martes, 17 de agosto de 2021

GA119-3 Viena 23 de marzo de 1910 -El camino interior que sigue el místico- La experiencia del ciclo del año

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RUDOLF STEINER


MACROCOSMOS Y MICROCOSMOS 

El camino interior que sigue el místico- La experiencia del ciclo del año

Viena 23 de marzo de 1910

3ª conferencia

 

Para evitar cualquier posible malentendido, quiero subrayar que el objetivo de la conferencia de ayer no fue demostrar nada en particular, sino simplemente señalar que ciertas observaciones llevaron a los investigadores espirituales de tiempos pasados a designar con nombres similares ciertos procesos y objetos en el espacio y ciertos procesos y sucesos en nuestras propias experiencias diarias y nocturnas. El objetivo principal de la conferencia fue la introducción de conceptos que serán necesarios en nuestros estudios posteriores. Las conferencias dadas en este Curso deben considerarse como un todo, y las primeras conferencias están destinadas, en el sentido más amplio, a reunir las ideas y conceptos necesarios para el conocimiento de los mundos espirituales que se comunicarán en las siguientes conferencias. También hoy partiremos de experiencias familiares y pasaremos gradualmente a reinos espirituales más remotos.

En las conferencias anteriores hemos escuchado que, en lo que respecta a su ser interior, es decir, a su cuerpo astral y a su Yo, el hombre vive durante el estado de sueño en un mundo espiritual y al despertar regresa a sus cuerpos físico y etérico. Para cualquiera que observe la vida será evidente que cuando se produce esta transición del estado de sueño al de vigilia, hay un cambio completo de experiencia. Lo que experimentamos en el estado de vigilia no denota ninguna percepción o conocimiento real de los dos miembros de nuestro ser a los que descendemos al despertar. Descendemos a nuestros cuerpos etérico y físico, pero no tenemos ninguna experiencia de ellos desde dentro.

¿Qué sabe un hombre en la vida ordinaria sobre los aspectos que presentan sus cuerpos físico y etérico cuando los ve desde dentro? El hecho esencial de la experiencia en el estado de vigilia es que vemos nuestro propio ser en el mundo físico desde fuera, no desde dentro. Vemos nuestro cuerpo físico desde fuera con los mismos ojos con los que miramos el resto del mundo. Durante la vida de vigilia nunca contemplamos nuestro propio ser desde dentro, sino siempre desde fuera. Realmente aprendemos a conocernos como hombres sólo desde fuera, considerándonos como seres del mundo de los sentidos.

Existe, por supuesto, un estado real de transición de la vida dormida a la vida despierta. ¿Cómo sería, entonces, si realmente pudiéramos, al descender a nuestros cuerpos etérico y físico, contemplarnos desde dentro? Veríamos algo muy diferente de lo que vemos de forma ordinaria: conoceríamos las experiencias íntimas que busca el místico. El místico se esfuerza por desviar su atención por completo del mundo exterior, por apartar las impresiones que invaden sus ojos y otros sentidos y por penetrar en su ser más íntimo. Pero dejando de lado las experiencias de este tipo, podemos decir que en la vida cotidiana estamos protegidos de la visión de nuestro ser interior, pues en el momento de la vigilia nuestra mirada se desvía hacia el mundo exterior que nos rodea, hacia el entramado que nos presentan los sentidos, entramado del que forma parte nuestro cuerpo físico, observado durante la vida de vigilia. Por eso, en el estado de vigilia se nos escapa la posibilidad de observarnos desde dentro. Es como si hubiéramos sido conducidos sin saberlo a través de un arroyo: mientras dormimos estamos en este lado del arroyo, cuando estamos despiertos, en aquel otro. Si fuéramos capaces de percibir algo desde "este lado", deberíamos ser capaces de percibir nuestro Yo y nuestro cuerpo astral lo mismo percibimos los objetos exteriores en la vida de vigilia; pero de nuevo estamos protegidos de percibir nuestro propio ser interior en el sueño, pues en el momento de dormir cesa la posibilidad de percibir y se extingue la conciencia.

Con ello, entre nuestro mundo interior y nuestro mundo exterior se traza una frontera definida, una frontera que sólo podemos cruzar en los momentos de ir a dormir y de despertar. Pero nunca podemos cruzar esta frontera sin ser privados de algo.

