viernes, 6 de agosto de 2021

GA119-1 Viena 21 de marzo de 1910 -El mundo que hay tras el velo de las percepciones sensoriales

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RUDOLF STEINER


MACROCOSMOS Y MICROCOSMOS

El mundo grande y el pequeño. Cuestiones del alma, cuestiones de la vida, cuestiones del espíritu

Viena 21 de marzo de 1910

1ª conferencia

 

El propósito de estas conferencias es ofrecer una visión general de los descubrimientos de la investigación científico-espiritual que nos permiten abordar los enigmas más significativos de la vida humana, en la medida en que esto sea posible dentro de los límites a los que está sujeta la comprensión de los mundos superiores en nuestra época. Empezaremos hoy por los fenómenos más conocidos y luego nos esforzaremos por llegar a esferas cada vez más elevadas de la existencia, para penetrar en los enigmas profundamente ocultos de la vida del hombre. No partiremos de ningún concepto o idea tan firmemente establecida como para parecerse a los dogmas, sino que nos referiremos, sencillamente al comienzo, a asuntos que todos sentirán como relacionados con la vida cotidiana.

Toda la Ciencia Espiritual se basa en la suposición de que debajo del mundo normalmente conocido por nosotros, subyace otro: el mundo espiritual. Es en este mundo espiritual subyacente al mundo de los sentidos, y en cierto sentido también al mundo del alma, donde tenemos que buscar las causas y condiciones reales de lo que ocurre en esos otros mundos.

Seguramente todos ustedes sabrán que existen métodos definidos que el hombre puede aplicar a su vida anímica y que le permiten despertar ciertas facultades interiores adormecidas en la vida cotidiana normal, para que finalmente pueda experimentar el momento de la Iniciación. A partir de ahí él tiene a su alrededor un mundo nuevo, el mundo de las causas y condiciones espirituales que subyacen al mundo de los sentidos y al mundo del alma. Es como cuando, después de una operación, un hombre hasta ahora ciego encuentra a su alrededor el mundo de los colores y de la luz. En la vida normal de hoy, el hombre está aislado de este mundo de realidades y seres espirituales, y es sobre este mundo que trataremos de arrojar luz en estas conferencias.

El hombre está aislado del mundo espiritual por dos lados, el exterior y el interior, como podemos llamarlos. Cuando dirige su mirada al mundo exterior, percibe en primer lugar lo que allí se presenta a sus sentidos. Ve los colores y la luz, oye los sonidos, percibe el calor y el frío, los olores, los sabores, etc. Este es el mundo que le rodea inmediatamente. Al contemplar este mundo nos damos cuenta, para empezar, de una especie de límite. A través de la percepción directa, de la experiencia directa, el hombre es incapaz hoy en día de mirar detrás del límite que le presentan los colores y la luz, los sonidos, los olores, etc. Una ilustración trivial lo pondrá de manifiesto. Supongamos que miramos una superficie pintada de azul. En condiciones normales, por supuesto, no podemos ver lo que hay detrás de esta superficie. Un pensador superficial podría objetar que ¡sólo se trata de mirar detrás de la superficie! Pero esto no es así con respecto al mundo que nos rodea, pues precisamente por lo que percibimos se nos oculta un mundo espiritual exterior y, a lo sumo, podemos sentir que el color y la luz, el calor, el frío, etc., son manifestaciones externas de un mundo que está detrás. Pero no podemos, en un momento dado, penetrar a través de los colores, luces y sonidos, y experimentar lo que hay detrás de ellos. Tenemos que experimentar todo el mundo espiritual exterior a través de estas manifestaciones. Pero después de una pequeña reflexión podremos, de acuerdo con la lógica más elemental, decir: Aunque la física moderna u otras ramas de la ciencia declaren que detrás de los colores hay una sustancia etérica vibrante, pronto se hace evidente que lo que así se supone que hay detrás de los colores es algo añadido por el pensamiento. Nadie puede percibir realmente lo que la física declara como vibraciones, movimientos, de los que el color es sólo un efecto; ni tampoco puede nadie decir con certeza si hay realidad en lo que se supone que hay detrás de las impresiones sensoriales. Es, en principio, una mera conjetura. El mundo exterior de los sentidos se extiende ante nosotros como un tapiz y tenemos la sensación de que detrás de este tapiz hay algo en lo que nuestra facultad de percepción no puede penetrar.

