martes, 4 de julio de 2023

GA143 Munich 25 de febrero de 1912 Reflejos de la conciencia supraconsciente y subconsciente

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REFLEJOS DE LA CONCIENCIA

SUPRACONSCIENTE Y SUBCONSCIENTE

RUDOLF STEINER

Munich 25 de febrero de 1912

Cuando se llevan a cabo conferencias públicas para un público más amplio, ciertas cosas deben tratarse de manera diferente que en las reuniones de Grupo, porque los miembros de un Grupo que han trabajado juntos y han estudiado estos asuntos durante algún tiempo, están preparados para aceptar tales cosas de manera diferente a como lo hacen un público más grande. Ayer vimos que podemos hablar de aspectos ocultos de la vida anímica del hombre y debemos comparar estos aspectos ocultos de la vida anímica humana con los hechos comprobados a través de la conciencia ordinaria y cotidiana.

Si observan ustedes superficialmente lo que vive en sus almas, desde la mañana en que se despiertan hasta la noche en que se duermen, lo que vive en ella en forma de ideas, sentimientos o estados de ánimo e impulsos de la voluntad, incluyendo, por supuesto, todo lo que entra en el alma desde el exterior a través de la percepción de los sentidos: si observan todo esto, entonces obtendrán todo lo que se puede denominar como formando los contenidos de la conciencia ordinaria. Ahora bien, hemos de ser conscientes de que todo lo que está así contenido en la vida de nuestra conciencia depende, en lo que respecta a esta conciencia ordinaria, de los instrumentos del cuerpo físico. El hecho más cercano y más evidente que prueba lo que acaba de decirse, es que el hombre debe despertar para vivir dentro del curso de los acontecimientos, comprobados a través de una conciencia ordinaria. Esto significa que el hombre debe sumergirse en el cuerpo físico con la parte de su ser que está fuera del cuerpo físico durante el sueño, y que este cuerpo físico con sus instrumentos está entonces a su disposición. Debería ser capaz de usar estos instrumentos para determinar los acontecimientos que son accesibles a la conciencia ordinaria.

Inmediatamente surge la siguiente pregunta: ¿Cómo utiliza el hombre, como ser anímico-espiritual, sus instrumentos corporales, los órganos de los sentidos y el sistema nervioso? ¿Cómo usa sus órganos corporales para vivir dentro de su conciencia cotidiana? En ámbitos materialistas se sostiene que los instrumentos físicos o corporales constituyen para el hombre algo que produce los hechos de su conciencia. A menudo he señalado que este no es el caso; no debemos imaginar que la estructura interna de nuestro cuerpo, a saber, los órganos de los sentidos o el cerebro, producen los hechos de la conciencia, tal como una vela, por ejemplo, produce una llama. La relación de lo que llamamos conciencia con los instrumentos corporales es completamente diferente; podemos compararlo con la relación de un hombre que ve su reflejo en un espejo, con el propio espejo. Cuando estamos dormidos, vivimos dentro de nuestra conciencia como si camináramos, por así decirlo, en línea recta. Si caminamos en línea recta, no vemos cómo se ve nuestra frente, etc., pero en el mismo momento en que alguien sostiene un espejo frente a nosotros, podemos vernos a nosotros mismos. Entonces lo que ya es parte de nosotros, viene hacia nosotros; comienza a existir para nosotros. Lo mismo ocurre en el caso de los hechos en nuestra conciencia ordinaria. Viven en nosotros continuamente, pero en realidad no tienen nada que ver con nuestro cuerpo físico. 

Así como nosotros mismos no tenemos nada que ver con el espejo, los hechos en nuestra conciencia no tienen nada que ver con nuestro cuerpo físico. La teoría materialista en este ámbito ni siquiera es una hipótesis aceptable, ¡es pura tontería! Pues a este respecto el materialista afirma algo que no puede compararse con nada menos que esto, a saber, que alguien que se ve a sí mismo en un espejo, declara que ha sido producido por el espejo. Si deseas engañarte a ti mismo pensando que el espejo te ha producido, porque solo puedes verte a ti mismo cuando tienes un espejo frente a ti, entonces también puedes creer que varias partes del cerebro, o tus órganos de los sentidos, producen los contenidos de la vida del alma. Ambas cosas son igualmente ingeniosas e igualmente verdaderas.

La afirmación de que un espejo puede producir un hombre, tiene exactamente el mismo valor que la afirmación de que un cerebro puede producir pensamientos. Los hechos que viven en nuestra conciencia tienen existencia propia. Sin embargo, es necesario que nuestro organismo ordinario perciba estos hechos existentes de conciencia. Para que esto sea posible, debemos enfrentarnos con algo que refleje los hechos de la conciencia, es decir, nuestro cuerpo físico. Así pues, en nuestro cuerpo físico poseemos algo que podemos llamar un aparato de espejo para los hechos de nuestra conciencia ordinaria. Estos viven en nuestro ser anímico-espiritual, y los percibimos porque el espejo de nuestra corporeidad se sostiene frente a lo que vive en nosotros y es parte de nosotros, pero no puede ser percibido por nosotros a través del alma, (así como no podemos vernos a nosotros mismos, a menos que se sostenga un espejo delante nuestro). Este es el verdadero aspecto de las cosas, pero el cuerpo no es simplemente un aparato de espejo pasivo, es algo en donde tienen lugar procesos. Por lo tanto, pueden imaginar en la parte posterior de este espejo, en lugar de la capa oscura que produce los reflejos, todo tipo de acontecimientos que tienen lugar allí, detrás del espejo. Esta comparación puede usarse para caracterizar la verdadera relación entre nuestro ser anímico-espiritual y nuestro cuerpo. Por lo tanto, debemos tener en cuenta que el cuerpo es un instrumento que refleja todo lo que experimentamos dentro de nuestra conciencia normal y cotidiana y que, además, el cuerpo físico es un verdadero espejo. Detrás, o si se quiere, debajo de estos hechos normales de la conciencia, yacen todas aquellas cosas que emergen a la superficie de nuestra vida anímica ordinaria, que deben designarse como los hechos contenidos en las profundidades ocultas del alma.

