martes, 1 de agosto de 2023

GA266b-40 Hannover, 1 de enero de 1912 Estudio esotérico de la teosofía

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Rudolf Steiner 

LECCIONES ESOTÉRICAS

LECCIÓN 40 

Hannover, 1 de enero de 1912 - 

En nuestra anterior contemplación esotérica habíamos llegado al punto de que a través de nuestro entrenamiento habíamos sacado de nosotros mismos lo que llamamos nuestro doble. Ciertamente no es una sensación agradable cuando vemos objetivamente ante nosotros todo aquello que hasta ahora hemos albergado inconscientemente en nuestro interior, y que entonces se nos pega a los talones como compañero a cada paso. Hemos oído que es Samael, una de las entidades luciféricas con sus huestes, quien saca el doble de nosotros. De ello se desprende que los seres luciféricos no siempre provocan el mal, sino también el bien. 

Si siempre fuéramos inconscientes de nuestras faltas, nunca podríamos darnos cuenta de las fuerzas destructivas y corruptoras que causan tanto en nuestros cuerpos como en toda la sustancia cósmica. Mientras Samael no haya sacado nuestras faltas de nuestro interior, mientras no las veamos objetivamente como nuestro doble ante nosotros, mientras el poder corruptor y destructor de todas nuestras emociones -como los celos, el odio, la envidia-, de nuestras pasiones en general, que vertemos en nuestro entorno, se mantenga misericordiosamente oculto para nosotros por la Divinidad. El clarividente ve cómo estas pasiones destruyen algo, descomponen algo en nuestro cuerpo físico y también en la sustancia del cosmos, mientras que el bien excita fuerzas constructivas. Así que Samael es básicamente una bendición para el desarrollo. Él nos muestra nuestro ser interior tanto más correctamente cuanto más seriamente nos tomamos en serio nuestro entrenamiento. Entonces nos vemos objetivamente con nuestros defectos, a los que hasta ahora no habíamos prestado atención. Ahora despertarán cada vez más disgusto en nosotros y nos impulsarán a mejorarlos.  

Ahora bien, inevitablemente, se produce una segunda experiencia en el discípulo esotérico, y uno se da cuenta interiormente de tener la sensación como si no pudiera respirar, como si tuviera que sofocarse. Este sentimiento surge del hecho de que el discípulo comienza gradualmente a prestar mucha atención a sus acontecimientos anímicos internos y sutiles, especialmente a las falsedades y mentiras que, según la posibilidad, yacen latentes en todo ser humano. No se trata aquí de mentiras e hipocresías burdas, con las que están afligidas las naturalezas inferiores, sino de matices más sutiles que no advertimos por nuestra superficialidad, que a menudo ni siquiera reconocemos.  Un ejemplo de esto será dado en lo que sigue. Supongamos que alguien se entera de que se va a dar una conferencia teosófica aquí o allá. Piensa: Eso es algo bueno, iré allí - pero al mismo tiempo piensa que se encontrará allí con tal o cual persona con la que le gustaría reunirse. Pero aún así se dice a sí mismo que esa no es la razón principal, y se imagina que va allí por la conferencia. - Estas cosas pasan todos los días, por así decirlo, la gente se miente a sí misma y no se da cuenta o no quiere darse cuenta.  Pero precisamente estas falsedades, de las que no nos hemos dado cuenta hasta ahora, vendrán a nuestra conciencia en innumerables casos, de modo que creeremos que nos asfixiamos por ellas.  

De qué manera los seres humanos vivimos sólo en la superficie en todas nuestras acciones, incluso en nuestros deberes, nos lo demostrará un segundo ejemplo. (Sigue el ejemplo de los profesores que debían examinarse por segunda vez y que no sabían lo que había en los libros de texto que utilizaban a diario). Y esta superficialidad se extiende por toda nuestra vida anímica, de modo que ni siquiera reconocemos las falsedades que sostenemos contra nosotros mismos.

