domingo, 22 de agosto de 2021

GA119-4 Viena 24 de marzo de 1910 -Las facultades del alma humana y su desarrollo

    volver al ciclo

 RUDOLF STEINER


MACROCOSMOS Y MICROCOSMOS

 Las facultades del alma humana y su desarrollo.

Viena 24 de marzo de 1910

4ª conferencia

 

La conferencia de ayer concluyó con una alusión a las dos fronteras dentro de las cuales está encerrada la conciencia normal del hombre, y hoy comenzaremos hablando de las regiones que se encuentran más allá de estas fronteras. El hombre encuentra estas regiones cuando, como resultado del desarrollo interior, traspasa el Guardián Menor o el Guardián Mayor del Umbral.

Hoy trataremos de aclarar qué tipo de experiencias vienen al hombre cuando, después de traspasar el Guardián Menor del Umbral, desciende conscientemente a su propio ser interior. Sabemos que en la vida ordinaria este descenso ocurre todos los días y que en el momento de la vigilia nos resulta imposible percibir o ser conscientes de nuestro propio ser interior. Para entender esto es necesario tener en mente claramente algo que está esencialmente e interiormente conectado con todo el desarrollo del hombre.

En el transcurso de su vida, el hombre pasa de una etapa a otra. Incluso durante su vida, entre el nacimiento y la muerte, experimenta un desarrollo que le lleva a superar las etapas iniciales de la vida, en las que sus facultades y capacidades son poco importantes, para pasar a otras en las que se potencian considerablemente. ¿Cómo se produce este desarrollo en la vida cotidiana? El sueño y la vigilia desempeñan un papel esencial. Cuando pensamos en las experiencias cotidianas que el hombre tiene en su juventud en relación con el aprendizaje y nos imaginamos cómo se transforman estas experiencias en facultades, debemos dirigir nuestra atención a la condición del sueño que es la única que hace posible esta transformación.

Cada noche, al ir a dormir, nuestras almas se llevan algo de la vida cotidiana; lo que nos llevamos -el fruto de nuestras experiencias- se transforma durante el sueño de tal manera que se convierte en nuestras habilidades y capacidades. Por poner un ejemplo concreto. ¡Qué esfuerzos tuvimos que hacer día tras día cuando éramos jóvenes para aprender a escribir! Pero no somos en absoluto conscientes de esas experiencias pasadas cuando hoy tomamos una pluma para dar expresión a nuestros pensamientos. Todos nuestros esfuerzos anteriores para dar forma a las letras se han transformado en la capacidad de escribir. El poder que ha transformado todas esas experiencias cotidianas en la facultad de escribir está realmente presente en las profundidades del alma, pero sólo puede operar cuando nosotros mismos no somos conscientes de ello.

De esto podemos concluir que en nuestras almas hay algo que es más elevado que toda nuestra vida consciente. Durante el sueño se activan fuerzas más elevadas que las disponibles en nuestra vida consciente; las experiencias se transforman en facultades y el alma se vuelve cada vez más madura. Cuando nos dormimos, un ser más elevado trabaja en nuestro interior en nuestro desarrollo posterior; este ser recibe las experiencias del día y las remodela, para que en un período posterior de la vida estén a nuestra disposición en forma de facultades.

Pero sacamos del sueño mucho más de lo que nosotros mismos introducimos en él a través de nuestras experiencias conscientes. Durante el día gastamos fuerzas participando en lo que ocurre a nuestro alrededor. Por la noche sentimos fatiga porque estas fuerzas están agotadas, y durante el sueño se reponen; durante la noche fluyen en nosotros muchas fuerzas distintas de las que hemos adquirido como resultado de nuestra actividad diaria. Nuestra vida durante el sueño es, por tanto, la fuente de innumerables fuerzas que necesitamos para la vida de vigilia.