Algo de lo que habita en las profundidades ocultas del alma es experimentado, digamos por el poeta, por el artista. Si es un verdadero poeta, un verdadero artista, sabrá que lo que se expresa en su poesía de la manera habitual, no lo logra a través del pensamiento lógico, o en la forma en que llegamos a los hechos de la conciencia a través de la percepción externa. Sabe que las cosas surgen de profundidades desconocidas y están ahí, existen realmente, sin haber sido formadas por las fuerzas de la conciencia ordinaria. Pero de estas profundidades ocultas de la vida del alma también surgen otras cosas. Estas son cosas que juegan un papel en la conciencia normal, aunque no sabemos nada acerca de su origen, en lo que se refiere a la vida ordinaria. Pero ayer vimos que podemos descender más profundamente en la vida del alma, hasta la región de la semi-consciencia, la región de los sueños, y sabemos que los sueños sacan algo de las profundidades ocultas de la vida del alma que seríamos incapaces de captarlos de la manera habitual, normal, a través de un esfuerzo de conciencia. Si algo que ha sido enterrado en la memoria hace mucho tiempo, surge ante el alma de un hombre en forma de imagen onírica, como sucede una y otra vez, entonces, en la mayoría de los casos, este hombre nunca habría estado en condiciones de extraer estas cosas de las profundidades ocultas de su vida anímica tratando de recordarlas, porque la conciencia ordinaria no llega tan lejos. Lo que ya no se puede alcanzar a través de la conciencia normal, sin embargo, se puede alcanzar a través de la subconsciencia. En este estado semiconsciente durante los sueños, muchas cosas que han quedado atrás, por así decirlo, que han sido almacenadas, salen a la superficie. Surgen, pero sólo surgen aquellas cosas que no pudieron volverse activas, de la misma manera que otras cosas se vuelven activas, que se sumergen en las profundidades ocultas del alma, a partir de las experiencias adquiridas en la vida.

Adquirimos salud o enfermamos, nos ponemos de mal humor o nos alegramos, -pero esto se produce de modo que no lo notemos en el curso normal de la vida, porque constituye condiciones corporales, determinadas por lo que se ha hundido en el alma a partir de nuestras experiencias de vida-, algo que no podemos recordar, pero que, sin embargo, está activo en las profundidades de la vida del alma, convirtiéndonos en lo que luego nos convertimos durante el curso de la vida. Comprenderíamos a muchos seres humanos en sus 30, 40, 50 años, -sabríamos por qué tiene tal o cual inclinación, por qué siente tan profundamente la causa de su insatisfacción-, entenderíamos muchas cosas si hiciéramos un seguimiento retrospectivo en la vida de un hombre así hasta su infancia. En su infancia, veríamos cómo influyeron en él los padres y el entorno; lo que se suscitó durante la niñez en forma de tristeza y alegría, dolor y placer - cosas que tal vez se olviden por completo, pero que influyen en todo el estado de salud y de ánimo de un hombre. Porque lo que surge y se desliza hacia las profundidades ocultas de la vida del alma fuera de nuestra conciencia, continúa activo allí abajo. Lo extraño de todo esto es que estas fuerzas que están trabajando allí, primero trabajan sobre nosotros mismos y no abandonan, -por así decirlo-, la esfera de nuestra personalidad. Por lo tanto, cuando la conciencia clarividente desciende a estas profundidades, (esto ocurre a través de la imaginación, a través de lo que llamamos conocimiento imaginativo), cuando desciende a las profundidades donde estas fuerzas están activas en la subconsciencia, como acabamos de describir, entonces el hombre siempre encuentra su propio yo. Encuentra lo que surge y vive en su interior. Y esto es bueno. En efecto, en un verdadero autoconocimiento, el hombre debe aprender a conocerse a sí mismo; debe contemplar y aprender a conocer todos los impulsos que están activos en su interior.

Si el hombre no presta atención a este hecho, si no presta atención al hecho de que en primer lugar encontrará su propio yo con todo lo que lo constituye y está activo en él, se expondrá a toda clase de errores cuando su conciencia clarividente penetre en la subconsciencia mediante los ejercicios de un conocimiento imaginativo. Por medio de una forma de conciencia parecida a la conciencia ordinaria, el hombre no puede ser consciente en absoluto de que se encuentra con su propio yo cuando desciende a las profundidades de la vida anímica. En una cierta etapa del desarrollo será posible tener visiones - digamos- ver formas que son incuestionablemente algo nuevo, cuando las comparamos con lo que hemos aprendido a conocer a través de las experiencias de la vida. Tal circunstancia puede, en efecto, darse. Pero si imagináramos que tales cosas pertenecen al mundo exterior, esto sería una gran ilusión. Estas cosas no surgen del mismo modo en que los hechos relacionados con nuestra vida interior suelen surgir en la conciencia ordinaria. Si tenemos dolor de cabeza, éste es un hecho que entra en la conciencia habitual. Sabemos que el dolor está en nuestra propia cabeza. Si nos duele el estómago, el dolor se experimenta dentro de nosotros mismos. 

Si descendemos a las profundidades que llamamos las profundidades ocultas del alma, sólo podemos estar dentro de nosotros mismos, pero podemos ver cosas que nos parecen como si estuvieran fuera de nosotros mismos. Tomemos, por ejemplo, un caso sorprendente. Supongamos que alguien desea intensamente ser la reencarnada María Magdalena, (una vez mencioné que ya he conocido veinticuatro Magdalenas reencarnadas en mi vida); supongamos que alguien desea intensamente ser María Magdalena. Pero supongamos también que esta persona no se confiesa a sí misma este deseo, (no necesitamos confesarnos a nosotros mismos nuestros deseos, esto es innecesario). Bien, alguien puede leer la historia de María Magdalena y puede gustarle inmensamente. 

En su subconsciente puede surgir inmediatamente el deseo de ser María Magdalena. No se da cuenta de nada en su conciencia habitual, excepto de que le gusta este personaje. A la persona en cuestión le gusta este personaje. Es consciente de ello en su conciencia superior. Pero en su subconsciente vive el ardiente deseo de ser él mismo esta María Magdalena, y sin embargo no sabe nada de esto. No se preocupa por ello. Se guía por los hechos de su conciencia habitual; puede ir por el mundo sin verse obligado en absoluto a darse cuenta de este hecho erróneo en su conciencia, el intenso deseo de ser María Magdalena. Pero supongamos que tal persona ha alcanzado, de un modo u otro, una especie de entrenamiento oculto. Esto le permitiría descender a su subconsciente, pero no se daría cuenta del hecho de que "en mí vive el deseo de ser María Magdalena", no se daría cuenta de ello del mismo modo que se da cuenta de un dolor de cabeza. Si se diera cuenta de este deseo de ser María Magdalena, entonces sería sensato y asumiría ante este deseo la misma actitud que ante un dolor, es decir, intentaría deshacerse de él. 