Cuando cruzamos el límite al ir a dormir, la conciencia cesa y no podemos ver el mundo espiritual. Al despertar, nuestra conciencia se desvía de inmediato hacia el mundo exterior y no podemos percibir la realidad espiritual que subyace en nuestro propio ser. El límite que cruzamos, el límite que hace que el mundo espiritual se oscurezca en el momento de la vigilia, es algo que se interpone entre nuestra alma sensible y nuestros cuerpos etérico y físico. El velo que cubre estos dos miembros al despertar, el velo que nos impide contemplar la realidad espiritual que subyace en ellos, es el Cuerpo Sensible, que nos permite ver el entramado que presenta el mundo exterior. En el momento de la vigilia, el Cuerpo Sensible se ocupa totalmente del mundo exterior de los sentidos y no podemos mirar dentro de nuestro propio ser. Por lo tanto, este cuerpo constituye una frontera entre nuestra vida de experiencia interior y lo que subyace espiritualmente en el mundo de los sentidos.

Nos daremos cuenta de que esto es necesario, pues lo que el hombre vería si atravesara esta corriente conscientemente es algo que debe ocultársele en el curso de su vida normal, porque no podría soportarlo; necesita estar preparado para tal experiencia. El desarrollo místico no consiste realmente en penetrar por la fuerza en el mundo interior de los cuerpos físico y etérico, sino en hacerse primero apto para la experiencia y atravesarla conscientemente.

¿Qué le ocurriría a un hombre que descendiera sin estar preparado a su propio ser interior? Al despertar, en lugar de ver un mundo exterior, entraría en su propio mundo interior, en lo que subyace espiritualmente a sus cuerpos físico y etérico. En su alma experimentaría un sentimiento de tremenda intensidad, conocido por él en la vida ordinaria sólo en una forma muy débil y atenuada. Eso es lo que le ocurriría a un hombre si pudiera, al despertar del sueño, descender a su propio ser interior. Una analogía -sin pretender demostrar nada- os ayudará a haceros una idea de esta sensación.

En el hombre existe lo que llamamos el sentido de la Vergüenza, que esencialmente consiste en que en su alma quiere desviar la atención de los demás sobre la cosa o cualidad de la que siente vergüenza. Este sentimiento de vergüenza en relación con algo que no quiere que se revele es un leve indicio del sentimiento que se intensificaría hasta alcanzar una fuerza abrumadora si mirara conscientemente en su propio ser interior. Este sentimiento se apoderaría del alma con tal fuerza que parecería difundirse sobre todo lo que se encuentra en el mundo exterior; el hombre viviría una experiencia comparable a la de ser consumido por el fuego. Tal sería el efecto producido por este sentimiento de vergüenza.

¿Por qué debería tener este efecto? Porque en ese momento el hombre tomaría conciencia de la perfección de sus cuerpos físico y etérico en comparación con lo que es como ser anímico. También es posible formarse una idea de esto mediante el razonamiento ordinario. Cualquiera que con la ayuda de la ciencia física haga un estudio puramente externo de la maravillosa estructura del corazón o del cerebro humano, o de cada una de las partes del esqueleto humano, podrá sentir cuán infinitamente sabia y perfecta es la disposición y organización del cuerpo físico. Tomando un solo hueso, por ejemplo el de la cadera, que combina la máxima capacidad de carga con el menor gasto de esfuerzo, o contemplando la maravillosa estructura del corazón o del cerebro, es posible tener una idea de lo que se experimentaría si se contemplara la sabiduría con la cual se produjo esta estructura y esto se comparara con lo que el hombre es como ser anímico con respecto a las pasiones o deseos. Durante toda su vida se dedica a arruinar este maravilloso organismo físico cediendo a sus deseos, impulsos, pasiones y diversas formas de disfrute. La actividad destructiva de la maravillosa estructura del corazón o cerebro físico puede observarse en todas partes de la vida. Todo esto se presentaría muy claramente ante el alma de un hombre si descendiera conscientemente a sus cuerpos etérico y físico. Y la imperfección del alma comparada con la estructura perfecta de las envolturas tendría un efecto abrumadoramente paralizante sobre él si pudiera comparar lo que hay en su alma con lo que la sabia guía del universo ha hecho de sus cuerpos físico y etérico. Por lo tanto, está protegido de descender a ellos conscientemente y es desviado, al despertar, por el entramado del mundo de los sentidos extendido a su alrededor; impidiéndole mirar en su ser más íntimo.

