lunes, 17 de julio de 2023

GA229 Dornach 5 de octubre de 1923 El curso anual en cuatro imaginaciones cósmicas -La imaginación de Michael

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El curso anual en cuatro imaginaciones cósmicas

La imaginación de Michael

RUDOLF STEINER

Dornach 5 de octubre de 1923

En primer lugar, quisiera recordarles hoy que los acontecimientos que tienen lugar detrás del velo de las apariencias, fuera del mundo físico, perceptible por los sentidos, pueden describirse en términos pictóricos. Hay que hablar así de estos acontecimientos, pero las imágenes se corresponden en todo con la realidad.

Con respecto a los acontecimientos perceptibles por los sentidos, vivimos en una época de duras pruebas para la humanidad, y estas pruebas serán aún más duras. Muchas antiguas formas de civilización, a las que la gente todavía se aferra erróneamente, se hundirán en el abismo, y se exigirá insistentemente que el hombre encuentre su camino hacia algo nuevo. Al hablar del curso que tomará la vida exterior de la humanidad en un futuro próximo, no podemos, -como he dicho a menudo-, suscitar ningún tipo de esperanzas optimistas. Pero no puede formarse un juicio válido sobre el significado de los acontecimientos externos, a menos que consideremos también los acontecimientos cósmicos determinantes, directores, que ocurren detrás del velo de los sentidos.

Cuando un hombre mira atentamente con sus ojos físicos y sus otros sentidos a su alrededor, percibe el entorno físico de la tierra, y los diversos reinos de la naturaleza dentro de ella. Este es el medio en el que sucede todo lo que se manifiesta como viento y clima en el transcurso del año. Cuando dirigimos nuestros sentidos hacia el mundo exterior, tenemos todo esto ante nosotros: estos son los hechos externos. Pero detrás de la atmósfera, la atmósfera iluminada por el sol, existe otro mundo, perceptible por los órganos espirituales, como podemos llamarlos. Comparado con el mundo de los sentidos, este otro mundo es un mundo superior, un mundo en el que una especie de luz, una especie de luz espiritual o luz astral, la existencia espiritual y los hechos espirituales brillan y siguen su curso. Y, en verdad, no son menos significativos para todo el desarrollo del mundo y del hombre que los acontecimientos históricos en el entorno externo de la tierra y en su superficie.

Si alguien es capaz hoy de penetrar en estos reinos astrales, vagando por ellos como se vaga por bosques y montañas y encontrando señales en los cruces de caminos, puede encontrar allí "señales" en la luz astral, inscritas en escritura espiritual. Pero estas señales tienen una característica muy especial: no son comprensibles sin más explicación, ni siquiera para alguien que sepa "leer" en la luz astral. En el mundo espiritual y en sus comunicaciones, las cosas no están hechas de la manera más cómoda posible: todo lo que uno encuentra allí se presenta como un enigma que hay que resolver. Sólo a través de la investigación interior, experimentando interiormente el enigma y mucho más, puede uno descubrir lo que significa la inscripción en un poste indicador espiritual.

Y así, en este momento, -de hecho, desde hace algunas décadas, pero particularmente en esta época de duras pruebas para la humanidad-, se puede leer en la luz astral, mientras se recorren espiritualmente estos reinos, un dicho notable. Parece una comparación prosaica, pero en este caso, debido a su significado interno, lo prosaico no se queda en prosaico. Del mismo modo que encontramos señales que nos ayudan a orientarnos, -y encontramos señales incluso en paisajes poéticos-, encontramos una importante señal espiritual en la luz astral. Una y otra vez, exactamente repetido, encontramos allí hoy el siguiente dicho, inscrito en escritura espiritual altamente significativa:

Oh Hombre,
lo moldeas a tu servicio, (el hierro)
lo revelas según el valor de su sustancia (el hierro)
En muchas de tus obras.
Pero sólo te sanará
Únicamente cuando te revele
El elevado poder de su espíritu.

Como he dicho, tales cosas, que están inscritas en la luz astral, señalando al ser humano cosas importantes, son al principio como una especie de enigma que debe ser resuelto, para que el ser humano pueda poner en actividad sus fuerzas anímicas. 
En estos días contribuiremos a la solución de este dicho realmente simple, pero para la humanidad actual significativo. 