Ahí está, pues, el primer límite. Encontramos el segundo cuando miramos dentro de nuestro propio ser. Dentro de nosotros encontramos un mundo de alegría y dolor, de felicidad y sufrimiento, de pasiones, impulsos, deseos, etc., en resumen, todo lo que llamamos nuestra vida del alma. Solemos resumirlo diciendo: "Siento este placer o este dolor; tengo estos impulsos, deseos o pasiones". Pero seguramente también tenemos la sensación de que detrás de esta vida anímica interior se esconde algo, algo que está oculto por nuestras experiencias anímicas al igual que algo que pertenece al mundo exterior está oculto por nuestras percepciones sensoriales. Pues, ¿Quién no reconoce que cuando nos despertamos por la mañana, la alegría, el dolor, la felicidad, el sufrimiento y otras experiencias semejantes, surgen como de un reino desconocido, y que en cierto sentido el hombre se entrega a ellas? ¿Y hay alguien que, si revisa toda su vida anímica, pueda negar que debe haber dentro de él algo más profundo, algo al principio oculto para sí mismo, del cual brotan su alegría, su sufrimiento, su felicidad, su pena y todas sus experiencias anímicas, y que éstas, no menos que las percepciones sensoriales externas, deben ser manifestaciones de un mundo desconocido?

Y ahora preguntemos: Si estos dos límites existen realmente, o al menos se puede suponer que existen, ¿no tenemos, como seres humanos, ciertas posibilidades de penetrar a través de ellos? ¿Existe algo en las experiencias del hombre que le permita atravesar este velo de percepciones sensoriales, de la misma manera que atravesaría una membrana que cubre algo que se encuentra detrás de ella? ¿Y hay algo que nos lleve a mayores profundidades de nuestra naturaleza interior, detrás de nuestros sufrimientos, detrás de nuestras alegrías, detrás de nuestras pasiones? ¿Somos capaces de avanzar en el mundo exterior y también en el mundo interior?

Hay dos experiencias que nos permiten atravesar la capa que cubre el mundo exterior y la resistencia en el mundo interior. Algo así como una membrana es atravesada y podemos entrar en el mundo oculto tras el velo de las percepciones sensoriales. Este mundo puede revelarse a nosotros cuando en el curso de ciertos procesos normales de la vida se producen experiencias totalmente nuevas, experiencias que dan lugar a la sensación de que las percepciones externas a través de los sentidos están desapareciendo, que el tapiz del mundo exterior se está rompiendo; entonces podemos decir que estamos penetrando un poco en el mundo que yace detrás de las percepciones de los sentidos.

Esta experiencia no es decididamente beneficiosa para la vida humana en su conjunto; es el estado que suele conocerse como éxtasis, cuando este término se utiliza en el sentido original. Hace que el hombre se olvide momentáneamente de las impresiones del mundo de los sentidos, de modo que durante un tiempo no es consciente de los colores, sonidos, olores, etc., que le rodean y es insensible a las impresiones sensoriales ordinarias. En determinadas circunstancias, esta experiencia de éxtasis puede llevar al hombre a un punto en el que realmente tiene experiencias nuevas, experiencias que no se producen de forma cotidiana. Hay que subrayar de nuevo que el éxtasis en esta forma no debe considerarse como un estado deseable; se describe aquí simplemente como una condición posible. El estado no inusual de estar "fuera de sí", como se dice, no debe ser llamado éxtasis. En una de las dos condiciones posibles, el hombre se vuelve impermeable a las impresiones transmitidas por los sentidos; simplemente cae en un desvanecimiento en el que, en lugar de las impresiones de los sentidos, la oscuridad negra se extiende a su alrededor. Para un hombre normal esa es realmente la condición más segura de las dos.

Existe también una forma de extasiarse en la que el hombre no sólo se encuentra rodeado de una densa oscuridad, sino que esta oscuridad se llena de un mundo hasta ahora totalmente desconocido para él. No se trata de un mundo de ilusión, de engaño... o, si se quiere, dejémoslo así por el momento... no supondremos que este mundo tenga un significado real, sino que lo llamaremos un mundo de apariciones, de fantasmas. El punto real aquí es que lo que se ve puede ser, en efecto, un mundo -ya sea de imágenes o de ilusiones- que no era conocido anteriormente. El hombre debe preguntarse entonces: "¿Soy capaz, con todas mis capacidades, de construirme un mundo así a partir de mi conciencia ordinaria?". Si este mundo de imágenes es tal que puede decirse a sí mismo: "Soy incapaz de construir tal mundo de imágenes a partir de mis propias experiencias", entonces es obvio que las imágenes deben venirle de alguna parte. Más adelante decidiremos si este mundo ha sido conjurado mágicamente ante él como una ilusión, o si es la realidad. La cuestión es que hay estados en los que el hombre ve mundos hasta ahora desconocidos para él.

