miércoles, 19 de julio de 2023

GA229 Dornach 7 de octubre de 1923 La Imaginación de la Pascua- El curso anual en cuatro imaginaciones ´cósmicas

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El curso anual en cuatro imaginaciones cósmicas

La imaginación de La Pascua

RUDOLF STEINER

Dornach 7 de octubre de 1923

Debemos darnos cuenta claramente de cómo en lo más profundo del invierno la Tierra, es un ser encerrado en sí mismo, en relación con el cosmos. Durante el invierno la Tierra es, por así decirlo, enteramente Tierra, con una naturaleza-Tierra concentrada. En pleno verano, -para añadir este contraste en aras de la claridad-, la Tierra se entrega al cosmos, vive con el cosmos. Y en medio, durante la primavera y el otoño, siempre hay un equilibrio entre estos extremos.

Todo esto tiene el significado más profundo para toda la vida de la Tierra. Naturalmente, lo que voy a decir se aplica sólo a la parte de la superficie terrestre en la que tiene lugar la correspondiente transición del invierno a la primavera.

Comencemos, como siempre hemos hecho en estas conferencias, considerando el lado puramente material. Nos fijaremos en los depósitos de sal que hemos tenido que tratar como el factor más importante del invierno. Lo estudiaremos primero en los depósitos calcáreos, que son, en efecto, un fenómeno de la mayor importancia para todo el ser de la Tierra.

Basta con salir al aire libre aquí, (suiza), donde estamos rodeados por todas partes por la piedra caliza del Jura, y tendrán ante ustedes todo lo que voy a empezar a describir hoy. La observación ordinaria es tan superficial que para la mayoría de la gente la piedra caliza es simplemente piedra caliza, y exteriormente no hay realmente ninguna diferencia perceptible entre la piedra caliza de invierno y la piedra caliza de primavera. Pero esta falta de distinción proviene del punto de vista que ayer llamé el punto de vista de la pulga. Las metamorfosis de la piedra caliza sólo aparecen cuando miramos más allá en el cosmos, por así decirlo. Entonces encontramos una sutil diferencia entre la caliza invernal y la caliza primaveral, y es precisamente esto lo que hace que la caliza sea el más importante de todos los depósitos del suelo. Después de todas las diversas consideraciones que hemos hecho aquí, y puesto que sabemos que el alma y el espíritu se encuentran en todas partes, podemos permitirnos hablar de toda esta sustancia como seres vivificados, dotados de alma. Así podemos decir que la piedra caliza invernal es un ser contenido en sí mismo.

Si entramos con la Intuición, -la Intuición descrita en mi libro Conocimiento de los Mundos Superiores -, en el ser de la caliza invernal, la encontramos impregnada en su totalidad de la más diversa espiritualidad, compuesta por los seres elementales que habitan en la Tierra. Pero la piedra caliza está como contenta, tanto como  pueda estarlo una cabeza humana cuando ha resuelto un problema importante y se siente feliz de tener los pensamientos que apuntan a la solución. Percibimos, -pues la Intuición siempre abarca el sentimiento-, un contento interior en toda la vecindad de las formaciones calcáreas durante la estación invernal.

Si nadáramos bajo el agua, percibiríamos agua por todas partes; y del mismo modo, si nos movemos espiritualmente a través del proceso de formación de la piedra caliza, percibimos esta satisfacción invernal por todas partes. Se expresa como una impregnación interior de la piedra caliza invernal por formas móviles y siempre cambiantes, formas vivas y espirituales que aparecen como Imaginaciones.

Cuando se acerca la primavera, sin embargo, y especialmente cuando llega marzo, la piedra caliza se vuelve, -podríamos decir-, apagada con respecto a sus cualidades espirituales. Las pierde, ya que, como ustedes saben por relatos anteriores, los seres elementales toman ahora su camino, a través de una especie de respiración cósmico-espiritual, hacia el cosmos. Las cualidades de pensamiento espirituales de la piedra caliza se embotan, pero lo notable es que se llena de deseo ansioso. Desarrolla una especie de vitalidad interior. Una sutil energía vital surge cada vez más en la piedra caliza, volviéndose cada vez más activa a medida que se acerca la primavera, y aún más hacia el verano, cuando las plantas brotan.