La comparación del alma con lo que percibiría si tuviera a la vista lo que subyace espiritualmente en los cuerpos físico y etérico es lo que evocaría el intenso sentimiento de vergüenza; para ello se prepara de antemano a través de todas las experiencias vividas por el místico antes de que sea capaz de penetrar en su ser más íntimo. Darse cuenta por sí mismo de la imperfección de su alma, darse cuenta de que su alma es débil, insignificante, y que todavía tiene un camino infinitamente largo que recorrer, está destinado a despertar un sentimiento de humildad y un anhelo de perfección, y estas cualidades le preparan para soportar la comparación con la estructura infinitamente sabia en la que penetra al despertar. De lo contrario, la vergüenza lo consumiría como el fuego.

El místico se prepara concentrándose en los siguientes pensamientos: "Cuando contemplo lo que soy y lo comparo con lo que la sabia guía del universo ha hecho de mí, la vergüenza que siento es como un fuego consumidor". Este sentimiento hace surgir exteriormente el rubor de la vergüenza. Este sentimiento se intensificaría hasta convertirse en un fuego abrasador en el alma si el místico no tiene la fuerza de decirse a sí mismo: "Sí, me siento totalmente mísero en comparación con lo que puedo llegar a ser, pero trataré de desarrollar la fuerza que me haga capaz de comprender lo que la sabiduría del universo ha incorporado a mi naturaleza corporal y de hacerme espiritualmente digno de ello". El maestro espiritual hace comprender al místico que debe tener una humildad sin límites. Se le puede decir: Mira una planta. Una planta está arraigada en la tierra. El suelo pone a disposición de la planta un reino inferior a ella, pero sin el cual no puede existir. La planta puede inclinarse ante el reino mineral, diciendo: Debo mi existencia a este reino inferior del que he salido. El animal también debe su existencia al reino vegetal y, si fuera consciente de su lugar en el mundo, reconocería con humildad su deuda con el reino inferior. Y el hombre, habiendo alcanzado cierta altura, debería decir: No podría haber llegado a este nivel si en correspondencia no hubiera evolucionado todo lo que está por debajo de mí.

Cuando un hombre cultiva tales sentimientos en su alma, se da cuenta de que tiene motivos no sólo para mirar hacia arriba, sino para mirar hacia abajo con agradecimiento a los reinos que están por debajo de él. El alma se llena entonces de este sentimiento de humildad y se da cuenta de lo infinitamente largo que es el camino que lleva a la perfección. Tal es el entrenamiento para la verdadera humildad.

Lo que se ha descrito anteriormente no puede, por supuesto, agotarse con conceptos e ideas; si así fuera, el místico pronto lo habría dominado. Debe experimentarse, y sólo quien experimenta tales sentimientos una y otra vez puede imbuir su alma con la actitud y el estado de ánimo necesarios para el místico.

En segundo lugar, el aspirante a místico debe desarrollar otro sentimiento que le haga capaz de soportar cualquier obstáculo que se interponga en su camino hacia la perfección. Debe desarrollar un sentimiento de resignación con respecto a las pruebas que tendrá que soportar para alcanzar una determinada etapa de desarrollo. Sólo demostrando su victoria sobre el dolor y el sufrimiento durante mucho, mucho tiempo, puede desarrollar los fuertes poderes que necesita su alma para superar el inevitable sentimiento de inferioridad frente a lo que un sabio Orden-Mundial ha incorporado en los cuerpos etérico y físico. El alma debe decirse a sí misma una y otra vez: "Sea cual sea el dolor y el sufrimiento que me esperan, no vacilaré; porque si estuviera dispuesta a experimentar sólo lo que me produce alegría, nunca desarrollaría la fuerza de la que mi alma es realmente capaz". La fuerza sólo se desarrolla superando los obstáculos, no sometiéndose simplemente a las condiciones tal y como son. Las fuerzas del alma sólo pueden fortalecerse cuando el hombre está dispuesto a soportar el dolor y el sufrimiento con resignación. Esta fuerza debe desarrollarse en el alma del místico si quiere ser apto para descender a su ser interior.