Ahora bien, este estado de arrebato está ligado a un inconveniente muy especial para los seres humanos normales. De la experiencia misma se desprende que este estado de éxtasis sólo puede ser inducido por medios naturales si lo que el hombre en cuestión llama su Ego, su yo fuerte e interior, a través del cual mantiene unidas todas sus experiencias separadas, es, por así decirlo, extinguido. Su Ego está enteramente suprimido; es como si estuviera fuera de sí mismo, vertido en el nuevo mundo que llena la oscuridad que le rodea. Innumerables seres humanos ya han tenido la experiencia que estoy describiendo, o al menos son capaces de tenerla. - Se dirá más sobre esto en conferencias posteriores.

En relación con esta experiencia de éxtasis, hay dos aspectos a tener en cuenta. El primero es que las impresiones sensoriales reales se desvanecen, también las experiencias que el hombre tiene cuando siente y puede decir: "Veo ese color, oigo estos sonidos", etc. En el estado de éxtasis nunca es consciente de su Ego, no se distingue de los objetos que le rodean. Fundamentalmente hablando, es sólo el Ego el que puede distinguirse de los objetos circundantes. Por lo tanto, en el éxtasis el hombre no puede distinguir si se trata de un espejismo o de la realidad, pues sólo el Ego puede decidir al respecto.

En el éxtasis hay una pérdida o al menos una considerable disminución de la conciencia del yo y un desvanecimiento de la percepción de los sentidos; estas dos experiencias son paralelas. El velo del mundo de los sentidos parece desmoronarse, disolverse, es como si el yo, que de otro modo parece encontrar una barrera constituida por el velo del mundo de los sentidos, fluyera a través de las percepciones de los sentidos y viviera en un mundo de imágenes que presenta algo completamente nuevo. En el estado de éxtasis el hombre se da cuenta de seres y sucesos hasta ahora desconocidos para él, que no encuentra en ninguna parte del mundo físico, por muchas comparaciones que haga. Lo esencial es que experimenta algo totalmente nuevo.

En el éxtasis sucede algo que es como una ruptura de los límites externos que rodean al hombre. Si este nuevo mundo es sólo una ilusión o una realidad, es algo que se verá más adelante.

Preguntémonos ahora si también somos capaces de ir detrás de nuestro mundo interior, detrás del mundo de nuestras pasiones, impulsos y deseos, de nuestras alegrías y sufrimientos, penas, etc. Esto también es posible. De nuevo, hay experiencias que llevan más allá del reino de la vida anímica ordinaria, si profundizamos en esta vida anímica interiormente. Este es el camino que siguen muchos de los llamados místicos. En este proceso de profundización mística, el hombre primero aparta su atención del mundo de los sentidos y la concentra en sus propias experiencias interiores. Los místicos que se proponen no indagar en las causas externas de sus intereses, sus simpatías y antipatías, sus penas, alegrías, etc., sino que sólo están atentos a las experiencias que fluyen y refluyen en su alma, penetran aún más profundamente en su vida anímica y tienen experiencias muy definidas, diferentes de las conocidas ordinariamente.

Una vez más, estoy describiendo una condición conocida y accesible para innumerables seres humanos. Estoy hablando, para empezar, de experiencias que surgen cuando las condiciones normales han sido trascendidas sólo en un grado muy ligero. La esencia de tales experiencias es que el místico que se hunde cada vez más en sí mismo transforma ciertos sentimientos en algo muy diferente. Si, por ejemplo, un hombre normal -que es totalmente ajeno a cualquier tipo de experiencia mística- sufre un golpe doloroso por parte de otro hombre, su resentimiento se dirigirá contra él. Esa es la reacción natural. Pero quien practica la profundización mística tendrá un sentimiento muy diferente. Tal hombre siente: Nunca habrías tenido que sufrir este golpe si en algún momento no lo hubieras provocado tú mismo. De lo contrario, este hombre no se habría cruzado en tu camino. Por lo tanto, no puedes justificar tu resentimiento contra alguien que se puso en contacto contigo a través de los acontecimientos del mundo para darte el golpe que te has merecido. - Tales personas, si profundizan en sus diferentes experiencias, adquieren un cierto sentimiento sobre su vida anímica en su conjunto. Se dicen a sí mismos: "He conocido mucha pena, mucho sufrimiento, pero en algún momento yo mismo fui la causa de ello. Debo haber hecho ciertas cosas, aunque no pueda recordarlas. Si no he merecido estos sufrimientos en mi vida actual, es obvio que debe haber habido otra vida en la que hice las cosas por las que ahora lo estoy compensando".