Naturalmente, estas cosas no se manifiestan de forma exterior, pero sí de forma sutil e íntima. Las plantas en crecimiento extraen agua y ácido carbónico de la piedra caliza del suelo. Pero esta misma pérdida significa para la piedra caliza un acceso interior de actividad viva, y adquiere por ello un extraordinario poder de atracción para los seres ahrimánicos. Cada vez que se acerca la primavera, sus esperanzas reviven. Aparte de esto, no tienen nada particular que esperar del reino de la naturaleza exterior, porque en realidad sólo pueden proseguir sus actividades dentro de los seres humanos. Pero cuando se acerca la primavera, la impresión que les causa la piedra caliza les hace pensar que, después de todo, podrán difundir su naturaleza de dragón por toda la naturaleza. Al encontrar la piedra caliza llena de vida, esperan poder atraer también el elemento astral del cosmos para envolver la piedra caliza, para impregnarla de alma. Así, cuando se acerca marzo, un observador de la naturaleza verdaderamente clarividente puede asistir a un drama extraordinario. Ve cómo por todas partes las esperanzas de los seres ahrimánicos intervienen sobre la Tierra como un viento astral, y cómo los seres ahrimánicos se esfuerzan con todas sus fuerzas por hacer caer una lluvia astral, por así decirlo. Si tuvieran éxito, entonces en el verano esta lluvia astral transformaría la Tierra en un ser dotado de alma, -o por lo menos en parte, hasta donde se extiende la piedra caliza. Y entonces, en otoño, a cada pisada sobre su superficie la Tierra sentiría dolor.

Este empeño, esta ilusión, se apodera de los seres ahrimánicos cada primavera, y cada primavera es llevada a la nada. Desde un punto de vista humano, uno podría decir: seguramente los seres ahrimánicos ya se habrán vuelto lo suficientemente inteligentes como para renunciar a estas esperanzas. Pero el mundo no es tal como lo imaginan los seres humanos. El hecho es que cada primavera los seres ahrimánicos tienen nuevas esperanzas de poder transformar la Tierra en un ser vivo dotado de alma mediante una lluvia astral procedente de lo alto, y cada año sus ilusiones se hacen añicos.

Pero el hombre no está libre de peligro en medio de estas ilusiones. Él consume los productos de la naturaleza que florecen en esta atmósfera de esperanzas e ilusiones; y es ingenuo suponer que el pan que come es simplemente maíz, molido y cocido. En la naturaleza exterior estas esperanzas se hacen añicos, pero los seres ahrimánicos anhelan tanto más alcanzar su objetivo en el hombre, que ya tiene alma. Así pues, cada primavera el hombre corre el peligro de ser víctima, -de forma sutil e íntima-, de los seres ahrimánicos. En primavera está mucho más expuesto a todos los trabajos ahrimánicos en el cosmos que en otras épocas del año.

Pero ahora, si dirigimos nuestra mirada hacia arriba, hacia donde los seres elementales de la Tierra ascienden, donde se unen con las formaciones nubosas y adquieren una actividad interior que está sujeta a la vida planetaria, se puede ver algo más. A medida que se acerca marzo, y abajo trabajan los seres ahrimánicos, los seres elementales, -que son totalmente espirituales, inmateriales, aunque vivan dentro de la Tierra material-, son transportados hacia arriba, a la región del vapor, del aire y del calor. Y todo lo que sucede allí arriba, entre los seres elementales activos, está impregnado de seres lucifericos. Del mismo modo que los seres ahrimánicos alimentan sus esperanzas y experimentan sus ilusiones abajo, los seres lucifericos experimentan sus esperanzas e ilusiones arriba.

Si observamos más de cerca a los seres ahrimánicos, veremos que son de naturaleza etérica. Y es imposible que estos seres, que en realidad son los que fueron arrojados por Miguel, se expandan de otra manera que no sea tratando de obtener el dominio sobre la Tierra a través de la vida y el deseo que llenan la piedra caliza en primavera.

