miércoles, 25 de agosto de 2021

GA119-11 Viena 31 de marzo de 1910 -El hombre y la evolución planetaria

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 RUDOLF STEINER


MACROCOSMOS Y MICROCOSMOS

 El hombre y la evolución planetaria.

Viena 31 de marzo de 1910

11ª conferencia

 

Me ha parecido necesario añadir la conferencia de esta noche a las diez anunciadas en el programa, porque algunos de los temas necesitan ser completados en ciertos aspectos. Os habréis dado cuenta de que si se presentaran todos los aspectos de estos temas, habría que hablar, no durante semanas, sino durante meses, quizás incluso durante años. Sin embargo, en la actualidad, la necesidad esencial en relación con las comunicaciones de la Ciencia Espiritual no es tanto que se presente toda la gama de conocimientos científico-espirituales de la manera más concisa posible, sino que se den estímulos, no sólo al intelecto -aunque esto es de vital importancia- sino también a algo más. Hay que subrayar una y otra vez, pues pertenece a la esencia misma del conocimiento espiritual, que todo lo que se trae de los mundos superiores a través de las investigaciones de la Ciencia Espiritual puede ser captado a través de los conceptos e ideas que un hombre puede adquirir hoy durante la vida en el mundo físico. No hay nada en la Ciencia Espiritual que no pueda ser captado de esta manera.

Pero para comprender plenamente los grandes problemas a los que hay que enfrentarse en este ámbito, a menudo es necesario recorrer un largo y arduo camino. Necesitamos prácticamente toda la gama de conceptos e ideas accesibles hoy en día si queremos tener una clara comprensión de los datos del conocimiento científico-espiritual y cada uno de nosotros puede decirse a sí mismo: "Puede que todavía no sea capaz, mediante mi propia clarividencia, de alcanzar los mundos superiores, pero puedo captar con mi inteligencia lo que se me comunica". No todos los que anhelan interiormente las revelaciones de la Ciencia Espiritual son capaces de emprender de inmediato el difícil camino intelectual al que se ha hecho referencia. De ahí que quien comunica el conocimiento espiritual no pueda dar siempre por sentado que todas sus afirmaciones se someten inmediata e invariablemente a la prueba de la razón. Por lo tanto, está obligado a hacer una suposición diferente, a saber, que en cada alma humana están presentes no sólo las facultades y poderes que han sido adquiridos a través de largos períodos de tiempo y han sido llevados a una cierta etapa de perfección. Una de estas facultades es, por supuesto, el intelecto, pero la Ciencia Espiritual sabe que no tiene futuro. Otras facultades, sin embargo, como el pensar del corazón, evolucionarán junto con la transformación del alma humana en tiempos venideros; se desarrollarán nuevas facultades aún no soñadas. El intelecto ha alcanzado un cenit y se incorporará al futuro desarrollo del alma humana como fruto de la presente etapa de evolución, pero el intelecto como tal no puede alcanzar un nivel superior. Además de las facultades anímicas que hoy se conocen y que se remontan al pasado de la humanidad, desde cuyos inicios elementales ha evolucionado hasta su nivel actual, existen otras a las que sólo hemos podido aludir proféticamente. Pero así como las facultades que hoy se han perfeccionado se manifestaron en comienzos rudimentarios hace mucho tiempo, las facultades que pertenecen al futuro ya están presentes ahora como semillas en el alma y llegarán a florecer en el futuro. La facultad de adquirir conocimiento a través de la lógica del corazón no está todavía activa en gran medida, pero la aptitud para ello ya está presente en muchos seres humanos. Las personas tienen un sentido natural de la verdad con respecto a lo que sólo será posible comprender plenamente en el futuro a través de la lógica del corazón.

Además de dirigirse a la mente racional, el investigador espiritual se dirige a estas facultades que están adormecidas en el interior de las personas, partiendo de la base de que el alma humana está organizada, no para el error y la falsedad, sino para la verdad; que mucho antes de que el alma, a partir de su propio conocimiento más profundo, reconozca y acepte las verdades bajadas de los mundos superiores, ya está presente en la vida del sentimiento una respuesta espontánea, es decir, que la verdad sobre los mundos superiores puede ser sentida por un gran número de corazones humanos antes de que sea realmente comprendida.

Que existan almas hoy en día que posean este sentido para las verdades espirituales se demuestra por el hecho de que un gran número de personas no se sienten satisfechas por las explicaciones actuales de los grandes problemas de la existencia y acuden a la Ciencia Espiritual anhelando encontrar respuestas a estos problemas. Se trata de personas cuyas facultades superiores dicen "Sí" a las comunicaciones de la Ciencia Espiritual, aunque al principio sólo sienten a través de su sentido natural de la verdad lo que más tarde comprenderán intuitivamente. Por ello, el investigador espiritual apela más directamente al alma humana que otros investigadores en la actualidad. Estos otros tratan de obligar a reconocer sus descubrimientos citando experimentos, aduciendo pruebas matemáticas y similares, de modo que sus oyentes no pueden hacer otra cosa que admitir la validez de lo que dicen.

El investigador espiritual se encuentra en una posición diferente. Debe apelar a rincones mucho más íntimos del alma humana. Todavía no está en condiciones, como otros científicos, de aportar siempre pruebas externas, pero sabe que el mismo sentido de la verdad que reside en su propio corazón está presente en los corazones de todos los hombres, y que éstos, a condición de que comprendan su propia naturaleza, pueden estar de acuerdo con él espontáneamente, aunque todavía no comprendan plenamente todo lo que tiene que impartir. Por ello apela al sentido de la verdad en el corazón de los hombres, y deja al libre juicio de las almas el estar o no de acuerdo con él. No trata de convencer con sus exposiciones, sino que sostiene que lo que vive en su alma también vive en todas las almas humanas y que su tarea es dar el estímulo para algo que puede y debe brotar por sí mismo de cada alma. Sólo trata de dar expresión a las verdades que cada alma, con el tiempo suficiente, podría experimentar en sí misma. Pero como los seres humanos dependemos unos de otros, debemos buscar juntos, especialmente en los asuntos relacionados con el ámbito espiritual. La Ciencia Espiritual debe ser un estímulo para la búsqueda común de la verdad.