Que nadie imagine que la Ciencia Espiritual exige que un hombre que vive una vida ordinaria y cotidiana se someta a tales ejercicios, pues están más allá de su poder. Lo que aquí se describe es simplemente una narración de lo que pueden hacer del alma aquellos que voluntariamente se embarcan en tales experiencias, es decir, pueden hacer que el alma sea capaz de penetrar en su propio ser más íntimo. Sin embargo, en el transcurso de la vida normal, el Cuerpo Sensible interviene entre lo que es posible que el místico experimente interiormente y lo que realmente se experimenta en el mundo exterior. Eso es lo que protege al hombre de descender a su propio interior sin preparación y ser consumido por un sentimiento de vergüenza. En el curso normal de la vida, un hombre no puede experimentar lo que le es vedado por el Cuerpo Sensible, pues allí ya ha alcanzado la frontera del mundo espiritual. Un investigador espiritual que quiera explorar la naturaleza interior del hombre debe cruzar esta frontera; debe cruzar la corriente que desvía la conciencia humana normal del mundo interior al exterior. Esta conciencia normal, aunque insuficientemente madura, está protegida de penetrar en el interior del hombre, protegida de consumirse en el fuego de la vergüenza. El hombre no puede ver el Poder que le protege de esta experiencia cada mañana al despertar. Este Poder es el primer Ser espiritual con el que se encuentra quien está a punto de pasar al mundo espiritual. Debe pasar por este Ser que lo protege de ser consumido por el sentido interno de la vergüenza; debe pasar por este Ser que desvía su mirada interior hacia la palabra externa, hacia el entramado de los fenómenos de los sentidos. La conciencia normal es consciente del efecto de este Ser, pero el hombre no puede verlo. Es el primer Ser que debe pasar quien desea penetrar en el mundo espiritual. Este Ser espiritual que todas las mañanas se presenta ante el hombre y lo protege, mientras aún es inmaduro, de la visión de su propio ser interior, es llamado en la Ciencia Espiritual, el Guardián Menor del Umbral. El camino hacia el mundo espiritual pasa por este Ser.

Nuestra conciencia se ha dirigido así a la frontera donde podemos adivinar tenuemente la existencia del Ser conocido por el investigador espiritual como el Guardián Menor del Umbral. Aquí ya hay una indicación de que en la vida de vigilia no vemos en absoluto nuestro verdadero ser. Y si llamamos a nuestro propio ser el Microcosmos, debemos añadir que nunca vemos el Microcosmos en su forma pura y espiritual, sino sólo la parte que nuestro propio ser revela en el estado normal. Así como cuando un hombre se mira en un espejo ve una imagen, un cuadro, y no a sí mismo, así en la conciencia despierta no vemos el Microcosmos en sí, sino una imagen reflejada de él. Vemos el Microcosmos en su imagen reflejada.

¿Vemos alguna vez el Macrocosmos en su realidad? De nuevo podemos partir de las experiencias familiares, dejando de lado por el momento lo que el hombre experimenta en el transcurso de las veinticuatro horas del día. Pensaremos en las experiencias más sencillas que le llegan al hombre en el mundo exterior de los sentidos. En ese mundo percibe la alternancia entre el día y la noche: cómo el Sol sale por la mañana y se pone por la tarde; percibe cómo la luz del sol ilumina todos los objetos que le rodean. ¿Qué es, pues, lo que el hombre ve desde la salida hasta la puesta del sol? Fundamentalmente, no ve los objetos en sí, sino la luz del sol que reflejan dichos objetos. En la oscuridad no podemos ver un objeto sin iluminación. Tomemos el ojo como representante de los demás sentidos. Lo que vemos durante el día son, en realidad, los rayos reflejados del Sol. Así son las cosas desde la mañana hasta la noche. Pero el hombre sólo tiene una percepción muy imperfecta de la causa que le permite ver los objetos del mundo exterior en absoluto. Si miramos directamente al Sol, nuestros ojos se deslumbran. La misma causa a la que debemos la facultad de percibir el mundo sensorial exterior, nos deslumbra. Es decir, durante el día ocurre lo mismo con el Sol exterior que con nuestro propio interior al despertar. Las fuerzas internas nos permiten vivir y percibir el mundo exterior, pero nuestra atención se desvía de nuestro propio ser interior hacia el mundo exterior. Lo mismo ocurre con el Sol; nos permite percibir los objetos pero nos deslumbra cuando intentamos mirarlo. Tampoco durante el día podemos percibir todo lo que está relacionado con el Sol. Vemos lo que la Tierra nos revela en la luz solar reflejada.