Pero a través de un descenso irregular a la subconsciencia, esto no tiene lugar, porque su deseo adquiere la forma de algo que está fuera de su propia personalidad, y para el hombre en cuestión aparece como la visión: "Tú eres María Magdalena". Este hecho está ante él, se proyecta fuera de su propio ser. Además, un ser humano en esta etapa de desarrollo ya no es capaz de controlar tal hecho a través de su yo. Esta falta de control no puede surgir cuando nos sometemos a una formación regular, sólida y absolutamente cuidadosa; porque entonces el Yo acompaña todas las experiencias en todas las esferas. Pero tan pronto como el Yo deja de acompañar todas nuestras experiencias, el hecho descrito anteriormente puede surgir en la forma de un suceso externo objetivo. El observador cree que puede recordar los acontecimientos relacionados con María Magdalena y se siente identificado con esta María Magdalena. 

Esto es incuestionablemente posible. Hago hincapié en esta posibilidad, ya que muestra que sólo una formación cuidadosa y la conciencia con la que penetramos en el ocultismo, nos puede rescatar de caer en el error. Si sabemos que primero debemos ver ante nosotros un mundo entero, que debemos ver a nuestro alrededor hechos, no algo que apliquemos a nuestro propio yo, sino algo que está en nosotros, y sin embargo aparece como la imagen de un mundo entero, -si sabemos que hacemos bien en considerar que lo que primero vemos ante nosotros es la proyección de nuestra propia vida interior-, entonces poseemos un buen escudo contra los errores que pueden acosarnos a lo largo de este camino. Lo mejor de todo es considerar al principio todo lo que surge de nuestro interior como si fuera un hecho exterior. En la mayoría de los casos, estos hechos surgen de nuestros deseos, vanidades, ambiciones; en pocas palabras, de todas las cualidades relacionadas con el egoísmo humano. Estas cosas sobre todo se proyectan hacia el exterior y ahora podemos preguntar:  ¿Cómo podemos escapar de tales errores? ¿Cómo podemos salvarnos de ellos?

No es posible salvarnos del error mediante los hechos habituales de la conciencia. El error surge porque no podemos, por así decirlo, salir de nosotros mismos en el momento en que nos enfrentamos a una imagen del mundo; permanecemos enredados en nosotros mismos. Esto les mostrará que lo esencial es salir de nosotros mismos, distinguir de un modo u otro que aquí tenemos ante nosotros un tipo de visión, y allí otra. Ambas visiones están fuera; una es quizá meramente la proyección de un deseo, y la otra es un hecho real. Sin embargo, no difieren tanto como difieren las cosas en la vida ordinaria, por ejemplo, cuando una persona afirma que le duele la cabeza y nosotros mismos tenemos dolor de cabeza. Porque tanto nuestra vida interior como la de otra persona se proyectan en el espacio exterior. ¿Cómo podemos distinguirlas?

Debemos aprender a investigar la esfera oculta, debemos aprender a distinguir una impresión verdadera de una falsa, aunque todas las impresiones se mezclen y surjan como si todas tuvieran el mismo derecho a ser tomadas por impresiones verdaderas. Es como si mirásemos en el mundo físico y viésemos allí, junto a los árboles reales, otros árboles imaginarios, y como si fuésemos incapaces de discriminarlos. Los hechos verdaderos del exterior y los hechos que sólo surgen dentro de nosotros mismos están mezclados, como si árboles falsos y verdaderos estuvieran uno al lado del otro. ¿Cómo podemos aprender a distinguir una esfera de la otra? No lo aprendemos al principio a través de nuestra conciencia. Si permanecemos sólo dentro de la vida de los pensamientos, no es posible que discriminemos, pues esta posibilidad sólo nos es dada a través de un lento entrenamiento oculto del alma. 

Si progresamos más y más, llegamos al punto en que aprendemos a distinguir una cosa de otra, es decir, hacemos en lo oculto lo que tendríamos que hacer si viéramos árboles reales junto a árboles imaginarios. Si caminamos hacia árboles imaginarios, no chocamos contra ellos, ¡pero sí chocamos con árboles reales! Algo parecido ocurre también, -pero como hecho espiritual, por supuesto-, en la esfera oculta. Si procedemos de la manera correcta, podemos aprender a discriminar de una manera comparativamente fácil entre lo que es verdadero y falso en esta esfera; pero no podemos hacer esto a través de pensamientos, sólo a través de una decisión de la voluntad. Esta decisión de la voluntad puede surgir de la siguiente manera: Si examinamos nuestra vida, encontramos en ella dos grupos distintos de acontecimientos. A menudo encontramos que tal o cual cosa en la que tenemos éxito o fracasamos, está conectada normalmente con nuestras capacidades. En otras palabras, podemos entender nuestro fracaso en una determinada dirección porque no somos particularmente inteligentes en esa esfera.  

Por otra parte, podemos entender nuestro éxito en tal o cual dirección porque sabemos que tenemos ciertas capacidades que lo explican. Tal vez no siempre sea tan estrictamente necesario darse cuenta de esta conexión que existe entre nuestras acciones y nuestras capacidades. También hay una forma menos clara de darse cuenta de ello. Por ejemplo, cuando la desgracia golpea a alguien en una etapa posterior de su vida y luego piensa en ello, puede decirse a sí mismo: -"He sido un hombre que ha hecho muy poco para ser más activo. O puede admitirse a sí mismo: "Siempre he sido un tipo tan despreocupado...". "En ambos casos podrá decir que no se dio cuenta inmediatamente de la relación entre su fracaso y sus acciones pasadas, pero sí se dio cuenta de que un hombre perezoso y despreocupado no tendrá éxito en todas las cosas tan bien como un hombre concienzudo y diligente. 