Sólo teniendo esto en cuenta podemos ver bajo la luz correcta mucho de lo que se ha dicho en las conferencias anteriores. Hay que apelar a cada alma para ver si no puede encontrar dentro de sí misma la posibilidad de comprender lo que se ha presentado aquí. Se ha tenido en cuenta que la comprensión no puede ser inmediata, sino sólo cuando el estímulo ha echado raíces en el corazón, germina allí y se convierte en una fuerza activa. - En este sentido, se harán ahora algunas observaciones complementarias.

Ayer llegamos a hablar de una experiencia de visión clarividente, a saber, que nuestra Tierra es la sucesora de otra evolución planetaria, habiendo evolucionado a partir de un antiguo cuerpo planetario que llamamos la Antigua Luna (no la Luna actual). También hablamos de lo que la visión clarividente ve proféticamente, a saber, el surgimiento de un nuevo planeta después de un estado de crepúsculo, después de un Pralaya, una condición de oscuridad. La Tierra se transformará entonces en otro cuerpo planetario: Júpiter. (De nuevo, no se trata del Júpiter que conocemos hoy, sino de la futura encarnación de la Tierra actual). He explicado que la Tierra pasa por encarnaciones sucesivas, al igual que el ser humano pasa de una encarnación a otra.

Si ampliamos este pensamiento, surge la pregunta: ¿Este otro planeta, la Antigua Luna, se originó a su vez a partir de algún otro? ¿Ha tenido la Tierra encarnaciones anteriores? Es una pregunta muy natural. Para poder responderla tendremos que explorar un poco más allá. Debemos recordar, en primer lugar, cómo en su vida cotidiana el hombre alterna entre los estados de vigilia y de sueño. Este ha sido un motivo que nos ha guiado a lo largo de estas conferencias. En el sueño, el hombre está dividido, por así decirlo, en dos partes. Los cuerpos físico y etérico, que permanecen acostados en la cama, mientras que el cuerpo astral y el Yo pasan al mundo espiritual, al Macrocosmos. Así pues, en el estado de sueño existe el cuerpo que permanece visible en el plano físico, junto con el cuerpo etérico invisible, y la parte suprasensible del ser del hombre, que consiste en el cuerpo astral y el Yo. Esta última parte está fuera del alcance de la investigación externa y sólo se revela cuando la visión clarividente se dirige al ser humano en el estado de sueño.

Ahora nos preguntaremos si existe en el mundo exterior algo análogo a lo que queda del hombre durante el sueño nocturno, algo que tenga un cuerpo físico y otro etérico. Sabemos que el cuerpo físico del hombre está sometido a leyes muy diferentes tan pronto como el cuerpo etérico lo abandona al morir. Entonces se somete a las leyes puramente físicas y químicas y finalmente se desintegra. El fiel combatiente, que desde el nacimiento hasta la muerte mantiene el cuerpo humano intacto durante el sueño, es el cuerpo etérico o cuerpo vital. Pero el hombre posee lo que llamamos su principio vital en común no sólo con los animales, sino también con el mundo vegetal en su conjunto. Cuando miramos a nuestro entorno, percibimos el mundo vegetal a nuestro alrededor. Una planta se nos revela como un ser que, al igual que el hombre, no está sometido por completo a las leyes físicas y químicas; sólo las sigue cuando muere. Es el reino mineral el que sigue únicamente las leyes físicas y químicas. En primer lugar, las leyes del reino mineral se atribuyen al cuerpo físico del hombre. Pero este cuerpo está impregnado de un sistema de leyes superior que pertenece al cuerpo etérico y que abandona el cuerpo físico al morir; éste queda entonces sometido a las leyes puramente físicas y químicas.

La parte externa del hombre que permanece en el mundo físico durante el sueño consta de cuerpo físico y cuerpo etérico. Las plantas también constan de cuerpos físicos y etéricos. Por lo tanto, el hombre tiene el cuerpo etérico en común con las plantas. Pero hay, sin embargo, una diferencia radical entre el cuerpo físico del hombre y el cuerpo físico de la planta; y ello se debe a que en el hombre los dos cuerpos -físico y etérico- están impregnados por el cuerpo astral y el Yo, mientras que la planta sólo tiene los cuerpos físico y etérico. Por lo tanto, incluso externamente el hombre está obligado a presentarse ante nosotros como un ser esencialmente diferente, porque en él estos cuerpos están impregnados por el Yo y el cuerpo astral.

Así pues, el hombre se encuentra entre los seres del mundo vegetal, similar a ellos en sus miembros inferiores, los cuerpos físico y etérico, y elevándose a un nivel superior en virtud de su cuerpo astral y su Yo. Por lo tanto, en nuestra naturaleza humana sólo somos afines a la planta en la medida en que ésta ha desarrollado los dos miembros inferiores. Pero en el mundo terrenal dependemos del mundo vegetal. Físicamente, el hombre no puede dejar de sentir esta dependencia. En cuanto a su cuerpo, puede prescindir de la naturaleza animal; no necesita, a menos que lo desee, alimentarse de sustancia animal, pero necesita las plantas para que su cuerpo físico pueda vivir en este mundo. El cuerpo físico del hombre presupone la existencia del cuerpo físico de la planta. El cuerpo físico del hombre, tal como es hoy, no puede existir sin el entorno del reino vegetal que le proporciona el planeta actual.

Ahora pensemos en una persona que pasa al estado de sueño. Puede hacerlo independientemente de cualquier relación exterior entre el Sol y la Tierra; puede dormir a una hora del día o de la noche, independientemente del Sol, aunque mejor, de hecho, cuando el Sol no brilla.