Los seres luciféricos de arriba atraviesan e impregnan todas las actividades que han surgido de la Tierra. Son de naturaleza puramente astral. A través de todo lo que comienza a esforzarse hacia arriba en la primavera, adquieren la esperanza de poder impregnar su naturaleza astral con la etérica, y llamar de la Tierra una envoltura etérica en la que podrían entonces establecer su morada.

De ahí que podamos decir: Los seres ahrimánicos tratan de envolver la Tierra con astralidad (rojizo); los seres lucifericos tratan de absorber lo etérico en su propio ser (azul con amarillo).

Cuando ahora en primavera las plantas comienzan a brotar, asimilan y atraen el ácido carbónico. Por lo tanto, el ácido carbónico está activo en una región más elevada que en invierno; sube al reino de las plantas, y allí cae bajo la atracción de los seres luciféricos. Mientras que los seres ahrimánicos se esfuerzan por impregnar la piedra caliza viva con una especie de lluvia astral, los seres lucifericos intentan elevar de la Tierra una especie de niebla o vapor de ácido carbónico (azul, amarillo). Si lo consiguieran, los seres humanos de la Tierra ya no podrían respirar. Los seres lucifericos atraerían toda esa parte del hombre, su naturaleza etérica, que no depende de la respiración física, y uniéndose a ella podrían convertirse en seres etéricos, mientras que ahora sólo son seres astrales. Y entonces, con la extinción de toda vida humana y animal en la Tierra, arriba habría una envoltura de seres-ángeles etéricos. Eso es lo que los espíritus lucifericos se esfuerzan y esperan, cuando llegue el fin de marzo. Esperan convertir toda la Tierra en una delicada envoltura de este tipo, en la que ellos, densificados a través de la naturaleza etérica del hombre, podrían llevar a cabo su propia existencia.

Si los seres ahrimánicos pudieran realizar sus esperanzas, toda la humanidad se disolvería gradualmente en la Tierra: la Tierra los absorbería. Finalmente surgiría de la Tierra, -y esa es la intención de Ahrimán -, una gran entidad única en la que se fundirían todos los seres humanos: se unirían a ella. Pero la transición a esta unión con la Tierra consistiría en esto: el hombre en todo su organismo se parecería cada vez más a la piedra caliza viva. Mezclaría la caliza viva con su organismo y se calcificaría cada vez más. De este modo, transmutaría su forma corporal en otra con un aspecto muy diferente: una forma esclerótica con algo parecido a las alas de un murciélago y una cabeza como ésta. Esta forma podría entonces fusionarse gradualmente con el elemento terrestre, de modo que toda la Tierra, según la idea ahrimánica, se convertiría en un ser terrestre viviente.

Si los seres luciféricos, por otra parte, pudieran absorber la naturaleza etérica del hombre, y condensarse así desde una condición astral a una etérica, entonces de ellos surgiría algo así como una forma etérica, en la que las partes inferiores del organismo humano estarían más o menos ausentes, con la parte superior transformada. El cuerpo estaría formado de vapor de Tierra (azul), desarrollado sólo hasta el pecho, con una cabeza humana idealizada (rojo). Y lo peculiar es que este ser tendría alas, nacidas como de las nubes (amarillo). Delante, estas alas se concentrarían en una especie de laringe ampliada; a los lados se concentrarían en orejas, órganos del oído, que a su vez estarían conectados con la laringe.

Como ven, intenté representar la forma esclerótica a través de la figura de Ahriman en el cuadro de la cúpula del Goetheanum y plásticamente en la talla de madera del Grupo. Del mismo modo, la forma luciférica, creada a partir del vapor de la Tierra y de las masas nubosas, tal como sería si pudiera tomar lo etérico de la Tierra, está representada allí.