Hay cosas en las que podemos ver muy bien su conexión con nuestros éxitos o fracasos, pero hay otras en las que parece imposible encontrar una conexión, en las que debemos decir: - A pesar de tal o cual capacidad que debería haber garantizado nuestro éxito en tal o cual dirección, no hemos tenido éxito. Evidentemente, también hay ciertos tipos de éxitos o fracasos en los que no podemos ver de inmediato la conexión con nuestras capacidades. Este es un aspecto. El otro es que en el caso de ciertas cosas con las que nos encontramos, como golpes del destino, a veces podemos decir: - "Bueno, esto parece justificado; porque nosotros mismos hemos proporcionado las condiciones para ello". Pero en el caso de otros sucesos, nos encontramos con que ocurren sin que podamos descubrir nada que pueda indicarse como su causa. Así pues, tenemos dos clases de experiencias: las que proceden de nosotros, y en las que podemos ver la conexión con nuestras propias capacidades, y la otra clase de experiencia que acabamos de describir. En el caso de algunas experiencias que nos vienen de fuera, encontramos sucesos de los que no podemos decir que nosotros mismos les hayamos dado origen, y de nuevo hay otros de los que sabemos que su fundamento está en nosotros. Miremos a nuestro alrededor en la vida y hagamos un experimento que es muy útil para todo ser humano. Este experimento puede hacerse de la siguiente manera. Pongamos juntas todas las cosas cuyas causas nos son desconocidas, y también todas las cosas en las que hemos tenido éxito y de las que podemos decir que han sucedido de alguna manera inexplicable, cosas de cuyo éxito no somos responsables en absoluto. Pero también los fracasos que podemos recordar pueden colocarse juntos de esta manera. Luego consideramos los sucesos externos que nos han ocurrido por casualidad, en los que no podemos encontrar ninguna influencia por nuestra parte. Ahora podemos hacer el siguiente experimento anímico. Imaginemos que construimos en nuestros pensamientos un hombre artificial (tengamos en cuenta que en primer lugar hacemos este grotesco experimento del alma), construimos este hombre artificial; está hecho de tal manera que todas las cosas en las que hemos tenido éxito de una manera inexplicable se producen a través de sus capacidades. 

Por lo tanto, cuando nos damos cuenta de que hemos tenido éxito en algo que requiere sabiduría, mientras que somos estúpidos en esta misma cosa, construimos un hombre imaginario que es particularmente sabio en esta misma esfera y que, por lo tanto, habría tenido éxito en ella. También podemos aplicar este experimento de la siguiente manera en el caso de un acontecimiento exterior. Supongamos que nos cae un ladrillo en la cabeza. Al principio no podemos darnos cuenta de la causa. Construyamos ahora un hombre imaginario que provocó la caída de este ladrillo, de la siguiente manera: En primer lugar, subió corriendo al tejado y arrancó un ladrillo para que cayera poco después. Luego volvió a bajar corriendo y el ladrillo le golpeó. Esto es exactamente lo que hacemos en ciertos sucesos, aunque sepamos muy bien, de acuerdo con el curso habitual de los acontecimientos, que no los hemos causado; de hecho, estos sucesos pueden ser incluso muy contrarios a nuestra voluntad. Supongamos que alguien nos ha golpeado en un momento determinado de nuestra vida. Para facilitar las cosas, situemos este suceso en nuestra infancia; supongamos que alguien encargado de cuidarnos nos ha pegado. Imaginemos que hemos hecho todo lo posible para merecer esa paliza. En resumen, ahora construimos una persona imaginaria en la que se centran todas aquellas cosas que son impenetrables para nuestro entendimiento. Veréis, si queremos progresar en ocultismo, debemos realizar varias cosas que están en contraste con los hechos ordinarios. Pero si sólo hacemos lo que parece sensato en el sentido habitual de la palabra, entonces no avanzamos mucho en el ocultismo, pues las cosas relacionadas con el mundo superior pueden parecer al principio tontas a un ser humano ordinario. Pero no importa si el método puede parecer tonto a un hombre de mente sobria y superficial. Construyamos, pues, este ser humano imaginario. Al principio puede parecer grotesco, y tal vez no nos demos cuenta de su propósito. Sin embargo, haremos un descubrimiento dentro de nosotros mismos; todo el que haga este experimento descubrirá que es imposible deshacerse de este hombre que hemos construido en nuestros pensamientos: empezará a interesarnos. En efecto, cuando hagamos este experimento, descubriremos que ya no podemos librarnos de este hombre artificial: vive en nosotros. Por extraño que parezca, no sólo vive en nosotros, sino que se transforma dentro de nosotros; cambia enormemente. 

Se transforma de tal manera que al final difiere completamente de lo que era antes. Se convierte en algo, de lo que no podemos sino decir que, después de todo, está contenido en nosotros. Esta es una experiencia que todos podemos tener. Lo que acabamos de describir -no el ser humano imaginario que hemos construido al principio, sino lo que ha llegado a ser- puede designarse como una parte de lo que está contenido en nosotros mismos. Es exactamente esa parte la que, por así decirlo, ha producido esas cosas en la vida que aparentemente no tienen causa. Así, encontramos dentro de nosotros mismos algo que realmente hace surgir las cosas que no pueden explicarse de otro modo. Lo que te he descrito constituye, en otras palabras, un camino que nos permite no sólo mirar dentro de nuestra propia vida anímica y encontrar algo en ella, sino también recorrer un camino que sale de esta vida anímica hacia el mundo circundante. Porque las cosas en las que fracasamos no permanecen en nosotros, sino que pasan a formar parte del mundo que nos rodea. Hemos tomado de él algo que no concuerda con los hechos habituales de nuestra conciencia. Pero hemos obtenido algo que parece como si estuviera contenido en nosotros. Entonces sentimos como si después de todo tuviéramos alguna conexión con las cosas que aparentemente surgen sin causa real. Así empezamos a sentir cómo estamos conectados con nuestro destino, con lo que se llama karma. Este experimento del alma es un verdadero camino que nos permite experimentar el karma de una determinada manera.