Ahora vamos a investigar el proceso correspondiente en el mundo de las plantas. Allí las cosas son diferentes. El ser humano puede mantener la conexión entre sus cuerpos físico y etérico independientemente de la influencia de los rayos solares y de la posición relativa del Sol con respecto a la Tierra. Esto no lo puede hacer la planta. La planta depende en un aspecto definido de la relación de la Tierra con el Sol. Es cierto que hay plantas perennes, pero también ellas, junto con la naturaleza moribunda, pierden algo de las características esenciales de la vida vegetal en el otoño y deben recibir nuevas fuerzas en la primavera. Cuando en primavera los rayos del Sol recuperan su poder de calentar, la vida vegetal despierta; cuando en otoño el Sol empieza a perder su poder, la vida vegetal pasa a una especie de quietud. Incluso las plantas perennes se acercan al estado mineral durante el invierno; conservan su vida, pero en sus partes leñosas se aproximan a una condición moribunda. La vida esencial de la planta se extingue en invierno y vuelve a despertarse en primavera, para alcanzar su punto máximo de despliegue en verano. En otoño, la planta debe dejar que su cuerpo etérico se desprenda de sí misma, tal como sucede en el caso del hombre cuando se acerca la muerte.

En la planta y en el ser humano la conexión entre el cuerpo físico y el etérico es diferente. La planta depende de la relación del Sol con la Tierra; el ser humano se ha independizado de ella. Recordando que una parte de su ser está constituida como la planta, y que esta parte se pone de manifiesto por la noche, cuando él está dormido y el Sol se ha retirado, no podemos sino darnos cuenta de que la planta es una ilustración de lo que deberíamos ser como seres humanos si no hubiéramos logrado integrar el cuerpo astral y el Yo en nuestra naturaleza vegetal. La planta nos presenta una parte de nuestro propio ser que no podríamos percibir de otro modo; aunque el ser humano dormido no funciona como una planta, pues el cuerpo astral y el Yo están trabajando sobre él. La planta es un ejemplo, una ilustración, de un ser que sólo consta de cuerpos físicos y etéricos. Por lo tanto, debe ser obvio para nosotros que no solo hay una relación física entre el hombre y el mundo de las plantas, sino también una relación moral y espiritual.

El ser humano puede tomar conciencia muy fácilmente de esta relación moral y espiritual con el mundo vegetal dando libre juego al gran sentimiento natural. Necesita las plantas no sólo para alimentarse, sino también para su vida interior, para alimentar en su interior los sentimientos y experiencias necesarios para su vida anímica. Necesita las impresiones del mundo vegetal en el plano físico para que su vida anímica sea fresca y saludable. Esto es algo sobre lo que nunca se insistirá demasiado. Una deficiencia en el alma humana se hace evidente muy pronto si se la excluye de la influencia fresca y vitalizadora de las plantas. En un hombre que, debido a la vida en la ciudad, está prácticamente aislado del contacto inmediato con el mundo vegetal, alguien que posea una visión más profunda siempre percibirá una cierta deficiencia interior. Es absolutamente cierto que el alma sufre un daño por la pérdida de la alegría y el placer espontáneos que surgen del contacto directo con el mundo vegetal. Esta pérdida es una de las sombras de la civilización moderna que se encuentra principalmente en las grandes ciudades. Sabemos que hay personas que apenas pueden distinguir un grano de avena de un grano de trigo; sin embargo, ser capaz de hacerlo pertenece a una naturaleza humana sana. Esto puede considerarse indicativo. Hay que contemplar con pesar cualquier perspectiva de un futuro en el que el hombre se vea totalmente privado de cualquier contacto directo con el mundo de las plantas.

Lo siguiente puede indicar el fundamento profundo de esta relación. El ser humano, como ser evolutivo, no podría estar siempre en estado de sueño, porque entonces no podría vivir. El ser humano tiene un cuerpo físico y otro etérico, pero sólo es concebible en su forma actual por estar impregnado en el estado de vigilia de cuerpo astral y del Yo. Por otra parte, en el estado de sueño no tiene conciencia del mundo físico y para tener conciencia allí debe bajar a sus cuerpos físico y etérico. Él comienza a tener conciencia sólo cuando se sumerge en estos cuerpos. Así como la forma en que el hombre se presenta hoy ante nosotros sería imposible sin el cuerpo astral y el Yo, también podemos decir que con su vida interior, con la conciencia de su Yo, de sus sentimientos e impulsos de voluntad, el hombre no podría desplegar esta conciencia si no poseyera los cuerpos físico y etérico. Necesita estos cuerpos como base de su vida interior; de ello se deduce que son los antecedentes necesarios para la evolución de su cuerpo astral y de su Yo. El cuerpo físico y el cuerpo etérico deben estar primero y el cuerpo astral y el Yo pueden entonces entrar en ellos.

Por lo tanto, nuestra atención se remonta no sólo a las épocas en que la forma del ser humano era diferente de la que tenía en la Antigua Luna, sino también a las épocas en que en realidad no tenía cuerpo astral ni Yo, sino sólo un cuerpo físico y un cuerpo etérico. Los cuerpos físico y etérico tuvieron que ser construidos primero desde el Macrocosmos antes de que pudieran servir como los antecedentes necesarios del cuerpo astral y del Yo. En una época primitiva tuvo que ocurrir algo que en cierto sentido ocurre cada mañana cuando el cuerpo astral y el Yo emergen del mundo espiritual y se conectan con los cuerpos físico y etérico. Por consiguiente, el cuerpo astral y el Yo tuvieron que salir en algún momento del mundo espiritual y encontrar los cuerpos físico y etérico ya existentes. De ahí que antes de que el hombre pudiera llegar a ser lo que es hoy en sus miembros superiores, sus cuerpos físico y etérico tuvieron que ser preparados por los Poderes y Seres cósmicos sin ninguna cooperación por su parte.