Nuestro sistema solar está compuesto no sólo por el Sol sino también por los planetas. Durante el día se nos niega la visión de los mismos; el Sol deslumbra nuestra visión no sólo de sí mismo sino también de los planetas. Miramos hacia el espacio sabiendo que, aunque los planetas están ahí, eluden nuestra observación. Así como de día se nos impide ver nuestro propio interior y de noche se nos niega la visión del mundo espiritual en el sueño ordinario, del mismo modo, de día, cuando nuestra mirada se dirige hacia el exterior, se nos ocultan las causas de nuestras percepciones sensoriales. Lo que se encuentra detrás del Sol y lo conecta con los otros cuerpos que pertenecen al sistema solar, con los Seres cuyas manifestaciones externas llamamos Mercurio, Venus, Marte, Júpiter, Saturno, etc., cualquier cooperación viva que exista entre el Sol y estos cuerpos celestes, se nos oculta de día. Lo que percibimos es el efecto de la luz solar. Cuando comparamos este estado con el estado en el que existe el mundo que nos rodea por la noche, desde el atardecer hasta el amanecer, podemos percibir en cierto modo lo que pertenece a nuestro sistema solar. Podemos mirar a los cielos estrellados y entre otras estrellas contemplar los planetas en los momentos en que son visibles; pero mientras podemos verlos en el cielo nocturno, el propio Sol es invisible. Por lo tanto, debemos decir que lo que de día nos hace visible el mundo de los sentidos, de noche nos quita la posibilidad de verlo. Por la noche, todo el mundo de los sentidos es invisible.

¿Es posible descubrir, en relación con el estado nocturno, algo análogo al estado del místico cuando desciende a su propio mundo interior? En la época moderna hay poca conciencia de este estado análogo, pero hay algo de eso. Consiste en que, al igual que el místico, el hombre desarrolla ciertas cualidades de humildad y resignación y también otros sentimientos, cuya naturaleza podemos captar imaginando los más simples. El hombre tiene estos sentimientos en la vida normal, en una forma débil, como el sentido de la vergüenza, pero sin embargo los tiene. Al potenciar enormemente estos sentimientos se prepara para tener experiencias por la noche que difieren totalmente de las de la conciencia normal.

Todos sabemos que nuestros sentimientos en primavera son diferentes de los que tenemos en otoño. Cuando los brotes estallan en primavera y dan la promesa de la belleza y el esplendor del verano, los sentimientos de un alma sana no serán los mismos que en otoño; con la llegada de la primavera sentimos el despertar de la esperanza. En el hombre normal y corriente, este sentimiento sólo está ligeramente desarrollado, pero, sin embargo, está presente. Hacia el otoño, el estado de ánimo de esperanza y despertar relacionado con la primavera se transformará en uno de tristeza, de melancolía; cuando vemos caer las hojas, cuando vemos las ramas desnudas y esqueléticas en lugar de los brillantes arbustos florecidos del verano, nuestras almas se impregnan de melancolía; hay tristeza en nuestros corazones. En el transcurso del año, si nos movemos al ritmo de los fenómenos de la Naturaleza exterior, podemos experimentar un ciclo en nuestra vida anímica. Pero como estos sentimientos son tenues y débiles en la vida normal, la sensibilidad del hombre a las transformaciones que tienen lugar de la primavera al verano y al otoño, y del otoño al invierno, es sólo ligera.

Antaño -y todavía hoy-, un alumno del conocimiento espiritual que iba a tomar el camino opuesto al del místico era entrenado en tales sentimientos; se le enseñaba, en contraste con el descenso del místico a su propio ser interior, a vivir con el ciclo de la Naturaleza exterior. Aprendía a sentir con gran intensidad, ya no débilmente como en la vida ordinaria, el despertar de la Naturaleza y el brote de la vegetación en primavera; después, cuando era capaz de entregarse por completo a esta experiencia, el sentimiento de esperanza naciente en primavera se convertía en uno de exultación gozosa en verano. Era entrenado para tener esta experiencia de exultación. Y, de nuevo, cuando un hombre estaba tan avanzado como para experimentar en completo olvido de sí mismo la melancolía del otoño, podía pasar a experimentar un sentimiento de invierno, intensificado en un sentimiento de la muerte de toda la Naturaleza en pleno invierno.

Tales eran los sentimientos que se despertaban en los alumnos que habían sido entrenados en los antiguos Misterios del Norte, de los que sólo se conoce el lado externo y eso sólo como tradición. Los alumnos eran entrenados por métodos especiales para acompañar en su propia vida de sentimiento el ciclo de la Naturaleza a lo largo del año. Todas las experiencias que llegaban a estos alumnos, por ejemplo en la Noche de San Juan, eran indicaciones del crescendo de la esperanza a la exultación compartida con la Naturaleza. La fiesta de la Noche de San Juan pretendía representar el aumento del sentimiento de despertar en primavera al de exultación gozosa en la vida superabundante del verano. Y en el solsticio de invierno el alumno aprendía a experimentar -como un sentimiento infinitamente mejorado del otoño- el declive y la muerte de la Naturaleza.