A lo que ustedes pueden argumentar: - "No puedo entender del todo lo que dicen". Pero cuando ustedes dicen esto, no es porque piensen que no pueden entender; lo dicen porque no logran entender algo que en realidad es bastante fácil de entender - pero ustedes no piensan en ello. Es imposible comprender tales cosas a menos que hayamos llevado a cabo el experimento antes mencionado. Por lo tanto, estas cosas pueden ser vistas simplemente como la descripción de un experimento que puede ser hecho y experimentado por todos. A través de este experimento todos podemos darnos cuenta de que en nosotros vive algo que está relacionado con nuestro karma. Si lo supiéramos de antemano, no sería necesario que se nos dieran instrucciones para alcanzarlo. Es muy natural que no podamos darnos cuenta de ello a menos que hayamos hecho el experimento. Sin embargo, no se trata de "comprender" las cosas en el sentido habitual de la palabra, sino de aceptar una comunicación relativa a algo que nuestra alma puede experimentar. Si nuestra alma recorre tales caminos, se acostumbrará a vivir no sólo dentro de sí misma, dentro de sus deseos y pasiones, sino que se acostumbrará a mirar los acontecimientos exteriores y a relacionarlos con su propio ser. Nuestra alma se acostumbrará a esto. Precisamente las cosas que no hemos deseado son las que nosotros mismos hemos traído a los acontecimientos. Por último, si somos capaces de afrontar todo nuestro destino de manera que lo aceptemos con serenidad, si en el caso de cosas sobre las que generalmente refunfuñamos y protestamos, pensamos en su lugar: "aceptémoslas de buen grado, ya que nosotros mismos somos responsables de ellas", si somos capaces de hacer esto, entonces desarrollamos un estado de ánimo particular. Este estado de ánimo nos permitirá distinguir lo verdadero de lo falso cuando descendamos a las profundidades ocultas de la vida anímica, para discriminar con absoluta certeza; entonces lo que es verdadero y lo que es falso aparecerá con maravillosa claridad y certeza.

Si contemplamos una visión con la mirada espiritual y somos capaces de disiparla simplemente por el hecho de que disipamos o conjuramos todas las fuerzas que experimentamos como nuestro ser interior y que aprendemos a conocer de nuevo en esta forma, -si podemos disiparlas por así decirlo con una simple mirada-, entonces esta visión no es más que un fantasma. Pero si no podemos eliminarla de este modo y sólo podemos disipar la parte que nos recuerda al mundo sensorial exterior, -es decir, la parte visionaria-, si el elemento espiritual permanece como un hecho innegable, entonces la visión es verdadera. Sin embargo, esta distinción no puede hacerse antes de haber realizado lo que ya se ha descrito. Por lo tanto, en el plano suprasensible, lo verdadero y lo falso no pueden distinguirse con certeza a menos que hayamos pasado por el entrenamiento antes mencionado. El hecho esencial durante una experiencia del alma es que nuestra conciencia habitual está en realidad siempre contenida en lo que deseamos, de modo que mediante este experimento del alma nos acostumbramos a considerar como voluntad propia lo que no deseamos en absoluto en lo que a nuestra conciencia ordinaria se refiere - lo que normalmente va en contra de nuestra voluntad. En una determinada conexión podemos haber alcanzado una etapa definida de desarrollo interior; sin embargo, si tal experimento del alma no nos induce a situar esta conexión con lo que no hemos deseado, en contra de los deseos, pensiones, simpatías y antipatías que viven dentro de nuestra alma, entonces cometeremos un error tras otro. El mayor error de este tipo fue cometido justamente en la Sociedad Teosófica por H. P. Blavatsky. Ella observó el campo donde el Cristo puede ser encontrado, y debido a que sus deseos y anhelos, -en pocas palabras todo lo que constituía su conciencia superior-, contenían antipatía, de hecho odio por todo lo cristiano y judío, mientras que ella tenía predilección por todo lo que se había extendido sobre la tierra como civilización espiritual, excluyendo lo cristiano y lo hebreo, y debido a que ella nunca había pasado por el entrenamiento descrito hoy, se enfrentó con una idea totalmente falsa del Cristo. Esto es muy natural. Transmitió esta idea a sus discípulos más íntimos y aún hoy sigue viva, convertida en una imagen grotesca. Estas cosas llegan hasta las más altas esferas. Podemos ver muchas cosas en el plano oculto, pero la capacidad de distinguirlas es superior a la de simplemente verlas o percibirlas. Esto debe ser enfatizado agudamente.

Ahora surge el siguiente problema: Cuando ahondamos en las profundidades ocultas de nuestra alma (todo clarividente debe hacerlo), llegamos primero a nuestro propio yo. Debemos aprender a conocernos a nosotros mismos pasando real y verdaderamente por esa etapa en la que al principio nos encontramos ante un mundo en el que Lucifer y Ahriman nos prometen continuamente los reinos del mundo. Esto significa que estamos ante nuestro propio mundo interior y que el demonio nos dice: éste es el mundo objetivo. Esta es la tentación de la que ni siquiera el Cristo pudo escapar. Las ilusiones del mundo interior fueron puestas delante de Él. Pero a través de Su propia fuerza fue capaz de ver desde el principio que esto no era un mundo real, sino algo contenido en el mundo interior del hombre. A través de este mundo interior, en el que debemos distinguir dos partes, -una que podemos eliminar, a saber, nuestro verdadero contenido interior, y otra que permanece-, llegamos al mundo suprasensible objetivo a través de las profundidades ocultas de nuestra vida anímica. Del mismo modo que nuestro núcleo anímico-espiritual debe utilizar el espejo del cuerpo físico para percibir las cosas exteriores, o lo que constituye los hechos de la conciencia ordinaria, el ser humano debe utilizar su cuerpo etérico como espejo, en lo que respecta a su núcleo anímico-espiritual, para percibir los hechos espirituales suprasensibles con los que se encuentra al principio. Los órganos superiores de los sentidos, si se nos permite esta expresión, aparecen en el cuerpo astral, pero lo que vive en ellos debe reflejarse a través del cuerpo etérico, del mismo modo que el contenido anímico-espiritual que percibimos en la vida ordinaria se refleja a través del cuerpo físico. Debemos aprender a utilizar nuestro cuerpo etérico. Puesto que nuestro cuerpo etérico nos es generalmente desconocido, aunque es la parte que realmente nos da vida, -es muy natural que primero aprendamos a conocer este cuerpo etérico antes de aprender a conocer lo que entra en nosotros desde el mundo suprasensible exterior, y antes de que esto pueda reflejarse a través del cuerpo etérico.

Como pueden ver, lo que experimentamos alcanzando las profundidades ocultas de nuestra vida anímica, -cuando experimentamos, por así decirlo, nuestro propio yo y la proyección de nuestros propios deseos-, se parece mucho a la vida que solemos llamar Kamaloca. Se diferencia de la vida Kamaloca por el hecho de que durante nuestra vida ordinaria progresamos hasta un encarcelamiento (por llamarlo así) dentro de nuestro propio yo; sin embargo, nuestro cuerpo físico está ahí y siempre podemos volver a él, mientras que en Kamaloca el cuerpo físico ya no existe. Incluso una parte del cuerpo etérico ya no existe, esa parte que durante la vida nos devuelve un reflejo; estamos rodeados por el éter vital general que es ahora el instrumento reflector y refleja todo lo que está contenido en nosotros. Durante el período Kamaloca, nuestro propio mundo interior se construye a nuestro alrededor, con todos sus deseos y pasiones. Es importante que nos demos cuenta de que la vida de Kamaloca puede caracterizarse, en primer lugar, por el hecho de que estamos encerrados en nosotros mismos y que esto constituye una prisión; tanto más cuanto que no podemos volver a ninguna forma de vida física, que constituye el fundamento de toda nuestra vida interior. Cuando experimentamos nuestra vida de Kamaloca para darnos cuenta poco a poco, (nos damos cuenta poco a poco), de que todo lo que contiene sólo puede eliminarse cuando empezamos a sentir de otra manera, cuando ya no tenemos dentro de nosotros pasiones, etc., sólo entonces rompemos los muros de nuestra prisión de Kamaloca.