El ser humano tuvo que evolucionar primero en una especie de existencia vegetal antes de que fuera posible el desarrollo de su cuerpo astral y de su Yo. Por lo tanto, nuestro pensamiento se dirige a una época mucho más temprana en la que el hombre evolucionó a partir del Macrocosmos como una especie de ser vegetal. Hoy en día, la única actitud correcta hacia las plantas es pensar de la siguiente manera. - Estas plantas que tenemos ante nosotros, verdes y florecientes, ilustran en el presente inmediato la naturaleza que una vez fue nuestra antes de que existiera en nosotros la posibilidad de errar o volverse hacia el mal. Nos muestran nuestra naturaleza humana en una época primigenia, cuando aún no estaba llena de impulsos y deseos, cuando todavía estaba en su prístina pureza.

Pero cuando asociamos a esto el otro factor, que nuestra naturaleza vegetal humana, tal como es ahora, es independiente de la posición relativa del Sol con respecto a la Tierra, mientras que las plantas que nos rodean hoy en día dependen de él, brotando como lo hacen en primavera y muriendo en otoño, entonces diremos que nunca podemos haber sido lo mismo que estas plantas que dependen del Sol y de la Tierra. Un cuerpo astral y un Yo deben haber podido entrar en los seres semejantes a las plantas que una vez fuimos. Ningún cuerpo astral o Yo puede entrar en las plantas de hoy. Los cuerpos físico y etérico del hombre difieren de los de las plantas en que son, como hemos visto, independientes de la posición relativa del Sol con respecto a la Tierra. La conexión que se da en el hombre entre el cuerpo físico y el etérico debe haberse originado en condiciones planetarias diferentes a las que se dieron en las plantas actuales.

Podremos comprender estas diferentes condiciones si reflexionamos sobre lo siguiente. - Sabemos que la cohesión de los cuerpos físico y etérico en el hombre es independiente de la posición relativa del Sol con respecto a la Tierra. Pero, ¿es totalmente independiente de la influencia y de la acción del Sol? No, porque sin el Sol, los cuerpos físico y etérico no podrían existir ni estar conectados entre sí. Si los efectos de la actividad del Sol no estuvieran constantemente presentes, ningún hombre podría evolucionar en la Tierra. El hombre depende del Sol, pero es independiente de su posición relativa con respecto a la Tierra. Cuando el Sol se retira de la Tierra con su fuerza directa, que da calor, no deja de depositar en la Tierra su calor y su poder de salud. En los campos del país, incluso hoy en día, a menudo se cavan pozos profundos en invierno y se colocan patatas en ellos; las patatas se mantienen vivas porque el poder de calentamiento del Sol que se derramó durante el verano se ha retirado bajo la superficie de la Tierra. Sigue activo bajo la superficie de la Tierra, conservándose durante el invierno. Aunque el Sol se haya retirado, sus efectos permanecen. El carbón para nuestras estufas se extrae del interior de la Tierra. Se formó en un pasado remoto a través de plantas que se incrustaron en la Tierra. Estas plantas crecieron bajo la influencia del calor y la luz del Sol; con las plantas, la luz y el calor del Sol de épocas pasadas son extraídos de la Tierra para ser utilizados. Así, la Tierra tiene al Sol dentro de ella, incluso cuando la relación del Sol con la Tierra cambia. En su vida germinal, las plantas de hoy tienen algo que ha sido originado por la posición relativa del Sol con respecto a la Tierra. La Tierra necesita lo que recibe del Sol y lo conserva durante el invierno. Cuando, debido a la posición del Sol, la Tierra no se calienta directamente, el calor solar conservado está presente. Sin él, los cuerpos físico y etérico del hombre no podrían vivir. Si el hombre fuera retirado de la Tierra, su vida no podría continuar; perecería. La Tierra que lleva en su interior el Sol es esencial para su existencia.

En las condiciones actuales de nuestro sistema solar, la Tierra no produce directamente la conexión del cuerpo físico y etérico que existe en el hombre, sino sólo la que existe en la planta. La conexión en el hombre debe producirse hoy indirectamente, pero para que pueda existir en absoluto, el hombre necesita el Sol que está almacenado y concentrado en la Tierra. Por lo tanto, encontraremos inteligible que no sólo se hizo posible en alguna época pasada la existencia de los cuerpos físico y etérico del hombre, sino que esta posibilidad provino de la Tierra, que estos cuerpos se desarrollaron a partir de una existencia planetaria como es el caso de la planta hoy. Así como hoy la planta es hija de la Tierra, los cuerpos físico y etérico del hombre fueron hijos de un estado planetario anterior de la Tierra.

En aquella época debieron predominar condiciones totalmente diferentes. La Ciencia Espiritual señala estas condiciones diferentes cuando revela que el Antiguo Estado Lunar fue precedido por otro estado, uno que llamamos correctamente el Antiguo Estado Solar. En este Antiguo Estado Solar el Sol no podía brillar desde fuera; de lo contrario el hombre habría podido desarrollarse no sólo como un ser con cuerpo físico y etérico, sino ya con cuerpo astral y Yo también. Ninguna actividad solar podría haber llegado desde el exterior en aquel tiempo; pero sin la actividad solar los cuerpos físico y etérico del hombre no podrían formarse. Por lo tanto, la actividad solar que hoy se conserva debió estar dentro de la propia Tierra; la propia Tierra debió generar los efectos que hoy produce el Sol. La Tierra era en sí misma el Sol en aquella época. Por lo tanto, si buscamos un estado anterior de nuestro planeta, sólo podemos encontrarlo en una época en la que el Sol no brillaba desde fuera; los efectos que ahora provienen del Sol deben haber procedido de la propia Tierra. Lo que es visible para el ojo de la clarividencia se hace ahora comprensible, a saber, que la Tierra fue precedida por un estado de Antigua Luna, y éste, a su vez, por un estado en el que la propia Tierra era un cuerpo radiante y dador de calor; en esa época no podían formarse plantas como las conocemos hoy, pero sí podían llegar a existir los cuerpos físico y etérico del ser humano.

