sábado, 29 de julio de 2023

GA266b-24 Munich, 12 de febrero de 1911 El esoterista de hoy: recorriendo ambos caminos hacia el mundo espiritual, el externo (imaginación y estudio de las enseñanzas teosóficas) y el interno (meditación, inspiración).

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Rudolf Steiner 

LECCIONES ESOTÉRICAS

LECCIÓN 24 

Munich, 12 de febrero de 1911 - 

Es importante que el hombre moderno sea consciente de lo que está haciendo cuando entra en una vida esotérica, de los cambios que se están produciendo en él.

A menudo hemos oído que hay dos caminos que nos llevan a los mundos espirituales; uno de ellos es cuando un hombre desciende a lo más profundo de su ser para encontrar una conexión con Dios; el otro es cuando intenta salir al macrocosmos. Tenemos en nosotros las fuerzas que buscamos, las que nos crearon; las buscamos, no porque no las tengamos, sino porque no las reconocemos. En la teosofía aprendemos sobre ambos caminos que se supone que se equilibran mutuamente, pues un moderno ya no sirve para seguir un solo camino Cada camino tiene sus peligros, que discutiremos más adelante, y ambos son muy difíciles. Tratamos el camino interior en nuestras meditaciones en la inspiración, y el exterior mediante un estudio profundo de las enseñanzas teosóficas sobre la evolución del mundo en la imaginación. Este estudio desarrolla nuestro intelecto y también influye en nuestros sentimientos, y después de años de estudio profundo de estas ideas, notaremos que nos hemos convertido en seres humanos diferentes. La Teosofía actúa sobre los hombres, tanto si traen consigo una receptividad para ella como si no. Los hombres modernos se dividen en dos grupos: los que buscan la teosofía porque les da aquello por lo que se esforzaban y los que no saben qué hacer con ella y se oponen. Desde noviembre de 1879, unos pocos hombres han madurado lo suficiente como para asimilar las enseñanzas teosóficas, pero es sólo una pequeña hueste, mientras que otros modernos son hasta ahora incapaces de adquirir las enseñanzas, las consideran ideas y sueños fantásticos o incluso se enfadan por ellas.

Cuando las personas que se muestran receptivas a las enseñanzas teosóficas dejan que éstas actúen sobre ellas, su cuerpo etérico comienza a oscilar ligeramente. Mientras que alguien que se pierde en las cosas externas obtiene un cuerpo etérico expandido y enrarecido. Cuando tal persona escucha algunas enseñanzas espirituales es como si el viento soplara a través de una hendidura en el cuerpo etérico, que en él se presenta como miedo, pero aparece exteriormente como duda. Tal hombre sólo nota las dudas, pero son la expresión del miedo y la ansiedad que se han trasladado a su cuerpo etérico rarificado como a un vacío y se han hecho perceptibles allí como duda. No podemos ayudar a un hombre que se comporta de manera rechazante. Es mejor no molestarle con la teosofía. Pero siempre que surja una oportunidad debemos dejar fluir tranquilamente las ideas teosóficas según el principio "el goteo constante ahueca el tono". Porque sólo disponemos de otros 400 años más o menos para dar estas enseñanzas en forma teosófica a todos los hombres. Para que todos tengan una oportunidad los que ahora se resisten a ellas renacerán en los próximos cuatro siglos. Un número adecuado de hombres debe estar presente entonces que representen la teosofía de la manera correcta.

Los hombres sólo pudieron hollar el camino interior durante mucho tiempo antes del acontecimiento del Gólgota. Los hombres que salieron al macrocosmos en la antigua India se habrían perdido en él como en la oscuridad y el vacío, porque sus miembros internos tenían entonces una relación diferente entre sí. Este tipo de unión con Dios existió hasta la época medieval, porque el hombre cambia pero lentamente. Místicos como Eckhart, Tauler y Molinos nos enseñan el camino interior y lo describen exactamente. Miguel de Molinos habla de cinco etapas de inmersión Dice que debemos alejarnos de todas las criaturas que corresponde a las fuerzas de nuestro cuerpo etérico, de nuestros talentos que corresponde al cuerpo astral, y de nuestro yo que coincide con nuestra cuarta parte y que debemos fundirnos con Dios.

Pero poco a poco se hizo necesario que los hombres recorrieran simultáneamente los caminos interior y exterior, y por eso surgieron en los siglos XI y XII las escuelas esotéricas rosacruces que enseñaban ambos caminos.

El escritor del Apocalipsis señala por primera vez el camino exterior. Nos muestra que debemos separarnos totalmente de nuestra personalidad para tratarla. Dice modestamente que fue arrebatado por el espíritu en la isla de Patmos. Esto tiene un significado particular. Para recorrer este camino exterior o encontrar la unión con lo divino en el macrocosmos hay que elegir un punto firme desde el que concentrarse. Así que Juan el teólogo calculó la posición de las estrellas el 30 de septiembre de 395 d.C. y tuvo sus visiones desde este punto. Aquel día el sol estaba delante del signo Virgo y la luna bajo sus pies. Mostramos esta imagen en uno de los siete sellos. Uno también puede calcular este tiempo exotéricamente. Los eruditos lo han hecho y han llegado a la conclusión de que Juan Crisóstomo escribió el Apocalipsis alrededor de esta época. Pero en realidad estamos tocando un gran secreto aquí, pues por supuesto el Apocalipsis surgió mucho antes, y su escritor sólo se adelantó al año 395.

Ambos caminos tienen peligros que un esotérico debe vigilar. Uno que toma las enseñanzas teosóficas es atacado por muchas dudas; eso es natural y mejor que aceptar las cosas por fe. Por supuesto que debe eliminar estas dudas y esto lo hará más fuerte.

Un segundo peligro en el que puede caer un esotérico en este camino exterior es la inestabilidad. El que ha estudiado seriamente la evolución del mundo habrá sentido que los intereses intensos que tenía antes desaparecen y que no tiene un asidero firme en nada terrenal. El peligro aquí es que la propia inestabilidad se disfrace en forma de un ideal elevado por el que uno se esfuerza o de una misión que tiene que cumplir. Pero si vemos a través de esto y lo reconocemos como una inestabilidad disfrazada, avanzaremos rápidamente por el camino correcto.

En los descensos a nuestro interior nos amenazan dos peligros. Podemos tener un cierto placer sensual, una sensación confortable de lo divino a través de la inmersión en nosotros y con ello podemos caer presa de un fino egoísmo, de modo que nos alejemos de todo lo que nos rodea y que aún debería interesarnos.

El segundo peligro es que un hombre puede tomar lo que se le acerca en la inmersión en sí mismo como revelaciones espirituales, cuando pueden ser sólo sus propios sentimientos.

Los místicos medievales aún no tenían enseñanzas teosóficas. No encontramos esto último en ninguna parte de ellos. Su unión con lo divino es como un neobudismo. Todavía no necesitaban el camino exterior.

Los místicos también utilizan el dicho In Christo morimur en la forma: En Cristo vivimos.