Recordemos una vez más cómo hemos presentado aquí el curso del año ante nuestra alma en diversas reflexiones. En primer lugar, el hombre debe contemplar el transcurso del año desde un punto de vista puramente externo, de tal manera que, cuando llega la primavera, ve que la naturaleza brota, que el crecimiento de las plantas, más tarde también las flores de las plantas, pero también toda otra vida surge de la tierra en brote, germinando vida. Todo esto aumenta hacia el verano; en verano todo alcanza su clímax. Se oscurece, se marchita cuando llega el otoño. Muere en el seno de la tierra cuando llega el invierno.
Este ciclo anual, que en épocas anteriores el hombre celebraba mediante estaciones festivas porque prevalecía una especie de conciencia más instintiva, tiene otra cara. También esto ya se ha mencionado aquí. Podría decirse que durante el invierno la tierra se une a sus espíritus elementales. Los espíritus elementales se introducen en el vientre de la tierra, moran allí con las raíces de las plantas que se preparan y con las demás entidades naturales que están en el vientre de la tierra durante el invierno. 

Luego, cuando llega la primavera, la tierra, por así decirlo, exhala su esencia elemental; los espíritus elementales se elevan como de una tumba, suben a la atmósfera. Mientras que en invierno han absorbido la legitimidad interior de la tierra, a medida que se acerca la primavera, y sobre todo a medida que se acerca el verano, adquieren cada vez más en su ser y en su tejido esa legitimidad que les imponen los astros del cosmos y sus movimientos. Y cuando llega el pleno verano, entre los seres elementales que durante el invierno estaban quietos y tranquilos bajo el manto de nieve, se tejen y viven fuera en el círculo de la tierra, surgen y se arremolinan entre estos seres elementales en aquellos movimientos, en aquellas relaciones mutuas, que están determinadas por las leyes de los movimientos planetarios, por las leyes de la formación de las estrellas fijas, etcétera. Y cuando llega el otoño, estos seres elementales vuelven de nuevo a la tierra. Entonces se acercan de nuevo a la tierra, reciben cada vez más las leyes de la tierra, para volver de nuevo, para ser respirados por la tierra, por así decirlo, durante el tiempo de invierno, cuando volverán a estar quietos y tranquilos en el seno de la tierra.  

Quien es capaz de experimentar este curso del año siente toda su vida humana tremendamente enriquecida por tal experiencia conjunta. El ser humano del presente y también el ser humano de un pasado más remoto en realidad sólo experimenta, aunque más apagadamente, inconscientemente, los procesos físico-etéricos de su propio cuerpo, de aquello que está dentro de la piel. Experimenta su respiración, experimenta su circulación sanguínea. Pero lo que ocurre fuera, en el viento y el clima del año, lo que vive en la efusión de las fuerzas de la semilla, en la fructificación de las fuerzas de la tierra, en el brillo de las fuerzas del sol, todo esto es para la vida total del ser humano, aunque el ser humano no sea consciente de ello hoy, no menos significativo, no menos incisivo que lo que tiene lugar en forma de respiración y circulación sanguínea dentro de su piel.

Según incida el sol en cualquier parte de la tierra, según lo que provoque con su calor, con su radiación, el ser humano vive con ello. Y si el ser humano absorbe la Antroposofía en el sentido correcto, no lee la Antroposofía como una novela sensacionalista, sino que la lee de tal manera que lo que se le comunica en la Antroposofía se convierta en el contenido de su mente, entonces educa gradualmente su corazón y su alma para experimentar lo que sucede ahí fuera en el curso del año. Y de la misma manera que uno experimenta el transcurso del día al estar fresco por la mañana, al estar listo para el trabajo por la mañana, al aparecer el hambre, al aparecer la fatiga por la tarde, al sentir los procesos internos, el entramado interior y la vida de las fuerzas y la materia dentro de la piel, así uno puede, tomando en serio las ideas antroposóficas que son muy diferentes de la descripción de los acontecimientos sensoriales, preparar esta mente para que realmente se vuelva receptiva, sensible a lo que teje y vive en el transcurso del año. Y entonces uno puede profundizar y enriquecer cada vez más esta experiencia del curso del año, entonces uno puede realmente hacer que uno no viva tan agriamente, me gustaría decir, como un ser humano dentro de su propia piel y deje pasar las cosas externas, sino que entonces uno puede experimentarlo de tal manera, que con cada flor uno florezca en su mente, que uno experimente el florecimiento de la flor, que uno experimente la apertura de los capullos, que uno experimente en la gota de rocío de la que brillan los rayos del sol, en la luz resplandeciente, este maravilloso secreto del día que puede encontrarnos en la gota de rocío resplandeciente por la mañana. De este modo, pues, se puede ir más allá de la coexperiencia filisteo-prosaica del mundo exterior, que se expresa poniéndose el abrigo en invierno, poniéndose ropa más ligera en verano, cogiendo un paraguas cuando llueve. 
Cuando se llega más allá de lo prosaico a esta coexperiencia del tejer y el ajetreo de las cosas naturales y los hechos naturales, sólo entonces se comprende realmente el curso del año.  

