Rudolf Steiner
LECCIONES ESOTÉRICAS
LECCIÓN 43
Por medio de nuestros ejercicios esotéricos queremos concentrarnos completamente en un pensamiento y luego dejar que entre en nosotros un vacío y esperar lo que fluye hacia nosotros como resultado de nuestra meditación. Lo que logremos depende de la fuerza de nuestra perseverancia. Se podría pensar que variando los ejercicios se progresaría más rápidamente que haciendo el mismo ejercicio durante mucho tiempo; pero los esoteristas más profundos siempre han sostenido que han llegado más lejos haciendo los mismos ejercicios durante años con gran paciencia y perseverancia.
Puede ocurrir que una persona sólo una vez en su vida tenga la oportunidad de conocer a alguien que pueda darle un ejercicio espiritual, pero a quien luego no vuelva a ver en esta tierra. Este ejercicio, sin embargo, si se hace correctamente y si el karma de esta persona es favorable, puede bastarle para toda su vida y darle frutos hasta que finalmente encuentre a su maestro en lo espiritual.
El esoterista se dará cuenta de que, al dedicar fuerzas a su desarrollo interior, ciertas cualidades defectuosas que ya tenía antes se harán más patentes. Estas cualidades incluyen, por ejemplo, una mayor tendencia a criticar a otras personas. Todas las personas critican. Sin embargo, el esoterista debe darse cuenta de dónde viene este deseo de reñir a los demás. A través de los ejercicios aumentamos y fortalecemos nuestro sentimiento del ego, nuestra egoidad, y este criticar es un deseo de afirmarnos frente a los demás, un deseo de ser algo especial, una necesidad de separación. El esotérico pierde interés por muchas cosas externas a las que antes prestaba mucha atención.
Esto va tan lejos que algunos esoteristas sienten que ya no ven tan bien como antes. La mayoría también se queja de la pérdida de su buena memoria. Sabemos por las últimas lecciones esotéricas que esto de no prestar atención al entorno es defectuoso. Puede ocurrir que alguien no haga sus ejercicios con la intensidad suficiente para llenar el vacío interior con contenido espiritual, que ya no puede llenar con sus antiguos intereses. Esto le produce una sensación de urgencia, una inquietud impulsora, la necesidad de llenar su vacío interior desde fuera. Entonces cae con demasiada facilidad en la tentación de criticar el exterior. Esta crítica es, en cierto modo, comprensible y justificada, pues después de que el hombre se haya aislado primero del mundo exterior y ahora vuelva a salir de sí mismo, quiere afirmarse frente al mundo. Pero en ello subyace un egoísmo que debe suprimirse tanto como la crítica. Si lo conseguimos, las fuerzas que de otro modo habríamos desperdiciado se volverán hacia dentro y fecundarán nuestra vida anímica. La necesidad de reclusión es algo bastante justificado para el esoterista, pues sólo en soledad puede progresar. Para la mayoría de la gente común, el sentimiento de soledad es insoportable. Sin embargo, el esoterista debe acostumbrarse a vivir de la soledad. De esta manera promueve en gran medida su vida esotérica. Un hombre que anhela el exterior, la sociedad, disipa sus energías en este anhelo. Es como si este anhelo se alejara de él en todas direcciones hacia el espacio. Ahora debe procurar más bien reunir esas fuerzas en su interior, replegarlas hacia dentro, por así decirlo. Ganará mucho haciéndolo.
El esoterista también debe desarrollar otra cualidad, aparentemente opuesta. Ésta sólo se opone a la primera, como la oscilación derecha del péndulo en el reloj se opone a la izquierda: una resulta de la otra y, sin embargo, sólo son opuestas entre sí. Así pues, es necesario que el esoterista equilibre dos cualidades entre sí, como las oscilaciones del péndulo: En primer lugar, la serenidad de la soledad, es decir, el fortalecimiento de la egoidad, y en segundo lugar, la entrega total al límite de la abnegación, del olvido de uno mismo, de aquello que se nos acerca como un deber desde fuera.
Cuando hemos llegado al punto de vista de que nuestro corazón anhela la soledad en medio de nuestro entorno, que éste en realidad nos hace daño, que sufrimos por él, y que sin embargo le ofrecemos pleno amor devocional, entonces hemos logrado la unión de las cualidades aparentemente contradictorias.
Una tercera cualidad que debemos practicar es el silencio sobre nuestras experiencias esotéricas. Con las personas no desarrolladas, el sentimiento de tener que guardar un secreto es algo que prácticamente las destroza, y poder hablar por una vez de esta manera es un alivio colosal para ellas. Pero el esoterista debe tener en cuenta que esta fuerza que amenaza con destrozarle a uno debe ser muy fuerte si prefiere amontonarla en su interior. Por eso se dice: "Aprende a callar y el poder será tuyo", es decir, el poder de gobernar dentro de uno mismo. El investigador ocultista, por ejemplo, puede percibir claramente el cambio, la afluencia de poder que se produce dentro de una persona que tiene que reprimir la revelación de un secreto por alguna razón. Por ejemplo, un hombre tiene algo en mente que desea comunicar a su amigo. Cuando está a punto de dirigirse al amigo, se encuentra en la puerta con otro conocido que viene a visitarle. No puede ni quiere decirle lo que quiere decirle. <Después es demasiado tarde para acudir al amigo; éste debe, por tanto, reprimir el deseo de comunicarse. En el caso de esta persona a la que le ha sucedido esto, el ocultista verá que se ha desarrollado en el alma de la misma un poder que antes no existía, y que tampoco habría surgido si la persona hubiera cumplido su deseo de comunicarse. Para el esoterista, no debe aplicarse el dicho: "Cuando el corazón está lleno, la boca rebosa".
Para un no esotérico a veces puede ser bueno y apropiado hablar, pero no para el esotérico. Al compartir sus pensamientos y sentimientos más íntimos, derrama fuerzas que habrían sido tan necesarias para su alma. Cada vez que somos capaces de ocultar pensamientos y sentimientos, especialmente los relacionados con nuestras experiencias y dificultades esotéricas, ganamos una fuerza espiritual que no podemos perder. Pero debemos hablar de cosas generalmente humanas, de cosas que puedan ser útiles a la gente, pero no de nuestros propios asuntos, que no son de la incumbencia de los demás. ¿A que obedece esta necesidad de comunicar?