Capítulo VI
EL ESPACIO Y EL TIEMPO: SU GÉNESIS Y SU CESE
Dr. Guenther Wachsmuth
año de 1926
Puesto
que tenemos que admitir que el mundo que percibimos consiste en
"estados y sus transiciones entre sí", y que además estos
estados y sus transiciones son producidos por las fuerzas formativas
etéricas, podemos adoptar ahora como principio básico establecido
que el mundo que percibimos ha sido creado y está siendo creado por
estas fuerzas formativas etéricas. Pero como el "tiempo" y
el "espacio" no son más que atributos del mundo
fenomenológico, podemos decir también que el espacio y el tiempo
aparecieron por primera vez, se crearon, empezaron a existir, con las
fuerzas formativas etéricas y mediante su acción.
El profesor L.
Graetz dice en "Der Äther und die Relativitätstheorie"
(p. 79): "Si queremos ahora resumir nuestras observaciones,
debemos decir que, según la teoría del éter y la teoría de la
relatividad, existe, además de la materia en sentido general,
incluido el electrón, algo más, que Wichert llama la base del
mundo. La teoría del éter da a la base del mundo características
que no son admisibles en ciertos detalles, pero que no la despojan
totalmente de toda cualidad de sustancia. Según la teoría de la
relatividad, por el contrario, esta base del mundo es algo totalmente
desprovisto de la cualidad de sustancia, algo, por tanto, que no
podemos describir pero que designaremos, con Einstein, como el
continuo espacio-tiempo. Es inútil intentar formar una imagen
sensorial del continuo espacio-tiempo. Esto sólo puede hacerse con
respecto a las cosas perceptibles por los sentidos. Uno tiene la
misma dificultad en acuñar palabras para esto que Fausto tuvo en el
caso de las Madres". (Fausto, Parte ll., Acto I. : Galería
oscura.)
El profesor König opina, en su libro titulado "Die
Materie", que el punto débil de todos los sistemas radica en
sus explicaciones de la llegada a la existencia del mundo espacial.
Para el metafísico es necesario probar cómo el mundo no espacial se
convirtió en un mundo espacial. Se pregunta: "¿Pero cómo
puede ocurrir esto? ¿Cómo puede un ser, por su naturaleza no
espacial, adoptar una forma espacial? Ningún ente puede emitir desde
sí mismo algo que no esté ya en su interior", por lo que sería
imposible, afirma, que lo no espacial, en el que no hay
yuxtaposición, sea la causa inductora de la aparición de una
organización espacial" (König, p. 75).
Aquí, sin embargo,
podría plantear la pregunta recíproca de si quien trata así este
punto de vista, hoy tan extendido, ha observado cómo de la semilla
de un clavel surge una planta de clavel. Porque en este proceso lo
que se llama imposible, que un no-espacio "puede ser la causa
inductora de la aparición de una organización espacial", puede
estar bajo la observación directa de cada hombre, y convertirse, por
lo tanto, en un elemento de su propia experiencia.
¿Qué
está pasando aquí? Nos vemos obligados a responder: Que el Ser pasa
al mundo fenomenológico. Ya hemos demostrado más arriba que la
génesis del clavel a partir de la semilla de clavel no debe
atribuirse a una influencia física externa -por ejemplo, la
plantación de la semilla en la tierra-, pues en ese caso todas las
plantas serían necesariamente iguales. No podemos decir: "Esta
influencia externa produce este resultado", sino sólo: "A
esta influencia definida responde el principio activo interior de
esta manera". Lo que ocurre es el resultado de una ley
interior". Pero tampoco se puede decir que dentro de la semilla
física exista el clavel en forma diminuta, y que el clavel que crece
es sólo la extensión en el espacio de lo que ya estaba en estado
espacial dentro de la semilla. Esta teoría de la preformación fue
refutada hace tiempo por la ciencia como un absurdo tanto teórico
como práctico, ya que nadie podrá encontrar esto en la semilla por
medio de ninguna investigación física. Por el contrario, se puede
decir que el principio activo de la semilla de clavel, la idea de
clavel, la voluntad de ser clavel, el ser del clavel, cuando pasa (en
la planta en crecimiento) al mundo de los fenómenos, pasa también
del Ser suprasensible al mundo del espacio y del tiempo. En el
sentido expresado anteriormente: "Un ente no espacial es la
causa inductora de la aparición de una organización espacial".