De esta manera nos vamos desarrollando de etapa en etapa, pero hay un límite definido para este desarrollo. Cada vez que nos despertamos por la mañana nos encontramos con los mismos cuerpos físico y etérico, y sabemos que fundamentalmente hablando podemos hacer muy poco por medio de nuestras propias fuerzas para transformar estos dos cuerpos o para desarrollarlos a una etapa superior. Ciertamente, cualquier persona con conocimiento de la vida se da cuenta de que es posible incluso que el cuerpo físico se transforme hasta cierto punto. Si observamos a una persona que durante diez años se ha dedicado a adquirir conocimientos más profundos que no ha dejado que se queden en mera teoría, sino que se han apoderado de su vida interior, al cabo de esos diez años podemos formarnos una idea de la metamorfosis interior que se ha producido comparando su aspecto actual con el anterior y percibiendo cómo los conocimientos adquiridos han producido un cambio incluso en sus rasgos; el desarrollo que se ha producido en su alma ha contribuido también a modelar su aspecto corporal. Pero este desarrollo exterior es muy limitado, pues cada mañana nos encontramos con los mismos cuerpos físico y etérico, que poseen las mismas aptitudes que al nacer. Mientras que, en términos relativos, podemos hacer mucho para desarrollar nuestras facultades intelectuales, mentales y de voluntad, sólo podemos transformar nuestras envolturas exteriores, nuestros cuerpos físico y etérico, en una medida mínima. Sin embargo, las fuerzas internas deben estar activas durante toda la vida entre el nacimiento y la muerte, y estas fuerzas deben reavivarse continuamente para que la vida continúe. En el momento de la muerte vemos lo que ocurre con el cuerpo físico cuando el cuerpo etérico ya no actúa en él. Las fuerzas físicas y químicas inherentes al cuerpo físico como tal se imponen a partir del momento de la muerte y lo disuelven, lo desintegran. Que esto no pueda ocurrir durante la vida se debe al cuerpo etérico, que es un fiel luchador contra la desintegración del cuerpo físico. En todo momento nuestro cuerpo físico estaría listo para desintegrarse si no se le suministraran continuamente fuerzas frescas desde el cuerpo etérico. El cuerpo etérico o vital recibe a su vez lo que necesita a este respecto de fuerzas internas aún más profundas, del cuerpo astral, que es el vehículo de la felicidad y la pena, de la alegría y el dolor. De este modo, el cuerpo interior correspondiente está trabajando perpetuamente en el cuerpo exterior. La parte exterior visible de nosotros es sostenida todo el tiempo por las fuerzas interiores. Si el hombre pudiera descender conscientemente a los cuerpos físico y etérico al despertarse, vería cómo el cuerpo astral trabaja sobre el cuerpo etérico y éste sobre el físico, pero los objetos y sucesos externos lo desvían de esta percepción.

Sin embargo, al desarrollar su alma hasta la etapa que le permite experimentar conscientemente el momento de la entrada en los cuerpos etérico y físico al despertar, el hombre puede adquirir un cierto conocimiento de lo que realmente funciona creativamente en su ser interior durante el sueño.


Llegamos a ser conscientes de las fuerzas motrices de nuestra humanidad cuando somos capaces de descender a nuestro ser interior. ¿Qué debemos hacer para lograr esto con conciencia? Debemos prepararnos de tal manera que en el momento de despertar las impresiones externas transmitidas por los ojos, los oídos, etc., no nos perturben, no se impongan inmediatamente sobre nosotros. Debemos entrenarnos para poder salir del estado de conciencia que prevalece en el sueño, de tal manera que seamos capaces de alejar todas las impresiones externas. Cuando podamos hacerlo, atravesaremos el Guardián Menor del Umbral.

¿Qué es lo que vemos si pasamos por el portal que conduce a nuestro propio ser interior? Como auténticos místicos aprendemos a conocer algo de lo que hasta ahora no teníamos ni idea. Las descripciones dadas en la mayoría de los manuales teosóficos de los cuerpos astral, etérico y físico apenas son, si se miran desde un punto de vista interior, más que indicaciones muy aproximadas, aunque pueden servir como indicadores. El conocimiento genuino de estos cuerpos en los que descendemos al despertar sólo es posible como resultado de un paciente y prolongado acercamiento desde todos los ángulos a las grandes verdades de la existencia. Hoy nos esforzaremos por penetrar en estos misterios desde un lado particular.

Aunque el hombre no necesita ver las fuerzas externas que actúan sobre él, aprende a saber por instinto que lo que suele llamarse "alma" es muy diferente de las ideas corrientes sobre ella. Aprende a darse cuenta de que el alma humana es de hecho pequeña, pero que puede ser comparada con algo muy grande; también que las capacidades individuales que el alma puede poseer son muy pequeñas comparadas con las capacidades de ese gran Ser con el que, sin embargo, puede sentirse afín. El conocimiento que se adquiere al descender a los cuerpos físico y etérico es que al despertar salimos de otro mundo en el que hay un Ser análogo a nuestra propia alma, sólo que infinitamente más poderoso. Por eso, al despertar, el alma humana se siente insignificante después de traspasar el Guardián Menor del Umbral y puede decirse a sí misma: Soy insignificante en verdad, pues si ahora no tuviera dentro de mí nada más de lo que me he impartido a mí mismo, si no me hubiera derramado en el mundo espiritual, y si los seres de ese mundo no hubieran dejado que las fuerzas fluyeran dentro de mí, me encontraría en un estado de terrible desconcierto. El alma se da cuenta de la necesidad que tiene de las fuerzas que han afluido a ella durante toda la noche, y de que lo que ha afluido a ella es afín a sus propias tres fuerzas inherentes. Son: en primer lugar, la Voluntad. Todo lo que es de naturaleza volitiva es una de las fuerzas fundamentales del alma, la fuerza que nos guía de una u otra manera; en segundo lugar, el sentimiento. Es la fuerza que hace que el alma sea atraída por una cosa, repelida por otra, que experimente alegría o dolor según el caso; en tercer lugar, el Pensamiento: la capacidad de formarse ideas de las cosas.