¿En qué sentido puede entenderse esto? En el siguiente sentido: Supongamos que alguien muere anhelando un determinado deseo. Este deseo formará parte de lo que entonces se proyecte al exterior; estará contenido en una de las formaciones que le rodean. Mientras este deseo siga viviendo en él, no podrá abrir las puertas de Kamaloca con ninguna llave, en lo que a este deseo se refiere. Cuando se dé cuenta de que este deseo sólo puede satisfacerse eliminándolo, renunciando a él, no deseando más - sólo cuando este deseo haya sido arrancado del alma y asuma hacia él la actitud opuesta, sólo entonces todo lo que le aprisiona en Kamaloca, incluido este deseo, será arrancado del alma. En esta etapa entre la muerte y un nuevo nacimiento alcanzamos la esfera que se llama Devacán: también podemos alcanzarla a través de la clarividencia si hemos aprendido a conocer lo que forma parte de nosotros. A través de la clarividencia alcanzamos el Devacán, cuando hemos obtenido un grado definido de madurez; durante el Kamaloca alcanzamos el Devacán en el transcurso del tiempo, sólo porque el tiempo nos atormenta a través de nuestros propios deseos, de modo que son superados gradualmente en el transcurso del tiempo. A través de esto, todo lo que se conjura ante nosotros, como si fuera el mundo y su gloria, se rompe en pedazos.

Lo que solemos llamar Devacán es el mundo de los hechos reales y suprasensibles. ¿Cómo encontramos generalmente este mundo de hechos reales y suprasensibles? Aquí en la tierra podemos hablar de Devacán sólo porque podemos penetrar por medio de la clarividencia, (si el Yo ha sido realmente superado), en el mundo de los hechos suprasensibles que existen realmente, y estos hechos coinciden con lo que contiene el Devacán. La característica principal del Devacán es que los hechos morales ya no pueden distinguirse de los hechos físicos, ni de las leyes físicas; las leyes morales y las leyes físicas coinciden. ¿Qué significa esto? En el mundo físico ordinario el sol brilla sobre justos e injustos; uno que ha cometido un crimen puede quizás ser encarcelado, pero el sol físico no se oscurecerá por este hecho. Esto significa que el mundo de la realidad sensorial tiene tanto un orden moral de leyes como uno físico; pero siguen dos direcciones completamente diferentes. En el Devacán es de otra manera, allí esta diferencia no existe en absoluto. En el Devacán todo lo que surge de algo moral, o intelectualmente sabio, o estéticamente bello, etc., conduce a una creación, es creador, mientras que todo lo que surge de algo inmoral, intelectualmente falso, o estéticamente feo, conduce a la destrucción, es destructor. En efecto, las leyes de la Naturaleza en Devacán son de tal naturaleza que el sol no brilla por igual sobre justos e injustos. Hablando en sentido figurado, podemos decir que el sol se oscurece realmente en el caso de un hombre injusto, mientras que el hombre justo que pasa por el Devacán encuentra realmente en él el sol espiritual, es decir, la influencia de las fuerzas vitales que le ayudan a avanzar en la vida. Un mentiroso o un hombre de mente fea pasarán por el Devacán de tal manera que las fuerzas espirituales se retiran de él. En el Devacán es posible un orden de leyes que no es posible aquí ni en la Tierra. Cuando dos personas, una justa y otra injusta, caminan una al lado de la otra aquí en la tierra, no es posible que el sol brille sobre una y no brille sobre la otra. Pero en el mundo espiritual la influencia de las fuerzas espirituales depende indudablemente de la cualidad de un ser humano. En Devacán esto significa que las leyes de la Naturaleza y las leyes espirituales no siguen direcciones separadas, sino la misma dirección. Esto es lo esencial que hay que tener en cuenta, en Devacán las leyes de la Naturaleza y las leyes morales e intelectuales coinciden.

Cuando un ser humano entra en el Devacán y vive allí, con todo lo que todavía contiene de su última vida en la tierra - la rectitud y la injusticia, el bien y el mal, la belleza y la fealdad estéticas, la verdad y la falsedad - todo esto se activa de tal manera que inmediatamente toma posesión de las leyes de la Naturaleza existentes en el Devacán. Tal vez podamos compararlo con el siguiente hecho en el mundo de los sentidos. Supongamos que alguien ha robado, o ha dicho una mentira aquí en la tierra y luego sale a la luz del sol; pero el sol ya no brilla sobre él, no puede encontrar la luz del sol en ninguna parte, de modo que a causa de la falta de luz solar se enferma gradualmente. O supongamos, -esto también puede servir de comparación-, que alguien que ha dicho una mentira aquí en la tierra no puede respirar más - todos estos casos serían similares a lo que realmente sucede en el Devacán. Aquel que es culpable de tal o cual pecado, encontrará allí, en lo que concierne a su ser anímico-espiritual, que las leyes de la Naturaleza coinciden con las leyes espirituales. Por consiguiente, cuando este hombre continúa desarrollándose en Devacán como se ha descrito anteriormente, y progresa más y más, entonces tales leyes y cualidades vivirán en él, que lo que ahora llega a ser en Devacán, corresponde a las cualidades que ha traído consigo de su vida precedente. Supongamos que alguien vive en Devacán durante 200 años; ha mirado a través de Devacán, y si dijo muchas mentiras durante su vida en la tierra, entonces los Espíritus de la Verdad se retirarán de él en Devacán. Algo en él morirá entonces, mientras que en otra alma amante de la verdad esto, en cambio, florecerá y cobrará vida.