Este es un conjunto de hechos que simplemente no puede ser discutido
porque pertenece al mundo de la experiencia. La lección fundamental
que podemos aprender de ella, por lo tanto, es esta : Lo espacial
surge cuando el ser de una cosa pasa al mundo de los fenómenos, pues
en verdad podemos percibir en la planta que crece de la semilla del
clavel cómo lo que no es espacial -la idea del clavel- pasa a lo que
es espacial, el fenómeno del clavel. En este caso, la sustancia
tomada de la tierra es lo menos esencial; lo más esencial es la
llegada a la existencia de la forma coloreada del clavel, que es lo
único que hace que este fenómeno sea un verdadero clavel: es decir,
lo más esencial es la llegada de una parte del mundo de los
fenómenos a partir de la "nada", es decir, de lo
espiritual.
Por otra parte, antes que nada, debemos rebatir la
afirmación de que cuestiones de este tipo -es decir, cómo se
produce el paso de lo no espacial a lo espacial- pertenecen
únicamente a la esfera de la metafísica. En la verdadera
investigación de la Naturaleza no puede admitirse una distinción
tan arbitraria, pues el físico, en el caso de muchos fenómenos que
considera necesario explicar de una manera puramente física, se ve
simplemente obligado a tomar bajo su consideración científica
cuestiones como la transición de lo no espacial a lo espacial, es
decir, la cuestión de la génesis del espacio. Por ejemplo, remito
al lector simplemente a la llamada "latencia" del calor, o
a la "liberación del calor latente en el cambio de estados de
agregación, etc., donde se trata indudablemente de tal transición
de lo espacial a lo no espacial y viceversa. Un hecho similar podría
señalarse en el devenir latente de las presentaciones mentales en el
fenómeno de la memoria humana, Escribiendo en oposición a la
objetivización del espacio por Newton que clasifica su espacio
absoluto entre las entidades reales", dice Einstein : Newton
podría haber designado su espacio absoluto con el término éter".
* Pero tal éter habría sido el producto de la perplejidad humana,
un relleno pasivo y no algo activo y real.
Sin
embargo, cuando se ve que la transición de lo no espacial a lo
espacial se produce realmente -y la percepción de este proceso es
hasta cierto punto posible para el hombre-, siempre se nos plantea la
cuestión de si hay algo, un principio activo, que lleva un estado al
otro, que causa, que media, la transición del ser al fenómeno, de
lo no espacial a lo espacial. Este algo consiste en las fuerzas
formativas etéricas. Cuando empiezan a actuar, se produce la génesis
de los estados de yuxtaposición y de sucesión.
Hemos visto que,
tanto filogenética como ontogenéticamente, el calor -es decir, el
éter calórico- es la entidad de trabajo primigenia. Cuando éste
pasa del estado de reposo a la actividad o, en otras palabras, pasa
del estado "latente" imperceptible para nuestros órganos
al estado de actividad perceptible para nosotros, entonces entra
realmente en el mundo del espacio y del tiempo. Poco a poco, las tres
fuerzas formativas etéricas adicionales proceden de ella. Mientras
que las tres fuerzas formativas etéricas adicionales, que tejen el
mundo perceptible del color y la forma, proceden del éter calórico,
entonces realmente comienza también por primera vez a través de la
acción de estas cuatro fuerzas formativas etéricas los procesos
espacio-temporales, que constituyen nuestro mundo fenomenológico y
perceptible.
La relación de lo espiritual, lo real, con lo
espacial, lo fenomenológico, se nos aclara al considerar la relación
del pensamiento humano 1
con el proceso espacio-temporal. El Dr. Rudolf Steiner dice : Quien
se pregunte qué transición hay de una cosa a otra en la que la cosa
misma permanece indiferente, debe responder sin reservas: el espacio.