Estas tres fuerzas básicas del alma son el patrimonio realmente valioso que podemos desarrollar y elaborar entre el nacimiento y la muerte. Fortaleciendo nuestra voluntad nos volvemos capaces de tomar las riendas de la vida con vigor y eficacia. Si desarrollamos la fuerza del sentimiento, nos daremos cuenta con mayor certeza de lo que está bien y lo que está mal; ser testigos de la justicia y la rectitud nos dará alegría y sentiremos dolor al ver lo que está mal. Si desarrollamos nuestra fuerza de pensar, adquiriremos una sabia comprensión de los fenómenos del mundo.

A lo largo de toda nuestra vida debemos trabajar en estas tres fuerzas básicas del alma. Pero cuando nos despertamos por la mañana en la condición que se ha descrito, habiendo superado el Guardián Menor del Umbral, nos damos cuenta de que cualquier cualidad de la voluntad, del sentir y del pensar que podamos desarrollar en nuestra vida es insignificante comparada con los poderes del Pensar, del Sentir y de la Voluntad que impregnan el mundo espiritual del que salimos en el momento de la vigilia. Nos damos cuenta también de que necesitamos lo que nuestra alma ha absorbido durante la noche, pues lo que nosotros mismos somos capaces de desarrollar conscientemente durante la vida del día no nos llevaría muy lejos. Como un regalo de los mundos espirituales, de las fuerzas superiores del pensar cósmico, del sentir cósmico y de la voluntad cósmica, debe fluir en nosotros durante toda la noche lo que debe descender con nosotros a nuestro ser interior. Cuando tomamos conciencia por primera vez de haber absorbido la Voluntad Cósmica, el Sentir Cósmico y el Pensar Cósmico, nos damos cuenta de que no somos nosotros los que hemos adquirido estas tres fuerzas básicas, sino que, aún sin nuestra cooperación, fluyen hacia nosotros durante el sueño. Además, estas tres fuerzas se transforman en nuestra alma y asumen diferentes aspectos.

Nos damos cuenta de que lo que conocemos en nuestra alma como voluntad es sólo un tenue reflejo de la Voluntad Cósmica que traemos con nosotros; sabemos que ésta, al afluir a nosotros, se transforma en la fuerza que nos permite movernos, tener miembros móviles. Allí fluye en nosotros la facultad que puede ser observada en la manifestación externa cuando vemos a alguien realizando su trabajo diario. Lo que atraemos hacia nosotros desde la Voluntad Cósmica se hace visible en el movimiento de nuestros miembros, en nuestra movilidad. Se revela como una fuerza interior, que fluye en nosotros. Ahora sabemos en verdad que la Voluntad Cósmica fluye a través del universo y a través de nosotros, que nos convertimos en seres móviles y tenemos independencia porque esta Voluntad ha fluido en nosotros durante el sueño. Luego, a lo largo del día, utilizamos esta Voluntad Cósmica. En la vida ordinaria no sentimos la afluencia de la Voluntad macrocósmica, pero cuando hemos superado el Guardián del Umbral la sentimos trabajando en nuestro interior, sentimos que nos hemos hecho uno con la Voluntad Cósmica, que estamos integrados en la Voluntad de los Mundos Cósmicos.

Lo que conocemos en la vida cotidiana como el poder de los sentimientos también ha sido extraído de un depósito infinito del Sentir Cósmico; éste también fluye hacia nosotros y se transforma de tal manera que se vuelve perceptible interiormente para nosotros, siempre que seamos lo suficientemente maduros; es como si este Sentir Cósmico nos impregnara de algo sólo comparable con lo que se llama luz. Nos iluminamos interiormente; lo que fluye en nosotros como este obrar del Sentir Cósmico es luz interior, aunque sin clarividencia no es visible exteriormente como luz. Pero el hombre que ha traspasado el Guardián Menor del Umbral se da cuenta de que lo que necesita para su vida de experiencia interior, es decir, la luz, no es más que un producto del Sentir Cósmico absorbido por él durante el sueño. De esto se desprende que cuando un hombre se entrega a su propia vida interior y a su ser, experimenta algo totalmente nuevo sobre su alma, a saber, lo que su ser interior es capaz de ser como resultado de todo lo que le llega del Macrocosmos. Y sólo cuando siente que las fuerzas del sentir cósmico afluyen a él, es cuando el cuerpo astral está ante él como una realidad.