Tales sentimientos, para un hombre de hoy, difícilmente pueden ser sentidos con la misma fuerza. Como resultado del progreso de su vida intelectual durante los últimos siglos, el hombre actual se ha vuelto incapaz de someterse a las intensas y abrumadoras experiencias que los mejores representantes de los pueblos originales de la Europa Media, del Norte y del Oeste eran capaces de soportar.

Los alumnos que habían intensificado sus experiencias interiores, al haber recibido esta formación, se encontraron con una facultad especial -por muy extraña que parezca-, la de ver a través de la materia, al igual que el místico es capaz de penetrar en su propio interior. Eran capaces de ver no sólo las superficies de los objetos, sino que eran capaces de ver a través de los objetos y, sobre todo, a través de la Tierra.

Esta experiencia se llamaba en los antiguos Misterios: la visión del Sol a medianoche. El Sol podía ser visto en su mayor esplendor y gloria sólo en el momento del solsticio de invierno, cuando todo el mundo sensorial externo se había apagado, por así decirlo. Los alumnos de los Misterios habían desarrollado la facultad de ver el Sol ya no como el poder deslumbrante que es de día, sino con todo su deslumbrante brillo suprimido. Veían el Sol, no como una realidad física sino espiritual, y contemplaban el Espíritu del Sol. El efecto físico del deslumbramiento quedaba extinguido por la sustancia de la Tierra, pues ésta se había vuelto transparente y sólo permitía el paso de las fuerzas espirituales del Sol. Pero algo más de gran importancia estaba relacionado con esta contemplación del Sol. El hecho, del cual ayer sólo se dio una indicación abstracta, se revelaba a continuación en toda su verdad, a saber, que existe una interacción viva entre los planetas y el Sol, en la medida en que las corrientes fluyen continuamente de un lado a otro, de los planetas al Sol y del Sol a los planetas. Se revelaba espiritualmente algo que puede compararse con la circulación de la sangre en el cuerpo humano. Así como la sangre fluye en circulación viva del corazón a los órganos y de los órganos de vuelta al corazón, el Sol se revelaba como el centro de las corrientes espirituales vivas que fluyen de un lado a otro entre el Sol y los planetas. El sistema solar se revelaba como un sistema espiritual de realidades vivas, cuya manifestación externa no es más que un símbolo. Todo lo manifestado por los planetas individuales apuntaba a la gran experiencia espiritual que acabamos de describir, como un reloj señala el tiempo de los acontecimientos en la vida externa.

Todo lo que el hombre aprende a experimentar aumentando su sensibilidad se retira, como el aspecto espiritual del espacio, de la visión ordinaria del día. También se oculta por el espectáculo que se presenta en la noche. Pues ¿qué ve el hombre por la noche con sus facultades ordinarias cuando mira al cielo? Sólo ve el lado externo, como sólo ve el lado externo de su propio ser interior. El cielo estrellado que contemplamos es el cuerpo de la realidad espiritual que está detrás de él. Por maravilloso que sea el espectáculo del cielo estrellado en la noche, no es más que el cuerpo físico del espíritu cósmico, que se manifiesta a través de este cuerpo en sus movimientos y en sus efectos externos. Una vez más, para la conciencia humana ordinaria se corre un velo sobre todo lo que el hombre contemplaría si fuera capaz de ver espiritualmente a través del espectáculo que se le presenta en el espacio. Así como en la vida ordinaria estamos protegidos de la contemplación de nuestro propio ser interior, también estamos protegidos de la contemplación del espíritu que subyace en el mundo exterior y material; el velo del mundo de los sentidos se extiende sobre la realidad espiritual subyacente. ¿Por qué debería ser así?

Si un hombre tuviera una visión directa del Macrocosmos espiritual sin la preparación que se ha descrito - es el proceso opuesto al que experimenta el místico - se apoderaría de él un sentimiento de la más aterradora perplejidad, porque los fenómenos son tan poderosos y sobrecogedores que los conceptos desarrollados en la vida ordinaria serían totalmente incapaces de permitirle soportar este espectáculo totalmente desconcertante. Se vería invadido por un tremendo aumento del miedo que, por lo demás, sólo conoce de forma débil. Del mismo modo que un hombre se vería consumido por la vergüenza si, sin preparación, penetrara en su propio ser interior, se vería asfixiado por el miedo si se enfrentara, aún sin preparación, a los fenómenos del mundo exterior; se sentiría como si fuera conducido a un laberinto. Sólo cuando el alma se ha preparado mediante ideas y pensamientos que conducen más allá del ámbito de la experiencia ordinaria, puede prepararse para soportar el desconcertante espectáculo.