Pero entonces, cuando la primavera atraviesa el mundo, cuando se acerca el verano, uno también está presente con su corazón, con su alma, mientras se despliega la vida que brota, que germina, mientras los espíritus elementales zumban y vuelan hacia el exterior en las líneas que les impone el curso de los planetas. Entonces uno se vive a sí mismo durante el periodo de pleno verano en una vida cósmica que, sin embargo, amortigua la vida interior inmediata del ser humano, pero al mismo tiempo conduce al ser humano hacia fuera en su propia experiencia, se podría decir en un sueño cósmico de vigilia, que le conduce hacia fuera en el periodo de pleno verano a una co-experiencia de los procesos planetarios. 

Ahora bien, se da el caso de que el hombre actual sólo cree vivir en la naturaleza cuando experimenta el surgir, el brotar, el crecer y el germinar, el fructificar. Es justo así que el hombre en el presente, aunque no pueda entrar en él, aunque no pueda experimentar el germinar, el fructificar, sin embargo, tiene más corazón y sentido para este germinar, fructificar, que para el morir, paralizar, matarse, que se avecina en otoño.
Pero en realidad sólo merecemos experimentar el fructificar, el crecer, el brotar, el germinar, si también podemos experimentar, cuando se acaba el verano y se acerca el otoño, el paralizar, el matar, el hundir, el marchitar la vida que llega con el otoño. Y si ascendemos en vigilia cósmica en pleno verano con los seres elementales a la región donde la actividad planetaria se despliega externamente y luego también en nuestra alma interior, entonces debemos realmente también descender bajo la escarcha del invierno, bajo la capa de nieve del invierno a los misterios en el reino terrenal durante el apogeo del invierno, y debemos participar en la muerte, en el marchitamiento de la naturaleza cuando comienza el otoño.  

Pero entonces, si el hombre sólo experimentara este marchitarse, al igual que experimenta el crecer, el brotar, sólo podría, por así decirlo, morir con ello en su interior. Pues precisamente cuando uno se hace sensible a lo que misteriosamente se teje en la naturaleza, y experimenta así vivamente el brotar, el fructificar, el germinar, experimenta también vivamente lo que tiene lugar en el mundo exterior cuando llega el otoño.  Pero sería lúgubre para el hombre si sólo pudiera experimentar esto en forma de naturaleza, si sólo pudiera alcanzar una conciencia natural de los secretos del otoño y del invierno, del mismo modo que alcanza naturalmente una conciencia natural de los secretos de la primavera y del verano. Pero cuando se acercan los acontecimientos del otoño y del invierno, cuando llega el solsticio de verano, entonces el hombre debe experimentar sensiblemente el marchitarse, el morir, el paralizarse, el matar, pero no debe entregarse a la conciencia de la naturaleza como lo hace cuando se acerca el pleno verano. Al contrario, debe entregarse a la conciencia de sí mismo. En los momentos en que la naturaleza exterior muere, debe oponer el poder de la autoconciencia a la conciencia de la naturaleza. 
Y entonces la figura de Michael vuelve a estar allí. Y cuando el hombre, estimulado por la Antroposofía, llegue a tal goce de la naturaleza, a tal conciencia de la naturaleza, y con ello también a tal autoconciencia del otoño, entonces de nuevo la imagen de Michael con el dragón se alzará allí en toda su majestuosa forma; entonces se alzará lo que el hombre siente, cuando se acerca el otoño, por la derrota de la conciencia de la naturaleza por la conciencia de sí mismo. Y esto sucederá cuando el hombre no sólo pueda experimentar una primavera y un verano interiores, sino cuando también pueda experimentar el otoño y el invierno interiores moribundos. Y en la experiencia del otoño y el invierno moribundos, la imagen de Michael con el dragón podrá presentarse de nuevo como una poderosa imaginación, como una llamada al hombre a la acción interior.  