Es probable que alguien diga en este punto que si la Tierra fue una vez un Sol y el hombre tenía cuerpos físicos y etéricos, necesariamente se habría quemado. Sí, ciertamente, si el cuerpo físico humano hubiera sido como es ahora. Pero era muy diferente. El cuerpo físico del hombre en aquella época no podía, evidentemente, tener sus constituyentes terrestres o sólidos actuales, ni siquiera los constituyentes fluidos, pues el agua no podía existir en un cuerpo cósmico de esa naturaleza. Pero el estado aeriforme o gaseoso era posible, y ciertamente lo que llamamos el "éter cálido". Nos remontamos así a una encarnación planetaria anterior de la Tierra en la que el hombre se encuentra prefigurado en sus cuerpos físico y etérico, pero en condiciones totalmente diferentes a las actuales. La materia sólida y fluida no existía todavía, pero la base de los cuerpos físico y etérico estaba presente en un estado aeriforme y ardiente. El hombre ha llegado a ser lo que es hoy después de la transformación del Antiguo Sol en la Antigua Luna y luego en la Tierra en su forma actual. En esos períodos antiguos, el hombre estaba adaptado a las condiciones planetarias imperantes. Pero bien puede imaginarse que en todo el sistema solar todo era diferente. Ni lo que llamamos agua o fluido, ni lo terrestre o sólido existía aún, sino sólo aire y calor. Llegamos aquí a un estado de nuestro sistema solar tan esencialmente diferente de las condiciones actuales que estaba sujeto a leyes muy distintas de las de nuestra Tierra actual.

Pero este estado en sí, que hemos llamado el Antiguo Estado Solar, presupone aún otro. En el antiguo estado solar ya existe una conexión entre el fuego (o calor) y el aire, y entre el cuerpo físico y el cuerpo etérico. El cuerpo físico no puede existir en la naturaleza material sin su cuerpo etérico, pero el cuerpo etérico también debe vivir sobre la base del cuerpo físico si ha de existir en el mundo material. Cada cuerpo presupone al otro. Por lo tanto, el hombre tuvo que encontrar un cuerpo físico ya existente antes de poder hacer la conexión entre los cuerpos físico y etérico. Esto nos remite a una encarnación aún más temprana de la Tierra. En el Antiguo Sol, el hombre se encontraba en una condición aeriforme y antes aún sólo consistía en calor. Otra rarefacción de lo físico fue el calor (en el Antiguo) Saturno. Debemos considerar este calor como el primer estado "físico". Y debemos pensar que todo el sistema solar estaba adaptado en ese momento a esta primera condición planetaria, el estado de fuego o calor de nuestra Tierra.

Ahora llegamos a algo muy notable. Es posible para la clarividencia mirar hacia atrás a un estado primordial de puro calor. Lo llamamos el antiguo estado de Saturno de la Tierra. Para la visión clarividente es una realidad directa. También podemos pensar en ese estado. Pero hemos de insistir en que debemos pensar en todo lo que entonces estaba adaptado a condiciones totalmente diferentes. Hemos oído que incluso al hablar del mundo elemental hay que adquirir una concepción muy diferente del calor. Ni siquiera podemos imaginar nuestro fuego o calor actual sin la existencia de los otros tres estados, el gaseoso, el fluido y el sólido. Se comprenderá, pues, que el calor del antiguo Saturno era esencialmente diferente de nuestro calor o fuego actual. Con el cambio de las condiciones planetarias, todo se altera y se transforma. Hoy, el fuego es un gas ardiente o alguna otra sustancia ardiente. Pero en el Antiguo Saturno no había aire ni gas. Imagina que el calor impregna todo el espacio y entonces sentirás cómo el calor se convierte en una cualidad anímica. Lo que hoy llamamos calor es algo que sentimos, como por ejemplo cuando ponemos un dedo cerca de un objeto sólido que está al rojo vivo. Pero en la época del Antiguo Saturno no existía nada sólido; no había más que un calor indiferenciado que impregnaba el espacio. Sólo es posible imaginarlo pasando de la noción de calor exterior a la de calor interior, calor del alma. Cuando tenemos un ideal elevado, nuestra alma rebosa de calor; pero esto se traslada a lo físico y también nos calentamos físicamente. La sangre se calienta y circula de forma diferente. Para un observador sensible es bastante evidente que el calor experimentado en la vida del alma actúa directamente en la constitución física. Debemos pensar que este calor que impregna la constitución del hombre es el resultado de alguna actividad espiritual, en relación con la primera encarnación planetaria de nuestra Tierra, cuando el espíritu y el calor trabajaron juntos desde el Macrocosmos.

Si una impresión de naturaleza anímica y espiritual calienta al hombre, sería absurdo preguntar: ¿Cómo se produce? Porque nadie puede entender cómo un ideal elevado puede hacer que un hombre rebose de calor, a menos que él mismo pueda ser calentado por un ideal. Ese proceso debe entenderse interiormente. Hay individuos que ven que otros se calientan interiormente por una impresión de naturaleza espiritual, pero encuentran esto incomprensible y a menudo se les oye decir: "Esa gente es tonta. Se emocionan por algo que a mí me deja frío". Tal afirmación muestra que los hablantes son incapaces de tener una experiencia similar. Si lo fueran, encontrarían que la propia constitución del hombre proporciona la explicación.

¿Qué debemos comprender entonces en relación con el calor del antiguo Saturno? ¿Cómo podemos entenderlo? Sólo comprendiendo que el calor de Saturno nace del espíritu. De la Tierra nos remontamos a la Antigua Luna, de la Antigua Luna al Antiguo Sol, del Antiguo Sol al Antiguo Saturno. Pero nos damos cuenta de que el Antiguo Saturno surgió directamente del espíritu. Por lo tanto, podemos comprender el origen de nuestra Tierra remontándonos al espíritu, no a una nebulosa cósmica, sino al espíritu, e imaginando cómo el comienzo de la evolución de la Tierra se originó a partir del trabajo combinado de Seres espirituales.