Las fuerzas del pensar son de tal índole que actúan como un regulador entre lo que fluye hacia nosotros como el poder del movimiento y la luz interior. Debe establecerse un cierto equilibrio entre la luz interior (sentimiento) y la voluntad. Si la relación correcta entre el impulso de la actividad y la luz interior se interrumpiera, la naturaleza corporal del hombre no estaría bien provista desde el interior. El hombre estaría condenado a perecer si uno u otro estuvieran presentes en exceso. Sólo si se ha establecido el verdadero equilibrio puede el hombre desplegar sus facultades de tal manera que las fuerzas correctas sirvan a su existencia exterior.

Así pues, vemos que los efectos del sueño actúan sobre nuestro ser interior y a través de nuestras envolturas exteriores desde la mañana hasta la noche, permitiéndonos hacer frente a las exigencias de la existencia. Teniendo esto en cuenta podemos decir: en verdad nuestra alma es mísera en comparación con lo que hay en el Macrocosmos en el que nuestro ser se vierte durante el sueño, aunque no obstante nuestra alma es afín a él. El gran universo está impregnado por la Voluntad Cósmica, el Sentir Cósmico, el Pensar Cósmico, y esto permite que el pensar, el sentir y la voluntad se desenvuelvan en estadios cada vez más elevados dentro de nuestra propia alma.

Otra experiencia, inmediatamente posterior, puede expresarse diciendo: Aunque hoy mi alma es insignificante en comparación con la gran Alma Cósmica, con el tiempo llegará a ser como ella. Mi alma y sus facultades de pensar, sentir y volitiva son todavía insignificantes, pero con el tiempo llegarán a ser comparables con esta poderosa Alma Cósmica que piensa, siente y dispone.

A esta experiencia le sigue otra que nos da la certeza de que lo que se nos presenta como el poderoso Macrocosmos fue una vez como nuestra propia alma; el Macrocosmos también se ha desarrollado a partir de pequeños comienzos hasta esta formidable grandeza.

Si uno tiene estos dos sentimientos, entonces algo se vierte como un fruto en el alma del místico, y esto consiste en que se dice a sí mismo: ¿Cómo habría sido si esos Seres que han creado lo que hoy se extiende en el universo, que nos otorgan tanto, cómo habría sido si no hubieran hecho nada en el pasado para promover su propio desarrollo? Una vez, en un pasado infinitamente lejano, sus fuerzas de pensar, sentir y volitivas eran tan triviales como las nuestras, y hoy su poder es tal que ya no necesitan recibir fuerzas del Macrocosmos; dan, sólo dan. ¿En qué nos habríamos convertido nosotros mismos si ellos no hubieran hecho nada para desarrollarse hasta estos elevados estadios? - ¡Sin ellos no habríamos podido existir! Si sabemos valorar nuestra existencia, un sentimiento de infinito agradecimiento hacia estos grandes Seres nace en nuestras almas y fluye a través de nosotros. Todo verdadero místico conoce esta experiencia como una realidad. No se puede comparar con lo que se siente en la vida cotidiana como gratitud y es una experiencia de la mayor importancia. Lo que el mundo exterior llama ahora misticismo no es más que una colección de frases. El místico genuino conoce bien esta experiencia y se pregunta: ¿Qué serías si los Seres que existieron antes que tú y que un día fueron como tú no se hubieran elevado a tales alturas que por la noche son capaces de dejar fluir en ti las fuerzas que necesitas en la existencia corporal a la que pasarás cuando despiertes por la mañana? Nadie que no tenga en lo más profundo de su corazón este sentimiento de agradecimiento al Macrocosmos se ha convertido en un verdadero místico.

Y a esto le sigue otro sentimiento. - Si hoy estamos en el principio, como aquellos Seres mismos estuvieron en su día, para alcanzar la meta de nuestra existencia ¿no debemos trabajar en nosotros mismos y hacer todo lo posible para transformar nuestro mísero pensar, sentir y voluntad para que algún día no sólo tengamos que tomar, sino también dar, y llegar a ser capaces de verter fuerzas como las que se vierten en nosotros cuando nos entregamos al Macrocosmos durante el sueño? Este sentimiento se transforma entonces en una obligación abrumadora de promover el desarrollo del alma. Como auténticos místicos tenemos el sentimiento: Estás descuidando este deber a menos que trates con todas tus fuerzas de desarrollar los humildes poderes de tu alma hasta la altura que se te revela como un ideal alcanzable cuando contemplas conscientemente la fuente macrocósmica de esos poderes. Si no haces nada por tu propio desarrollo, si te resistes a él, estarás ayudando a impedir que otros seres se desarrollen como tú lo has hecho; estarás contribuyendo a la decadencia del mundo en lugar de a su progreso.

A partir de esto nos damos cuenta de que las experiencias ordinarias de nuestra alma -deseos, impulsos, pulsiones, pasiones, etc.- se transforman de manera notable, que lo que comúnmente conocemos como gratitud se convierte en un agradecimiento inconmensurable al Macrocosmos y lo que comúnmente sentimos como deber se convierte en un sentimiento de obligación infinita.