Cualquier otra relación debe basarse en la naturaleza cualitativa de
lo que existe como cosa separada en el mundo. Sólo el espacio no
permite otra consideración que ésta : que las cosas están
separadas. Cuando leo: A está arriba, B está abajo, me resulta
indiferente lo que A y B son. No asocio con ellos ninguna otra
concepción que la de que son factores separados del mundo que
percibo a través de mis sentidos. Pero, cuando nuestra mente entra
en la experiencia, esto es lo que la mente quiere hacer: quiere
superar la separatividad y mostrar que en cada cosa individual se ve
la fuerza del todo. A través de la percepción espacial no desea
superar nada más que la separación, como tal. Establecerá aquí la
más universal de todas las relaciones. Que A y B no son cada uno un
mundo para sí mismo, sino que pertenecen a un todo común, esto lo
aprendemos de la percepción espacial. Este es el sentido de la
yuxtaposición. Si cada cosa fuera un ser por sí misma, entonces no
existiría la yuxtaposición. En ese caso no podría establecer
ninguna relación de los seres entre sí. "
Así, el espíritu
humano, el pensar humano, trata de volver a unir en una unidad lo que
en el mundo perceptible está escindido. En el sentido antes
indicado, podemos decir que invierte la acción de las fuerzas
formativas etéricas que dan lugar al mundo fenomenológico: conduce
hacia atrás desde el ser fenomenológico al real, desde lo separado,
lo espacial, hacia lo real, lo no espacial. Cuando hayamos
considerado los procesos etéricos que tienen lugar en el organismo
humano, esto nos resultará más claro.
Lo mismo ocurre con el "tiempo". A este respecto, Steiner dice: "El concepto de materia ha surgido de un concepto de tiempo totalmente erróneo. Se supone que el mundo se desvanece en una mera apariencia vacía de ser real si no se piensa que debajo de la suma mutable de acontecimientos subyace algo inmutable, que persiste en el tiempo, algo inmutable que permanece mientras sus atributos cambian. Pero el tiempo no es en absoluto un recipiente en el que se desarrollan las mutaciones; el tiempo no existe antes de las cosas y al margen de ellas. El tiempo es la expresión dada por nuestros sentidos a la circunstancia de que los hechos en su contenido dependen unos de otros en secuencia. Supongamos que tenemos que ver con el complejo de hechos perceptibles a1, b1, c1, d1, e1. De éste depende, por una necesidad interna, el otro complejo de hechos, a2, b2, c2, d2, e2 ; entonces entiendo el contenido del segundo cuando en la idea lo dejo proceder del primero. Supongamos ahora que ambos complejos aparecen en el mundo de los fenómenos, pues a lo que nos hemos referido ha sido a su ser totalmente ni espacial ni temporal. Ahora bien, si a2, b2, c2, d2, e2, ha de aparecer como fenómeno, a1, b1, c1, d1, e1., debe ser igualmente un fenómeno, y de tal manera que a2, b2, c2, d2, e2 aparezca en su dependencia de a1, b1, c1, d1, e1.. Es decir, el fenómeno a1, b1,c1, d1, e1 debe aparecer, y debe dar paso a a2, b2, c2, d2, e2, que entonces aparece. Aquí vemos que el tiempo surge primero cuando el ser de una cosa entra en el mundo de los fenómenos. El tiempo pertenece al mundo de los fenómenos. No tiene nada que ver con el ser mismo. Este ser sólo puede ser concebido en idea. Sólo quien no puede llevar a cabo completamente esta inversión de la apariencia al ser en sus procesos de pensamiento, postula el tiempo como algo anterior a los acontecimientos. Pero entonces requiere una actualidad que sobrepase las mutaciones. Para ello recurre al concepto de materia indestructible. De este modo, se ha creado una entidad con la que el tiempo no tiene nada que ver, algo que perdura en medio de todas las transmutaciones. En realidad, sin embargo, sólo ha mostrado su incapacidad para penetrar desde la apariencia de las cosas en el tiempo hasta su ser real, que no tiene relación con el tiempo. ¿Puedo decir, entonces, del ser de una cosa, que llega a existir o deja de existir? Sólo puedo decir que su contenido determina otro y que esta determinación aparece como una secuencia temporal. El ser de una cosa no puede ser destruido; porque está totalmente fuera del tiempo y determina el tiempo. De este modo, hemos arrojado luz sobre dos conceptos, de los que todavía se tiene poca comprensión, a saber, el ser y la apariencia. Quien comprenda correctamente el asunto de la manera que hemos explicado, no buscará pruebas de la indestructibilidad del ser de una cosa, ya que la destrucción incluye el concepto de tiempo que no tiene nada que ver con el ser."