Teniendo esto en cuenta, podemos comprender por qué se dice en mi libro, La Ciencia Oculta, que ciertos Espíritus, los Espíritus de la Voluntad, dejan fluir su propia esencia. Véase el capítulo IV de La Ciencia Oculta - un esbozo. Los Espíritus de la Personalidad y luego otros Seres espirituales trabajaron con ellos. Léase lo que se dice en ese libro de los Seres espirituales que dejaron fluir sus actos juntos en el Macrocosmos y a través de estas corrientes convergentes llegó a existir el Antiguo Saturno. Vemos aquí que el cuestionamiento deja de tener sentido cuando se llega al punto de explicar cómo lo físico se origina de lo espiritual. Porque si queremos finalmente contemplar a los Seres espirituales que nos ocupan, ya no preguntamos "¿Por qué?" de la manera ordinaria. Un amante de las abstracciones puede seguir preguntando "¿por qué?" ad infinitum. Por ejemplo, al ver surcos en la carretera, pregunta: "¿Por qué están los surcos ahí?" - "Porque los hicieron las ruedas". - "¿Por qué los hicieron las ruedas?" - "Porque pasó un carro". - "¿Quién iba en el carro?" - "Un hombre". - "¿Quién era?" - "Fulano de tal". - "¿Por qué conducía el carro?" Aquí llegamos al propósito del conductor, que es lo último que hay que preguntar, pues nadie puede ir más allá por medio de preguntas. Y así, cuando se presentan las grandes verdades cósmicas, el cuestionamiento deja de tener sentido en un determinado momento.

Ahora se han dado indicaciones sobre cómo es posible comprender lo que presenta la Ciencia Espiritual. Hay que recoger datos de dominios muy amplios. El investigador espiritual, sin embargo, no necesita hacer esto. Él mira hacia atrás y ve lo que la Tierra fue una vez y puede describir, por ejemplo, cómo era la Tierra en el antiguo estado solar. En nuestra etapa actual podemos ver cómo el Sol era capaz de sacar lo que la Tierra almacena en su interior para las necesidades del invierno. Recordamos que en otoño, los campesinos entierran sus patatas porque los efectos del Sol siguen en la Tierra. Hay que recoger hechos de todas partes y, cuando se tenga todo en cuenta, se verá que la Ciencia Espiritual puede ser verificada por los hechos, siempre que seamos capaces de reunirlos todos. Se han reunido hechos muy dispersos en el Macrocosmos y hemos visto cómo en un pasado muy lejano el propio hombre, el Microcosmos, se desarrolló a través de las etapas del Antiguo Saturno, el Antiguo Sol y la Antigua Luna. En la Tierra ha llegado a un final provisional en su desarrollo actual.

Y finalmente nos preguntamos: ¿Hay algo en el hombre que apunte al futuro? Según la conferencia de ayer, el corazón humano es un órgano muy antiguo. En una forma totalmente diferente ya existía en la Antigua Luna y en la Tierra simplemente se ha transformado. En la Antigua Luna aún no había cerebro; pero el corazón existía y, además, tenía en su interior la base para una futura transformación. Al igual que una flor lleva en su interior la semilla del fruto, el corazón de la Antigua Luna llevaba en su interior el corazón de la Tierra.

¿Existen órganos en el cuerpo humano que ya hoy apuntan proféticamente al futuro? Sí, existen tales órganos. Es cierto que hoy no están completamente desarrollados, pero alcanzarán una mayor perfección y, tras el declive de otros órganos, pertenecerán al hombre en una forma más elevada cuando se convierta en el futuro hombre de Júpiter. Uno de estos órganos es la laringe. Hoy en día sólo está en camino hacia un desarrollo superior. Se revela en un estado germinal y se convertirá en algo muy diferente en el futuro. Si estudiamos la laringe en su relación con el pulmón, podemos decir que en cierto modo presupone el pulmón, evoluciona sobre la base de la existencia del pulmón. Pero nos damos cuenta al mismo tiempo de que el hombre se encuentra todavía en una fase imperfecta con respecto a lo que produce en su laringe. ¿Dónde se encuentra hoy la mayor perfección humana? En lo que da al hombre la posibilidad de llamarse a sí mismo "yo". Esto es lo que lo sitúa por encima de los demás seres de la Tierra. El hombre es una individualidad centrada en el Yo y es esta individualidad la que pasa de una encarnación a otra. Podemos mirar hacia atrás en una vida que precedió a la vida actual en la Tierra, luego más y más atrás en el pasado, y también podemos mirar hacia adelante en el futuro. El hombre pasa a sus siguientes encarnaciones con lo que ha hecho suyo en su Yo. Si cualquiera de ustedes pudiera mirar hacia atrás en sus encarnaciones anteriores, se encontraría encarnado, por ejemplo, en la época grecolatina, en la época egipcio-caldea, en la antigua época persa, en la antigua época india, etc. 

Pero el trabajo realizado por la laringe humana no está ligado en el mismo sentido al Yo. Lo que la laringe puede hacer se expresa en cada encarnación en una forma diferente de habla; el hombre no la lleva consigo de una encarnación a otra. El habla no es algo que se individualice hoy en día. En el transcurso de las encarnaciones un hombre puede pertenecer a diferentes pueblos y utilizar diferentes lenguas, diferentes modismos lingüísticos. Por lo tanto, está claro que el habla no está tan íntimamente ligada al Yo como el pensar. El habla no está ligada a nuestra verdadera individualidad, a lo que constituye nuestro verdadero valor humano. El habla es algo que tenemos en común con otros seres humanos; nos viene de condiciones externas. Sin embargo, no se puede negar que el habla es algo en lo que se expresa nuestro ser más íntimo, el espíritu. La cualidad de los sentimientos y la configuración de los pensamientos son llevados a los sonidos de las palabras; de modo que poseemos en nuestra laringe un órgano a través del cual, con nuestra individualidad, somos parte y parcela de algo forjado por el espíritu, pero no de algo que nosotros mismos hemos forjado. Si el habla no fuera forjada por el espíritu, el espíritu del hombre no podría expresarse a través de ese medio. Si la laringe no pudiera captar en el canto el tono impartido por el espíritu, el alma humana no podría expresarse a través del medio del canto. 