Pero entonces, para el ser humano que, a partir del conocimiento espiritual actual, se abre camino hasta esta imagen, al sentirla, expresará algo muy poderoso. Entonces, cuando el pleno verano comience a acercarse cada vez más, cuando, después del tiempo de San Juan, se acerquen julio, agosto y septiembre, el hombre tomará conciencia de cómo se ha vivido a sí mismo en el sueño despierto de la experiencia planetaria interior con los seres elementales de la tierra, y tomará conciencia de lo que esto ssignifica realmente en él, cuando lo experimenta. 
Significa un proceso interior de combustión, que no debemos imaginar como un proceso exterior de combustión, pues todos esos procesos, aquellos que tienen una forma determinada en el exterior, también viven en el organismo humano, solo que allí se vuelven diferentes. 

Y así es como, de hecho, a medida que el hombre atraviesa el año, 
siempre hay otros procesos trabajando en su organismo. Lo que tiene lugar en pleno verano es un entrelazamiento interior con lo que, quisiera decir, se indica exteriormente, groseramente material, en el azufre. Se trata de un sulfurarse interior que el hombre experimenta en su ser físico-etérico cuando experimenta el sol del verano y sus efectos. Lo que el hombre lleva en sí mismo de azufre material, el azufre que le es útil, tiene un significado muy diferente para él durante el período de pleno verano que durante el período frío de invierno o durante el período de primavera en ciernes. El azufre en el ser humano está como en un proceso de cocción durante el pleno verano. Y esto se debe al desarrollo de la naturaleza humana en el curso del año, que, por así decirlo, este proceso sulfúrico dentro del ser humano llega a una especie de estado particularmente agudizado en pleno verano. En los diversos seres, la materia tiene realmente otros secretos que los que la ciencia materialista puede soñar. 
En el hombre, por ejemplo, todo lo físico y etérico está impregnado de fuego sulfuroso interior, según la expresión de Jakob Böhme, en pleno verano. Esto también puede permanecer en el subconsciente, porque se trata de un proceso suave e íntimo. Pero aunque este proceso sea suave e íntimo y por lo tanto imperceptible para la conciencia ordinaria, este proceso, como ocurre con tales procesos en todas partes, es precisamente de una tremenda importancia incisiva para los acontecimientos del cosmos.  

Este proceso de sulfuración que tiene lugar en el cuerpo humano en pleno verano pleno verano, aunque sea leve y suave e imperceptible para el e imperceptible para el propio hombre, significa algo tremendo para la evolución del la evolución del cosmos. Ocurren muchas cosas en el cosmos cuando cuando las personas brillan interiormente como el azufre en verano. No sólo los escarabajos de San Juan no son las únicas cosas que se vuelven luminosas para el luminosas para el ojo físico. Mirando desde los otros planetas, el ser humano el interior del hombre se vuelve luminoso para el ojo etérico de los otros seres planetarios en San Juan, un ser luminoso.  Este es el proceso de sulfurización. En pleno verano el hombre comienza a brillar en el espacio-mundo para los demás seres planetarios tan brillantemente como los pequeños escarabajos de San Juan en el prado el día de San Juan. brillan con su luz en el prado el día de San Juan.
Pero lo que en realidad es de majestuosa belleza en relación con la observación cósmica, pues es gloriosa luz astral en la que los hombres brillan en el cosmos en pleno verano, lo que es de majestuosa belleza, da al mismo tiempo la ocasión para que el poder ahrimánico se acerque al hombre. Pues el poder ahrimánico está tremendamente relacionado con estas sustancias que se sulfuran en el hombre. Y uno ve por un lado cómo, por así decirlo, los hombres brillan en el cosmos en la luz de San Juan, pero cómo las formaciones serpentiformes de Ahrimán, semejantes a dragones, se abren camino a través de estos hombres que brillan en el cosmos en la luz astral y se esfuerzan por atraparlos, enredarse en torno a ellos, para arrastrarlos a lo onírico, a lo somnoliento, al subconsciente. <Para que a través de este juego de ilusión que Ahrimán realiza con los luminosos, con las personas cósmicamente luminosas, los hombres se conviertan en soñadores del mundo, y mediante esta ensoñación del mundo puedan convertirse en presa de los poderes ahrimánicos. Todo esto también tiene un significado en el cosmos.