Mediante esta profundización interior de la experiencia, el alma cambia su actitud anterior, se centra más en sí misma, busca dentro de sí lo que antes buscaba en el mundo exterior. Así ocurre, evidentemente, cuando alguien se dice a sí mismo: "El hombre que me dio el golpe fue conducido a mí precisamente porque yo mismo fui la causa del mismo". Tales personas prestan cada vez más atención a su propia naturaleza interior, a su propia vida interior. En otras palabras, al igual que un individuo en estado de éxtasis mira a través del velo exterior de las percepciones de los sentidos a un mundo de seres y realidades hasta ahora desconocidos para él, así el místico penetra por debajo de su Ego ordinario. Es el Ego ordinario el que se rebela contra el golpe que viene de fuera; pero el místico penetra en lo que está por debajo de este Ego, en algo que realmente ha causado el golpe. De este modo, el místico llega a una etapa en la que gradualmente pierde de vista por completo el mundo exterior. Poco a poco, cualquier concepto del mundo exterior se desvanece y su propio YO se expande como si fuera un mundo entero. Pero así como no decidiremos en este momento si el mundo revelado en el éxtasis es espejismo, realidad o fantasía, tampoco decidiremos si lo que el místico siente en comparación con la vida ordinaria del alma es realidad o si es él mismo la causa de su pena y sufrimiento. Puede que todo sea un sueño, pero no deja de ser una experiencia que puede llegar realmente al hombre. Lo importante es que por dos lados -hacia afuera y hacia adentro- penetra en un mundo hasta ahora desconocido para él.

Si ahora reflexionamos que en una condición de éxtasis un hombre pierde la comprensión de su Yo, nos daremos cuenta de que éste no es un estado por el que deba luchar alguien que lleva una vida ordinaria, pues la posibilidad de lograr algo en el mundo, todo nuestro poder de orientación en el mundo, depende del hecho de que en nuestro Yo tengamos un centro firme de nuestro ser. Si el éxtasis nos priva de la posibilidad de experimentar el Yo, entonces por el momento hemos perdido nuestro propio ser. Y por otro lado, cuando el místico atribuye todo al Yo, se hace culpable de todo lo que tiene que experimentar, esto tiene el efecto perjudicial de hacerle buscar dentro de sí mismo la causa última de todo lo que sucede en el mundo. Pero así pierde la facultad de orientarse sanamente en la vida, se carga de culpa y es incapaz de establecer ninguna relación correcta con el mundo exterior.

Por lo tanto, en ambas direcciones, tanto en el éxtasis ordinario como en la experiencia mística ordinaria, se pierde la facultad de orientación en el mundo. Por lo tanto, es bueno que el hombre encuentre barreras en ambas direcciones. Si lleva su Yo a la expresión en la dirección exterior, encuentra la barrera de las percepciones de los sentidos; éstas no le dejan pasar a lo que hay detrás del velo del mundo de los sentidos y eso es beneficioso para él porque normalmente puede mantener la plena posesión de su Yo. Y en la otra dirección, las experiencias internas en la vida del alma no le dejan pasar por debajo del Yo, por debajo de los sentimientos que conducen a la facultad de orientación. Está encerrado entre dos barreras en el mundo exterior y en el mundo interior del alma y en circunstancias normales no puede penetrar más allá del punto en el que le es posible la orientación en la vida.

En lo que se ha descrito se ha hecho una comparación entre el estado normal de la vida y los estados anormales del éxtasis y la experiencia mística incontrolada. El éxtasis y la experiencia mística son estados anormales, pero en la vida cotidiana hay algo que nos ayuda a ser conscientes de las barreras a las que nos referimos con mucha más claridad, a saber, los estados alternos de vigilia y sueño por los que pasamos en 24 horas.

¿Qué es lo que hacemos en el sueño? En el sueño hacemos exactamente lo mismo, en cierto sentido, que en el estado anormal de éxtasis descrito anteriormente. El "hombre interior" que hay en nosotros se extiende al mundo exterior. Eso es lo que ocurre realmente. Así como en el éxtasis derramamos nuestro Yo, perdemos el control de nuestro Yo, en el sueño no sólo perdemos nuestra conciencia del Yo, sino que perdemos aún más, lo que es beneficioso. En el éxtasis perdemos sólo nuestra conciencia del Yo, pero seguimos teniendo a nuestro alrededor un mundo de imágenes hasta ahora desconocidas, un mundo de realidades y seres espirituales. En el sueño no hay tal mundo a nuestro alrededor, porque todo lo que está en el camino de la percepción ha desaparecido. Por tanto, el sueño difiere del éxtasis en este aspecto: en el sueño, junto con la extinción del Yo, también se extingue la facultad de percepción del hombre, ya sea física o espiritual. Mientras que en el éxtasis sólo se extingue el Yo, en el sueño la facultad de percepción y la conciencia también se borran. El hombre no sólo ha volcado su Yo en el mundo, sino que también ha entregado su conciencia a este mundo. Lo que queda del hombre durante el sueño es lo que hay en él aparte del Yo y aparte de la conciencia. En el hombre normal dormido tenemos ante nosotros un ser en el mundo físico que ha descartado tanto su conciencia como su Yo. ¿Y adónde ha ido la conciencia, adónde ha ido el Yo? Tras la explicación del estado de éxtasis, también podemos responder a esta pregunta. En el estado de éxtasis tenemos a nuestro alrededor un mundo de realidades y seres espirituales. Pero si también renunciamos a la conciencia, entonces en ese mismo momento nos rodea una densa oscuridad: dormimos. Así pues, tanto en el sueño como en el éxtasis, hemos renunciado al Yo, y además -ésta es la característica del sueño- al portador de nuestra conciencia y sus manifestaciones. Este es nuestro cuerpo astral; se vierte en el mundo de los seres y hechos espirituales revelados en el estado de éxtasis. Por lo tanto, podemos decir que el sueño del hombre es una especie de éxtasis - una condición en la que está fuera de su cuerpo no sólo en lo que respecta a su Yo, sino también en lo que respecta a su conciencia. En el estado de éxtasis, el Yo, que es un miembro del ser humano, ha sido abandonado; y en el sueño se abandona también otro miembro, pues el cuerpo astral sale también del cuerpo físico, y con esta salida del cuerpo astral se elimina la posibilidad de la conciencia.