La laringe es un órgano que lleva a la expresión actividades espirituales, pero no actividades espirituales individualizadas. La laringe se revela al investigador espiritual como un órgano a través del cual el hombre se integra en un alma-grupo que todavía no puede llevar al estadio de la individualización; pero la laringe se está desarrollando hasta el punto de que finalmente podrá ser un receptáculo para las actividades individuales del hombre. En el futuro, el hombre transformará de tal manera su laringe que a través de ella podrá dar expresión a su propia realidad individual. Esto es sólo una indicación profética de un proceso que debemos llamar la formación de un órgano germinal que se transformará en el futuro. Si prestamos atención a esto, encontraremos comprensible que como individuos no tenemos ningún poder sobre lo que produce nuestra laringe, que nos es dado por gracia y que primero debemos crecer en ella con nuestra individualidad. Así como con nuestro propio Yo estamos arraigados en nosotros mismos, con nuestra laringe estamos arraigados en el Macrocosmos como un todo. Del Macrocosmos sigue fluyendo hacia nosotros lo que nos hace humanos.

A través del corazón nos hacemos humanos; a través de la laringe el Macrocosmos nos hace humanos. Cuando en una nueva encarnación crecemos en el Microcosmos, crecemos en un organismo del que el corazón es el centro; pero este organismo, esta constitución corporal, es mantenida incesantemente por el Macrocosmos, las fuerzas del Macrocosmos fluyen en él. A través de la laringe fluye hacia nosotros desde el Macrocosmos algo que es una manifestación suprema del espíritu. En ella nos vinculamos con el Macrocosmos. No sólo recibimos en nosotros las influencias del Macrocosmos, sino que en cierto sentido también las devolvemos, aunque todavía no tenemos ningún control individual sobre ellas. Nacemos en un lenguaje popular; todavía no tenemos ningún control individual sobre lo que es innato en el espíritu de la nación o pueblo. De ahí que una gran verdad esté contenida en lo que se dice al principio de la Biblia: que la evolución terrestre del ser humano esperó hasta que se pudiera crear para él la estructura cumbre de su aparato respiratorio: la laringe, que es creada por el espíritu, otorgada por el propio Dios. "Dios sopló en las fosas nasales del hombre el aliento de vida y éste se convirtió en un alma viviente". Esto es una indicación del momento en que fluyó en el hombre lo que está conectado con lo divino, con el Macrocosmos. Lo humano está conectado con el corazón, lo divino con la laringe.

En la medida en que el ser humano no sólo respira, sino que también puede transmutar sus procesos respiratorios en canto y habla producidos por la laringe, tiene en su respiración una facultad capaz del más alto desarrollo posible. De ahí que haya buenas razones para decir que el ser humano siempre se está desarrollando, que se elevará a estadios cada vez más altos de espiritualidad. En la filosofía oriental, el miembro más elevado que el hombre, como Hombre-Espíritu, desarrollará en el futuro se llama "Atma", palabra derivada de "Atmen" (aliento). Pero el hombre debe participar él mismo en el desarrollo de este Espíritu-Hombre desde los rudimentarios comienzos actuales. Debe trabajar en el desarrollo del habla y del canto, en el que, como proceso respiratorio transformado, hay infinitas posibilidades.

Teniendo esto en cuenta, nos daremos cuenta de que tan pronto como el hombre pueda producir un efecto real sobre su proceso respiratorio, éste será una influencia muy potente. No obstante, es muy fácil que con su constitución actual el hombre no esté todavía preparado para ello. Si entre los ejercicios que se pueden emprender se encuentra alguno que tenga que ver con la regulación del proceso respiratorio, debe aplicarse la máxima precaución a dichos ejercicios y el maestro debe sentir el mayor sentido de responsabilidad posible. Porque fueron los propios Seres divino-espirituales los que, en su sabiduría, modificaron el proceso respiratorio para elevar al hombre a un estadio superior, y como éste no estaba preparado, se vieron obligados a colocar la palabra fuera del control de su individualidad. La intervención en el proceso respiratorio significa la penetración en una esfera superior y esto exige el mayor sentido de responsabilidad. Se puede decir con toda objetividad que todas las instrucciones que se dan hoy en día con tanta ligereza sobre tal o cual modo de respiración dan realmente la impresión de ser niños jugando con fuego. Intervenir conscientemente en el proceso respiratorio es invocar lo divino en el hombre. Como esto es así, las leyes del proceso sólo pueden derivarse del más alto conocimiento alcanzable y se debe tener la máxima precaución en este ámbito. En la actualidad, cuando hay tan poca conciencia de la verdad de que lo espiritual subyace a todo lo material, la gente creerá con demasiada facilidad que tal o cual ejercicio respiratorio puede ser ventajoso. Pero una vez que se comprenda que todo lo físico tiene un fundamento espiritual, se sabrá también que toda modificación de la respiración pertenece a la más sublime de las revelaciones de lo espiritual en lo físico; debe asociarse a un estado de ánimo del alma que es afín a la oración, donde el conocimiento se convierte en oración. Las instrucciones en estos asuntos profundos sólo deben darse cuando el conocedor está lleno de reverencia, con la realización de la gracia otorgada por aquellos Seres a los que debemos mirar, porque envían su sabiduría desde las alturas del Macrocosmos - alturas mucho más grandes de lo que nosotros, con nuestro conocimiento ordinario, podemos escalar. El resultado final de la Ciencia Espiritual es que resuena como una oración:

Que el rayo protector de la bendición de Dios

impregne mi alma en crecimiento,

Para que en todas partes se aferre

de las fuerzas que dan fuerza.

Mi alma jurará

Despertar en sí misma

La fuerza del amor que da vida,

Para esparcir la fuerza de Dios

Como semilla a lo largo del camino de la vida,

Y así, con todo lo que posee,

Para trabajar la voluntad de Dios.