Así, los dos extremos del hombre están inscritos en la vida de la Tierra misma: primero, el extremo al que llegaría el hombre si, bajo la influencia de Ahrimán, tomara la piedra caliza viviente y se convirtiera así gradualmente en uno con la Tierra, disuelto en toda la Tierra viviente y sensible. Ese es un extremo. El otro extremo es al que llegaría el hombre si los seres luciféricos lograran hacer subir desde abajo un vapor de ácido carbónico, de modo que la respiración se extinguiera y la humanidad física desapareciera, mientras que los cuerpos etéricos de los hombres se unieran con la astralidad del ser-ángel luciférico de arriba.

De nuevo podemos decir: Estas son las esperanzas, las ilusiones, de los seres luciféricos. Cualquiera que mire como un vidente a los grandes espacios del cosmos no ve en las nubes en movimiento, como en la obra de Shakespeare, una forma que primero parece un camello y luego otra cosa. Cuando llega marzo, ve en las nubes las fuerzas dinámicas de los seres lucifericos, que quieren crear en la Tierra una envoltura luciferica. El hombre oscila entre estos dos extremos. El deseo tanto de los seres luciféricos como de los ahrimánicos es borrar a la humanidad tal como existe hoy en día.

Estas diversas actividades se manifiestan en la vida de la Tierra. Las esperanzas de los seres luciféricos se rompen una vez más cada primavera, pero siguen actuando en el hombre. Y en primavera, mientras que por un lado está expuesto a las fuerzas ahrimánicas, también lo está cada vez más, -y durante todo el verano-, a los seres lucifericos.

Estas fuerzas, ciertamente, actúan de un modo tan sutil que hoy en día sólo las percibe alguien que sea espiritualmente sensible y pueda realmente vivir con el curso de los acontecimientos en el cosmos durante todo el año. Pero en épocas anteriores, incluso en el último período atlante, todo esto tenía un gran significado.

En aquellos tiempos, por ejemplo, la reproducción humana estaba ligada a las estaciones. La concepción sólo podía producirse en primavera, cuando las fuerzas estaban activas en la forma que he descrito, y los nacimientos, por tanto, sólo podían tener lugar hacia el final del año. De este modo, la vida de la Tierra estaba íntimamente ligada a la vida humana (*).

Ahora bien, un de los principios de los seres luciféricos consiste en liberar todo en la Tierra, y entre las cosas que han sido liberadas están la concepción y el nacimiento. El hecho de que un ser humano pueda nacer en cualquier época del año fue provocado en épocas anteriores por esta influencia luciférica, que tiende siempre a liberar al hombre de la Tierra, y se ha convertido en una parte establecida de la libertad humana. La próxima vez hablaré de las influencias que todavía están activas, pero hoy quería mostrarles cómo en épocas anteriores los objetivos de los seres luciféricos se alcanzaron, hasta cierto punto realmente. De lo contrario, los seres humanos sólo habrían podido nacer en invierno.

En contra de esto, los seres Ahrimánicos intentan con todas sus fuerzas volver a poner al hombre en conexión con la Tierra. Y puesto que los seres luciféricos tuvieron esta gran influencia en el pasado, los seres ahrimánicos tienen la perspectiva de lograr, al menos en parte, su propósito de atar al hombre a la Tierra, fusionando su mente y disposición con lo terrenal y convirtiéndolo en un materialista completo. Quieren hacer que su capacidad de pensar y sentir dependa enteramente de los alimentos que digiere. Esta influencia ahrimánica afecta particularmente a nuestra época y seguirá haciéndose cada vez más fuerte.

Por lo tanto, si miramos hacia atrás en el tiempo, nos encontramos con algo realizado por los seres luciféricos y que nos ha sido legado. Si miramos hacia adelante, hacia el fin de la Tierra, vemos al hombre enfrentado a la amenazadora perspectiva de que los seres ahrimánicos, ya que no pueden disolver realmente a la humanidad en la Tierra, se las ingeniarán al menos para endurecerla, de modo que el hombre se convierta en un burdo materialista, que sólo piense y sienta lo que la sustancia material piensa y siente en él.