Tenemos, pues, que imaginarnos al hombre dormido como constituido, por un lado, por los miembros que aún yacen en el lecho -el cuerpo físico y el cuerpo etérico- y, por otro lado, por los miembros que están fuera del durmiente y que han sido entregados a un mundo que es, para empezar, un reino desconocido; estos miembros son el Yo, que en el éxtasis también se entrega, y un segundo miembro también, que en el éxtasis no se entrega: el cuerpo astral.

El sueño representa una especie de partición del ser del hombre. La conciencia y el YO se separan de las envolturas exteriores y lo que ocurre en el sueño es que el hombre pasa a un estado en el que ya no sabe nada de las experiencias de la vida de vigilia, en el que no tiene conciencia alguna de lo que le han aportado las impresiones exteriores. Su interior se entrega a un mundo del que no tiene conciencia, del que no sabe nada. Ahora bien, por una razón determinada de la que oiremos hablar mucho, este mundo al que se entrega el ser interior del hombre, al que han pasado su Yo y su cuerpo astral y en el que ha olvidado todas las impresiones de la vida de vigilia, se llama el Macrocosmos, el Gran Mundo. Mientras duerme, el hombre se entrega al Macrocosmos, se vierte en el Macrocosmos.

Durante el éxtasis también se entrega al Macrocosmos, pero en ese caso conoce algo de él. Es característico del éxtasis que el hombre experimente algo -ya sean imágenes o realidades- de lo que se extiende a su alrededor en un vasto dominio del espacio en el que se cree perdido. Experimenta algo así como una pérdida de su Yo, pero como si estuviera en un reino hasta ahora desconocido para él. Esta identificación con un mundo que difiere del de la vida cotidiana, cuando nos sentimos sujetos sólo a nuestro cuerpo, nos justifica desde el principio para hablar de un Macrocosmos, un Gran Mundo, en contraste con el "pequeño mundo" de nuestra vida ordinaria de vigilia, cuando nos sentimos encerrados en nuestra piel. Esta es sólo la visión más superficial del asunto. En el estado de éxtasis nos hemos adentrado en el Macrocosmos, donde vemos formas fantásticas, es decir, son fantásticas porque no hay semejanza con nada del mundo físico. No podemos distinguirnos de ellas. Sentimos que todo nuestro ser se expande en el Macrocosmos. Eso es lo que ocurre en el éxtasis. Con esta concepción del estado de éxtasis podemos, al menos por analogía, formarnos una idea de por qué perdemos el yo en ese estado.

Imaginemos el Yo del hombre como una gota de líquido coloreado. Suponiendo que tuviéramos un recipiente muy pequeño capaz de contener esta gota, la gota sería visible por su color. Pero si la gota se pusiera en un recipiente grande, digamos en una cuenca de agua, la gota ya no sería perceptible. Si aplicamos esta analogía al Yo, que en el estado de éxtasis se expande sobre el Macrocosmos, podremos concebir que el Yo se siente cada vez más débil a medida que se expande. Cuando el Yo se expande sobre el Macrocosmos, pierde la facultad de autoconciencia, a semejanza de como una gota pierde su identidad en un gran vaso de agua. Así podemos entender que cuando el hombre se entrega al Macrocosmos, el Yo se pierde. Sigue estando ahí, sólo que al derramarse en el Macrocosmos no sabe nada de sí mismo.