El objetivo de la Ciencia Espiritual es guiar al ser humano completo hacia los mundos superiores, no sólo al ser pensante, sino también al ser del sentir y de la voluntad. Podemos reflexionar sobre las cosas del mundo y permanecer fríos e impasibles al hacerlo, pero no podemos conocer los mundos superiores sin volver la mirada hacia arriba y entonces, inevitablemente, despertamos los impulsos del sentimiento, sacamos del conocimiento los impulsos para nuestras acciones. Los que sienten esto como algo natural no se detendrán en ese punto. Se esforzarán por emular los grandes ideales que brillan desde el mundo espiritual. También nuestra voluntad, al igual que nuestro sentimiento, se vuelve devota cuando llegamos a la última prueba en la búsqueda del conocimiento espiritual. Quien profesa tener conocimiento del espíritu y permanece indiferente en su sentimiento y voluntad no ha sido correctamente afectado por este conocimiento. La Ciencia Espiritual culmina en un estado de ánimo de reverencia, y en la práctica obediente de los principios de acción reconocidos como correctos. El conocimiento espiritual debe ser recibido en la voluntad. Cuando absorbemos el conocimiento espiritual en su verdadero significado, algo semejante a un Sol espiritual trabaja dentro de nuestra alma.

Pero como los hechos revelados por el conocimiento espiritual deben ser recibidos en el corazón, es natural que fluyan por nuestra civilización a través de la comunión entre los seres humanos. Otros conocimientos pueden ser alcanzados por un ermitaño, pero cuando se trata del corazón, el hombre se siente atraído por otros corazones. El conocimiento espiritual es un vínculo de unión entre los hombres. De ahí que sea natural que quienes tienen la misma aspiración por un ideal espiritual sientan hoy el impulso de reunirse. Es de infinita importancia que cuando la Ciencia Espiritual se difunde de esta manera, reúne a los seres humanos, reúne a aquellos que en cierto sentido se reconocen y se sienten afines. ¿En qué otro lugar del actual mundo de caos social podríamos encontrar seres humanos con los que nos sentimos interiormente afines? El mundo está tan desmembrado hoy en día. Hay personas que se sientan una al lado de la otra en oficinas o salas de trabajo o fábricas haciendo el mismo tipo de trabajo, pero pueden estar muy, muy lejos en el alma. Esto es una consecuencia de la vida moderna. Podemos estar sentados juntos con otros, pero las circunstancias son tales que no nos entendemos. Pero si vamos a algún sitio sabiendo que hay otros que han visto la misma luz y abrigan el mismo amor que nosotros tenemos en nuestras almas, que veneran el mismo tesoro más sagrado, entonces tenemos derecho a suponer que tienen dentro de sí algo que es afín a nuestra propia alma en lo más profundo. Las personas que de otro modo nos resultan extrañas pueden revelarse entonces como portadoras de un ser interior que conocemos y nos damos cuenta de que puede haber parientes en el espíritu.

En la medida en que estos ideales se difundan, encontraremos almas afines en todo el planeta. Con esto se dice algo de incalculable importancia para nuestra época, para la vida espiritual moderna. El conocimiento bajado de las alturas del espíritu cambia a los seres humanos, los convierte en individuos que en la parte esencial de su naturaleza están relacionados en el espíritu, por más alejados e indiferentes que hayan estado. Al difundir este conocimiento, no sólo difundimos la sabiduría de los mundos superiores, sino algo que engendra el amor entre las almas humanas. No promulgamos la hermandad humana por medio de programas, sino que sentamos las bases de la hermandad cada vez que se encienden ideales similares en un número de seres humanos, cada vez que otros miran como nosotros mismos lo que consideramos sagrado.

Cada curso de conferencias no sólo debe enriquecer nuestras almas con conocimiento, sino también, imperceptiblemente, ayudarnos a aprender cómo amar más a otros seres humanos, cómo enlazarlos espiritualmente. Las conferencias sobre la Ciencia Espiritual se dan no sólo para difundir el conocimiento, sino para conducir a los hombres hacia la gran meta de la hermandad, para promover el amor humano y el progreso del alma humana en el calor del amor. Este ha sido también el objetivo de estas conferencias.

Nos hemos esforzado por reunir, a veces desde regiones lejanas, conocimientos que puedan darnos la comprensión del mundo, de su existencia y de su origen espiritual. Al elevarnos al espíritu, como es nuestro deber, encontramos el núcleo más íntimo de nuestro propio ser a través del verdadero autoconocimiento. El verdadero amor tiene sus raíces en el espíritu. Sólo cuando el ser humano encuentra a su semejante en el espíritu, lo encuentra con un amor indisoluble e inquebrantable. Este es el elemento que da vida a toda la existencia humana. La Ciencia Espiritual aporta una fuerza formativa y vivificante al alma. Y cuando a través de lo que de otro modo seguiría siendo un conocimiento desapasionado e intelectual, nos sentimos caldeados en el alma hasta tal punto que este calor acerca a los individuos entre sí, entonces hemos recibido dicho conocimiento de la manera correcta. Incluso un presentimiento de transición de la lógica del pensar a la lógica del corazón tenderá a acercar a los individuos. La lógica del pensar puede conducir a un intenso egoísmo, pero la lógica del corazón supera el egoísmo y hace que todos los hombres participen en la vida de la humanidad como un todo. Si nos hemos impregnado de las verdades del espíritu como de las aguas vivas, entonces hemos comprendido y captado el impulso que debe provenir de la Ciencia Espiritual.

Si salimos de una conferencia como ésta, no sólo con un bagaje de conocimientos enriquecido, sino también con un mayor calor de alma que durará el resto de nuestra vida, el curso habrá cumplido su objetivo. Ojalá se haya alcanzado al menos algo de este ideal. Por muy largas que hayan sido las conferencias, la naturaleza de las cosas es que sólo se ha podido dar un poco. El mejor resultado sería que en los corazones y almas individuales se generara tanto calor que permaneciera hasta nuestra próxima reunión. Que su resplandor continúe hasta el momento en que, anticipadamente, os digo desde el fondo de mi corazón: ¡Auf Wiedersehen!

Traducido por J.Luelmo agosto2021