Supongamos que alguien pasa por el Devacán con una vanidad pronunciada, de la que no se ha desprendido. En el Devacán esta vanidad será una exhalación muy fétida, y ciertos seres espirituales evitan tal individualidad que exhala estos olores fétidos de ambición o vanidad. Esto no se describe en sentido figurado. La vanidad y la ambición son, en efecto, exhalaciones muy fétidas en el Devacán, de modo que ciertos seres, que se retiran a causa de ello, no pueden ejercer su influencia benéfica. Es como si una planta creciera en un sótano, mientras que sólo puede florecer a la luz del sol. La persona vanidosa no puede prosperar. Se desarrolla bajo la influencia de esta cualidad. Entonces, cuando se reencarna, no tiene la fuerza para recibir las buenas influencias. En lugar de desarrollar sanamente ciertos órganos, desarrolla un sistema orgánico no sano. Así, no sólo nuestra condición física, sino también nuestra condición moral e intelectual, nos muestran lo que llegaremos a ser en la vida. En el plano físico, las leyes de la Naturaleza y las leyes espirituales van por caminos separados. Pero, entre la muerte y un nuevo nacimiento son una - las leyes de la Naturaleza y las leyes espirituales son una. Las fuerzas destructivas de la Naturaleza entran en nuestra alma, como resultado de actos inmorales durante una vida precedente; pero las fuerzas que gastan la vida entran en ella, como resultado de actos morales. Esto no sólo está relacionado con nuestra configuración interior, sino también con lo que nos encontramos en la vida, como nuestro karma.

El elemento característico del Devacán es que no hay diferencia entre las leyes de la Naturaleza y las leyes espirituales. El clarividente que realmente penetra en los mundos suprasensibles experimenta esto. Los mundos suprasensibles difieren mucho de los mundos aquí en el plano físico. Para un clarividente es sencillamente imposible hacer la distinción que suele hacer una mente materialista, a saber, que sólo existen leyes objetivas de la Naturaleza. Detrás de las leyes objetivas de la Naturaleza hay, en realidad, siempre leyes espirituales; y un clarividente no puede, por ejemplo, atravesar una pradera seca, o una región inundada, o percibir una erupción volcánica, sin darse cuenta de que detrás de todos los fenómenos de la Naturaleza hay poderes espirituales, seres espirituales. Una erupción volcánica es también para él un hecho moral, aunque el elemento moral se sitúe tal vez en un plano completamente distinto del que, en un principio, podemos imaginar. Los que siempre confunden el mundo físico y el superior dirán: - "Si personas inocentes perecen a causa de una erupción volcánica, ¿Cómo podemos suponer que se trata de un hecho moral?". Pero, en principio, no necesitamos considerar esta opinión; porque sería tan cruelmente estrecha de miras como la contraria, es decir, considerar esta erupción como un castigo infligido por Dios a las personas que viven cerca del volcán. Ambas opiniones son sólo el resultado de la mentalidad estrecha de miras aquí en el plano físico. Pero éste no es el punto en cuestión; hay que tener en cuenta cosas mucho más universales. Aquellas personas que viven en las laderas de un volcán y cuyas posesiones son destruidas por una erupción, quizás no tengan ninguna culpa en esta vida. Pero esto encontrará su equilibrio más adelante, y no implica una actitud despiadada por nuestra parte (considerarlo así sería de nuevo una interpretación estrecha de miras de los hechos). En el caso de las erupciones volcánicas, por ejemplo, nos encontramos con que en el curso de la evolución de la tierra los seres humanos ocasionan determinadas cosas; y debido a que estas cosas ocurren, toda la evolución de la humanidad se ve frenada. Por esta misma razón, los buenos Dioses deben obrar de cierta manera para establecer el equilibrio, -y tales fenómenos de la Naturaleza a veces traen consigo tal equilibrio. Muy a menudo, esta conexión sólo puede verse penetrando en las profundidades ocultas. Así, se producen ajustes en el caso de cosas provocadas por los seres humanos, cosas que se oponen al curso espiritual del verdadero desarrollo de la humanidad. Todos los acontecimientos, aunque sean meros fenómenos de la Naturaleza, tienen algo moral en sus profundidades, y los portadores de este elemento moral; que yacen detrás de los hechos físicos, son seres espirituales. Así, si imaginamos un mundo en el que es imposible hablar de una división entre las leyes de la Naturaleza y las leyes espirituales, -en otras palabras, un mundo en el que la justicia rige como una ley de la Naturaleza-, entonces este mundo sería el Devacán. Y en Devacán no tenemos por qué pensar que las acciones que merecen castigo son castigadas arbitrariamente; pues allí, el elemento inmoral se destruye a sí mismo y el moral progresa, con la misma necesidad con la que una llama prende fuego al material combustible.

Así, vemos que justamente las características más íntimas, el nervio más interno, por así decirlo, de la existencia, varía en los diferentes mundos. No podemos formarnos una imagen de los diversos mundos a menos que tengamos en cuenta estas peculiaridades que difieren radicalmente en cada mundo. Así, podemos caracterizar el mundo físico, Kamaloca y Devacán, de la siguiente manera: en el mundo físico, las leyes de la Naturaleza y las leyes espirituales constituyen una serie de hechos que siguen su curso en direcciones separadas. En el mundo de Kamaloca, el ser humano está aprisionado dentro de sí mismo, encerrado en la prisión de su propio ser. El mundo del Devacán es todo lo contrario del mundo físico. Allí, las leyes de la Naturaleza y las leyes espirituales son una misma cosa. Estas son las tres características; y si las tenemos cuidadosamente en cuenta, si tratamos de sentir la diferencia radical entre nuestro mundo y uno donde las leyes intelectuales, y también las leyes estéticas, son al mismo tiempo leyes de la Naturaleza, entonces tendremos una idea de lo que encierra el Devacán. Si nos encontramos con una persona fea, o bella, aquí en el mundo físico, no tenemos derecho a tratar al hombre feo como si tuviera algo repulsivo en su ser anímico-espiritual, ni podemos colocar a un ser humano bello a cierta altura, desde un aspecto anímico-espiritual. Pero en el Devacán es completamente diferente. Allí, nunca encontramos nada feo, a menos que haya sido causado por algo; y el ser humano que debe su rostro feo a su encarnación precedente, pero que se esfuerza por ser verdadero y recto en esta vida, es imposible que nos encuentre en Devacán con un rostro feo. En efecto, tal ser humano habrá transformado su rostro feo en belleza. Por otra parte, es igualmente cierto que quien dice mentiras y es vanidoso y avaro deambula por el Devacán con una forma fea. Pero también hay que tener en cuenta otra cosa. En la vida física ordinaria no encontramos que algo se destruye continuamente en un rostro feo, y que un rostro bello añade continuamente algo a su belleza. Pero en el Devacán vemos que la fealdad es un elemento destructivo, y siempre que percibimos algo bello nos vemos obligados a darnos cuenta de que produce un crecimiento continuo, una fructificación continua. Por lo tanto, en el mundo del Devacán debemos tener sentimientos completamente diferentes a los del mundo físico.