Pero en el sueño hay otro factor de importancia. Mientras el hombre tiene conciencia, actúa. En el estado de éxtasis tiene una especie de conciencia, pero le falta el YO que lo guía. No controla sus acciones; se entrega por completo a las impresiones que se producen en él. Una característica esencial del éxtasis es que el hombre en cuestión es realmente capaz de realizar acciones. Sin embargo, visto desde fuera, es como si hubiera cambiado por completo. En realidad, no es él quien actúa, sino que lo hace como si estuviera sometido a influencias muy diferentes. Porque muchos seres aparecen y ejercen influencia sobre él. Ahí está el peligro del éxtasis. Como lo que el hombre ve es una multiplicidad, queda bajo el control ahora de un ser, ahora de otro, y parece desintegrarse. Este es el peligro del estado de éxtasis. El hombre está entregado a un mundo espiritual, pero es un mundo que lo desgarra interiormente.

Si pensamos en el sueño, debemos admitir que el mundo en el que entramos tiene una cierta realidad. La existencia de un mundo sólo puede negarse mientras no se observen sus efectos. Si se insiste en que hay alguien detrás de una pared, esto puede negarse mientras no se oigan golpes; si hay golpes, el sentido común ya no puede negarlo. Cuando se perciben los efectos de un mundo, no es posible considerar ese mundo como pura fantasía.

¿Existen, entonces, efectos perceptibles del mundo que vemos en el éxtasis pero no en el sueño normal? De los efectos del mundo en el que nos hallamos durante el sueño podemos convencernos todos cuando nos despertamos por la mañana. Nuestra condición entonces es diferente a la de la noche anterior. Por la noche estamos cansados, nuestras fuerzas están agotadas y deben reponerse; pero por la mañana nos despertamos con fuerzas frescas que se han reunido durante el sueño. Cuando el hombre, con su yo y su cuerpo astral, se entrega a otro mundo, extrae de ese mundo -que en el éxtasis se percibe, pero que en el sueño normal se borra- las fuerzas que necesita para la vida del día. Cómo sucede esto en realidad no debe preocuparnos ahora; lo importante es que este mundo nos trae fuerzas que destierran la fatiga. El mundo del que brotan las fuerzas que destierran la fatiga es el mismo que vemos en el éxtasis. Cada mañana nos damos cuenta de los efectos del mundo que percibimos en el éxtasis, pero no en el sueño. Cuando hay un mundo que produce efectos ya no podemos hablar de una irrealidad.

Del mismo mundo en el que miramos en el estado de éxtasis, y que en el sueño es borrado, sacamos las fuerzas que nos fortalecen para la vida del día. Lo hacemos en circunstancias muy especiales. Durante este proceso de extracción de fuerzas de ese mundo espiritual no nos percibimos a nosotros mismos. La característica esencial del sueño es que logramos algo pero no tenemos conciencia de nosotros mismos durante esta actividad. Si tuviéramos tal conciencia, el proceso se llevaría a cabo con mucha menos eficacia que cuando no somos conscientes de ello. También en la vida cotidiana hay asuntos en los que hacemos bien en decir a muchos: "¡Manos fuera!". Todo iría mal si interfirieran en él. Si un hombre tomara parte en esta difícil operación de restablecer las fuerzas agotadas durante el día anterior, lo arruinaría todo porque todavía no es capaz de ser un participante consciente. Es providencial que la conciencia de su propia existencia le sea arrebatada al hombre en el momento en que podría hacer daño a su propio desarrollo.

Así, olvidando su propia existencia al ir a dormir, el hombre pasa al Macrocosmos. Cada noche pasa de su existencia microcósmica al Macrocosmos y se convierte en uno con este último en la medida en que vierte en él su Yo y su cuerpo astral. Pero como en el curso actual de su vida sólo es capaz de trabajar en el mundo de la vida de vigilia, su conciencia cesa en el momento en que pasa al Macrocosmos. Por eso siempre se ha dicho en la ciencia oculta que entre la vida en el Microcosmos y en el Macrocosmos se encuentra la corriente del olvido. En esta corriente de olvido el hombre pasa al Gran Mundo, cuando al ir a dormir pasa del Microcosmos al Macrocosmos. Así podemos decir que durante cada período de sueño, el hombre entrega dos miembros de su ser -el cuerpo astral y el Yo- al Macrocosmos.

Y ahora pensemos en el momento de la vigilia. En el momento de la vigilia, el hombre comienza a sentir de nuevo el placer, el dolor y cualquier impulso y deseo que haya experimentado recientemente. Esta es la primera experiencia. La segunda experiencia es que su conciencia del yo regresa. De la vaga oscuridad del sueño resurgen las experiencias anímicas y el Yo. Por lo tanto, tenemos que decir que si el hombre consistiera sólo en aquellos miembros que permanecieron en la cama durante la noche, no podría, al despertar, ser consciente de las experiencias pasadas en la vida del alma, tales como el placer, el sufrimiento, etc., porque lo que ha estado acostado está, en el sentido más verdadero, en la misma condición que una planta. No tiene experiencias del alma. Pero tampoco tiene el "hombre interior" durante el sueño, aunque este hombre interior es el portador de tales experiencias. De esto se desprende que en la vida ordinaria, antes de poder experimentar realmente el sufrimiento, el placer, la simpatía, la antipatía, etc., el cuerpo astral debe sumergirse en las envolturas del hombre que permanece tumbado en la cama; de lo contrario, no puede tomar conciencia de tales experiencias. Podemos, pues, decir: La parte de nuestro ser -constituida por el cuerpo astral y el Yo- que por la noche se vierte en el Macrocosmos y da lugar a nuestras experiencias internas, se hace perceptible para nosotros en la vida normal sólo por el hecho de que al despertarnos descendemos a las envolturas que han permanecido acostadas.