Y cuando, justo en el apogeo del verano, las piedras meteóricas caen de una determinada constelación en los poderosos enjambres de meteoros, cuando el hierro cósmico cae sobre la tierra, entonces en este hierro cósmico meteórico, en el que reside un poder curativo tan tremendamente fuerte, está contenida el arma de los dioses contra Ahrimán, que quiere enredar al pueblo luminoso como un dragón. Y el poder que desciende sobre la tierra en las piedras meteóricas, en el hierro meteórico, ése es el poder mundial con el que los dioses superiores se esfuerzan por derrotar a los poderes ahrimánicos cuando se acerca el otoño. Y lo que tiene lugar espacialmente en majestuosa grandeza allá afuera en el universo, cuando los enjambres de meteoros de agosto irradian en las radiaciones humanas en la luz astral, lo que tiene lugar grandiosamente allá afuera, tiene su contrapartida suave, aparentemente pequeña, sólo espacialmente pequeña, en lo que tiene lugar en la sangre humana. Esta sangre humana no está verdaderamente atravesada de un modo tan material como imagina la ciencia actual, sino que está atravesada por todas partes por estímulos del alma espiritual, está atravesada por lo que irradia como hierro en la sangre, lo que combate el miedo, la ansiedad, el odio y se integra como hierro en la sangre. Los procesos que tienen lugar en cada corpúsculo de la sangre cuando el compuesto de hierro se dispara en ella son humanamente, en muy pequeña medida, minuciosamente iguales a los que tienen lugar cuando la piedra meteórica se precipita por el aire, brillante, radiante. Los procesos que se ponen en marcha en cada corpúsculo sanguíneo cuando la fuerza del hierro se dispara en él son los mismos, a una escala humana diminuta, que los que tienen lugar cuando los meteoritos caen en una corriente brillante a través del aire. Esta impregnación de la sangre humana por la fuerza disipadora de ansiedad del hierro es una actividad meteórica. El efecto de la irradiación del hierro es expulsar el miedo y la ansiedad de la sangre.

Y del mismo modo que los dioses con sus meteoritos luchan contra el espíritu que quiere irradiar miedo sobre toda la tierra a través de su forma serpentiforme dejando que el hierro irradie en esta atmósfera de miedo, que es más intensa cuando se acerca el otoño o cuando termina el pleno verano, lo mismo que hacen los dioses sucede en el interior del ser humano infundiendo la sangre con hierro. Todas estas cosas sólo pueden entenderse cuando, por una parte, se comprende su significado espiritual interno, y cuando, por otra, se reconoce la conexión de aquello que es la formación del azufre en el hombre, que es la formación del hierro en el hombre, con aquello que está presente en el cosmos.  

Un hombre que mira al espacio y ve una estrella fugaz debería decirse a sí mismo, con reverencia a los dioses: "Ese acontecimiento en la gran extensión del espacio tiene su diminuta contrapartida continua en mí mismo. Ahí están las estrellas fugaces, mientras que en cada uno de mis corpúsculos sanguíneos el hierro está tomando forma: mi vida está llena de estrellas fugaces, estrellas fugaces en miniatura." Y esta caída interior de estrellas fugaces, que apunta a la vida de la sangre, es especialmente importante cuando se acerca el otoño, cuando el proceso del azufre está en su apogeo. Porque cuando los hombres brillan como luciérnagas en la forma que he descrito, entonces la fuerza contraria también está presente, porque millones de pequeños meteoritos centellean interiormente en su sangre.

Esta es la conexión entre el hombre interior y el universo. Y entonces podemos ver cómo, especialmente cuando se acerca el otoño, hay una gran irradiación de azufre desde el sistema nervioso hacia el cerebro. Todo el hombre puede verse entonces como un fantasma iluminado por el azufre, por así decirlo.

Pero los enjambres de meteoritos de la sangre irradian en esta atmósfera de azufre amarillo azulado. Ese es el otro fantasma. Mientras que el fantasma de azufre se eleva en nubes desde la parte inferior del hombre hacia su cabeza, el proceso de formación del hierro sale de su cabeza y se derrama como una corriente de meteoritos en la vida de la sangre.

Así es el hombre, cuando se acerca Michaelmas. Y debe aprender a utilizar conscientemente la fuerza meteórica de su sangre. Debe aprender a celebrar la Fiesta de San Miguel convirtiéndola en una fiesta para la conquista de la ansiedad y el miedo; una fiesta de la fuerza interior y la iniciativa; una fiesta para la conmemoración de la autoconciencia desinteresada.