Será necesario encontrar el elemento esencial en estos sentimientos, y adquirir la capacidad de añadir a la descripción exterior de las cosas estos sentimientos y experiencias que se describen en la ciencia espiritual. Si uno se esfuerza por experimentar un mundo en el que los elementos morales, bellos y mentalmente verdaderos aparezcan con la misma necesidad que una ley de la Naturaleza, alcanzará la experiencia del Devacán. Es por esta razón que debemos recopilar tantos hechos y trabajar tan duro, a fin de fundir en una experiencia viva lo que así hemos adquirido a través del estudio. Sin esfuerzo es imposible alcanzar un verdadero conocimiento de las cosas que deben aclararse gradualmente al mundo a través de la ciencia espiritual. Hoy en día hay sin duda muchas personas que argumentan: "¿Por qué debemos aprender tantas cosas a través de la ciencia espiritual? ¿Debemos volver a ser colegiales? Los sentimientos o las experiencias parecen ser lo más importante en ella". En efecto, el sentimiento es precisamente lo que hay que tener en cuenta - pero, ante todo, hay que adquirir el tipo correcto de sentimiento. Lo mismo se aplica a todo. A un pintor también le resultaría mucho más agradable si no tuviera que aprender los elementos de su arte, etc., y si no se viera obligado a pintar su cuadro final lenta y gradualmente sobre el lienzo. Sería mucho más agradable si pudiera simplemente respirar sobre el lienzo, ¡y así producir su cuadro terminado! Lo curioso en el mundo de hoy es que, cuanto más nos acercamos a la esfera anímica y espiritual, más personas no comprenden que no basta con respirar sobre el lienzo. En el caso de la música, poca gente admitirá que un hombre que no ha aprendido nada en absoluto pueda ser compositor; esto es bastante obvio para ellos. También lo admitirán en el caso de la pintura, -aunque menos estrictamente que en el caso de la música-, y en el caso de la poesía admitirán aún menos que el estudio y la formación sean necesarios. Por eso hay tantos poetas modernos. Ninguna época ha sido tan poco poética como la actual, a pesar de sus muchos poetas. Los poetas no necesitan aprender mucho, simplemente se espera de ellos que escriban (aunque esto no tiene nada que ver con la poesía), al menos ortográficamente; ¡basta con que sean capaces de expresar sus pensamientos de forma inteligible! Y menos aún se espera de los filósofos. Pues se da por sentado que cualquiera puede expresar su opinión sobre todo tipo de cosas que pertenezcan a una concepción del mundo, o concepción de la vida. Cada uno tiene su propio punto de vista. Una y otra vez nos encontramos con que el estudio cuidadoso, que implica la aplicación de todos los medios disponibles a una actividad interior, con el fin de investigar y conocer al menos algo del mundo, no cuenta para nada en la actualidad. En cambio, se da por sentado que el punto de vista de alguien que se ha esforzado y trabajado para aventurarse a decir al menos algunas cosas sobre los secretos del universo es equivalente al punto de vista de alguien que simplemente ha decidido tener una opinión. De ahí que hoy todo el mundo tenga, por así decirlo, su propia concepción del mundo. ¡Y un teósofo por encima de todos los demás! En opinión de algunas personas, aún se requiere menos para ser teósofo. En su opinión, todo lo que se necesita no es ni siquiera reconocer los tres principios de la Sociedad Teosófica, sino sólo el primero - ¡y esto totalmente de acuerdo a su propio gusto! Puesto que todo lo que se requiere es admitir con más o menos veracidad que el amor hacia los demás es suficiente - si uno está o no realmente lleno de amor no cuenta mucho - es bastante fácil ser un teósofo, ¡y entonces por supuesto uno tiene el tipo correcto de sentimiento! Así descendemos continuamente. Comenzamos con una estimación de la música y esperamos un cierto nivel de aquellos que desean tener una opinión sobre la música, descendemos continuamente y requerimos cada vez menos, hasta que finalmente llegamos a la Teosofía, ¡donde se requiere menos de todo! Porque pensamos que lo que generalmente se considera inadecuado en el caso de la pintura, por ejemplo, es suficiente en el caso de la Teosofía, aquí no se necesita ningún esfuerzo, y sin embargo sentamos las bases para una hermandad universal, ¡y entonces somos teósofos! No necesitamos aprender nada más. Pero el punto esencial es éste, debemos esforzarnos con todas nuestras fuerzas para transformar en experiencias vivas lo que recogemos en forma de estudio - pues los matices de estos sentimientos nos darán el conocimiento más elevado y verdadero. Debes dirigir todos tus esfuerzos hacia el logro de una experiencia tal como la impresión derivada de un mundo donde las leyes de la Naturaleza y las leyes espirituales coinciden. Si trabajas con toda seriedad (¡que la gente crea que sólo has estudiado hechos teóricos!), si no has escatimado esfuerzos para comprender tal o cual teoría, entonces quedará una impresión en Devacán. Si una experiencia, un sentimiento real, existe no sólo en tu fantasía, sino que realmente lo has adquirido a través de un cuidadoso trabajo, entonces esta experiencia, estos matices de sentimiento, llegarán más lejos de lo que pueden llegar meramente por sí mismos - se volverán reales a través de un estudio serio y diligente. Y entonces no estarás muy lejos del punto en que este matiz de sentimiento adquirirá vida, y Devacán estará realmente ante ti. Porque este matiz del sentimiento se convierte en una capacidad perceptiva si se trabaja con veracidad. Nuestros grupos, nuestros centros de trabajo, son lo que deben ser, sólo si el trabajo dentro de ellos se realiza realmente sin ninguna sensación y sobre una base honesta. En este caso, nuestros grupos y centros son escuelas destinadas a conducir al hombre a las esferas de la clarividencia. Sólo alguien que no desea alcanzar esto y no está dispuesto a trabajar puede tener una opinión falsa con respecto a estas cosas.

Traducido por J.Luelmo jul.2023