Estos son los sentimientos que nos invaden cuando superamos el Guardián del Umbral y nos permiten reconocer el cuerpo astral como una realidad. Cuando estos sentimientos están realmente vivos en el hombre y se entrega con mayor intensidad a los sentimientos de agradecimiento y obligación hacia el mundo en evolución, cuando deja que estos sentimientos pulsen a través de su alma, entonces se abren en él los ojos de la videncia; la verdadera forma de su propio cuerpo astral, que al despertar en su conciencia ordinaria se le había ocultado hasta entonces, se presenta ante sus grandes ojos: el cuerpo astral que nació del Macrocosmos. Si queremos ver todo esto y darnos cuenta con suficiente fuerza de la verdad de que el espíritu está detrás de toda la existencia material, entonces debemos superar el Guardián del Umbral.

También debemos tomar conciencia del reverso de lo que se ha descrito como el lado bueno o de la luz.

Hemos oído que la Voluntad Cósmica fluye a través de nosotros como el poder de la actividad, del movimiento, que el Sentimiento Cósmico fluye a través de nosotros como la luz. Si no fuera así, no existiríamos, es más, no podríamos existir como hombres. Y ahora comparemos estas fuerzas cósmicas con las del pensar, sentir y la voluntad que han sido desarrolladas por el alma hasta el presente. A los ojos del espíritu se hace claramente evidente hasta qué punto nos hemos quedado cortos para alcanzar la fuerza de voluntad, la inteligencia en el pensar, el sentir sano y saludable, especialmente en el momento de despertar del sueño. Se descubre que todo lo que hemos hecho en el camino de la adquisición de la inteligencia puede estar unido a lo que fluye en nosotros como luz del Sentir Cósmico, y que lo que hemos descuidado en el desarrollo de nuestra propia inteligencia actúa como un freno. La corriente del Sentir Cósmico que fluye hacia nosotros disminuye en la medida en que hemos descuidado el desarrollo de nuestros propios poderes del pensar. Si queremos progresar, nuestro pensar debe tener la relación correcta con lo que absorbemos en nosotros desde el Sentir Cósmico.

La reflexión teórica podría fácilmente caer en la tentación de creer que lo que nuestra inteligencia humana adquiere por sí misma se corresponde con lo que nos llega del pensar cósmico. Sólo un teórico hablaría así, pues no está de acuerdo con la realidad. Se cometen muchos errores al combinar lo semejante con lo semejante. La inteligencia humana corresponde, en realidad, al Sentir Cósmico absorbido en el sueño. Cuanto más grande se vuelve la inteligencia humana, más es iluminada por la luz interior que tiene su fuente en el Sentir Cósmico. Pero las tinieblas se abren paso en esta luz del Sentir Cósmico si descuidamos el desarrollo de nuestro pensar, de nuestra inteligencia. Si un hombre es demasiado perezoso para desarrollar su pensar adecuadamente, el castigo por tales pecados de omisión será que la oscuridad fluya hacia la luz interior. Cualquier cosa que un hombre descuide en el desarrollo de su inteligencia, trae consigo el castigo de que él mismo extraiga algo de su luz interior y promueva la oscuridad en ella.

Así trabaja el espíritu en nuestro interior. Pero alguien puede decir: Es una causa de gran inquietud que la atención comience a dirigirse a tales cosas. ¿Acaso los seres humanos no han existido hasta ahora muy felizmente entre las dos fronteras, en el lapso de vida que se extiende entre el Guardián Menor y el Mayor del Umbral? Después de todo, los Poderes espirituales de cuya existencia la gente no ha tenido hasta ahora ningún indicio, se han ocupado bien de su bienestar; ¿no podría continuar así? - Aunque no lo expresen con palabras, la gente piensa hoy en día que preferiría que la vida siguiera como hasta ahora. Dicen: Si miráramos dentro de nosotros mismos nos daríamos cuenta de cómo la luz y la oscuridad se mezclan dentro de nosotros. Hasta ahora los Poderes espirituales se han encargado de que todo esto proceda como debe ser; si ahora tratamos de intervenir, podemos hacer daño, así que es mejor que lo dejemos estar. - La actitud de muchas personas hoy en día es la de seguir comiendo y bebiendo y dejar todo lo demás a los dioses.