Los seres luciféricos realizaron su obra de liberar al hombre de la naturaleza, en la forma que he descrito, en una época en que el hombre mismo aún no tenía libertad. La libertad no ha surgido por resolución humana o de forma abstracta, como sugiere el relato habitual, sino porque los procesos naturales, como el momento de los nacimientos, han quedado bajo control humano. Cuando en épocas anteriores se hizo evidente que los niños podían nacer en cualquier época del año, esto trajo un sentimiento de libertad al alma y al espíritu del hombre. Estos son los hechos. Y dependen mucho más del cosmos de lo que comúnmente se piensa.

Pero ahora que el hombre ha avanzado en libertad, debe usar su libertad para desterrar el amenazador peligro de que Ahriman lo encadene a la Tierra. Pues en la perspectiva del futuro esta amenaza se presenta ante él. Y aquí vemos cómo en la evolución de la Tierra entró un hecho objetivo: el Misterio del Gólgota.

Aunque el Misterio del Gólgota tuvo que entrar en la historia de la Tierra como un acontecimiento único, en cierto sentido se renueva cada año para los seres humanos. Podemos aprender a sentir cómo la fuerza luciférica de arriba querría sofocar a la humanidad física en vapor carbónico, mientras que abajo, las fuerzas ahrimánicas querrían vivificar las masas calcáreas de la Tierra con una lluvia astral, para que el hombre mismo fuera calcificado y reducido a piedra caliza. Pero entonces, para una persona que puede ver en estas cosas, surge entre las fuerzas luciféricas y las ahrimánicas la figura de Cristo; el Cristo que, liberándose del peso de la materia, tiene a Ahrimán bajo sus pies; que se liberó de lo ahrimánico y no le hace caso, habiéndolo vencido, como hemos mostrado aquí en pintura y escultura. Y aquí se muestra también cómo el Cristo vence a la fuerza que trata de alejar la parte superior del hombre de la Tierra. La cabeza de la figura de Cristo, el vencedor de Ahrimán, aparece con un semblante, una mirada y un porte tales que las fuerzas disolventes de Lucifer no pueden tocarlos. El poder luciférico atraído hacia lo terrenal y retenido allí, -tal es la forma del Cristo tal como aparece cada año en primavera. Así es como debemos imaginarlo: de pie sobre lo terrenal, que Ahriman trata de hacer suyo; victorioso sobre la muerte; ascendiendo de la tumba como el Resucitado a la transfiguración que proviene de llevar lo luciférico a la belleza terrenal del semblante de Cristo.

Así aparece ante nuestros ojos, entre las formas luciféricas y las ahrimánicas, el Cristo Resucitado en su forma de Resurrección, como la imagen de Pascua; el Cristo Resucitado, con los poderes luciféricos revoloteando por encima y los poderes ahrimánicos bajo sus pies.

Esta Imaginación cósmica se presenta ante nosotros como la Imaginación de Pascua, del mismo modo que tuvimos a la Virgen y al Niño como la Imaginación de Navidad en pleno invierno, y la Imaginación de Michael para finales de septiembre. Ya verán lo acertado que fue representar a Cristo en la forma que ven aquí, una forma nacida de los acontecimientos cósmicos a lo largo del año. No hay nada arbitrario en ello. Cada mirada, cada rasgo del semblante, cada pliegue fluido de la vestimenta, deben ser considerados como colocando a la figura de Cristo entre las formas de Lucifer y Ahriman, como Aquel que trabaja en la evolución humana, para que el hombre pueda ser arrancado de los poderes luciféricos y ahrimánicos en el momento preciso, el tiempo de Pascua y Primavera, cuando más fácilmente podría caer víctima de ellos.