Lo que subyace ahí es nuevamente de doble carácter. Una parte es lo que experimentamos al despertar como nuestra vida interior. En el Macrocosmos, durante el sueño, no podemos ser conscientes del juego de nuestros sentimientos, o, en resumen, de nuestras experiencias anímicas. Pero cuando, al despertar, penetramos de nuevo en los miembros de nuestro ser que han permanecido tumbados en la cama, podemos experimentar no sólo nuestros sentimientos interiores, sino también el mundo exterior de las impresiones sensoriales. Percibimos el rojo de la rosa; el deleite en la rosa es una experiencia interior; la percepción del color rojo es una experiencia exterior. Por lo tanto, lo que está ahí en la cama debe ser doble: una parte debe reflejarnos lo que experimentamos interiormente, y la otra parte percibe un mundo exterior. Si sólo existiera la una sin la otra, al despertarnos sólo experimentaríamos un mundo interior o un mundo exterior. Tendríamos ante nosotros un panorama de impresiones externas y no sentiríamos placer ni dolor; o a la inversa, sólo sentiríamos placer y dolor y no percibiríamos nada del mundo externo. Al despertar nos sumergimos, no en una unidad, sino en una dualidad. En el sueño, una dualidad del ser se ha vertido en el Macrocosmos, y al despertar nos sumergimos en el Microcosmos, otra dualidad. Lo que nos permite experimentar una imagen exterior del mundo de los sentidos es el cuerpo físico, y lo que nos permite en la vida de vigilia tener una vida interior del alma, es el cuerpo etérico. Si, al despertar, penetráramos sólo en el cuerpo físico, nos enfrentaríamos a las imágenes externas, pero permaneceríamos interiormente vacíos, fríos y apáticos, sin tener interés en nada de lo que nos rodea o se presenta en las imágenes. Si sólo penetráramos en el cuerpo etérico, no tendríamos ningún mundo exterior, sino sólo un mundo de sentimientos, que surgen y desaparecen. Y así, al despertar, entramos en un ser doble: entramos en el cuerpo etérico, que actúa como un espejo del mundo interior, y en el cuerpo físico, el medio para las impresiones del mundo exterior de los sentidos.

Las experiencias reales justifican, pues, que hablemos del hombre como un ser cuádruple. Dos de sus miembros -el Yo y el cuerpo astral- pertenecen, durante el sueño, al Macrocosmos. En la vida de vigilia, el Yo y el cuerpo astral pertenecen al Microcosmos que está encerrado en la piel. Este "pequeño mundo" es el medio de todo lo que tenemos ante nosotros en el estado normal de vigilia, pues es el cuerpo físico el que nos permite tener un mundo externo ante nosotros, y el cuerpo etérico el que nos permite tener una vida interna.

Así, el hombre vive alternativamente en el Microcosmos y en el Macrocosmos. Cada mañana entra en el Microcosmos. El hecho de que en el sueño se vierta, como una gota en un gran vaso de agua, en el Macrocosmos, significa que en el momento de pasar del Microcosmos al Macrocosmos, debe pasar por la corriente del olvido.