Lo mismo
que descubrimos con referencia al espacio, y que pudimos ver en la
planta que crece a partir de la semilla, la génesis de la forma
coloreada espacial a partir de algo no espacial, es también válido
para la experiencia del tiempo del hombre. El espacio y el tiempo
surgen cuando el ser de una cosa pasa al mundo de los fenómenos; o,
para hablar en el sentido empleado anteriormente, cuando la actividad
de lo etérico comienza en yuxtaposición y en secuencia. Antes del
comienzo de la actividad de lo etérico en el mundo fenoménico en
yuxtaposición y en secuencia, hablar de espacio y tiempo es
transferir al reino del Ser conformidades a la ley extraídas del
mundo fenoménico - por lo tanto, ser culpable de una contradicción.
Esto se aclara concretamente cuando reflexionamos sobre cómo el
hombre, como "ser" pensante y formador de conceptos,
invierte el trabajo de las fuerzas formativas etéricas: mantiene en
concepto ante sí las cosas del mundo fenomenal como espaciales, en
efecto, y sin embargo no "en el espacio", pues de lo
contrario su cabeza tendría que ser tan grande como el mundo que
concibe.
Las fuerzas formativas etéricas son, por así decirlo,
el puente entre el ser y los fenómenos, pero al mismo tiempo el
puente entre lo no espacial y lo espacial. Porque sólo cuando
empiezan a funcionar se origina una yuxtaposición y una sucesión,
es decir, el espacio y el tiempo. Por lo tanto, Newton no podría,
como sugiere Einstein, haber llamado a su espacio éter, pero bien
podría haber visto cómo el espacio se origina y cesa cuando las
fuerzas formativas etéricas pasan de un estado de reposo a la
actividad o de la actividad a un estado de reposo.
Si las fuerzas
formativas etéricas están activas en yuxtaposición y en sucesión,
se puede distinguir entonces entre los grupos anteriores
(filogenética y ontogenéticamente), el éter calórico y el éter
lumínico, que actúan de forma expansiva -es decir, de forma que
afirman el espacio (cap. Il)- y los posteriores, el éter químico y
el éter vital, que actúan de forma contractiva -es decir, de forma
que niegan el espacio-.
La evolución del mundo sigue, pues, su
curso, no sólo entre la nebulosa primitiva y la muerte por calor,
sino entre la génesis espacial y la aniquilación espacial, entre la
afirmación y la negación del espacio. Primero, pues, en la
filogénesis de nuestro sistema cósmico, aparecieron las fuerzas de
afirmación del espacio; y más tarde, en cambio, las fuerzas de
negación del espacio (cap. Il). La génesis de las fuerzas
formativas etéricas es la génesis del espacio.
Si alguien está
dispuesto a proseguir sus investigaciones en esta dirección, puede
llegar a una concepción concreta de la génesis y la desaparición
del tiempo y del espacio en el mundo fenomenal de los reinos de la
Naturaleza. El "problema espacio-temporal" saldrá entonces
de la esfera de los malabarismos abstractos, ajenos a la vida, en la
que ha entrado en el pensar decadente del postkantianismo, y entrará
en la esfera de la investigación y del conocimiento científico real
y vital. El metafísico y el físico, en lugar de hablar con total
desprecio el uno del otro, podrán de nuevo, en su nueva forma, darse
la mano.
1 A. Einstein : Åther und Relativitätstheorie", p. 11.