que cae- son siempre manifestaciones de un mundo invisible de fuerzas, cuyo primer impulso último no conocemos en la actualidad, un impulso suprasensible, espiritual, ideal, que opera en estos singulares acontecimientos del mundo fenomenal. Platón hablaba en este sentido, a partir de una sabiduría de los misterios oriental primigenia, de un mundo de ideas. Lo espiritual, pues, la idea, "no sólo está presente y activa, allá donde se la conoce conscientemente, en el hombre, sino también en otra forma en el reino de la Naturaleza. No sólo está presente en el sujeto, sino que es el principio del mundo objetivo " Eduard von Hartmann concibe la idea, lo espiritual, lo real, por un lado, y la voluntad, por otro, como dos principios constitutivos del mundo que se encuentran uno al lado del otro; y considera que la idea está en reposo y requiere, para entrar en actividad, el impulso de la voluntad. Steiner muestra, en contraste con Hartmann, que estos dos principios no pueden ser separados: "La voluntad sin la idea no sería nada. No se puede decir lo mismo de la idea, pues la actividad es un elemento de la idea, mientras que la idea es un ser autosuficiente".

El mundo en interminable movimiento, tal como lo perciben nuestros sentidos, es, pues, una manifestación del mundo ideal que está en incesante acción, del mundo real del espíritu.
Steiner formula así la percepción fundamental: "La voluntad es la idea misma concebida como fuerza". Entonces no sólo debemos desear conocer la acción de las fuerzas en el mundo fenoménico en su aspecto cuantitativo y mecánico, sino que debemos tratar de comprender las fuerzas que actúan en la Naturaleza como vinculadas a los atributos cualitativos de las entidades espirituales que actúan a través de ellas. La distinción aquí entre el hombre y el resto del reino de la Naturaleza es ésta: Que en el hombre lo espiritual, la voluntad, cuando llega a la expresión viva como causa inductora de la fuerza de las manifestaciones en el mundo fenomenal, está ligada a los fenómenos de conciencia a los que nosotros mismos estamos acostumbrados, ya que, no sólo lo espiritual como principio universal activo objetivo se manifiesta en el hombre, sino que el hombre mismo es una parte separada de este principio universal activo objetivo. La "libertad", por lo tanto, le pertenece sólo a él, en contraste con el resto de los reinos de la Naturaleza dados a nuestra percepción, ya que el resto de la Naturaleza es sólo un objeto de esta actividad espiritual.
Sin embargo, en todos los fenómenos de la Naturaleza rige un principio espiritual, suprasensible: en la voluntad del hombre que mueve su brazo, en el principio activo controlador de la semilla como "voluntad de convertirse en clavel", en la piedra que cae como "voluntad de llevarla al centro de la tierra"; en el contenido de todas estas percepciones lo real llega a expresarse vivamente en lo fenoménico.

En oposición a los que han proclamado con prematura satisfacción la idea puramente mecánica del mundo, algunos grandes investigadores han señalado de vez en cuando, de manera preventiva, el punto débil de esta idea mecánica del mundo tan dogmáticamente afirmada. En este sentido, el célebre físico Nernst, en su esfuerzo por explicar el proceso de los cambios químicos en las sustancias a partir de las fuerzas físicas que actúan en ellas, se ha visto obligado a resignarse con esta declaración*: "El objetivo final de la doctrina de la afinidad debe ser atribuir las causas de los cambios materiales a fenómenos físicos bien investigados. La cuestión de la naturaleza de las fuerzas que intervienen en la unión o descomposición química de las sustancias se discutió mucho antes de que existiera una química científica. Los propios filósofos griegos hablaban del "amor y el odio" de los átomos como las causas de los cambios de la materia; y nuestro conocimiento de la naturaleza de las fuerzas químicas no había avanzado mucho hasta hace muy poco. Conservamos puntos de vista antropomórficos como los antiguos, cambiando sólo los nombres, y buscando la causa de los cambios químicos en la afinidad cambiante de los átomos."

Hasta aquí llega el físico y descubridor Nernst. En cuanto a la ciencia de lo orgánico, el investigador de los organismos, Oskar Hertwig, en su extenso libro "Das Werden der Organismen" esboza el siguiente cuadro: "Laplace imaginó una mente capaz de analizar todo el proceso del mundo en los movimientos de masas que se atraen y repelen mutuamente, de expresar este análisis en una estupenda fórmula matemática y de calcular el pasado y el futuro del proceso del mundo. De la misma manera, imaginemos un espíritu cuyo poder de visión sobrepasa tanto el de nosotros, los hombres ordinarios, que podría percibir las unidades más pequeñas de la sustancia, los átomos o los elementos, y podría seguir sus movimientos. Dotado de tal poder divino de visión, sería capaz de ver realmente la formación de toda clase de moléculas a partir de los átomos agrupados de diversas maneras, tal como el químico trata de exponerlos simbólicamente en sus fórmulas estructurales, aunque viendo el proceso, tal vez, como algo diferente de lo que el químico supone. Para un espíritu con tal poder de visión, la química se habría convertido en realidad en una ciencia morfológica; sus ojos, por así decirlo, analizan o diseccionan las moléculas en sus elementos últimos y obtienen una visión directa de la morfología atómica de las sustancias. Un morfólogo así ha alcanzado realmente la meta de la escuela mecanicista. Para él, la célula ya no es el organismo vivo elemental dotado de estructura, sino que se ha convertido en un maravilloso microcosmos de innumerables moléculas. Del mismo modo que en el espacio cósmico los cuerpos celestes, unidos en sistemas solares, se mueven en órbitas bien definidas, vería las moléculas del microcosmos de la célula unidas, según sus afinidades, en grupos más pequeños o más grandes; percibiría, finalmente, cómo agrupaciones aún más extensas dan lugar a las formas de sustancia perceptibles a la visión humana ordinaria, que llamamos hilos protoplásmicos, gránulos, centrosomas, trofoplastos, cromosomas, fibras fusiformes, nucléolos. Aunque esta imagen de una morfología futura, que incluiría también la química contemporánea -convirtiéndose así en una ciencia de la sustancia que lo abarque todo-, no es más que una vana fantasía, en cualquier caso el objetivo último del conocimiento nunca se alcanzaría por esta vía. Porque, según las teorías físicas, incluso el átomo tendría que ser concebido a su vez como un mundo de corpúsculos alfa. Y también la química que pretendiera sustituir, mediante el conocimiento químico, lo que hemos aprendido de la organización del mundo de los cuerpos vivos, se encontraría en la misma situación. "