Precisamente aquí, en la figura de Cristo, nuevamente vemos cómo nada puede hacerse correctamente partiendo de meros caprichos arbitrarios que hoy en día se favorecen en los círculos artísticos. Si un hombre desea desarrollar la plena libertad en el reino del arte, no se ata de manera servil y ahrimánica a materiales y modelos; se eleva libremente a las alturas espirituales y allí crea libremente, pues es en las alturas espirituales donde puede prevalecer la libertad. Entonces creará, a partir de un vapor azul-violeta, una especie de forma de pecho para el elemento luciférico, y una forma consistente en alas, laringe y oreja, como si emergieran de nubes rojizas, de modo que esta forma pueda aparecer en plena realidad como una imagen tanto de lo que estos seres son en su naturaleza astral como de la apariencia etérica que amenazan con asumir.

Pongan vívidamente ante ustedes estas alas de Lucifer, trabajando en lo astral y esforzándose hacia lo etérico. Descubrirán que, como estas alas se mueven en los espacios cósmicos, son sensibles a todos los secretos de la fuerza del cosmos. A través de su movimiento ondulante, estas alas, con su formación ondulatoria, están en contacto con las misteriosas actividades ondulatorias espirituales del cosmos. Y la experiencia traída por estas ondas pasa a través de la formación del oído al interior del ser luciférico y es llevada más allá. El ser luciférico capta a través de su oído lo que ha percibido con sus alas, y a través de la laringe, estrechamente unida al oído, este conocimiento se convierte en la palabra creadora que actúa y teje en las formas de los seres vivos.

Si se representa a un ser luciférico de este tipo, con su formación rojiza-amarilla de alas, orejas y laringe, se verá en él la actividad que es sensible a los secretos del cosmos a través de sus alas, experimenta estos secretos a través de la continuación interior de su formación del oído, y los pronuncia como palabra creadora a través de la laringe, unida a las alas y las orejas en un todo orgánico.

Así estaba pintado Lucifer en la cúpula, y así está representado en el grupo escultórico que debía ser el punto central de nuestro Goetheanum. Así, en cierto sentido, el misterio pascual debía situarse en este punto central. Pero, para comprender la idea en su totalidad, es necesario completarlo de alguna forma. Pues todo lo que puede verse como la amenazadora influencia luciferica y la amenazadora influencia ahrimánica pertenece al ser interior de las fuerzas de la Naturaleza y a la dirección que se esfuerzan por tomar en primavera y en verano; y frente a ellas está el principio curativo que irradia del Cristo. Pero el sentimiento vivo de todo esto se alcanzará cuando todo el esquema arquitectónico esté completado y lo que he descrito exista en forma arquitectónica y escultórica, y cuando en el futuro sea posible presentar delante de la escultura un drama vivo con dos personajes principales: el hombre y Rafael.

Dentro de esta arquitectura, y en presencia de la escultura, habría que representar una especie de Drama Misterio, con el hombre y Rafael como personajes principales - Rafael con el bastón de Mercurio y todo lo que le pertenece. En la obra artística viva, todo es un desafío y, en el fondo, no hay escultura ni arquitectura que, para ser interiormente coherente con la verdad cósmica, no exija una presentación en el espacio que la rodea de la acción artística que encarna. En Pascua, esta arquitectura y escultura requerirían un Drama Misterio, mostrando al hombre enseñado por Rafael a ver hasta qué punto las fuerzas Ahrimánicas y Luciféricas le enferman, y cómo a través del poder de Rafael puede ser llevado a percibir y reconocer el principio curativo, la gran terapia mundial, que vive en el Principio de Cristo. Si todo esto pudiera hacerse, -y el Goetheanum fue diseñado para todo ello-, entonces en Pascua habría, entre muchas otras cosas, una cierta coronación de todo lo que puede fluir hacia la humanidad desde los secretos ahrimánicos y luciféricos.