La vida intelectual de hoy hace imposible que el hombre experimente lo que en una época podían experimentar los individuos pertenecientes a una población originaria del norte y del oeste de Europa mediante una intensificación del sentimiento de la primavera y el otoño. La intelectualidad no estaba en absoluto tan generalizada en aquellos tiempos como lo está hoy. El pensamiento de los hombres es totalmente diferente al de aquellos tiempos, cuando estaba mucho menos desarrollado. Pero con la evolución gradual de la intelectualidad, se perdió la capacidad de esta experiencia de la Naturaleza. Sin embargo, es posible que el hombre la tenga indirectamente, como en la reflexión, cuando estos sentimientos pueden ser encendidos, no por la experiencia real de los acontecimientos en la Naturaleza externa, sino por los relatos y descripciones de los aspectos espirituales del Macrocosmos.

Por lo tanto, en la actualidad es necesario que se proporcionen descripciones como las contenidas, por ejemplo, en el libro, Ciencia Oculta - un Esbozo, que acaba de ser publicado. Digo esto sin jactancia, simplemente porque las circunstancias lo hacen necesario. Tales descripciones son de realidades que no pueden ser percibidas exteriormente, que subyacen espiritualmente en el mundo y que pueden ser vistas por quien ha pasado por la preparación requerida. Supongamos que un libro así no se lee como se leen hoy los libros de otro tipo, sino que se lee -como debe ser- de tal manera que los conceptos e ideas que presenta en forma no pretenciosa inducen en el lector sentimientos que se experimentan con la mayor intensidad. Tales experiencias son entonces similares a las que se inducían en los antiguos Misterios del Norte.

El libro da cuenta, por ejemplo, de las primeras encarnaciones de la Tierra, y si se lee con plena entrega interior, se reconocerá una diferencia de estilo en las descripciones de las condiciones del Antiguo Saturno, el Antiguo Sol y la Antigua Luna. Dejando que lo que allí se dice sobre el Antiguo Saturno actúe sobre nosotros, induciremos un sentimiento acorde con el estado de ánimo de la primavera, y en la descripción de la evolución del Antiguo Sol hay algo análogo a la emoción exultante que se experimenta en la Noche de Verano. La descripción de la Antigua Evolución Lunar puede evocar el estado de ánimo del otoño y todo el estilo de la descripción de la Evolución Terrestre propiamente dicha inducirá un estado de ánimo similar al que prevalece cuando se acerca el momento del solsticio de invierno. En el lugar adecuado de la descripción de la evolución de la Tierra se da una indicación de la experiencia central relacionada con el estado de ánimo de la Navidad. Ved La Ciencia Oculta - un Esquema.

Este conocimiento puede darse hoy en día en sustitución de las experiencias que el hombre ya no es capaz de experimentar porque ahora se ha elevado de una vida anterior en el sentimiento a la intelectualidad, al pensamiento; por lo tanto, es a través del espejo del pensamiento que los sentimientos originalmente encendidos por la propia Naturaleza deben ser influenciados. Así es como deben componerse los escritos si han de transmitir lo que es el objetivo de la Ciencia Espiritual, y los estados de ánimo que generan deben estar en consonancia con el curso del año. Las descripciones teóricas carecen de sentido, pues sólo conducen a considerar los asuntos espirituales como si fueran recetas de un libro de cocina.

La diferencia entre los libros de Ciencia Espiritual y otros tipos de literatura no radica tanto en el hecho de que se describan cosas inusuales, sino principalmente en la forma en que se presentan las cosas. De esto te darás cuenta de que el contenido de la Ciencia Espiritual se extrae de fuentes profundas y que, de acuerdo con la misión de nuestro tiempo, los sentimientos deben ser avivados a través de los pensamientos. Te darás cuenta entonces de que también hoy es posible encontrar algo que pueda sacar de nuevo de la confusión reinante.