De hecho, si las condiciones hubieran permanecido tal como eran originalmente, habría algo en esta actitud. Hasta su etapa actual de evolución, los hombres podían sacar fuerzas adecuadas del sueño; éstas eran fuerzas macrocósmicas, almacenadas por grandes Seres espirituales. Así era hasta ahora. Pero en estas cuestiones no debemos contentarnos con abstracciones; debemos atenernos estrictamente a la realidad. Y la realidad es que las condiciones fundamentales y espirituales de nuestra vida cambian de época en época. Esas Potencias Cósmicas a las que nos entregamos cada noche durante el sueño han contado desde el principio de la existencia humana con la expectativa de que la luz también fluya hacia arriba desde la propia vida humana hasta la luz que fluye desde arriba. Las Potencias Cósmicas no tienen una reserva inagotable de luz; su reserva es una reserva de la que la corriente de fuerzas disminuirá constantemente, a menos que de la propia vida humana, a través de los esfuerzos para transformar el pensar, el sentir y la voluntad y para elevarse a los mundos superiores, fluyan fuerzas frescas, nueva luz, hacia la gran reserva de Luz Cósmica y Sentimiento Cósmico. Vivimos ahora en una época en la que es esencial que los hombres sean conscientes de que no deben limitarse a confiar en lo que fluye hacia ellos desde las Potencias Cósmicas, sino que deben cooperar ellos mismos en el Proceso de la evolución del mundo.

No es un ideal ordinario el que la Ciencia Espiritual se propone ahora; no funciona de la misma manera que otros movimientos en los que la gente se entusiasma con algún ideal pero sólo es capaz de predicarlo a los demás. No hay tal impulso en aquellos que consideran la Ciencia Espiritual como una misión mundial; están motivados por el conocimiento de que ciertas fuerzas del Macrocosmos están empezando a agotarse, de que nos estamos moviendo hacia un futuro en el que muy poco fluirá desde arriba si los hombres no trabajan ellos mismos en el desarrollo de sus almas. Tal es la época en que vivimos. Por eso la Ciencia Espiritual debe surgir para inducir a los hombres a reponer, desde su lado, las fuerzas descendentes que se están agotando. Este conocimiento es la fuente de la que la Ciencia Espiritual toma su impulso y si no fuera por estos hechos, la Ciencia Espiritual dejaría que la evolución humana se ocupara de sí misma. Pero la Ciencia Espiritual prevé que si en los siglos venideros no hay suficientes seres humanos que se esfuercen por alcanzar los mundos superiores, esto daría lugar a que la raza humana reciba cada vez menos fuerzas de lo alto. La vida humana se marchitaría y se secaría, al igual que un árbol se lignifica cuando no fluye más savia viva a través de él. Hasta ahora, las fuerzas del exterior han sido inculcadas a la raza humana. Las personas que viven irreflexivamente, reconociendo sólo el mundo exterior de los sentidos, no saben nada de los cambios que se están produciendo detrás de este mundo material, uno de los cuales es que, debido a que las fuerzas espirituales se están agotando, es necesario que tales fuerzas sean producidas por los propios hombres. Si la evolución ulterior de la humanidad se dejara en manos de los que se aferran únicamente al mundo físico exterior, el resultado sería la desolación universal. La Ciencia Espiritual debe ser promulgada ahora para que los hombres puedan decidir por sí mismos si desean o no cooperar en el trabajo necesario.

Ahora miraremos todos nuestros pecados de omisión, todo lo que actúa como un impedimento en nuestra alma para las fuerzas que fluyen hacia nosotros desde arriba. Todos los pecados de omisión en el pensar penetran en la luz interior en forma de oscuridad. Lo mismo ocurre con los pecados de omisión en el sentir y en la voluntad. La fuerza y el vigor derivados de la Voluntad Cósmica, la luz derivada del Sentir Cósmico, el orden y la armonía del Pensar Cósmico - todo esto se ve perjudicado por nuestros pecados de omisión con respecto al sentir, al pensar y a la voluntad.

Así nos damos cuenta de lo que está obrando en nuestro interior. En todo esto se interpola lo que nosotros mismos somos con toda nuestra impotencia - que se debe a nuestra incapacidad para hacerlo mejor. De esta manera alcanzamos el verdadero autoconocimiento. Lo que hemos llegado a ser a causa de nuestros pecados de omisión y lo que hay que compensar, aparece como una sombra oscura en un cuadro radiante. Lo que no hemos llegado a ser se presenta ante los ojos de nuestra alma y se revela con claridad al enviar sus rayos en tres direcciones. Los obstáculos que causamos al proceso evolutivo a través de lo que hemos descuidado con respecto a nuestra voluntad, con respecto a nuestro pensar y con respecto a nuestro sentir - todo esto se revela. En estas tres direcciones se manifiestan nuestras imperfecciones. Cada una de ellas tiene algo concreto que decirnos.