Al principio de nuestros ejercicios tal vez notemos grandes progresos; los pensamientos sobre las cosas cotidianas nos llegarán de todas partes. Pasará mucho tiempo antes de que notemos algún resultado en nuestros ejercicios, y también pasará mucho tiempo antes de que un segundo ser, llamado Azazel, pueda comenzar con su influencia a llevarnos a un conocimiento más profundo, es decir, a hacernos conscientes de nuestra superficialidad. Tanto Samael como Azazel deben sacar algo de nosotros mismos, hacerlo salir; pero un tercer ser, Azael, debe traernos algo. Debe traernos el anhelo de la vida superior, espiritual. El siguiente ejemplo nos muestra lo que esto significa. Un científico que está animado por el ansia de saber y que quiere penetrar cada vez más en la ciencia, se encuentra de repente en un punto en el que está al límite de sus conocimientos, incapaz de penetrar más allá con su intelecto. En la mayoría de los casos dirá: Sí, mi intelecto o el intelecto humano en general no llegará más lejos - y se rendirá a ello. Otros, sin embargo, que sienten su alma un poco más viva, seguirán buscando y serán conducidos a la teosofía o a la ciencia espiritual. Allí creen poder continuar sus investigaciones más allá de los límites que la ciencia materialista había levantado ante ellos. Pero en cuanto tomen el camino esotérico, se sentirán confrontados a una situación desagradable, a un sentimiento, a una sensación que podría expresarse como un sentimiento de ahogo. Cuando una persona penetra cada vez más profundamente en el esoterismo, los límites se hacen cada vez más amplios hasta que llega a un punto en el que todo parece alejarse para él, en el que se encuentra ante un abismo. Ya no siente ningún punto de apoyo, todo desaparece bajo sus pies. Sólo si avanza con valentía por el camino que ha emprendido, si prosigue con diligencia las meditaciones, se le encenderá la luz de la comprensión de que la maya debe desaparecer antes de que pueda reconocer lo espiritual, que es la verdad. Esta realización nos la trae Azael; él salva al hombre del ahogo (estupor) espiritual.  

Además, existe un cuarto ser, Mehazael. Él nos trae a la conciencia y despierta en nosotros la sensación de que estamos atados al tiempo y al espacio. La mejor manera de aclararnos esto es poner ante nuestra alma un estado por el que probablemente muchos de nosotros ya hemos pasado en la vida. A saber, cuando nos despertamos por la mañana y nos sentimos agobiados como con cadenas por los deberes y preocupaciones que trae consigo el nuevo día. Algunos conocerán este sentimiento, que va unido a otro, el de querer sacudirnos las cadenas que nos sujetan a esta carga, tanto más difícil de soportar cuanto que sabemos que somos impotentes ante ella, que debemos doblegarnos. Aquí Mehazael nos muestra nuestro karma.

Pero en cuanto recorramos el camino esotérico, podremos llevar esta carga con más facilidad. Mehazael nos la muestra para que no nos resistamos inútilmente a ella; pues al hacerlo sólo agravaríamos nuestro karma en lugar de sacudírnoslo de encima. Así que, en definitiva, estos cuatro poderes luciféricos son una bendición para nosotros. 

Hemos visto que cada vez que no dominamos nuestras pasiones, que no damos rienda suelta a nuestra cólera y a nuestro odio, descomponemos algo en nosotros, lo destruimos, lo convertimos en polvo de tierra, tanto en nosotros mismos como en la sustancia cósmica en la que fluyen continuamente nuestros sentimientos, sensaciones y pensamientos; de este modo no sólo atraemos el desastre sobre nosotros, sino que también hacemos karma para el mundo que nos rodea. En las enseñanzas esotéricas hemos estudiado hasta ahora el karma sólo teóricamente. Ahora nos quedará claro cómo funciona el karma de una manera mucho más profunda y complicada.  

Para llegar a ser conscientes del efecto completo de estas cuatro entidades dentro de nosotros, debemos continuar nuestra meditación poderosamente. No sólo debemos meditar en aquellas cosas y frases esotéricas que nos son dadas, como la meditación en la Rosa Cruz. También debemos intentar meditar sobre los sentimientos y las sensaciones, lo cual es mucho más difícil. Por ejemplo, si meditamos sobre la simpatía, si nos absorbemos completamente en este sentimiento, fluirá calor a través de nosotros; la meditación sobre la antipatía despertará en nosotros un sentimiento de frialdad. Si, por ejemplo, meditamos primero en la Rosacruz y luego en un fuerte impulso de la voluntad, un impulso de hacer una buena acción, veremos luz interior, junto con una corriente de calor.  Todos nuestros ejercicios y meditaciones no tienen éxito inmediatamente; el progreso de una persona es más lento, el de otra más rápido, dependiendo de su desarrollo y karma. Algunos tendrán éxito después de cincuenta veces, otros necesitarán toda una vida; pero debemos esperar con paciencia y avanzar con valentía. ¿De dónde, pues, ha recibido el sol su poder de aparecer cada mañana en el mismo lugar para hacer brillar su luz? - La vida del esoterista debe ser muy diferente de lo que era antes. En realidad, lleva dos vidas: una que se desmorona poco a poco, que muere, y otra que le da luz a partir del espíritu del que tomó su origen. En los antiguos Misterios, los sabios maestros expresaban el curso de la vida humana, es decir, la muerte del hombre viejo y el surgimiento del hombre nuevo a través del Espíritu-Cristo con estas palabras: Ex Deo nascimur - y como el nombre de Cristo era demasiado sagrado para que ellos lo pronunciaran no lo escribían: In .......... morimur. Per Spiritum Sanctum reviviscimus.