¿Por qué medios, entonces, puede el hombre, siempre que se profundice interiormente, inducir hasta cierto punto esas condiciones que se describieron al principio de la conferencia? En el éxtasis, el Yo se vierte en el Macrocosmos, mientras que el cuerpo astral ha permanecido en el Microcosmos. ¿En qué consiste el estado místico? Nuestra vida diaria en los cuerpos físico y etérico, en el Microcosmos, es notable en extremo. En realidad, no descendemos a estos cuerpos de manera que nos demos cuenta de su naturaleza interna. Estas dos envolturas hacen posible nuestra vida anímica y nuestras percepciones sensoriales. ¿Por qué al despertar nos damos cuenta de nuestra vida anímica? Porque el cuerpo etérico no nos permite mirar dentro de él, al igual que un espejo no nos permite ver lo que hay detrás de él y por eso mismo nos permite vernos en él. El cuerpo etérico nos devuelve la vida del alma y, al hacerlo, nos parece como si fuera la causa real de nuestra vida del alma. Sin embargo, el propio cuerpo etérico resulta ser impenetrable. No penetramos en él, sino que nos devuelve una imagen de nuestra vida anímica. Esa es su peculiaridad. El místico, sin embargo, mediante la intensificación de la vida del alma, logra penetrar hasta cierto punto en el cuerpo etérico; ve más que la imagen reflejada. Al abrirse paso en esta parte del Microcosmos, experimenta en su interior lo que en el estado normal el hombre experimenta vertido sobre el mundo exterior. Así, el místico, mediante la profundización interior, penetra hasta cierto punto en su cuerpo etérico; penetra por debajo de ese umbral donde la vida anímica se refleja en otras circunstancias en la alegría, el sufrimiento, etc., en el interior del cuerpo etérico. Lo que el místico experimenta al pasar el umbral son procesos en su propio cuerpo etérico. Entonces experimenta algo que es de alguna manera comparable con la pérdida del Yo en el estado de éxtasis. En este último caso, el Yo se vuelve evanescente, por así decirlo, habiendo sido vertido en el Macrocosmos, y en la experiencia mística el Yo se "densifica". El místico se da cuenta de esto por el hecho de que el principio adoptado por el Yo ordinario de actuar de acuerdo con la inteligencia ligada al cerebro y los dictados de los sentidos, es ignorado, y los impulsos para sus acciones surgen de los sentimientos internos que surgen directamente de su cuerpo etérico y no, como en el caso de otras personas, meramente reflejados por él. Las experiencias internas intensamente fuertes del místico se deben al hecho de que penetra directamente en su propio cuerpo etérico.

Mientras que en el estado de éxtasis el hombre expande su ser en el Macrocosmos, el místico se comprime en el Microcosmos. Ambas experiencias, ya sea la de percibir en el éxtasis ciertos sucesos y seres en el Macrocosmos, o la de sufrir experiencias interiores inusuales como místico, están relacionadas entre sí, y esta relación puede describirse sencillamente de la siguiente manera. El mundo que vemos con nuestros ojos y oímos con nuestros oídos despierta en nosotros ciertos sentimientos de placer, dolor, etc. Sentimos que en la vida normal todo esto está interconectado. La alegría en el mundo exterior que siente una persona puede ser más intensa que la que siente otra, pero éstas son sólo diferencias de grado. Los intensos sufrimientos y éxtasis del místico son enormemente diferentes en calidad. También hay grandes diferencias de calidad entre lo que ven los ojos y oyen los oídos y lo que experimenta una persona en éxtasis, cuando se entrega a un mundo que no es como el de los sentidos. Pero si pudiéramos obtener de alguien en éxtasis una descripción de sus raptos y tormentos, deberíamos poder decir que la persona en éxtasis puede derivar de su visión de seres y acontecimientos experiencias como las del místico. Y si, por otro lado, escucháramos al místico describir sus emociones y sentimientos, deberíamos decir que algo así puede experimentarse igualmente en el éxtasis.

El mundo del místico es un mundo real. Del mismo modo, los seres que se encuentran en el estado de éxtasis son subjetivamente reales, en el sentido de que se ven realmente. El hecho de que las experiencias sean ilusiones o realidades no viene al caso. La persona en cuestión ve un mundo diferente del mundo de los sentidos; el místico experimenta alegrías, emociones y tormentos que no son comparables con nada conocido en la vida cotidiana. Sin embargo, el místico no ve el mundo que se le revela a uno en estado de éxtasis, y éste no tiene experiencia del mundo del místico. Ambos mundos son independientes el uno del otro. - Es una relación extraña, pero se puede encontrar una explicación del mundo de uno a la luz de las experiencias del otro. Si una persona normal experimentara realmente el mundo descrito por uno en estado de éxtasis, el efecto demoledor sería comparable a la intensidad de las experiencias vividas por el místico.

Hemos señalado así una cierta conexión entre los mundos de la experiencia mística y del éxtasis. Tanto en el interior como en el exterior, el hombre se encuentra con el mundo del espíritu.

Lo que se ha descrito hoy les parecerá a muchos de ustedes una hipótesis aventurada, pero en las próximas conferencias trataremos de responder a las preguntas: ¿Hasta qué punto somos capaces de penetrar en un mundo real abriéndonos paso a través del tapiz del mundo exterior de los sentidos? ¿Hasta qué punto es posible ir más allá del mundo que experimenta el hombre en el estado de éxtasis y penetrar en un mundo exterior real, y penetrar por debajo del mundo interior del místico en un reino que se encuentra por debajo del Ego humano pero en el que también hay realidad? En las próximas conferencias se hablará cada vez con más detalle de los caminos que conducen al mundo espiritual a través del Macrocosmos y del Microcosmos.

Traducido por J.Luelmo agosto2021