En primer lugar, está el obstáculo que se desprende de nuestra propia voluntad en la corriente de la Voluntad Cósmica que fluye a través de nosotros; lo que hemos dejado de hacer con respecto a nuestra propia voluntad se enfrenta ahora a nosotros como un obstáculo. Debemos decirnos a nosotros mismos: Por todo lo que habéis dejado de hacer estáis encadenados a las fuerzas de la decadencia de la Tierra, a todo lo que está conduciendo a la Tierra hacia la destrucción. - De nuestros pecados de omisión con respecto al pensar, nos decimos a nosotros mismos: A causa de estos pecados de omisión no tendrás ninguna posibilidad de establecer la armonía entre tu voluntad y tu sentir. - Y de nuestros pecados de omisión con respecto al sentir, nos decimos a nosotros mismos: La marcha de la evolución del mundo pasará por delante de ti como si no estuvieras allí. No has hecho nada para ayudar a la evolución del mundo y, por lo tanto, ésta te retirará lo que una vez te concedió.

Así vemos ante nosotros, distintas unas de otras, todas las fuerzas por las que estamos encadenados a la Tierra, y vemos que la evolución cósmica pasa de largo porque no hemos contribuido a ella con nuestros propios esfuerzos. Entonces sentimos cómo estas fuerzas que nos encadenan a la Tierra y las fuerzas que nos pasan de largo, desgarran nuestro verdadero ser. En este momento de atravesar el Guardián Menor del Umbral sentimos que nuestros pecados de omisión son los destructores de la existencia de nuestra alma.

Sólo hay un medio para contrarrestar esta destrucción, sólo un medio puede en este momento crucial permitir que nos mantengamos firmes. Este consiste en que nosotros mismos debemos hacer el voto de que no se descuidará nada en el futuro. Después de todo, las indicaciones son bastante claras. Nos dicen que en este momento estamos pasando el Guardián Menor del Umbral: Estas fuerzas te están arrastrando hacia abajo; por lo tanto, debes trabajar para desarrollar tu voluntad, para desarrollar tus poderes de pensar y de sentir. - Podemos incluso sentirnos agradecidos con esta visión aterradora, ya que hace posible el eventual cumplimiento de nuestro voto.

Habiendo hablado de la necesidad del sentimiento de agradecimiento y del sentimiento de obligación, podemos hablar ahora de lo que se llama el voto místico. Ante el espectáculo de su propia insuficiencia, cada uno debe registrar el voto de que en el futuro trabajará en su alma hasta su máxima capacidad para compensar la negligencia pasada. Este voto confiere a la vida un nuevo contenido, acorde con el verdadero y efectivo conocimiento de sí mismo; el hombre ya no se queda pensativo, sino que trabaja activamente en su propio ser. Esta experiencia puede adoptar una doble forma. Mientras sólo seamos conscientes de ella como un proceso mental, algo sigue faltando en nosotros, nos sigue encadenando, y todavía hay motivos para que la evolución cósmica pase de largo. En tal caso, la experiencia ha sido sólo en el cuerpo astral. Pero si los sentimientos de agradecimiento y deber se experimentan una y otra vez, se transformarán finalmente en una visión definida que se convierte en una experiencia interior, y luego en una fuerza, un poder. Esta fuerza surge a través de la experiencia astral que se refleja en el cuerpo etérico y se nos refleja en este último. Una imagen de nosotros mismos está ahora ante nosotros como una realidad externa, destacando como si dijéramos, de un fondo. El fondo nos muestra cómo las fuerzas de luz y actividad en las que estamos inmersos durante el sueño trabajan en nuestras envolturas. Lo que hemos hecho de nosotros mismos se destaca de este fondo. Al igual que en la realidad exterior, los animales, las plantas, los minerales, están frente a nosotros, ahora nuestro propio ser está frente a nosotros en su verdadera forma. Nuestro propio ser interior se vuelve como perceptible en el mundo exterior. Hasta ahora, cuando descendíamos a nuestro propio ser, nuestra atención se desviaba hacia el mundo exterior. Las impresiones de este mundo fluían hacia nosotros, haciendo innecesario que viéramos lo que ahora estamos obligados a ver, si nos decidimos a tomar nuestra parte en el trabajo por el progreso de la humanidad.

Nuestro propio ser interior se proyecta, por así decirlo, sobre este fondo. Todo lo que nos ata a la Tierra, todo lo que nos ata a lo perecedero, se nos presenta en la visión astral como una imagen definida, la imagen de un toro distorsionado, que nos arrastra hacia abajo. Todas las fuerzas que de otro modo producen armonía, revelan en la imagen de un león distorsionado la desarmonía consiguiente a nuestros pecados de omisión en el sentimiento. Todo lo que nos pasa como resultado de nuestros pecados de omisión en el pensar, se nos presenta en la imagen de un águila distorsionada. Estas tres imágenes están impregnadas de la imagen distorsionada de nuestro propio yo, indicando lo que tenemos que corregir y enmendar en el futuro para contribuir a la evolución del mundo lo que éste requiere de nosotros. Tres distorsiones de formas animales y una de nosotros mismos: la relación entre estas tres imágenes o cuadros separados revela la medida del trabajo que tenemos por delante.