Así, tanto para lo inorgánico como para lo orgánico, distinguidos expertos de la ciencia moderna han señalado a su vez los estrechos límites de nuestra investigación actual de la Naturaleza. Cuando Hertwig dice que un morfólogo que, por medio de una visión que se supone suya, ve a través del juego de fuerzas en el mundo ha "alcanzado la meta de la escuela mecanicista", podría replicarle -y estaría de acuerdo-: Pero tal morfólogo ya no pertenecería a la escuela mecanicista, porque en la acción de las fuerzas formativas en el mundo de la sustancia experimentaría los impulsos de las entidades espirituales, y porque el mundo se le presentaría, no como un aparato mecánico de la sustancia, sino como un organismo vivo, guiado continuamente por lo espiritual, y esforzándose a través de todos sus fenómenos de movimiento hacia la meta.
Del mismo modo que un hombre -incluso el cuerpo humano meramente físico- no puede entenderse estudiando un cadáver, tampoco puede entenderse ningún fenómeno de movimiento perteneciente al mundo fenoménico al margen de las entidades espirituales que lo impulsan. Y, así como el mundo de los fenómenos -esto ha sido demostrado por las investigaciones más recientes, no sólo en el reino de los vivos, sino también en otros lugares- puede, o bien no ser comprendido en absoluto, por medio del método cuantitativo-mecánico, o bien ser comprendido sólo en una pequeña sección, arbitrariamente seleccionada y de ninguna manera la más esencial, así también, cuando entremos en el mundo de las fuerzas, de lo etérico, no sólo no podremos comprender nada por medio del método cuantitativo-mecánico abstraído del mundo fenomenal, sino que haremos que la confusión en nuestras concepciones de estas entidades sea aún mayor.
También el éter de la teoría general de la relatividad, que, como dice Einstein, es un "medio vacío de todas las cualidades mecánicas y cinemáticas, pero que ayuda a determinar los acontecimientos mecánicos (y electromagnéticos)," y que "no puede ser considerado como dotado de la cualidad característica de los medios ponderables, como constituido por partes que pueden ser rastreadas a través del tiempo" a las que "no se puede aplicar la idea de movimiento", y que, sin embargo, debe tener la capacidad de determinar las "posibilidades configurativas de los cuerpos sólidos así como el campo gravitatorio", etc. - Este éter tiene, sin duda, la ventaja de estar despojado de muchos atributos falsos del éter mecanicista, y sin embargo no da una imagen completa de la realidad.
El éter -o, más correctamente, las fuerzas primarias etéricas, las fuerzas formativas-, tal como están en la base de lo que sigue, y tal como se corresponden con la realidad, no pertenecen, como tales, inmediatamente al mundo de los fenómenos, y son, por tanto, como todas las fuerzas, imperceptibles para los sentidos físicos; pertenecen a un conjunto suprasensible de hechos. Pero, entonces, como tales, sólo deben ser comprendidas cuando tenemos en cuenta conscientemente -en nuestra investigación sobre ellas- que algo real, los seres mismos de las cosas, viene con estas fuerzas a expresarse vivamente en el mundo fenomenal. El éter -o las fuerzas primarias etéricas, pues hay varias, como se verá en las páginas siguientes- no deben, pues, entenderse ni de forma meramente mecánica -como Lenard y otros- ni simplemente por la negación de todas las características mecánicas, como Einstein.

Pero cuando, como principios activos suprasensibles, se expresan en el mundo fenoménico, provocan, en este mundo perceptible por los sentidos, fenómenos de movimiento, etc., que pueden, entonces, sólo parcialmente y hasta cierto punto, ser considerados mecánicamente. Sin embargo, las fuerzas formativas etéricas están, en sí mismas, inseparablemente ligadas a las características espirituales y, por lo tanto, cualitativas; en efecto, en última instancia, a lo que es individualmente espiritual. Es decir, debemos atribuirles no sólo características como la velocidad, la masa, la longitud, el volumen, etc., que son medibles y calculables, sino también características cuyas leyes, en último término, pueden agotarse mediante estimaciones numéricas como las características de un hombre vivo pueden agotarse mediante una tabla de constantes y una suma de fórmulas matemáticas. Por lo tanto, sólo podremos formarnos una idea de ellas cuando las observemos e investiguemos como tales entidades.

traducido por J.Luelmo dic.2021