Así como en Navidad celebramos el nacimiento del Redentor, y en Pascua la muerte y resurrección del Redentor, y así como en la Fiesta de San Juan celebramos la efusión de las almas humanas en el espacio cósmico, así también en la Fiesta de San Miguel -si se quiere entender correctamente la Fiesta de San Miguel- debemos celebrar lo que vive espiritualmente en el proceso de sulfuración y meteorización en el hombre, y debería presentarse ante la conciencia humana en todo su significado anímico-espiritual especialmente en San Miguel. Entonces el hombre puede decirse a sí mismo: "Te convertirás en señor de este proceso, que de otro modo sigue su curso natural fuera de tu conciencia, si -del mismo modo que te inclinas agradecido ante el nacimiento del Redentor en Navidad y vives la Pascua con profunda respuesta interior- aprendes a experimentar cómo en esta fiesta otoñal de Miguel debe crecer en ti todo lo que va contra el amor a la facilidad, contra la ansiedad, y propicia el despliegue de la iniciativa interior y de la voluntad libre, fuerte y valiente." El Festival de la voluntad fuerte - así es como debemos concebir el Festival de Miguel. Si así se hace, si el conocimiento de la naturaleza es verdadera autoconciencia humana espiritual, entonces la Fiesta de Micael brillará con sus verdaderos colores.

Pero antes de que la humanidad pueda pensar en celebrar la Fiesta de Michael, tendrá que producirse una renovación en las almas humanas. Es la renovación de toda la disposición anímica de los hombres lo que debe celebrarse en la Fiesta de Michael - no como una ceremonia exterior o convencional, sino como una fiesta que renueve todo el hombre interior.

Entonces, de todo lo que he descrito, surgirá de nuevo la majestuosa imagen de Michael y el Dragón. Pero esta imagen de Michael y el Dragón se pinta a sí misma fuera del cosmos. El Dragón se pinta a sí mismo para nosotros, formando su cuerpo a partir de corrientes de azufre amarillo azulado. Vemos al Dragón formando nubes resplandecientes de vapores de azufre; y sobre el Dragón se eleva la figura de Michael con su espada.

Pero sólo nos lo imaginaremos correctamente cuando veamos el espacio donde Michael despliega su poder y su señorío sobre el dragón como lleno, no de nubes indiferentes, sino de lluvias de hierro meteórico. Estas lluvias toman forma del poder que brota del corazón de Michael; se sueldan en la espada de Michael, que vence al dragón con su espada de hierro meteórico.

Si comprendemos lo que ocurre en el universo y en el hombre, entonces el propio cosmos pintará de sus propias fuerzas. Entonces no se pone tal o cual color según las ideas humanas, sino que se pinta, en armonía con las fuerzas divinas, el mundo que expresa su ser, todo el ser de Michael y del Dragón, tal como puede cernirse ante uno. Se produce una renovación de los cuadros antiguos si uno puede pintar a partir de la contemplación directa del cosmos. Entonces los cuadros mostrarán lo que realmente existe, y no lo que los individuos fantasiosos puedan representar de alguna manera en los cuadros de Michael y el Dragón.

Entonces los hombres llegarán a comprender estas cosas, y a reflexionar sobre ellas con entendimiento, y llevarán la mente, el sentimiento y la voluntad al encuentro del otoño en el curso del año. Entonces, al principio del otoño, en la Festividad de Michael, la imagen de Michael con el Dragón permanecerá allí para actuar como una poderosa llamada, un poderoso impulso a la acción, que debe actuar sobre los hombres en medio de los acontecimientos de nuestros tiempos. Y entonces comprenderemos cómo este impulso apunta simbólicamente a algo en lo que se juega todo el destino -quizás incluso la tragedia- de nuestra época.

Oh Hombre,
lo moldeas (el hierro) a tu servicio,
lo revelas (el hierro) según el valor de su sustancia
en muchas de tus obras.
Pero te curará
Sólo cuando te revele
El poder sublime de su espíritu.

Es decir, el elevado poder de Michael, con la espada que ha soldado en el espacio cósmico a partir de hierro meteórico. La curación llegará cuando nuestra civilización material demuestre ser capaz de espiritualizar el poder del hierro en el poder del hierro Micaelico, que da al hombre la autoconciencia en lugar de la mera conciencia de la naturaleza.

Habéis visto que precisamente la exigencia más importante de nuestro tiempo, la exigencia Michael, está implícita en este aforismo, esta escritura que se revela en la luz astral.

Traducido por J.Luelmo jul.2023