Verán, si aprendemos a reconocer la actividad primaveral de la influencia ahrimánica en la piedra caliza viviente, a través de la cual se está haciendo un esfuerzo codicioso por tomar el elemento astral cósmico, entonces aprendemos también a reconocer las fuerzas curativas que residen en todo lo que tiene naturaleza salina. La diferencia no es aparente en el tipo más burdo de actividades, pero sale a la luz en las curativas. Así aprendemos a conocer estas influencias curativas estudiando el trabajo de los seres ahrimánicos en los depósitos de sal de la Tierra. Porque todo lo que está impregnado por las influencias ahrimánicas durante una estación del año, -lo estudiaremos más detenidamente la próxima vez, -se transforma en poderes curativos en otra estación. Si sabemos lo que ocurre secretamente en los productos y seres de la naturaleza, aprendemos a reconocer su poder terapéutico. Lo mismo sucede con el elemento luciférico: aprendemos a reconocer las fuerzas curativas activas en las sustancias volátiles que surgen de la Tierra, y especialmente las presentes en el ácido carbónico. Pues así como he explicado que en toda agua hay un elemento mercurial, azogue, así en el ácido carbónico hay siempre un elemento sulfuroso, fosfórico.

No hay ácido carbónico que consista simplemente, -como dicen los químicos- en un átomo de carbono y dos átomos de oxígeno: tal cosa no existe. En el ácido carbónico que exhalamos hay siempre un elemento fosfórico, sulfuroso. Este ácido carbónico, CO2, un átomo de carbono y dos de oxígeno, no es más que una abstracción, un concepto intelectual formado en la mente humana. En realidad no hay ácido carbónico que no contenga un elemento fosfórico, sulfuroso, en un estado extraordinariamente diluido, y los seres luciféricos se esfuerzan por alcanzarlo en el vapor ascendente.

Una vez más, en este equilibrio peculiar entre el elemento sulfuroso que se convierte en astral y la piedra caliza que se convierte en viviente, se expresan las fuerzas que podemos reconocer como influencias curativas.

Y así, entre otras muchas cosas relacionadas con el Misterio de Pascua, deberíamos representar el Misterio de Pascua delante de la pintura y la escultura, y a través de él las comunicaciones sobre las vías de curación que se dan en el curso del año a aquellos dispuestos a escuchar alcanzarían un clímax en una forma verdaderamente viva y artísticamente religiosa. De hecho, se coronarían al situarse en el curso completo del cosmos y de las estaciones; y entonces la fiesta de Pascua abarcaría algo que podría expresarse con las palabras: "Se siente la presencia del Sanador del Mundo: el Salvador que quiso eliminar el gran mal del mundo. Se siente su presencia". Porque en verdad Él fue, como he dicho a menudo, el Gran Médico en la evolución de la humanidad. Esto se sentirá, y a Él se ofrecerá el sacrificio con toda la sabiduría sobre las influencias curativas que el hombre puede poseer. Esto se incluiría en el Misterio Pascual, en el ritual de Pascua; y celebrando la fiesta de Pascua de este modo, la situaríamos con toda naturalidad en el contexto del curso estacional del año.

Para empezar, al describir las poderosas imaginaciones que se presentan ante el hombre en ls festividades de San Miguel y Navidad, sólo he podido mostrárselas en forma de imágenes. Pero en el caso de la Imaginación de Pascua, donde frente a las actividades de los espíritus de la Naturaleza surge la vida superior del espíritu, tal como ésta puede desarrollarse en la vecindad de Cristo, pude mostrar cómo la Imaginación puede conducir directamente a un ritual en el reino terrenal, un ritual que abarca cosas que deben ser apreciadas y preservadas en la Tierra - las fuerzas curativas que dan salud, y un conocimiento de las fuerzas ahrimánicas y luciféricas que podrían destruir el organismo humano. Pues Ahrimán endurece al hombre, mientras que Lucifer desea disolverlo y evaporarlo a través de su respiración. En todo esto residen las fuerzas que producen la enfermedad.

Todo lo que puede aprenderse de este modo bajo la influencia del gran maestro Rafael, -que es realmente Mercurio en la terminología cristiana y en el uso cristiano debería llevar el bastón de Mercurio-, sólo puede ser dignamente coronado en la medida en que se reciba en los misterios y el ritual de la Pascua. Mucho más puede entrar en ellos; de esto hablaré en conferencias posteriores.

Traducido por J.Luelmo jul. 2023



* Véase la conferencia titulada Navidad en un tiempo de penoso destino, pronunciada en Basilea el 21 de diciembre de 1916.