lunes, 7 de agosto de 2023

GA266b-52 Berlín, 22 de marzo 1912 -Nuestros ejercicios ocultistas tienen por objeto llevarnos al conocimiento imaginativo.

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Rudolf Steiner 

LECCIONES ESOTÉRICAS

LECCIÓN 52 

Berlín, 22 de marzo 1912 - 

Nuestros ejercicios ocultistas tienen por objeto llevarnos al conocimiento imaginativo. Hay imaginaciones que, en tiempos relativamente recientes, podían ser comprendidas por todo discípulo sin más explicaciones; hoy tales imaginaciones deben sernos interpretadas en términos inteligibles, porque muy pocos esoteristas llegarían al significado por sí mismos. A continuación se expondrá una imaginación que será útil a todo esoterista que sienta que no progresa lo suficiente a pesar de sus esfuerzos.  

Que el discípulo imagine que su maestro o enseñante está ante él en forma de Moisés -aunque sólo tenga una vaga idea de esta individualidad- y que le pregunta: ¿Quieres saber por qué no progresas en tu camino esotérico? - Sí. - Te lo diré: es porque adoras al becerro de oro. - Después de esta palabra, el discípulo ve el becerro de oro junto a Moisés. Moisés hace surgir fuego de la tierra, que consume el becerro de oro hasta convertirlo en polvo. Arroja este polvo al agua clara que hay allí, y da de beber al discípulo de esta agua mezclada con el polvo. 

Hace sólo unos siglos, cualquier esoterista podría haber entendido esta imagen. Ahora debe ser explicada de la siguiente manera. Si retrocedemos en nuestra memoria, llegamos al punto en que cesan nuestros recuerdos y la conciencia del yo ha tomado su inicio. Lo que hay antes es lo que hicimos de nosotros mismos en encarnaciones anteriores y trajimos a ésta. Este es el becerro de oro que adoramos sin saberlo, la naturaleza de nuestro envoltorio.

En la ilustración, en lugar del becerro de oro, el alumno se imagina ahora como un niño que aún no tiene conciencia del yo. Penetra en sí mismo con la conciencia de que lo que siente como su yo no es otra cosa que un efecto luciférico; pues la conciencia ordinaria del yo se basa en la memoria, y la memoria es un poder luciférico, ya que precisamente la tarea de Lucifer es trasladar el pasado al presente. Si uno sustrae de sí mismo lo que posee gracias a la conciencia del yo, entonces lo que queda es lo que hemos traído con nosotros de otras vidas terrenales.

Puede parecer duro para algunos tener que imaginar de esta manera, pero sin conceptos tan estrictos nos volvemos incapaces de encontrarnos con el Guardián del Umbral. 

Entonces el discípulo imagina realmente cómo el fuego quema la forma-niño, la forma-niño que él mismo es; sólo ha crecido un poco más mientras tanto, pero básicamente sigue siendo esa naturaleza envolvente que el niño también era, sólo se ha añadido la ilusión del yo. Ve cómo la forma se convierte en polvo, y esto ha de convertirse en una fuerte conciencia, de que todo lo que hay en estas envolturas del cuerpo físico, etérico y astral ha de ser indiferente para él, como si fuera un montón de polvo de ceniza, tan indiferente como lo es la arcilla para el escultor antes de que haya hecho algo con ella. Su cuerpo físico, la forma, la figura exterior, su cuerpo etérico con su memoria, su cuerpo astral con sus simpatías y antipatías, todo esto debe ser desechado o interpretado como un montón de polvo.  

Es posible que ustedes no puedan ponerlo en práctica inmediatamente en la vida. Lo que se quiere decir no es que uno deba ahora de repente lanzarse al cuello de una persona con la que ha tenido antipatía; pero si llevamos a cabo esta imaginación como ejercicio, debemos ser capaces de rechazar toda antipatía de nosotros mismos. 

Y el polvo es arrojado a las aguas puras de la sustancia divina tal como era antes de que la fuerza luciférica hubiera obrado en él. Así la naturaleza envolvente debe ser sacrificada y devuelta a la sustancia divina.  Pero el esoterista también se da cuenta de que todo lo que ahora no es más que un montón de polvo para él ha sido, sin embargo, formado a partir del espíritu. La forma de su cuerpo fue esculpida por el espíritu, el espíritu ha hecho de él lo que ahora es como forma. Y lo que el Espíritu ha hecho de él debemos tomarlo de nuevo para nosotros. Hemos de beber de nuevo el agua en la que se disolvió el polvo. Entonces lo tendremos puro, después de que el becerro de oro haya sido quemado, convertido en polvo y disuelto.  Si hacemos esto, sentiremos que al principio todo un espacio en nosotros se vacía; es el lugar donde el yo suele asentarse el que sentimos vacío. Entonces uno puede convertirse en budista y entrar en un reino para el que el hombre debería sentirse demasiado digno: el nirvana, una esfera extraterrestre. O bien, uno puede llegar a una nueva conciencia del impulso Crístico y sentirlo fluir en el espacio de nuestro yo que se ha vaciado. 

El Cristo nunca podría haber venido a la tierra entre el pueblo hebreo si Moisés no hubiera destruido el becerro de oro y lo hubiera arrojado al agua y se la hubiera dado a beber a los hijos de Israel.

No se quiere decir que uno deba realizar esta imaginación diariamente, sino una y otra vez después de un cierto lapso de tiempo -por ejemplo, tres o cuatro o seis semanas. En el fondo es sólo otra puntualización de nuestro dicho rosacruz.