Así pues, cuando traspasamos el Guardián Menor del Umbral, tenemos un verdadero autoconocimiento, ya que se presenta ante nosotros una imagen de lo que hemos llegado a ser; este autoconocimiento es un estímulo para toda nuestra vida futura. Sólo nos alejaremos de esta experiencia -como sería muy probable en caso contrario- si mantenemos la creencia de que lo que no vemos no está ahí. Hay personas que, cuando se cae una pizarra de un tejado, cierran los ojos en lugar de apartarse del camino. Tales personas - son como los que dicen que preferirían evitar las experiencias descritas por la Ciencia Espiritual - no quieren ver lo que ocurre, ¡pero nada se altera por el hecho de que no lo vean! La única ayuda en esta etapa es el autoconocimiento. Hasta ahora los Poderes Cósmicos pudieron controlar la distorsión total de la imagen de nuestra humanidad, pero en el futuro estos Poderes Cósmicos ya no serán suficientes. Nosotros mismos, en nuestra imagen, somos el Guardián Menor del Umbral. Somos nosotros mismos quienes obstaculizamos la posibilidad de descender a nuestro ser interior; nosotros mismos debemos trabajar en nuestro propio desarrollo. Sólo este conocimiento permite evitar el futuro declive de la humanidad hacia el debilitamiento, así como el incumplimiento de su misión en la Tierra.

Ahora hemos sido guiados en el pensamiento a través de la región que puede ser llamada la región de nuestro propio Cuerpo Sensible en la que descendemos al despertar del sueño. Pero en la existencia normal no somos conscientes de ello porque nuestra conciencia está desviada. Si, al despertar, nos negamos a admitir las impresiones del exterior, experimentamos lo que se ha descrito. Hemos hablado -pero sólo muy brevemente- de nuestro cuerpo astral. Lo que ahora se ha descrito es el aspecto interior que presenta una parte de nuestra naturaleza humana, a saber, nuestro Cuerpo Sensible (Empfindungsleib). Hemos llegado al límite donde el Cuerpo Sensible limita con el Cuerpo Etérico. La imagen o cuadro que contemplamos nos muestra lo que realmente somos. La forma que allí contemplamos es sólo una imagen, pero es todo lo que se necesita. Las discusiones sobre la no-realidad de una imagen-espejo no tienen ningún valor. Si un hombre quiere saber cómo es realmente, la discusión sobre esto es inútil. Lo que contemplamos es, por supuesto, sólo un reflejo, una imagen-espejo, en el cuerpo etérico, pero nos ayuda a adquirir el autoconocimiento, y ahí reside su valor. El error comenzaría sólo si el clarividente creyera que la imagen-espejo es otra entidad, otra realidad que viene hacia él, si no fuera consciente de que es sólo una imagen que revela su ser interior. Si el clarividente creyera que la imagen es un toro real, o una criatura de cuatro cabezas, sería como un hombre cuya nariz le desagrada y que, al verla en un espejo, intenta golpearla. Las cosas no deben ser tomadas como lo que no son. El hombre que no comprende correctamente la imagen del espejo se presta a las alucinaciones. Quien considere que la imagen es algo en el espacio y no una imagen en el espejo, lo que en realidad es, ha sucumbido a la alucinación. Por lo tanto, antes de iniciar la videncia es importante haber adquirido la facultad de captar los verdaderos valores de las cosas mediante la razón. La clarividencia no debe ser inducida en nadie que sea susceptible de tomar por realidad lo que no es más que un reflejo, o de confundir las realidades espirituales con las realidades del espacio físico exterior. Por lo tanto, es de gran importancia que nadie se embarque en un verdadero entrenamiento espiritual sin poseer la facultad de pensar inteligentemente, que le permita siempre formar una estimación correcta de lo que está viendo. Lo importante no es sólo la visión, sino también el poder de valorar lo que se ve. Nos encontraremos con seres que realmente existen fuera de nosotros, pero para empezar sólo experimentamos nuestro propio mundo astral; las imágenes que se han descrito hoy son sólo imágenes de espejo de nuestro propio ser interior que se nos revela como un mundo externo. Darse cuenta de esto es el resultado del autoconocimiento. Tan pronto como un hombre desciende a su propio ser interior está obligado a ver imágenes; pero sería una alucinación si lo que es simplemente un reflejo del propio ser interior se tomara como algo diferente.

A lo largo del camino que se describirá mañana nos encontraremos con Seres espirituales, ya que este camino llega hasta el cuerpo etérico; lo mismo ocurre con el camino que lleva más allá del Guardián Mayor del umbral.

Hoy, pues, hemos llegado al punto de considerar la corriente que pasa al ámbito de nuestra experiencia en el momento de la vigilia. Hemos descrito la conciencia que se desvía de lo normal y que experimenta el místico cuando en el momento de despertar desvía su atención de todo lo que está fuera de él en el mundo de los sentidos y penetra en su ser interior.

Traducido por J.Luelmo agosto2021