Ahora bien, cuando, guiado por tales principios, el hombre emprende el camino que conduce al laberinto de los acontecimientos del Macrocosmos espiritual, esto es algo que fue proféticamente presagiado entre los pueblos originarios del Norte de Europa. Las facultades que les permitían leer la gran escritura de la Naturaleza estaban todavía activas en estos pueblos en una época en la que los griegos ya habían alcanzado un alto grado de intelectualidad. Fue misión de los griegos preparar lo que hoy debemos llevar a un grado de desarrollo aún más avanzado. Un libro como la Ciencia Oculta no podría haber sido escrito en los días de la antigua Grecia, pero la cultura griega hizo posible, de una manera diferente, que quien se aventurara en el laberinto del Cosmos espiritual encontrara un hilo que lo guiara de vuelta. Así lo indica la leyenda de Teseo, que llevó consigo el Hilo de Ariadna al laberinto. Ahora bien, ¿Qué es el Hilo de Ariadna hoy en día? Los conceptos y las imágenes mentales del mundo suprasensible que formamos en el alma. Es el conocimiento espiritual que se pone a nuestra disposición para que podamos penetrar con seguridad en el Macrocosmos. Y así, la Ciencia Espiritual que, para empezar, habla puramente al intelecto, puede ser un Hilo de Ariadna, ayudándonos a superar el desconcierto que podría producirse si entráramos sin preparación en el mundo espiritual del Macrocosmos.

Vemos, pues, que si un hombre desea encontrar el espíritu que está detrás del mundo exterior y que lo impregna, debe atravesar con plena conciencia una región de la que en la vida normal es inconsciente; debe atravesar conscientemente la misma corriente que en la vida cotidiana le quita la conciencia. Si entonces se deja afectar por los sentimientos encendidos por el curso cíclico de la propia Naturaleza o por conceptos e ideas como los referidos, si, en definitiva, logra un verdadero autodesarrollo, se vuelve gradualmente capaz de acercarse sin temor a ese Poder espiritual que al principio es invisible. Al igual que el Guardián Interior del Umbral es imperceptible para la conciencia ordinaria, también lo es este segundo Guardián, el guardián mayor del Umbral, que está ante el Macrocosmos espiritual. Se vuelve cada vez más perceptible para quien se ha sometido a la debida preparación y se abre paso por el otro camino hacia el Macrocosmos espiritual. Debe pasar sin miedo y sin caer en el desconcierto este Ser espiritual que también nos muestra lo insignificantes que somos y que debemos desarrollar nuevos órganos si aspiramos a penetrar en el Macrocosmos. Si un hombre se acercara a este Gran Guardián del Umbral conscientemente, pero aún sin estar preparado, se llenaría de miedo y desesperación.

Ya hemos oído cómo con su conciencia normal el hombre está encerrado dentro de las fronteras marcadas por dos portales. En uno se encuentra el Guardián Menor del Umbral, en el otro, el Guardián Mayor del Umbral. Un portal conduce al interior del hombre, al espíritu del Microcosmos; el otro portal conduce al espíritu del Macrocosmos. Pero ahora debemos darnos cuenta de que de este mismo Macrocosmos provienen las fuerzas espirituales que construyen nuestro propio ser. ¿De dónde procede la materia de nuestros cuerpos físico y etérico? Todas las fuerzas que allí convergen y que están tan llenas de sabiduría, se despliegan ante nosotros en el Gran Mundo cuando hemos pasado el Gran Guardián del Umbral. Allí nos enfrentamos no sólo al conocimiento. Y este es otro punto de importancia. Hasta ahora sólo he hablado de los conocimientos que puede adquirir el hombre, pero que aún no se convierten en una visión del funcionamiento real y de las fuerzas del Macrocosmos. El cuerpo no puede construirse a partir de los datos del conocimiento; debe construirse a partir de las fuerzas. Una vez superado el misterioso Ser que es el Gran Guardián del Umbral, entramos en un mundo de funcionamientos y fuerzas desconocidas. Para empezar, el hombre no sabe nada de este reino porque el velo del mundo de los sentidos se extiende por delante. Pero estas fuerzas fluyen hacia nosotros, han construido  nuestros cuerpos físico y etérico. Toda esta interacción, las interacciones entre el Gran Mundo y el Pequeño Mundo, entre lo que está dentro y lo que está fuera, oculto por el velo del mundo de los sentidos - todo esto está abrazado dentro del desconcertante laberinto. Es la vida misma, en plena realidad, en la que entramos y tenemos que describir.

Mañana comenzaremos por echar un primer vistazo a lo que el hombre no puede, es cierto, percibir en su esencia, pero que se le revela como obra activa cuando pasa por uno u otro portal, cuando pasa por los Guardianes Menores y Mayores del Umbral.

Traducido por J.Luelmo agosto2021